El castillo d’aerthe
El día había sido templado para esta época del año, aunque con cielos grises y una llovizna persistente de esas que van calando poco a poco. Las nubes se habían abierto justo antes de la puesta del sol, barridas por un frío viento norte proveniente del Gran Glaciar que se parecía a los dedos fríos y muertos del mismísimo Rey Brujo. Esa apertura había deparado a las gentes de Palishchuk un atardecer rojo y brillante, pero cuando las estrellas empezaron a titilar en el cielo, el aire se volvió tan frío que todos, salvo unos pocos, se recogieron para calentar se en torno a sus hogares alimentados con turba.
No fue eso lo que hicieron, sin embargo, Wingham y Arrayan. Ellos permanecieron junto a la muralla norte de Palishchuk, escudriñando el horizonte con mirada inquisitiva. Ante sus ojos, sobre el terreno oscuro, las pozas y los arroyuelos se veían plateados bajo la luz de la luna, como las venas de una gran bestia dormida. A estas alturas todo estaba congelado, como lo estaba el terreno por debajo del hielo.
-¿Crees que volverá a deshelar antes de las primeras nieves?- preguntó Arrayan a su tío, que la aventajaba mucho en edad.
-He conocido otros años como éste en que el hielo llegó antes- respondió Wingham-. Hubo un año en que ni siquiera hubo deshielo.
-El de 1337- recitó Arrayan, ya que Wingham le había contado muchas veces lo de la helada que duró dos años.
El viejo semiorco sonrió ante su tono manifiestamente exasperado y ante su expresión de desaliento.
-Dicen que detrás de todo eso estaba un gran dragón blanco- la provocó Wingham repitiendo el comienzo de una de las muchas historias populares surgidas de aquel verano desusadamente frío.
Arrayan volvió a poner los ojos en blanco, y Wingham rió de buena gana y la rodeó con el brazo, apreciando su escaso peso.
-Tal vez éste sea un invierno que me permita hilar muchas historias a lo largo de las próximas décadas -dijo por fin la mujer con un temblor tan auténtico en la voz como para borrar la sonrisa del rostro arrugado y curtido de Wingham.
Él la estrechó más y ella plegó los brazos para cerrar su capucha forrada de piel y protegerse las heladas mejillas.
-Ya ha sido un año lleno de acontecimientos- respondió Wingham-. Y con un final feliz... -Hizo una pausa al ver el miedo en los ojos de su sobrina-. Bueno, fue un medio año con final feliz.
La verdad era que la aventura que todos habían creído felizmente concluida con la derrota del dracolich se había vuelto a presentar con la llegada de Artemis Entreri y Jarlaxle unos días antes. Los dos habían llegado a Palishchuk montados en corceles infernales, negros como el carbón, cuyos cascos resonaban amenazadores sobre la tundra helada.
Por supuesto les habían dado la calurosa bienvenida que merecen los héroes. Se habían ganado ese honor por la labor realizada junto a Arrayan y Olgerkhan; debido a ello les habían concedido alojamiento y comida gratis en la ciudad por tiempo indeterminado mientras viviesen. Lo cierto es que cuando llegaron hubo quienes se disputaron el honor de darles alojamiento durante su estancia.
Qué rápido habían cambiado las cosas desde ese encuentro inicial. La pareja no tenía intenciones de quedarse. Simplemente estaban de paso hacia el castillo conquistado al que Jarlaxle había denominado castillo D'aerthe. Habían dicho que era su castillo, la sede de su poder, el centro del reino que tenían intenciones de gobernar.
El reino que tenían intenciones de gobernar.
Un reino que, por definición, iba a rodear o a englobar a Palishchuk. La multitud de preguntas disparadas a la sorprendente pareja por los líderes de Palishchuk no tuvieron respuesta. Jarlaxle había asentido y se había limitado a añadir:
-No sentimos más que respeto y admiración por Palishchuk, y os consideramos grandes amigos en esta maravillosa aventura en la que ahora nos embarcamos.
Después se fueron, montados los dos en sus impresionantes corceles que atronaron las calles hasta la puerta norte de Palishchuk, y aunque algunos de los líderes habían pedido que se detuviera e interrogase a la pareja, ninguno de ellos tuvo el valor de plantárseles delante.
Ahora estaban en el norte, y los exploradores de la ciudad que conseguían infiltrarse volvían con noticias de figuras sombrías merodeando por las formidables murallas del castillo, y de gárgolas que volaban para agazaparse entre los parapetos y torres de la mágica construcción.
Arrayan recorrió con la mirada la muralla donde habían duplicado el número de guardias. Estaban alertas y nerviosos.
-¿Crees que vendrán?- preguntó la mujer.
-¿Quiénes?
-Las gárgolas. He oído las historias sobre la lucha en Palishchuk mientras yo estaba luchando dentro de las murallas del castillo. ¿Piensas que esta noche, o tal vez mañana, habrá otra batalla en la ciudad?
Wingham miró hacia el norte y se encogió de hombros al tiempo que negaba con la cabeza, dubitativo.
-Los exploradores dicen haber avistado gárgolas en la oscuridad de la noche- dijo-. Puedo imaginar el terror que habrán sentido agazapados al pie de un lugar tan formidable.
Arrayan se volvió hacia él al mismo tiempo que Wingham se volvía hacia ella.
-Aunque sea verdad y Jarlaxle y Artemis Entreri hayan vuelto el castillo a la vida, no temo un ataque por su parte- prosiguió Wingham-. ¿Por qué se iban a tomar la molestia de parar en Palishchuk para reafirmar su amistad si lo que se proponían era atacarnos?
-¿Tal vez para cogernos desprevenidos?
Wingham señaló con la cabeza al doble número de guardias que vigilaban la muralla.
-Nuestra guardia habría sido casi inexistente si se hubieran limitado a pasar de largo por la ciudad para animar el castillo y atacarnos mientras nosotros manteníamos la ilusión de que nuestra batalla había culminado felizmente.
Arrayan dedicó un momento a asimilar aquello mientras seguía mirando hacia el norte. Sonreía cuando sus ojos se volvieron a encontrar con los de Wingham.
-A pesar de todo, ¿no sientes curiosidad?
-Más que tú- respondió el viejo buhonero con una sonrisa traviesa-. ¿Piensas llevar contigo a Olgerkhan? Me complacería la compañía de nuestro corpulento amigo cuando nos aventuremos a ir a la morada de nuestros antiguos aliados.
-¿Antiguos?
-Y actuales. Debemos creer que todavía lo son.
-Creer y esperar.
Wingham sonrió.
-Castillo D'aerthe- dijo entre dientes mientras Arrayan se ponía en marcha hacia la escalera. En voz todavía más baja añadió-: Sólo puede augurar problemas.
Dos pares de ojos miraron hacia donde estaban Wingham y Arrayan, desde lejos y sin que ninguna de las parejas tuviera conocimiento de la otra. En la muralla meridional del castillo mágico, al norte de Palishchuk, Jarlaxle y Entreri no estaban acurrucados y cubiertos con pesadas capas de lana. Jarlaxle, por supuesto, no podía conformarse con algo tan vulgar y por eso había sacado un pequeño globo rojo, lo había colocado sobre una piedra en medio de ambos y había pronunciado una palabra de mando. La piedra se puso roja y brillante un momento, luego redujo el brillo y empezó a radiar un calor comparable al de una pequeña hoguera. El viento norte que soplaba desde el Gran Glaciar seguía castigándolos, ya que estaban a casi diez metros de altura sobre la muralla, pero el calor era suficiente.
-¿Y ahora qué?- preguntó Entreri cuando ya llevaban allí un buen rato, mirando en silencio el débil resplandor de los fuegos nocturnos de Palishchuk.
-Tú iniciaste la pelea- replicó Jarlaxle.
-Salimos corriendo de la Ciudadela. Mejor habría sido habernos enfrentado a ellos en las calles de Heliogabalus, callejón por callejón.
-Esta pelea no afecta sólo a la Ciudadela -explicó Jarlaxle con toda la calma, y realmente era ese tono, tan seguro de sí mismo y tan razonable, lo que a Entreri le ponía los pelos de punta. Cada vez que Jarlaxle se sentía cómodo en una situación, Entreri sabía por experiencia que algo gordo se preparaba.
-Hemos removido el nido- concedió Entreri-. Estamos entre el rey y Knellict. Ahora debemos elegir un bando. -¿Y cuál elegirías?
-Gareth.
-¿Por conciencia?
-Por razones prácticas- respondió Entreri-. Si va a haber una guerra abierta entre la Ciudadela y el rey Gareth, será Gareth quien gane. Ya lo he visto antes, en Calimport, y tú has conocido esta contienda en Menzoberranzan. Cuando un gremio resulta demasiado molesto para los poderes establecidos, éstos se toman la revancha.
-¿Entonces crees que el rey Gareth eliminará a Knellict y a la Ciudadela de los Asesinos? ¿Los barrerá de las Tierras de la Piedra de Sangre?
Entreri se quedó pensando en ello unos instantes, luego negó con la cabeza.
-No. Los sacará de las calles y los obligará a refugiarse en sus escondites más recónditos. Es probable que también caigan algunos. Algunos de los líderes de la Ciudadela resultarán muertos o encarcelados, pero Gareth nunca se librará de ellos realmente. Las cosas nunca son así. -Hizo una pausa y consideró sus propias palabras-. Seguramente no querrá librarse totalmente de ellos.
Jarlaxle lo miró de soslayo, y Entreri notó la pequeña sonrisa que se extendía por la cara del drow.
-El rey Gareth es un paladín -le recordó el drow-. ¿Dudas de su sinceridad?
-¿Acaso importa? Tener a la Ciudadela acechando entre las sombras es bueno para Gareth y sus amigos, es algo que le recuerda al pueblo de Damara cuál es la alternativa a un rey héroe.
-Puede que no sea Ellery, pues no tendría tratos con la Ciudadela, pero también se vale de ellos. Está en la naturaleza del poder.
-Tienes una concepción cínica del mundo.
-Bien ganada, te lo aseguro, y precisa.
-No he dicho que no lo fuera.
-Sin embargo, pareces creer que Gareth está por encima de todo lo reprochable porque es un paladín.
-No, sólo lo considero predecible porque se guía más por los principios, equivocados o no, que por el pragmatismo. El plan último de Gareth es de todos conocido, ¿o no? Es posible que la Ciudadela sirva bien a sus fines, pero está demasiado cegado por el dogma para darse cuenta.
-Todavía no has contestado mi pregunta -dijo Entreri-. ¿Qué nos va a nosotros en ello?- Parece obvio.
-Ayúdame a entenderlo.
-Siempre lo hago.
-Ahora.
Jarlaxle dejó escapar un suspiro de exasperación.
-Por supuesto, declaramos nuestra independencia del rey Gareth- respondió.
Mucho más abajo de donde estaban los dos amigos, muy cerca de la cámara donde yacían los huesos del dracolich Urshula, Kimmuriel Oblondra departía con sus lugartenientes drows, planeando la defensa del castillo de posibles asaltos a las murallas y las puertas y, lo más importante de todo, la rápida y ordenada retirada de vuelta a esta misma cámara, pues no lejos del drow relucía un portal mágico de color azul claro. Por él venían más guerreros drow de Bregan D'aerthe, y traían a multitud de goblins, kobolds y orcos que transportaban víveres, armamento y muebles, hechos en su mayoría con grandes hongos de la Antípoda Oscura.
Una fila continua entrada por la puerta y otros drows iban en dirección contraria, volviendo al portal mágico correspondiente abierto en el laberinto de túneles paralelos a la gran Grieta de la Garra en Menzoberranzan, el complejo al que Bregan D'aerthe consideraba su casa.
-Cuanto antes nos vayamos, tanto mejor -señaló uno de los lugartenientes de Kimmuriel, y aunque otros asintieron mostrándose de acuerdo, Kimmuriel le dirigió una mirada asesina.
-Habla- lo urgió el psionicista.
-Este lugar es inestable- respondió el drow-. Rebosa una energía que no conozco.
-O sea, ¿una energía a la que temes?
-El rastrillo de la puerta principal... crece -añadió otro soldado-. Fue da fiado por una entrada descuidada y actualmente se repara por sí mismo y por propia iniciativa. Esto no es una construcción inerte, sino una criatura mágica, viva.
-¿Se diferencia en algo este lugar de las torres de la Piedra de Cristal? -preguntó el primer lugarteniente.
-Te refieres a Jarlaxle- observó Kimmuriel, y ninguno de los dos lo negó.
-No lo sé- respondió el psionicista con sinceridad-. Aunque creo que Jarlaxle está actuando en ese caso Llevado por sus propios deseos y conocimientos. Si no fuera así, no os habría hecho venir a este lamentable lugar. -Dirigió la mirada hacia el portal ya otro grupo de goblinoides que lo atravesaban, cargados esta vez con tapices y alfombras enrollados-. Él reconoce la equivocación...
-Una salida fácil- dijo otro de los que estaban con él.
Junto a ellos, un cuarteto de goblins tropezó y cayó, dejando caer una conejera con forma de seta que se rompió y cuyos trozos se esparcieron por el suelo. Inmediatamente detrás llegaron unos conductores drows, que hicieron restallar sus látigos sobre la piel de las miserables criaturas hasta que se pusieron en seguida a cuatro patas para tratar de reunir los pedazos.
Los soldados que rodeaban a Kimmuriel asintieron, reconociendo la verdad de todo aquello, que no traían nada de verdadero valor al castillo en este momento, sólo muebles y simples adornos.
Y carne de cañón, por supuesto. Los goblins, orcos y kobolds eran tan desechables para los elfos oscuros como un mueble barato hecho de seta.
-¿Nuestra independencia? -replicó Artemis Entreri tras unos momentos de estupor-. ¿No podríamos limitarnos a abandonar las Tierras de la Piedra de Sangre?
-¿Y llevarnos este castillo con nosotros?
Entreri se quedó callado. Finalmente comprendía las maquinaciones del drow.
-¿Hablabas en serio cuando aconsejaste a Palishchuk que se mantuviese neutral?
-Debemos elegir un nombre para nuestro reino -dijo Jarlaxle, pasando por alto la pregunta y confirmando los temores de Entreri-. ¿Tienes alguna sugerencia?
Entreri lo miró con total incredulidad.
-El guante está arrojado- afirmó Jarlaxle-. Tú lo arrojaste a los pies de Knellict cuando no mataste al mercader.
Entreri volvió a apartar la vista. Su gesto se volvió tenso.
-¿Acaso el hombre no era digno de tu espada? ¿O no era merecedor de ella?
Entreri le dirigió una mirada cargada de odio.
-Ya me lo parecía -confirmó Jarlaxle-. Podrías haber escogido mejor el momento para descubrir tu conciencia, pero no importa, porque tarde o temprano teníamos que llegar a esto. Supongo que es mejor ahora que cuando Knellict se dé cuenta realmente de lo que se le viene encima.
-¿Y qué es? Un par de necios impetuosos, un pequeño ejército de gárgolas y un dragón no muerto al que apenas podemos controlar.
-Observa con más detenimiento- le dijo Jarlaxle ladinamente haciendo que mirara hacia la torre de vigilancia que había a la derecha de la entrada. Allí evolucionaba una figura esbelta, silenciosa y aparentemente no más corpórea que las sombras.
Un drow.
Entreri volvió a mirar a Jarlaxle.
-¿Kimmuriel? -preguntó.
-Bregan D'aerthe- respondió Jarlaxle-. Una multitud de esclavos entra constantemente por las puertas mágicas. Para iniciar una guerra, amigo mío, se necesita un ejército.
-¿Iniciar una guerra?
-Pensaba que podríamos hacerlo de una forma más fácil y mediante intermediarios -reconoció Jarlaxle-. Pensaba que podríamos hacer que las dos bestias, el rey y el Abuelo de los Asesinos, se devorasen mutuamente, pero tú jugaste tus cartas demasiado rápido.
-¿Y ahora quieres iniciar una guerra?
-No- corrigió Jarlaxle-. Pero no es del todo descartable. Si Knellict viene, lo haremos retroceder.
-¿Con los drows y Urshula y todo lo demás?
-Con todos los medios de que dispongamos. Con Knellict no se puede negociar.
-Vayámonos sin más.
Al parecer, eso pilló a Jarlaxle desprevenido. Se apoyó en la pared, con la mirada perdida en el sur y en la oscuridad sólo interrumpida por el brillo de unas cuantas hogueras encendidas en Palishchuk y por la luz de las estrellas.
-No- respondió finalmente.
-Ahí fuera hay todo un mundo en el que podríamos perdernos, o casi. Da la impresión de que ya no somos tan bienvenidos.
-Con Knellict.
-Basta con eso.
Jarlaxle negó con la cabeza.
-Podemos irnos cuando queramos, gracias a Kimmuriel, pero por el momento, no tengo deseos de marcharme. Me gusta esto. -Hizo una pausa y lanzó a Entreri una sonrisa hasta que éste acusó recibo de ella con un bufido burlón-. Piensa en Calihye, amigo mío. Recuerda que hay cosas por las que vale la pena luchar.
-No es necesario hablar de ella. Calihye no es un trozo de tierra ni un castillo creado por medios mágicos. A ella no hay nada que le impida venir con nosotros. Tu analogía no se sostiene.
Jarlaxle asintió, aceptando que tenía razón. No obstante, Entreri supo por su sonrisa que no estaba convencido. Jarlaxle quería estar aquí, y aparentemente para el drow bastaba con eso.
Entreri volvió a mirar hacia la torre de la esquina y, aunque no vio ningún movimiento, supo que los amigos de Jarlaxle habían llegado. Pensó en Calimport y en la catástrofe que Bregan D'aerthe había desencadenado allí, eliminando a gremios que existían desde hacía décadas y alterando el equilibrio de poder reinante en la ciudad con relativa facilidad. ¿Ocurriría aquí lo mismo?
¿O acaso esta vez todo era diferente, e incluso más siniestro? Un reino capaz de rivalizar con Damara. ¿Un reino construido sobre la base de un ejército de drows, con canalla como esclavos, o sirvientes no muertos y gárgolas animadas, y establecido mediante una negociación con un dracolich?
Entreri se estremeció, y no fue por el frío viento del norte.
-Una gárgola- señaló Arrayan apuntando con la cabeza hacia la oscura muralla del castillo, donde una criatura humanoide y alada acababa de levantar el vuelo pasando de una torre de vigilancia a otra-. El castillo está vivo.
-Malditos sean- gruñó Olgerkhan, mientras que Wingham se limitó a suspirar.
-Deberíamos haber sabido que no se puede confiar en un drow- dijo Arrayan.
-Cuántas veces habré oído decir eso mismo acerca de nosotros, los semiorcos- puntualizó Wingham rápidamente, atrayendo sobre sí las sorprendidas miradas de sus compañeros.
-El castillo está vivo- repitió Olgerkhan.
-Y Palishchuk no ha sido amenazado- dijo Wingham-. Fue lo que prometió Jarlaxle.
-¿Estás dispuesto a creer en la palabra del drow?- preguntó Olgerkhan.
-¿Tenemos otra posibilidad?- replicó Wingham por toda respuesta encogiéndose de hombros.
-Ya hemos vencido antes al castillo- gruñó Olgerkhan desafiante alzando un puño cerrado. Los músculos del brazo se le hincharon y formaron gruesas cuerdas.
-Vencisteis a una animación no pensante -lo corrigió Wingham-. Esta vez tiene un cerebro.
-Y nos lleva varios pasos de ventaja -concedió Arrayan-. Incluso cuando estábamos dentro, cuando me salvaron de Canthan. Cuando te volvieron a la vida gracias al vampirismo de la daga de Entreri -dijo dirigiéndose a Olgerkhan y rebajando bastante su bravuconería-. Jarlaxle lo entendió todo mientras que yo y el hechicero Canthan no lo hicimos. Me pregunto si ya entonces no tenía el objetivo de controlar el artefacto en lugar de destruirlo.
-Su castillo está ahí, vivo y fuerte, y el rey Gareth está al sur- señaló Wingham-. Y Palishchuk se encuentra justo en medio.
-Una vez más- reconoció Arrayan con gran resignación-. Lo mismo que con Zhengyi.
-Ya no me sorprende la torpeza de las razas de la superficie -le dijo Kimmuriel Oblondra a Jarlaxle. Los dos estaban muy cerca del lugar de la muralla donde Jarlaxle había mantenido poco antes la conversación con Artemis Entreri, y también en este caso estaban mirando al sur. Pero no hacia Palishchuk, pues Kimmuriel había llamado la atención de Jarlaxle sobre el bosquecillo de árboles desnudos que había un poco a la derecha, a la sombra de una pequeña colina. Ni uno ni otro podían distinguir las figuras de las que Kimmuriel había hablado al que había sido su jefe, las de tres semiorcos que acechaban entre los árboles.
-Hay una hechicera entre ellos -apuntó Kimmuriel-. No es muy importante y su poder es exiguo.
-Arrayan- explicó Jarlaxle-. Puede ser útil a veces, y es un solaz para unos ojos cansados... Bueno, tanto como puede serlo alguien con sangre de semiorco en sus venas, por supuesto.
-Parece que tus promesas no calaron muy hondo en la ciudad.
-Están siendo cautos. ¿Se los puede culpar por ello?
-Se darán cuenta de que la construcción se está despertando- dijo Kimmuriel-. Hay gárgolas volando.
Jarlaxle asintió, dejando claro que lo hacían a petición suya. -¿Han visto a alguno de tus exploradores? ¿Saben que hay aquí algún drow que no sea yo?
Kimmuriel se burló de tan ridícula idea. Los drows no se dejaban ver por criaturas tan penosas a menos que lo quisieran.
-Deja que os vean, entonces- le indicó Jarlaxle.
Kimmuriel lo miró incrédulo, pero Jarlaxle le hizo una señal afirmativa con la cabeza.
-¿Vas a valerte del terror para mantenerlos a raya?- inquirió Kimmuriel-. Eso revela una debilidad diplomática.
-Palishchuk tendrá que elegir llegado el momento.
-Entre Jarlaxle...
-El rey Artemis I- lo corrigió Jarlaxle con una sonrisa.
-¿Entre Jarlaxle- insistió el tozudo Kimmuriel- y el rey Gareth?
-Espero que no, al menos no por mucho tiempo -respondió el otro-. Dudo de que Gareth tenga reflejos para cargar contra el norte, pero la Ciudadela de los Asesinos probablemente ya tiene infiltrados en Palishchuk. Confío en que los semiorcos consideren imprudente brindar ayuda a los viles secuaces de Knellict.
-¿Porque son más de temer Jarlaxle y los elfos oscuros?
-Por supuesto.
-Tus tácticas de amedrentamiento se volverán contra ti cuando llame a sus puertas el rey Gareth -le advirtió Kimmuriel, y se dio cuenta de que había tocado un punto sensible por el largo silencio de Jarlaxle.
-Para entonces espero haber terminado con Knellict- explicó Jarlaxle-. Entonces podremos establecer un vínculo de confianza con los semiorcos. Confianza suficiente sumada a una dosis de temor que los obligue a mantener a distancia al rey Gareth.
Kimmuriel negó con la cabeza con la mirada fija en el suroeste. -Que os vean- se reafirmó Jarlaxle-. Y dejad que sigan su camino. Kimmuriel no tenía intención de cuestionar la orden de Jarlaxle en este caso, ya que sus palabras de un rato antes a sus vacilantes lugartenientes habían sido sinceras. Éstos eran el plan y la operación de Jarlaxle, y la verdad, Kimmuriel, a pesar de su creciente confianza, reconocía que estaba junto a un drow que había sobrevivido a las intrigas de Menzoberranzan y de otros lugares durante varios siglos. Con la notable excepción que a punto había estado de acabar en desastre en Calimport, ¿hablan fallado alguna vez los planes de Jarlaxle?
Y aquel casi desastre, se recordó intencionadamente Kimmuriel, se había debido en gran parte a la influencia corruptora del artefacto conocido como la Piedra de Cristal.
El psionicista, sin embargo, no consiguió mirar a su compañero con expresión tranquilizadora. A pesar de toda la historia de exitosas manipulaciones que Jarlaxle había puesto sobre la mesa, Kimmuriel estaba ampliamente familiarizado con los recientes acontecimientos de la región conocida como las Tierras de la Piedra de Sangre, y había llegado a entender bien el poder que podía manejar el rey Gareth Dragonsbane.
De repente se dio cuenta de que las mismas acciones de Jarlaxle le demostraban a las claras que no era el único que tenía resquemores. En esta ocasión, Jarlaxle no había asumido el mando de Bregan D'aerthe, aunque había dado instrucciones a Kimmuriel de reunir todos sus recursos. A pesar de su aparente confianza, Jarlaxle se cubría las espaldas dando a Kimmuriel el control absoluto. Sin duda se estaba protegiendo precisamente de esa confianza.
Tras haber comprendido que Jarlaxle una vez más le hacía un cumplido, Kimmuriel le hizo una inclinación de cabeza antes de marcharse para cumplir con su parte.