8

Dormir con dragones

-Buajajá! Que siga corriendo la cerveza- gritó Athrogate alzando su espumosa jarra y vaciándola de una sentada, o al menos el contenido de la misma que no se vertió por su negra barba trenzada. Dejó con un golpe la jarra sobre la mesa y se secó la barba con la manga al tiempo que sorbía un poco de la espuma sobrante.

Jarlaxle deslizó la siguiente jarra de cerveza por la mesa, o casi.

-Sé que eran hombres de Knellict- dijo, reteniendo la jarra para que Athrogate no pudiera alcanzarla-. A menos que tenga una banda rival operando en Heliogabalus.

-Por los mocos de un goblin. Cualquier banda rival no duraría ni un día -se ufanó el enano acompañando sus palabras con un guiño exagerado.

Jarlaxle dejó que la cerveza terminara su recorrido e inmediatamente fue recogida y vaciada en la boca del enano.

-¡Buajajá!- volvió a aullar Athrogate al tiempo que repetía el golpe con la jarra en la mesa, lanzaba un tremendo eructo y se limpiaba una vez más la boca con la manga. Al ir a retirar el brazo se dio cuenta de que tenía la manga mojada, de modo que se la metió en la boca y sorbió la cerveza que la empapaba.

Jarlaxle negó con la cabeza, miró la multitud de jarras vacías que a esas alturas cubrían más de la mitad de la amplia mesa de la taberna e hizo una seña a la camarera que lo observaba desde la barra. Por supuesto, ya sabía que tendría que emborrachar a Athrogate para soltarle la lengua, pero no había calculado lo caro que le saldría el empeño.

-¿Pido más?- preguntó, y el enano lanzó un gruñido ante lo absurdo de la pregunta. Jarlaxle rió por lo bajo y alzó la mano abierta, encargando otras cinco de aquellas enormes jarras y saludando a continuación a la chica con un movimiento de su vaso de vino, lo único que había bebido mientras Athrogate vaciaba una docena de cervezas.

-De modo que fue Knellict, y su objetivo era Artemis Entreri- observó Jarlaxle.

-Yo no dije que fuera Knellict- lo corrigió Athrogate y volvió a eructar.

-¿Tal vez un rival dentro de la Ciudadela?

-Yo no dije que no fuera Knellict- añadió con un eructo todavía más sonoro.

En ese momento, la camarera empezó a colocar las jarras llenas sobre la mesa, de modo que Jarlaxle hizo una pausa y le dirigió una sonrisa irresistible. Ella vació su bandeja y empezó a recoger algunas de las que estaban vacías mientras el drow dejaba caer un par de relucientes monedas de oro junto a ellas, recibiendo de la chica una ancha sonrisa.

-Cuenta, entonces- le dijo al enano en cuanto la chica se hubo alejado, reteniendo con la mano firmemente una jarra a la que mantenía como rehén.

-Entreri recibió orden de matar a un mercader -declaró Athrogate, e hizo una pausa con la mirada fija en la jarra. Un instante después, Jarlaxle le liberó la cerveza y Athrogate no perdió tiempo en examinarla.

-¿Y Knellict cree que Entreri se guardó el botín de ese trabajo?- Conjeturó Jarlaxle-. ¿Por qué habría de hacerlo? Todavía tenemos la mayor parte de las recompensas reunidas en Vaasa, y como Caballero de la Orden, Artemis Entreri no tiene por qué preocuparse por el dinero.

-¡Buajajá, Caballero de la Orden!- exclamó el enano a voz en cuello.

-Bueno, Caballero Aspirante.

-¡Buajajá!

-El hecho es que no tendría motivo para guardarse el botín arrebatado al mercader asesinado -declaró Jarlaxle.

-Es que no hubo ningún mercader asesinado, por lo que tengo entendido -replicó Athrogate estirando la mano hacia otra jarra. Jarlaxle se la acercó deslizándola a través de la mesa, pero esta vez no se la llevó inmediatamente a la boca-. Al menos no hasta que Knellict dio con él. Parece ser que tu amigo confundió sus señas.

-¿Mató al mercader equivocado?

-Mató a un par de hombres de Knellict a quienes habían mandado a vigilar su trabajo. -Athrogate acabó de vaciar la jarra y a continuación lanzó un eructo redoblado.

Jarlaxle se recostó en su silla, tratando de asimilar aquello. «¿Qué has hecho, Artemis?», pensó para sus adentros, pero nada dijo de viva voz. Era indudable que su compañero, el asesino más profesional y refinado que hubiera recorrido jamás las calles de Heliogabalus o de cualquier otra ciudad, no podía haber cometido un error tan flagrante.

Así pues, si no era un error por parte de Entreri, había que suponer que era una declaración. Pero ¿una declaración de qué? ¿De independencia? ¿De estupidez?

-Dime, Athrogate- preguntó Jarlaxle en voz baja y con tono reposado-. ¿Es suficiente el botín ofrecido por Entreri para atraer a esos manguales que llevas a la espalda?

-¡Buajajá!- aulló el enano.

-¿Es ése el motivo por el que has vuelto a Heliogabalus en vez de dirigirte a Vaasa?

-El invierno se viene encima, bobo. No tengo intención de cabalgar exponiéndome a las ventiscas de Vaasa. Se trabaja todo el verano, se bebe todo el invierno: ésa es la fórmula del éxito para un enano.

-Pero si surge algún trabajillo fácil en Heliogabalus... -lo sondeó Jarlaxle-. Un dinerillo caído del cielo, digamos.

-¿Por tu Entreri? ¡Buajajá! A duras penas cubriría la bebida que me has pagado aquí y ahora.

Jarlaxle le acercó otra jarra y puso una cara de evidente perplejidad.

-Knellict subestima...

-No le concedería a tu amigo el respeto manifiesto de un botín decente -explicó el enano-. Sabe perfectamente que muchos están dispuestos a cazar a Entreri sólo por ganar fama. ¿Matar a un caballero héroe? ¡Eso equivaldría a ganar una pluma capaz de rivalizar con esa cosa que llevas en tu estúpido sombrero!

-Para un pretencioso, tal vez- conjeturó el drow.

-O como un insulto. Sea cual sea.

-Pero cuando Knellict caiga en la cuenta de su error y se quede sin pretenciosos, se pensará lo de la remuneración.

-Podría estar de acuerdo, o no, si supiera de qué hocico de cerdo hablas- dijo Athrogate-. ¿Remunerar qué?

-El pago- explicó Jarlaxle-. Cuando todos los que lo intenten con Entreri estén muertos, Knellict reconocerá la valía de su enemigo y ofrecerá más recompensa.

-O matará él mismo a tu amigo... Por supuesto que yo no estoy diciendo que sea Knellict. ¿O acaso lo he hecho?

-No, claro que no.

Athrogate aulló y eructó y dio cuenta de otra jarra.

-Y si la recompensa sube, ¿podría sentirse Athrogate tentado de probar suerte?

-Yo nunca pruebo suerte, piel negra. Lo hago o no lo hago.

-¿Y lo harías si el precio fuera adecuado?

-Ni más ni menos que tú, supongo.

Jarlaxle se disponía a darle una respuesta cortante, pero se dio cuenta de que honestamente no podía rechazar el argumento, aunque, por supuesto, la recompensa tendría que ser increíblemente alta.

-Tu amigo me cae bien- reconoció Athrogate-. Por los Nueve Infiernos: os aprecio a los dos.

-Pero aprecias más el oro.

Athrogate alzó la siguiente jarra ante él a modo de saludo.

-Me gusta lo que puedo comprar con el oro. Sólo tengo una vida por vivir. Podría acabárseme la semana siguiente, o podría durar trescientos años. En cualquier caso, creo que cuanto más tiempo pase bebiendo y engordando, tanto mejor vivo. Y nunca dudes de mí, piel negra, vivir mejor es lo único que me interesa realmente.

Era una filosofía que a Jarlaxle le resultaba difícil rebatir. Su propio sentido de la lógica no era contrario a ella. Volvió a hacer una seña a la camarera para que siguiera trayéndole de beber y a continuación sacó unas cuantas monedas de oro más de la bolsa y las puso sobre la mesa.

-Yo también te aprecio, buen enano- dijo al tiempo que se ponía de pie-, y por eso te digo con toda seriedad que sea cual sea la recompensa que ofrezca Knellict... sí, sí, ya sé, si es que se trata de Knellict- añadió al ver que Athrogate estaba a punto de protestar-. Sea cual sea la recompensa que se ofrezca por la cabeza de Artemis Entreri, no es suficiente para que el intento de conseguirlo te merezca la pena.

-¡Buajajá!

-Simplemente piensa en todos los años de beber que pondrás en juego. Que ésa sea tu guía. -Jarlaxle guiñó un ojo, hizo una leve inclinación de cabeza y se marchó pasando junto a la chica que venía con otra bandeja llena. Le dio una palmadita en el trasero al pasar y ella le respondió con una sonrisa prometedora.

Sí, entendía perfectamente que Athrogate no se dejara ver por Vaasa cuando apretaba el frío. También a él le gustaría pasar el invierno en esta ciudad más hospitalaria.

Por supuesto, a menos que Artemis Entreri ya hubiera agotado esa hospitalidad.

Jarlaxle salió de la taberna. Había dejado de llover y un frío viento del norte había barrido las pesadas nubes permitiendo que se vieran las primeras estrellas en el cielo del atardecer. Tan rápido se había instalado el frío que los charcos dejados por la lluvia lanzaban vapor al aire de la noche, alzándose en fantasmagóricas volutas por toda la calle. Jarlaxle se paró un momento mirando hacia uno y otro lado del bulevar, examinando las volutas y preguntándose si detrás de sus velos grisáceos acecharía algún asesino.

-¿Qué has hecho, Artemis?- preguntó en voz baja mientras se arrebujaba bien en la capa y tomaba el camino de su casa. Sin embargo, cambió de dirección casi inmediatamente, ya que no tenía paciencia para aguardar los acontecimientos que se sucedían vertiginosos a su alrededor. Se dio cuenta de que no podía darse el lujo de mantener una actitud pasiva en todo esto.

Para cuando llegó a la muralla, el anochecer ya se había adueñado de la ciudad y las sombras se alargaban para convertirse en una oscuridad generalizada. Un banco de nubes que se cernía a lo largo del horizonte occidental derrotó a los últimos e indecisos rayos de sol dando paso a una oscuridad más precoz y profunda. Debido a ello, varias de las tiendas tenían velas encendidas, pues aunque estaba oscuro, todavía no era hora de cerrar.

Ése era el caso de Las Monedas de Oro de Ilnezhara, donde un único candelabro de varios brazos proyectaba sus luces danzantes en el gran escaparate. Los cristales bajo la luz desigual relucían.

La campanilla situada sobre la puerta sonó al entrar Jarlaxle. El lugar estaba casi vacío. Sólo una mujer de mediana edad y una pareja joven recorrían las vitrinas, y había una figura solitaria detrás del mostrador, en el otro extremo del local.

Jarlaxle disfrutó viendo cómo palidecía la mujer de mediana edad al verlo venir. Todavía le gustó más cuando la mujer más joven dio un paso hacia un lado para acercarse a su acompañante masculino y se cogió de su brazo con tanta vehemencia que lo distrajo de lo que estaba mirando.

El hombre se quedó con la boca abierta. De repente se puso rígido y sacó pecho, y después de una rápida mirada en derredor, condujo a su compañera con determinación hacia la salida apartándose al pasar junto a Jarlaxle, que educadamente se llevó la mano al sombrero.

La joven dio un leve respingo al ver eso y, como iba del lado más cercano al drow, se pegó todavía más a su protector.

-Cómo me gusta el sabor de la carne humana- susurró Jarlaxle cuando pasaron, a lo cual la mujer respondió con otro respingo y su valiente amigo se dirigió con más determinación aún hacia la puerta.

Jarlaxle ni siquiera se molestó en volverse a mirarlos cuando salieron.

El tintineo repentino y agudo de la campanilla fue para él motivo suficiente de diversión.

Y para atraer la atención de los otros dos ocupantes de la tienda. La mujer de mediana edad a la que no conocía se lo quedó mirando, tal vez con cierto temor, pero debido más a la curiosidad que al terror.

A ella le dedicó Jarlaxle una reverencia, y al acercarse, con un movimiento de los dedos y un sencillo truco de prestidigitador, hizo brotar una flor, una tardía alveedum veraniega que por su color rojo parecía una sorprendente y rara piedra de sangre.

Se la ofreció a la mujer, que en lugar de aceptarla pasó a su lado sin dejar de mirarlo todo el tiempo.

Con otro juego de dedos, Jarlaxle hizo que la flor desapareciera de repente y se encogió de hombros mirando a la mujer.

Ella le echó una mirada escrutadora de pies a cabeza, como si lo estuviera midiendo.

Jarlaxle se dirigió a una vitrina cercana e hizo como si examinara varias joyas de oro. No volvió a mirar a la mujer, ni tampoco a la propietaria del local que estaba tras el mostrador, pero disimuladamente las tenía vigiladas a ambas. Por fin oyó la campanilla y se volvió para echar una última mirada a la mujer visiblemente intrigada. Ella ladeó la cabeza y torció el gesto al salir de la tienda.

-La esposa de Yenthiele Sarmagon, el carcelero jefe de Heliogabalus y amigo íntimo del barón Dimian Ree -señaló Ilnezhara en cuanto se cerró la puerta tras la mujer-. Debes tener cuidado si alguna vez te la llevas a la cama.

-Me pareció bastante aburrida- contestó Jarlaxle sin apartar la vista del collar que deslizaba entre los dedos, regodeándose en el peso del metal precioso.

-Como la mayoría de los humanos- dijo Ilnezhara-. Supongo que se debe al hecho de que están siempre próximos a la muerte. Están limitados por miedo a lo que puede venir a continuación y no pueden mantenerse fuera de esas cautelas.

-Por supuesto, siguiendo ese razonamiento, un drow es un amante muy superior.

-Y un dragón, todavía mejor- la respuesta de Ilnezhara fue rápida, y Jarlaxle no se atrevió a poner en duda esa afirmación. Le mostró una sonrisa radiante y se llevó la mano al sombrero.

-Pero daría la impresión de que ni siquiera la compañía de un dragón puede saciar el apetito de Jarlaxle- añadió Ilnezhara.

Jarlaxle se quedó pensando en sus palabras y en la expresión algo amarga que súbitamente ensombreció las bellas facciones. Ella cruzó los brazos sobre el pecho, un gesto que a él le pareció muy impropio de ella.

-¿Crees que no estoy contento?- preguntó el drow aun a sabiendas de que su pregunta sonaba demasiado inocente.

-Creo que estás inquieto.

-Mi satisfacción, o falta de ella, está compartimentada- explicó Jarlaxle, que a continuación sonrió e hizo una inclinación de cabeza, pensando que tal vez fuera prudente apaciguar el ego de la mujer-dragón-. En muchos aspectos estoy realmente satisfecho, muy feliz de hecho. En otros sentidos, no tanto.

-Tú vives de emociones- replicó Ilnezhara-. No estás contento, nunca lo estás cuando el camino es demasiado llano y recto.

Jarlaxle se quedó dándole vueltas a aquello unos instantes y después su sonrisa se hizo todavía más ancha.

-Y tú dedicarías el resto de tu vida a la dicha de comprar chucherías y venderlas con una ganancia -fue su sarcástica respuesta.

-¿Quién dice que las compre?- respondió Ilnezhara sin dudar.

Jarlaxle volvió a llevarse la mano al sombrero y le dedicó una sonrisa rápida que no mantuvo mucho tiempo, ya que no estaba dispuesto a que la mujer-dragón se zafara tan pronto de las garras de su sarcasmo.

-¿Tú estás satisfecha, Ilnezhara?

-Sí, he dado con una vida que vale la pena.

-Pero sólo porque la mides por el corto período que van a vivir el rey Gareth y sus amigos a los que temes. Ésta no es tu vida, tu existencia, sino sólo una pausa para ocupar una posición, un trampolín que puede servirles a Ilnezhara y Tazmikella para conseguir fines mayores.

-También puede ser que nosotros, los dragones, no seamos tan ansiosos ni tan inquietos como los drows -respondió la mujer-dragón-. Tal vez encontremos satisfacción en las pequeñas cosas: un amante drow esta semana, salvar un barco mercante destruido la siguiente...

-¿Merezco ser insultado?

-Es mejor que ser consumido.

Jarlaxle hizo otra pausa tratando de hacer una lectura de las palabras de esta oponente tan peculiar. ¡No podía saber a ciencia cierta dónde acababan las bromas de Ilnezhara y dónde empezaban sus amenazas, y no era ése un lugar donde quisiera estar, tratándose de un dragón!

-Puede ser que sean las emociones ajenas a nuestra... relación lo que tanto te cautiva -aventuró con cierta vacilación un momento después. Empleó su efecto más caballeresco al rematar la idea con una pose que evocaba la naturaleza equívoca de un joven revoltoso.

Pero Ilnezhara no sonrió. Había tensión en su gesto, y con los ojos miraba al frente, como atravesando al elfo.

-Qué seriedad- observó él.

-Es que se avecina la tormenta.

Jarlaxle adoptó un gesto y una pose inocentes, de pie, con los brazos bien abiertos.

-Has sobrevivido a las pruebas del castillo del Rey Brujo- explicó Ilnezhara-. Y no es propio de ti limitarte a sobrevivir. Nada de eso. Tú quieres avanzar con cada nueva experiencia, como hiciste con la torre de Herminicle.

-A duras penas conseguí salvar la vida.

-¿Tu vida y...?

-Si ambos vamos a hablar con adivinanzas, ninguno de los dos encontraremos una respuesta, señora mía.

-Crees haber encontrado ventajas en las construcciones de Zhengyi -Le espetó la mujer-dragón-. Has descubierto magia, y tal vez aliados, y ahora pretendes negociar para transformarlos en beneficios para tu persona.

Jarlaxle empezó a negar con la cabeza, pero Ilnezhara no se desanimaba fácilmente.

-Una cosa es elevar tu posición dentro de la estructura actual de Damara, ser nombrado Caballero Aspirante de la Orden y alcanzar después la categoría plena de Caballero. Tratar de subir por tus propios medio, a pirar a subir una escalera que tú mismo hayas fabricado, en un reino donde Gareth reina sobre los campos y las granjas y Timoshenko se aparece en los callejones y en las sombras, es propiciar un desastre de no pequeña envergadura.

-A menos que mis aliados sean más poderosos que mis enemigos potenciales- dijo Jarlaxle de una manera capciosa.

-No lo son- respondió la mujer-dragón sin vacilar-. Das muestras de no entender bien la naturaleza de aquellos con quienes pretendes ascender o a los que quieres dejar atrás. Ni yo ni mi hermana participamos de esa confusión en ningún nivel, te lo aseguro. Yo conocí a Zhengyi en los días que precedieron a la tormenta, lo mismo que mi hermana. Su nombre es vituperado en toda la tierra actualmente, pero hubo un breve período durante el cual gozó de muy alta consideración, o durante el cual era tan poderoso que podía destruir a cualquiera que lo desafiara abiertamente. Se nos presentó con amenazas, pero también nos tentó con una oferta muy convincente.

-Os ofreció la inmortalidad- dijo Jarlaxle-. Convertiros en dracoliches.

-Urshula el Negro no fue el único en quien pensó Zhengyi -confirmó la mujer-dragón-. Un centenar de dracoliches irán surgiendo sucesivamente como consecuencia del legado del Rey Brujo. Tal vez dentro de un mes, o de cien años, o dentro de un milenio. Están por ahí, sus espíritus inmortales esperan pacientes en filacterias colocadas dentro de libros de creación.

-¿Y qué me dices de Ilnezhara?

-Yo elegí mi destino, lo mismo que Tazmikella, y en un momento en que daba la impresión de que Zhengyi era imparable.

Al llegar aquí hizo una pausa y lo miró fijamente, y Jarlaxle discurrió para sus adentros el siguiente pensamiento lógico: si Zhengyi no había podido tentar a las hermanas dragón cuando se suponía que era el poder supremo e inigualable en las Tierras de la Piedra de Sangre, ¿cómo iba a pretender tentarlas Jarlaxle ahora?

-Mi hermana y yo pensamos que no vamos a necesitar de tus servicios en los tranquilos meses invernales -dijo Ilnezhara de repente- Ni de los de Entreri. Si queréis salir de Heliogabalus, tal vez a descansar de vuestras recientes peripecias en el clima más benigno del mar de la Luna, podéis iros con nuestras bendiciones.

Una sonrisa de complicidad se dibujó en la cara de Jarlaxle.

-Si surge alguna situación en que vuestras aptitudes puedan sernos útiles, y los dos estáis todavía por Heliogabalus, ya os buscaremos- continuó la mujer-dragón en un tono que dejaba claro que no tenía la menor intención de hacer semejante cosa. Lo estaba despidiendo.

Más aún, Ilnezhara y Tazmikella huían de él, tomaban distancia.

-Ten cuidado, Ilnezhara- se atrevió a advertir Jarlaxle-. Artemis y yo descubrimos muchas cosas en las tierras septentrionales.

Ilnezhara entrecerró los ojos un momento y Jarlaxle temió que fuera a volver a su verdadera forma de dragón y a atacarlo. La mirada amenazadora desapareció, sin embargo, y ella le respondió tranquilamente.

-Suficientes para llamar la atención, por supuesto.

Eso le dio a Jarlaxle ocasión de hacer una pausa.

-¿La atención de quién? -preguntó-. ¿La tuya?

-Con ésa ya contabais cuando os dirigisteis al norte.

Jarlaxle se tomó un momento para asimilar la respuesta, tratando de calcular a dónde quería llegar Ilnezhara con ello. Pudo ver que se debatía entre la tristeza que esto le producía y la necesidad de despedirse de él.

-Bueno, tal vez nos encaminemos al sur -dijo-. Criado en la Antípoda Oscura, no tolero muy bien el crudo invierno.

-Tal vez sea lo más prudente.

-Supongo que yo, y en especial Artemis, haríamos bien en comunicarle nuestra partida al rey Gareth -razonó el drow-. Aunque no tengo muchas ganas de emprender un viaje hacia el norte, a la aldea de la Piedra de Sangre. Allí el viento ya es frío. Con todo, como considero que es nuestra responsabilidad hacerlo, me gustaría mandarle recado, y éste no es un mensaje que vaya a confiarle a un guardia de la ciudad.

-No, claro que no- coincidió la mujer-dragón en un tono casi burlón que le reveló al drow que estaba captando el jueguecito que se traía.

-Si alguno de los amigos de Gareth estuviera en la ciudad...- pensó en voz alta Jarlaxle.

Ilnezhara vaciló y le sostuvo la mirada. Sonrió, frunció el entrecejo y asintió lentamente con la cabeza, dejándole bien claro que ése era el último favor que debía esperar de ella. Con su expresión le recordó, y le confirmó, la despedida anterior.

-He oído que el gran maestre Kane ha sido visto por Heliogabalus- dijo.

-Un personaje notable de carácter muy peculiar, creo.

-Un vagabundo vestido con ropas andrajosas y sucias -lo corrigió Ilnezhara-. Y el hombre más peligroso de toda la Piedra de Sangre.

-Artemis Entreri está en la Piedra de Sangre.

-El hombre más peligroso de toda la Piedra de Sangre -reiteró la mujer-dragón con una seguridad que Jarlaxle no tomó a la ligera.

-El gran maestre Kane, entonces- respondió-. Él transmitirá mi mensaje, estoy seguro.

-Él no le falla al rey Gareth- confirmó Ilnezhara-. Nunca -añadió a modo de advertencia.

Jarlaxle se quedó pensativo unos minutos.

-Tal vez le interese también cierta información que poseo sobre la sobrina muerta de Gareth. -Se puso de pie y dedicó a la mujer-dragón una de sus irresistibles sonrisas, tratando de dar la impresión de que tenía en mucho aprecio la información que ella acababa de compartir con él, y todavía más, tratando de que no se notase la suprema decepción que sentía.

Se dispuso a marcharse, pero se detuvo cuando la mujer-dragón habló a su espalda.

-Tejes redes que atrapan. Así es como vives, indudablemente desde tus primeros tiempos en Menzoberranzan. Juegas a la intriga con personajes como Knellict y Timoshenko, y es un juego en el que destacas, pero escúchame, Jarlaxle: el rey Gareth y sus amigos cabalgan sin descanso y tomando atajos, sin molestarse en recorrer las hebras sinuosas de las redes. Tu red nunca será lo bastante resistente como para detener la carga de Kane.

Una vez en la calle, Jarlaxle recuperó rápidamente la agilidad de su marcha. Había acudido a Ilnezhara con la esperanza de atraerlas a ella y a su hermana a sus maquinaciones. Indudablemente, ahora tenía que redimensionar su pensamiento y sus aspiraciones inmediatas sobre Vaasa. Al no contar con los dragones, su posición quedaba gravemente comprometida, y más aún teniendo en cuenta la travesura que aparentemente había iniciado Artemis Entreri.

La prudencia le aconsejaba que tal vez lo mejor sería esconderse por ahora, quizá incluso tomarse esas vacaciones que Ilnezhara le había sugerido. Tomar distancia y reevaluar sus oportunidades frente a obstáculos aparentemente insuperables.

Jarlaxle nunca se reía con más ganas que cuando se reía de sí mismo.

-Prudencia -dijo, arrastrando la palabra para que pareciese tener diez sílabas en lugar de tres. Después hizo lo mismo con otra palabra que él consideraba un sinónimo de la primera: aburrimiento.

Todo lo que había de sensato en el cuerpo de Jarlaxle le gritaba que aceptara el consejo de Ilnezhara, que se aparrara de la red de intrigas que cada vez era más intrincada en la región. En realidad, Jarlaxle se dio cuenta de que la marea actual iba en su contra, de que en cada esquina aparecían nuevas sombras. Un hombre sensato debería recortar sus pérdidas- o ganancias en este caso- para refugiarse en terreno más seguro. Jarlaxle pensó que para esos hombres «prudentes», por más que no lo supieran, la muerte era algo irrelevante, redundante.

La marea crecía peligrosamente, sin duda. Ante la posibilidad de perder una combinación en el sava, el jugador prudente sacrificaba una pieza o abandonaba.

Pero Jarlaxle, por encima de todo, actuaba con osadía, de una manera que parecía incongruente, incluso insensata, y se marcaba más faroles que nadie.

-Que una suerte de los dados modifique el tablero- dijo, recordando un antiguo aforismo drow que ensalzaba el caos. Según el edicto de Lloth, cuando la peligrosa realidad acechaba por todas partes, lo que se imponía no era ni más ni menos que modificar la realidad.

Sus tacones repiqueteaban sobre el empedrado- que era lo que él esperaba de unas botas encantadas- mientras avanzaba por el callejón sin salida dándole vueltas en la cabeza a un nombre: gran maestre Kane.

Jarlaxle dormía con dragones.

-Colgados del techo por los pies, ¿no?- dijo Athrogate con tono bronco-. ¡Sois murciélagos!

-¿No deberían saberlo ellos?- respondió el drow con aire inocente.

-¡No deberían saber cómo lo sabe Athrogate!

-¿Crees que los Juglares Espías no sabían nada de Canthan y del amigo enano que lo acompañó al castillo?

Athrogate frunció los labios y dio la impresión de encogerse en su asiento. Sin dilación, alivió su miedo creciente con un jarro de cerveza que fue directo a su estómago.

-¿Siempre eres tan ingenuo en lo relativo a tus enemigos?- insistió Jarlaxle.

-No son mis enemigos. No he hecho nada contra la corona, ni contra nadie que no me haya obligado a hacerlo.

Jarlaxle sonrió al oír aquellas palabras que le resultaban familiares, pronunciadas con acento enano pero muy similar a lo que decía Entreri.

-El ajuste de cuentas se avecina -advirtió el drow-. Ellery, la sobrina de Gareth, está muerta.

-Todavía me pregunto cómo pudo suceder.

-Los detalles no les importarán a los amigos de Gareth.

-Se podría decir lo mismo de los amigos de Knellict si hago lo que me pides que haga.

-Yo diría que todo lo contrario -replicó Jarlaxle-. La complicidad de Ellery mitigará el golpe para Knellict. Le harías un favor.

Athrogate lanzó un bufido y le salió un poco de cerveza de la peluda nariz,

-Mi pequeño amigo, has prosperado gracias a haberte mantenido al margen de la red tejida por tus marrulleros amigos.

-¿De qué Nueve Infiernos me hablas?

-Tú formas parte de ellos, pero te mantienes fuera- le explicó Jarlaxle-. Sirves a la Ciudadela, pero no maquinas con la Ciudadela. No hay nada en el pasado de Athrogate de lo cual deba responder ante la corle del rey Gareth, de lo contrario habría sido llamado hace tiempo a responder de ello.

-¿Sería llamado ahora?

-Sí. Te mueves en el canto de una moneda, lo mismo que yo, y ahora, del primero al último, todos están dispuestos a combatir. ¿Cómo de estrecho será tu margen cuando empiecen a llover los golpes? Supongo que demasiado estrecho para no perder pie y tener que caer de un lado o de otro. ¿Cuál será entonces?

-Si estás pensando que Knellict es el último, entonces tu amigo ya se habrá colocado el primero -le recordó el enano.

-Esto no tiene nada que ver con Artemis Entreri- replicó el drow-. Se trata de Jarlaxle y de Athrogate. -Deslizó otra jarra hacia Athrogate y, como de costumbre, todavía no había dejado de deslizarse cuando el enano ya la había cogido y vaciado en su boca.

Jarlaxle continuó.

-En Menzoberranzan, mi ciudad, hay un proverbio que dice: Pey ne nil ne-ne uraili.

-Realmente suena gracioso, por la forma en que lo dices...

-En la verdad, las ataduras se disuelven -tradujo el drow-. Ahora sientes las cadenas de la preocupación, amigo mío. Disuélvelas.

- La verdad no le va a gustar.

-Pero es lo bastante sabio como para no culpar al mensajero.

Athrogate respiró hondo, después vació otra cerveza. Golpeó con las manos abiertas en el borde de la mesa y se puso de pie.

-Él es el que paga- le dijo a la camarera señalando a Jarlaxle.

-Pey ne nil ne-ne uraili- dijo Jarlaxle en un susurro mientras

Athrogate se embarcaba en su misión de encontrar a Kane. Su traducción del proverbio drow había sido exacta pero incompleta, ya que las ataduras a las que se refería no eran las cadenas de la preocupación, sino los límites de la carne.

Anuncia tu llegada, se repetía Athrogate para sus adentros una y otra vez. Tal vez no fuera prudente sorprender a un monje gran maestre. Colocó la destartalada escalera de madera ante la pared de la posada y la apoyó ruidosamente contra el alero del tejado.

-En las posadas se alquilan habitaciones -iba rumiando con voz ronca mientras subía-. En ellas hay camas y en ellas te «posas» para dormir. Por eso se llaman posadas, y son para dormir dentro y no fuera. -A cada escalón, golpeaba más fuerte con las botas, y así iba subiendo para poder observar por encima del alero del tejado.

A unos cuatro metros del borde, dando la espalda a una chimenea de piedra, estaba sentado el monje. Tenía las piernas plegadas bajo el cuerpo, las manos sobre los muslos con las palmas hacia arriba. Su postura y su equilibrio eran perfectos, y parecía más un elemento del edificio, igual que la chimenea, que una criatura viva.

Athrogate se detuvo, a la espera de una reacción, pero al ver que pasaba un minuto y el monje no hacía ni el menor movimiento, el enano se alzó apoyando torpemente el torso sobre el tejado levemente inclinado. Eructó cuando la barriga, que le había aumentado en los pocos días que llevaba en Heliogabalus, se apoyó contra la cornisa.

-¿Estás durmiendo? -preguntó mientras se alzaba para quedar apoyado sobre las manos y las rodillas. Al hacerlo, una de las cabezas de sus manguales se balanceó y estuvo a punto de golpearlo en un lado de la cara, pero él se limitó a soplar de lado como para apartarla-. Pienso que un amigo del rey Gareth debería tener una cama mejor. ¿Es que el rey no paga mucho actualmente?

Kane abrió un ojo para observar al enano.

-Y me sorprende que no tengas guardias -se atrevió a decir Athrogate al tiempo que se ponía de pie con dificultad.

Al hacerlo, se dio cuenta de que las placas de pizarra que tenía alrededor estaban sueltas. ¡No, no es que estuvieran sueltas, sino que eran placas falsas colocadas sobre la verdadera pizarra del tejado!

-Oh, por el atronador trasero de Clangeddin- tuvo tiempo de decir antes de perder pie y caer de bruces y a continuación deslizarse tejado abajo. Fue a caer al callejón lleno de desperdicios, con escalera y todo, moviendo in útilmente los brazos y las piernas mientras los manguales le daban porrazos por todas partes.

Se puso de pie y en cuatro saltos giró en redondo estudiando cada una de las sombras que había a su alrededor. Si alguien había sido testigo de tamaña humillación, a Athrogate no le quedaba más remedio que matarlo.

Cuando comprobó que su nada ceremoniosa caída había pasado desapercibida, plantó los brazos en jarras y miró hacia el tejado.

-Maldito monje- musitó mientras recogía sus manguales, se los volvía a colgar a la espalda y enderezaba la escalera. Se habían roto un par de peldaños, pero decidió que todavía podía servir. De modo que volvió a colocarla contra la pared y reinició su cuidadoso ascenso, tratando una vez más de anunciar su llegada.

Al llegar al borde del tejado, estiró un brazo y tanteó la pizarra.

-Ya no hay peligro, enano- dijo Kane sin modificar su postura ni abrir los ojos.

-Una buena trampa- replicó Athrogate mientras subía paso a paso, centímetro a centímetro, tanteando cada palmo de terreno antes de apoyarse en él-. ¿No podrías contratar a unos cuantos guardias y dejar las trampas para los apestosos ladrones?

-No necesito guardias.

-Estás solo aquí arriba. ¿Por qué no estás en una habitación?

-Estoy en la habitación más grandiosa de todo el universo.

-Mirando las lluvias que se avecinan. ¿No deberlas estar cantando eso, entonces?

-Yo no te he invitado a venir, enano- respondió Kane-. No deseo compañía. Si vienes con algún propósito, di cuál es. De lo contrario, márchate.

Athrogate entrecerró los ojos y cruzó los robustos brazos sobre el pecho.

-¿Sabes quién soy?- preguntó.

-Athrogate- respondió el monje.

-¿Conoces mis hazañas?

No hubo respuesta.

-Nadie se ha cobrado más muertes en la muralla -declaró Athrogate.

-Al menos nadie que se haya molestado en contarlas -fue la tranquila y exasperante respuesta.

-Estuve en el castillo al norte de Palishchuk -añadió el enano.

-Y ése es el único motivo por el que te permito que me molestes ahora -dijo Kane-. Si has venido a hablar conmigo sobre esa aventura, te ruego que lo hagas. De lo contrario, vete, por favor.

A Athrogate se le bajaron un poquito los humos.

-Bien, eso está bien -tartamudeó-. De no ser por ese viaje no tendría nada que tratar contigo.

-Nada que quisieras tratar conmigo- replicó Kane con tono calmo y confiado. Eso hizo que el enano se encogiera un poco más.

-He venido a hablarte de Ellery.

Kane abrió los ojos y volvió la cabeza. Repentinamente parecía muy interesado.

-¿La viste caer?

-No- admitió el enano-, pero vi caer a Canthan. Cayó a mis pies. Lo mató Artemis Entreri.

Kane ni siquiera parpadeó.

-¿Lo estás acusando?

-No- aclaró Athrogate-. Fue un combate que inició Canthan. El necio del mago trató de matar a los semiorcos. -El enano hizo una pausa para ordenar sus ideas-. Debes saber que Canthan no estaba dispuesto a seguir las órdenes del rey Gareth.

-¿Tenía motivos ulteriores para ir al castillo?

-No sé lo que es un ulterior, pero él sólo se ocupaba de los asuntos de Canthan y de sus amos, y ninguno de ellos se sienta junto a tu rey, por suerte para él. -Acabó con un guiño exagerado, pero Kane ni siquiera parpadeó y Athrogate lanzó un suspiro de frustración.

-Pertenecía a la Ciudadela -explicó el enano.

-Eso ya lo sospechaba.

-Y era algo sabido por tu propia comandante Ellery- dijo Athrogate-. Y lo sabía incluso antes de elegirlo para ir con ella al norte.

-¿Quieres decir que Canthan mató a Ellery?

-Noo, imbécil... -Athrogate se mordió la lengua cuando se le escapó la palabra, pero tampoco esta vez hubo reacción por parte de Kane-. Noo, nada de eso. Lo que quiero decir es que Ellery, sobrina carnal del rey, escogió a Canthan para formar parte de la expedición porque así se lo ordenaron. Si piensas que ella era un paladín de tu orden, te equivocas totalmente.

-¿Lo que me estás diciendo es que Ellery tenía conexiones con la Ciudadela de los Asesinos?

-Sumo dos dedos y otros tres y formo un puño para metértelo en la cabeza. Si no sabes contar, ése es tu problema.

-Los Juglares Espías saben contar mejor de lo que imaginas, buena mano. Las redes de la Ciudadela atrapan a muchos, por lo que parece, en diversos grados.

A Athrogate no le pasó desapercibido el nivel de amenaza que había en esas palabras, una manera de recordarle con quién estaba tratando y su propia complicidad, al menos a los ojos de la corte del rey Gareth.

-Bueno, pensaba que debías saberlo. -Dicho esto, retrocedió hasta la escalera y puso un pie en el primer peldaño. No se volvió mientras bajaba ya que prefería mirar de frente a Kane.

Éste no se movió, no se puso de pie ni exteriorizó ninguna reacción. Cuando se encontró otra vez en el callejón, se alejó a buen paso. Iba preguntándose si habría sido prudente venir aquí y traicionar a Knellict.

-Maldito drow -dijo entre dientes, y de repente le pareció que las sombras eran más oscuras y amenazadoras-. Maldita bebida.

Ese último comentario siguió resonándole embarazosamente en la cabeza, llamando a sus sentidos.

-Creo que voy a tomarme otra jarra -decidió Athrogate, viéndose obligado a ofrecer una disculpa audible a su amada cerveza.