20

Sueños y recuerdos

-Se fue a buscarla -le dijo Jarlaxle a Kimmuriel cuando ambos se encontraron al día siguiente en una oscura cañada cerca de donde se habían citado con las hermanas dragón. No muy lejos, Entreri y Athrogate estaban sentados sobre un montón de piedras en medio de un prado rocoso.

Kimmuriel había acudido con la intención de evitar que la conversación girase en torno a Calihye, y resulta que Jarlaxle, como si le hubiera leído la mente, había comenzado haciendo referencia a la desgraciada mujer.

-Es típico de los humanos, ¿no? -contestó el psionicista-. Arrojar a su amante a través de una ventana de cristal y después buscarla arrepentidos. Nuestra manera es mucho más directa y honesta, en mi opinión. Ninguna matrona drow expulsaría a un macho y lo dejaría vivir.

-Con una excepción notable.

-Notable. -Kimmuriel se mostró de acuerdo-. Por supuesto, en el asunto al que te refieres, la matrona Baenre no tuvo mucha elección. ¿No es cierto que se le ordenó al segundo hijo de la Casa Baenre librar a la misma del maldito Jarlaxle, que estaba tendido sobre el altar sin una sola magulladura a pesar de las repetidas puñaladas de la poderosa matrona en persona?

-Ya conoces la historia -le contestó Jarlaxle.

-Sí, pero me gusta oírte contarla tan a menudo como te dignas a hacerlo. ¡Ver el rostro de tu madre desfigurado por la exquisita frustración y el horror cuando la hoja no atravesaba al infante! ¡Ya continuación ver su expresión de puro terror, y la de Triel también, cuando el segundo hijo, Doquaio, te sacó repentinamente de la losa! Debía de tener el mismo aspecto que aquella criatura sangrienta que había en la habitación de Artemis cuando la criatura Jarlaxle inconscientemente dejó escapar la energía que estaba atrapada dentro de él.

Kimmuriel se sintió esperanzado ante la risita ahogada de Jarlaxle, pensando que quizá era una señal de que había desviado la conversación a otro tema que no fuera el de Calihye.

-Y por supuesto, fue entonces cuando Jarlaxle dejó de ser el tercer hijo, y por lo tanto dejó de ser adecuado para un sacrificio -siguió divagando.

-No te había visto tan bromista desde que te pusiste a agitar las manos tratando de aliviar un calambre en el antebrazo -dijo Jarlaxle, y el psionicista apretó los labios muy fuerte.

-Había desaparecido del callejón -dijo Jarlaxle-. No pudo arrastrarse muy lejos, ya que el rastro de sangre terminaba..., y de manera bastante repentina, muy cerca del lugar donde había formado un charco. Por supuesto estuvo sentada allí, contra la pared, antes de que se la llevaran.

-Lady Calihye se ha ganado poderosos enemigos, y también amigos -dijo Kimmuriel-. Quizá sea bueno que Artemis Entreri abandone la región, y con rapidez.

-Y ha hecho amigos de conveniencia -enfatizó Jarlaxle, mirando fijamente a los ojos de su socio-, que se volverán contra ella, sin duda, al menor indicio de traición.

Kimmuriel no lo negó.

-Este lugar merece el esfuerzo de Bregan D'aerthe -continuó Jarlaxle-. Hay mucho que encontrar aquí, por ejemplo la piedra de sangre, un mineral con el que no nos podemos hacer fácilmente en la Antípoda Oscura. Con Knellict sirviendo a nuestra... a tu causa, tendrás fácil acceso a éste y otros bienes valiosos.

-Ya me lo has explicado muchas veces.

Jarlaxle palmeó el hombro de Kimmuriel, y el severo psionicista se limitó a mirarlo con curiosidad y extrañeza. Kimmuriel pretendía utilizar a Calihye y a Knellict para crear una red en las Tierras de la Piedra de Sangre, pero el verdadero motivo del psionicista era más bien preservar la reputación de Jarlaxle que ganar dinero o poder. La reputación de Jarlaxle, según creía Kimmuriel, no soportaría otro desastre como el de Calimport, con semejante debacle todavía reciente, y lo último que quería era que Bregan D'aerthe se apartara de Jarlaxle. Ello se debía a que algún día éste regresaría a Menzoberranzan y retomaría el mando. Bregan D'aerthe necesitaba aquello para mantener a distancia y de buen humor a la matrona Triel Baenre y, más importante aún, Kimmuriel lo necesitaba. Su búsqueda de lo puramente intelectual no se veía suficientemente recompensada por las responsabilidades que requería dirigir la banda de Jarlaxle. Esperaba ansioso el día en que éste regresara y él pudiera concentrarse en los ilitas y en los misterios de sus extensos poderes mentales.

¡También deseaba olvidarse de los problemas de la banda de mercenarios y de proteger al cada vez más renegado Jarlaxle!

-Sé que tienes dudas -dijo Jarlaxle, como si de nuevo le estuviera leyendo la mente, cosa que el psionicista sabía que era imposible. Kimmuriel tenía un escudo mental lo bastante fuerte como para soportar ese tipo de intrusión-, y me alegro de ello, ya que si no, ¿quién me obligaría a cuestionar cada paso que doy?

-¿Tu propio sentido común?

Jarlaxle se rió a carcajadas.

-Mi visión es correcta-volvió a insistir.

-Menzoberranzan requiere de nuestra atención constante.

Jarlaxle asintió.

-Pero llegará un día en que los contactos que nosotros... que tú mantienes en la superficie sean enormemente beneficiosos para las matronas.

-¿Qué es lo que sabes?

-Sé que el mundo está cambiando -dijo Jarlaxle-. A Entreri y a mí nos atacó una sombra netheriliana, y dejó bastante claro que no iba sola. Si las sombras caen sobre el mundo de la superficie, las matronas no querrán permanecer inmutables.

»Además, amigo mío, aquí en la superficie crece el número de seguidores de Eilistraee. Drizzt Do'Urden ya no es un caso único entre los drows de la superficie, y cada vez encuentra más aceptación entre los que la habitan.

-Tu antigua Casa...

-Nunca pertenecí a ella -lo corrigió Jarlaxle.

-La Casa Baenre -rectificó Kimmuriel- no volverá a actuar contra Drizzt, y si decidieran hacerlo nadie los apoyaría. Hay incluso sacerdotisas que afirman que Lloth lo favorece secretamente.

-Decían lo mismo de mí después del sacrificio fallido.

-Las pruebas eran evidentes.

-Y nunca me he arrodillado ante esa perra. Tampoco lo ha hecho Drizzt Do'Urden. Estoy seguro de que si averiguara que Lloth lo favorece, eso lo atormentaría más que una herida ulcerada.

-Más razón entonces para contar con el favor de la diosa.

Jarlaxle sencillamente se encogió de hombros ante aquella lógica aplastante. Ésa era precisamente la ironía de seguir a una deidad del caos.

-Pero de todos modos no hablo de Drizzt -puntualizó Jarlaxle-. No creo que la Reina Araña tolere a los seguidores de Eilistraee durante mucho más tiempo, y cuando ese día alcance a esos tontos danzarines, las casas de Menzoberranzan los someterán a juicio adecuadamente. Bregan D'aerthe resultará de gran utilidad cuando tal momento llegue, por supuesto.

-Aun cuando deban pasar siglos antes de que eso suceda.

-La paciencia me ha sostenido -afirmó Jarlaxle-. Y nuestros esfuerzos serán provechosos al final. En el lenguaje de los humanos se conoce como combinación ganadora.

-A menudo los humanos creen que van ganando hasta que los arrojan por la ventana.

Jarlaxle se rindió con otra carcajada y, Kimmuriel lo sabía, con la seguridad de que Bregan D'aerthe aprovecharía a conciencia los contactos que habían hecho en las accidentadas tierras de Damara y Vaasa.

Kimmuriel tendió la mirada más allá de Jarlaxle, hacia campo abierto, y asintió, haciendo que el otro drow se diera la vuelta.

-Tus dragones se acercan -dijo Kimmuriel.

Jarlaxle se volvió de nuevo hacia él y extendió la mano.

-Adiós, entonces.

Kimmuriel no le estrechó la mano, así que Jarlaxle la dirigió hacia la faltriquera que colgaba de su cinturón para mostrarle a su lugarteniente que llevaba el objeto, como habían acordado. Kimmuriel hizo un gesto de asentimiento y sacó una mano de debajo de su túnica oscura, en la que sostenía una pequeña arca que contenía tres diminutos viales.

Los ojos de Jarlaxle brillaron al verlos.

-He abierto su corazón, y ahora abriré su mente -dijo.

-Por razones que ningún drow en su sano juicio comprendería.

-La cordura es aburrida.

Kimmuriel resopló burlonamente mientras Jarlaxle cogía las pociones.

-Su madre, su infancia..., ésas son las preguntas que te abrirán la mente de Entreri -dijo el psionicista, y mientras guardaba el arca vacía sacó la otra mano de entre los pliegues de la túnica sosteniendo en ella la flauta de Idalia.

-¿Los recuerdos residuales que permanecían en el interior de la flauta te lo han revelado? -preguntó Jarlaxle.

-Me pediste que la inspeccionara y lo hice. Me pediste las pociones y aquí las tienes.

Jarlaxle cogió la flauta con una amplia sonrisa.

-Y ahora nos vamos, Jarlaxle -dijo Kimmuriel-. No atenderé a tu llamada hasta nuestra próxima cita.

-Eso es mucho tiempo.

-Así es..., me he cansado en demasía de este aburrido mundo de la superficie, y no he dedicado suficientes esfuerzos a las necesidades de Bregan D'aerthe en Menzoberranzan. Es una ciudad de caos y cambios constantes, y mi antiguo maestro me enseñó bien que Bregan D'aerthe debe cambiar con ella, o incluso antes.

-Me han dicho que tu antiguo maestro era brillante.

-Sí, él mismo suele decirlo a menudo.

En escasas ocasiones se había reído tanto Jarlaxle en presencia del parco psionicista.

-Estoy seguro de que encontraré a la banda bien atendida cuando regrese a Menzoberranzan -dijo.

-Por supuesto. ¿Y cuándo será eso?

Jarlaxle dirigió la vista hacia Entreri, que estaba junto a Athrogate y frente a Ilnezhara y Tazmikella.

-Quizá lo que dura la vida de un humano.

-¿O lo que queda de la de éste?

-Tal vez. Pero recuerda que fue infundido con la materia de sombra. Podría ser más tiempo de lo que imaginas. -Volvió a mirar a Kimmuriel y le guiñó un ojo-. Pero seguro que volveré.

-No traigas al enano.

Jarlaxle volvió a soltar otra carcajada y la expresión de Kimmuriel se hizo más severa todavía. Jarlaxle casi parecía atolondrado, y no era una visión que le agradara.

-¿Por qué, Kimmuriel, te falta imaginación? -inquirió Jarlaxle con tono dramático-. ¿No te das cuenta de que Athrogate sería un regalo perfecto para mi hermana, la que sea que gobierne la Casa Baenre, cuando vuelva?

Kimmuriel ni siquiera sonrió, yeso hizo que Jarlaxle riera todavía más fuerte.

-Pues no es que me guste mucho el teletransporte de los magos -estaba refunfuñando Athrogate cuando Jarlaxle se unió a los otros cuatro en el montón de rocas que había en el pequeño campo. El enano resopló para quitarse un mechón suelto de la boca y cruzó los brazos fornidos sobre el pecho. Para enfatizar más sus palabras, dio un fuerte pisotón, lo que hizo que las cabezas de sus manguales se balancearan de un lado a otro, una sobre cada hombro, ya que llevaba las armas cruzadas a la espalda.- Una vez conocí a un halfling que se unió a un mago como ése. Un hechicero esmirriado que necesitaba donde apoyarse. ¡Y sus ojos no valían lo que sus huesos, porque disparó un poco bajo y cayeron en las piedras! ¡Buajajá!

Athrogate interrumpió sus risotadas al poco tiempo de empezar, volvió a cruzar los brazos y miró a Jarlaxle con el entrecejo fruncido.

-Y cuando digo en las piedras, quiero decir dentro de las piedras.

El drow miró a Entreri, que no dejaba de menear la cabeza y no parecía muy proclive a ilustrar al enano sobre la realidad de su viaje inminente. Se volvió hacia las hermanas dragón, que parecían divertirse bastante con todo aquello.

-¿Crees que han venido a teletransportarnos? -preguntó jarlaxle-. No te olvides de tu vuelo a través de la sala común de la taberna.

-No me olvido de nada -rezongó el enano-. Trucos de magos... ¡Bah! No van a lanzarnos a través del condenado mar. ¡Aunque eso si sería un aterrizaje complicado!

-¿Mago? -preguntó Entreri en su ignorancia, ya que no había presenciado el vuelo del enano-. ¿Piensas que van a teletransportarnos?

-¡Pues no me van a llevar a cuestas, con esos bracines y esas piernecitas de chiquilla! ¡Buajajá!

-Entonces quizá te aten a un árbol -dijo Entreri atrayendo las miradas sorprendidas de todos los demás-, lo doblen hasta llegar al suelo y lo suelten a continuación. Te lanzarán por los aires hasta cruzar las nubes, y cuando caigas todos estaremos deseando tu muerte.

Los labios de Athrogate se movían mientras digería las palabras a base de repetirlas, y Entreri, con el entrecejo fruncido, ya que no bromeaba en absoluto, sabiamente movió la mano hacia la empuñadura de su espada, como si esperase que el enano se abalanzara sobre él.

Pero Athrogate estalló en carcajadas en vez de lanzarse a la acción.

-¡Buajajá! ¡Eh, te voy a robar eso!

-Un precio apropiado -dijo Ilnezhara secamente-. ¿Podemos empezar ya con esto? Tengo una tienda de la que ocuparme por la mañana.

-Por supuesto, mi señora -aceptó Jarlaxle con una de sus características reverencias-. Pero debemos preparar a nuestro ignorante amigo...

-No, creo que no lo haremos -repuso Ilnezhara, y le cambió de repente el timbre y el volumen de la voz, interrumpiendo a Jarlaxle y dejando a Athrogate boquiabierto-. ¡Me importa un comino lo que diga, y mucho menos que escape! -rugió Ilnezhara, y las piedras se agitaron con la potencia de su voz. Sus fauces se alargaron, como si el simple poder de las palabras hubiera tirado de ellas, y un par de cuernos cobrizos se abrieron paso entre sus cabellos dorados y crecieron hacia arriba. Al darse media vuelta, una pesada cola golpeó con estrépito el suelo y comenzó a alargarse, mientras el torso crecía y se retorcía y los huesos cambiaban de lugar.

-Creías que iríamos en un furgón -se burló Entreri del enano, que se había quedado sin habla-, pero en vez de eso montaremos un... -Hizo una pausa y agitó la mano para animar al enano poeta a terminar la frase-. Sí, como esperaba -observó Entreri cuando vio que no le salían las palabras.

-Uh, uh -resopló Athrogate agitando las manos frente a sí mientras comenzaba a recular.

Jarlaxle, que estaba a un lado sin intervenir, sacó una fina varita y la apuntó hacia Entreri, Athrogate y por último hacia sí mismo, pronunciando una orden cada vez para que su magia hiciera efecto.

-¡Ahhh, alzarse por encima de las nubes! -se regocijó Jarlaxle mientras caminaba alrededor de Ilnezhara-. ¿Puedo montaros, mi señora? -preguntó con tono provocativo, e Ilnezhara, todavía en plena transformación, con su cuerpo aumentando, respondió con un rugido. Jarlaxle logró sentarse a horcajadas sobre su lomo escamoso justo antes de que le salieran tras los hombros dos grandes alas coriáceas que se desplegaron con un potente chasquido.

-Dragón -murmuró Athrogate.

-Perdiste la oportunidad, lo siento -le dijo Entreri con voz monótona a pesar de resultar evidente que estaba disfrutando del espectáculo de ver a Athrogate tan confundido.

-Dragón -escupió Athrogate-. Es un dragón. Ella es un wyrm..., un dragón... ¡Un dragón!

-¿Puedo comerme al enano? -preguntó Ilnezhara a Jarlaxle tan pronto como hubo terminado de transformarse. Se sostenía sobre las cuatro patas, y era un poderoso dragón cobrizo-. Necesitaré sustento para el viaje.

Jarlaxle se inclinó hacia adelante y le susurró algo al oído, y con un movimiento brusco de su largo cuello echó la cabeza hacia Athrogate, que palideció y estuvo a punto de desmayarse. Ilnezhara lo golpeó con una ráfaga de su potente aliento, un cono mágico de aire «pesado». Athrogate parecía moverse más despacio de repente, y corría como si fuera atravesando un lodazal.

Pero Ilnezhara no padecía dichos impedimentos y se levantó sobre las patas traseras para después lanzarse hacia adelante, batiendo las alas sólo una vez y elevándose en el aire junto con su jinete. Pasaron a toda velocidad por encima de Entreri, que cayó al suelo, y de Tazmikella, que parecía disfrutar de la súbita ráfaga de aire.

Athrogate se tiró al suelo, o al menos lo estaba haciendo, cuando Ilnezhara pasó por encima y lo agarró fuertemente con una garra, tirando de él. En un abrir y cerrar de ojos el aturdido enano se encontró a unos quince metros del suelo y subiendo de prisa.

-Te echaré de menos, Artemis Entreri -dijo Tazmikella cuando estuvieron los dos solos en el campo-. He llegado a apreciarte, aunque no a confiar en ti. -Sonrió levemente mientras el rostro se le empezaba a desfigurar-. Quizá es por ese elemento de peligro que tanto le gusta a mi hermana.

Entreri quiso recordarle que era un dragón, pero pensó que insultar a semejante criatura no era demasiado inteligente. Mientras la transformación de Tazmikella avanzaba, se situó junto a ella y trepó a su espalda, queriendo emular a Jarlaxle y no a Athrogate.

En unos instantes estuvieron en el aire, con el viento fustigándolos, y el mundo dando vueltas a su alrededor y cada vez más borroso. Entreri y Athrogate no lo sabían, pero Jarlaxle los había salvado con su varita de las mortales dentelladas del viento invernal. A medida que los dragones ascendían, las tres criaturas inferiores habrían muerto de no ser por el hechizo protector.

Artemis Entreri no notó nada. La capa ondeaba a su espalda y el mundo a sus pies se movía a una velocidad pasmosa. Cuando llevaban poco tiempo volando pudo ver la orilla norte del mar de la Luna.

Los dragones siguieron subiendo de tal modo que cualquiera que los viera desde el suelo podría haber pensado que no eran más que pájaros. Poco después, para sorpresa de Entreri, salieron a mar abierto y las hermanas giraron hacia la derecha, en dirección oeste-suroeste. Atravesaron la noche volando y aterrizaron en una pequeña isla justo antes del amanecer.

Entreri bajó con dificultad de Tazmikella.

-Descansa -le ordenó la dragón-. Volveremos a alzar el vuelo al anochecer para terminar de cruzar el mar. Os dejaremos al sur de Cormyr, y allí seguiréis vuestro camino.

Entreri notó que se acercaban Jarlaxle y Athrogate, más que nada por las quejas y los gruñidos del enano, que estaba visiblemente afectado.

-Deberían darles una paliza -farfulló-. Tratar a un enano así no es cortés.

Entreri esperaba que aquella amenaza fuera algo más que palabras. El asesino seguro que disfrutaría del espectáculo de ver las fauces gigantes de Tazmikella cerrándose sobre Athrogate, pero dejó desvanecerse tan placentera imagen y concentró su atención en el dragón.

-Tengo dinero -dijo-. Algo, al menos. -Miró a Jarlaxle-. Te pediría que me llevaras más lejos por ese camino, hacia el suroeste.

Jarlaxle se acercó a él, y le lanzó una mirada extraña.

-Cormyr es una buena diversión -afirmó.

-Te deseo suerte allí, en ese caso -le replicó Entreri, y Jarlaxle retrocedió un paso y pestañeó como si lo hubieran abofeteado-. No dispongo de tiempo ni de ganas.

-¿Hasta dónde querrías llegar? -le preguntó Tazmikella, bajando el tono de su voz de dragón tanto como pudo para que no se propagara a través de las aguas.

-Tan lejos como puedas llevarme. Me dirijo a Memnon, en la parte suroeste de la Costa de la Espada.

-Eso está muy lejos de aquí -recalcó Ilnezhara.

Entreri miró a Jarlaxle.

-Dales mi parte, sea la que sea.

-¿Tu parte de qué? -contestó el drow-. Perdimos.

Entreri entornó la mirada.

-Puedo arreglar el pago -dijo Jarlaxle a los dragones-. ¿Cuánto pedís? O quizá podríamos hacer un trueque. Podemos discutirlo más tarde.

Los dragones intercambiaron miradas de desconfianza, cosa que extrañó a Entreri, ya que después de todo eran dragones.

Pero en ese mismo instante Ilnezhara cambió repentinamente a su forma humana y le indicó a su hermana que hiciera lo mismo.

-Por si acaso hay visitantes en la isla -explicó la mujer de cabello rubio, aunque la mirada que le dirigió Tazmikella dejaba claro que comprendía sus verdaderos motivos demasiado bien, especialmente cuando Ilnezhara lanzó a Jarlaxle un guiño lascivo.

-Eso también, por supuesto -dijo Jarlaxle-, aunque creo que debería pagaros todavía más.

-Deberías -recalcó Ilnezhara.

El suspiro de Entreri dejó entrever que ya había oído suficientes tonterías.

-¿Me llevarás?

-Sí, pero no hasta Memnon -contestó Tazmikella-. Tengo enemigos en los desiertos meridionales con los que no quiero encontrarme. Pero ya veremos cuán lejos nos lleva el viento.

-¿Y que hay de ti? -le preguntó Ilnezhara a Jarlaxle.

-¿Y yo? -preguntó Athrogate esperanzado.

Jarlaxle y la dragón miraron al enano.

-Bueno, me habéis sacado del sitio que ha sido mi hogar durante mucho tiempo -protestó Athrogate-. No esperaréis que vaya nadando hasta Cormyr, ¿verdad?

-Permaneceremos juntos los tres -respondió Jarlaxle a la mujerdragón y al enano-. Te agradecería que me llevaras en cuanto tu hermana y Artemis despierten.

Si lo que quería era medir la reacción del sorprendente Entreri al dejar claras sus intenciones, el drow quedó bastante decepcionado, ya que Entreri, a quien sencillamente no le importaba, ya había comenzado a alejarse.

Ilnezhara cogió a Jarlaxle de la mano y tiró de él.

-Ven y demuéstrame tu gratitud -lo instó.

Jarlaxle la siguió sin rechistar, pero siguió mirando a Entreri, que estaba sentado con la espalda apoyada contra una roca, mirando fijamente las aguas oscuras y vacías que se extendían hacia el oeste.

-Me sigue sorprendiendo que me dieras esa información -le dijo Ilnezhara a Jarlaxle al mediodía del día siguiente, cuando despertó junto a él-. ¿Por qué me la confiaste después de que me aliara con el rey Gareth en tu contra? ¿O es que quieres que ese Kimmuriel y tus antiguos socios sufran algún daño?

-No verás a Kimmuriel ni a ninguno de mis hermanos de la Antípoda Oscura -le contestó un Jarlaxle aún soñoliento. Bostezó, se estiró, y echó un vistazo a su alrededor. Las olas golpeaban las orillas pedregosas de la pequeña isla rítmicamente, y de vez en cuando los ronquidos de Athrogate las silenciaban-. Trabajarán desde las sombras.

-Entonces ¿por qué me lo cuentas?

-No representan ninguna amenaza para el rey Gareth -le aseguró Jarlaxle-. Y ahora sé a quién debes lealtad. Es más, Kimmuriel hará que Knellict se comporte, así que piensa en los esfuerzos de Bregan D'aerthe para ser bien recibido en la Ciudadela de los Asesinos. Y es una oportunidad para ti y para tu hermana. Hay objetos que en Menzoberranzan consideramos comunes y baratos que sin duda os interesarán para vuestras colecciones, y tendrán un buen precio en la superficie. Del mismo modo, podéis hacer trueque con mercancías que tengan poco valor aquí pero enciendan los ojos rojos de las madres matronas en la ciudad de los drows.

-¿Entonces Bregan D'aerthe forma parte de una operación comercial?

-Principalmente, siempre y cuando se nos presente la oportunidad.

Ilnezhara asintió lentamente, aunque su expresión seguía siendo dubitativa.

-Los observaremos con atención.

-Nunca los verás -declaró Jarlaxle, tras lo cual se levantó y comenzó a recoger su ropa-. Kimmuriel no tiene habilidades sociales. Ésa ha sido siempre mi labor, y tu amado rey Gareth es un hombre demasiado pequeño para entender el valor de mi compañía. Ahora si me disculpas, noble dama. El día ya está muy avanzado y debo ir a hablar con mi socio. -Terminó con una reverencia y se puso la camisa.

-Te sorprendió con su petición -le espetó Ilnezhara justo cuando comenzaba a alejarse. El drow se detuvo y se volvió a mirarla.

»¿O es que simplemente no estás acostumbrado a que tome las decisiones? -lo provocó.

Jarlaxle sonrió, se encogió de hombros y se alejó caminando.

Localizó a Entreri apoyado en la misma roca, dormitando a la sombra, protegido del sol naciente, y con toda la extensión del mar frente a él.

El drow miró a un lado ya otro, y a continuación se bebió rápidamente una de las pociones que le había dado Kimmuriel. Esperó hasta que la magia se hubo asentado y su atención se concentró en Entreri, pensando en las preguntas que debería hacerle para hacer aflorar sus pensamientos.

Jarlaxle pestañeó sorprendido, ya que los pensamientos de Entreri comenzaron a cristalizarse en su mente intrusa. Las pociones le hacían más fácil leer la mente, y mientras las imágenes de un gran puerto marítimo comenzaban a revolotear por su mente, Jarlaxle se dio cuenta de que Entreri ya estaba allí, en Memnon, su ciudad natal.

Las imágenes eran tan claras que Jarlaxle casi pudo oler el aire salado y oír los chillidos de las gaviotas. El sueño de Entreri (el drow se preguntaba si era un sueño o un recuerdo) le mostró a una mujer de aspecto normal, que en otro tiempo fue atractiva en cierto modo. Sin embargo, la tierra, el polvo y las dificultades le habían cobrado un alto tributo. Los pocos dientes que le quedaban estaban agrietados y amarillentos, y los ojos, quizá en otro tiempo negros y brillantes, tenían la expresión indiferente de la desesperanza, el vacío y el cansancio de una persona que ha sufrido una pobreza prolongada. El mundo había quebrantado a aquella mujer que antaño había sido hermosa.

Jarlaxle sintió cómo la ternura emanaba de Entreri mientras ella permanecía en el sueño.

Entonces un carro, un sacerdote, los gritos de un joven...

Jarlaxle dio un paso atrás cuando una oleada de ira que casi lo desbordó surgió de su objetivo. ¡Tanta ira! ¡Una furia bestial y apasionada!

Vio a la mujer de nuevo mientras se alejaba entre el polvo, y sintió que iba en un carro que se distanciaba de ella. La ternura había desaparecido para ser reemplazada por un sentimiento de traición que produjo gran turbación en Jarlaxle.

El drow salió poco después algo conmocionado. Se quedó mirando a Entreri, y supo que lo que había visto cuando había entrado en los sueños del asesino eran, de hecho, recuerdos.

-Tu madre -susurró mientras reflexionaba sobre la imagen de la mujer de ojos y cabellos negros.

El drow resopló ante la ironía. Quizá lo que tenía en común con Artemis Entreri tenía más que ver con las experiencias comunes de lo que pensaba.