13

Otra vuelta del reloj de arena

¿Sabes qué debes hacer en cualquier contingencia? —preguntó Entreri a Dwahvel en la improvisada reunión que se desarrollaba en el callejón situado junto a La Ficha de Cobre, una zona protegida de las artes adivinatorias de los hechiceros gracias a los potentes artilugios antiespías de Dwahvel.

—En cualquiera de las contingencias que has mencionado —replicó la halfling con una sonrisita de advertencia.

—Entonces sabes qué hacer en todos los casos. —El asesino respondió a la sonrisa de Dwahvel con otra de total confianza.

—¿Estás seguro de haber previsto todas las posibilidades? Estamos tratando con elfos oscuros, maestros de la manipulación y la intriga, que crean las capas de su propia realidad y de las normas que rigen en esa realidad de múltiples capas.

—Pero aquí son forasteros y no comprenden los matices de Calimport —le aseguró Entreri—. Ellos ven el mundo como una prolongación de Menzoberranzan, una prolongación en temperamento y, lo que es más importante, en su forma de juzgar las reacciones de quienes los rodean. Yo soy un iblith y, por tanto, inferior, por lo que no esperarán el giro que está a punto de dar su versión de la realidad.

—¿Ha llegado la hora? —inquirió Dwahvel, aún dubitativa—. ¿O acaso estás precipitando el momento crítico?

—La paciencia nunca ha sido una de mis virtudes —admitió Entreri, y su pícara sonrisa no se esfumó sino que se intensificó.

—Así pues, has previsto cualquier contingencia y, por tanto, todas las capas de la realidad que quieres crear. Cuidado, mi competente amigo, no sea que te pierdas en la mezcla de tus realidades.

Entreri estuvo a punto de enfurruñarse pero reprimió los pensamientos negativos al comprender que Dwahvel le ofrecía un consejo muy sensato. Ciertamente estaba jugando a algo muy arriesgado con los enemigos más peligrosos que había conocido en toda su vida. Incluso en el mejor de los casos, Artemis Entreri era consciente de que su éxito, y por consiguiente su vida, dependerían de los movimientos de una fracción de segundo y que bastaba un poco de mala suerte para que todo acabara en desastre. Su acción no era el golpe de precisión de un asesino profesional, sino el ataque desesperado de un hombre entre la espada y la pared.

Sin embargo, al mirar a su amiga halfling, Entreri notó cómo crecían su confianza y su resolución. Sabía que Dwahvel no le fallaría y que le ayudaría a crear el engaño.

—Si triunfas, no volveré a verte —comentó la halfling—. Y si fracasas, es muy posible que no halle los restos de tu cuerpo desgarrado y hecho pedazos.

Entreri interpretó esas crudas palabras como la expresión de un afecto que sabía genuino. Así pues, esbozó una sonrisa amplia y sincera, algo insólito en el asesino.

—Me volverás a ver —aseguró a Dwahvel—. Los drows se cansarán de Calimport y regresarán a sus oscuros agujeros, adonde realmente pertenecen. Es posible que pasen meses o incluso años, pero al final se marcharán. Es su naturaleza. Rai’gy y Kimmuriel comprenden que expandir sus negocios en la superficie no les reportará ningún beneficio a largo plazo a ellos ni a Bregan D’aerthe. Si fuesen descubiertos, se desencadenaría una guerra total contra ellos. Ésta es la principal razón de que estén encolerizados con Jarlaxle. Los drows se marcharán, pero tú te quedarás y yo regresaré.

—Suponiendo que los drows no te maten, tu vida seguirá corriendo el mismo peligro. ¿Acaso Artemis Entreri concibe otro tipo de vida? —preguntó Dwahvel con un resoplido que acabó en sonrisa burlona—. Yo diría que no. De hecho, con tu nueva espada y el guantelete defensivo es probable que te dediques a asesinar a destacados magos. Y, por supuesto, al final uno de esos magos descubrirá la verdad de tus nuevos juguetes y sus limitaciones, y te convertirá en un cadáver humeante. —La halfling se rió entre dientes mientras sacudía la cabeza—. Vamos, ve a por Khelben Vangerdahast o Elminster. Al menos tendrás una muerte rápida e indolora.

—Ya te he dicho que la paciencia no es una de mis virtudes.

Para su sorpresa y la de la halfling, Dwahvel corrió hacia el hombre, se abalanzó sobre él y le dio un gran abrazo. Inmediatamente se soltó y retrocedió, tratando de serenarse.

—Eso es para que te dé suerte —se explicó la halfling—. Huelga decir que prefiero que ganes tú que los elfos oscuros.

—Pero sólo porque son elfos oscuros —dijo Entreri, intentando conservar un tono desenfadado.

El asesino sabía lo que le aguardaba. Sería una prueba brutal de sus habilidades —de todas ellas— y de coraje. Se estaba moviendo en el filo del desastre. Nuevamente se recordó que podía contar con Dwahvel Tiggerwillies, la halfling más competente que conocía. Entreri la miró fijamente y comprendió que Dwahvel iba a seguirle el juego de su último comentario, que no iba a darle la satisfacción de mostrarse en desacuerdo y admitir que lo consideraba un amigo.

Artemis Entreri se hubiera sentido decepcionado si Dwahvel hubiera actuado de otro modo.

—Procura no enredarte en las mentiras que tú mismo has urdido —dijo la halfling cuando Entreri empezó a alejarse, confundiéndose con las sombras.

Entreri se tomó esas palabras a pecho. La combinación de posibles sucesos era asombrosa. Tal vez únicamente su capacidad de improvisación lo salvara en esa crítica situación, y Entreri había sobrevivido toda su vida al borde del abismo. Se había visto obligado a recurrir a su ingenio y a su capacidad de improvisación docenas, casi cientos de veces y, de algún modo, se las había arreglado para seguir con vida. Mentalmente había trazado planes de emergencia en previsión de cualquier eventualidad. Confiaba en sí mismo y en aquellos que había colocado a su alrededor en posiciones estratégicas, pero ni por un momento olvidaba que, si se presentaba una circunstancia que no hubiera previsto, si la situación daba un giro adverso y él no era capaz de contrarrestarlo, moriría.

Y, conociendo a Rai’gy, sabía que tendría una muerte horrible.

Como la mayoría de las avenidas de Calimport, la calle era un hervidero de personas, y, de entre ellas, la más notable era la que menos se hacía notar. Artemis Entreri, disfrazado de mendigo, se ocultaba en las sombras tratando de moverse sin levantar sospechas y fundiéndose contra el telón de fondo de la animada calle.

Sus movimientos tenían un propósito: no perder de ojo a su presa.

A Sharlotta Vespers no le interesaba mantener el anonimato mientras caminaba por la vía pública. Era una de las figuras representativas de la casa Basadoni y se adentraba en la zona de influencia del peligroso bajá Da’Daclan. Muchos ojos la miraban con recelo e incluso odio con más detenimiento de lo normal, pero nadie se atrevió a atacarla. Siguiendo órdenes de Rai’gy, Sharlotta había solicitado una reunión con Da’Daclan, y había sido aceptada, dándole protección. Así pues, la mujer avanzaba haciendo gala de una confianza tan absoluta que bordeaba la bravuconería.

Sharlotta no parecía advertir que uno de los que la vigilaban desde las sombras no obedecía órdenes del bajá Da’Daclan.

Entreri conocía muy bien esa zona, pues en el pasado había trabajado en varias ocasiones para los Raker. El comportamiento de Sharlotta le dijo claramente que se dirigía a una negociación formal. Tras barajar varios puntos de reunión posibles, Entreri dedujo con exactitud dónde tendría lugar la cita. Pero lo que no sabía era lo importante que iba a ser esa reunión para Kimmuriel y Rai’gy.

—¿Observas cada paso de Sharlotta con tus extraños poderes mentales, Kimmuriel? —preguntó el asesino en voz baja.

Repasaba los planes de emergencia que debía mantener en espera por si acaso. No creía que los dos drows, ocupados como estaban en urdir su propia trama, estuvieran controlando cada movimiento de Sharlotta, aunque no había que descartarlo. Si ése era el caso, muy pronto lo averiguaría. Al menos, estaría preparado y podría modificar sus planes sobre la marcha.

Entreri avanzó rápidamente y dejó atrás a la mujer por callejones laterales, trepó a un tejado y fue saltando de uno al otro.

A los pocos minutos llegó a la casa que lindaba con el callejón, que el asesino creía que Sharlotta tomaría. Sus sospechas se confirmaron, ya que en el tejado de la casa, desde el que se dominaba todo el callejón, se había apostado un centinela.

Silencioso como la misma muerte, Entreri se colocó detrás del centinela. El hombre estaba absorto vigilando el callejón y no reparó en su presencia. Con un infinito cuidado, pues sabía que habría otros guardianes, Entreri recorrió lentamente la zona con la mirada hasta localizar a dos centinelas más apostados sobre sendos tejados al otro lado del callejón y otro en su mismo lado, en el tejado del edificio situado inmediatamente detrás del que él se encontraba.

El asesino observó a esos tres centinelas más atentamente que al hombre que tenía delante, midiendo todos sus movimientos, incluso hasta el menor giro de su cabeza. Sobre todo, trataba de calcular en qué centraban su atención. Finalmente, cuando se convenció de que no estaban alerta, el asesino atacó y arrastró velozmente a su víctima detrás de una buhardilla.

Un momento después, los cuatro centinelas del bajá Da’Daclan parecían estar en sus puestos, todos ellos concentrados en vigilar el callejón por el que apareció Sharlotta Vespers seguida de un par de guardias del bajá.

Empezó a rodarle la cabeza; cinco enemigos y una supuesta camarada que parecía más enemiga que los otros. El asesino no se hacía ilusiones de que los cinco soldados estuvieran solos. Probablemente, una parte significativa de las personas que deambulaban por la avenida principal eran asimismo marionetas de Da’Daclan.

Aun así, Entreri siguió adelante, rodó por el borde del tejado del edificio de dos pisos agarrándose con una mano y, después de estirarse al máximo, se dejó caer ágilmente al lado de la sorprendida Sharlotta.

—Es una trampa —susurró ásperamente a la mujer y, a continuación, se volvió hacia los dos soldados que la seguían y alzó una mano para detenerlos—. Kimmuriel ha abierto una puerta dimensional en el tejado para que podamos escapar.

La expresión de Sharlotta pasó de la sorpresa a la cólera y a la calma tan rápidamente, de una manera tan perfectamente estudiada, que solamente Entreri lo notó. El asesino sabía que había conseguido confundirla, que su mención de Kimmuriel había dado credibilidad a su extravagante afirmación de que se trataba de una trampa.

—Me la llevo —anunció Entreri a los guardias.

Un poco más adelante y al otro lado del callejón unos ruidos le indicaron que dos de los otros tres centinelas, entre ellos el apostado en el mismo lado de la calle que Entreri, se acercaban para ver qué pasaba.

—¿Quién eres tú? —preguntó con suspicacia uno de los soldados que escoltaban a Sharlotta, al mismo tiempo que se llevaba una mano bajo su ordinaria capa de viaje para empuñar una espada delicadamente forjada.

—Ve —susurró el asesino a Sharlotta.

En vista de que la mujer dudaba, Entreri la incitó inequívocamente a que se retirara. El asesino se apartó la capa, revelándose en todo su esplendor con la daga enjoyada y la Garra de Charon. Inmediatamente saltó hacia adelante, blandiendo la espada y lanzando la daga al segundo soldado.

En respuesta, los soldados desenvainaron sus espadas. Uno interceptó el arco que trazaba la Garra de Charon, pero para ello tuvo que retroceder, que era justamente lo que deseaba Entreri. Pero el segundo soldado no tuvo tanta fortuna. Al adelantar la espada para parar el golpe, Entreri giró la muñeca de manera casi imperceptible y pasó la daga por encima del acero para después hundirla en el abdomen del soldado.

Otros se le acercaban, por lo que el asesino no tuvo tiempo de matar a su rival aunque sí mantuvo la daga clavada en su cuerpo el tiempo suficiente para que el arma le arrebatara energía vital, produciendo al soldado el mayor horror que jamás hubiera conocido. Pese a que sus heridas no eran graves, el esbirro de Da’Daclan cayó al suelo, agarrándose con fuerza el vientre y aullando de terror.

El asesino se apartó y se alejó un poco del muro que Sharlotta Vespers estaba escalando para llegar al tejado.

Uno de los soldados a los que la Garra de Charon había obligado a retroceder atacó a Entreri por la izquierda, mientras otro hacía lo propio por la derecha, y otros dos cruzaban a todo correr el callejón hacia el asesino. Entreri hizo una finta hacia la derecha y luego se volvió rápidamente hacia la izquierda. Mientras los cuatro soldados empezaban a compensar el cambio, que no era del todo inesperado, el asesino giró veloz hacia la derecha y embistió con fuerza justo cuando el soldado situado a su diestra aceleraba para perseguirlo.

El soldado tuvo que aguantar un chaparrón de tajos y puñaladas. El hombre manejaba con destreza sus propias armas —una espada y un puñal— y era obvio que no era un novato en batalla, aunque tampoco lo era Artemis Entreri. Cada vez que el soldado trataba de parar un golpe, Entreri modificaba el ángulo del ataque. La furia que sentía llenó el aire de un repiqueteo metálico, pero al fin la daga superó las defensas del soldado y le abrió un profundo tajo en el brazo derecho. Tras inutilizarle el brazo, Entreri giró rápidamente sobre sí mismo para bloquear con la Garra de Charon una estocada por detrás y, completando el movimiento, le atravesó el pecho al soldado herido.

En esa misma maniobra la diabólica espada de Entreri creó una cortina de ceniza negra. La línea, horizontal, no obstruía la visión de sus adversarios, aunque su presencia los hizo vacilar unos segundos que Entreri aprovechó para acabar con el soldado de su derecha. A continuación, el asesino descargó un aluvión de golpes, blandiendo la espada y levantando un muro infranqueable.

Los tres soldados restantes se reunieron detrás de ese muro, confusos, tratando de coordinar mínimamente sus movimientos. Cuando al fin se armaron del valor suficiente para atacar atravesando la cortina de ceniza, descubrieron que el asesino había desaparecido.

Entreri, que los observaba desde el tejado, sacudió la cabeza ante tanta ineptitud, admirado al mismo tiempo por la Garra de Charon, un arma que le gustaba más y más con cada batalla.

—¿Dónde está? —le preguntó Sharlotta en voz alta.

Entreri la miró burlón.

—La puerta mágica. ¿Dónde está? —insistió la mujer.

—Tal vez Da’Daclan ha interferido —replicó Entreri, tratando de disimular la satisfacción que le producía el comprobar que Rai’gy y Kimmuriel no seguían de cerca todos los movimientos de Sharlotta—. O tal vez se han desentendido de nosotros —añadió, con la intención de sembrar una semilla de duda en la visión que Sharlotta Vespers tenía del mundo y de sus aliados drows.

Pero Sharlotta se limitó a fruncir el entrecejo ante esa inquietante posibilidad.

Un ruido a sus espaldas les indicó que los soldados del callejón no habían tirado la toalla y les recordó que se hallaban en territorio hostil. Entreri pasó corriendo junto a Sharlotta y le hizo señas para que lo siguiera, tras lo cual fue saltando de un tejado a otro, por encima de los callejones, hasta que descendió al final de una calleja y se introdujo en las cloacas. No era lo más prudente, siendo tan reciente la muerte de Domo, por lo que procuró pasar el menor tiempo posible bajo tierra. El asesino salió a la superficie en territorio más amistoso, cerca de la casa Basadoni.

Aún en cabeza, Entreri avanzó a paso ligero hasta llegar al callejón situado junto a La Ficha de Cobre, donde se detuvo bruscamente.

Sharlotta, que parecía más enfadada que agradecida y que, obviamente, dudaba que su huida del territorio de Da’Daclan hubiese sido necesaria, siguió caminando sin molestarse en mirar a Entreri.

—Creo que no —afirmó el asesino, desenvainando la espada y amenazando con ella el cuello de la mujer.

Sharlotta lo miró de soslayo, y él le hizo señas para que avanzara por el callejón hacia el establecimiento de Dwahvel.

—¿Qué pasa? —inquirió Sharlotta.

—Te estoy dando una oportunidad de seguir con vida.

En vista de que la mujer no se movía, la agarró del brazo y, con una fuerza aterradora, la obligó a colocarse delante de él. A continuación la incitó a avanzar con la punta de la espada.

Tras atravesar una entrada secreta, entraron en una habitación de dimensiones diminutas. El único mobiliario consistía en una silla, en la que Entreri obligó rudamente a Sharlotta a sentarse.

—¿Es que has perdido el poco sentido común que tenías? —lo increpó la mujer.

—¿Y eso me lo dice alguien que pacta en secreto con elfos oscuros?

Sharlotta se repuso casi al instante de su sorpresa, pero la mirada que le dirigió confirmó a Entreri que sus sospechas estaban bien fundadas.

—Ambos pactamos con quien nos conviene —se defendió la mujer, indignada.

—Pero tú te traes entre manos un doble juego. Hay una diferencia, incluso con elfos oscuros.

—No dices más que estupideces —le espetó Sharlotta.

—Es posible, pero no es mi vida la que corre peligro ahora —le recordó el asesino, que se acercó mucho a la mujer con su enjoyada daga en la mano y una expresión en el rostro que convenció a Sharlotta de que no bromeaba. La mujer conocía perfectamente que esa horrible arma tenía el poder de absorber la energía vital—. ¿Dónde ibas a reunirte con el bajá Da’Daclan? —le preguntó Entreri directamente.

—El cambio en Dallabad ha levantado sospechas —contestó Sharlotta. Era una respuesta honesta y evidente, aunque obviamente incompleta.

—Al parecer, a Jarlaxle no le preocupan tales sospechas —dijo Entreri.

—Algunas podrían dar lugar a problemas muy serios —prosiguió Sharlotta. Entreri sabía que la mujer estaba improvisando—. Tenía que reunirme con el bajá Da’Daclan para asegurarle que la situación en las calles, y en todas partes, pronto regresaría a la normalidad.

—¿Para asegurarle que la casa Basadoni da por acabada su expansión? Creo que mientes, y que eso despertará una cólera aún mayor cuando Jarlaxle realice su próxima conquista.

—¿De qué conquista me hablas?

—No me dirás que crees que nuestro jefe ya ha cumplido todas sus ambiciones.

—Por lo que sé, la casa Basadoni pronto empezará a replegarse sobre sí misma, al menos eso parece —dijo Sharlotta tras reflexionar largo rato—. Siempre y cuando no haya ninguna otra influencia externa.

—Como los espías en Dallabad.

Sharlotta asintió con lo que a Entreri se le antojó un entusiasmo excesivo.

—Así pues, por fin Jarlaxle ha satisfecho sus ansias de poder y podemos volver a una rutina más tranquila y segura —comentó el asesino.

Sharlotta no contestó.

Los labios de Entreri esbozaron una sonrisa. Desde luego, sabía que Sharlotta le había mentido descaradamente. En el pasado habría creído a Jarlaxle muy capaz de jugar a enfrentar a sus subordinados, empujando a Entreri en una dirección y a Sharlotta en la contraria. Pero desde que el jefe mercenario se hallaba en las garras de la Piedra de Cristal, y teniendo en cuenta la información que le había proporcionado Dwahvel, sabía la verdad. Y era una verdad muy distinta a la mentira que trataba de venderle Sharlotta.

Al acudir a la reunión con Da’Daclan y afirmar que cumplía órdenes de Jarlaxle, confirmaba a Entreri que los organizadores de la reunión habían sido Rai’gy y Kimmuriel, y que el tiempo se le acababa.

El hombre retrocedió e hizo una pausa para asimilar toda esa información, tratando de desentrañar cuándo y dónde estallarían las luchas internas. Asimismo se daba cuenta de que Sharlotta no le quitaba ojo de encima.

La mujer se movió con la gracia y la rapidez de un gato salvaje; se dejó caer de la silla al suelo sobre una rodilla, mientras desenvainaba una daga y la lanzaba al corazón de Entreri, tras lo cual corrió como una exhalación hacia la otra puerta de la habitación, que en nada llamaba la atención.

Entreri interceptó la daga al vuelo, la giró en su mano y la lanzó hacia esa puerta, en la que fue a clavarse con un ruido sordo. El puñal vibró ante los asombrados ojos de Sharlotta. El asesino la agarró con rudeza, la obligó a darse la vuelta y le propinó un puñetazo en la cara.

Sharlotta desenvainó otra daga, o al menos lo intentó, pero Entreri le inmovilizó la muñeca cuando sacaba el arma de la vaina oculta, la hizo girar rápidamente bajo el brazo y tiró con tal violencia, que Sharlotta se quedó sin fuerza en la mano y la daga cayó al suelo. Entreri tiró de nuevo y luego la soltó. De un salto se colocó frente a la mujer, a la que propinó dos bofetones, mientras la agarraba con fuerza por los hombros. Entonces, la obligó a retroceder rápidamente hacia la silla y la sentó en ella de golpe.

—No tienes ni idea de con quién estás jugando —le gruñó el asesino a la cara—. Te utilizarán para su provecho y luego se desharán de ti. A sus ojos, tú eres una iblith, un término que significa no drow y también basura. Esos dos, Rai’gy y Kimmuriel, son los mayores racistas entre los lugartenientes de Jarlaxle. Con ellos no sacarás nada bueno, estúpida; sólo una muerte horrible.

—¿Y qué pasa con Jarlaxle? —gritó ella.

Era justo la explosión instintiva y emocional que el asesino esperaba obtener. Sharlotta acababa de admitir que se había conjurado con los dos aspirantes al trono de Bregan D’aerthe. Entreri se apartó un poco de la alterada mujer.

—Te brindo una oportunidad. No porque te tenga ninguna simpatía, sino porque tienes algo que necesito.

Sharlotta se alisó la blusa y la túnica, tratando de recuperar la dignidad.

—Quiero saberlo todo sobre el golpe que se prepara: cuándo, dónde y cómo. Te aconsejo que no trates de engañarme, pues sé más de lo crees.

Sharlotta le dirigió una sonrisa de duda.

—Tú no sabes nada —replicó—. Si lo supieras, te darías cuenta de que has hecho el idiota.

No había acabado todavía de pronunciar esas palabras cuando Entreri ya se había situado detrás de ella, la cogía brutalmente por el pelo con una mano, le tiraba bruscamente la cabeza hacia atrás y, con la otra mano, le colocaba la punta de su daga en el cuello desnudo.

—La última oportunidad —le dijo fríamente—. Y recuerda que no te soporto, querida Sharlotta.

La mujer tragó saliva, con los ojos prendidos en la mortífera mirada de Entreri. La reputación del asesino respaldaba su amenaza, por lo que Sharlotta, que no tenía nada que perder y ninguna razón para ser leal a los elfos oscuros, vomitó todo lo que sabía del plan, incluyendo cómo Rai’gy y Kimmuriel pensaban anular la Piedra de Cristal —con una especie de magia mental transformada en linterna.

Desde luego, nada de lo que dijo Sharlotta fue una sorpresa para Entreri, aunque oírlo de viva voz le causó una cierta conmoción, pues le recordaba lo precario de su situación. El asesino musitó para sí la letanía de que debía crear su propia realidad entre las hebras de la compleja red, y se recordó varias veces que era tan experto en los juegos de intriga como sus dos rivales.

Entreri se alejó de Sharlotta, fue hasta la puerta interior, sacó la daga y golpeó tres veces. Inmediatamente la puerta se abrió y una atónita Dwahvel Tiggerwillies irrumpió en la habitación.

—¿Qué haces aquí? —empezó a preguntar a Entreri, pero se interrumpió al ver a la alterada Sharlotta. Se volvió hacia Entreri con una expresión de sorpresa y furia—. Pero ¿qué has hecho? ¡No quiero tener nada que ver con las rencillas internas de la casa Basadoni!

—Tú harás lo que yo diga —replicó fríamente el asesino—. Quiero que cuides de Sharlotta y no permitas que se marche hasta que yo regrese para liberarla.

—¿Eh? Pero ¿en qué locura me metes, insensato? —Dwahvel miraba alternativamente a Entreri y Sharlotta con expresión de duda.

—Un insulto más, y te arranco la lengua —dijo Entreri en tono gélido, interpretando a la perfección su papel—. Harás lo que he dicho, ni más ni menos. Cuando todo esto acabe, la misma Sharlotta te dará las gracias por haberla mantenido en un lugar seguro mientras todos los demás corríamos peligro.

Mientras Entreri hablaba, Dwahvel clavó una dura mirada en Sharlotta, comunicándose con ella en silencio. La humana asintió con la cabeza de modo casi imperceptible.

—Vete —ordenó Dwahvel al asesino.

Entreri miró la puerta que daba al callejón, tan perfectamente disimulada que apenas se percibía su contorno en la pared.

—No, por ahí no. Sólo se abre hacia adentro —declaró Dwahvel en tono desabrido, al tiempo que señalaba hacia la puerta convencional—. Por ahí. —La halfling se acercó al asesino y lo empujó fuera del cuarto, tras lo cual se volvió para cerrar la puerta con llave.

—¿Tan lejos han llegado ya las cosas? —preguntó a Entreri en el pasillo.

El asesino asintió con gravedad.

—¿Y estás decidido a seguir adelante con tu plan? ¿A pesar de este súbito giro?

La sonrisa de Entreri recordó a Dwahvel que nada de lo que hubiera ocurrido o pudiera ocurrir lo cogía por sorpresa.

—Ya veo, improvisación lógica —comentó la halfling.

—Ya sabes cuál es tu papel.

—Me parece que lo he interpretado bastante bien —replicó Dwahvel con una sonrisa.

—Demasiado bien. No bromeaba cuando dije que te arrancaría la lengua.

Con estas palabras, abrió otra puerta que daba al callejón y salió por ella, dejando a Dwahvel temblando. Pero, al cabo de un momento, la halfling ya se reía entre dientes. Dudaba que Entreri le arrancara la lengua por muchos insultos que le dirigiera.

Lo dudaba, pero no estaba segura. Nadie podía estarlo con Entreri.

Antes del amanecer el asesino ya había abandonado la ciudad y galopaba velozmente hacia el oasis Dallabad sobre un caballo que había tomado prestado sin el permiso de su dueño. Conocía bien el camino, que solía estar infestado de bandoleros y mendigos. Saberlo no lo detuvo, aunque redujo ligeramente la marcha. Cuando el sol apareció sobre su hombro izquierdo, volvió a poner al caballo al galope, pues debía llegar a Dallabad a tiempo.

Entreri había dicho a Dwahvel que Jarlaxle había regresado a la torre cristalina, hacia donde ahora él se dirigía a galope tendido. Entreri sabía que la halfling cumpliría su parte del plan. Y una vez que soltara a Sharlotta…

El asesino bajó la cabeza y siguió galopando sin descanso a medida que el día despertaba a su alrededor. Todavía estaba a varios kilómetros de distancia pero ya distinguía el reflejo de la cima de la torre… de las torres, pues no veía un pilar sino dos pilares que se alzaban en la distancia hacia la luz de la mañana.

Desde luego, no sabía qué significaba, y tampoco le importaba. A decir de muchas fuentes —informantes independientes de Rai’gy y Kimmuriel, y fuera del alcance de los numerosos esbirros de ambos drows—. Jarlaxle se encontraba en Dallabad.

Poco después empezó a sentir que era observado mágicamente, lo que hizo que el desesperado asesino se inclinara más sobre la montura robada y la azuzara para ir todavía más rápido, decidido a cumplir el brutal horario que se había impuesto a sí mismo.

—Va a toda prisa a reunirse con Jarlaxle, y no sabemos dónde se habrá metido Sharlotta Vespers —dijo Kimmuriel a Rai’gy.

Los dos drows, junto con Berg’inyon Baenre, observaban el frenético galope del asesino.

—Es posible que Sharlotta esté con el bajá Da’Daclan. No podemos estar seguros —replicó Rai’gy.

—Pues deberíamos averiguarlo —dijo un Kimmuriel obviamente frustrado y nervioso.

—Tranquilo, amigo mío. Artemis Entreri no representa ninguna amenaza para nosotros; a lo sumo es una molestia. Es mejor que todas las alimañas estén juntas.

—De este modo lograremos una victoria más rápida y completa —coincidió Berg’inyon.

Kimmuriel pensó en ello mientras levantaba una pequeña linterna de forma cuadrada, con tres de sus lados tapados y sólo uno abierto. Yharaskrik se la había entregado, asegurándole que cuando Kimmuriel la encendiera proyectando su resplandor sobre Crenshinibon, los poderes de la Piedra de Cristal quedarían anulados, aunque sólo temporalmente. Ni Yharaskrik, tan seguro de sí mismo, se hacía ilusiones de que nada pudiera contener el poder de la reliquia por mucho tiempo.

Pero sería suficiente, incluso si Artemis Entreri se ponía del lado de Jarlaxle. Una vez que Crenshinibon quedara anulada, la caída de Jarlaxle sería rápida y completa, y con él caerían todos los que lo apoyaban, incluyendo a Entreri.

Sería un día, o mejor dicho una noche, muy dulce. Rai’gy y Kimmuriel planeaban atacar de noche, cuando la Piedra de Cristal era más débil.

—Entreri es un loco, pero creo que actúa movido por temores sinceros —dijo Dwahvel Tiggerwillies a Sharlotta—. Trata de entenderlo.

La prisionera miró a la halfling con expresión de incredulidad.

—Ya se ha marchado, y lo mismo deberías hacer tú —añadió Dwahvel.

—Creí que era tu prisionera.

—¿Para siempre? —La halfling se rió entre dientes—. Artemis Entreri tiene miedo, y tú también deberías tenerlo. Admito que sé muy poco de los elfos oscuros, pero…

—¿Elfos oscuros? —repitió la humana con fingida sorpresa e ignorancia—. ¿Quién ha hablado de elfos oscuros?

Dwahvel volvió a reír.

—Corren rumores sobre Dallabad y la cofradía Basadoni. En las calles se sabe quién mueve los hilos en la cofradía.

Sharlotta farfulló algo acerca de Entreri, pero Dwahvel la atajó.

—Entreri no me ha dicho nada. ¿Crees que tengo que hacer tratos con alguien tan poderoso como Entreri para obtener una información corriente? Puedo ser muchas cosas, pero no estúpida.

Sharlotta se recostó en la silla y miró a la halfling con dureza.

—Estás convencida de que sabes más de lo que realmente sabes. Y eso es un error muy grave.

—Lo único que sé es que no quiero tener nada que ver ni con la cofradía Basadoni ni con el oasis Dallabad. Prefiero quedarme al margen de la disputa entre Sharlotta Vespers y Artemis Entreri.

—Yo diría que estás metida hasta el cuello —replicó la mujer, entrecerrando sus chispeantes ojos oscuros.

Pero la halfling sacudió la cabeza.

—Me he limitado a hacer lo que debía; nada más.

—Así pues, ¿soy libre para marcharme?

Dwahvel asintió y se apartó para dejarle el camino libre hacia la puerta abierta.

—He vuelto tan pronto como he estado segura de que Entreri se hallaba lejos. Perdóname, Sharlotta, pero no quiero convertirte en mi aliada si con eso me gano la enemistad de Entreri.

Sharlotta continuaba con la vista fija en la asombrosa halfling, aunque no podía rebatir la lógica de esas palabras.

—¿Adónde ha ido? —preguntó.

—Mis fuentes aseguran que ha abandonado Calimport. Tal vez se dirige a Dallabad, o más allá. Quizá pretende huir de Calimshan. Si yo fuera Artemis Entreri, eso es lo que haría.

Sharlotta guardó silencio, aunque interiormente no podía estar más de acuerdo con la halfling. Todavía estaba confusa por los últimos acontecimientos, pero se daba cuenta de que el supuesto «rescate» de Entreri no había sido más que una añagaza para secuestrarla y sacarle información. Mucho se temía que había hablado demasiado, más de lo que debía y de lo que Rai’gy y Kimmuriel encontrarían aceptable.

La mujer salió de La Ficha de Cobre tratando de poner en orden sus pensamientos. Sabía que los elfos oscuros no tardarían en dar con ella. Solamente podía hacer una cosa: correr hacia la casa Basadoni para comunicar a Rai’gy y Kimmuriel la traición de Entreri.

Entreri contempló el sol, ya bastante bajo en el horizonte oriental, e inspiró hondo. El tiempo había pasado. Dwahvel ya habría liberado a Sharlotta, como habían planeado y, sin duda, ésta habría ido corriendo a buscar a Rai’gy y a Kimmuriel, poniendo así en marcha acontecimientos que serían trascendentales.

Suponiendo que los dos elfos oscuros siguieran en Calimport.

Suponiendo que Sharlotta no se hubiera olido la estratagema del secuestro y no hubiera huido.

Suponiendo que los drows no hubieran descubierto a Sharlotta cuando aún estaba en La Ficha de Cobre y hubieran arrasado el local, en cuyo caso Dallabad y la Piedra de Cristal ya podrían estar en las peligrosas manos de Rai’gy.

Suponiendo que, al enterarse de que su plan había sido descubierto, Rai’gy y Kimmuriel no hubieran decidido regresar a Menzoberranzan.

Suponiendo que Jarlaxle aún estuviera en Dallabad.

Esto último era lo que más inquietaba al asesino. El impredecible Jarlaxle era acaso el elemento más volátil de una larga lista de imponderables. Si Jarlaxle ya no estaba en Dallabad, ¿cómo afectaría eso a su plan? ¿Acaso Kimmuriel y Rai’gy lo cogerían desprevenido y lo matarían fácilmente?

El asesino desechó todas sus dudas. No estaba acostumbrado a dudar de sí mismo ni de poner en tela de juicio su capacidad. Tal vez ésa era la razón por la que odiaba tanto a los elfos oscuros, porque en Menzoberranzan el siempre competente Artemis Entreri se había sentido muy poca cosa.

Entonces se recordó que la realidad es lo que uno decide que sea real. Él era quien movía los hilos de la intriga y el engaño, por lo que era él —y no Rai’gy y Kimmuriel, y tampoco Sharlotta, ni siquiera Jarlaxle y la Piedra de Cristal— quien estaba al mando.

Nuevamente miró hacia el sol y echó un breve vistazo a un lado, hacia las imponentes torres gemelas de cristal que se alzaban entre las palmeras de Dallabad, recordándole que, en esa ocasión, él y sólo él había dado la vuelta al reloj de arena.

Tras recordarse una vez más que esa arena estaba cayendo y que se le acababa el tiempo, espoleó al caballo y se lanzó al galope en dirección al oasis.