13

Una apuesta segura

Las botas de Jarlaxle producían un sonoro repiqueteo sobre la piedra. El drow quería anunciar claramente su presencia a Wingham, ya que el viejo semiorco no era ningún tonto y había acudido a la cita que habían concertado rodeado de varios guardias fuertemente armados y sin duda bien preparados. Jarlaxle no esperaba menos desde que había vuelto a enviar a Kimmuriel, bajo el aspecto del mensajero orco, a la ciudad de los semiorcos para pedir esta audiencia con Wingham.

La ciudad estaba inquieta; la tensión era palpable en toda la región. Y no era para menos. Jarlaxle había tenido noticia, igual que Palishchuk, de que el rey Gareth venía de camino, atronando con su formidable ejército las pantanosas tierras de Vaasa hacia el norte para desafiar al proclamado rey Artemis I. La noticia había sorprendido a Jarlaxle, y las sorpresas no le gustaban demasiado. No había pensado que Gareth fuera a reaccionar de manera tan decisiva y osada. El invierno se avecinaba, yeso por sí solo podía acabar con un ejército en Vaasa. Además, Gareth se enfrentaba a los drows, después de todo. Gareth no tenía la menor idea de lo que le había preparado Jarlaxle, eso era impensable, y sin embargo se había puesto en marcha de inmediato, y con armas y bagaje.

El respeto que Jarlaxle sentía por aquel hombre se había multiplicado al conocer las noticias. Pocas veces se había topado con humanos que mostrasen semejante confianza y determinación.

Se aseguró de que sus botas hicieran mucho ruido incluso sobre la hierba resbaladiza y empapada por la lluvia que cubría la ladera de la colina. No quería luchar con Wingham ni sobresaltar a ninguno de los nerviosos centinelas que rodeaban al semiorco.

Wingham esperaba de pie cerca de una pequeña hoguera en el centro de la cima plana de la colina acompañado de otro semiorco más fornido al que Jarlaxle reconoció como Olgerkhan. Oyeron la ruidosa llegada de Jarlaxle y se volvieron para saludarlo.

Al acercarse a ellos, Jarlaxle notó la ansiedad en su expresión, una mezcla de miedo y de furia, reflejado todo ello en la forma en que ambos, sobre todo Olgerkhan, miraban constantemente en derredor. Olgerkhan tenía los fuertes brazos cruzados sobre el pecho, como señal inequívoca de la resistencia que podía ofrecer. En ese momento, Jarlaxle reparó en las diferencias en los hábitos raciales. En Menzoberranzan, cuando un varón drow cruzaba los brazos sobre el pecho era una muestra de obediencia y respeto. En cambio aquí, lo mismo que en el caso de las matronas drows, era una señal de abierto desafío o, cuando menos, de estar a la defensiva.

-Maese Wingham -saludó con cordialidad-. Me honra que hayas respondido a mi llamada.

-Sabías que acudiría -replicó Wingham en tono no tan diplomático como de costumbre-. ¿Cómo no iba a hacerlo con los vientos de guerra que sacuden a mi amada Palishchuk?

-¿De guerra?

-Ya sabes que el rey Gareth se ha puesto en marcha.

-Para celebrar la coronación del rey Artemis I sin duda.

La expresión de Wingham se tiñó de una acritud que las sombras danzantes de la pequeña hoguera contribuyeron a acentuar.

-Bueno, no tardaremos en averiguar cuáles son sus intenciones -declaró Jarlaxle-. Esperemos que el rey Gareth haga gala de la prudencia que se le atribuye.

-¿Por qué has hecho esto?

-Sirvo al rey.

-Desafías al legítimo rey -intervino Olgerkhan.

Bajo la ancha ala de su ostentoso sombrero, Jarlaxle entrecerró los ojos rojos y brillantes y esbozó una sonrisa forzada al tiempo que miraba fijamente a Olgerkhan con un gesto que sin duda le trajo al corpulento guerrero el recuerdo de la reciente aventura en que había participado junto al drow. Olgerkhan descruzó los brazos y los deslizó hacia los lados del cuerpo e incluso retrocedió un poco, desapareciendo de él todo rastro de agresividad. Sin duda, una mirada le había bastado a Jarlaxle para recordarle a Canthan.

-Las Tierras de la Piedra de Sangre os fueron abiertas tanto a ti como a Artemis Entreri -dijo Wingham, obligando al drow a volver a mirar hacia él-. Se os presentaban grandes oportunidades. Contabais con el respeto y las alabanzas y el aprecio de todo el pueblo. Tú y Entreri podríais haber conseguido mucho de lo que deseabais sin esta confrontación. ¿Acaso el rey Gareth os hubiera negado el castillo?

-No creo que hubiera aprobado la magia que ofrece -replicó el drow con tono seco.

-¡Incluso sin ella! Un Caballero de la Orden puede reclamar una baronía todavía no proclamada ni sometida. Negociando con Gareth podríais haber conseguido el castillo y habríais contado con Palishchuk como aliada, una relación de amistad que todos deseábamos mantener. Lo más probable es que el rey Gareth hubiera visto con buenos ojos que guerreros tan meritorios lo ayudasen a dominar las regiones salvajes del norte.

-¿Y por qué deberíamos ayudar a Gareth a ampliar sus dominios? ¿Tan dispuesto estás a arrodillarte, Wingham?

Ambos semiorcos se pusieron tensos al oír el insulto, pero Wingham no se arredró.

-¿Arrodillarme?

-Si el rey Gareth le ordena a Wingham que se arrodille, sin duda sus rodillas tocarán el suelo.

-Se trata de una muestra voluntaria de respeto.

Jarlaxle lanzó una carcajada.

-Se trata de la obediencia nacida de la resignación.

Olgerkhan farfulló algo ininteligible y negó con la cabeza, y a Jarlaxle no lo sorprendió en absoluto haber conseguido confundirlo. Wingham, en cambio, seguía mirándolo fijamente, demostrando a las claras que no se tragaba aquel razonamiento.

-Vaya, es una triste situación, ¿verdad? -preguntó Jarlaxle-. Así son las cosas. Así ha sido desde hace milenios, y así seguirá siendo hasta el fin de los tiempos.

-¿Y me acusas a mí de resignación?

Jarlaxle volvió a reírse.

-Acepto esas perogrulladas de la ambición -explicó-. Me entusiasma lo que tú llamas resignación. -Bajó la vista y se abrió un poco el delgado piwafwi para dejar ver sus negros pantalones de cuero-. Yo no me ensucio la ropa fina. No lo hago por ningún hombre ni por ningún rey.

-El rey Gareth se encargará de mancharlas con tu propia sangre -prometió Olgerkhan.

Jarlaxle se encogió de hombros como si eso no tuviera importancia.

-Nos has convocado aquí -dijo Wingham-. ¿Fue para algo más que para bromear? Cuando pasasteis por Palishchuk no nos pedisteis nada y nos complació ofrecéroslo de todos modos.

-Pero ahora el rey Gareth marcha hacia aquí -replicó Jarlaxle-. La situación es otra, es cierto. Palishchuk se encuentra cogida entre dos olas a punto de romper. Permanecer en medio significa ser arrasado por ambas. Ha llegado la hora de nadar, Wingham.

Olgerkhan se quedó con la colmilluda boca muy abierta y una expresión tan perpleja en la poco atractiva cara que Jarlaxle a punto estuvo de romper a reír. Wingham, en cambio, asintió al entender con toda claridad la imagen y las implicaciones que conllevaba.

-¿Pretendes que hagamos la guerra al rey Gareth, que nos salvó del Rey Brujo y ha sido siempre un gran amigo nuestro? -preguntó el sagaz semiorco.

Jarlaxle esbozó una sonrisa cómplice mientras sopesaba la determinación que destilaban las palabras de Wingham, una resolución que sabía muy bien que no conseguiría debilitar, por grande que fuera, la amenaza de los ejércitos drows de Kimmuriel. De hecho, era una determinación con la que había contado desde el momento mismo en que se enteró de la atrevida iniciativa de Gareth contra el nuevo rey de Vaasa.

-Palishchuk no traicionará al rey Gareth -afirmó Wingham abiertamente, y el drow supo que lo que decía era verdad.

»No nos olvidamos de los tiempos de Zhengyi -prosiguió Wingham, y Jarlaxle encontró divertida su necesidad de justificar su postura-. Recordamos perfectamente lo tenebroso del Rey Brujo y la luz llamada Gareth que lo arriesgó todo, que arriesgó su vida, la de sus amigos y la de todo Damara para asegurarse de que no estuviéramos solos y expuestos a un enemigo al que no podíamos derrotar.

-Es una bonita historia -reconoció el drow.

-No traicionaremos al rey Gareth -reiteró Wingham con renovada determinación.

-Nunca dije que tuvierais que hacerlo -respondió Jarlaxle, y la mirada de acero de Wingham dejó paso a otra de confusión-. El ejército de la Piedra de Sangre se ha puesto en marcha, con sus relucientes armas y brillantes armaduras. Un espectáculo de lo más impresionante, sin duda. Vienen armados y blindados, y con profusión de magos y sacerdotes.

»Y por el otro lado os enfrentáis a lo desconocido, además de la reputación de los drows y de lo que tan penosamente aprendisteis sobre los poderes del castillo de Zhengyi. No voy a elegir por ti, amigo mío. Sólo pretendía explicarte que las olas se acercan y que debes enfrentarte nadando a una u otra para no ser destruido. Los tiempos de ser neutral ya han quedado atrás. No estaba en mis planes llegar a esto, al menos no tan pronto. Pero así están las cosas y sería un mal amigo si no te ayudara a entenderlo.

-¿Un amigo? -rugió Olgerkhan-. ¿Un amigo que trae la guerra a las puertas de Palishchuk?

-No es mi ejército el que viene hacia aquí -señaló Jarlaxle, y al referirse a un ejército notó que Wingham arqueaba un poco las cejas.

-Pero vienes con amenazas -repuso Olgerkhan.

-No, nada de eso -replicó Jarlaxle con rapidez-. El rey Artemis es hombre de paz. Los vientos de guerra vienen del sur, no del norte. -Desvió la mirada del tosco Olgerkhan y al ver la expresión de duda de Wingham añadió-: Da la sensación de que el rey Gareth no es un hombre dispuesto a compartir.

-¿Con ladrones? -se atrevió a replicar Wingham-. ¿Cómo llamas al que se apodera de lo que no es suyo? ¿Al que reclama un reino que no es suyo ni por estirpe ni por conquistas?

-¿Conquistas? -Jarlaxle se fingió herido-. ¿Acaso no hemos conquistado el castillo? Después de todo fue el rey Artemis quien mató al dracolich. El amigo que tienes a tu lado puede dar fe de ello, aunque yacía indefenso en el suelo cuando Artemis le dio el golpe definitivo.

Olgerkhan se erizó como si la verdad lo hubiera sobresaltado, pero no respondió nada.

-Reclamad el castillo, pues, y negociad con el rey Gareth una baronía -sugirió Wingham-. Evitad la guerra, por el bien de todos.

-Un contrato que dejaría sentada nuestra fidelidad a Gareth, sin duda -repuso el drow secamente.

-¿Y no fue eso exactamente lo que prometisteis cuando aceptasteis los honores que os rindieron en la corte del rey Gareth?

-Nos encontrábamos bajo presión.

La expresión de Wingham se endureció.

-No tenéis ningún derecho.

Jarlaxle se encogió otra vez de hombros restándole importancia.

-Es posible que se demuestre que tienes razón. O tal vez no. En última instancia, el derecho es del más fuerte, ¿no es así? Quiero decir cuando todo se acaba. El que acaba vivo, queda vivo para escribir la historia bajo una luz favorable para sí y para su causa. Un hombre de mundo como tú debe conocer la historia del mundo, maese Wingham. Sin duda reconocerás que los ejércitos que portan estandartes son casi siempre ejércitos de ladrones... hasta que ganan.

Wingham ni siquiera se inmutó, y Jarlaxle lo conocía lo suficiente, sabía lo suficiente sobre la gente en general como para entender que se aferraba al ideal-bastante penoso desde su punto de vista- de una justicia superior, de ese tópico universal de lo que está bien y lo que está mal. Después de todo, no podía haber quebranto mayor que el de cualquier hombre que debe enfrentarse a la verdad de que su rey, su dios viviente, tiene defectos.

-Enfréntate al futuro, apreciado Wingham -le aconsejó Jarlaxle-. Todavía no conoces el resultado, pero sí sabes lo que pasará después de la batalla. Los vencedores reinarán sobre la tierra de Vaasa. Una ola superará a la otra y aplastará toda el agua bajo su peso. Ésa es la verdad a la que debe hacer frente Palishchuk, independientemente de lo que sintamos. Y teniendo eso en cuenta, te aconsejaría que te guardaras tu opinión acerca de quien gobernará por derecho, y lo que es más importante, en la práctica, sobre Vaasa.

Wingham pareció vacilar un instante, pero después enderezó los hombros y afirmó la mandíbula, y su cara redonda y plana adquirió una expresión de admirable determinación.

-Palishchuk no luchará contra el rey Gareth -declaró.

-¿Os mantendréis neutrales, entonces? -preguntó el drow, y su expresión se volvió torva-. Me temo que la suerte nunca favorece al cobarde, pero tal vez el rey Artemis se muestre magnánimo...

-No -lo interrumpió Wingham-. En una cosa tienes razón, Jarlaxle. Palishchuk no debe permitir que los acontecimientos la aplasten bajo su peso. No sin combatir. Hemos sobrevivido gracias a la espada a lo largo de toda nuestra historia, y volveremos a hacerlo. Mátame ahora si quieres. Mátanos a todos si tienes tanta sed de sangre, pero debes saber que si el cuerno del rey Gareth nos llama para unirnos a él, los guerreros de Palishchuk acudirán a esa llamada.

La inesperada sonrisa de Jarlaxle cogió desprevenido al semiorco, y el drow le hizo una sincera y respetuosa reverencia.

-Jamás dije que no debieras hacerlo -dijo Jarlaxle, y a continuación se volvió y se internó en la oscuridad de la noche.

Sabía que el semiorco interpretada mal su actitud, que pensaría que su confiada actitud respecto de la alianza que pudiera elegir Palishchuk podía ser tomada como una actitud de suprema confianza.

A Jarlaxle le encantaba la ironía.

-El rey Gareth ha llegado a Palishchuk -le comunicó Kimmuriel a Jarlaxle la tarde siguiente en el amplio y aireado vestíbulo de la torre del homenaje del castillo D'aerthe, Había sido convertido en salón del trono, aunque Artemis Entreri, el hombre al que Jarlaxle había denominado rey, casi nunca estaba allí. Siempre estaba fuera, recorriendo las murallas, en algún rincón ignorado con un muro de piedra que lo protegiese del cada vez más frío viento del norte. Jarlaxle entendía que su amigo humano tratase de mantenerse lo más apartado posible de Kimmuriel y los demás elfos oscuros que habían llegado por el portal mágico que habían creado el psionicista y los magos de Bregan D'aerthe,

La ausencia del rey, sin embargo, no impedía a Jarlaxle jugar al juego de la corte. Bregan D'aerthe había traído muebles que ahora adornaban las habitaciones de la torre. Jarlaxle se sentaba en el trono de Entreri, un trasto de colores púrpura y azul hecho del pie de una seta gigante cuyo sombrero hacía las veces de respaldo en forma de abanico. También se habían distribuidos otros sillones menores, incluido el que estaba directamente delante del trono y que ahora ocupaba Kimmuriel.

Alrededor de ellos, los elfos oscuros colgaban tapices en las paredes, tanto para impedir la entrada de la hiriente luz del día como para atenuar un poco el frío de la mordaz brisa. No obstante, esos tapices no mostraban escena alguna a quienes los miraban. Eran simples telas negras dobladas por la mitad. La expresión de Kimmuriel y las de los demás elfos oscuros no dejaban de recordarle a Jarlaxle que le estaba exigiendo demasiado a su antigua banda al hacerla venir a este entorno tan inhóspito. La luz del día y el gélido invierno no eran precisamente lo que los drows consideraban un lugar de recreo.

-Ha hecho el recorrido con rapidez teniendo en cuenta las proporciones de su ejército -respondió Jarlaxle-. Parece que nuestro pequeño anuncio le ha causado impresión.

-Pusiste un rote herido a la vista de una bestia hambrienta -señaló Kimmuriel repitiendo un viejo dicho de Menzoberranzan-. Este humano, Gareth, actúa con la seguridad de una madre matrona. Algo insólito para su raza.

-Es un rey paladín -explicó Jarlaxle-. No es menos fanático de su dios de lo que mi madre, cuya alma atormente Lloth eternamente, era de la Reina Araña. Más de lo que podría esperarse de la caída Casa Oblondra, por supuesto.

-Gracias -dijo Kimmuriel con una inclinación de cabeza. Jarlaxle rió de buena gana.

-O sea que tú ya habías previsto esta jugada de Gareth -razonó Kimmuriel con cierta crispación en la voz-. Y sin embargo me dejaste dilapidar grandes recursos para abrir las muchas puertas hacia este lugar abismal. El precio de la tela lo pagarás con tu fortuna, Jarlaxle. Además de eso, sólo tengo una fuerza mínima operando en Menzoberranzan en el punto culminante de la estación comercial, y casi todos mis magos están ocupados en el transporte de mercancías, guerreros y provisiones para tu expedición.

-No sabía que se pondría en marcha, eso no -reconoció Jarlaxle-. Había tomado en cuenta esa posibilidad, aunque la prontitud de la respuesta de Gareth me ha sorprendido, debo admitirlo. No esperaba que este encuentro decisivo tuviera lugar antes de la primavera, y eso si se producía,

Kimmuriel se acarició el liso y afilado mentón y miró hacia otro lado.

Después de un momento de cavilación, el psionicista hizo una deferente inclinación de cabeza a su antiguo jefe.

-Había muchas posibilidades de ganar y nada que perder -añadió Jarlaxle.

Kimmuriel no lo discutió.

-No obstante, tengo que recordarte una vez más por qué Bregan D'aerthe no consideró adecuado matarte -dijo.

-¿Aunque hayas llegado a considerarme una molestia?

Kimmuriel sonrió, una de las pocas expresiones que Jarlaxle había visto jamás en la cara sin alma de aquel drow.

-Esto no contará más que como un inconveniente menor del que tal vez todavía pueda sacarse algún provecho. Parece ser que cada vez que Jarlaxle tiene una idea, Bregan D'aerthe acaba expandiéndose.

-Si los dados tienen seis caras, por algo será, amigo mío. No hay emoción en la seguridad.

-Pero la ganancia depende de más de uno entre seis -dijo Kimmuriel-. El Jarlaxle que conocí en Menzoberranzan no apostaba a menos que una de cada cuatro jugadas aportara un beneficio.

-¿Piensas que han cambiado tanto mis costumbres, y mis posibilidades?

-Estaba la cuestión de Calimport.

Jarlaxle lo reconoció con una inclinación de cabeza.

-Claro que quedaste cogido en el camino de un poderoso artefacto -dijo Kimmuriel-. No se te puede culpar de ello.

-Eres sumamente generoso.

-Y, como siempre, Jarlaxle salió ganador al final.

-Es una buena costumbre.

-Y escogió sabiamente -añadió Kimmuriel.

-Tienes un alto concepto de ti mismo.

-Casi nada de lo que digo o pienso es opinión.

«Bastante cierto», concedió Jarlaxle para sus adentros. Lo cual era precisamente la razón por la cual se había asegurado de que Rai-guy, aquel mago temperamental e impredecible, estuviese muerto y de que Kimmuriel siguiera vivo ya cargo de Bregan D'aerthe durante su propio descanso sabático.

-Y debo admitir que tu reciente plan me ha intrigado -dijo Kimmuriel-. Aunque todavía no sé por qué te empeñas en seguir visitando siquiera este páramo olvidado de Lloth. -Se envolvió con los brazos mientras hablaba y dirigía una mirada desolada hacia un lado, hacia un tapiz que se separaba de la pared bajo la fuerza del viento aullador que se filtraba por las junturas de las piedras.

-Era una buena oportunidad -respondió Jarlaxle.

-Siempre lo es cuando realmente no hay nada que perder.

Jarlaxle percibió la vacilación en su voz, algo así como si Kimmuriel presintiese una confrontación o una sorpresa desagradable. Por supuesto, el psionicista temía que Jarlaxle desafiara su autoridad y ordenara que Bregan D'aerthe entrase en batalla contra el rey Gareth.

-Hay formas de sortear la iniciativa evidentemente osada de Gareth -dijo para tranquilizar a su antiguo, y probablemente futuro, lugarteniente.

-También hay formas de abrirse camino a través de ella -replicó Kimmuriel-. Por supuesto.

-De lo que se trata en esta apuesta es de no poner mucho sobre la mesa. No estoy dispuesto a perder aquí a un solo soldado drow, y aunque realmente creo que nuestra carne de cañón nos prestará un buen servicio metiéndose en las mismísimas fauces del diestro ejército de Gareth, incluso en esto debemos ser escrupulosos. Yo no soy la matrona Baenre, obsesionada con la conquista de Mithril Hall. No busco un combate aquí. Nada más lejos de mi intención.

-Gareth no te concederá nada parlamentando -dijo Kimmuriel-. Dices que él está actuando osadamente, pero también fue osada la jugada de Jarlaxle cuando le envió noticia del rey Artemis.

-No va a parlamentar porque no tenemos nada que ofrecerle -aceptó Jarlaxle-. Eso es algo a lo que pondremos remedio a su debido tiempo.

-¿Y qué vas a decirle en este momento?

-Ni siquiera adiós -respondió Jarlaxle con una sonrisa.

Kimmuriel asintió satisfecho. Volvió a echar otra mirada al movedizo tapiz y apretó un poco más los brazos en torno al cuerpo, pero Jarlaxle lo conocía lo suficiente para saber que estaba en paz.

Algunas millas al sur del castillo, en un campo a las afueras de Palishchuk, otro guerrero distaba mucho de encontrar la paz. Olwen, el Amigo del Bosque, se paseaba por el campamento, dirigiendo palabras de aliento a los hombres y mujeres del ejército de la Piedra de Sangre. Su capa verde bosque flameaba a su espalda mientras él se desplazaba a buen paso de una hoguera a otra. Tenía el rostro encendido por la pasión y la ansiedad, y su legendaria hacha de guerra relucía al resplandor del fuego. Durante muchos años, su arma favorita había sido el arco, pero al ir perdiendo agilidad con la edad, se fue dando cuenta de que correr de un lado a otro por los extremos del campo de batalla ya no le iba bien. No tardó mucho tiempo en descubrir la emoción del combate cuerpo a cuerpo y en perfeccionar la técnica.

-Mañana rodearemos las murallas -le prometió a un grupo de jóvenes soldados que lo miraban admirados-. En cuestión de días atravesaremos las Galenas de vuelta a casa.

Las respuestas ansiosas y agradecidas de los hombres siguieron a Olwen cuando se trasladó al siguiente grupo, arrastrando a una segunda figura mucho más delgada y ágil tras él.

Por lo general, Riordan Parnell actuaba como apoyo moral en noches como ésta. A menudo, en la calma que precedía a la batalla, el bardo entretenía a los hombres con relatos enardecedores de hazañas heroicas y de tinieblas vencidas. Esta noche, sin embargo, la actuación que tenía pensada se había visto desplazada por la abrumadora presencia de su buen amigo explorador.

Alcanzó a Olwen antes de que el explorador llegase al siguiente grupo, e incluso se atrevió a tirarle de la manga para frenarlo un poco. La respuesta fue una mirada de advertencia cuando Olwen fijó los brillantes ojos en la mano de Riordan que lo sujetaba y los fue subiendo lentamente hasta encontrarse con los del bardo.

-Todavía tenemos mucho que averiguar -le dijo Riordan separándose suavemente.

-No tengo tiempo ni ganas de leer la historia del rey Artemis.

-Todo es demasiado vago.

-Su intención es apoderarse de las tierras que el rey Gareth ha conquistado con gran esfuerzo -replicó Olwen-. Se han hecho fuertes en un castillo y vamos a derribarlo. No veo qué es lo que hay de vago en eso. Pero no te preocupes, bardo. Te daré material para que compongas una o dos canciones. -Al hacer esta promesa, Olwen se puso al hombro el hacha de guerra y la sostuvo con firmeza ante sí, hizo una inclinación de cabeza y se dio la vuelta para marcharse.

Sin embargo, Riordan volvió a cogerlo por la manga.

-Olwen -lo llamó.

El explorador ladeó la cabeza para observar al hombre.

-No conocemos los detalles de la muerte de Mariabronne -dijo Riordan.

Inmediatamente la expresión de Olwen se hizo más torva.

-¿Por qué metes a Mariabronne en esto?

-Porque él cayó en ese castillo, lo sabes muy bien, y nada de lo que hagas aquí mañana va a cambiar esa triste realidad.

Olwen se volvió para mirar a Riordan de frente hinchando el musculoso pecho. Dejó que el hacha se deslizara por uno de los brazos, pero ese movimiento no contribuyó en nada a disminuir su imponente presencia.

-Acudo a la llamada del rey Gareth, no a la de un fantasma -afirmó-, para derrotar a un pretendiente llamado Artemis Entreri.

-Emelyn ha estado dentro del castillo -dijo Riordan-, y yo he hablado con Arrayan y Olgerkhan de Palishchuk, y también con Wingham. No hay en las historias que cuentan, y todas son coincidentes, un solo indicio de traición, pero sí de error de juicio, en la muerte de Mariabronne el Solitario. Creemos que fue derribado por un golpe del monstruo, y en modo alguno como consecuencia de las actuaciones u omisiones de Artemis Entreri ni del drow Jarlaxle.

-Y por supuesto, un elfo oscuro no es capaz de crear un engaño. Le resultó difícil a Riordan mantener su postura ante esta simple lógica.

-Igual que Zhengyi -dijo por fin el bardo encontrando un argumento-. De todo lo que sabemos, se desprende que Mariabronne cayó víctima del duradero y vil legado de Zhengyi.

-No pronuncies ese nombre. -Olwen rechinó los dientes y los abultados músculos de sus brazos se retorcieron al apretar los puños, uno de ellos a la derecha del cuerpo y el otro rodeando el mango del hacha.

Riordan le echó una mirada comprensiva, pero eso hizo que la expresión de Olwen se volviera todavía más ceñuda.

-Y podría ser que el legado vil y duradero de Zhengyi esté ahora en manos del rey Artemis -dijo Olwen, y volvió a alzar el hacha ante sí para sujetarla con ambas manos. La retrotrajo un poco y asestó con ella un fuerte golpe en el guantelete con gran efecto-. Ya estoy harto de ese legado.

Por mucho que quisiera rebatir ese punto, Riordan Parnell se encontró falto de respuesta. Olwen inclinó la cabeza con gesto bronco y dio la vuelta sobre sus talones para proponer un brindis al siguiente grupo de soldados, todos los cuales levantaron al unísono sus jarras ante el legendario explorador al tiempo que gritaban:

-¡Por Mariabronne el Solitario!

Riordan se quedó un momento observando a su amigo, pero presintió la presencia de alguien más y se volvió a saludar a su primo, Celedon Kierney.

-Es un brindis que va a acabar en derramamiento de sangre -observó Celedon-. Olwen no admitirá demora cuando lleguemos mañana a ese castillo D'aerthe,

-No puedo imaginarme su dolor -dijo Riordan-. Perder a un hombre que era como un hijo para él.

-Habría preferido que Gareth lo hubiera hecho permanecer en Damara -replicó Celedon-. Es uno de los mejores guerreros que he conocido, pero su estado de ánimo no es el más adecuado para esto. -¿Temes que cometa un error de juicio?

-Como lo temería de ti, o de mí mismo, si acabara de perder a un hijo. Yeso es lo que era Mariabronne para Olwen. Según cuentan, cuando le llegó la noticia miró a su alrededor como un león a punto de atacar. Se dirigió a los druidas del bosque de Olean, a las afueras de Kinnery, y les ordenó que le revelaran todos los detalles, según se rumorea, para enterarse de las posibilidades de reencarnación.

Riordan palideció, aunque todo aquello no lo cogía por sorpresa. -y se las negaron, por supuesto.

-No lo sé -dijo Celedon-, pero confío en que el Gran Druida de Olean no haya atendido a esa petición.

-O sea que sólo le queda el hacha para mitigar su dolor -dijo el bardo-. Espero que el rey Artemis no le haya tomado demasiado cariño a su título.

-Ni a su cabeza.

A la mañana siguiente, Entreri y Jarlaxle estaban apostados en la muralla meridional del castillo D'aerthe, cerca de la torre occidental que flanqueaba la puerta principal que daba al sur. Por detrás y por debajo de ellos, en el patio de armas que en una ocasión había estado lleno de monstruos no muertos surgidos para oponerse a su incursión inicial en el castillo, trescientos goblins y kobolds se revolvían nerviosos. Ninguno de ellos se atrevía a decir nada, pues estaban rodeados de implacables guardias elfos oscuros armados con largas varas y de sacerdotes drows con sus proverbiales látigos cuyas cabezas eran serpientes vivas de afilados colmillos. Si un kobold o un goblin se apartaban demasiado de la línea, sentía en sus carnes la mordedura de las serpientes, y acababa retorciéndose y debatiéndose en el suelo entre gritos, en una horrible agonía hasta que por fin le llegaba la dulce muerte.

No obstante, Entreri y Jarlaxle apenas prestaban atención al espectáculo que se ofrecía a sus espaldas, porque ante ellos veían avanzar al ejército de la Piedra de Sangre. La infantería principal marchaba en apretadas filas en el centro, flanqueada a ambos lados por la caballería pesada y con baterías de ballesteros agrupadas detrás de las filas delanteras. Los numerosos pendones de Damara, de la Iglesia de Ilmater y del rey Gareth ondeaban movidos por la fuerte brisa mañanera, y los guerreros ejecutaban su cadencia sobre los escudos del mismo modo que habían hecho al salir por la Puerta de Vaasa menos de diez días antes.

A apenas cincuenta metros del castillo, la marcha se detuvo y, con notable precisión, las tropas se distribuyeron en formaciones defensivas. Los escudos se volvieron con movimiento brusco y las primeras filas se desplegaron a derecha e izquierda formando delgadas líneas que después se transformaron en cuadrados defensivos. Los magos se movían en una danza ligera como si fueran bufones en un desfile de la corte, haciendo movimientos ondulantes con los brazos y creando todo tipo de defensas y protecciones para desviar y desactivar cualquier magia enemiga. En el interior del cuadrado de la infantería los arqueros formaban sus filas, con los arcos armados con sus respectivas flechas. Como centro de la línea totalmente separada, los compañeros apostados en la muralla tenían una vista clara del propio rey, vestido con su reluciente armadura de plata y flanqueado por sus poderosos amigos.

-¿Crees que habrán venido a celebrar un banquete en mi honor? -preguntó Entreri.

-Yo diría que si. Ya ves, fray Dugald luce sus mejores galas, y el rey, por supuesto, reluce como si el propio sol se hubiera posado sobre él.

-Y sin embargo aquel otro -señaló Entreri, haciendo un gesto con la cabeza para referirse al hombre que estaba a la derecha de Gareth- va tan mal vestido que sólo parece preparado para los senderos por los que circula el ganado.

-Te refieres al gran maestre Kane -dijo Jarlaxle-. Realmente es un incordio. Se diría que el rey de Damara debería encontrar a alguien que infundiera un poco de sentido de la elegancia en ese necio.

Entreri hizo una mueca recordando todos los días pasados en el camino con Jarlaxle, cuando su compañero se empeñaba en proporcionarle camisas elegantes. Pensó en la noche en que Jarlaxle había vuelto con un cinturón nuevo y una funda para la Garra de Charon y para su enjoyada daga. Aquél era un magnífico cinto de cuero negro, tan refinado en el aspecto como en el diseño, ya que tenía un par de cuchillos arrojadizos totalmente escondidos en su interior.

-Es posible que Gareth te contrate para que instruyas al monje -observó por fin.

Jarlaxle dudó un momento antes de responder.

-Podría hacer cosas peores.

En ese momento, seis jinetes y el gran maestre Kane se adelantaron.

El monje marchaba delante de Gareth, que llevaba a Celedon Kierney a un lado y a Olwen el Amigo del Bosque al otro. Detrás de Gareth venía a caballo Riordan Parnell, el bardo, tañendo un laúd y cantando. Lo flanqueaban Dugald y Emelyn, ambos formulando en voz baja conjuros para levantar murallas defensivas.

El grupo cubrió la mitad de la distancia que los separaba del castillo D'aerthe, después se detuvo y Riordan se adelantó al rey y cubrió al galope la escasa distancia que quedaba hasta las grandes puertas. Vio a Jarlaxle ya Entreri y al trote desvió a su cabalgadura hacia un lado para quedar justo por debajo de ellos.

-Maese Jarlaxle y Artemis Entreri, Caballero Aspirante de la Orden -comenzó.

-Rey Artemis -corrigió Jarlaxle en tono lo suficientemente alto para que lo oyeran Gareth y sus amigos... y para que se les pusieran los pelos de punta, lo cual hizo aflorar una sonrisa a la cara del drow.

-Buenos señores -empezó Riordan nuevamente.

-No lo somos.

El bardo hizo una pausa y miró torva mente al obstinado drow.

-Pues bien, par de necios, entonces -dijo-. El rey Gareth Dragonsbane, el que derrotó a Zhengyi, el que persiguió al demonio Orcus por los planos de la existencia, el que...

-Nos lo puedes ahorrar -lo interrumpió Jarlaxle-. Hace frío y ya hemos oído antes esta letanía, precisamente en la corte de Gareth y no hace tanto tiempo.

-Entonces deberíais ver con claridad vuestra necedad.

-Algún día te recitaré mi propia letanía de hazañas, buen bardo -gritó Jarlaxle-. Entonces tus amigos te catalogarán de excesivamente prolijo.

-El rey Gareth exige una audiencia -proclamó Riordan-. Si os negáis, no podréis evitar la guerra. Miró hacia el este y señaló hacia allí con el brazo derecho. Siguiendo su gesto, los amigos vieron a una fuerza de caballería ligera que flanqueaba el castillo D'aerthe, y otra de infantería ligera que tomaba posiciones defensivas detrás de aquélla.

A continuación Riordan señaló hacia el oeste, y vieron una escena similar desplegándose en esa dirección.

-Conceder audiencia o aceptar un asedio -dijo Riordan-. La opción parece obvia.

-¿Por qué no habríamos de conceder al rey Gareth de Damara paso libre y amistoso? -le preguntó Jarlaxle-. Después de todo, es nuestro reino hermano y no un enemigo del trono de Artemis. No necesitáis acudir a nosotros con tanta formalidad, ni con amenazas. Al rey Gareth siempre se le permitirá pasar libremente y será bienvenido a nuestras tierras, aunque si pretende hacerlo acompañado de semejante contingente, que pisoteará nuestra flora y nuestra fauna, me temo que deberemos cobrarle un derecho de paso.

-¿Un derecho de paso?

-Para alisar el terreno detrás de él. Simple mantenimiento.

Riordan estuvo sin moverse durante un buen rato. Era evidente que aquello no lo divertía.

-¿Querréis concederle audiencia?

-Por sup... -empezó a responder Jarlaxle, pero Entreri lo sujetó por el hombro y se colocó delante de él.

-Dile al rey Gareth que no nos gusta el espectáculo de un ejército ante nuestras puertas, así, sin previo aviso -le gritó Entreri a Riordan lo bastante alto para que también lo oyera Gareth, y tal vez incluso algunos de los que formaban parte de la fuerza principal-. Pero a pesar de todo, Gareth puede entrar en mi hogar -continuó en el mismo tono-. Tenemos muchas altas torres aquí, como puedes ver. Por favor, dile a Gareth de mi parte que veré con buenos ojos que se arroje de cabeza de cualquiera de ellas.

Riordan permaneció callado un momento, como asimilando esas palabras. Incluso echó una mirada a una de las torres.

-¡Estáis sitiados! -declaró-. ¡Sabed que la guerra ha llegado a vuestras puertas! -Con mano experta hizo volver grupas a su corcel y regresó al galope hasta su grupo, que ya se dirigía hacia la fuerza principal. -No puede decirse que ésa haya sido una de las cosas más prudentes que has hecho en tu vida -le señaló Jarlaxle a su amigo.

-¿No era eso lo que querías? -replicó Entreri-. ¿No querías entrar en guerra con el rey Gareth?

-No exactamente.

En la cara de Entreri surgió una mueca de extrañeza.

-¿Entonces querías parlamentar y conseguir por nuestras hazañas un reino independiente para Jarlaxle?

-Para el rey Artemis -lo corrigió el elfo oscuro.

-¿Piensas que Gareth permitiría a un drow gobernar un reino dentro de lo que actualmente considera su propio reino? -prosiguió Entreri sin hacer caso de la corrección, pues estaba seguro de estar en lo cierto-. Eres más necio de lo que yo había pensado, y en la ocasión anterior tenías la excusa de la atracción de la Piedra de Cristal. ¿Qué excusa tienes en esta ocasión, aparte de tu abyecta estupidez?

Jarlaxle se lo quedó mirando largamente, con sus delgados labios de drow curvados en una sonrisa. Se dio media vuelta y miró hacia abajo, al patio de armas, entonces alzó la mano y cerró el puño.

De inmediato, los arreadores se pusieron en acción, restallando los látigos y empujando a la carne de cañón a una marcha frenética. Una gran manivela se puso en movimiento con un chirrido, una cadena protestó con un ruido de carraca y el enorme rastrillo que bloqueaba la entrada principal del castillo D'aerthe se levantó.

-Se me revelaron dos caminos -le explicó Jarlaxle a Entreri-. Uno me llevaría a actuar en la sombra, como he hecho siempre. A encontrar mi hueco aquí, en las Tierras de la Piedra de Sangre cómodamente detrás del poder, fuera cual fuese, tal vez a servir a la Ciudadela de los Asesinos, aunque en un sentido que nada tiene que ver con el que había vislumbrado Knellict. Puede que entonces convenciera a Kimmuriel de que esta tierra bien merecía sus esfuerzos, y él Y yo conduciríamos a Bregan D'aerthe al liderazgo absoluto en el submundo de las Tierras de la Piedra de Sangre, más o menos como lo que conseguimos allá en Calimport por poco tiempo, y sin duda como lo que hemos creado en la oscuridad de Menzoberranzan durante casi dos siglos -dijo con una risotada-. Tal vez habría valido el esfuerzo aunque sólo fuera por ver a Knellict rogar por su alma eterna.

Jarlaxle hizo un alto y se quedó mirando a su amigo. Por debajo de ellos, las puertas del castillo se abrieron lentamente y trescientos goblins y kobolds, las infortunadas fuerzas de choque que sólo tenían muerte y dolor a sus espaldas y un ejército esperándolas por delante, salieron en una carga arrolladora.

-¿Y el otro camino? -inquirió Entreri por fin con impaciencia.

-El que hemos recorrido -explicó Jarlaxle-. La autonomía. El reino de D'aerthe, presentado al rey Gareth y a los demás poderes de las Tierras de la Piedra de Sangre, abiertamente y con total legitimidad. Un reino hermano y aliado de Damara al norte, viviendo en armonía con Damara y con Palishchuk.

-¿E iban a aceptar un reino de los drows? -Entreri ni se molestó en disfrazar su incredulidad, lo cual arrancó a Jarlaxle una sonrisa de satisfacción.

-Valía la pena intentarlo, ya que la otra opción me resultaba... aburrida. ¿No piensas lo mismo?

-Eras tú quien lo quería, no yo.

Jarlaxle lo miró con una expresión dolida.

-Siempre has sido el promotor de nuestras aventuras -dijo Entreri-. Nos has puesto al servicio de un par de hermanas dragón, me llevaste engañado a Vaasa, sabiendo en todo momento a dónde nos conducía el camino que recorríamos y cuál era el final inevitable.

-No podía saber que se nos presentaría con tanta facilidad una oportunidad como Urshula -sostuvo Jarlaxle, aunque se paró ahí y alzó las manos como rindiéndose-. Como quieras -dijo-. De todos modos, nuestros días aquí tocan a su fin.

-¡Atentos a la estratagema! -gritaron fray Dugald y sus clérigos distribuidos por toda la línea valiéndose de la magia para amplificar sus gritos.

Por delante del pesado sacerdote, el rey Gareth y los demás coordinaron la respuesta a la monstruosa carga. A derecha e izquierda, los grandes arcos se curvaron hacia atrás y andanadas de flechas partieron hacia los goblins y los kobolds, debidamente espaciadas para que un blanco, al caer, no interceptara una segunda flecha.

Emelyn el Gris y sus magos esperaron hasta que las monstruosas filas quedaron diezmadas por la lluvia de flechas.

-¡Sólo conjuros menores! -indicó el archimago a sus subordinados-. ¡Ahorrad fuerzas! ¡Están tratando de agotarnos!

-Y tal vez de reducir la presión sobre sus provisiones -añadió Kane en voz baja. Estaba entre Gareth y Emelyn cuando habló, y ambos captaron perfectamente el significado de sus palabras-. Podemos llegar a la conclusión de que prevén un asedio y suponen que pueden durar más que nosotros ante la proximidad del invierno.

Ante ellos, aquellos de los monstruos que habían conseguido evitar las flechas arremetían velozmente y fueron recibidos con una andanada de conjuros menores. Proyectiles de energía mágica, azules, verdes y rojos, salieron disparados y buscaron su propia trayectoria dando en el blanco sin vacilación. Cuando un par de osados goblins se acercaron demasiado, Emelyn apartó con una señal a sus magos y avanzó personalmente. Juntó los pulgares y desplegó los dedos ante sí pronunciando una simple palabra de mando.

Los goblins, que realmente parecían más confundidos y aterrorizados que sedientos de sangre, no pudieron parar a tiempo y quedaron incinerados cuando una ola ardiente surgió de las manos del mago abriéndose en abanico delante ellos.

-¡Que los arqueros disparen una andanada por encima de la muralla! -ordenó Gareth, y el eco repitió su orden a lo largo del frente. En realidad, con las monstruosas fuerzas tan mermadas, no había necesidad de otro ataque a quemarropa.

Gareth y Celedon hicieron avanzar a sus cabalgaduras, con Olwen y Riordan uno a cada lado, y, cosa sorprendente, el monje Kane se apresuró a colocarse delante de los caballos y fue el primero en entrar en combate. Saltó y cayó con los pies hacia adelante al acercarse a una pareja formada por un goblin y un kobold, alcanzando al más pequeño, el kobold, que se parecía a un perro, con una patada seca en la cara, y al goblin, que medía alrededor de un metro sesenta, con un golpe contundente en el pecho.

Los dos salieron lanzados hacia atrás como si un caballo les hubiera dado una coz.

Kane cayó de espaldas, pero se movió con tal celeridad y fluidez que muchos observadores parpadearon y sacudieron la cabeza. Ya estaba de pie yen perfecto equilibrio cuando los últimos pliegues de sus sucias vestiduras estaban todavía por tocar el suelo. Para mayor seguridad, pisoteó el cuello del kobold derribado antes de saltar en diagonal rematando el salto con una vuelta en redondo junto a un goblin sorprendido. La criatura intentó imprimir a su maza un balanceo que Kane desvió rápidamente hacia arriba en su movimiento giratorio. Sin perder el impulso de éste, el monje lanzó el brazo hacia atrás en el ángulo preciso y le plantó el codo al goblin justo debajo del mentón, aplastándole la tráquea.

-Nos roba toda la diversión -se quejó Celedon a Gareth.

Gareth se disponía a responder que había enemigos para codos, pero no se molestó en terminar la frase, ya que la infantería se lanzó a la carga y los magos de Emelyn continuaron su devastación, con lo que el paladín se dio cuenta de que tendría que darse prisa si quería manchar de sangre su brillante espada, Cruzada la Santa Vengadora, en esta batalla inicial. Una rápida ojeada a su amigo le permitió ver que debía tomar una dirección diferente si quería encontrar un blanco.

Dando boqueadas para respirar tras el impacto perfectamente calculado del codo, el goblin se desplomó, y antes de que hubiera llegado al suelo Kane ya estaba atacando a otro, moviendo furiosamente las manos por delante a modo de grandes aspas de molino.

Todo eso no era sino una estratagema para que el goblin se inclinara hacia adelante y desviara su arma hacia un lado. En cuanto eso sucedió, Kane dio un salto en alto impulsándose hacia adelante al tiempo que hacía una voltereta. Con el antebrazo lanzó un gancho bajo el mentón del goblin y al girar le plantó el hombro contra la espalda. El monje aterrizó de pie, espalda contra espalda con el confundido ser, y siguió hacia adelante mientras levantaba el brazo forzándole la cabeza hacia atrás y hacia arriba.

Cuando oyó el chasquido del cuello de la criatura la soltó, dejó que cayera al suelo como un guiñapo y se volvió a lanzar a la carga.

La batalla, la matanza, acabó en pocos minutos, con una victoria aplastante del atacante. Había goblins y kobolds muertos o moribundos por todas partes, y los pocos que quedaban vivos se arrodillaban alzando los brazos y rogando que les perdonaran la vida.

En el extremo opuesto del campo, el rastrillo ya había vuelto a descender y las puertas se habían cerrado.

-¡Atención a la siguiente oleada! -advirtieron Dugald y otros-. ¡Cuidado con las gárgolas!

Pero no las hubo. Nada. Ahí estaba el castillo, delante de ellos, enorme y mortalmente quieto. Los goblins tallados a lo largo de la muralla los contemplaban, pero simplemente como lo que eran, piedras inmóviles e inofensivas. Detrás de ellos no se movía ni una sola figura.

Otra andanada de flechas sobrevoló la muralla, y luego otra, pero si daban en algo que no fueran las paredes interiores o el suelo desierto, ningún grito de alarma o de agonía lo confirmaba.

-¡Alto el fuego! -gritó Gareth mientras él y los demás guerreros volvían grupas para retomar la formación inicial. El rey paladín lanzó una mirada despectiva al castillo del rey Artemis I mientras cabalgaba, pensando que la observación de Kane había dado en el blanco.

Claro que también sabía que él no tenía ni la paciencia ni las provisiones necesarias para aguantar un asedio así.

Entreri y Jarlaxle oyeron el impacto de las flechas en la puerta principal de la torre del homenaje, y el asesino se alegró de haber tenido la idea de cerrar tras de sí el portal reparado después de entrar.

Dentro del salón principal de la planta baja, Kimmuriel y algunos otros elfos oscuros los estaban esperando, y Entreri no pudo reprimir una expresión de disgusto a la vista de las odiadas criaturas.

-No esperarán mucho tiempo -le dijo Kimmuriel a Jarlaxle en lengua drow, ya Entreri le molestó entender todavía aquella lengua paradójicamente lírica. ¿Cómo era posible que criaturas tan viles hablaran con sonidos tan melodiosos?-. Gareth no dará muestras de paciencia cuando soplen los vientos invernales. En cuanto se convenzan de que nuestro asalto no fue una simple maniobra de distracción para un ataque mayor, lo previsible es que se lancen a la carga. Han arrastrado máquinas de guerra a lo largo de muchos kilómetros, y no dejarán mudas a las catapultas.

-Estamos bien preparados, por supuesto.

-Somos los últimos -replicó Kimmuriel-. La puerta sigue abierta en la cámara inferior. Es hora de elegir, Jarlaxle.

-¿Elegir qué? -le preguntó Entreri a su compañero en la lengua común de la superficie.

Eso no dejó en absoluto al margen a Kimmuriel, bien versado en lenguas.

-Elegir entre huir o activar los poderes plenos del castillo -dijo en la misma lengua con un acento perfecto. Sin solución de continuidad volvió a la lengua drow al dirigirse a Jarlaxle-. ¿Despertarás a Urshula?

Jarlaxle se quedó pensando un momento. Otra andanada de flechas cayó al interior del castillo, y algunas golpearon contra las puertas de la torre del homenaje.

-Podríamos librar aquí una gran batalla -declaró Jarlaxle-. Con Urshula y las gárgolas, con los muertos vivientes que acudirán a mi llamada, podríamos asestar un gran golpe a nuestro enemigo. Y con toda la fuerza de Bregan D'aerthe, sin duda podríamos ganar la batalla.

-Sería un triunfo temporal, y el precio que pagaríamos no merecería la pena -dijo Kimmuriel-. No tenemos refuerzos, y sin embargo hay todo un país de súbditos del rey Gareth que no se limitarán a mirar. Y lo más probable es que Gareth tenga muchos tratados que hagan acudir a otras naciones contra nosotros cuando llegue el momento.

Jarlaxle miró a Entreri.

-¿Y tú qué dices?

-Digo que he viajado con un idiota -replicó el asesino.

Jarlaxle se rió por toda respuesta.

-Muchos elfos oscuros muertos han dicho lo mismo -le advirtió Kimmuriel, y Entreri le lanzó una mirada amenazadora.

Pero la risa de Jarlaxle acabó con toda la tensión.

-Fue un buen intento -declaró-. Pero ahora que hemos visto la respuesta, es hora de despedirnos del rey Gareth y de sus Tierras de la Piedra de Sangre.

Indicó a Kimmuriel ya los demás que abriesen la marcha hacia los túneles y a continuación esperó a que Entreri llegase junto a él antes de seguirlos. Al pasar por el trono hecho de seta, Jarlaxle dejó caer un pergamino enrollado atado con dos cintas de oro sobre el asiento.

Entreri se volvió como si tuviera intención de recogerlo, pero Jarlaxle le apoyó una mano en el hombro y lo empujó hacia adelante.

Avanzaron por los túneles hasta la estancia donde Mariabronne había muerto a manos de los demonios y siguieron bajando por el retorcido camino. Del techo se desprendía polvo al arreciar el ataque en la superficie. Por fin llegaron a la cámara de Urshula, donde las señales del combate trajeron vívidamente a la memoria de Entreri el encuentro que allí había tenido lugar.

Y también le recordaron que, en su hora más tenebrosa, Jarlaxle lo había abandonado.

En el fondo de la enorme cámara, más allá de donde yacía el cadáver huesudo del dracolich, con la cabeza y el cuello ennegrecidos por el fuego de la trampa letal de Entreri, se elevaba un portal ricamente adornado de color azul reluciente. Aunque podían verse las paredes de la cámara en torno a él, la parte interior era de una negrura absoluta.

Uno tras otro, los elfos oscuros, soldados de Bregan D'aerthe, lo atravesaron y desaparecieron.

Muy pronto sólo quedaron tres. Kimmuriel saludó a Jarlaxle con una inclinación de cabeza y pasó al otro lado.

-Tú primero -invitó Jarlaxle a Entreri.

-¿Adónde?

-¿Adónde va a ser? Ahí.

-No es eso lo que pregunto -dijo Entreri con voz ronca-, sino adónde conduce.

-¿A ti qué te parece?

-Un lugar al que no quiero ir. -Al pronunciar esas palabras, la verdad que encerraban se le presentó con toda crudeza al asesino. Era hora de dejar a Gareth y las Tierras de la Piedra de Sangre, había dicho Jarlaxle, y en eso Entreri estaba de acuerdo, pero marcharse con Kimmuriel y los soldados de Bregan D'aerthe no era precisamente lo que él tenía en mente.

-Pero la elección está hecha.

-No. Eso es la Antípoda Oscura.

-Claro.

-No voy a volver allí.

-Actúas como si hubiera otra posibilidad.

-No -se reafirmó Entreri mirando el portal como si fuera la entrada a los Nueve Infiernos. Sus recuerdos de Menzoberranzan, de su sojuzgamiento a veinte mil drows crueles, de su convencimiento de que allí no era más que iblith, carne de cañón, y de que hiciera lo que hiciera, matara a quien matase, nada podía modificar el reconocimiento de su valía, volvieron a asaltar al hombre en ese momento terrible.

Y volvió también el recuerdo de Calihye, la primera mujer a la que había amado tanto emocional como físicamente, la primera mujer a la que se había sentido totalmente vinculado. ¿Cómo podía abandonarla así, sin más? Pero ¿tenía otra elección?

Dio un paso hacia el portal y se detuvo al ver cómo reverberaba, al ver que la magia decaía rápidamente.

Durante ese momento de vacilación, lo asaltó una segunda oleada de recuerdos, de dolor, de arrepentimiento, de ira.

El portal volvió a reverberar.

-No -dijo Entreri, y poniendo una mano en el hombro de Jarlaxle alentó a su compañero-. Vete en seguida. La magia se está desvaneciendo.

-No seas tonto -le advirtió el drow.

Entreri suspiró y dio la impresión de que se resignaba ante lo evidente. Miró a Jarlaxle y asintió, lo suficiente para hacer que el drow bajara la guardia.

En un abrir y cerrar de ojos, Entreri tenía la hoja carmesí de su espada en alto, sosteniéndola con ambas manos delante del hombro que tenía adelantado. Emitió un gruñido y dio la vuelta en redondo con la espada a la altura de la cintura tan repentinamente que el tajo podría haber cortado a Jarlaxle por la mitad.

El drow, que no tenía forma de defenderse, hizo una mueca desdeñosa mientras lo evitaba de la única manera que podía. Más que correr, se cejó caer hacia la puerta y desapareció en un instante librándose por los pelos de la cortante espada.

Entreri permaneció allí todavía durante algunos segundos, contemplando la reverberante abertura extraplanaria, pero aunque su magia no se hubiera disipado aún, era impensable para Artemis Entreri volver a la Antípoda Oscura, a Menzoberranzan.

Ni siquiera para salvar la vida.