Más allá de las propias posibilidades
Al quedar el castillo en silencio, en el campo de batalla empezaron a bramar los cuernos y por todas las líneas se extendió un grito entusiasta.
-¡Rey Gareth! -gritaban los soldados, y de donde partían las voces más vigorosas y agradecidas era del contingente de Palishchuk.
No obstante, y por mucho que le llegara al corazón, a Gareth Dragonsbane no lo divertía aquello. No habían perdido un solo hombre, y cientos de monstruos yacían muertos en el campo, abatidos casi todos sin haber entrado siquiera en combate.
-Eso no fue un asalto, fue un suicidio masivo -comentó Emelyn el Gris, y todos sus amigos coincidieron con él.
-Lo único que consiguieron fue eliminar a una buena cantidad de los goblins y kobolds del mundo -añadió Riordan.
-Y fortalecer nuestra determinación y cohesión -observó fray Dugald-. ¿Un momento de práctica antes de una justa? ¿Es posible que nuestros enemigos sean tan ineptos?
-¿Y dónde está el segundo asalto? -preguntó Gareth en voz baja, para sí y para los demás-. Deberían haber atacado con todas sus fuerzas en el momento en que estábamos más distraídos.
-Que tampoco lo estuvimos mucho, ¿no os parece? -inquirió Emelyn-. Supongo que la evaluación de Kane fue acertada: se estaban librando de la carne de cañón para ahorrar provisiones.
Gareth se limitó a mirar a su sabio amigo y meneó la cabeza con impotencia.
Su impaciencia aumentaba según iban pasando los minutos y el castillo parecía cada vez más inerte, más muerto. Nada se movía tras las altas murallas. No se alzaba un estandarte ni se oía el ruido de una puerta al abrirse o cerrarse.
-Sabemos que Artemis Entreri y Jarlaxle están ahí dentro -señaló Celedon Kierney cuando ya había pasado un buen rato-. ¿De qué otras fuerzas disponen? ¿Dónde están las gárgolas que tanto atormentaron Palishchuk cuando el castillo cobró vida la primera vez? Unas gárgolas que se regeneraban rápidamente, según dijeron. Un número inagotable.
-A lo mejor no era más que un farol-sugirió fray Dugald-. A lo mejor es que no pudieron reanimar el castillo.
-Wingham, Arrayan y Olgerkhan vieron cómo las gárgolas volaban por encima de las murallas hace apenas unos días -recordó Celedon-. Tazmikella e Ilnezhara nos advirtieron claramente de que Jarlaxle tiene a Urshula el Negro, un poderoso dracolich, listo para responder a su llamada. ¿Será que el intrigante drow trata de hacernos entrar en el castillo, donde sus mágicos secuaces pueden resultar más letales?
-No podemos saberlo -admitió el rey Gareth.
-Sí que podemos -dijo Kane, y todos los ojos se volvieron hacia él.
El monje se colocó ante Gareth y le hizo una lenta y respetuosa inclinación de cabeza-. Ya hemos estado muchas veces en situaciones como ésta, viejo amigo -le recordó-. Puede que ésta sea una situación para nuestro ejército, y puede que no. Olvidemos por un momento lo que somos y recordemos lo que fuimos una vez.
-No puedes exponer al rey -le advirtió fray Dugald.
Junto a él, Olwen Amigo del Bosque lanzó un bufido despectivo, aunque los demás no entendieron si a las palabras de Kane o a las de Dugald.
-Si Jarlaxle es tan listo como nos tememos, entonces nuestra precaución es su aliada -dijo Kane-. Jugar al juego de la intriga con un drow es propiciar el desastre. -Se volvió hacia el castillo, y su expresión decidida y seria obligó a todos a mirar en esa dirección.
-Nos hemos encontrado antes en esta situación -repitió-, yen una época sabíamos cómo superarla. Pues así lo haremos otra vez a menos que nos hayamos vuelto unos viejos timoratos.
Fray Dugald se disponía a rebatirlo, pero en la cara del rey Gareth apareció una ancha sonrisa, una sonrisa de otra época, de hacía ya más de una década, cuando el peso de la totalidad de las Tierras de la Piedra de Sangre no descansaba sobre sus fuertes hombros. Era una sonrisa que evocaba aventuras y peligro y que borró el entrecejo fruncido y la consternación propios de la política.
-Kane -dijo, y el tono malicioso de su voz hizo sonreír a la mitad de sus amigos y contener la respiración a la otra mitad-. ¿Crees que podrías hacernos llegar al otro lado de esa muralla sin ser vistos?
-Conozco mi lugar -respondió el monje.
-Y yo también -se apresuró a añadir Celedon, pero Gareth lo cortó en seco alzando una mano.
-Todavía no -dijo el rey.
Le dirigió a Kane una inclinación de cabeza y el monje cerró los ojos para tener un momento de meditación. Los abrió y lentamente giró la mirada haciéndose cargo de toda la escena que tenía ante sí, captando todos los ángulos y calculando todos los campos visuales de los posibles centinelas ocultos en las murallas del castillo. Escondió la cara tras las manos y respiró honda y largamente. Cuando exhaló, dio la impresión de que se encogía, como si todo el cuerpo se le hubiera vuelto más pequeño y menos sustancial.
Alzó una mano, dejando ver una pequeña joya que contenía en su interior un fuego mágico, un fuego que podía volverse luminoso a gusto de su portador. Era la antigua señal, una indicación clara de las intenciones y las instrucciones de Kane, y el monje se puso en marcha con un trote ligero.
Los amigos lo observaban, pero cada vez que uno de ellos apartaba la mirada, aunque fuera un instante, no podía volver a encontrar a la esquiva figura.
Más rápido de lo que cualquiera pudiera esperar, incluso esos seis hombres que llevaban años aliados del gran maestre Kane, les hizo una señal con la joya iluminada desde la base de la muralla del castillo.
Kane se movía como una araña, buscando con las manos puntos donde asirse y balanceando las piernas de un lado a otro para impulsarse hacia arriba. A veces las piernas se elevaban incluso por encima de sus hombros y sus pies aprovechaban hasta el menor apoyo de la pared. En cuestión de segundos, el monje pasó al otro lado de la muralla y se perdió de vista.
-Hace que parezcas tonto por usar tus herramientas de escalada, ¿verdad? -le dijo Emelyn el Gris a Celedon, que se limitó a reír.
-Del mismo modo que Kane haría parecer a Emelyn bastante tonto y puede que incluso un poco torpe al evitar todos sus rayos relampagueantes y las bolas de fuego y las luces de todos los colores del prisma -saltó Riordan saliendo presuroso en defensa de Celedon.
-Ese tipo raro se burla de todos nosotros -reconoció Dugald-. Pero es demasiado estirado para invitar a una copa de brandy, y está demasiado ensimismado para llevarse a una mujer a la cama. Cabe preguntarse si vale la pena tanta concentración.
Eso hizo reír a todos los amigos y también a cuantos se encontraban cerca.
A todos menos a Olwen. El explorador tenía la vista fija en el punto en el que había desaparecido Kane. Ni siquiera pestañeaba y sus manos apretaban el hacha de guerra mientras se mordisqueaba nerviosamente los labios.
Dos destellos de la joya del monje, en lo alto de la muralla, les indicaron que el camino estaba despejado.
-Emelyn y Celedon -señaló Gareth, pues así era como hacían habitualmente las cosas: el mago trasladaba por medios mágicos al sigiloso Celedon para que se uniera a Kane-. Un rápido examen y levantas el rastrillo.
-Voy a ir yo -interrumpió Olwen, y se puso delante de Celedon cuando éste se dirigía hacia Emelyn, que lo estaba esperando-. Llévame a mí -le indicó el explorador a Emelyn.
-Siempre ha sido mi puesto -replicó Celedon.
-Esta vez voy a ir yo -dijo Olwen, y su firme voz de barítono no admitía discusión. Miró más allá de Celedon, a Gareth-. Concédeme esto -añadió-. Me lo debes por todos los años que te he seguido, por todos los combates que hemos compartido.
A parecer, su declaración no gustó a ninguno de sus amigos, y fray Dugald en panicular adoptó un gesto de amargura y negó con la cabeza.
Sin embargo, Gareth no pudo desatender la petición de su viejo amigo. Olwen le estaba pidiendo que confiara en él. ¿Qué clase de amigo era si no lo hacía?
-Lleva a Olwen -le dijo Gareth a Emelyn-. Pero te lo repito, Olwen, tu función es comprobar rápidamente que la zona que rodea el patio de armas es segura y a continuación levantar ese rastrillo y abrir las puertas. Debemos reunirnos todos antes de enfrentarnos a Artemis Entreri y a Jarlaxle, y a los secuaces que puedan tener ocultos por el castillo.
Olwen gruñó, y fue toda la confirmación que pudo obtener el rey. A continuación se dirigió hacia Emelyn, que, tras una mirada de preocupación a Gareth, empezó a formular su conjuro. Olwen se cogió del hombro del mago y, un instante después, con un destello de luz purpúrea, los dos desaparecieron, atravesando un portal dimensional hacia el punto de la muralla donde los esperaba el gran maestre Kane.
En los túneles de la parte superior de la Antípoda Oscura, muy por debajo de la construcción a la que Jarlaxle había denominado castillo D'aerthe, los soldados de Bregan D'aerthe establecieron su campamento junto con los esclavos que habían tenido la fortuna de no verse obligados a salir al campo de batalla a enfrentarse con el rey Gareth. Un poco apartados del grupo principal, en un corto corredor que no tenía salida, Kimmuriel y un par de magos ya habían dispuesto un cuenco de visión, y cuando Jarlaxle llegó junto a ellos estaban escudriñando diversas partes, del castillo.
Jarlaxle sonrió e hizo un gesto con la cabeza al ver la imagen de Entreri moviéndose por las aguas oscuras del cuenco. El asesino había subido desde la guarida del dracolich, volviendo a los túneles superiores, cerca de donde había luchado contra el mago Canthan.
-Trató de matarte -dijo Kimmuriel-. No podemos volver inmediatamente, pero si de algún modo consigue escapar esta vez, te prometo que Artemis Entreri caerá bajo la espada o la magia de un drow.
Jarlaxle no hacía más que negar con la cabeza mientras Kimmuriel hablaba.
-De haber querido matarme habría usado su pequeña y viciosa daga y no la embarazosa espada. Fue una afirmación, tal vez de rechazo total, pero te aseguro, viejo amigo, que si Artemis Entreri realmente hubiera querido matarme delante del portal, a estas alturas estaría muerto en el suelo.
Kimmuriel echó a su amigo una mirada escéptica, incluso decepcionada, pero no continuó discutiendo. Con un pase de mano sobre el cuenco, enfocó una imagen diferente y más brillante, y los cuatro elfos oscuros observaron los movimientos de tres hombres.
-De todos modos es discutible -dijo el psionicista-. Ya te advertí sobre estos enemigos.
-Kane -apuntó Jarlaxle señalando al que iba al frente del grupo-. Es un monje de gran renombre. -Uno de los magos lo miró con perplejidad-. Combate al modo de los kuo-toa -explicó Jarlaxle-. Su cuerpo es su arma, y un arma formidable por cierto.
-El segundo es el más peligroso -dijo Kimmuriel, refiriéndose a Emelyn el Gris-. Incluso para el nivel de Menzoberranzan, su magia podría considerarse poderosa.
-¿Tan grande como la del archimago Gromph? -preguntó uno de los magos drows.
-No seas imbécil-dijo Kimmuriel-. Sólo es un humano.
Jarlaxle casi no lo oyó porque su mirada estaba fija en el tercero del grupo, un hombre al que no conocía. Mientras Kane y Emelyn daban la impresión de estar buscando con cuidado, éste parecía mucho más agitado. Sostenía su gran hacha ante sí con las dos manos, ya Jarlaxle le pareció obvio que estaba ansioso por descargarla sobre algo carnoso. Y mientras Kane y Emelyn seguían con la vista fija en la puerta principal y avanzaban en esa dirección, la atención de este hombre se centraba en la torre del homenaje situada al otro lado del patio de armas.
Kimmuriel repitió el juego de manos sobre el cuenco y la imagen volvió a Entreri, Ahora estaba en una cámara que a Jarlaxle no le resultó conocida, con la espalda contra la pared justo aliado de la boca de un túnel ascendente. Todavía no había sacado sus armas, pero parecía muy inquieto y sus ojos oscuros miraban de un lado a otro de los túneles iluminados por las antorchas mientras las manos no se apartaban de la empuñadura de sus armas.
Jarlaxle lanzó una carcajada y negó con la cabeza.
-Sabe que lo estamos observando -dijo uno de los magos.
-Tal vez piense que vamos a acudir en su ayuda -conjeturó el otro.
-No es propio de él -repuso Jarlaxle-. Sabía muy bien cuáles eran sus opciones y aceptó las consecuencias de su decisión. -Miró a Kimmuriel-. Ya te dije que Entreri era un hombre íntegro.
-Confundes la integridad con la estupidez -replicó el psionicista-. La integridad consiste en proteger las propias necesidades de supervivencia por encima de todo. Es el fin último de toda la gente sabia.
Jarlaxle asintió, no porque estuviera de acuerdo, sino porque era la respuesta previsible. Así era para los drows, por supuesto, pues para ellos el bien personal estaba por encima del bien común, el egoísmo era una virtud y la generosidad una debilidad que había que explotar.
-Hay quienes consideran que la simple supervivencia es el objetivo penúltimo, no el último.
-Ésos estarán todos muertos, o no tardarán en estarlo -replicó Kimmuriel sin vacilar, y otra vez Jarlaxle se limitó a disentir con la cabeza.
» Representaría un gran coste para nosotros volver para ayudarlo -añadió Kimmuriel, y por su tono Jarlaxle entendió que para él volver era totalmente impensable. Su inflexión dejaba claro que el psionicista no estaba dispuesto a volver a implicar a Bregan D'aerthe en la refriega, y tal vez había añadido un mensaje telepático a su declaración. ¡Con él, Jarlaxle nunca estaba seguro de nada! Lo que estaba claro era que si quería aprovechar esta oportunidad para recuperar el liderazgo de Bregan D'aerthe y volver para ayudar a Entreri, Jarlaxle tendría que luchar.
Y no tenía la menor intención de hacerlo. Aceptó la situación aunque no le complacía. Artemis Entreri había elegido su camino y él poco podía hacer al respecto.
El patio de armas seguía presente en el cuenco de visión, pero las tres figuras estaban fuera del campo visual. Entonces, un movimiento en uno de los lados del cuenco dejó ver a uno de ellos solamente un instante: el hombre ansioso armado con el hacha. Avanzaba rápidamente aprovechando todo lo que podía ocultarlo, y teniendo en cuenta el ángulo en el que volvió a desaparecer, era evidente que quería llegar a la puerta de la torre del homenaje.
-Adiós, amigo mío -dijo Jarlaxle golpeando con la mano las aguas tranquilas del cuenco. Las ondas distorsionaron la imagen antes de que desapareciera totalmente.
-¿Volverás con nosotros a Menzoberranzan? -preguntó Kimmuriel.
Jarlaxle miró a su antiguo lugarteniente y suspiró con resignación.
No había nadie en las Tierras de la Piedra de Sangre más capaz de distinguir movimientos y pautas de comportamiento que Olwen Amigo del Bosque. El explorador podía rastrear el vuelo de un ave sobre la piedra, o eso se decía, y nadie que hubiera visto alguna vez en acción los poderes de deducción de Olwen se atrevía a ponerlo en duda.
-Tienen una puerta -dijo Olwen a Kane y Emelyn cuando bajaron de la muralla al patio principal del castillo. Las huellas del ejército de goblins y kobolds estaban perfectamente claras para los tres, ya que el terreno estaba apisonado por la carga repentina, confusa... y, según aseguró Olwen a sus amigos, forzada.
El explorador señaló con la cabeza hacia la torre del homenaje del lugar, un edificio cuadrado y sólido situado en el centro de la muralla y que separaba las defensas superior e inferior.
-O es que han encontrado túneles debajo de la torre donde se alojan los monstruos.
-¿No hay rastros de entrada? -preguntó Emelyn.
-Los goblins y los kobolds salieron por esa puerta -les aseguró Olwen, y señaló la torre del homenaje-. Pero no hay señales de que hayan entrado. Y el paso de trescientos de ellos se notaría.
-Hay muchos túneles por debajo -afirmó Emelyn que ya había hecho una exploración del lugar.
-¿Definitivo? -preguntó Olwen.
-Sí.
-¿Estás seguro?
-Utilicé una gema de visión, necio cazador de ciervos -dijo el mago con fastidio-. ¿Piensas que se me puede escapar algo tan pequeño como una puerta secreta?
-Entonces tienen una puerta -dedujo Olwen.
-Bidireccional, al parecer -afirmó Kane.
El explorador echó una mirada al lugar desierto e hizo una pausa para estudiar el silencio. A continuación asintió con la cabeza.
-Bien, abramos el lugar e inspeccionémoslo de arriba abajo -dijo Emelyn-. El rey Artemis y su endemoniado secuaz de piel oscura no se nos escaparán fácilmente.
Emelyn y Kane se dirigieron hacia las puertas y el rastrillo, a la habitación abierta a lo largo de la base de la torre derecha de la guardia, donde podía verse una gran manivela. Olwen, en cambio, seguía mirando fijamente la torre del homenaje, y mientras sus amigos avanzaban hacia el frente del castillo, él se internaba cada vez más en esa construcción.
Era capaz de moverse con el sigilo de un avezado ladrón urbano, y su habilidad para refugiarse en las sombras se veía muy favorecida por su capa y sus botas, hechas ambas por manos elfas y con magia del mismo origen. Se fundió de manera tan absoluta con el entorno que cualquiera habría dicho que simplemente se había desvanecido, y sus pasos no hacían ni sombra de ruido. De hecho, Kane y Emelyn, que estaban junto a la manivela tratando de descubrir cómo volvía a dejarse fija la cadena, no se dieron cuenta de que Olwen se había alejado tanto de ellos hasta que las puertas quedaron abiertas de par en par.
-Su dolor lo lleva a la temeridad -comentó Kane, y se dispuso a ponerse en marcha.
Emelyn cogió al monje por el hombro.
-Olwen marca sus propios rastros, siempre lo ha hecho -le recordó-. Prefiere estar a solas. Sin duda cuando entrenó a Mariabronne le inculcó también ese gusto.
-Yeso, según todos los indicios, fue lo que lo mató -apuntó Kane. Emelyn asintió.
-Y es probable que Olwen se dé cuenta de eso.
-La culpa y el dolor no son una buena combinación -replicó el monje. Se volvió a mirar hacia atrás-. Sujeta la cadena y haz que entren nuestros amigos.
Después de dar a Emelyn estas instrucciones partió en pos de Olwen.
Los muebles y los tapices plegados del salón del trono no detuvieron a Olwen. Avanzó hacia el corredor múltiple que se abría al otro lado del salón y que tenía ramificaciones ascendentes y descendentes. Se agachó y los cruzó todos hasta que finalmente descubrió el que había tenido un tráfico más intenso y aparentemente más reciente.
Hacha en mano, Olwen seguía avanzando. Pasó por una sucesión de estancias con paso lento y decidido, y la repetición no disminuyó en nada su actitud alerta ni hizo que su paso fuera descuidado. Tampoco lo distrajo la multitud de pasadizos laterales, pues aunque había algunos rastros que seguir, sospechaba que todos estaban conectados. Si en algún momento equivocaba el camino, podía retomar sin problema la persecución en la habitación siguiente, o en la que venía a continuación. Silencioso y sigiloso avanzó el explorador, bajando por otro corredor que acababa en una puerta que se abría a una habitación iluminada por las velas. Al acercarse a la entrada, a lo largo de la pared de la derecha, el explorador notó el giro cerrado de las huellas nada más pasar la puerta.
Olwen se movió lentamente. A menos de medio metro por encima de la abertura, contuvo la respiración y se asomó lo suficiente para ver la punta de un codo.
Volvió a mirar al suelo: un juego de pisadas.
Con una soltura y una velocidad que no parecían propias de su corpulencia, Olwen dio un salto al frente y giró en redondo, sosteniendo ante sí el hacha con ambas manos y descargando un golpe de través que el furtivo sorprendido no pudiera bloquear. El explorador se sintió henchido de satisfacción cuando su hoja perfectamente equilibrada y con una gran carga mágica cortó el aire limpiamente sin encontrar oposición. ¡Se hundió en el pecho del furtivo que nada podía hacer para defenderse!
A un lado del portal por donde Olwen había entrado tan abrupta y agresivamente, entre las sombras de otro corredor, Artemis Entreri observaba no muy divertido cómo el arma del explorador destrozaba el pecho de la deteriorada momia que Entreri había colocado junto a la entrada.
El arma entró sin dificultad, tal como Entreri había previsto, hasta cortar el cordón colocado detrás de la momia y golpear finalmente en la piedra.
En el extremo opuesto al de la momia, al otro lado del intruso, apareció una cuchilla, disparada por el corte de la cuerda, que describió una trayectoria descendente.
Entreri supuso que el golpe sería fatal, y que a partir de ese momento no habría vuelta atrás.
Sin embargo, el corpulento intruso lo sorprendió, pues en cuanto se oyó el golpe contra la piedra, casi tan pronto como cortó la cuerda, el hombre reaccionó rápidamente y con una voltereta lateral consiguió esquivar el paso de la cuchilla, recuperando la vertical con tal equilibrio y agilidad que ya estaba con los pies en el suelo y agazapado antes de que Entreri hubiera salido del todo por el corredor lateral.
Y aunque Entreri se movía en el más absoluto silencio, dio la impresión de que el hombre lo había oído, o lo había presentido, porque dio la vuelta en redondo de un salto, lanzando un golpe de través con el hacha, y lo único que pudo hacer Entreri fue apartar la Garra de Charon para evitar que se la arrancara de la mano.
Olwen refrenó el impulso del golpe, corrigió el ángulo del hacha haciendo gala de una fuerza y una coordinación extraordinarias y a continuación se lanzó hacia adelante tratando de alcanzar con la hoja la garganta del asesino.
Entreri plegó las piernas y se dejó caer hacia atrás ante la arremetida de Olwen. Finalmente se protegió apuntando con la espada al explorador y obligándolo a detenerse, pero para entonces ya había superado el punto de equilibrio y no tenía esperanza de mantener su posición. Se limitó a hacer una torsión dejándose caer y plantando la mano de la daga en el suelo.
El rugido de Olwen anunció otra carga, pero Entreri ya estaba en movimiento. Utilizando la mano como punto de apoyo se lanzó hacia la derecha sobre ella, retorciéndose y plegando el hombro para convertir una voltereta lateral en un salto mortal. Ya estaba de pie antes de que Olwen terminara su movimiento, rematando de una forma muy similar a lo que había hecho el explorador cuando esquivó la trampa de la cuchilla, con la Garra de Charon silbando en el aire por delante de sí mientras giraba como una peonza.
-Vaya, eres un asesino muy listo, ¿verdad? -dijo Olwen.
-¿No es ésa la diferencia entre el que mata y el que muere?
-¿Entonces Mariabronne no era tan listo?
-¿Mariabronne? -repitió Entreri cogido por sorpresa.
-No me llenes los oídos con tus mentiras -le advirtió Olwen-. Viste que el hombre, ese hombre honesto, era una amenaza. -Acabó con un súbito salto hacia adelante, cortando el aire con el hacha en un golpe oblicuo hacia abajo, de derecha a izquierda. Olwen soltó la mano derecha mientras el hacha descendía, y sin perder nada del impulso inicial giró el brazo izquierdo y la hizo volar hacia atrás volviendo a cogerla con la derecha, esta vez en sentido inverso, y ejecutando a continuación un golpe transversal hacia el otro lado.
Entreri no podía pensar siquiera en parar un golpe tan poderoso, de modo que se limitó a retroceder poniéndose fuera de su alcance. Afirmó el pie más retrasado en el momento en que pasaba el hacha, con la intención de atacar inmediatamente después. Cuando Olwen soltó la mano izquierda y pasó el hacha a la derecha, cogiéndola a media altura del mango, Entreri vio su oportunidad, ya que habiendo acortado el alcance, Olwen no tenía esperanzas de detenerlo.
Artemis Entreri probó entonces por primera vez los verdaderos poderes de las Tierras de la Piedra de Sangre, los poderes de los amigos del rey Gareth.
Olwen estiró totalmente el brazo derecho hacia el mismo lado y aflojó la presión sobre el hacha, de modo que ésta se deslizó hasta lograr el máximo alcance. La mano izquierda del explorador, que había quedado libre, cogió un hacha de mano que llevaba al cinto, justo por detrás de la cadera izquierda, y al arremeter Entreri, Olwen, con un quiebro de muñeca, lanzó el arma más pequeña, que salió girando sobre su eje.
Entreri se agachó y lanzó una estocada con la Garra de Charon a la desesperada, haciendo apenas una mella en el mango del hacha y parando su mortal efecto aunque sin desviarla del todo. ¡Lo alcanzó de refilón en un lado de la cabeza, pero al menos no se le había clavado en plena cara!
Lo peor para Entreri fue el poderoso tajo de Olwen con una sola mano, su poderosa hacha asestando un golpe cruzado con rapidez y fuerza aterradoras.
La única defensa posible para Entreri fue pasar por debajo del golpe girándose al mismo tiempo para absorber el impacto.
Para cualquier otro luchador todo se habría quedado en un giro desesperado y a la defensiva, pero Entreri improvisó, lanzando al aire sus armas sobre la marcha. Con el brazo izquierdo cogió la Garra de Charon y con la derecha enganchó y reorientó la enjoyada daga. Mientras frenaba el empujón del hacha, Entreri ya contraatacaba, apuntando hacia adelante en dirección al amplio abdomen de Olwen.
Pero la mano libre de Olwen salió al encuentro del antebrazo de Entreri y con un fuerte golpe obligó a la ávida daga a desviarse hacia un lado mientras el explorador esquivaba el ataque. Teniendo sus dos armas a la derecha de Olwen, y dado que el explorador giraba y se balanceaba por detrás de su hombro, a Entreri no le quedó más remedio que empujar hacia adelante todavía más fuerte, lanzándose en un salto mortal y aterrizando de pie en un repentino giro defensivo.
Esquivó otro golpe del hacha, viendo de refilón los reflejos plateados de la hoja, y casi no podía creer que Olwen hubiera conseguido afirmarse, sacar otra arma y arrojarla con tanta precisión mortífera como agilidad.
-Por lo que veo, esto es como cazar un lechón cubierto de grasa -se mofó Olwen.
-Que raramente se deja coger y hace quedar como tontos a sus perseguidores.
Olwen sonrió confiado mientras andaba de lado, balanceando con facilidad su hacha de batalla a la derecha y recuperaba la primera hacha de mano que había lanzado.
-Bueno, se tarda un poco en cogerlo -dijo-. Pero la pura verdad es que el lechón nunca gana.
-Quienes se basan en certidumbres siempre acaban decepcionados.
Olwen rió de buena gana e hizo a Entreri una seña alentadora con la mano.
-Ven aquí pues, perro asesino, rey Artemis el Tonto. Decepcióname. Entreri miró un momento al hombre, observó cómo adoptaba una postura agazapada y defensiva, colocando sus hachas, la de batalla y la de mano, en buena posición y con una soltura que demostraba su confianza en la lucha con ambas manos. Al parecer, este guerrero pensaba que había sido él quien había matado a Mariabronne, un crimen del que era inocente.
Pensó en aclarar aquel punto. Por un momento pensó en calmar al excelente guerrero con un arma inusual: con la verdad.
Pero no tuvo más remedio que preguntarse si aquello tendría algún sentido. Jarlaxle lo había proclamado rey Artemis I, un usurpador de tierras que Gareth reclamaba como suyas. Era indudable que ese crimen merecía el mismo castigo que este guerrero estaba tratando de ejecutar.
¿Qué sentido tenía entonces?
Entreri echó una mirada a su propia arma, la hoja carmesí de la Garra de Charon, las relucientes joyas de una daga que le había permitido salir vencedor en mil batallas en las calles de Calimport y en otras partes.
-Vamos pues -lo desafiaba su adversario-. Esperaba más de un rey.
Con un resignado encogimiento de hombros, reconociendo una vez más que todo era un juego estúpido y descabellado, admitiendo y aceptando que, aunque esta vez lo hubieran juzgado mal, había habido unas cuantas ocasiones en las que el veredicto de Olwen habría sido muy acertado, Artemis Entreri avanzó.
El sonido del combate llegaba repetido por el eco a través de los túneles hasta el vestíbulo, donde se encontraba el gran maestre Kane perplejo ante la asombrosa disposición de las bocas de los pasadizos. Debido al diseño del lugar, donde todos los túneles eran igualmente curvos, el monje no tenía manera de saber con precisión cuál de ellos lo conduciría hasta el lugar del combate. Además, los ruidos salían de todos los túneles por igual, como si estuvieran conectados por canales transversales.
-Deberías haber dejado una señal, Olwen -dijo entre dientes y negando con la cabeza.
Kane trató de calibrar la curvatura y la distancia de los sonidos de batalla. Se dirigió al segundo túnel empezando por la derecha. Hizo una pausa durante un momento hasta que se dio cuenta de que su vacilación no le permitiría aclarar las ideas o tomar la decisión correcta. Entonces buscó en una bolsa, sacó un candil y lo colocó en el suelo, marcando la boca del túnel.
Silencioso y con todo sigilo, corrió túnel abajo.
Entreri lanzó una estocada y Olwen bajó rápidamente el hacha de mano para desviarla. El asesino retrajo la espada, hizo una finta con la daga y volvió a arremeter con el arma más larga. En esta ocasión, Olwen se vio obligado a hacer una torsión lateral y acabó cubriéndose con el hacha más grande desde la derecha.
Una vez más, Entreri recogió velas y cambió de postura con la intención de adelantar el pie izquierdo y atacar con la daga que ahora empuñaba en la mano del mismo lado. El explorador interrumpió su torsión y trató de realinearse a la derecha, pero Entreri atacó otra vez con una súbita estocada de la Garra de Charon.
Pensó que el combate había llegado a su fin, y con un oponente de menos categoría así habría sido, pero entonces se dio cuenta de que Olwen había previsto este movimiento y de que el giro del explorador otra vez hacia la derecha había sido ni más ni menos que una de sus fintas, es decir, una maniobra para alinearse con miras a un lanzamiento.
El hacha de mano salió disparada hacia Entreri describiendo una trayectoria rotativa, y sólo su gran agilidad le permitió interceptarla con su enjoyada daga mientras se agachaba. Entretanto, Entreri no paraba de mover los pies, maniobrando rápidamente de tal modo que, al tiempo que se agachaba para esquivar el proyectil giratorio, también pudo lanzarse hacia adelante abriendo camino de nuevo con la Garra de Charon.
Olwen bloqueó la trayectoria de la espada, pero Entreri entró inmediatamente detrás de esa parada, o eso creyó, atacando con la daga.
Según sus previsiones, Olwen tendría que haber parado el golpe con el hacha más grande, de modo que se encontró sumido en gran confusión al ver que la arremetida de su daga se había quedado corta ya que Olwen, más en guardia de lo que él había creído, consiguió dar un paso atrás.
Mientras ambos se resituaban, Entreri notó que el hombre había sacado otra hacha de mano, y había sido con ésta y no con la de mayor tamaño que había parado su golpe bajo.
Eso lo había dejado demasiado adelantado y demasiado bajo, y sus armas sólo daban en vacío. Olwen aprovechó para echarse atrás con el hacha alta y retraída y descargar un golpe repentino y devastador.
Entreri se echó boca abajo al suelo y cerró los ojos al oír el silbido en el aire encima de él. Apoyó las manos firmemente y se impulsó hacia arriba con todas sus fuerzas y con una pinza perfecta, replegando las piernas bajo el cuerpo, recuperó el equilibrio, describiendo con sus armas un círculo bajo y cruzado por delante de él al tiempo que se ponía de pie con un movimiento rápido y preciso. La trayectoria ascendente de la Garra de Charon interceptó el siguiente tajo de Olwen con el hacha de mano, parando la hoja purpúrea por debajo de la cabeza curva del hacha, y Entreri empujó el brazo del explorador hacia arriba y hacia afuera. A continuación, dejó caer el brazo izquierdo hasta la altura de la cintura y arremetió con la daga haciendo retroceder al explorador y obligándolo a bajar el hacha de batalla para bloquear.
Sin embargo, eso fue sólo el desencadenan te del movimiento, ya que Entreri dio un salto en alto hacia la derecha tomando impulso. Mejorado el ángulo, colocó la Garra de Charon justo por encima de la pequeña hacha de Olwen y empujó hacia abajo, retorciendo el brazo del explorador.
Olwen lo sorprendió dejando caer el hacha inmediatamente y lanzando un puñetazo que alcanzó a Entreri en el mentón.
El asesino trastabilló y retrocedió un paso. Afortunadamente se recuperó con rapidez, ya que Olwen se lanzó a la carga asestando golpes feroces con el hacha de batalla. Primero hacia abajo y luego en redondo, un repentino revés seguido de otro golpe rápido como un relámpago. Choque de metal contra metal, estrepitoso y chirriante cuando la cabeza del hacha se deslizó a lo largo de las hojas de Entreri en rápida sucesión. Yen medio de semejante aluvión, Olwen sacó otra hacha de mano que sumó a su furioso ataque, asestando golpes con las dos manos.
Entreri luchó con denuedo para no perder terreno, desviando y parando. Durante un buen rato no encontró ninguna oportunidad para una contraofensiva ni brecha alguna para asestar un golpe. Actuaba por puro instinto, y todo era un movimiento ininterrumpido de espada, daga y hachas que iban y venían.
Y si Olwen empezaba a cansarse, no lo parecía en absoluto.
Al salir del túnel por el que había entrado, Kane volvió el candil de lado, de modo que quedase paralelo a la boca del pasadizo como señal para Emelyn o cualquier otro que llegase de que él ya había explorado este túnel y ya no estaba dentro. Colocó un segundo candil en el suelo, a la entrada del siguiente corredor, con la mecha apuntando hacia la oscuridad descendente, marcando claramente el camino para su amigo que sabía cómo leer sus señales.
Esta vez se puso en marcha más rápidamente, no sólo porque ahora entendía la disposición general del túnel, por haber visto el otro, sino también porque tenía la certeza de que éste lo llevaría hasta Olwen y el lugar del combate.
Y a juzgar por el frenético entrechocar de metales, el ritmo de la lucha se había incrementado mucho.
En el momento mismo en que su espada de hoja purpúrea golpeó en vacío, supo que no había conseguido parar el ataque, pero sin un instante de vacilación, miedo ni desánimo, Entreri realizó una perfecta maniobra evasiva, girando la cadera hacia la izquierda, en sentido opuesto al golpe del hacha, y encorvándose hacia atrás.
El golpe lo alcanzó, no hubo forma de evitarlo, en la cadera derecha.
Sintió que el hacha de batalla de Olwen atravesaba el cuero almohadillado y la carne y golpeaba dolorosamente contra el hueso.
Entreri sólo se permitió una mueca de dolor, ya que Olwen arremetió, anticipando el golpe mortal.
Entreri hizo un movimiento amplio con su poderosa espada, tomando impulso desde la derecha y asestando un golpe transversal, y Olwen, como era de prever, alineó el hacha para bloquearlo sin dificultad. Sin embargo, la desesperación reflejada en la cara de Entreri, acentuada por el aparentemente desequilibrado balanceo, contribuyeron a incrementar la finta, y el asesino detuvo en seco el golpe y aprovechó el impulso no como base para alcanzar a Olwen sino para apartarse hacia un lado girando como una peonza.
Corrió, o más bien salió cojeando pues le dolía la herida, poniendo distancia de por medio pero negándose a atender las oleadas de dolor lacerante que le llegaban de la cadera herida.
-¡No tienes a donde escapar! -le advirtió Olwen, que se lanzó a perseguirlo al ver que Entreri corría hacia la entrada, donde colgaba la cuchilla tras haber agotado ya su impulso pendular.
Artemis apartó la cuchilla hacia la izquierda y pasó corriendo..., o aparentó hacerlo, ya que se paró en seco, dio la vuelta en redondo y arremetió hacia abajo con la Garra de Charon invocando al mismo tiempo la magia de la espada, que dejó un manto opaco de negras cenizas suspendido en el aire.
Sin acabar todavía el movimiento, el asesino simplemente soltó la espada y cargó a su izquierda, en sentido opuesto a la cuchilla. Cubierto el ruido de sus pisadas por el choque de la Garra de Charon sobre el suelo de piedra, Entreri superó la curva de la pared de una voltereta suponiendo, sin equivocarse, que el efecto visual de la cuchilla y la ceniza confundirían a Olwen, aunque sólo un instante. De hecho, el explorador extendió el brazo izquierdo para interrumpir el retroceso de la cuchilla y se paró en seco, perplejo, al encontrarse con la cortina de ceniza.
Sin embargo, no pudo frenar del todo, y lo cierto es que no quería tener nada que ver ya con la embarazosa cuchilla, de modo que con un grito bronco se lanzó hacia adelante y, atravesando la cortina de ceniza, entró en el túnel.
Al hacerlo se quedó de piedra pues no se encontró frente a frente con su enemigo.
Una afilada daga de buen temple apareció sobre la garganta de Olwen mientras una mano libre lo sujetaba por la mata de pelo negro y le echaba la cabeza hacia atrás, dejando el cuello bien expuesto para el golpe definitivo.
-En tu lugar, abriría bien los brazos y dejaría caer las armas al suelo -le dijo Entreri al oído. Viendo que el explorador vacilaba, Entreri volvió a tirarle del pelo y aumentó un poco la presión de su enjoyada daga, dejando un leve rastro de sangre, y como Olwen no parecía convencido aún, Entreri le hizo una demostración del verdadero final que lo esperaba, su eliminación total, invocando los poderes vampíricos de la daga para apoderarse de un poco del alma de Olwen.
El hacha de guerra cayó al suelo seguida por el hacha de mano.
-Multiplicas tus crímenes -dijo a su espalda una voz calma. Entreri obligó a Olwen a volverse y a traspasar la cortina de cenizas, pasar junto a la cuchilla y volver a la habitación, donde se encontraron de frente con Kane, que estaba en la otra entrada. El monje parecía muy relajado, totalmente en paz con los brazos colgando a ambos lados del cuerpo y las manos vacías.
-El único crimen que he cometido fue el de atreverme a salir del submundo de Gareth -replicó el asesino.
-Si eso es cierto, ¿por qué peleamos entonces?
-Me defiendo.
-¿Y a tu reino?
Entreri entrecerró los ojos al oír eso y no respondió.
-Amenazas con tu arma a un hombre de bien, a alguien a quien en las Tierras de la Piedra de Sangre se considera un héroe -señaló Kane.
-A un hombre que trató de matarme y me hubiera cortado en dos de buena gana si no se lo hubiera impedido.
Kane se encogió de hombros como si eso realmente no tuviera importancia.
-Un malentendido. Ahora sé razonable. Deja que tus actos hablen claramente a tu favor cuando te enfrentes a la corte del rey Gareth, cosa que harás, sin duda.
-Me marcho... -empezó a decir Entreri, pero se interrumpió al aparecer una segunda figura que venía bajando por el túnel y fue a pararse al lado de Kane. Emelyn el Gris resoplaba y bramaba todo tipo de advertencias disuasorias viendo el espectáculo que tenía ante sí.
»Me marcho llevándome a este hombre conmigo -continuó Entreri-. Sin interposiciones, y lo soltaré cuando esté libre de los juicios erróneos de Gareth Dragonsbane y de sus agitados seguidores.
El mago volvió a farfullar y dio un paso adelante, pero el brazo de Kane se interpuso en su camino. Eso apenas disuadió a Emelyn, que empezó a hacer movimientos ondulantes con los brazos.
-¡Te reduciré a cenizas! -declaró el mago.
Entreri insinuó una torva sonrisa e instó a la daga a beber, sólo un poquito.
-¡Detente! -dijo Olwen con voz ronca y los ojos agrandados por el terror. Eso sí consiguió que Emelyn y Kane se pararan. Olwen se había enfrentado muchas veces a la muerte, cierto, incluso había hecho frente a un demonio, pero jamás habían visto a su amigo tan desencajado.
-¡No sobrevivirás a esto! -le prometió Emelyn a Entreri.
A su lado, Kane bajó los brazos y cerró los ojos. Una gema azulada que llevaba en un anillo despidió un breve destello.
-¡Ya basta! -le advirtió Entreri, y se apartó hacia un lado arrastrando consigo a Olwen cuando una mano espectral apareció en el aire junto a él-. Mi primer dolor será su último aliento -prometió el asesino.
Kane abrió los ojos y alzó las manos en un gesto de aparente aceptación.
La mano espectral descendió, rozando levemente a Entreri pero como si fuera apenas una suave brisa que se disipó transformándose en nada.
Entreri respiraba agitadamente, un poco confundido. No quería jugar todas sus cartas de una vez; si mataba a Olwen se quedaría sin armas para negociar. Tiró hacia atrás la cabeza del hombre por si acaso, arrancándole un gruñido de dolor.
-Daos la vuelta y salid delante de mí -les ordenó Entreri.
Emelyn empezó a volverse, pero se detuvo a la mitad, y su mirada y la de Entreri se dirigieron al monje, ya que Kane permanecía absolutamente quieto, con los ojos cerrados y moviendo levemente los labios, como si estuviera haciendo un encantamiento.
Entreri estaba a punto de hacerle una advertencia, pero el monje abrió los ojos y lo miró directamente.
-Se acabó -declaró Kane.
La expresión del asesino era de incredulidad.
Sin embargo, un instante después se convirtió en una expresión de confusión, pues de repente se sintió muy extraño. Sintió un hormigueo en los músculos de brazos y piernas. Parpadeó rápidamente y dio un bufido, aunque sin querer.
-¡Ah, bien hecho! -dijo Emelyn sin dejar de mirar a Kane.
-¿Q... q... qué? -consiguió farfullar Entreri.
-Kane se ha introducido en ti como un intruso -explicó el monje-. Ha sintonizado las energías vitales de ambos.
Los músculos del antebrazo de Entreri se abultaron de repente, agarrotándose y retorciéndose dolorosamente. ¡Pensó en cortarle el cuello a su prisionero sin más tardanza, pero era como si su mente ya no tuviera comunicación con su mano!
-Imagina tu energía vital como una cuerda -le explicó Emelyn-. Una cuerda elfa tensada entre la cabeza y las ingles. Ahora el gran maestre Kane es quien tensa la cuerda, y puede rasguearla a su antojo.
Entreri se miró el antebrazo con incredulidad e hizo una mueca de asco cuando empezó a reconocer las sutiles vibraciones que le recorrían el cuerpo. Miró impotente cómo Olwen le apartaba el brazo que sostenía la daga y a continuación se libraba de su sujeción.
A un lado, Kane se dirigió tranquilamente donde estaba tirada la Garra de Charon. Entreri sintió a la distancia cierta satisfacción cuando el monje se agachó para recogerla, pensando que aquel arma sensitiva, poderosa y malévola fundiría el alma de Kane tal como había hecho con tantos necios que la habían cogido en sus manos.
Kane la recogió y por un instante la conmoción se reflejó en sus ojos.
Entonces se encogió de hombros, estudió el arma y la enganchó en el cordel con el que sujetaba sus mugrientas ropas.
Una mezcla de confusión y agravio invadió los pensamientos de Artemis Entreri. Cerró los ojos y gruñó, oponiéndose con todas sus fuerzas a la invasión de su cuerpo. Por un instante, una décima de segundo, consiguió liberarse y avanzó torpemente como si fuera a atacar.
-Cuidado, rey Artemis -dijo Emelyn con un deje burlón en el tono, aunque Entreri estaba demasiado confundido como para captar la sutileza-. El gran maestre Kane puede cortar esa cuerda y es una forma terrible de morir.
Como si actuaran de consuno, y mucho antes de que Entreri se hubiera acercado a los dos, Kane pronunció sólo una palabra y unos dolores atroces, unos dolores inimaginables para Artemis Entreri, le recorrieron el cuerpo. Quedó paralizado, como si todo el cuerpo se le retorciera con el espasmo de un calambre único y generalizado.
Oyó el ruido de la daga al caer al suelo.
Casi no tuvo conciencia del impacto cuando cayó detrás de ella.