Algo gordo se cuece
¿Era esto lo que deseabas desde el principio?, preguntó Kimmuriel a Yharaskrik sin andarse por las ramas.
El illita se hizo el sorprendido. Yharaskrik había estado explicando al drow cómo defenderse de las intrusiones mentales de la Piedra de Cristal. El illita había querido desde el principio que se llegara a la situación presente.
¿De quién será: tuya o de Rai’gy?, preguntó a su vez telepáticamente Yharaskrik.
De Rai’gy, contestó el drow. Él y Crenshinibon se complementarán a la perfección. La propia Crenshinibon se lo ha comunicado.
Eso es lo que ambos creéis. Pero también parece lógico suponer que Crenshinibon te considera a ti una amenaza; y puede que te esté empujando para destruirte a ti y a tus compañeros.
No descarto tal posibilidad, replicó Kimmuriel sin mostrarse alterado. Ésta es la razón por la que he acudido a ti.
El illita guardó un largo silencio mientras asimilaba la información.
La Piedra de Cristal es un artilugio muy poderoso, dijo al fin. Pedirme que…
No sería más que algo provisional, lo interrumpió el drow. No deseo que tengas que enfrentarte a Crenshinibon ; sé que no tendrías ninguna posibilidad contra ella. Kimmuriel transmitió estos pensamientos sin temor a ofender al desollador mental. El drow sabía que los illitas eran una raza absolutamente lógica y, por tanto, capaces de controlar su ego. Desde luego, estaban convencidos de su superioridad respecto a otras razas —por descontado a los humanos e incluso a los drows—, pero junto a esa seguridad mantenían un elemento de razón que les impedía ofenderse por afirmaciones objetivas. Yharaskrik era consciente de que Crenshinibon era capaz de destruir a cualquier criatura, salvo quizás a un dios.
Tal vez haya una forma, replicó el illita, y la sonrisa de Kimmuriel se ensanchó. La influencia de una Torre de Voluntad Férrea podría rodear a Crenshinibon , y vencer sus intrusiones mentales y su control sobre cualquier torre que haya alzado cerca del campo de batalla. Temporalmente, añadió la criatura enfáticamente. Se necesitaría un ejército de illitas para debilitar de manera permanente los poderes de Crenshinibon.
—Un poco de tiempo bastará para provocar la caída de Jarlaxle. No pido más —dijo Kimmuriel en voz alta. El drow se despidió con una inclinación de cabeza. Mientras atravesaba la puerta dimensional que lo llevaría de vuelta a los aposentos que compartía con Rai’gy en Calimport, estas últimas palabras resonaban en su mente.
¡La caída de Jarlaxle! Kimmuriel no acababa de creerse que formara parte de una conspiración contra Jarlaxle. ¿Acaso el jefe mercenario no le había ofrecido protección frente a su propia madre matrona y sus crueles hermanas, y después lo había salvado cuando la matrona Baenre declaró que la casa Oblodra debía ser completamente exterminada? Y aparte de su lealtad hacia Jarlaxle, quedaba el problema práctico de cómo decapitar a Bregan D’aerthe. Precisamente Jarlaxle había propiciado la ascensión de la banda mercenaria, la había convertido en lo que era en la actualidad hacía más de un siglo, y ningún otro miembro de la banda —ni siquiera el tan seguro de sí mismo Rai’gy— ponía en duda la importancia política de Jarlaxle para la supervivencia de Bregan D’aerthe.
Estas ideas llenaban la mente de Kimmuriel mientras se disponía a reunirse con Rai’gy. El mago estaba ensimismado planeando la caída de Jarlaxle.
—¿Tu nuevo amigo puede ayudarnos? —preguntó el impaciente sacerdote hechicero apenas vio a Kimmuriel.
—Es muy posible.
—Si logramos neutralizar la Piedra de Cristal, el ataque será un éxito —declaró Rai’gy.
—No subestimes a Jarlaxle. Ahora posee la Piedra de Cristal, así que lo primero es eliminar la poderosa reliquia, pero incluso sin ella Jarlaxle ha pasado muchos años consolidando su control sobre Bregan D’aerthe. Si no fuera por la negativa influencia de Crenshinibon, jamás se me habría ocurrido ir contra él.
—Pero justamente eso es lo que ha debilitado su posición. Incluso los soldados rasos tienen miedo del rumbo que han tomado sus acciones.
—También he oído a algunos hablar en términos admirativos de nuestro aumento de poder —arguyó Kimmuriel—. Algunos están convencidos de que Bregan D’aerthe dominará el mundo de la superficie, y que con Jarlaxle la banda conquistará primero a los débiles humanos y después regresará a Menzoberranzan en toda su gloria para conquistar asimismo la ciudad.
Rai’gy se echó a reír ante tamaña estupidez.
—Crenshinibon es poderosa, desde luego, pero su poder es limitado, te lo aseguro. ¿Es que el desollador mental no te dijo que Crenshinibon anhela alcanzar el control absoluto?
—En la presente situación, es irrelevante que esa fantasía de conquista sea o no irrealizable —replicó Kimmuriel—. Lo que importa es qué creen los soldados de Bregan D’aerthe.
Rai’gy no sabía qué objetar a eso, aunque no se sentía inquieto.
—Pese a que Berg’inyon está de nuestro lado, el papel de los drows en la batalla será limitado. Disponemos de humanos y de miles de kobolds.
—Muchos de esos humanos nos sirven gracias a Crenshinibon —le recordó Kimmuriel—. Y si Yharaskrik no logra neutralizar completamente la Piedra de Cristal, a ésta no le costará nada controlar a los kobolds.
Pero el mago no se dejó amilanar.
—Nos quedan los hombres rata. Las criaturas metamórficas resisten mucho mejor las intrusiones mentales, ya que su conflicto interno actúa como barrera contra las influencias externas.
—¿Has reclutado a Domo?
—No —admitió el mago—. Domo es difícil, pero he reclutado a varios de sus lugartenientes. Si Domo es eliminado, nos apoyarán. Para lograrlo, he revelado a Sharlotta Vespers que el jefe de los hombres rata ha estado hablando más de la cuenta acerca de Bregan D’aerthe con el bajá Da’Daclan y también con el jefe de una de las cofradías que intentaron espiar en Dallabad. Ella se encargará de decírselo a Jarlaxle.
Kimmuriel asintió, aunque en su rostro se seguía reflejando su preocupación. Jarlaxle era un duro rival en ese tipo de juegos de engaño y podía darse cuenta de que se trataba de una estratagema y utilizar a Domo para lograr el apoyo de los hombres rata.
—Las acciones de Jarlaxle serán muy reveladoras —prosiguió Rai’gy—. Sin duda, Crenshinibon querrá creer a Sharlotta, pero Jarlaxle será más cauteloso antes de atacar a Domo.
—En el fondo, estás convencido de que Domo morirá hoy mismo —concluyó Kimmuriel tras un momento de reflexión.
—La Piedra de Cristal se ha convertido en la fuerza de Jarlaxle y, por lo tanto, en su debilidad —repuso el mago con una pérfida sonrisa.
—Primero el guantelete y ahora esto —dijo Dwahvel Tiggerwillies con un profundo suspiro—. Ay, Entreri, ¿qué haré yo para ganarme un dinero extra cuando tú ya no estés?
—Date prisa —replicó secamente el asesino, al que el comentario de la halfling no le había hecho ni pizca de gracia.
—Parece que las acciones de Sharlotta te han puesto muy nervioso —dijo Dwahvel, que había observado las numerosas idas y venidas de la humana por las calles así como sus reuniones con conocidos agentes de la cofradía de los hombres rata.
Entreri se limitó a asentir con la cabeza. Por si acaso, no deseaba compartir con Dwahvel las últimas noticias. El asesino sabía que los acontecimientos se estaban precipitando. Rai’gy y Kimmuriel estaban poniendo las bases de su ataque, pero, al menos, Jarlaxle parecía haberse dado cuenta por fin de lo que se cocía. El jefe mercenario lo había hecho llamar pocos minutos antes y le había ordenado que se reuniera con un hombre rata especialmente repugnante llamado Domo. Si Domo estaba metido en la conspiración, Rai’gy y Kimmuriel iban a sufrir su primera baja.
—Volveré antes de dos horas. Tenlo preparado —dijo el asesino.
—No tenemos el material adecuado para hacer lo que pides —se lamentó Dwahvel.
—Lo importante es el color y la consistencia. El material no tiene que ser exacto.
La halfling se encogió de hombros.
Entreri se internó en la noche de Calimport, moviéndose rápidamente embozado en su capa. No lejos de La Ficha de Cobre, se metió en un callejón y, tras echar un rápido vistazo alrededor para asegurarse de que nadie lo seguía, se introdujo ágilmente en una boca de alcantarilla que conducía a los túneles que recorrían la ciudad bajo tierra.
Pocos minutos después, se encontraba con Jarlaxle en el lugar acordado.
—Sharlotta me ha informado que Domo se está yendo de la lengua respecto a nosotros —declaró el jefe mercenario.
—¿Lo has hecho llamar?
—Sí, y probablemente acudirá a la cita con muchos aliados. ¿Estás preparado para luchar?
Entreri esbozó la primera sonrisa sincera en muchos días. ¿Preparado para luchar contra hombres rata? ¿Cómo no estarlo? No obstante, debía tener presente la fuente de información. El asesino se daba cuenta de que Sharlotta estaba jugando a dos bandas: conspiraba junto con Rai’gy y Kimmuriel, pero no cortaba abiertamente los lazos que la unían a Jarlaxle. Entreri dudaba que Sharlotta y sus aliados drows pretendieran que ésa fuera la batalla final por el control de Bregan D’aerthe. Algo así requería una planificación más prolongada, y las alcantarillas de Calimport no serían el lugar elegido para librar la inevitable batalla.
No obstante…
—Tal vez deberías haberte quedado en Dallabad un tiempo, dentro de la torre de cristal, supervisando la nueva operación —sugirió Entreri.
—Domo no me asusta —replicó Jarlaxle.
Entreri se quedó mirándolo. ¿Realmente no se daba cuenta de lo que se gestaba en el seno de Bregan D’aerthe? De ser así, ganaría fuerza la hipótesis de que la Piedra de Cristal estaba alimentando la deslealtad de Rai’gy y Kimmuriel. ¿O acaso era él mismo quien se estaba volviendo paranoico y veía traiciones y alzamientos donde no los había?
El asesino inspiró hondo y sacudió la cabeza para tratar de aclararse las ideas.
—Sharlotta podría estar equivocada —dijo al fin—. O es posible que tenga sus propias razones para desear desembarazarse del problemático Domo.
—Muy pronto lo sabremos —repuso Jarlaxle, haciendo una seña con la cabeza en dirección al túnel por el que Domo, encarnado en una enorme rata humanoide, se aproximaba junto con otros tres hombres rata.
—Mi querido Domo —lo saludó Jarlaxle, y el aludido inclinó la cabeza.
—Me alegro de que hayas bajado. No me gusta subir a la superficie a esta hora del día, ni siquiera a los sótanos de la casa Basadoni. Siempre hay demasiado alboroto.
Entreri entrecerró los ojos y estudió al repugnante mutante, pensando que su respuesta era como mínimo curiosa, pero resistiéndose a interpretarla en un sentido u otro.
—¿Los agentes de las demás cofradías también bajan aquí para reunirse contigo? —preguntó Jarlaxle, con lo que ponía en guardia a Domo.
El asesino clavó la mirada en el drow y se dio cuenta de que seguía instrucciones de Crenshinibon para que la piedra leyera más fácilmente cualquier pensamiento de traición que albergara el hombre rata. Sin embargo, Jarlaxle se estaba precipitando. Con un poco de charla intrascendente y de diplomacia podría haberlo sabido sin recurrir a las crudas intrusiones mentales de la reliquia.
—En las raras ocasiones en las que debo reunirme con agentes de otras cofradías, sí, suelen ser ellos quienes vienen a mí —respondió Domo, tratando de mantener la calma, aunque el modo en que cambió el peso del cuerpo de un pie al otro dijo a Entreri que se estaba poniendo en guardia. Con movimientos lentos, el asesino se llevó las manos al cinto y apoyó las muñecas encima de los pomos de sus dos formidables armas. Era una postura más relajada y cómoda, pero que sobre todo le permitía estar en contacto con las armas, listo para desenvainarlas y atacar.
—¿Y te has reunido con alguno de ellos últimamente? —preguntó Jarlaxle.
Domo se estremeció varias veces. Entreri comprendió que Crenshinibon estaba tratando de sondear la mente del hombre rata.
Las tres ratas humanoides situadas detrás de su jefe intercambiaron miradas y se agitaron, inquietas.
El rostro de Domo se contrajo y empezó a adoptar facciones humanas, pero a media transformación volvió a su forma de hombre rata. De su garganta surgió un grave gruñido animal.
—¿Qué ocurre? —preguntó uno de los hombres rata.
Entreri vio una expresión de frustración en la cara de Jarlaxle y, lleno de curiosidad, volvió la mirada hacia Domo, pensando que quizás había subestimado a la horrenda criatura.
Jarlaxle y Crenshinibon eran incapaces de leer los pensamientos del hombre rata, pues la intrusión de la Piedra de Cristal había activado la lucha interna del licántropo y ese muro de dolor y rabia les impedía el acceso.
Jarlaxle, sintiéndose cada vez más frustrado, fulminaba con la mirada a Domo.
Nos ha traicionado, decidió de pronto Crenshinibon.
Jarlaxle se sintió confuso y con dudas, pues él no había llegado a la misma conclusión.
Ha tenido un momento de debilidad, le explicó Crenshinibon. Un destello de verdad ha atravesado el muro de furioso tormento. Nos ha traicionado… dos veces.
Jarlaxle se volvió hacia Entreri enviándole una sutil señal. El asesino, que aborrecía a los hombres rata, la captó de inmediato.
También la captaron Domo y sus aliados, que desenvainaron sus espadas sin dudarlo. Para cuando las armas salieron de sus respectivas vainas, Entreri ya arremetía contra ellos. La Garra de Charon conjuró en el aire una cortina de ceniza negra a fin de dividir el campo de batalla e impedir que los enemigos actuaran de manera coordinada.
El asesino giró a la izquierda, rodeando la cortina de ceniza con el cuerpo agachado, eludiendo así el arco que dibujó el largo y delgado acero de Domo. Entreri alzó su espada y desvió la del hombre rata. Todavía agachado, se lanzó rápidamente contra su oponente con la daga por delante.
Entonces, uno de los compañeros de Domo acudió en su ayuda, obligando a Entreri a retroceder y a defenderse del ataque con la espada. El asesino rodó sobre sí mismo hacia atrás, apoyó la mano derecha en el suelo y se impulsó con ella para ponerse de nuevo en pie de un salto. Al incorporarse, adoptó enseguida su posición inicial. El estúpido hombre rata lo siguió, abandonando a Domo y a sus otros dos compañeros al otro lado de la cortina de ceniza.
Por detrás de Entreri, Jarlaxle lanzó hasta tres dagas, que surcaron el aire rozando la cabeza de Entreri y se hundieron en la flotante cortina de ceniza, perforándola.
Al otro lado se oyó un gruñido, lo que indicaba que Domo se había quedado con sólo dos aliados.
El número se redujo a uno un instante después, pues el asesino contrarrestó la arremetida del hombre rata imprimiendo a su espada un movimiento ascendente, y desviando así el arma del contrario. Entreri se lanzó al frente, y lo mismo hizo el hombre rata con la intención de morderlo. Pero pronto lamentó profundamente esa decisión al encontrarse con la daga de Entreri hundida en la boca.
Un segundo golpe lanzó hacia atrás la cabeza del ser medio rata medio hombre. Rápidamente el asesino retiró el arma y dio media vuelta. Vio al otro hombre rata que se le echaba encima atravesando la cortina de ceniza y oyó los pasos de Domo, huyendo.
El asesino se zambulló y rodó sobre un hombro, por debajo de la cortina de ceniza, agarró los tobillos del hombre rata y lo lanzó por encima de él, de tal modo que cayó de bruces delante de Jarlaxle.
Sin pararse a ver qué ocurría, Entreri rodó hacia adelante, se puso en pie y emprendió de inmediato la persecución de Domo.
Entreri estaba familiarizado con la oscuridad, incluso con la absoluta negrura que reinaba en los túneles. De hecho, ése había sido el escenario de algunos de sus mejores trabajos, pero era consciente de que Domo le llevaba ventaja gracias a su visión infrarroja, por lo que extendió frente a sí la poderosa Garra de Charon y le ordenó que le diera luz con la esperanza de que, al igual que tantas otras espadas mágicas, produjera algún tipo de resplandor.
Pero no se esperaba un resplandor como el que obtuvo. Era una luz con un matiz negro, distinta a cualquiera que hubiese visto antes, y que daba al corredor un aspecto de ensueño. El asesino bajó la mirada hacia la espada para comprobar si aparecía como una fuente de luz ostensible, pero no emitía ningún resplandor. Eso le dio la esperanza de que, pese a ser él la fuente de luz, podía actuar con un cierto sigilo.
Al llegar a una bifurcación se detuvo, volvió la cabeza y aguzó los sentidos.
A su izquierda percibió el eco de unos pasos, y echó a correr hacia allí.
Jarlaxle liquidó al hombre rata tendido boca abajo en un momento, lanzándole una daga tras otra, mientras el otro se retorcía. Después, se metió una mano en un bolsillo, en el que llevaba la Piedra de Cristal, y se lanzó en pos de Entreri atravesando el agujero en la cortina de ceniza.
Guíame, ordenó al artilugio.
Sube, replicó Crenshinibon. Han regresado a las calles.
Jarlaxle, desconcertado, se paró bruscamente.
¡Sube!, ordenó más enfáticamente la piedra. Ve a las calles.
El mercenario dio media vuelta y corrió en dirección opuesta, hacia la escalera que subía hasta la boca de la alcantarilla que se abría en un callejón cercano a La Ficha de Cobre.
Guíame, ordenó de nuevo a la Piedra de Cristal.
Estamos demasiado expuestos. Ocúltate en las sombras y vuelve a la casa Basadoni. Artemis Entreri y Domo han ido hacia allí.
Al doblar un recodo, Entreri aflojó el paso con precaución. Allí, ante él, estaban Domo y dos hombres rata más, todos ellos armados con espadas. El asesino, pensando que lo habían visto, empezó a avanzar hacia ellos con la intención de atacar antes de que los tres pudieran organizar la defensa. Pero, de pronto, se detuvo al oír susurrar al hombre rata situado a la izquierda de Domo:
—Lo huelo. Está cerca.
—Demasiado cerca —convino con él otra de las ratas, entrecerrando los ojos y poniendo en evidencia el típico resplandor rojo de la visión nocturna.
Entreri se preguntó para qué necesitaban la visión infrarroja. Él los veía claramente a la luz negra que emanaba de la Garra de Charon, tan claramente como si todos se encontraran en una habitación iluminada tenuemente. El asesino sabía que debía atacar sin más vacilaciones, pero se le había despertado la curiosidad, por lo que se apartó de la pared colocándose en mitad del corredor, sin tratar de ocultarse.
—Sí, yo también lo huelo —dijo Domo. Ahora los tres hombres rata escrutaban nerviosamente su entorno, agitando las espadas—. ¿Dónde están los demás?
—Dijeron que vendrían pero no se han presentado. Me temo que nos han traicionado —respondió el de su izquierda.
—¡Malditos sean los drows, por los Nueve Infiernos! —exclamó Domo.
Entreri apenas podía creer que, gracias a su maravillosa espada, no lo vieran. Se preguntó si podrían verlo en el espectro de luz normal, pero eso tendría que dilucidarlo otro día. Concentrándose en moverse con absoluto sigilo, puso un pie y luego el otro delante de él, acercándose a Domo por la derecha.
—Tal vez deberíamos haber escuchado al mago drow —susurró el hombre rata de la izquierda.
—¿Y ponernos en contra de Jarlaxle? —inquirió Domo incrédulamente—. Eso sería nuestra perdición.
—Pero… —empezó a protestar el otro, pero Domo susurró algo con dureza mientras clavaba el dedo en el rostro de su subordinado.
Entreri aprovechó que estaban distraídos para acercarse por la espalda al tercero del grupo y amenazarlo con la daga en el espinazo. El hombre rata se puso en tensión cuando Entreri le susurró al oído que echara a correr.
Pero obedeció. Domo se olvidó de la discusión con su subordinado para correr detrás del que huía, al tiempo que le lanzaba amenazas.
—Corre —dijo Entreri al otro hombre rata, al que se había aproximado sigilosamente.
Sin embargo, éste no le obedeció, sino que lanzó un chillido y se dio media vuelta, blandiendo la espada a la altura del pecho.
Entreri eludió fácilmente el acero agachándose y, al alzarse, asestó al hombre rata una puñalada en las costillas. La criatura lanzó otro aullido, tras lo cual empezó a sufrir espasmos y violentas convulsiones.
—¿Qué pasa? —preguntó Domo, girando sobre sus talones.
El hombre rata se desplomó y aún seguía moviéndose cuando murió. Entreri se quedó allí, al descubierto, con la daga engarzada con joyas en la mano e invocando su resplandor.
Domo dio un salto hacia atrás y blandió la espada frente a él.
—¿Espada danzante? ¿Eres tú, hechicero drow? —preguntó en voz baja.
—¿Espada danzante? —repitió Entreri asimismo en voz baja, mirando la daga que resplandecía. Era absurdo. Posó de nuevo la vista en Domo y vio cómo el resplandor rojo se apagaba en esos ojos a medida que se transformaba de hombre rata en un ser casi humano, y pasaba de la visión infrarroja al espectro de luz normal.
Domo estuvo a punto de dar un brinco al ver claramente frente a sí a Artemis Entreri.
—¿Qué truco es éste? —exclamó con voz entrecortada.
Entreri no sabía qué responder. No tenía ni idea de cómo actuaba la luz negra de la Garra de Charon. ¿Bloqueaba completamente la infravisión pero poseía un extraño efecto luminoso que la hacía claramente visible en el espectro normal? ¿Funcionaba como una hoguera, aunque él no notaba que despidiera calor alguno? Cualquier fuente de calor intensa afectaba la visión en la oscuridad.
Era intrigante —uno de los muchos enigmas que se le planteaban—, y su solución debería esperar.
—Te has quedado sin ningún aliado —dijo el asesino a Domo—. Sólo estamos tú y yo.
—¿Qué teme Jarlaxle de mí? —inquirió el hombre rata cuando Entreri avanzó un paso.
—¿Temerte? —Entreri no siguió avanzando—. ¿Es miedo u odio? No son lo mismo, ¿sabes?
—¡Somos aliados! Yo estoy de su parte y estoy dispuesto a defenderlo incluso ante los ataques de sus subordinados.
—Eso es lo que le dijiste a ése —comentó Entreri, bajando brevemente la mirada hacia la forma que seguía gruñendo y agitándose—. ¿Qué sabes? Si quieres salir vivo de ésta, habla claramente.
—¿Me vas a perdonar la vida como hiciste con Rassiter? —preguntó el hombre rata, torciendo el gesto. Domo se refería a uno de sus más grandes predecesores en la cofradía de hombres rata, un poderoso dirigente que, al igual que Entreri, servía al bajá Pook y al que el asesino había matado. Los hombres rata nunca lo habían olvidado.
—Te lo pregunto por última vez —declaró Entreri con toda calma.
El asesino percibió un movimiento y supo que el primer hombre rata había regresado y que ahora esperaba en las sombras para lanzarse sobre él. Entreri, en modo alguno asustado, se dijo que era previsible.
—Jarlaxle y sus compañeros no forman una fuerza tan compacta como crees —se mofó Domo, esbozando una amplia sonrisa que puso al descubierto los dientes.
Entreri avanzó otro paso.
—Tendrás que esforzarte un poco más —dijo, pero antes de que acabara de hablar, Domo lanzó un alarido y saltó hacia él, tratando de clavarle su delgada espada.
Entreri movió la Garra de Charon lo justo para interceptar el acero de Domo y desviarlo a un lado.
El hombre rata retrocedió inmediatamente y lanzó otra estocada y otra más. Entreri fue interceptando los golpes con movimientos mínimos, con paradas perfectas y calculando los ángulos al milímetro. La espada de Domo pasaba casi rozándolo.
Nuevamente el hombre rata retrocedió, pero esta vez reanudó el ataque con una brutal arremetida.
No obstante, había retrocedido demasiado, por lo que Entreri únicamente tuvo que inclinarse un poco hacia atrás para que el acero de su rival hendiera el aire.
Ése fue el momento que eligió el compañero de Domo para lanzar su previsible ataque. Domo desempeñó a la perfección su parte, abalanzándose a fondo sobre Entreri.
Domo no comprendía la belleza, la efectividad de Artemis Entreri. Nuevamente la Garra de Charon detuvo el ataque y lo devolvió, pero esta vez Entreri giró la mano y la pasó por debajo de la parte exterior de la hoja de Domo. Mientras impulsaba hacia arriba la espada del hombre rata y creaba otra cortina de ceniza negra que oscurecía el aire que los separaba, encogió el estómago. Siguiendo el impulso que llevaba, el asesino completó el giro hacia la derecha. Al quedarse de nuevo frente a frente con Domo, blandió hacia abajo la espada, que fue dejando tras de sí otra estela de ceniza, mientras cruzaba el brazo izquierdo sobre su cuerpo por encima del hendiente, hundiendo así la daga en el abdomen del hombre rata que cargaba contra él.
La Garra de Charon completó un círculo entero en el aire entre los combatientes, creando un ancho muro circular. Domo lo atravesó sin dudarlo al tiempo que lanzaba otra tenaz estocada, pero Entreri ya no estaba allí. El asesino se zambulló en una voltereta, se puso en pie y dio media vuelta, mientras descargaba un fuerte cortapiés contra el hombre rata que se seguía debatiendo con la daga clavada en el vientre. Para sorpresa y placer del asesino, la poderosa espada no sólo atravesó la rodilla más próxima, sino también la otra. La criatura se desplomó sobre el suelo de piedra gritando agónicamente, mientras se desangraba.
Lejos de aflojar el ritmo, Entreri giró sobre sí mismo y se irguió con un fuerte impulso, desvió a un lado la espada de Domo y blandió la Garra de Charon hacia abajo y en diagonal para interceptar la daga que le había arrojado con gran puntería el líder de los hombres rata.
La expresión de Domo cambió rápidamente, pues ya no le quedaban más trucos. Ése era el momento de Entreri de pasar a la ofensiva, y lo hizo con una rutina de potentes estocadas hacia arriba, el centro y abajo, que obligó a Domo a retroceder como buenamente pudo, luchando con todas sus fuerzas para mantener el equilibrio.
Entreri dio un salto hacia adelante, poniéndoselo aún más difícil a la ya vencida criatura. La espada del asesino se movía con furia, unas veces arrojando ceniza y otras no, con una precisión pensada para limitar la visión de Domo y sus opciones. A los pocos minutos, lo tenía casi arrinconado contra la pared del fondo, y un vistazo le bastó para saber que al jefe de los hombres rata no le hacía ninguna gracia la idea de quedar acorralado.
Esa mirada dio pie al asesino para redoblar sus ataques, creando una cortina de ceniza perpendicular al suelo y una segunda perpendicular a la primera, formando así una L que impedía a Domo ver a Entreri así como lo que tenía inmediatamente a su derecha.
El hombre rata gruñó y lanzó una desesperada estocada hacia la derecha, pensando que Entreri usaría las cortinas de ceniza para rodearlo, pero sólo encontró aire. Entonces sintió la presencia del asesino a su espalda, pues éste, previendo el pensamiento de Domo, lo había rodeado por la izquierda.
Domo arrojó su espada al suelo.
—Te lo diré todo —gritó—. Te lo…
—Ya lo has hecho —declaró Entreri. El hombre rata se tensó cuando la Garra de Charon se le hundió en la columna vertebral hasta el pomo, atravesándolo hasta salir por el otro lado, debajo de las costillas.
—Qué… dolor —dijo Domo jadeando.
—De eso se trata —replicó Entreri. El asesino dio una súbita sacudida a la espada, Domo lanzó un grito ahogado y murió.
Entreri liberó la espada y corrió a recuperar la daga. Los pensamientos se agolpaban en su cabeza, pues Domo le había confirmado que se preparaba una rebelión en el seno de Bregan D’aerthe, y eso le planteaba muchas incógnitas. Domo no había traicionado a Jarlaxle ni tampoco estaba implicado en la conspiración contra el jefe mercenario, de eso Entreri estaba convencido. Pero había sido Jarlaxle quien había ordenado el ataque contra Domo. ¿O no?
Artemis Entreri salió de las alcantarillas de Calimport preguntándose hasta qué punto la Piedra de Cristal obraba en interés de Jarlaxle o contra él.
—Precioso —comentó Rai’gy a Kimmuriel. Ambos habían presenciado en un espejo mágico lo ocurrido en las alcantarillas. El hechicero interrumpió el contacto casi de inmediato, pues, por la expresión de su rostro, parecía que Artemis Entreri presentía que lo espiaban—. Sin saberlo, hace justo lo que deseamos. Ahora los hombres rata se pondrán en contra de Jarlaxle.
—Pobre Domo —dijo Kimmuriel, riéndose. Pero enseguida puso gesto serio para añadir—: Pero ¿y Entreri? Es un guerrero formidable, especialmente ahora que posee el guantelete y la espada, y es demasiado prudente para que podamos convencerlo de que se una a nosotros. Tal vez convendría eliminarlo antes de ocuparnos de Jarlaxle.
Rai’gy se quedó pensativo un momento, tras lo cual asintió con la cabeza.
—Sí, pero debe parecer cosa de Sharlotta y de sus subordinados. Después de todo, apenas harán nada importante en la operación.
—Jarlaxle se enfurecería si supiera que queremos eliminar a Entreri. Sí, que sea Sharlotta y no por orden nuestra. Yo me encargaré de sembrar en su mente la idea de que Entreri quiere matarla.
—Si cree eso, simplemente huirá —objetó Rai’gy.
—Es demasiado orgullosa para huir. A través de otras fuentes le haré saber sutilmente que Entreri ha perdido el favor de muchos miembros de Bregan D’aerthe y que incluso Jarlaxle está harto de su independencia. Si cree que Entreri ha emprendido en solitario una caza contra ella por rivalidad, no huirá sino que atacará con todas sus armas. —El psionicista lanzó otra carcajada—. Pero, a diferencia de ti, Rai’gy, yo no estoy tan seguro de que ni Sharlotta ni toda la casa Basadoni consigan acabar con Entreri.
—Al menos lo mantendrán ocupado y no nos molestará. Después, una vez que Jarlaxle esté fuera de juego…
—Probablemente Entreri ya estará muy lejos. Huirá, tal como lo ha hecho Morik. Tal vez deberíamos encontrar a Morik, para que sirviera de lección a Artemis Entreri.
El hechicero sacudió la cabeza, indicando que él y Kimmuriel tenían problemas más urgentes que buscar a un despreciable desertor en una ciudad lejana e insignificante.
—Artemis Entreri no podrá huir suficientemente lejos —afirmó muy convencido—. Me irrita tanto que jamás podría olvidarlo ni perdonarlo.
A Kimmuriel las palabras de su compañero se le antojaron algo extravagantes pero, en esencia, estaba de acuerdo. Quizás el mayor crimen de Entreri era su propia habilidad, se dijo. Quizá lo que inflamaba el odio de Rai’gy y el suyo propio era que Entreri fuese demasiado bueno para ser humano. Tanto el psionicista como el hechicero eran lo suficientemente inteligentes como para darse cuenta de ello.
Pero eso no mejoraba en nada la situación de Artemis Entreri.