Nunca elijas el camino fácil
Entreri permanecía de pie bajo un grupo de árboles que sobresalía entre las dunas mirando hacia el oeste. Asintió al darse cuenta de dónde estaban, ya que conocía bastante bien las montañas que había al sur. En aquella región al norte de la frontera no era común ver arena blanca y fina, pero al sur de aquellas montañas, más cerca de Calimport, el desierto se extendía kilómetros y kilómetros. Aquí el paisaje era casi igual de inhóspito, pero se debía más a las mesetas y valles fluviales que hacía tiempo que estaban muertos. Entreri sabía que aquella zona era una excepción. Estaban en la ruta de comercio, y ya que las montañas se extendían insalvables hacia el sureste desde donde estaban, Entreri se dio cuenta de que estaban apenas a unos días de Memnon. Dirigió la vista hacia las hermanas dragón, que se estaban preparando para marcharse, y cuando consiguió captar su mirada, le dedicó a Tazmikella lo más cercano a una expresión de gratitud que jamás le había concedido a nadie.
A un lado de Entreri estaba sentado Athrogate, escupiendo maldiciones y sacándose las botas.
-Maldita sea -rezongó, sacando una cantidad considerable de arena de una de ellas. Al descender, Ilnezhara había volado demasiado bajo, y el surco que había dejado Athrogate, al que sujetaba con la garra, se podía ver a lo largo de muchos metros.
Mientras se regodeaba en el malestar del enano, Entreri dirigió la vista a su otro compañero, que estaba de espaldas junto a los dragones, con ti sombrero calado muy bajo e impidiendo que el asesino lo viera con claridad. Algo en la expresión de las dos criaturas gigantes le hizo pensar que Jarlaxle las había cogido desprevenidas. Tras lanzar una mirada de odio a Athrogate, que seguía protestando, Entreri se situó junto al que llevaba mucho tiempo siendo su compañero.
Lo que vio fue un hermoso elfo de piel dorada y cabellos del color del sol naciente.
Dio un paso atrás.
-Aunque el pelo te sienta bien, prefiero el aspecto drow -dijo Ilnezhara-. Exótico, misterioso, atractivo...
-Peligroso -recalcó su hermana-. Eso siempre te atrae, querida hermana, y ésa es la razón de que nos hayamos adentrado en los dominios de Dojomentikus más de lo que yo quisiera. Vamos, es hora de irse.
-Dojo no nos atacaría a las dos, hermana -razonó Ilnezhara. Se volvió hacia Entreri y Jarlaxle- Una bestia realmente hermosa, como la mayor parte de los machos. Cómo me iba a imaginar que unas cuantas baratijas le provocarían semejante ira.
-Unas baratijas y tu negativa a engendrar con él.
-Me aburría.
-Quizá debería haberse puesto un disfraz de drow -dijo secamente Tazmikella, y Entreri se dio cuenta de que ésa habría sido su propia actitud... salvo porque apenas estaba prestando atención a la conversación. Estaba paralizado mirando a Jarlaxle.
-Deberías cerrar la boca -le aconsejó Ilnezhara, y le llevó unos instantes darse cuenta de que se dirigía a él-. La arena se te meterá dentro y es algo muy incómodo.
Entreri le lanzó una mirada rápida, pero se volvió inmediatamente hacia su compañero.
-Kimmuriel siempre es algo estricto con las condiciones -explicó Jarlaxle-. Cedió un poco, pero me exigió que llevara esta capa más allá de las Tierras de la Piedra de Sangre durante el resto de mis días en la superficie.
-La máscara de Agatha. -Entreri se dio cuenta porque hacia muchos años había tenido que llevar aquel objeto mágico. Con ella había asumido la identidad de Regis, el problemático halfling, y había usado el disfraz para infiltrarse en Mithril Hall antes de la invasión drow. Apartó rápidamente aquel pensamiento de su mente, ya que aquella invasión fallida había sido la causa de su servidumbre en la ciudad de los drows, un lugar en el que no le gustaba pensar.
-La misma -confirmó Jarlaxle.
-La creía perdida o destruida.
-Hay pocas cosas perdidas que no se puedan encontrar, y ninguna magia es destruida realmente para quienes saben recogerla de nuevo. -Sonriendo mientras hablaba, se echó la mano a la espalda y sacó un conocido guantelete, la pieza complementaria de la poderosa espada de Entreri.
»Kimmuriel se las ingenió para arreglarlo; le gustan los que usan la magia tan poco como a ti, amigo mío. -Le lanzó el guantelete a Entreri, quien lo estudió unos instantes, fijándose en las líneas rojas que atravesaban el tejido negro. Se lo puso y rodeó la empuñadura de la Garra de Charon. Sí, el guantelete minimizaba la conexión mágica. Kimmuriel, como siempre, lo había hecho bien.
-Bueno, ahora diría que está mejor, pero sería mentir -dijo Athrogate, poniéndose en pie para reunirse con el grupo y mirando largamente al transformado Jarlaxle-. Los elfos son como niñas, siempre al borde de las lágrimas. ¡Buajajá! -El enano removía la arena caliente con el pie descalzo mientras reía.
-Y si sigues haciendo rimas la vas a palmar -lo amenazó Entreri, lo que hizo que Athrogate riera aún más alto. -No -siguió Entreri con tono letal. Athrogate se detuvo y miró fijamente a aquel hombre de expresión lúgubre-. No estoy bromeando -le aseguró-. Y la rima no fue a propósito.
Athrogate hizo una mueca, pero porque la arena le quemaba los pies, no por la amenaza, y comenzó a dar saltitos.
-Bueno, entonces dile a ése que deje de inspirarme -vociferó, agitando los brazos frente a Jarlaxle-. ¡No puedes esperar que me comporte cuando no deja de sorprenderme de esta manera continuamente! -Dio unas vueltas alrededor de Jarlaxle, observándolo más de cerca, y llegó incluso a pellizcarle la mejilla al drow con los gruesos dedos para a continuación juguetear con el cabello rubio-. Bah, pero es bueno -decidió-. Es bueno para meterte en sitios a los que no perteneces.
¿Tienes más magia de ésa? Si nos encontramos con orcos, ¿podrías hacer que tuviera su mismo aspecto para que pueda infiltrarme entre ellos antes de comenzar a dar golpes?
-Para eso no haría falta la magia -dijo Entreri-. Lo único que tienes que hacer es cortarte la barba.
Athrogate le lanzó una mirada peligrosa.
-Te estás pasando, chaval.
-Me lo debería haber comido -declaró Ilnezhara.
-No, y todo está bien -intervino Jarlaxle-. Señoras, ha sido un placer pero debemos despedirnos. Os agradecemos enormemente vuestra ayuda, y creedme cuando os digo que echaré de menos vuestra compañía.
En todos mis viajes por el ancho mundo nunca me había encontrado con tanta belleza y elegancia, tanta fuerza e inteligencia. -Hizo una reverencia y su extravagante sombrero barrió la arena del desierto.
-¿Así que crees en las historias que dicen que los dragones sienten debilidad por los halagos? -inquirió Ilnezhara, aunque su sonrisa dejaba claro que estaba bastante complacida con el discurso del drow.
-Hablo con sinceridad -insistió Jarlaxle-. En todo. Encontraréis las Tierras de la Piedra de Sangre muy interesantes y provechosas cuando volváis, según creo.
-Y te veremos de nuevo -vaticinó Tazmikella-. Y te advierto que tus disfraces no engañan a los dragones.
-Pero me temo que no puedo volver -respondió el drow.
-Los dragones y los drows viven más tiempo que los humanos, más incluso que los recuerdos de los humanos -dijo Ilnezhara-. Hasta que nos volvamos a encontrar, Jarlaxle.
Cuando terminó, se dio la vuelta de un salto y extendió las grandes alas, atrapando el aire caliente que subía desde las arenas del desierto. Su hermana saltó tras ella, y aunque sólo fue necesario un batir de aquellas enormes alas para alejarlas rápidamente de allí, aquello desató una tormenta de arena que se dirigió rápidamente hacia los tres compañeros.
-¡Malditos wyrms! -se quejó Athrogate.
Para cuando pudieron quitarse la arena de los ojos y mirar atrás, las hermanas ya eran meros puntitos que se divisaban hacia el este.
-Bueno, no es que vaya a echarlas de menos, pero no estoy hecho para caminar por este terreno -farfulló Athrogate. Se dejó caer sobre la arena y comenzó a ponerse las botas-. Demasiado blando e inseguro para mí.
-Yo no camino -afirmó Jarlaxle. El drow que se había convertido en elfo metió la mano en la faltriquera y sacó una curiosa figurilla roja. Le guiñó un ojo a Entreri y se la lanzó a Athrogate...
El enano la cogió y se quedó sentado mirando aquella cosa tan extraña: un pequeño jabalí rojo.
-¿El escultor se olvidó de ponerle piel a esta cosa?
-Es un jabalí infernal- le explicó Jarlaxle-. Una criatura de los planos inferiores, fiera e incansable, y una montura adecuada para Athrogate.
-¿Adecuada? -preguntó el enano con expresión perpleja-. Pero si me siento sobre ella se perderá dentro de mi trasero.
-La figurilla es un conductor -le explicó Jarlaxle, y sacó su propia figurilla de obsidiana dejándola caer junto a él. Llamó a la pesadilla infernal y en pocos instantes su montura ardiente piafaba en el suelo blando a su lado.
Athrogate le dedicó una sonrisa torcida, y al igual que él dejó caer el jabalí rojo al suelo.
-¿Cómo lo llamo? -preguntó ansioso.
-Resoplido -dijo Jarlaxle.
Athrogate resopló.
-No, ése es su nombre. Llama a Resoplido y éste acudirá a tu llamada. ¿Sabes lo que quiero decir?
Entreri, que observaba la escena aburrido y nada sorprendido, hizo que su montura, Fuego Negro, apareciera junto a él. Al mismo tiempo Athrogate hizo lo que le habían dicho y un gran jabalí rojo apareció a su lado. Le humeaba el lomo, y cuando resoplaba, cosa que hacía a menudo, le salían pequeñas llamas del hocico.
-Resoplido -dijo Athrogate con un gesto de aprobación. Se puso junto a la criatura, que al igual que las pesadillas estaba ensillada, pero dudó antes de pasar la pierna por encima-. Parece un poco caliente -se justificó ante sus compañeros.
Entreri negó con la cabeza e hizo dar la vuelta a su pesadilla, comenzando a galopar hacia un oasis lejano.
Jarlaxle y Athrogate lo siguieron poco después, y la montura más pequeña, que movía sus pequeñas patas furiosamente, no tuvo problemas para ir al mismo paso que las pesadillas.
Entreri se mantuvo a la cabeza todo el camino hasta llegar a la última duna que se erguía sobre el oasis. Detuvo a su montura y se quedó esperando, no porque deseara compañía, sino más bien porque lo que vio abajo lo hizo ser cauteloso. Sabía cómo funcionaban las cosas en el desierto, conocía a las gentes que merodeaban por las arenas cambiantes. Esta parada en particular a lo largo de la ruta comercial estaba clasificada como «everni», cuya traducción era literalmente sin ley. Un oasis como aquél no estaba controlado formalmente por nadie, no había ninguna milicia gobernando, y por edicto de los pachás, tanto de Memnon como de Calimport al sur, era «no reclamable». Cualquiera que intentara establecerse allí o construir un fuerte en cualquiera de aquellos oasis entraría en guerra con ambas poderosas ciudades-estado.
El beneficio evidente de aquel acuerdo era que evitaba que se les cobraran impuestos a las caravanas de mercaderes que viajaban con frecuencia de una ciudad a otra. Lo malo era, por supuesto, que a menudo las caravanas tenían que defenderse de ataques de la competencia y de los bandidos.
Los restos de tres carretas junto al pequeño estanque a la sombra de las palmeras indicaban que a una caravana no le había ido demasiado bien recientemente.
-Quizá deberíamos haber convencido a los dragones de que nos acompañaran un poquito más -dijo Jarlaxle cuando él y Athrogate llegaron al promontorio y vieron las siluetas vestidas con túnicas blancas que merodeaban por el lugar.
-Nómadas del desierto -explicó Entreri-. No son aliados de los elfos ni de los enanos, ni siquiera de los humanos que no son de su tribu.
-¿Han saqueado las carretas? -preguntó Arrógate.
-O ya las encontraron destruidas -aventuró Jarlaxle.
-Lo hicieron ellos -insistió Entreri-. La caravana fue destruida hace diez días a lo sumo, porque si no ya habrían robado la madera. Las noches aquí son muy frías, como pronto descubriréis, y la madera es muy apreciada. -Señaló con la cabeza hacia el sur del oasis, donde había buitres revoloteando de un lado a otro-. Las aves carroñeras ni siquiera han terminado su banquete. Esta caravana fue saqueada hace un par de días, y ahí tenéis a vuestros salteadores de caminos tomándose un respiro.
-¿Cuánto tiempo se quedarán? -preguntó Jarlaxle.
-Tanto como quieran. Sus correrías no siguen un patrón fijo. Vagan por ahí, luchan, roban y comen.
-A mí me parece una buena vida -comentó Athrogate-. ¡Aunque para ser perfecta le falta regarla con algo!
Entreri lo miró con expresión ceñuda.
-Al menos ahora no hace rimas -susurró Jarlaxle-. Aunque sus palabras son igual de molestas.
-¿Así que si bajamos ahí nos estaremos buscando problemas? -preguntó Athrogate.
-Quizá sí, o quizá no -respondió Entreri-. Los nómadas del desierto luchan sólo para obtener beneficio. Si nos vieran como una amenaza, o como víctimas valiosas, lucharían. Si no fuera así nos pedirían que les contáramos historias y quizá compartirían su botín con nosotros. Son impredecibles.
-Eso los hace peligrosos -dijo Athrogate.
-Los hace intrigantes -lo corrigió Jarlaxle. Se bajó de su caballo infernal y lo despidió, metiéndose la figurilla en el bolsillo.
-Ah, bueno, si hay pelea, mejor -declaró Athrogate mientras desmontaba.
Jarlaxle, sin embargo, lo detuvo.
-Quédate aquí y manténte apartado -le ordenó el drow.
-¿Vais a ir ahí abajo?
-¿Nosotros? -preguntó Entreri,
Jarlaxle observó el oasis y comenzó a contar rápidamente.
-No puede haber más de veinte, y yo estoy sediento.
Entreri sabía bien que Jarlaxle podía hacer brotar agua en el desierto si se daba el caso, o podía crear una habitación extra dimensional llena de comida y buen vino si lo deseaba.
-No vine aquí para meterme en peleas aleatorias en el desierto -protestó con amargura.
-Pero viniste para conseguir información, o al menos necesitarás información para encontrar lo que buscas. ¿Y quién mejor para indicarnos el camino hacia Memnon, o para informarnos de cómo está organizada la ciudad? Averigüemos lo que podamos.
Entreri miró fijamente a su problemático compañero durante un buen rato, pero finalmente se apeó del caballo. Despidió a la pesadilla y se metió la figurilla en la faltriquera, en un lugar de fácil acceso.
-Si te necesitamos ataca rápido y con fuerza -le dijo Jarlaxle a Athrogate.
-No conozco otra manera -contestó el enano.
-Eso es lo que me hace valorar tu compañía -afirmó el drow-. Y descubrirás, estoy convencido, que tu montura tiene el mismo espíritu luchador... y unos cuantos trucos propios.
Entreri miró al enano montado sobre aquel jabalí de guerra de aspecto fiero y extraño. Volvió a mirar hacia el oasis y las capuchas blancas de los nómadas. Podía imaginar perfectamente a dónde les conduciría todo aquello, pero a pesar de todo se encontró caminando junto a Jarlaxle por el lado oeste de la gran duna.
-Se sabe que los nómadas han llegado a llenar de flechas a los huéspedes inesperados para buscar a continuación respuestas a sus preguntas en los objetos que encuentran en los cadáveres -lo informó Entreri mientras se acercaban al oasis... y varios pares de ojos ya los estaban observando.
Jarlaxle susurró algo que no alcanzó a comprender, y Entreri sintió una oleada de calor en su interior que le recorrió todo el cuerpo desde el corazón hasta los brazos, piernas y cabeza.
-Si disparan sus arcos sólo encontrarán más preguntas -contestó Jarlaxle.
-¿Preguntas en las flechas que habrá a nuestros pies? -supuso correctamente Entreri.
-Necesitarán un proyectil muy poderoso para atravesar este encantamiento, te lo aseguro.
Justo antes de que ambos empezaran a caminar por la hierba que aparecía bruscamente tras la arena, dos hombres se interpusieron en su camino. Ambos sostenían armas de filo ancho (las llamaban espadas khopesh) con una facilidad que indicaba que tenían cierta habilidad con ellas.
-¿Pensáis pasá caminando po nuesto campo así como así? -preguntó uno de ellos en la lengua común de aquellas tierras, una lengua que ni Entreri ni Jarlaxle habían oído en muchos meses, y habló con un acento tan cerrado que les llevó un instante descifrar sus palabras.
-Enséñanos el límite y lo rodearemos -dijo Entreri.
-¿E límite? E límite esh el oasis, estúpido.
-Ah, pues si es así, ¿cómo vamos a llenar nuestras cantimploras en el estanque? -preguntó jarlaxle,
-Pos esh un problema -se mostró de acuerdo el nómada-. Pero pa vosotros, no pa mí. -El que estaba junto a él agarró con la otra mano la larga empuñadura de la espada khopesh.
-No hemos venido a luchar -les advirtió Entreri-. Ni nos importa lo que hayáis hecho con la caravana.
-¿Caravana? -repitió el hombre-. ¿Etas carretas? Pero si las encontramos aji. Pobes hombres. Deberían tener más cuidado. Bandidos, ¿sabéis?
-¿De veras? -dijo con sorna Entreri-. Su mala suerte no me incumbe. Hemos venido a por algo de agua, para poder seguir nuestro camino. Nada más. -Miró al otro nómada, que parecía bastante ansioso por usar su espada-. Y nada menos. Por edicto de los pachás de Memnon y Calimport estos oasis están abiertos y son libres.
Una sonrisa peligrosa arrugó el rostro del primer hombre.
-Pero pagaremos de todos modos -dijo Entreri, sonriendo de un modo similar-. Cogeremos el agua que necesitamos y a cambio os entretendremos con historias de nuestras hazañas aliado de Pachá Basadoni en Calimport.
La sonrisa desapareció del rostro del nómada en un instante.
-¿Basadoni?
-¡Ah, Artemis, conocen el nombre! -dijo Jarlaxle.
Los bandidos palidecieron al escuchar el nombre de Entreri, y el segundo retrocedió un paso soltando la empuñadura del khopesh.
-Bueno, sí, no seríamos amigos del desierto si no aceptáramos trueque, por supuesto.
Entreri dio un resoplido y pasó junto a él empujándolo con el hombro. Jarlaxle se mantuvo cerca de él durante los diez metros que los separaban de la orilla del estanque.
-Tu fama te precede -dijo el drow en voz baja.
Entreri volvió a resoplar como si no le importara y se agachó para introducir su cantimplora en las frías aguas. Para cuando volvió a levantarse, más nómadas del desierto se estaban acercando, incluido un hombre gordo de gran envergadura que iba vestido con ropajes de mayor calidad de colores rojo y blanco. En vez de la sencilla capucha que usaban los otros, llevaba un turbante rojo y blanco bordado con hilo de oro, y portaba un cetro también de oro engastado con joyas. Sus zapatos dorados eran bastante elaborados, con la punta enrollada hacia arriba casi formando un círculo.
Se acercó a pocos metros de la pareja mientras sus guardaespaldas los rodeaban formando un semicírculo.
-Hay un dicho en el desierto que dice que los necios pierden una vez la valentía -declaró en un dialecto más cultivado y que les recordaba más al de Calimport que al de las arenas del desierto.
-Tus centinelas parecían haberse quedado sin argumentos -contestó Jarlaxle-. Pensábamos que habíamos llegado a un trato. Agua a cambio de historias.
-No necesito vuestras historias.
-Ah, pero son grandiosas, y no echaréis de menos el agua.
-Yo conozco la historia de un hombre llamado Artemis Entreri -dijo el jefe-. Un hombre que sirvió con Pachá Basadoni.
-Está muerto -replicó Entreri.
El jefe lo miró con curiosidad.
-No acaba de llamarte...
-Artemis -confirmó Entreri-. Tan sólo Artemis.
-¿De la hermandad de Pachá Basadoni?
-No -respondió Entreri.
-Sí -dijo al mismo tiempo Jarlaxle.
Ambos se dieron la vuelta y se miraron el uno al otro.
-No debo lealtad a ninguna hermandad -le aseguró Entreri al jefe.
-Y aún así te atreves a venir a mi oasis...
-No es tuyo.
-Tus dotes diplomáticas son impresionantes -le susurró Jarlaxle entre dientes a Entreri.
El hombre gordo sostuvo el cetro en horizontal frente a él.
-Valiente -dijo, e hizo descender ligeramente una punta-. Necio -añadió, e hizo bajar la otra todavía más, como si estuviera pesando sus palabras en una balanza.
-Mi amigo está cansado de tantos días de viaje bajo este sol abrasador -manifestó Jarlaxle-. Somos viajeros en busca de aventura.
-¿Mercenarios?
Jarlaxle sonrió.
-¿Así que me ofreceríais vuestros servicios a cambio de mi agua?
-¿Eso sería un trato con... ?
-Soy el sultán Alhabara.
-Un trato con el sultán Alhabara, entonces -dijo Jarlaxle-. Te aseguro que nuestros servicios son formidables.
-¿De veras? -respondió el hombre gordo, y emitió una risita que provocó risas a su vez a los seis hombres que lo rodeaban-. ¿Y qué tarifa sería apropiada para los servicios de Artemis y .... ?
-Soy Drizzt Do'Urden -dijo el drow convertido en elfo.
-Por las pelotas de un orco castrado -farfulló Entreri, y dejó escapar un gran suspiro.
-¿Cómo? -preguntó Jarlaxle, haciéndose el inocente mientras se volvía hacia él.
-No podríamos haber pasado de largo, ¿verdad? -contestó Entreri-. Muy bien.
-Tranquilo, Artemis -le ordenó Jarlaxle.
-Nuestra tarifa es demasiado alta para el gordo de Alhabara -le dijo Entreri al hombre-. Mayor de lo que puede imaginar el estúpido Alhabara. El agua es gratis, en cualquier caso, por el edicto de Memnon y Calimport. ¿Puede el criminal Alhabara entender eso?
Alhabara lo miró rápidamente con el entrecejo fruncido y los hombres a su alrededor farfullaron llenos de ira, pero Entreri no se amilanó.
-Así que cojo lo que es gratis sin pedirle permiso a un vulgar ladrón -declaró, y recorrió a los demás con la mirada cuando terminó-. Y el primero que ose levantar su espada contra mí será el primero en morir hoy.
El hombre que estaba en medio del trío a la izquierda de Entreri se dirigió amenazante hacia él, desenvainando su khopesh y apuntándolo con él. Incluso avanzó un paso, o comenzó a hacerlo, pero una mirada de Entreri lo hizo detenerse.
Alhabara, mientras tanto, retrocedió varios pasos y levantó el cetro en posición defensiva frente a sí.
-Soberanía -le susurró Jarlaxle a Entreri, identificando correctamente el cetro mágico que sostenía el sultán, ya que lo había visto muchas veces con anterioridad entre los caciques y los líderes tribales. Si era similar a alguno de los que había visto, un objeto como aquél permitía al que lo portaba imponer su voluntad sobre sus futuros súbditos (aquellos de mente débil, al menos).
Un instante más tarde, tanto el drow como el asesino sintieron una oleada de compulsión que los invadía, una llamada telepática del sultán Alhabara para que se arrodillaran.
Se miraron el uno al otro y después miraron al hombre.
-Ni hablar -dijo Entreri.
A ambos lados aparecieron armas. Jarlaxle respondió arrancando la pluma de su sombrero y arrojándola al suelo frente a él, y casi inmediatamente el objeto se convirtió en una criatura gigantesca de tres metros conocida como diatryma, un enorme pájaro que no podía volar, con unas cortas alas pegadas a los flancos, un cuello grueso y fuerte y un pico triangular poderoso.
Los seis hombres que estaban más cerca gritaron y cayeron hacia atrás. Alhabara se alejó a gatas aterrorizado.
-¡Matadlos! -gritó.
El hombre que estaba más cerca del pájaro por la derecha trató de pasar corriendo junto a él para atacar al elfo y al hombre, pero el poderoso cuello del diatryma giró al pasar por su lado y le clavó el pico en el hombro con tanta fuerza que llegó hasta el hueso y le dislocó el hombro dejándole el brazo colgando varios centímetros por debajo de su posición anterior. El hombre aulló y cayó sobre la hierba en medio de penosos alaridos.
Empuñando la Garra de Charon y su daga enjoyada, Entreri saltó hacia los tres hombres que tenía a la izquierda. Espalda con espalda con él, Jarlaxle chasqueó bruscamente la muñeca y una daga mágica saltó a su mano desde su brazalete encantado. Un segundo chasquido la alargó hasta convertirla en una esbelta espada que el drow pasó a su mano izquierda y usó para desviar el khopesh más cercano en el mismo movimiento.
Chasqueó de nuevo la mano derecha y el brazalete respondió, y esta vez, mientras seguía usando la espada de forma brillante para mantener alejado aquel problemático khopesh, retrocedió y le lanzó la daga al último de la fila. Sin apenas bajar el ritmo, la mano siguió chasqueando, retrocediendo y lanzando una y otra vez.
El hombre era bueno con su arma y bastante ágil. Tras cinco lanzamientos tan sólo tenía una herida de daga en el muslo y apenas lo había rozado. Su amigo intentó intensificar su ataque a Jarlaxle, pero el ágil drow lo mantenía a raya con facilidad, incluso sorteando el khopesh para alcanzarlo levemente en las costillas.
Durante todo ese tiempo Jarlaxle seguía lanzando dagas, girando de un lado a otro y atacando al hombre desde todos los ángulos sin seguir un patrón preestablecido, lo cual hacía que el otro no pudiera defenderse. El hombre no podía anticiparse, sólo podía reaccionar, yen ese estado otra espada lo alcanzó, rozándole la mejilla, y después una tercera, un golpe certero en el hombro del brazo con el que manejaba la espada.
Para empeorarles las cosas a él y a su amigo, el pájaro de Jarlaxle intervino, pisando al hombre mientras intensificaba su ataque contra él. El hombre se las arregló para golpear la pata de la enorme criatura con su khopesh, pero el pájaro le dio un pisotón y lo abatió de tres fuertes picotazos.
Jarlaxle lo envió tras el sultán Alhabara mientras volvía a concentrarse en el hombre que quedaba. Su siguiente daga apareció, yen vez de lanzarla chasqueó la muñeca para alargarla, convirtiéndola en una segunda espada gemela.
Atacó a su oponente herido.
Tres flechas surgieron de uno de los flancos, disparadas desde un árbol al otro lado del oasis.
Jarlaxle las vio demasiado tarde como para esquivarlas.
Entreri giró hacia la izquierda y se dirigió de repente hacia el flanco del trío para que no pudieran alcanzarlo todos a la vez. Avanzó con un barrido solapado de la daga, que gracias a su atrevido avance pilló la espada en movimiento cerca de la empuñadura y le permitió hacer palanca con la fuerza suficiente para quitársela con un arma tan pequeña. Sin espacio para maniobrar su propia espada, asestó un golpe con la mano derecha en su lugar, golpeando con la empuñadura de la Garra de Charon la mejilla de su oponente.
El impulso del golpe extendió su brazo izquierdo, y con el mismo movimiento desvió el khopesh y el brazo del hombre mientras con la mano que sostenía la espada asestó un golpe sobre ellos desde arriba.
Sintiendo la presión de un segundo atacante que venía por detrás, Entreri giró sobre el brazo con una vuelta completa, manteniéndose de pie, y se elevó con fuerza, elevando el brazo de la espada y rajando el brazo del bandido por el camino. Se retorció de tal modo que el hombre giró sobre la cadera, sacudiéndose y volando indefenso.
-Estás muerto -le dijo Entreri amenazante, ya que el hombre estaba completamente a su merced-. Excepto ...
Entreri agarró la espada del revés mientras dejaba caer el brazo y la clavó hacia atrás mientras hacía un veloz giro invertido.
La espada se hundió en el abdomen de un segundo bandido, el que había estado en el medio y había desenvainado primero.
-Le prometí que sería el primero en morir -le explicó Entreri.
Golpeó en la cara al hombre tendido de bruces, que había soltado su khopesh y se sujetaba el brazo malherido, y saltó por encima de él moviendo espada y daga en círculos que se complementaban para frustrar el ataque del tercer hombre.
Todo iba tan bien, tan fácil, pensó, pero entonces se dio cuenta de que docenas de hombres se acercaban dando gritos y empuñando espadas y arcos. Una mirada rápida hacia atrás le permitió ver cómo las flechas iban directas hacia Jarlaxle. Más allá del drow, vio a su otro compañero. uno al que hubiera preferido olvidar, mientras bajaba rugiendo por uno de los lados de la duna sobre su cerdo de batalla, agarrado firmemente con sus poderosas piernas, mientras con los brazos bien abiertos hacía girar sus manguales de un lado a otro con ferocidad.
-¡Yujuuuuu! -gritó Athrogate, y su tono claro y firme desafió el traqueteo de su torpe descenso por la ladera de arena. A pesar de la torpeza y la cortedad de sus piernas, Athrogate se dio cuenta de que su jabalí mágico podía cubrir grandes distancias.
El enano se sujetó firmemente con las piernas e hizo girar los manguales a ambos lados describiendo con ellos amplios círculos. Pasó de la arena a la hierba, y los bandidos más cercanos avanzaron para interceptarlo con un par de lanzas.
Athrogate aulló más alto y siguió su camino, pensando en arrancar les las afiladas lanzas con sus armas. Mientras avanzaba descubrió que su montura era algo más que una bestia de carga. El jabalí había sido invocado desde los pozos ardientes del infierno, donde la batalla era constante, y esta criatura diabólica tenía el temperamento y el armamento adecuados para tal entorno. Paró en seco, sólo un segundo, para resoplar y dar un pisotón con uno de los cascos, y mientras lo hacía, una llamarada naranja surgió de su cuerpo formando un fino anillo de fuego que se elevaba en remolinos a medida que se disipaba.
-¡Buajajá! -aulló Athrogate alegremente sorprendido, y mientras el jabalí seguía adelante, el enano se agarró aún más firmemente con las piernas y ajustó el ángulo de sus armas giratorias mientras los bandidos reculaban y se encogían sobresaltados por las llamaradas. Una pequeña llama residual prendió en la túnica de uno de ellos mientras que al otro le humeaba el pelo chamuscado. Ambos tenían la piel enrojecida donde el fuego los había alcanzado.
Ninguno estaba realmente herido, pero no estaban en condiciones mentales para evitar llegar a estarlo. Mientras Athrogate avanzaba rápidamente entre ellos, la fuerza de sus potentes golpes se vio aumentada por la velocidad del jabalí. Alcanzó a uno de ellos en el pecho y lo lanzó hacia atrás haciéndole dar una voltereta casi completa, sólo que aterrizó de bruces en vez de sobre los pies. El otro, no se sabe cómo, consiguió mantenerse en pie tras el golpe.
Pero el mangual lo había alcanzado en un lado de la cabeza, y a pesar de estar de pie, estaba muy lejos de estar consciente. Athrogate ya estaba lejos antes de que se desplomara.
-¡Yujuuuuu! -aulló salvajemente el enano, disfrutando de cada momento.
Las flechas alcanzaron la barrera mágica de Jarlaxle apenas a un centímetro de éste y simplemente se detuvieron en el aire, súbitamente, y cayeron al suelo inofensivas. El encantamiento no iba a durar mucho, el drow lo sabía, por lo que miró hacia el árbol y los arqueros y usó su magia innata para invocar una esfera de oscuridad sobre ellos.
-¡Me han cegado! -oyó gritar a un hombre, y sonrió, ya que había oído aquella afirmación falsa otras veces.
Se encontró con que el hombre que tenía enfrente era tenaz y volvía a arremeter contra él. Con un suspiro, Jarlaxle paró el golpe de su khopesh con un movimiento en transversal y hacia abajo, bloqueándolo con las dos espadas, Se dio la vuelta para enfrentarse a las tres espadas entrelazadas, y eso le dio la fuerza suficiente para hacer palanca y quitarle su arma.
Se echó atrás de repente, lo que a punto estuvo de hacer que el hombre perdiera el equilibrio, y a continuación el drow comenzó a desviar los golpes con un repiqueteo rápido de sus espadas sobre la otra. Cuando su oponente comenzó al fin a compensar las acometidas casi constantes, Jarlaxle se hizo a un lado y con una repentina floritura hundió rápidamente la espada girando la punta hacia el suelo, con lo que consiguió desviar el khopesh hacia abajo.
El bandido tiró hacia atrás y se encontró con que la espada subía libremente, pero sólo porque Jarlaxle la había soltado. El drow giró los brazos hacia afuera moviendo la espada derecha, la más cercana a su oponente, en ángulo y a continuación hacia abajo, y la izquierda, hacia afuera y hacia arriba. Inclinó el cuerpo de modo que proporcionara el máximo equilibrio a su postura.
Sin embargo, la mantuvo poco tiempo, ya que volvió a clavar las espadas con una furia inusitada: la derecha hacia arriba y por debajo de la khopesh, cerca de la empuñadura, y la izquierda hacia abajo, cerca de la parte más ancha de la hoja.
El bandido no pudo con el cambio de presión, y los golpes del drow le arrancaron la espada de las manos y salió girando despedida. Jarlaxle detuvo el giro del khopesh por la empuñadura de la espada del hombre.
El bandido se quedó mirándolo anonadado.
-Toma -ofreció cortésmente Jarlaxle lanzándosela al bandido. El hombre miró hacia arriba, elevó las manos, y justo antes de que el khopesh aterrizara cómodamente en ellas, la suela de la bota del drow le aterrizó de manera incómoda sobre la cara.
Cayó al suelo antes de que la espada hiciera lo propio sobre él.
Jarlaxle miró a Entreri.
-Invoca a tu... -comenzó a gritar, pero antes de que consiguiera terminar, la pesadilla de Entreri hizo su aparición en escena, soltando fuego por la nariz y golpeando el suelo con las patas. El pobre bandido que quedaba en aquel lado había sido despojado de sus armas, y la visión del caballo infernal aparentemente lo privó de su cordura, ya que masculló algo incomprensible y se alejó medio corriendo medio arrastrándose, gritando y dando alaridos todo el tiempo.
Entreri montó de un salto sobre la poderosa pesadilla y espoleó al animal llevándolo a un galope que hizo quedar atrás al grupo más cercano de bandidos que se aproximaban. Un par de lanzas y una flecha volaron hacia él, pero el escudo mágico de Jarlaxle las detuvo.
Entonces Jarlaxle llegó por detrás montado en su corcel negro, y Entreri puso a su pesadilla al galope cuando el drow ya había iniciado la carga. Ambos avanzaron en la estela dejada por Athrogate y a continuación adelantaron al enano ya su cerdo de guerra en medio de un gran estruendo. Una batería de arqueros surgió de detrás de una carreta, pero nada más levantarse también empezaron a gritar algo acerca de la ceguera mientras la oscuridad mágica de Jarlaxle los engullía.
Detrás de los tres jinetes, el diatryma de Jarlaxle seguía descontrolado, y los bandidos tuvieron que conformarse con esa batalla.
En el otro extremo del oasis, corriendo libres por las arenas del desierto una vez más, los tres recorrieron casi dos kilómetros antes de que Jarlaxle se detuviera y le indicase a su amigo que hiciera lo mismo.
-¡Buajajá! -rugió Athrogate- ¡Jamás podré agradeceros mi nueva mascota lo suficiente! ¡Resoplido! ¡Buajajá!
Jarlaxle le dedicó una sonrisa, pero dirigió su atención hacia Entreri.
-Ha ido bien -dijo el elfo secamente-. Parece que he desperdiciado contigo mis lecciones sobre diplomacia.
Entreri se disponía a responder, pero reparó en que una nueva pluma crecía en la cinta del magnífico sombrero de Jarlaxle. Meneó la cabeza y espoleó a su caballo.
-Deberíamos volver -dijo Athrogate-. ¡Quedaban más para machacar!
Jarlaxle ni se volvió, y sin responder, azuzó a su caballo y comenzó a correr tras su compañero que ya se alejaba.
-Bah -resopló decepcionado Athrogate. Lanzó una mirada anhelante hacia el oasis y los siguió a regañadientes.