4

Muchos caminos y muchos destinos

Escondido entre las sombras de la entrada, Entreri escuchaba con gran curiosidad el monólogo que se pronunciaba dentro de la habitación. Únicamente entendía retazos del discurso, pues quien hablaba, Jarlaxle, lo hacía muy rápida y excitadamente en drow. Al limitado dominio del vocabulario drow que poseía Entreri se añadía que, a la distancia que se encontraba, perdía algunas palabras.

—No podrán llevarnos la delantera, porque nosotros nos movemos demasiado aprisa —decía el jefe mercenario. Entreri oyó todas las palabras de esa oración y pudo traducirlas. Parecía que Jarlaxle trataba de animar a alguien—. Caerán calle a calle. ¿Quién se nos podrá oponer a ambos, unidos?

«¿Ambos unidos?», repitió el asesino para sus adentros, repitiendo una y otra vez la palabra drow para asegurarse de que la había entendido bien. «¿Ambos?». Jarlaxle no se podía estar refiriendo a su alianza con Entreri ni con los supervivientes de la cofradía Basadoni. Comparados con la pujanza de Bregan D’aerthe, no eran más que apéndices sin importancia. ¿Es que Jarlaxle había cerrado un nuevo trato a espaldas de Entreri? ¿Acaso con un bajá; o con alguien aún más poderoso?

El asesino se arrimó más a la puerta y procuró entender el nombre de algún demonio o espíritu maligno, o tal vez de un desollador mental. El asesino se estremeció al considerar esas tres posibilidades. Los demonios eran de naturaleza demasiado impredecible y salvaje para aliarse con ellos; harían cualquier cosa para satisfacer sus necesidades, sin importarles el bien de la alianza. Los espíritus malignos eran más predecibles —de hecho, demasiado predecibles. En su jerárquica concepción del mundo, inevitablemente se colocaban en la cúspide.

No obstante, comparados con la tercera posibilidad, la de los illitas, Entreri casi se hubiera alegrado de oír a Jarlaxle pronunciar el nombre de algún poderoso demonio. El asesino se había visto obligado a tratar con illitas durante su estancia en Menzoberranzan, pues los desolladores mentales eran parte integrante de la vida de la ciudad, y deseaba no volver a ver nunca jamás una de esas espantosas criaturas de blanda cabeza.

Escuchó un rato más, hasta que pareció que Jarlaxle se calmaba y se acomodaba en un asiento. El jefe mercenario seguía hablando solo, murmurando para sí acerca de la inminente caída de los Raker, cuando Entreri entró tranquilamente en la habitación.

—¿Estás solo? —le preguntó haciéndose el inocente—. Me pareció oír voces.

Aliviado, notó que Jarlaxle no llevaba puesto el parche mágico protector, lo que descartaba que se hubiera reunido con illitas o pensara hacerlo en el curso de ese día. El parche en el ojo protegía contra la magia mental, y en todo el mundo no existían seres más competentes en ese tipo de magia que los temibles desolladores mentales.

—Estaba poniendo en orden mis pensamientos —explicó Jarlaxle en la lengua común de la superficie, que hablaba con tanta soltura como su lengua materna—. Se preparan muchas cosas.

—En su mayoría peligrosas.

—Sólo para algunos —replicó el drow, riéndose entre dientes.

Entreri le lanzó una mirada dubitativa.

—No creerás en serio que los Raker pueden vencernos, ¿verdad? —inquirió incrédulamente el jefe mercenario.

—En una guerra abierta, no. En una lucha declarada, espada contra espada, los Raker no pueden ganar y, sin embargo, han hallado el modo de sobrevivir durante muchos años.

—Porque tienen suerte.

—No, porque están vinculados a poderes mayores por multitud de lazos —lo corrigió—. Un hombre no necesita ser físicamente fuerte si un gigante le guarda las espaldas.

—A no ser que ese gigante se haga amigo de un rival. Ya se sabe que la lealtad no es el lado fuerte de los gigantes.

—¿Has hecho un trato con los Señores de Calimport? —preguntó Entreri sin mucho convencimiento—. ¿Con quién? ¿Y por qué no se me ha incluido en las negociaciones?

Jarlaxle se encogió de hombros, sin revelar nada.

—Es imposible —decidió Entreri—. Aunque amenazaras a uno o a varios, hace demasiado tiempo que los Raker penetraron en la red de poder de todo Calimshan para que una traición contra ellos pueda prosperar. Poseen aliados que los protegen de otros aliados. Es imposible. Ni siquiera Jarlaxle y Bregan D’aerthe podrían haber acabado con la oposición para producir un cambio tan brusco y desestabilizador en la estructura de poder de la región como sería la eliminación de los Raker.

—Tal vez haya formado una alianza con el ser más poderoso que jamás haya venido a Calimport —repuso Jarlaxle con aire dramático y, como era habitual en él, críptico.

Entreri entrecerró sus oscuros ojos y los posó en el extravagante drow, tratando de buscar una pista, lo que fuera, sobre lo que podría significar el extraño comportamiento de Jarlaxle. Por lo general, éste se mostraba cerrado, casi misterioso, y siempre estaba listo para coger al vuelo cualquier oportunidad de adquirir más poder o riqueza. No obstante, en esa ocasión, algo fallaba. Para Entreri, el inminente asalto a la cofradía Raker era un grave error, y el legendario Jarlaxle nunca cometía errores. Así pues, parecía obvio que el artero drow había establecido realmente una poderosa conexión o alianza, o que poseía una información sobre la situación que nadie más sabía. Esto Entreri lo dudaba, puesto que era él, y no Jarlaxle, la persona mejor informada de lo que ocurría en las calles de Calimport.

Incluso aunque una de esas posibilidades fuese cierta, Entreri presentía que había gato encerrado. Jarlaxle era presuntuoso y arrogante, de eso no había duda, pero nunca antes se había mostrado tan seguro de sí mismo, especialmente en una situación tan explosiva como en la que se encontraban.

Y todavía lo era más al mirar más allá de la inevitable caída de los Raker. Entreri era perfectamente consciente de la malvada naturaleza de los drows y no le cabía la menor duda de que Bregan D’aerthe masacraría a la cofradía rival. Sin embargo, esa victoria tenía muchas implicaciones, demasiadas para que Jarlaxle se mostrara tan relajado.

—¿Sabes ya qué papel desempeñarás tú en todo esto? —inquirió Jarlaxle.

—No tendré ningún papel. Rai’gy y Kimmuriel me han dejado de lado. —Por su tono de voz, era evidente que el asesino se alegraba de ello.

Jarlaxle soltó una sonora carcajada, pues era obvio que Entreri había hecho todo lo posible para ser arrinconado.

El asesino lo miró completamente serio. Jarlaxle tenía que conocer los riesgos que afrontaba; era una situación potencialmente catastrófica que podía obligarlo a él y a Bregan D’aerthe a huir al oscuro agujero que era la Antípoda Oscura. Tal vez se trataba de eso, reflexionó el asesino. Tal vez Jarlaxle sentía nostalgia por su hogar y, astutamente, trataba de precipitar el regreso. La sola idea de volver a Menzoberranzan le ponía los pelos de punta. Prefería mil veces morir allí mismo que regresar por la fuerza a la ciudad drow.

Era posible que él se quedara atrás como agente drow, como Morik en Luskan. No, no sería suficiente, se dijo el asesino. Calimport era una ciudad mucho más peligrosa que Luskan, y si el poder de Bregan D’aerthe dejaba de actuar, él no correría tal riesgo. Tenía enemigos demasiado poderosos.

—Pronto empezará, si es que todavía no lo ha hecho. Así pues, pronto habrá acabado todo —comentó Jarlaxle.

«Antes de lo que tú crees», pensó Entreri, pero guardó silencio. Era un hombre que sobrevivía calculando cuidadosamente, sopesando escrupulosamente las consecuencias de cada paso que daba y de cada palabra que pronunciaba. Sabía que Jarlaxle y él eran espíritus gemelos, pero no podía estar en modo alguno de acuerdo con la operación que se iba a lanzar esa misma noche y que, se mirara por donde se mirara, era un riesgo innecesario.

¿Qué sabía Jarlaxle que Entreri ignorara?

Sería imposible imaginarse una figura más fuera de lugar que Sharlotta Vespers descendiendo por la escalera que conducía a una de las alcantarillas de Calimport. Como de costumbre, llevaba un vestido largo, el pelo pulcramente peinado y su exótico rostro delicadamente maquillado para acentuar sus almendrados ojos castaños. Pese a lo incongruente de su aspecto, allí se sentía como en casa, y nadie que la conociera se hubiera sorprendido de encontrarla allí.

Especialmente si la escoltaban unos personajes tan poderosos.

—¿Qué se cuece allí arriba? —le preguntó Rai’gy, hablando rápidamente en drow. Pese a los recelos que le inspiraba Sharlotta, el hechicero se sentía impresionado por la rapidez con que la mujer había aprendido su idioma.

—Hay mucha tensión —respondió Sharlotta—. Muchas cofradías han atrancado sus puertas esta noche. Incluso La Ficha de Cobre ha cerrado; algo sin precedentes. En las calles se huele que algo va a pasar.

Rai’gy lanzó una agria mirada a Kimmuriel. Justamente antes de llegar Sharlotta, ambos se habían mostrado de acuerdo en que el éxito de sus planes dependía, en gran parte, del factor sorpresa, y que todos los integrantes de la cofradía Basadoni y de Bregan D’aerthe deberían alcanzar sus objetivos simultáneamente para asegurarse de que no quedaban testigos.

¡Qué parecido era en eso a Menzoberranzan! En la ciudad drow era habitual que casas rivales se enfrentaran entre sí, y el éxito no se medía únicamente por el desenlace de la batalla sino por la habilidad de una de las casas en no dejar ningún testimonio fiable que pudiera dar fe de la traición. Aunque todos los habitantes de la ciudad supieran sin ninguna duda qué casa había iniciado la batalla, no se emprendía ninguna acción de castigo contra la casa atacante a no ser que las pruebas contra ella fuesen abrumadoras.

Pero no se encontraban en Menzoberranzan, se recordó Rai’gy. En la superficie una sospecha bastaba para desencadenar una investigación, mientras que en la ciudad drow una sospecha sin pruebas evidentes era digna de silencioso encomio.

—Nuestros guerreros están preparados —anunció Kimmuriel—. Los drows se encuentran bajo las casas de las cofradías en número suficiente para conquistarlas, y los soldados Basadoni han rodeado los tres edificios principales. Será una acción rápida, pues no se esperan que también los ataquen desde abajo.

Rai’gy no apartó la mirada de Sharlotta mientras su compañero drow exponía la situación, por lo que no le pasó por alto que la mujer enarcara ligeramente una ceja. ¿Acaso Bregan D’aerthe había sido traicionado? ¿Se preparaban los Raker para repeler un ataque procedente de las alcantarillas?

—¿Se ha aislado a los agentes? —preguntó el hechicero a Sharlotta, refiriéndose a la operación previa a la invasión: la anulación o, mejor dicho, el asesinato de los espías Raker apostados en las calles.

—No se ha podido localizar a los agentes —respondió la mujer con absoluta tranquilidad, lo que era sorprendente dadas las enormes implicaciones de lo que acababa de decir.

Nuevamente Rai’gy lanzó una fugaz mirada a Kimmuriel.

—Todo está en orden —insistió el psionicista.

—«Los túneles son un hervidero de los goblins de Keego» —replicó Rai’gy, repitiendo un arcaico proverbio drow que se refería a una batalla librada en un pasado muy remoto, durante la cual un inmenso ejército de goblins, liderados por un astuto esclavo rebelde llamado Keego, había sido completamente destruido por los habitantes de una pequeña ciudad drow escasamente poblada. Los elfos oscuros habían abandonado la ciudad para atacar a los goblins, mucho más numerosos, en los estrechos túneles, en lugar de esperar a que atacaran la ciudad, apenas protegida. En la situación en la que se encontraban, la réplica de Rai’gy a las palabras de Kimmuriel significaba que todo estaba preparado para librar una batalla equivocada.

Sharlotta miró al hechicero con curiosidad, y éste comprendió su confusión, pues difícilmente podía afirmarse que los túneles situados bajo las casas de la cofradía Raker fuesen un «hervidero» de soldados de Bregan D’aerthe.

Claro que a Rai’gy le importaba un pimiento que Sharlotta lo entendiera o no.

—¿Sabemos dónde se han metido los agentes desaparecidos? —preguntó Rai’gy a Sharlotta—. ¿Sabemos dónde se han refugiado?

—Probablemente en las casas de la cofradía. Esta noche, apenas se ve a nadie por las calles.

Una pista, tan poco sutil como las anteriores, de que alguien se había ido de la lengua. ¿Había sido la propia Sharlotta? Rai’gy reprimió el impulso de interrogarla allí mismo usando técnicas de tortura drows, capaces de vencer rápida y eficazmente la resistencia de cualquier humano. Si lo hacía, tendría que vérselas con Jarlaxle, y Rai’gy no estaba preparado para enfrentarse a él… todavía.

Pero si suspendía la operación en el último instante, si todos los guerreros —tanto Basadoni como elfos oscuros— regresaban al cuartel general sin haber manchado sus armas con la sangre de los Raker, Jarlaxle se enfurecería. Pese a las protestas de todos sus lugartenientes, Jarlaxle se había empecinado en esa invasión.

Rai’gy cerró los ojos y evaluó la situación lógicamente, tratando de hallar la solución al dilema menos arriesgada para él. Una de las casas de los Raker se hallaba muy alejada de las otras y, probablemente, apenas estaría protegida. Aunque la destrucción de esa casa en concreto apenas debilitaría la estructura de la cofradía rival ni mermaría su capacidad de operación, tal vez bastara para satisfacer los deseos de conquista de Jarlaxle.

—Llama a los soldados Basadoni —ordenó el hechicero—. Que se retiren de manera bien visible. Ordena a algunos que entren en La Ficha de Cobre y otros establecimientos.

—La Ficha de Cobre ha cerrado sus puertas —le recordó la mujer.

—Pues abridlas. Di a Dwahvel Tiggerwillies que no hay ninguna razón para que ni ella ni ningún miembro de su clan se escondan esta noche. Procura que nuestros soldados se dejen ver por las calles, no como una fuerza de combate sino en grupos reducidos.

—¿Y Bregan D’aerthe? —inquirió Kimmuriel, algo preocupado. No obstante, Rai’gy notó que no mostraba la preocupación que sería de esperar, teniendo en cuenta que acababa de contradecir las órdenes explícitas de Jarlaxle.

—Ordena que Berg’inyon y todos los magos se dirijan a la posición número ocho —repuso Rai’gy. La posición número ocho era la alcantarilla que discurría bajo la aislada casa Raker.

Al oír la orden, Kimmuriel enarcó sus blancas cejas. Conocían la resistencia que se podía esperar en ese lejano puesto, y no creía que se necesitara a Berg’inyon y a todos los magos para conquistarlo.

—La operación debe ejecutarse de manera tan eficiente y cuidadosa como si estuviéramos atacando la mismísima casa Baenre —manifestó Rai’gy, y las cejas de Kimmuriel se arquearon aún más—. Retoca todos los planes y cambia de posición las fuerzas drows necesarias para lanzar el ataque.

—Podríamos llamar a nuestros esclavos kobolds. Ellos solos se bastarían para hacerlo —replicó Kimmuriel con desdén.

—Ni kobolds ni humanos. Ésta es una misión sólo para drows —insistió Rai’gy, pronunciando cada palabra de manera alta y clara.

Finalmente pareció que Kimmuriel comprendía el razonamiento de su colega, ya que en su rostro se pintó una sonrisa irónica. Echó un rápido vistazo a Sharlotta, luego al mago, y cerró los ojos. Usando sus energías mentales se preparó para ponerse en contacto con Berg’inyon y los demás oficiales de campo de Bregan D’aerthe.

Rai’gy centró toda su atención en Sharlotta. Ésta consiguió que ni su expresión ni su postura dejaran traslucir sus pensamientos. No obstante, Rai’gy estaba seguro de que ella debía preguntarse si el mago sospechaba que era la informante de los Raker.

—Dijiste que nuestro poder sería aplastante —comentó la mujer.

—Tal vez, para la batalla de esta noche. Pero un ladrón prudente no roba un huevo de dragón si la madre puede despertarse.

Sharlotta continuaba con la mirada clavada en el drow, preguntándose todavía qué sabría él. Rai’gy disfrutaba del mal rato que estaba haciendo pasar a esa humana, demasiado lista para su gusto, fuese o no culpable. Sharlotta dio media vuelta, se dirigió hacia la escalera y colocó un pie en el primer peldaño.

—¿Adónde crees que vas? —le preguntó Rai’gy.

—A llamar a las fuerzas de Basadoni —respondió la mujer, como si la explicación fuese necesaria.

El hechicero negó con la cabeza y le indicó con gestos que se apartara de la escalera.

—Kimmuriel se encargará de transmitir las órdenes.

Sharlotta vaciló y Rai’gy gozó de su confusión. Finalmente, la mujer puso de nuevo ambos pies sobre el suelo del túnel.

Berg’inyon se resistía a aceptar el cambio de planes. ¿Qué sentido tenía el ataque si el grueso de la cofradía Raker se iba a librar de la matanza? El drow se había criado en Menzoberranzan, una sociedad matriarcal en la que los varones aprendían a acatar las órdenes sin rechistar. También Berg’inyon lo había aprendido.

Había sido entrenado en las más refinadas tácticas de batalla de la primera casa de Menzoberranzan y tenía a su disposición una fuerza aplastante para llevar a cabo la misión que le habían encomendado: la destrucción de una pequeña y aislada casa Raker, un puesto avanzado de la cofradía rival situada en calles hostiles. Pese a la inquietud que le producían el cambio de planes y el dudoso objetivo de la misión, Berg’inyon Baenre exhibía una sonrisa expectante.

Los exploradores, los más sigilosos entre los sigilosos drows, regresaron. Pocos minutos antes habían penetrado en la casa a través de los túneles abiertos por los magos.

Sus dedos se movieron vertiginosamente, comunicándose en el código manual de los elfos oscuros.

La confianza de Berg’inyon aumentó tanto como su confusión al saber que todos los objetivos, menos el suyo, habían sido abandonados. La pequeña casa estaba solamente guardada por un puñado de humanos, ninguno de los cuales parecía poseer poderes mágicos. Según los exploradores drows, no eran más que matones callejeros, hombres que sobrevivían arrimándose al fuego que más calentaba.

Pero un elfo oscuro jamás se confía.

Mientras que Berg’inyon y su ejército tenían una idea cabal de lo que se encontrarían en la casa, los humanos ni siquiera sospechaban que su fin estaba cerca.

¿Conocen los jefes de destacamento todas las rutas de retirada?, preguntó Berg’inyon mediante gestos manuales y faciales. Para que no cupiera duda de que se refería a cualquier posible vía de escape que pudieran utilizar sus enemigos para huir, hizo la señal de retirada con la mano izquierda.

Los magos ocupan todas las posiciones, respondió silenciosamente el explorador.

Los jefes de los cazadores también han sido informados, añadió otro explorador.

Berg’inyon asintió con la cabeza, esbozó rápidamente la señal que daría inicio a la operación y fue a reunirse con su grupo de asalto. El suyo sería el último en penetrar en el edificio, aunque también el que usaría el camino más rápido hacia las estancias superiores.

El grupo de Berg’inyon contaba con dos hechiceros. Uno mantenía los ojos cerrados, preparado para transmitir la señal, mientras que el otro adoptó la posición de ataque, con ojos y manos dirigidos hacia el techo y un puñado de semillas de hongo selussi, que sólo crecía en la Antípoda Oscura, listo.

Es la hora, susurró una voz mágica en los oídos de todos los drows.

El hechicero que tenía la vista clavada en el techo empezó a tejer un encantamiento, entrelazando las manos como si dibujara semicírculos, con ambos pulgares y ambos meñiques en contacto, adelante y atrás, adelante y atrás, sin dejar de recitar por lo bajo.

El hechizo finalizó con un canto que más bien parecía un bufido. El mago alzó los dedos extendidos hacia el techo.

La parte del techo a la que apuntaba empezó a ondularse, como si el mago hubiera hundido los dedos en un estanque. El drow mantuvo la posición varios segundos. Las ondas se fueron haciendo cada vez mayores, y la piedra empezó a desdibujarse, hasta que finalmente desapareció, siendo reemplazada por un túnel vertical que atravesaba varios metros de piedra y desembocaba en la planta baja de la casa Raker.

Un Raker tuvo la mala fortuna de ser cogido por sorpresa, con los talones justo en el borde del agujero que acababa de surgir. El hombre agitó los brazos en amplios círculos, tratando de mantener el equilibrio. Los guerreros drows se colocaron debajo del agujero y dieron un brinco. Usando sus dotes naturales de levitación, flotaron hacia arriba.

Cuando el primero de ellos llegó arriba, agarró bruscamente al Raker por el cuello de la camisa y lo impulsó hacia atrás, haciéndolo caer por el agujero. El humano logró aterrizar sobre los pies, arqueó las piernas y rodó a un lado para absorber el impacto. Inmediatamente se irguió, ya equilibrado, empuñando una daga.

Su rostro mudó de color al ver lo que le rodeaba: elfos oscuros, ¡drows!, estaban invadiendo la casa de la cofradía. Un drow apuesto y fuerte, que empuñaba la espada de filo más agudo que hubiera visto el Raker, se le acercó.

El humano trató de razonar con el elfo oscuro y rendirse, pero mientras su boca pronunciaba las palabras adecuadas para intentar salvar el pellejo, su cuerpo, paralizado de terror, contradecía su discurso. El Raker continuaba sosteniendo la daga frente a él y, puesto que Berg’inyon no comprendía demasiado bien la lengua de los habitantes de la superficie, no tenía manera de saber que el hombre quería rendirse.

Tampoco le importaba. Berg’inyon arremetió con su magnífica espada, hundiéndola en el cuerpo del humano. Enseguida la extrajo, recuperó el equilibrio y atacó de nuevo. Con seguridad y sin vacilaciones, el acero atravesó carne y costillas, hundiéndose en el corazón de su víctima.

El humano se desplomó, ya muerto, con una expresión de asombro en su rostro.

Sin molestarse siquiera en limpiar la espada, Berg’inyon se agachó, tomó impulso y empezó a levitar hacia la casa. Aunque había despachado al hombre en unos pocos segundos, tanto el suelo de la habitación como del pasillo estaban ya sembrados de cadáveres humanos.

El grupo de Berg’inyon abandonó la habitación poco después, antes incluso de que el conjuro del hechicero drow expirara. Todos los humanos habían sido eliminados, mientras que los drows tan sólo habían encajado algunas heridas leves. Al acabar la operación en la casa Raker no quedaba ningún tesoro —ni siquiera las pocas monedas que algunos miembros de la cofradía habían escondido bajo algunas tablas sueltas del suelo—; por no quedar, no quedaban ni muebles. Los fuegos mágicos habían consumido todos los suelos de madera y todos los tabiques. Desde fuera la casa parecía tranquila y segura, pero ya no era más que una carcasa quemada y vacía.

Bregan D’aerthe había hablado.

—Sobran los elogios —comentó Berg’inyon Baenre cuando se reunió con Rai’gy, Kimmuriel y Sharlotta. Era una fórmula común entre los drows con la que se quería significar que el oponente vencido era tan indigno, que el vencedor no podía enorgullecerse de su victoria.

Kimmuriel sonrió irónicamente.

—Habéis hecho un buen trabajo. Nadie escapó. Has actuado como se esperaba de ti. No ha sido una acción gloriosa, pero sí digna de elogio.

Rai’gy continuaba el escrutinio de Sharlotta Vespers como había hecho durante todo el día. ¿Era consciente la humana de que Kimmuriel hablaba sinceramente y, en ese caso, comenzaba a comprender el verdadero alcance del poder que se había establecido en Calimport? El hecho que una cofradía aniquilara de manera tan completa una de las casas pertenecientes a una cofradía rival era toda una hazaña, a no ser que la cofradía atacante estuviera integrada por guerreros drows que comprendían mejor que ninguna otra raza las complejidades de la guerra entre casas rivales. ¿Se daba cuenta Sharlotta de ello? Y, en caso afirmativo, ¿sería lo suficientemente estúpida como para tratar de sacar ventaja de ello?

La mujer mostraba una expresión impenetrable, aunque con una pizca de curiosidad, lo que dijo a Rai’gy que la respuesta a ambas preguntas era que sí. El hechicero drow sonrió; Sharlotta Vespers andaba sobre terreno inseguro. Quiensin ful biezz coppon quangolth cree, a drow, rezaba un antiguo dicho en Menzoberranzan y en todo el universo drow: «Desdichados aquellos que creen que comprenden los designios de los drows».

—¿Qué llevó a Jarlaxle a cambiar los planes en el último momento? —preguntó Berg’inyon.

—Jarlaxle aún no sabe nada. Él prefirió quedarse al margen y dejar la operación en mis manos —respondió Rai’gy.

Berg’inyon ya se disponía a formular su pregunta dirigiéndose a Rai’gy, pero lo pensó mejor, y se limitó a dirigir una inclinación de cabeza al nuevo jefe.

—Tal vez más tarde puedas explicarme la razón de tu decisión, para así poder entender mejor a nuestros enemigos —dijo el guerrero respetuosamente.

Rai’gy asintió levemente.

—Tendrás que explicárselo a Jarlaxle —intervino Sharlotta, demostrando una vez más su asombroso dominio de la lengua drow—. Y no creo que él acepte tus cambios con una simple inclinación de cabeza.

Cuando la mujer dejó de hablar, la mirada de Rai’gy se posó rápidamente en Berg’inyon y captó el fugaz destello de ira que pasó por los relucientes ojos rojos del guerrero. Sharlotta tenía razón, por supuesto, pero tales palabras en boca de una no drow —de una iblith, que en la lengua drow también significaba basura— eran un insulto dirigido a Berg’inyon, el cual había aceptado la parca explicación del mago. Era un error sin importancia, pero un par más como ése con el joven Baenre, y de Sharlotta Vespers no quedarían más que unos pocos restos inidentificables.

—Debemos decírselo a Jarlaxle —manifestó el mago drow, tratando de distraer a Berg’inyon—. Para nosotros, los responsables de la operación, el cambio de planes era necesario, pero Jarlaxle se ha aislado, quizá demasiado, y es posible que vea las cosas de otro modo.

Tanto Kimmuriel como Berg’inyon lo miraron con curiosidad. ¿Qué mosca le picaba para hablar con tanta franqueza delante de Sharlotta? Pero el mago les indicó con un discreto gesto que le siguieran la corriente.

—Podríamos involucrar a Domo y a los hombres rata —propuso Kimmuriel, el cual obviamente había comprendido las intenciones del mago—. Aunque me temo que luego tendríamos que tomarnos la molestia de masacrarlos. Lo cual sería en gran parte responsabilidad tuya —añadió, mirando a Sharlotta.

—Los soldados Basadoni fueron los primeros en retirarse y serán los primeros en regresar sin haber manchado sus espadas de sangre —agregó Rai’gy. Las miradas de los tres drows se posaron en Sharlotta.

La mujer no perdió la calma.

—Muy bien, involucraremos a Domo y los hombres rata —dijo, improvisando—. Seguramente se lo merecen. Sí, eso haremos. Quizá no conocían nuestros planes, pero, cosas del destino, el bajá Da’Daclan los contrató para guardar las alcantarillas. Puesto que no queríamos darnos a conocer completamente ante el cobarde de Domo, preferimos actuar en zonas despejadas, especialmente alrededor de la posición número ocho.

Los tres drows intercambiaron miradas y asintieron con la cabeza para indicarle que continuara.

—Sí —prosiguió Sharlotta, hablando cada vez con más rapidez y confianza—. También puedo sacar partido de esta situación con el bajá Da’Daclan. No hay duda que presintió la catástrofe que amenazaba a su cofradía, y ese temor aumentará cuando se entere de que una de sus casas ha sido completamente aniquilada. Es posible que crea que Domo es mucho más poderoso de lo que nadie se imagina y que se ha aliado con los Basadoni, y que si la casa Raker se libró de un ataque a mayor escala fue únicamente gracias a los antiguos tratos entre la casa Basadoni y la casa Raker.

—Pero ¿acaso eso no implicaría directamente a la cofradía Basadoni en el ataque contra esa casa aislada? —preguntó Kimmuriel, dando cuerda a Sharlotta.

—No, nosotros no actuamos directamente; sólo dejamos que sucediera. Nos limitamos a cerrar los ojos porque ellos han incrementado sus esfuerzos por espiar a nuestra cofradía. Y si logramos convencerlos, Domo les parecerá aún más poderoso. Si hacemos creer a los Raker que se encuentran al borde del desastre, se comportarán de manera más razonable, y Jarlaxle tendrá su victoria. —Sharlotta sonrió, y los tres drows sonrieron a su vez.

—Adelante —dijo Rai’gy, señalando con un ademán la escalera que conducía fuera de la alcantarilla.

La mujer sonrió de nuevo, ignorante de que había sido víctima de un engaño, y se marchó.

—Su engaño dirigido al bajá Da’Daclan inevitablemente afectará también a Jarlaxle, hasta cierto punto —comentó Kimmuriel, viendo claramente la red en la que Sharlotta iba a enredarse de un modo insensato.

—Al parecer, habéis llegado al convencimiento que algo le pasa a Jarlaxle —dijo Berg’inyon sin andarse por las ramas, pues era obvio que, en circunstancias normales, ni Rai’gy ni Kimmuriel actuarían de espaldas a su jefe.

—Sus puntos de vista han cambiado —replicó Kimmuriel.

—Vosotros no deseabais venir a la superficie —prosiguió Berg’inyon. Su irónica sonrisa ponía en duda los motivos de sus compañeros.

—Es cierto, y ansío ver de nuevo el resplandor de Narbondel —admitió Rai’gy, refiriéndose al gran reloj de Menzoberranzan, un pilar que marcaba las horas mediante calor a los elfos oscuros, que en la Antípoda Oscura percibían el espectro infrarrojo de luz—. Tú llevas poco tiempo aquí arriba y aún no te has dado cuenta de lo ridículo que es este mundo. Estoy seguro de que pronto sentirás nostalgia de tu hogar.

—Ya la siento —repuso Berg’inyon—. No me gusta este mundo ni el aspecto ni el olor de sus habitantes, y mucho menos de Sharlotta Vespers.

—Ella y ese estúpido Entreri —dijo Rai’gy—. Pero Jarlaxle los protege.

—Es posible que no siga liderando Bregan D’aerthe por mucho tiempo —afirmó Kimmuriel. Estas audaces palabras suscitaron expresiones de asombro en Berg’inyon y en Rai’gy.

No obstante, era justamente lo que ambos estaban pensando. Jarlaxle había ido muy lejos al llevarlos a la superficie, quizá demasiado lejos, y la banda de mercenarios podía perder el favor de sus antiguos benefactores, incluyendo a gran parte de las casas nobles de Menzoberranzan. Era una apuesta arriesgada, pero si salía bien, habría valido la pena, especialmente si no se interrumpía el flujo de mercancías exóticas, tan apreciadas en la ciudad drow.

El plan inicial era quedarse en la superficie sólo el tiempo suficiente para establecer nuevos agentes que aseguraran la continuidad del comercio con la superficie; pero Jarlaxle había cambiado los planes al hacerse con el control de la casa Basadoni y renovar las relaciones con el peligroso Entreri. Después, se había dedicado a perseguir al renegado Drizzt Do’Urden, al parecer solamente para divertirse. Tras dar por zanjado ese asunto y robar el poderoso artilugio mágico llamado Crenshinibon, había dejado que Drizzt se marchara, e incluso había obligado a Rai’gy a usar un hechizo otorgado por Lloth para salvar la miserable vida del drow renegado.

Para colmo, había empezado a actuar no para conseguir beneficios, sino poder, en un lugar en el que nadie de Bregan D’aerthe, excepto él, deseaba quedarse.

Jarlaxle había ido avanzando por ese camino a pasos lentos, pero ya llevaba recorrido un trecho largo y tortuoso. Había ido apartando cada vez más a Bregan D’aerthe de su misión inicial, del objetivo que había atraído a la mayoría de sus miembros a unirse a ella, entre ellos Rai’gy, Kimmuriel y Berg’inyon.

—¿Y qué hay de Sharlotta Vespers? —inquirió Kimmuriel.

—Ya se encargará Jarlaxle de eliminar ese problema —fue la respuesta de Rai’gy.

—Recuerda que Jarlaxle la protege —apuntó Berg’inyon.

—Está a punto de engañarlo. Nosotros lo sabemos, y ella sabe que lo sabemos, aunque aún no se ha dado cuenta de las catastróficas implicaciones de ello. A partir de ahora, seguirá nuestras órdenes.

El hechicero sonrió mientras repasaba mentalmente sus propias palabras. Disfrutaba enormemente cuando un iblith caía en la red de la sociedad drow y poco a poco se daba cuenta de que no había forma de liberarse de sus pegajosos hilos.

—Soy consciente de tu anhelo, pues yo también lo comparto —dijo Jarlaxle—. Esto no es como había imaginado, pero quizás aún no era el momento.

Tal vez confías demasiado en tus lugartenientes, replicó la voz que resonaba dentro de su cabeza.

—No, ellos vieron algo que nosotros, cegados por nuestra ansia, no vimos. Son conflictivos y a menudo irritantes, y no puedo confiar en ellos cuando su beneficio personal choca con el objetivo de la misión, pero éste no es el caso. Debo examinar este asunto más detenidamente. Tal vez haya modos más adecuados para lograr nuestra meta.

La voz empezó a responder, pero el mercenario puso fin al diálogo negándose a escucharla.

Lo brusco de la acción recordó a Crenshinibon que el respeto que le inspiraba el elfo oscuro estaba bien fundado. Ese Jarlaxle poseía una voluntad muy fuerte y, de todos aquellos que habían poseído la Piedra de Cristal a lo largo de los siglos —incluyendo a demonios muy poderosos—, ninguno había sido tan difícil de engatusar.

De hecho, sólo uno de ellos había sido capaz de hacer oídos sordos a su llamada. Se trataba del inmediato antecesor de Jarlaxle: otro drow llamado Drizzt Do’Urden. La barrera mental que protegía a ese elfo oscuro había sido construida con principios morales. Crenshinibon no habría estado peor en caso de haber caído en manos de un bondadoso sacerdote o de un paladín del bien, estúpidos incapaces de compartir con ella la necesidad de alcanzar mayores cotas de poder.

Por todo ello, la continua resistencia de Jarlaxle resultaba verdaderamente impresionante, pues el artilugio sabía que ese elfo oscuro no poseía ningún principio moral. El corazón de Jarlaxle no comprendía que Crenshinibon era una creación maligna y que, por tanto, debía mantenerse alejado. No, Crenshinibon percibía que para Jarlaxle todos y todo eran herramientas, vehículos que le permitían avanzar por el camino deseado.

Si Jarlaxle se apartaba del camino, Crenshinibon podría crear bifurcaciones e incluso recodos más cerrados, pero no habría ningún cambio de dirección. Ya no.

Crenshinibon, la Piedra de Cristal, ni siquiera se planteaba la posibilidad de buscar un nuevo dueño, tal como solía hacer en el pasado cuando debía salvar algún obstáculo. Pese a que presentía una cierta resistencia en Jarlaxle, esa resistencia no implicaba ningún peligro ni falta de actividad. Para la sensible reliquia, Jarlaxle era poderoso, intrigante y prometía alcanzar cotas de poder a las que nunca antes había llegado.

El hecho de que ese drow no fuera un mero instrumento del caos y la destrucción, como tantos demonios o humanos incautos —tal vez el pensamiento más redundante que Crenshinibon hubiera tenido nunca— sólo lo hacía más interesante.

Crenshinibon estaba convencida de que tenían por delante un largo camino juntos. Gracias a él, alcanzaría el máximo poder, y el mundo padecería un sufrimiento sin igual.