Hogar, amargo hogar
Tienes que poner la figurilla del dragón detrás -insistió Jarlaxle mientras él y Entreri arribaban a la puerta de su apartamento en Heliogabalus, un modesto habitáculo en la segunda planta de un vulgar edificio de madera.
Modesto al menos en su apariencia exterior, porque en su interior se almacenaba el botín de un par de lucrativas aventuras que habían precedido a su viaje al narre, a Vaasa. Entreri y jarlaxle eran hábiles para reunir dinero, y a Jarlaxle se le daba muy bien gastarlo.
-La dejé en el castillo- respondió Entreri con una obvia mentira que provocó la sonrisa del drow. Entreri nunca habría abandonado una herramienta tan poderosa como la estatuilla, que había demostrado su utilidad en la derrota del dracolich. Aquel objeto diminuto de plata podía usarse como una trampa, produciendo las diferentes formas de aliento de toda la gama cromática de dragones.
-Tal vez pueda convencer a Tazmikella e Ilnezhara para que nos proporcionen otra- dijo Jarlaxle.
-¿Y que más podrías arrancarles a las hermanas dragón?
Jarlaxle le lanzó una mirada fingiéndose ofendido.
-Quiero decir, ahora que les has ofrecido un elemento de negociación- aclaró Entreri.
La expresión de Jarlaxle fue de confusión, y una vez más de claro disimulo.
-La inmortalidad era el premio que Zhengyi ofrecía a los dragones- prosiguió Entreri-. La gema que has obtenido del libro, la segunda, no la de la torre de Herminicle, resultada interesante para nuestras amigas dragón, ¿no crees?
-Podría ser- asintió el drow-. O quizá la encontrasen repugnante. Tal vez me mataran con sólo mencionarla, o si les hablase de ella pero no se la entregase.
-Jarlaxle no sería quien es si no fuera osado. El drow se encogió de hombros y sonrió.
-Nuestras amigas dragón nos enviaron a Vaasa justamente para que encontráramos ese libro y esa misma filacteria. Tengo la obligación de presentarles un informe completo.
-¿Y volver a los saqueos?
-En cuanto a la filacteria- se burló el drow-, no entra en el acuerdo.
-Son dragones.
-Y una de ellas es una soberbia amante. Eso no cambia nada.
Entreri se estremeció sólo de pensarlo, lo cual no hizo más que ensanchar la sonrisa de Jarlaxle, como era de esperar.
-Nos enviaron sólo para recoger información, y eso es lo que les voy a ofrecer- dijo con firmeza Jarlaxle-. Nada más.
-¿y si piden la filacteria?
-Le pertenece a Urshula. Yo no hago más que guardársela.
-¿Y si se empeñan en que les des la filacteria?- insistió Entreri.
-No tienen por qué saber...
-¡Pero si ya lo saben! Son dragones. Hace cientos de años que viven en esta región. Recuerdan bien la época de Zhengyi, tal vez hayan luchado a su lado, o contra él.
-Sólo son suposiciones.
-Son dragones- repitió Entreri-. ¿Por qué te cuesta tanto entenderlo? Vives de la manipulación. Nunca vi a nadie que jugase mejor con las emociones de quienes lo rodean. Pero estas mujeres son dragones. No son chicas de servicio, ni siquiera reyes o reinas humanos. Estás jugando con fuerzas que no comprendes.
-Lo hice con otras mayores y gané.
Entreri negó con la cabeza, seguro de que ambos estaban condenados.
-Ya tenía que salir el agonías -se burló Jarlaxle, que acababa de colgar la capa en un gancho, pero que volvió a echar mano de ella-. Voy a arreglar esto y a calmar tus alborotados intestinos. Tazmikella e Ilnezhara son dragones, así es, amigo mío, me doy cuenta de ello, pero son dragones de cobre. Sin duda son formidables en la batalla, pero lo son mucho menos en lo que a cerebro se refiere.
-Olvidas que estamos en los primeros lugares de su lista- volvió a la carga Entreri.
Efectivamente, las hermanas dragón habían puesto en marcha una elaborada treta para enredar a la pareja y averiguar sus intenciones. Tazmikella los había contratado en secreto y desde lejos, y cuando ambos había descubierto el acertijo de la mujer -no el hecho de que fuera un dragón, sino la simple circunstancia de que había sido ella quien les había encargado que comprasen determinado candelabro-, ella había ideado una segunda estratagema, aduciendo que Ilnezhara era su encarnizada y odiada rival y que tenía en su poder algo que legítimamente pertenecía a Tazmikella: la flauta de Idalia, el mismo instrumento mágico que más tarde le habían dado a Entreri.
Pero el engaño no había terminado ahí, con un simple robo, porque durante ese intento de robo, Entreri y Jarlaxle habían podido descubrir la espantosa verdad sobre Ilnezhara, que se les había mostrado en su forma de dragón. Entonces ella había urdido un tercer nivel de intriga, y también otra prueba secreta, ofreciéndoles respetar la vida de ambos sólo en el caso de que regresaran a su antigua empleadora, Tazmikella, y la mataran.
Se mirase por donde se mirase, incluso desde el punto de vista de Entreri y Jarlaxle, las hermanas dragón los habían engañado como a tontos, y repetidas veces.
Jarlaxle se encogió de hombros ante ese doloroso recuerdo y no tuvo más remedio que admitir la realidad.
-Jugaron a un juego bastante razonable a cuyo perfeccionamiento habían dedicado varios años. En Menzoberranzan, una trampa dentro de otra trampa contenida dentro de otra trampa es algo habitual que suele ocurrir de manera espontánea.
-Y sin embargo tú acabaste engañado por las tretas de las hermanas.
-Ocurrió sólo porque no lo esperaba...
-Las subestimaste.
-Efectivamente, pero lo hice porque creí que eran humanas, y resulta difícil no subestimar a
un humano.
-Me reconforta mucho que pienses así.
Jarlaxle se rió.
-Ahora sé que son dragones.
-Eso es la mujer que tienes como amante- añadió secamente Entreri.
Jarlaxle hizo una breve pausa.
-Porque te quiero como a un hermano, espero que algún día llegues a comprender la verdad de todo esto, amigo mío.
-Son dragones- dijo entre dientes Entreri-. Y sé muy bien cómo quieren los drows a sus hermanos.
Jarlaxle suspiró ante la irremediable ignorancia de su amigo, luego le dirigió un saludo envuelto en una mirada de resignación y se echó la capa sobre los hombros.
-Volveré al anochecer. Tal vez sería conveniente que volvieses a Vaasa y al castillo para encontrar la estatuilla. Y si das con ella, ruega porque aciertes a usar los poderes del blanco o del azul. No sería oportuno colocar sobre nuestra puerta el aliento abrasador de un dragón rojo; está claro que hay demasiada madera a la vista.
El drow encontró a sus «empleadoras» en la torre de Ilnezhara. Siempre se encontraban allí en lugar de hacerlo en la modesta cabaña de Tazmikella. Tal vez eso fuera una señal de la altivez de Ilnezhara, su rechazo a rebajarse a permanecer en un cuchitril.
Sin embargo, Jarlaxle lo veía de manera algo diferente. La buena disposición de Tazmikella a ir a la fabulosa mansión de Ilnezhara traicionaba sus verdaderos sentimientos, a juicio del drow. Hacía como si la tuviesen sin cuidado los pequeños detalles, pero al igual que muchos otros individuos que mostraban la misma actitud, eso representaba una frustración para ella. Son muchas las personas que se burlan de las tendencias materialistas de los dragones, los drows, los humanos y los enanos... pregonando que sus propios espíritus son más puros, que sus objetivos son más elevados e importantes, cuando la realidad es que no hacen más que mofarse de lo que creen que no podrían alcanzar. Pero si pudiesen conseguir esas cosas, utilizarían sus «nobles» aspiraciones del mismo modo que los mercaderes ricos emplean sus carruajes dorados: para elevarse por encima de los demás.
Ese encumbramiento personal fue la auténtica ocupación de los seres racionales, incluso de las criaturas longevas como los dragones.
-Todo fue como esperábamos- señaló Ilnezhara después de los saludos de rigor.
Fue ella la que inició la conversación y no la habitualmente comunicativa Tazmikella, y la que reveló al drow la ansiedad que sentían ambas.
-Efectivamente, vuestras predicciones de que la biblioteca de Zhengyi había sido descubierta parecen confirmadas- respondió el drow-. Habíais dicho que habría más construcciones, y eso fue lo que encontramos.
-Una que eclipsaba a la torre de Herminicle- dijo Tazmikella, y el drow asintió.
-Tanto como un dragón podría eclipsar a un humano en tamaño y en fuerza -puntualizó Ilnezhara.
Jarlaxle tomó nota de la aclaración. Las hermanas sabían que Zhengyi había esclavizado a dragones como Urshula el Negro. Comprendían la magia que había creado la torre de Herminicle, y tenían la esperanza de que una magia semejante alcanzase sus cotas más altas si la alimentaba un dragón.
Y ésa era la cuestión.
-El libro fue destruido- intervino de nuevo Ilnezhara.
-Por desgracia- se lamentó el drow,
-Por Jarlaxle- acusó la alta criatura de cabello cobrizo, y obligó al drow a dar un paso atrás-. O por alguien como él- corrigió al instante-, rápido con la espada y con el conjuro.
Jarlaxle quiso protestar, pero Tazmikella no lo dejó hablar.
-Estuve allí- le dijo-. Entré en el castillo y encontré el soporte en la torre del homenaje. También encontré los restos del libro de la creación, roto y chamuscado.
Jarlaxle pensó primero en discutir, luego en negarlo todo, pero en cambio sonrió, se inclinó ante la hembra dragón y la felicitó por su capacidad de deducción, para terminar diciendo:
-Desde luego, había que destruirlo.
-¿Y la filacteria que contenía?- preguntó Ilnezhara.
La mirada de jarlaxle se desplazó para fijarse en la delicada criatura, su amante, y como por azar su mano pasó rozando el bolsillo sujeto a la cadera derecha, donde guardaba un pequeño orbe que podía sacarlo, en un abrir y cerrar de ojos, de cualquier situación amenazadora. El aplastamiento de ese orbe cerámico lo lanzaría al multiverso, pero no podía predecir ni adónde ni a qué plano de la existencia.
En ese momento pensó que había pocos lugares en el multiverso que fueran más adversos que la guarida de un par de dragones furiosos.
-Zhengyi creó muchas filacterias similares- le explicó Tazmikella-. Tentó a todos los dragones de las Tierras de la Piedra de Sangre con sus promesas. También a nosotras. Según nuestras sospechas, el castillo situado al norte de Palishchuk contenía la filacteria del dracolich Urshula el Negro.
Jarlaxle se encogió de hombros.
-El aliento ácido de la criatura con la que luchamos coincidía con el de un dragón negro.
-Entonces ¿fue destruido el dracolich?
-Con la ayuda de la estatuilla que tan oportunamente me habíais dado.
-Y se extrajo la filacteria- afirmó más que preguntó Ilnezhara. Jarlaxle hizo un gesto vago con la mano que tenía libre, como si no entendiera.
-Por lo tanto, la filacteria que estaba incrustada en el tomo de la creación, que Jarlaxle hizo trizas, fue extraída del libro- aclaró la dragón.
-Por Jarlaxle- agregó su hermana.
El drow dio un paso atrás y sacó la mano del bolsillo llevándola a la barbilla.
-¿Y si lo que decís fuera cierto?- preguntó.
-Entonces tendrías en tu poder algo que no comprendes -respondió de inmediato Ilnezhara-. Has hecho tu carrera utilizando tu ingenio contra la gente que conociste. Ahora estás jugando con dragones, con dragones muertos. No parece que sea un camino muy aconsejable.
-Vuestra preocupación es conmovedora.
-Esto no es un juego, Jarlaxle- le advirtió Tazmikella-. Zhengyi tejió una red muy complicada. Sus tentaciones eran...- se detuvo volviendo la mirada hacia su hermana.
-Muy fuertes- terminó la frase Ilnezhara-. ¿Quien no querría ser inmortal?
-¿Hay filacterias para Tazmikella e Ilnezhara?- preguntó Jarlaxle, captando finalmente la ansiedad de ambas.
-Nosotras no nos aliamos con Zhengyi- dejó claro Ilnezhara.
-No en el momento de su desaparición- replicó el drow-. Yo diría que muchos de vuestra especie rechazaron al Rey Brujo hasta...
Jarlaxle dejó la frase en el aire.
-¿Hasta qué?- El tono de la pregunta de Tazmikella puso de manifiesto que no estaba de humor para adivinanzas.
-Hasta el momento de la verdad- concluyó Jarlaxle-. Hasta el momento en que se planteó crudamente la elección entre el olvido y el lichdom.
-Jarlaxle es realmente inteligente- exclamó Ilnezhara-. Pero no lo es tanto si piensa que esto es un juego que se puede manipular.
-¿Me pedís la filacteria de Urshula el Negro? ¿Suponéis que la tengo yo, y me la estáis pidiendo?
Las hermanas volvieron a cruzar sus miradas.
-Queremos que tomes conciencia de con qué estás jugando- respondió Tazmikella.
-No nos preocupa Urshula en absoluto, ni vivo ni muerto- añadió Ilnezhara-. A decir verdad, nunca fue nuestro aliado.
-Vosotras teméis que yo destape los secretos de Zhengyi- afirmó el drow.
Hizo una breve pausa, seguro de haber acertado, y no dejó de pensar que aún estaba vivo. Resultaba obvio que las hermanas querían algo de él. Miró a Tazmikella, luego fijó la vista en su amante y se dio cuenta de que las dragonas no lo iban a matar en seguida. Sabía que llegarían a un acuerdo- ellas necesitaban llegar a algún acuerdo con él- aunque era peligroso para ambas.
-Zhengyi creó filacterias para Tazmikella e Ilnezhara- repitió el drow, más seguro de sí mismo-. Os tentó y vosotras lo rechazasteis.
Hizo una pausa, pero ninguna de las dos desmintió sus palabras.
-Pero las filacterias están ahí, y vosotras las queréis tener- razonó Jarlaxle.
-Y mataremos a cualquiera que las encuentre y no las devuelva inmediatamente- dijo Ilnezhara con frialdad y manteniendo la calma.
El drow sopesó la amenaza unos instantes. Conocía lo suficiente a Ilnezhara para darse cuenta de que sus palabras iban muy en serio.
-Podríais controlar vuestro propio destino- pensó en voz alta el drow.
-No permitiremos que nadie más lo controle- precisó Tazmikella-. Es una pequeña diferencia. Pero los resultados serán los mismos para cualquiera que retenga esas filacterias.
-Me habéis enviado a Vaasa con la esperanza de que me enterase de aquello de lo que me he enterado -razonó Jarlaxle-. Deseabais que encontrara el resto de los tesoros todavía escondidos de Zhengyi, que os devolviera lo que por derecho es vuestro.
Ninguna de ellas lo negó.
-¿y qué hay para mí?
-Tú puedes decir a los demás que te topaste con dos dragones y aún sigues vivo- concedió Ilnezhara.
Jarlaxle esbozó una sonrisa que luego se convirtió en sonoras carcajadas.
-¿Puedo revelarles los encuentros más íntimos?
La sonrisa que le dedicó la mujer fue auténtica y cálida y produjo un gran alivio a Jarlaxle.
-¿Y puedo hablar de Urshula el Negro?- se atrevió a preguntar pasados unos instantes.
-Ya te hemos dicho que no tenemos ningún interés por él, ni vivo ni muerto- respondió ILnezhara-. Pero date por avisado y prevenido, mi amigo de piel oscura -agregó ella, acercándose al drow y acariciándole la mejilla con el dorso de la mano-. El rey Gareth y sus amigos no soportarán a un segundo Zhengyi. Y no conviene subestimarlos.
Jarlaxle asentía con la cabeza cuando ella terminó, pero dejó de hacerlo en un abrir y cerrar de ojos cuando la mujer-dragón aferró con su mano la parte de atrás de la capa y la camisa del drow y lo elevó en el aire sin el menor esfuerzo, dándole la vuelta al mismo tiempo para tenerlo cara a cara.
-Nosotras tampoco estamos dispuestas a soportar a otro tirano -exclamó impetuosamente-. Y sé que Jarlaxle no subestima a Ilnezhara.
Alzado en el aire como se encontraba ahora, sintiendo la fuerza atenazadora de la mujer-dragón, que lo sostenía con la misma facilidad que si se tratara de una pluma, el drow no pudo hacer otra cosa que saludarla sacándose el amplio sombrero.
Entreri se levantó el cuello al pasar por delante de la panadería de Piter, porque no quería que nadie de dentro lo reconociese y lo obligase a entrar. Jarlaxle y él habían liberado a Piter de manos de un grupo de salteadores de caminos que lo habían obligado a que trabajase para ellos como cocinero. Luego, Jarlaxle, con un gesto típico de él, había colocado a Piter en Heliogabalus, en su propia tienda. El drow siempre estaba haciendo cálculos, tratando de sacar beneficio de todo lo que se le presentaba, lo cual molestaba infinitamente a Entreri.
Piter era un buen pastelero, lo reconocía incluso Entreri, pero el asesino no estaba siempre de humor para soportar la eterna sonrisa ni la actitud empalagosa del chef.
Avanzó cautelosamente hasta dejar atrás la fachada de la tienda y dobló en la siguiente calle paralela, dirigiéndose a una de las muchas tabernas que se congregaban en esa zona de la abarrotada ciudad. Eligió una nueva, El Hocico del Jabalí, en lugar de los antros que Jarlaxle y él solían frecuentar. Lo mismo que le ocurría con el sonriente Piter, Entreri no estaba con ganas de entablar conversación con aquella chusma repelente, ni tampoco esperaba que Jarlaxle pudiera encontrarlo. El drow había ido a ver a las hermanas dragón y Entreri estaba disfrutando de esa soledad, se encontraba finalmente a solas consigo mismo.
La verdad era que tenía mucho en que pensar.
Avanzó hacia el interior de la taberna semivacía -la noche aún era joven- y se acomodó en una mesa del rincón más alejado, sentándose como era su costumbre con la espalda apoyada contra la pared y la puerta plenamente a la vista.
El tabernero se dirigió a él preguntándole qué iba a tomar, y él le respondió que hidromiel.
Luego se echó hacia atrás y se puso a estudiar la ruta que lo había conducido hasta ese lugar. En el momento en que la camarera apareció con su bebida, Entreri tenía en las manos la flauta de Idalia a la que daba vueltas y más vueltas, sintiendo en su piel la suavidad de la madera.
-Si estás pensando en tocar para pagar tu bebida, entonces tienes que pedírselo a Griney, que es aquélla -oyó que le decía la camarera. Miró a la mujer que era poco más que una niña-. Yo no estoy autorizada para hacer trueques -aclaró dejando el vaso de hidromiel delante de él-. Son dos monedas de plata y tres cobres- concluyó.
Entreri la observó un instante y captó su actitud impertinente, como si estuviera esperando una protesta. Pero él le respondió con una mueca ácida y sacó tres monedas de plata. Las depositó bruscamente en la mano de la chica y la despidió.
Luego apartó su bebida a un lado, porque en realidad no tenía sed, y volvió a centrarse en la flauta y a repasar los acontecimientos de su reciente viaje, sin duda una de las aventuras más extrañas que había vivido. El viaje a Vaasa también había sido para Entreri un viaje interior, el primero en muchos años, por lo que podía recordar.
Gracias a la magia que poseía la flauta -y a él no le cabía la menor duda de que había sido el instrumento el que había hecho posible su viaje interior- se había abierto a emociones que llevaban mucho tiempo enterradas. Habla visto la belleza en Ellery, en Arrayan y en Calihye. Se había sentido atraído por Arrayan en un primer momento, y con tal vehemencia que lo había llevado a cometer errores, poniéndolo al borde de morir a manos de esa espantosa criatura que era Athrogate.
Había sentido compasión y había hecho cosas en beneficio de Arrayan y de Olgerkhan, al que ella amaba tanto.
Había arriesgado su vida para salvar a un tosco semiorco.
Entreri seguía dándole vueltas a la flauta con una mano mientras se pasaba la otra por la cara. El asunto era que tenía que introducir esta flauta mágica en la garganta de Jarlaxle, que debla usarla para ahogarlo antes de que la magia de la flauta lo hiciese desaparecer a él.
Pero la flauta lo había traído hasta Calihye. No podía olvidarlo. La magia de la flauta le había permitido amar a la semielfa, lo había traído hasta un lugar al que nunca hubiera esperado llegar porque ni siquiera tenía intención de hacerlo. Y era un lugar en el que se encontraba a gusto. No podía negarlo.
«Sin embargo, me va a matan», pensó, y casi se levantó de un salto de la silla al ver a aquel hombre sentado a la mesa frente a él, esperando que levantase la vista y saliese de su ensimismamiento.
Fue la señal más clara para el asesino de que la flauta lo llevaba a bajar la guardia.
-Te he permitido acercarte sin reparo alguno y sin resistencia por mi parte -lo abordó directamente Entreri volviendo a bajar la mirada hasta la flauta-. Di lo que quieres y márchate.
-¿O de lo contrario me dejarás tendido en el suelo y muerto?- lo desafió el hombre, haciendo que Entreri elevase otra vez los ojos y clavase la mirada en la de su oponente.
Su mirada fue la única respuesta. La misma mirada que era lo último que habían visto muchos en Calimport.
El hombre sólo se violentó ligeramente, y Entreri se dio cuenta de que no estaba seguro de si realmente le habían «permitido» acercarse y sentarse o de si no habría tomado realmente por sorpresa a Entreri tal como le había parecido.
-Knellict se ofendería -susurró el hombre.
Artemis Entreri tuvo que poner en juego toda su capacidad de autocontrol para no abalanzarse sobre la mesa y matar al hombre allí mismo, sólo por mencionar aquel nombre maldito.
-Tú retiras tus amenazas y las dejas sin efecto -prosiguió el hombre, que pareció envalentonarse al mencionar al poderoso archimago; incluso tuvo la intención de señalar con el dedo a Entreri, pero la mirada de éste lo paró en seco antes de que se iniciara el movimiento-. Estoy aquí por él-reiteró el hombre-. Por Knellict. ¿Te parece que estás en condiciones de luchar con Knellict?
Entreri se limitó a mirarlo.
-¿Entonces? ¿Es que no tienes respuesta para eso?
Entreri esbozó una divertida sonrisa por lo mal que lo estaba juzgando el hombre.
El forastero se enderezó en la silla y se inclinó hacia Entreri con creciente confianza.
-Claro que no vas a decir nada -afirmó-. No hay nadie que quiera enfrentarse a Knellict. -Entreri negó con la cabeza, cada vez más divertido al tiempo que el idiota levantaba el tono de voz-. Ni el propio rey Gareth -concluyó el hombre, y chasqueó los dedos en la misma cara de Entreri, o lo intentó, porque el asesino, mucho más rápido que él, lo cogió por la muñeca y le aplastó la mano sobre la mesa con la palma hacia arriba.
Antes de que el idiota pudiera desasirse, la otra mano del asesino cayó sobre la mesa sosteniendo firmemente la daga enjoyada y clavándola en la madera exactamente entre los dedos inmovilizados del idiota.
-Vuelve a levantarme la voz y te cortaré la lengua -lo amenazó Entreri-. Tu jefe me lo agradecerá, te lo aseguro. Hasta puede que me recompense por arrancar la graciosa lengua de un idiota.
El hombre respiraba con tal dificultad y con semejantes ahogos que Entreri pensó que se desplomaría. Incluso después de que Entreri retirara la daga, el idiota siguió jadeando.
-Creo que tienes cierta información para mí -lo animó Entreri tras una larga pausa.
-U... un tr... tra... bajo -tartamudeó el hombre-. Para ti, y nada más que para ti, Caballero Aspirante. Se nata de un mercader, Beneghast, que se indispuso con Knellict,
La cabeza de Entreri empezó a maquinar. ¿Acaso lo habían preparado todo para que él alcanzase un puesto de confianza en el reino sólo para que echase por la borda todo lo ganado por un simple mercader? Sin embargo, el perspicaz Entreri salió de su sorpresa cuando el idiota siguió hablando y ampliando los detalles del plan.
-Hay un salteador de caminos que está esperando a Beneghast para tenderle una emboscada. Tú tienes que apresurarte a rescatar a Beneghast de nuestros hombres.
-Pero se supone que no llegaré a tiempo al lugar.
-Oh, tendrás tiempo de sobra para matarlo -le explicó el idiota, y desplegó una amplia sonrisa, dejando a la vista algunos dientes podridos en una boca en la que había más encías descoloridas que dientes-, Pero nosotros culparemos al salteador.
-Y yo seré el héroe que detenga al asesino -concluyó Entreri, pues era una treta que había conocido muy bien a lo Largo de su vida.
-Y tú no tendrás más que entregárselo a los guardias de la ciudad con los que te cruzarás en el camino.
-Guardias bien pagados, supongo.
El hombre lanzó una carcajada.
Entreri asintió. Examinó mentalmente la escena demasiado familiar y demasiado complicada. ¿Por qué el salteador no mata directamente al hombre y asunto concluido? ¿O no será que los guardias van a «encontrar» el cuerpo de Beneghast justo en el lugar en que lo colocaron después de haber matado al hombre?
Porque no se trataba de Beneghast en absoluto, acabó cayendo en la cuenta Entreri. No era un ajuste de cuentas por algo malo que le hubiera hecho a Knellict. Era una prueba para Entreri, así de sencillo. Knellict quería ver si Entreri estaría dispuesto a matar, indiscriminadamente y sin cuestionar nada, sólo por lealtad a la Ciudadela de los Asesinos.
¿Cuántas veces se había hecho cargo Artemis Entreri de algo muy parecido a esto allá en Calimport, cuando actuaba como asesino principal de Pachá Basadoni? ¿A cuántos aspirantes había puesto a prueba de una manera similar? ¿Ya cuántos había matado por no superar la prueba?
Aquí estaba el idiota, meciendo la cabeza y mostrando su sonrisa repulsiva, y en lugar de despedirlo, lo que hizo Entreri fue ponerse de pie y marcharse, pasando junto a él y dirigiéndose a la puerta.
-La Ronda de la Muralla -le gritó el hombre refiriéndose a un sector de la ciudad que el asesino conocía muy bien.
Entreri se limitó a negar con la cabeza a la vista de la estupidez y falta de discreción del mensajero.
A Artemis le faltó tiempo para salir de aquella taberna.
Se dirigió calle abajo, tomando en un primer momento y deliberadamente la dirección contraria a la de la Ronda de la Muralla. A cada paso que daba iba pensando en la prueba, en el hecho de que Knellict se dignara siquiera a ponerlo a prueba.
A cada paso que daba, su enfado iba creciendo de punto.