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Querida Dwahvel

Ay, amigo mío, cómo me has decepcionado —susurró Jarlaxle a Entreri, el cual lejos de haberse curado se hallaba tan débil que apenas se valía por sí mismo. Mientras Entreri flotaba en un estado de semiconsciencia, Jarlaxle, poseedor de la magia capaz de curarlo por completo, se había tomado su tiempo para reflexionar sobre lo ocurrido.

Trataba de decidir si Entreri lo había salvado o si lo había condenado, cuando oyó una llamada muy familiar.

La mirada del drow se posó en el humano, y una amplia sonrisa se pintó en su rostro de ébano. ¡Crenshinibon! ¡El humano tenía a Crenshinibon! Jarlaxle repasó mentalmente lo sucedido e intuyó que, cuando lo había atacado por sorpresa, Entreri no sólo le había cortado la bolsa del cinturón sino que la había cambiado por una imitación que contenía una Piedra de Cristal falsa. ¡Qué listo era Entreri!

—Eres más astuto que un zorro, compañero —comentó el mercenario, aunque no estaba seguro de que Entreri pudiera oírlo—. Me alegra comprobar una vez más que no te he subestimado. —Sin dejar de sonreír, Jarlaxle fue a coger la bolsa que pendía del cinturón de Entreri.

El asesino alzó bruscamente una mano y agarró al drow por el brazo.

En un abrir y cerrar de ojos, Jarlaxle empuñaba una daga con la otra mano, lista para clavársela en el corazón al humano, que se encontraba prácticamente indefenso. Pero Entreri, que permanecía inmóvil, mirando lastimeramente al drow, desistió de coger la daga ni cualquier otra arma. En la cabeza de Jarlaxle resonaba la llamada de la Piedra de Cristal, que lo animaba a acabar con el humano y recuperar lo que le pertenecía por derecho.

Estuvo a punto de hacerlo, pese a que la llamada de Crenshinibon no era ni mucho menos tan poderosa ni melodiosa como cuando él poseía la reliquia.

—No lo hagas —susurró Entreri—. No puedes controlarla.

Jarlaxle retrocedió, taladrando con la mirada al humano.

—¿Y tú sí?

—Sí. Por eso te llama. A mí no puede dominarme —replicó Entreri. Su respiración se había vuelto más dificultosa, y la herida del costado volvía a sangrar abundantemente.

—¿Por qué? —inquirió Jarlaxle, receloso—. ¿Acaso Artemis Entreri ha adoptado el mismo código de moralidad que Drizzt Do’Urden?

Entreri intentó reír entre dientes, pero el dolor era tan insoportable que solamente le salió una mueca.

—Drizzt y yo no somos tan distintos en muchos aspectos, por ejemplo en la disciplina.

—¿Y sólo la disciplina impide que la Piedra de Cristal te domine? —El tono de Jarlaxle seguía delatando total incredulidad—. ¿Me estás diciendo que no soy tan disciplinado como cualquiera de vo…?

—¡No! —gruñó Entreri, que casi se incorporó al agarrarse del costado en una punzada de dolor—. No —repitió instantes después, ya más calmado, relajándose y respirando entrecortadamente—. Crenshinibon no podía contra el código de Drizzt y tampoco puede contra mi propio código, que no es de moralidad sino de independencia.

Jarlaxle se retiró un poco, y su expresión pasó de la duda a la curiosidad.

—¿Por qué me la robaste?

El humano lo miró, dispuesto a responder, pero acabó haciendo una mueca. Jarlaxle metió una mano bajo los pliegues de su capa y sacó un pequeño orbe que sostuvo en dirección a Entreri mientras empezaba a salmodiar algo.

El asesino experimentó un alivio casi inmediato, sintió que la herida se cerraba y que podía respirar mejor. A medida que avanzaba la salmodia del drow, Entreri se iba recuperando, pero el mercenario se detuvo antes de que la curación fuese completa.

—Responde a mi pregunta —exigió el drow.

—Iban a matarte.

—Eso es evidente. ¿No podrías haberme avisado?

—No habría bastado. Eran demasiados y sabían que tu principal arma sería Crenshinibon. Así pues, la neutralizaron temporalmente.

La primera reacción de Jarlaxle fue exigir que le devolviera la Piedra de Cristal para regresar a Dallabad y ajustar las cuentas a los traidores. No obstante, se contuvo y dejó que Entreri siguiera hablando.

—Tenían razón al querer arrebatarte la piedra —declaró el asesino audazmente.

Jarlaxle lo fulminó con la mirada, pero sólo por un segundo.

—Mantente lejos de ella —le aconsejó el humano—. No escuches su llamada y considera tus acciones de estos últimos diez días. Aunque sabías que para permanecer en la superficie es preciso preservar vuestra verdadera identidad, no se te ocurre otra cosa que erigir torres de cristal. Pese a todo su poder, Bregan D’aerthe no puede gobernar el mundo, ni siquiera la ciudad de Calimport, ni siquiera con la ayuda de Crenshinibon, y mira qué trataste de hacer.

Jarlaxle quiso interrumpirlo varias veces, pero todos sus argumentos se le ahogaron en la garganta. Sabía que Entreri tenía razón; había cometido un grave error.

—No podemos regresar y explicárselo a los usurpadores —comentó el mercenario.

—Fue la Piedra de Cristal quien inspiró el ataque contra ti —replicó el asesino, y Jarlaxle reaccionó como si le hubiera dado un bofetón—. Tú eres demasiado astuto, y Crenshinibon se imaginó que el ambicioso Rai’gy sería una presa más fácil.

—Eso lo dices para apaciguarme.

—Lo digo porque es la pura verdad. —Entreri calló e hizo una mueca cuando otra punzada de dolor le recorrió el cuerpo—. Si lo piensas detenidamente, te darás cuenta de que es así. Crenshinibon te llevaba hacia donde ella quería, aunque no sin interferencias.

—¿En qué quedamos? ¿Me controlaba o no la Piedra de Cristal?

—Te manipulaba. ¿Es que aún lo dudas? Pero no te manipulaba hasta el punto que era capaz con Rai’gy.

—Fui a Dallabad para destruir la torre de cristal, lo que indudablemente desagradaba a Crenshinibon —razonó Jarlaxle—. ¡Podría haberlo hecho! La Piedra de Cristal no podría haberlo impedido.

Iba a proseguir, pero Entreri lo atajó diciendo:

—¿Estás seguro de que podrías haberlo hecho?

—Cla… claro que sí.

—Pero no lo hiciste.

—Una vez que comprobé que podía, no vi ninguna razón para… —empezó a explicar Jarlaxle, pero al oír las palabras que salían de su boca comprendió lo que decía. Crenshinibon lo había engañado a él, el maestro de la intriga, para hacerle creer que tenía el control.

—Déjamela a mí. La Piedra de Cristal no ceja en su empeño de manipularme, pero no puede ofrecerme nada que yo desee realmente, por lo que no tiene poder sobre mí.

—No se dará por vencida. Encontrará tus puntos débiles y los aprovechará.

—Lo sé, pero se le acaba el tiempo —replicó el asesino.

Jarlaxle lo miró con curiosidad.

—No habría desperdiciado tiempo ni energías para salvarte de esos desgraciados si no tuviera un plan —se explicó Entreri.

—¿De qué se trata?

—Te lo diré a su debido tiempo —prometió el asesino—. Ahora te suplico que no me arrebates la Piedra de Cristal y que me permitas descansar.

El humano se echó sobre la arena y cerró los ojos. Era plenamente consciente de que, si Jarlaxle lo atacaba, su única defensa sería la Piedra de Cristal. Pero también sabía que, si la utilizaba, probablemente Crenshinibon hallaría muchas maneras de debilitar su disciplina mental. En ese caso, Entreri abandonaría su misión y dejaría que la reliquia fuese su guía; su guía hacia la destrucción o hacia un destino peor que la muerte.

Cuando Entreri miró a Jarlaxle se sintió algo reconfortado al ver de nuevo en él al drow inteligente y precavido, a alguien que reflexionaba cuidadosamente antes de emprender acciones definitivas que resultaran precipitadas. Después de todo lo que había contado a Jarlaxle sobre Crenshinibon, tratar de recuperar la piedra sería ciertamente definitivo y precipitado. No, estaba seguro de que Jarlaxle no lo atacaría. El jefe mercenario dejaría que los acontecimientos siguieran su curso antes de hacer nada para cambiar una situación que, obviamente, no comprendía.

Con eso en mente, el asesino se quedó dormido. Mientras se iba sumiendo en un sueño cada vez más profundo, notó que la magia del orbe de Jarlaxle se derramaba de nuevo sobre él.

La halfling se sorprendió al darse cuenta de que le temblaban las manos mientras desenrollaba cuidadosamente la nota.

—Caramba, Artemis, no imaginaba que supieras escribir —comentó Dwahvel con una risita al contemplar la hermosa caligrafía que llenaba el pergamino, si bien ella prefería un estilo menos sobrio y más elaborado. «Mi querida Dwahvel», leyó en voz alta e hizo una pausa para decidir cómo debía tomarse ese saludo. ¿Era un encabezamiento formal o un signo de verdadera amistad?

La halfling comprendió entonces lo poco que entendía lo que realmente le pasaba por la cabeza a Artemis Entreri. El asesino siempre había afirmado que su único deseo era ser el mejor entre los mejores, pero, si eso era cierto, ¿por qué no había utilizado el devastador poder de la Piedra de Cristal después de hacerse con ella? Dwahvel sabía que ahora Crenshinibon estaba en manos de Entreri. Sus contactos en Dallabad le habían informado al detalle del derrumbe de las torres de cristal y de la huida de un humano. —Entreri— y un elfo oscuro —que Dwahvel suponía que era Jarlaxle.

Todo apuntaba a que el plan de Entreri había tenido éxito. Dwahvel nunca lo había dudado, pese a la bien merecida reputación de los enemigos del asesino. No necesitaba las declaraciones de testigos oculares para saberlo.

La halfling se acercó a la puerta para asegurarse de que estuviera bien cerrada con llave. Entonces fue a sentarse junto a la mesilla de noche y desplegó encima el pergamino, aguantando los extremos con pisapapeles hechos con enorme joyas. Primero leería la carta y luego la analizaría en una segunda lectura.

Mi querida Dwahvel:

Ha llegado el momento de que nos digamos adiós, y me despido con gran pesar. Echaré de menos nuestras charlas, mi pequeña amiga. He conocido a muy pocas personas en las que pudiera confiar lo suficiente para hablar con sinceridad. Voy a confiarme a ti por última vez, ya no con la esperanza de que puedas aconsejarme, sino solamente para tratar de comprender mejor lo que siento. Pero eso ha sido siempre lo mejor de nuestras charlas, ¿no es cierto?

Mirando atrás, me doy cuenta de que pocas veces me has dado consejos. De hecho, apenas hablabas, sino que te limitabas a escuchar. Yo también me escuchaba y mientras oía cómo explicaba mis pensamientos y mis sentimientos a otra persona, los ponía en orden. ¿Qué era lo que me conducía a diferentes vías de razonamiento: tus expresiones, un simple asentimiento o el modo en que enarcabas una ceja? No lo sé.

No lo sé; ésta parece haberse convertido en la letanía de mi existencia, Dwahvel. Siento como si los cimientos sobre los que baso mis creencias y mis acciones no fueran sólidos, sino tan movibles como las arenas del desierto. Cuando era joven sabía las respuestas a todas las preguntas. Vivía en un mundo de seguridad y certeza. Pero ahora soy más viejo, ahora que he visto pasar cuatro décadas de mi existencia, únicamente sé con seguridad que no puedo estar seguro de nada.

Qué fácil era ser un joven de veinte años, qué fácil era vivir con un propósito basado en…

Supongo que basado en el odio y en la necesidad de convertirme en el mejor de los asesinos. Ése era mi propósito: ser el mejor guerrero del mundo, y que mi nombre quedara grabado en la historia de Faerun. Mucha gente ha creído que lo deseaba únicamente por orgullo, que quería que todos temblaran ante la simple mención de mi nombre, para alimentar mi vanidad.

Supongo que en parte tenían razón. Por mucho que tratemos de negarlo, todos somos vanidosos. Pero, en mi caso, el deseo de crearme una reputación no era tan fuerte como el deseo, o mejor dicho la necesidad, de ser realmente el mejor en mi oficio. Si me alegraba de ser un asesino cada vez más reputado no era por orgullo, sino porque sabía que si el miedo a mi persona penetraba el blindaje emocional de mis adversarios, tendría ventaja sobre ellos.

Una mano temblorosa no sostiene con firmeza una espada.

No temas, aún aspiro a llegar a lo más alto, aunque solamente porque de este modo tengo un propósito en una vida que cada vez me da menos alegrías.

Paradójicamente, me di verdadera cuenta de lo vacío de mi existencia cuando derroté justamente a quien había tratado de hacérmelo ver de tantas maneras distintas. ¡Cómo odio todavía a Drizzt Do’Urden! Él me hizo ver mi vida como una cosa vacía, me hizo ver que vivía en una trampa que no hacía bien a nadie y no me reportaba felicidad. Nunca discrepé de él en esta apreciación, pero creía que no importaba. Su razón de vivir eran sus amigos y la comunidad, mientras que yo vivía para mí mismo. De un modo u otro, se me antoja que la vida no es más que un juego sin sentido, un entretenimiento para los dioses que nos observan, un camino que nos lleva a escalar montañas que nos parecen inmensas y que no son más que insignificantes montículos, y a atravesar valles que se nos antojan muy profundos y en realidad no son nada que valga la pena. Me temo que de lo único que me quejo es de la banalidad de la vida.

O tal vez no fue Drizzt quien me mostró que mis cimientos eran de arena. Tal vez fuiste tú, Dwahvel, quien me dio algo que pocas veces he conocido, y nunca a fondo.

Hablo de amistad. Todavía no estoy seguro de entender ese concepto, pero si alguna vez tratara de definirlo, pensaría en el tiempo que hemos pasado juntos.

Así pues, es posible que ésta sea una carta de disculpa. No habría debido ponerte en contra a Sharlotta Vespers, aunque espero que la hayas torturado hasta la muerte, como te ordené, y que hayas enterrado su cuerpo en un lugar ignoto.

Cuántas veces me preguntaste qué planes tenía, y yo me limité a reír. Pero ahora quiero que sepas, querida Dwahvel, que mi plan consiste en robar un poderoso artilugio mágico antes de que otros interesados se hagan con él. Sé que es un intento desesperado, pero no puedo evitarlo pues el artilugio me llama, me exige que se lo arrebate a su actual poseedor, que no es digno de él.

Será mío, porque soy ciertamente el mejor en mi oficio y me marcharé muy, muy lejos de Calimport, quizá para no regresar jamás.

Adiós, Dwahvel Tiggerwillies. Que la suerte te acompañe en todo lo que hagas. Soy yo quien está en deuda contigo, y no al revés. Me espera un camino largo y lleno de peligros, pero ahora tengo una meta. Si la alcanzo, nada podrá hacerme daño.

¡Adiós!

AE

Dwahvel Tiggerwillies apartó el pergamino y se secó una lágrima, mientras se reía de lo absurdo de todo aquello. Si unos meses antes alguien le hubiera dicho que lamentaría que Artemis Entreri saliera de su vida, se hubiera echado a reír y lo hubiera llamado loco.

Pero ahí estaba esa carta, de carácter tan íntimo como cualquiera de las charlas que ella y Entreri habían compartido. La halfling ya las echaba de menos o quizá lamentaba que no fueran a repetirse en el futuro, al menos no en un futuro inmediato.

A decir de Entreri, él también echaría de menos sus charlas, lo cual tocaba la fibra sensible de Dwahvel. Parecía imposible que se hubiera ganado la amistad de ese asesino, el rey a la sombra de las calles de Calimport y más allá durante más de veinte años. ¿Había conseguido alguien acercarse tanto a Artemis Entreri?

Nadie que siguiera con vida, como bien sabía la halfling.

Dwahvel releyó el final de la carta, la parte en la que Entreri mentía de manera tan descarada acerca de sus intenciones. El asesino se había asegurado de no mencionar nada que indicara a los elfos oscuros que Dwahvel sabía algo de su existencia, del artilugio robado, ni tampoco de su ofrecimiento de la Piedra de Cristal. Ciertamente, al mentir acerca de haberle ordenado que matara a Sharlotta preservaba la seguridad de Dwahvel y, en caso necesario, podría granjearle cierta compasión por parte de la mujer y de sus oscuros patrocinadores.

Al pensar en ello, un escalofrío le recorrió la espalda. ¡No quería en modo alguno depender de la compasión de los elfos oscuros! Pero enseguida comprendió que no sería preciso. Aun en el caso de que el rastro condujera hasta ella y La Ficha de Cobre, mostraría de buen grado la carta a Sharlotta, y ésta apreciaría lo útil que podía llegar a ser la halfling.

Sí, Artemis Entreri se había tomado muchas molestias para disimular la función que había desempeñado Dwahvel en la conspiración, lo cual, más que sus amables palabras, revelaba hasta qué punto era profunda su amistad.

—Vete muy lejos de aquí, amigo, y escóndete donde no puedan encontrarte —susurró.

Dwahvel volvió a enrollar el pergamino y lo guardó en un cajón de su escritorio encantado. El sonido del cajón al cerrarse resonó con fuerza en su corazón.

Echaría mucho de menos a Artemis Entreri.