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Dragones interesados

La mujer salió por la puerta delantera de su modesto negocio, una tienda especializada en baratijas, alrededor de la puesta de sol, como hacía todas las tardes, entregándole las llaves a su empleado de confianza. En el letrero que colgaba sobre su cabeza cuando salía del porche se leía BOLSA DE PLATA DE TAZMIKELLA, y de acuerdo con la denominación, la mayor parte de los artículos que se vendían en el interior, candelabros y pisapapeles, globos terráqueos decorativos y joyas, estaban fabricados con ese precioso metal.

La propia Tazmikella había conseguido una gran reputación entre los comerciantes de la calle circular llamada Ronda de la Muralla, de Heliogabalus, un callejón sin salida que daba a la ruta principal, Camino de la Muralla, que debía su nombre a la proximidad de la alta muralla defensiva que rodeaba la ciudad. La mujer tenía un aspecto bastante ordinario y se vestía con sencillez. Su cabello todavía mostraba algunos restos de su antiguo brillo pelirrojo, pero en su mayor parte era grisáceo, y la anchura de los hombros resultaba excesiva para una cabeza tan pequeña. Sin embargo, siempre tenía una palabra amable para sus compañeros comerciantes y una sonrisa encantadora, y si en algún momento había engañado a un cliente, nadie se había quejado nunca.

Sencilla y sin pretensiones, con pocas necesidades y gustos corrientes, Tazmikella no tenía un hermoso coche de caballos esperándola. Noche tras noche hada la misma ruta para salir de la ciudad en dirección a una cabaña de aspecto corriente levantada en la ladera de un altozano.

La mujer que estaba saliendo de la tienda Monedas de Oro de Ilnezhara, situada al otro lado de la calle, ofrecía una imagen que no podría ser más diferente de la suya. Caminaba erguida, era alta y delgada y tenía una espesa mata de pelo color cobre y unos enormes ojos azules. Iba vestida con las telas más finas y, por supuesto, la esperaba un elegante y pulido coche tirado por un tronco de dos relucientes caballos.

-¿Puedo llevarte a algún sitio, pobrecita mía?- preguntó a su vecina, como hacía todas las tardes para diversión de los otros comerciantes, que a menudo susurraban y murmuraban acerca de la rivalidad entre ambas.

-Para algo tengo un par de piernas- respondió de inmediato Tazmikella.

-¿Ni siquiera hasta las puertas de la ciudad?- prosiguió Ilnezhara, ante lo cual Tazmikella se limitó a saludarla con la mano y ponerse en camino, tal como hacía todas las noches.

Sin embargo, un testigo que hubiera observado con más atención esa noche podría haber percibido algo ligeramente diferente, porque cuando Tazmikella pasó aliado del coche de Ilnezhara volvió ligeramente la cabeza y le dedicó un levísimo movimiento, que fue respondido del mismo modo.

Tazmikella no tardó en salir por la puerta de la ciudad alejándose de la muralla iluminada por antorchas en dirección a la solitaria colina donde tenía su modesta vivienda. En la base del promontorio, en medio de una oscuridad casi total, examinó el terreno a su alrededor, asegurándose de estar sola. Avanzó hacia un amplio claro que se abría tras una tupida hilera de pinos de gran tamaño. Una vez en medio del claro, cerró los ojos y se despojó de su ropa. Tazmikella odiaba tener que ponerse aquellos vestidos, y nunca pudo entender por qué los humanos esconden sus formas naturales. Siempre pensó que aquel nivel de pudor y de modestia era el reflejo de una raza incapaz de superar sus aparentes limitaciones, una raza que insistía en someterse a los conceptos de santidad en lugar de erigirse en sus propios dioses en un arranque de orgullosa autodeterminación.

Tazmikella no poseía esa modestia. Se quedó desnuda en esa forma que no era la suya, gozando al sentir la brisa nocturna. El cambio se fue produciendo de una manera natural, porque hada mucho tiempo que había perfeccionado el arte de la transformación. Primero empezaron a brotar las alas y la cola, dado que eran los menos dolorosos; los aditamentos eran siempre más fáciles que las transformaciones, que implican dislocación y remodelación de la estructura ósea.

Dio la impresión de que los árboles que la rodeaban se encogían. La perspectiva de la mujer cambió a medida que cobraba unas proporciones enormes, porque Tazmikella no era humana. Había salido de su huevo hacía varios siglos junto con su hermana y única familia en los grandes desiertos de Calimshan, en el lejano suroeste.

Tazmikella, la dragón de cobre, se elevó en el aire de la noche. Ganó altura rápidamente, volando lejos de la ciudad de los humanos. Los mandatarios del país sabían quién era y la aceptaban, pero la gente común nunca lo comprendería, como era de esperar. Si les revelaba su verdadero ser, el rey Gareth y sus amigos no tendrían más remedio que expulsarla de las Tierras de la Piedra de Sangre. Y, a decir verdad, no quería peleas con esa gente.

Se orientó directamente hacia el norte, cruzando los arrabales menos poblados de Morov y el ducado de Soravia, menos poblado todavía. Voló entre el Goliad y el Serpiente, los dos ríos paralelos que corrían hacia el sur desde las montañas Galena. Y siguió subiendo, porque el fino aire y el frío no molestaban a Tazmikella en absoluto.

Cabía la posibilidad de que desde tierra la avistara una persona, pero ¿se daría cuenta de que era un dragón volando alto, o pensaría que se trataba de un pájaro nocturno o de un murciélago que volaban bajo?

No la preocupaba lo más mínimo. Estaba desnuda en el aire de la noche, por encima de esos pensamientos. Era libre.

Cruzó las montañas con facilidad, esquivando los elevados picos, disfrutando con el juego de las corrientes de aire multidireccionales y el rotundo contraste entre las renegridas rocas y la nieve alumbrada por la luna. Entró en Vaasa justo por el oeste de Palishchuk, y giró hacia el este cuando dejó atrás las montañas. En unos momentos, avistó las luces de la ciudad de los semiorcos.

Tazmikella mantuvo la altura mientras sobrevolaba la ciudad, porque sabía que los semiorcos, que hacía tantos años que vivían en las tierras agrestes de Vaasa, sabían protegerse de cualquier amenaza. Si veían la silueta de un dragón sobrevolando la ciudad por la noche, no se pararían a pensar en el color de la bestia, aunque tampoco serían capaces de distinguirlo en aquellas circunstancias con la única luz de las estrellas y de la luna en cuarto creciente.

Tazmikella se valió de su extraordinaria agudeza visual para escrutar la ciudad en cada pasada. La noche estaba avanzada, pero había muchas antorchas encendidas y la taberna principal de la ciudad estaba profusamente iluminada y muy animada. Se dio cuenta de que seguían celebrando la victoria sobre el castillo.

Giró a la derecha, hacia el norte, y empezó a descender, confiando en que no hubiera ciudadanos de Palishchuk rondando por aquel lado. Casi de inmediato vio la estructura tenebrosa e inerte, una fortaleza inmensa, una réplica del castillo Perilous, sólo a unos cuantos kilómetros al norte de la ciudad.

Bajaba en línea recta, demasiado intrigada como para detenerse y echar una mirada de comprobación a la zona. Cuando aterrizó, volvió a adoptar la forma humana, pensando que cualquiera que la espiase no se sentiría amenazado ante la visión de una mujer desnuda de mediana edad. A decir verdad, si algún merodeador ocasional la hubiera visto más de cerca, esa visión le habría producido más confusión que placer, porque la mujer-dragón se dirigió sin perder tiempo hacia el enorme rastrillo que cerraba la fachada de la estructura. Observó la reja sujeta con cadenas sobre el vano de la puerta por la que al parecer habían entrado jarlaxle y sus compañeros. Ella lo podría haber levantado casi sin esfuerzo, pero eso habría requerido encorvarse para meterse debajo.

En cambio, la mujer deslizó los brazos entre dos de los gruesos barrotes del rastrillo, luego presionó hacia los lados al mismo tiempo consiguiendo doblar fácilmente el metal, con lo que no tuvo más que pasar a través de la abertura.

Despreocupadamente, Tazmikella avanzó directamente entre las casillas de la guardia y cruzó el patio de armas, cuyo suelo resquebrajado estaba sembrado de montones de esqueletos descuartizados.

Encontró las grandes puertas del edificio principal cerradas y aseguradas por una pesada cadena, que ella cogió con una mano y rompió sin esfuerzo.

Halló lo que estaba buscando en la sala principal nada más cruzar la puerta. Un pedestal que permanecía intacto, si bien ennegrecido por el fuego, cerca de la plataforma superior. Por todo el recinto estaban esparcidos los restos de un libro de grandes dimensiones, cuyas páginas se veían rotas y chamuscadas. Con una expresión cada vez más amarga, Tazmikella se acercó al renegrido tomo y lo levantó del suelo. Estaba destruido en su mayor parte, pero vio lo suficiente de la cubierta como para reconocer las imágenes de dragones estampadas sobre ella.

Conocía el contenido del libro, que versaba sobre la creación y la esclavización.

-Maldito seas, Zhengyi- susurró la mujer-dragón.

Resultaba muy fácil seguir las huellas del recorrido de Jarlaxle y Entreri por aquel lugar, y Tazmikella no tardó en encontrarse en una enorme sala muy por debajo de la estructura, donde yacían los huesos de los combatientes de una batalla librada hacía mucho tiempo y los restos de un enfrentamiento más reciente. Una ojeada al dracolich confirmó los temores de Tazmikella y de su hermana Ilnezhara.

La mujer-dragón estaba de vuelta en la ladera de la colina de las afueras de Heliogabalus poco antes de La salida del sol. Se vistió y se frotó los cansados ojos, pero no volvió a casa. En lugar de eso, se fue hacia el sur hasta una singular torre en La que vivía su hermana. No se molestó en llamar a la puerta, porque la estaban esperando.

-¿Ni siquiera te ocupó un día entero ese sencillo reconocimiento que hiciste?- preguntó la alta Ilnezhara moviendo su melena cobriza cuando entró Tazmikella.

-Resultó exactamente como nos temíamos.

-¿Un libro zhengyiano, animado por el alma apresada de un dragón muerto?

-Creo que es Urshula.

-¿El negro?

-El mismo.

-¿Y el libro?

-Destruido. Roto y quemado. Parecería obra de Jarlaxle. Es demasiado inteligente para permitir que semejante tesoro se escape de sus codiciosas manos. Vio la verdad de los romos zhengyianos cuando destruyó la torre de Herminicle Duperdas.

-Y nosotras le dimos demasiadas pistas- añadió Ilnezhara.

Ambas se callaron un momento y evaluaron el escenario que tenían ante sí, Ilnezhara y Tazmikella habían sido abordadas por Zhengyi en aquella época con una oferta tentadora. Si luchaban al lado de sus ejércitos de conquista, recompensaría a cada una de ellas con una filacteria encantada, con la esperanza de rescatar sus espíritus cuando ambas muriesen. Zhengyi había ofrecido a las hermanas el lichdom.

Pero el precio era demasiado alto, según convinieron las dos hermanas, y mientras que la perspectiva de sobrevivir como un dracolich podría ser mejor que la de morir, no resultaba precisamente atractiva.

-Jarlaxle sabía perfectamente lo que estaba enterrado entre las páginas del libro de Zhengyi, por eso sólo podemos suponer que ahora tiene a Urshula bien escondido en un bolsillo- dijo Tazmikella rompiendo el largo silencio.

-Este drow está jugando a unos juegos muy peligrosos- respondió Ilnezhara-. Si conoce el poder de la filacteria, ¿entenderá también la magia que esconde? ¿Empezará Jarlaxle a atraer a los dragones a su bando, como hizo Zhengyi?

-Si viene a Heliogabalus y nos ofrece un pacto oscuro relacionado con los lich, lo partiré en dos de un bocado- se prometió Tazmikella.

Ilnezhara hizo un mohín.

-¿No podrías encadenarlo, sencillamente, y traérmelo para que pueda utilizarlo a mi antojo unos cuantos siglos?

-Hermana... - la amonestó Tazmikella.

Ilnezhara se limitó a sonreír por toda respuesta, pero se trataba de una broma que bordeaba la tensión nerviosa porque ambas hermanas estaban empezando a darse cuenta de que a Jarlaxle, un tipo al que consideraban un paniaguado, no se lo podía tomar a la ligera.

-Jarlaxle y Entreri derrotaron a un dracolich- afirmó Tazmikella, y dejó de reírse-. Y Urshula el Negro no era un wyrm menor ni en vida ni muerto.

-Y Jarlaxle se lo ha metido en el bolsillo, en sentido figurado y en sentido literal.

-Tenemos que hablar con esos dos. Ilnezhara asintió para mostrar su acuerdo.

A lo largo de su vida, Artemis Entreri, tan celoso de su independencia, se encontró alguna que otra vez en un momento y en un lugar que no había elegido y del cual no pudo escapar de inmediato. Eso le había ocurrido durante meses en Menzoberranzan, cuando Jarlaxle lo había rescatado de una desastrosa pelea con Drizzt Do'Urden en el exterior de Mithril Hall y lo había llevado con los elfos oscuros en su retirada de las tierras de los enanos.

Eso le había ocurrido con bastante frecuencia en su primera juventud, cuando servía al peligroso gremio Basadoni en Calimport. En esas primeras etapas de su carrera, Artemis Entreri hizo lo que se le ordenaba y cuando se le ordenaba. Cuando el encargo que le hadan no era de su agrado, el joven Entreri se encogía de hombros y lo aceptaba. ¿Qué otra cosa podía hacer?

A medida que se fue haciendo mayor, que ganó experiencia y se ganó una reputación que incluso ponía nerviosos a los pachás, Entreri empezó a aceptar sólo los encargos que le parecían bien, y sólo esos. A pesar de todo, de vez en cuando se encontraba en un lugar en el que no deseaba estar, como le ocurría esta mañana en la aldea de la Piedra de Sangre.

Observó la ceremonia con un extraño desapego, como si estuviera sentado entre la muchedumbre que se había congregado ante la plataforma elevada frente al palacio del rey Gareth, Un tanto divertido, contempló a Davis Eng mientras se adelantaba para recibir su recompensa. El hombre ni siquiera había ido a Palishchuk por voluntad propia. Lo habían encontrado en el camino y lo habían llevado, como una carga más que como un activo, en la trasera de una carreta.

Algunos lo celebraban todo, reflexionó Entreri. Incluso la mediocridad. Allá, en las calles de Calimport, un hombre que se hubiera comportado de una manera tan patética como Eng habría tenido al menos una oportunidad de redimirse.

La siguiente en ser llamada fue Calihye, y Entreri observó aquella presentación con mayor atención y con menos espíritu crítico. La semielfa se había negado a entrar en el castillo, aunque había aceptado quedarse aliado del herido Davis Eng. Había roto su acuerdo con la comandante Ellery, su promesa de acatamiento de la misión, y sin embargo estaba recibiendo una recompensa. Entreri se limitó a sonreírle y aventó los pensamientos negativos, dejando de lado por el momento su intenso cinismo a causa de sus sentimientos personales hacia la semielfa.

Pese a ello, le causó asombro lo liberal que se mostraba el rey con sus premios, aunque según lo entendía Entreri era únicamente una concesión al espectáculo. La ceremonia no estaba dedicada ni a Davis Eng ni a Calihye.

Tampoco lo estaba al abrumado Athrogate, que sería el siguiente en recibir su galardón. Ni siquiera Jarlaxle o Entreri eran sus protagonistas. A quienes de verdad iba dirigida, era a los ciudadanos que la observaban con atención, a la gente corriente de la Piedra de Sangre. Se trata básicamente de crear héroes a los ojos de los campesinos, de procurar que siguiesen reverenciando y alabando a sus líderes hasta el punto de olvidarse de sus propios problemas. La mitad de ellos se iban a la cama con hambre la mayor parte de las noches, mientras que aquellos a los que amaban tanto el rey paladín y su corre nunca conocerían esas privaciones.

Al final, el cinismo volvió a imponerse, y no cedió cuando Entreri fue llamado- por segunda vez, porque estaba tan ensimismado que no había escuchado la primera llamada- y se acercó con paso rápido sin desfruncir siquiera el entrecejo.

Escuchó tras él la risa de Jarlaxle mientras se acercaba al lugar que ocupaba Gareth, y se dio cuenta de que su compañero estaba disfrutando con el espectáculo. Echó al drow una mirada de reojo llena de odio. Y como era de esperar, Jarlaxle se rió todavía más.

-Artemis Entreri- dijo Gareth, haciendo que el hombre se volviera para quedar frente a él-, eres nuevo en este país, y sin embargo ya has demostrado que se puede tener confianza en ti. Con tus acciones en la Puerta de Vaasa y en el norte contra la estructura de Zhengyi, has destacado por encima de muchos otros. Artemis Entreri, por haber derrotado al dracolich, yo te concedo el título de Caballero Aspirante de la Orden.

Un hombre vestido con ropas andrajosas y sucias se acercó al sacerdote calvo y gordo que permanecía aliado de Gareth. El sacerdote, fray Dugald, bendijo rápidamente la espada y se la pasó a Gareth.

Pero mientras lo hacía, el hombre andrajoso no miraba al rey, sino a Entreri. Y por más que el discurso de elogio de Gareth había estado lleno de referencias positivas, Entreri se dio cuenta claramente de que este hombre-aparentemente amigo íntimo del rey- no lo veía bajo la misma luz.

Artemis Entreri había sobrevivido en las despiadadas calles de Calimport gracias a su habilidad con las armas, por supuesto, pero lo que era todavía más importante, debía su vida a su capacidad para identificar a primera vista tanto a los amigos como a los enemigos. Ese hombre, poco mayor que él, y que no era una persona ordinaria pese a su astrosa vestimenta, no era un amigo.

Gareth recibió la espada y la levantó con ambas manos. -Arrodíllate, por favor- indicó la reina Christine a Entreri, que no apartaba la vista del hombre de ropas harapientas. Entreri volvió la cabeza lentamente para atender a la reina, luego hizo una breve inclinación de cabeza y se arrodilló.

Gareth apoyó la espada sobre su hombro izquierdo y lo proclamó Caballero Aspirante de la Orden. El sacerdote gordo empezó a recitar todos los honores y beneficios que conllevaba el título, pero Entreri apenas le prestaba atención. No dejaba de pensar en el hombre vestido de harapos. En la mirada que habían cruzado entre ellos.

Pensó en cómo Jarlaxle los estaba metiendo a ambos en lugares a los que no pertenecían.

Lejos de allí, al norte de la aldea de la Piedra de Sangre, los festejos de Palishchuk duraron hasta bien entrada la madrugada, y Riordan Parnell siguió haciendo camino. Cuando las cosas parecieron calmarse, el bardo entonó una emocionada canción sobre Palishchuk y sus numerosos héroes.

Entonces se alzaron las copas para brindar.

La mayor parte de la ciudad se había reunido aquella noche en un gran salón del Vagabundo Cansado para honrar- una vez más- a Arrayan y a Olgerkhan, sus valientes conciudadanos que se habían aventurado a entrar en el castillo. Habían muerto muchos habitantes de la ciudad y muchos más habían sido heridos en la batalla con las gárgolas del castillo, que habían surgido del oscuro cielo para asaltar la ciudad. Hasta el último de los semiorcos reconoció que si Arrayan, Olgerkhan y los demás no hubieran vencido al dracolich y a sus viles secuaces, su amada ciudad probablemente habría quedado abandonada y miles de refugiados hubieran marchado hacia el sur en busca de la seguridad de la Puerta de Vaasa.

Por eso los semiorcos estaban más que dispuestos a celebrarlo, r cuando se supo que Riordan Parnell, el legendario bardo y miembro del círculo íntimo de la corte del rey Gareth, había llegado a Palishchuk, la fiesta alcanzó nuevas cumbres.

Viendo que su reputación lo había precedido, Riordan estaba firmemente decidido a no defraudarlos. Cantó y tañó su afinado laúd, acompañado por un grupo de músicos bastante buenos de la orquesta del mercader viajero Wingham, que-por una feliz casualidad, puesto que Wingham y Riordan eran viejos amigos- se encontraba en la ciudad.

Riordan cantó y todos bebieron. Cantó algo más, y ellos bebieron un poco más. Riordan invitó generosamente a muchos de los dignatarios, incluso a los dos invitados de honor, de su aparentemente inagotable bolsillo, ya que su generosidad era un recurso inteligente que le permitía llevar la cuenta de cuánto había bebido cada uno. En un principio había pensado en mantener semilúcidos a Arrayan ya Olgerkhan, porque en la celebración de aquella noche había más cosas que la demostración de los talentos del bardo. Después de todo, los borrachos hablaban con más libertad y Riordan estaba allí en busca de información.

Con todo, después de ver a la pareja de héroes, el bardo había variado ligeramente sus planes. Una ojeada a las hermosas facciones de Arrayan lo había inclinado a procurar que Olgerkhan consumiese las bebidas más fuertes a lo largo de toda la noche. En realidad, Arrayan había sorprendido a Riordan con la guardia baja, y eso no era algo que le ocurriese a menudo al impetuoso y encantador calavera. No se trataba de que fuese espectacularmente hermosa, porque Riordan se había acostado con las mujeres más seductoras de las Tierras de la Piedra de Sangre. Lo que realmente había sorprendido al bardo era el hecho de sentirse atraído por Arrayan. Tenía la cara chata y redonda, pero muy agradable, el cabello brillante y los dientes rectos y limpios, en nada parecidos a los colmillos torcidos que eran preponderantes en sus antepasados orcos. Además, de haber visto a Arrayan por las calles de Heliogabalus o de la aldea de la Piedra de Sangre, Riordan no habría adivinado nunca que por sus venas corrían unas gotas de sangre de orco.

Claro que, sabiendo la verdad, el bardo podía percibir atisbos de esa herencia en muchos rasgos y hechuras de la mujer. Tenía las orejas un poco más pequeñas, y la frente ligeramente huidiza a partir de unas cejas formadas por pelos demasiado gruesos.

Pero nada de ello desmerecía el conjunto, porque la mujer era hermosa y agradable y siempre

sonreía. Riordan estaba intrigado, ya causa de ello, sorprendido.

Por ese motivo, con un guiño a la camarera y una propina extra en el platillo, se aseguró de que el escolta de Arrayan, su heroico compañero, el bruto Olgerkhan, quedara fuera de combate por la bebida. Olgerkhan tardó poco en caer de la silla y en quedar totalmente fuera de la vista, roncando desaforadamente en el suelo en medio de los gritos y los brindis de los demás clientes.

Riordan escogió su momento cuidadosamente. Sabía que no podría superar a Wingham, porque el viejo semiorco era demasiado listo para dejarse sorprender por un hombre con una bien ganada reputación como Riordan, y se dio cuenta de que Wingham mostraba mucho interés por Arrayan, que, según había sabido Riordan, era su sobrina. Cuando estimó que se iban quedando por el camino un buen número de parroquianos, el bardo cambió el ritmo de sus canciones. En ese momento ya apuntaba el alba, y empezó a tocar cosas... más lentas.

También empezó a poner un poco más de encanto en sus melodías, empleando la magia de su voz, el don de los bardos auténticos, para manipular el ánimo de Arrayan, ahora ligeramente embriagada. La hizo sentirse cómoda. La encantó con un sutil lisonjeo. La magia subyacente de sus canciones la convenció de que era su amigo, alguien en quien se podía confiar, alguien capaz de ofrecer consuelo y consejo.

En más de una ocasión, Riordan se dio cuenta de que Wingham lo miraba Con evidente desconfianza. De todos modos, él siguió presionando sin abandonar su tranquila manipulación mientras trataba de encontrar un plan para sacarse de encima al astuto y viejo semiorco.

Todavía más inteligente que él, Riordan se dio cuenta de que estaba fuera de su comunidad. No había forma de distraer la atención de Wingham. Durante uno de los raros descansos de su actuación, el bardo echó mano de un par de vasos llenos y se acercó a Wingham. No lo sorprendió que Wingham despachase a los tres mercaderes que habían estado sentados con él.

-Cantas bien- lo elogió el semiorco.

Riordan empujó hacia él uno de los vasos y luego levantó el otro en un brindis de

agradecimiento. Wingham chocó su vaso con el del bardo y bebió largamente.

-¿Conoces a Nyungy?- le preguntó incluso antes de posar su vaso sobre la mesa.

Riordan se lo quedó mirando curiosamente apenas un momento.

-¿Quién con mi ascendencia y formación no conocería al más grande de los bardos que pisó jamás las Tierras de la Piedra de Sangre?

-El más grande de los bardos semiorcos- aclaró Wingham.

-Yo no establecería esas limitaciones a la reputación de Nyungy.

-Él diría que las interpretaciones de Riordan Parnell destacan incluso por encima de las suyas -aventuró Wingham al tiempo que levantaba su vaso y hacía el brindis, y Riordan, sonriendo, chocaba el suyo con el de Wingham.

-Me halagas demasiado- respondió el bardo antes de llevarse el vaso a los labios para beber un trago. Luego añadió- Yo desempeñé un pequeño papel, uno más entre muchos otros, en la derrota del Rey Brujo.

-Maldito sea su nombre- exclamó Wingham, y Riordan asintió con la cabeza-. Insisto en mi comentario, porque le oí esas mismas palabras a Nyungy, y no hace mucho tiempo.

-Entonces, ¿todavía vive? ¡Magnífica noticia! Hacía muchos años que no se sabía nada de él, y muchos creyeron que había abandonado esta vida para recibir una recompensa que todos sabemos que es justa.

-Vivo y en buen estado, aunque un poco malhumorado y con dolor en las articulaciones- confirmó Wingham-. A decir verdad, me avisó de que fuera cauteloso con Riordan Parnell cuando supimos que venías a Palishchuk, hace apenas dos días.

Riordan hizo una pausa y ladeó la cabeza, estudiando a su interlocutor.

-Sí, amigo mío, Nyungy vive precisamente aquí, en Palishchuk- dijo finalmente Wingham-. Desde luego que sí. Efectivamente, fue él quien descifró que Arrayan había iniciado involuntariamente el ciclo de magia de la construcción de Zhengyi. Su sabiduría me ayudó a llegar a la comprensión que finalmente permitió al grupo de la comandante Ellery derrotar el artefacto y a sus infernales secuaces.

Riordan se sentó mirando al viejo semiorco de arriba abajo, sin parpadear ni asentir.

-Sí, deberías hacerle una visita a Nyungy antes de partir, toda vez que has venido para averiguar toda la verdad respecto a ese artefacto y de su derrota.

Riordan tragó saliva con dificultad.

-He venido a honrar las proezas de Arrayan y Olgerkhan- respondió-. Ya compartir la alegría y las celebraciones previas a la llegada del rey Gareth, que vendrá de la aldea de la Piedra de Sangre para honrarlos oficialmente.

-Y realmente es un gran honor que el rey cruce la pantanosa región de Vaasa para rendir semejante tributo, en lugar de pedir a la pareja que viaje hasta la sede del poder para encontrarse con él.

-No cabe duda de que merecen esa deferencia.

-Nada que objetar -asintió Wingham-. Pero tanto su visita como la tuya superan con mucho sus merecimientos.

Riordan no se molestó en negar nada.

-El rey Gareth hace bien en preocuparse- siguió Wingham-. Este castillo era formidable.

-La pérdida de Mariabronne y de la sobrina de Gareth, Ellery, es una prueba de ello.

-Por no hablar de Canthan, mago de alto rango de la Ciudadela de los Asesinos.

La terminante afirmación dio un respiro a Riordan.

-Seguro que tú también sospechas- dijo Wingham.

-Son rumores.

-Pero son ciertos. Sí, amigo cantor, es mucho más lo que aún nos queda, o te queda a ti por desenredar, más que la simple derrota de otra construcción zhengyiana. No temas, porque no te vaya poner dificultades. Muy por el contrario, por el bien de Palishchuk y Vaasa, tengo mis esperanzas puestas en Riordan y en el rey Gareth.

-Siempre hemos considerado a Wingham como un aliado valioso y un amigo.

-Me halagas. Pero nuestros objetivos son los mismos, te lo aseguro. -Wingham hizo una pausa y miró a Riordan con picardía-. Al menos algunos de nuestros objetivos.

Tras ese sorprendente comentario, Riordan dejó que Wingham atrajera su atención hacia donde se encontraba Arrayan.

Riordan lanzó una carcajada.

-Es hermosa, lo admito- opinó.

-Está enamorada, y de un hombre que no la merece.

Riordan miró de soslayo a Olgerkhan, que yacía bajo una mesa encogido como un niño, y volvió a reírse.

-Parece que esta noche se ha encariñado demasiado con el licor.

-Con la ayuda de unas monedas oportunamente distribuidas y unas palabras amables aún más oportunas -respondió Wingham.

Riordan se volvió a sentar y dedicó una sonrisa al observador semiorco.

-Temes por la reputación de Arrayan.

-Un héroe encantador de la corte del rey Gareth...

-Ha venido a hablar con ella, en plan de amigo- terminó la frase Riordan.

-Tu reputación habla de algo más.

-Muy bien- exclamó el bardo mientras levantaba su vaso a la salud de Wingham-. Entonces, doy fe, amigo Wingham -le dijo-, de que Arrayan es una mujer hermosa, y sería un mentiroso si te dijese otra cosa.

-Después de todo, eres un bardo- fue la seca respuesta del semiorca, y Riordan sólo pudo encogerse de hombros y aceptar el pullazo.

-Mis intenciones hacia ella son honorables- se defendió Riordan-. Bueno, salvo eso, efectivamente, y lo hice para que ella estuviera... menos inhibida. Tengo muchas preguntas que hacerle esta noche, y así podría obtener respuestas sinceras, sin miedo a las consecuencias.

Se dio cuenta de que Wingham se ponía tenso al oír eso.

-No ha hecho nada malo- respondió el semiorco.

-Eso no lo pongo en duda.

-Está inconscientemente atrapada por la magia del tomo, un libro que yo le di -reveló Wingham, y su voz pareció cargada de arrepentimiento.

-Estoy menos preocupado por ella y por Olgerkhan que por el resto de sus compañeros, tanto los que están vivos como los que no lo están- aseguró el bardo al semiorco.

-Te vaya contar la historia completa del libro y de su creación- respondió Wingham-. Preferiría que no hagas revivir a Arrayan esa dolorosa experiencia, ni esta noche ni ninguna otra. Además, como está bajo el influjo de una potente y manipuladora magia, mis observaciones resultarán más precisas y esclarecedoras.

Riordan se lo pensó por un momento y luego asintió.

-Pero tú no estuviste con ellos dentro de la construcción.

-Eso es cierto.

Riordan dejó el vaso sobre la mesa y echó la silla hacia atrás.

-Tendré mucho tacto- prometió mientras se ponía de pie.

Wingham no pareció demasiado complacido con la situación, pero asintió dando su aprobación. Después de todo, no tenía mucho donde elegir. Riordan Parnell, primo de Celedon Kierney, amigo de Gareth y de todos los demás, era uno de los siete que habían derrotado a Zhengyi y que habían rescatado a las Tierras de la Piedra de Sangre de la pesadilla infernal del Rey Brujo.

La celebración de aquella noche también fue espléndida en la aldea de la Piedra de Sangre. Claro que muchos apenas tenían idea de lo que había ocurrido en Vaasa para justificar semejante ceremonia, o la investidura de un caballero, pero la gente de aquella comarca atormentada durante tanto tiempo parecía estar siempre dispuesta para un festejo. El rey Gareth los invitó a comer, a beber y a ser felices, todo lo felices que pudieran.

En los jardines del castillo Dragonsbane se había instalado una enorme carpa, aliado del palacio del Árbol Blanco. Alrededor se habían montado unas cuantas tiendas, pero la mayoría de la gente prefería bailar y cantar bajo las estrellas aquella noche oscura pero despejada. Sabían que no habría muchas veladas como aquélla antes de que se echasen encima los helados fríos invernales.

Por su parte, Jarlaxle deambulaba en pequeños círculos, alrededor de la mesa en la que Entreri, el héroe del día, estaba sentado en compañía de Calihye y de algunos de los lores y ladies de menor rango de la corte del rey Gareth. No pasó mucho tiempo antes de que fray Dugald se acercase por allí proponiendo un brindis con una jarra, antes de perderse entre la multitud.

Por supuesto fueron muchos los que mostraron gran interés por el drow mientras él se desplazaba por el perímetro de la fiesta, y no paraba de tocarse el sombrero en señal de saludo. Era un gesto ensayado que servía muy bien para ocultar la verdad de la atención de jarlaxle. Porque con una ondulación de su mano y una invocación a un pequeño cono de plata que apretaba en la palma, el drow había creado una zona de sensibilidad ampliada que los abarcaba a él mismo, a Entreri y a la semielfa. La gente se ponía delante de Jarlaxle y se dirigía a él sin cortapisas, incluso en voz alta, pero él no hacía más que asentir y sonreír y seguir adelante, sin escuchar ni una sola palabra de las que le dirigían.

Sin embargo, seguía oyendo toda la conversación entre Entreri y Calihye.

-No tengo ni las menores ganas de invernar en los estrechos confines de la Puerta de Vaasa- le decía Entreri a su compañera, y por su tono, Jarlaxle podía asegurar que ya había dicho muchas veces esas mismas palabras.

»Encontraré trabajo en Heliogabalus, si me apetece trabajar, y si no, disfrutaré de excelente comida y bebida.

-¿Y de excelente compañía femenina?- preguntó Calihye.

-Si quisieras acompañarme, entonces sí- respondió Entreri sin el menor atisbo de duda.

Jarlaxle rió con ganas al oír eso, luego se dio cuenta de que acababa de confundir, y probablemente insultar, a dos jovencitas que se le habían acercado.

¿Con una proposición, tal vez?

Tenía que encontrarlas. Por eso abandonó la conversación de Entreri el tiempo suficiente como para reconocer que el momento había pasado.

-Os pido perdón- acertó a decir mientras la pareja le daba la espalda y se alejaba precipitadamente.

Encogiéndose de hombros, Jarlaxle invocó otra vez al cono y volvió a sintonizar.

-… Parissus dejó cosas sin resolver- estaba diciendo Calihye, en referencia a su querida amiga a la que habían matado en el camino a Palishchuk, un asesinato del que, en un primer momento, había echado la culpa a Artemis Entreri y del cual había jurado vengarse.

Parecía que había cambiado de idea, pensó Jarlaxle, a menos que planease amar al hombre hasta matarlo.

Jarlaxle sonrió y asintió complacido ante aquel pensamiento realmente discordante. Por alguna razón, se dio cuenta de que estaba pensando en Ilnezhara, su amante dragón.

-Estaba unida a ella por años de buena amistad- siguió Calihye-. No puedes negarme mis responsabilidades para tratar de que sus últimos deseos se cumplan tal como ella quería.

-No te niego que sigas adelante. Eres tú la que debe decidir qué camino tomar.

-Pero ¿tú no vendrás conmigo?

Jarlaxle no pudo por menos que sentir satisfacción mientras contemplaba ese distante intercambio en el que Calihye apoyaba suavemente la mano sobre el antebrazo de Entreri mientras le hablaba.

Ah, la manipulación de las hembras humanas, pensó Jarlaxle.

-Jarlaxle hace muchos años que es mi amigo, también -replicó Entreri-. Tenemos asuntos que tratar en Heliogabalus.

-¿Acaso Jarlaxle no es capaz de arreglar sus cosas por sí solo?

Entreri soltó una risita sofocada.

-¿Querrías que confiase en él?

Jarlaxle asintió aprobando la idea.

-Creía que erais amigos- respondió Calihye.

Entreri se limitó a encogerse de hombros y desvió la mirada hacia su vaso, posado sobre la mesa delante de él.

Jarlaxle percibió la expresión de Calihye, una ligera mueca que le hizo fruncir la boca. Cuando Entreri se volvió hacia ella, la mueca desapareció en un abrir y cerrar de ojos, tornándose en sonrisa firme y tranquila.

-interesante- murmuró el drow para sus adentros.

-¿Qué es?- soltó ante sus propias narices alguien que casi le produjo un sobresalto con la pregunta. Ante él tenía a un grupo de jóvenes, en realidad niños, que lo miraban fijamente de arriba abajo.

Aquellas miradas le dejaron muy claro a Jarlaxle que estaba fuera de su elemento natural, que se encontraba en medio de una multitud sospechosa de criaturas menores. Él era una novedad, y aunque ésa era una posición que había codiciado entre los drows, entre las razas de la superficie era a la vez una bendición y una maldición, una oportunidad y un lastre.

-Que paséis una buena velada -les dijo tocándose el ala de su enorme sombrero.

-Dicen que tú has matado a un dragón- le espetó el mismo chico que había hablado antes.

-He matado a muchos- respondió Jarlaxle haciendo un guiño.

-¡Cuéntanoslo!- exclamó otro del grupo.

-Ah, son tantas las historias... - empezó el drow, y se dirigió a una mesa vacía precedido por los chicos.

Miró de soslayo a Entreri y a Calihye mientras avanzaba y pudo ver cómo su amigo rodeaba el vaso con las manos, manteniendo la cabeza baja. A su lado, Calihye lo tenía cogido del brazo y lo miraba fijamente, y por mucho que lo intentó, Jarlaxle no pudo leer su expresión.

Arrayan se estaba divirtiendo muchísimo. Finalmente, se había liberado por completo de toda culpa. Ni siquiera la derrota del castillo «viviente» había permitido a la mujer relajarse realmente, porque había muerto mucha gente luchando contra ese artefacto, que era una creación de sus acciones inconscientes.

No obstante, todo eso había quedado atrás, al menos por una noche.

La música, la bebida, los brindis... ¿Era posible que todo eso hubiera merecido la pena?

Sentado frente a ella, la cabeza apoyada sobre la mesa -después de haber conseguido alzarse hasta allí desde el suelo-, Olgerkhan roncaba a codo pulmón.

Querido Olgerkhan.

Se había comportado como un verdadero amigo cuando entraron en el castillo, y se había convertido en su amante después de haber salido de él. Iban a casarse muy pronto, y ese día le parecía estar muy lejos a Arrayan. Conocía al tosco semiorco de toda la vida, pero hasta la crisis vivida en el interior de la construcción, en que se había dado cuenta de todo lo que sacrificó Olgerkhan en su beneficio, no supo realmente cuáles eran los sentimientos del semiorco por ella, ni los suyos por él.

Alargó la mano y le acarició el cabello, pero él estaba demasiado borracho para responder. Hasta ese día nunca había visto a Olgerkhan borracho, porque ninguno de los dos solía consumir bebidas fuertes. Le parecía que ella había empezado por beber pequeños sorbos de su vaso unas horas antes. No era muy bebedora, y le había bastado muy poco para marearse. En cierto modo, ahora empezaba a aclarársele la cabeza.

Y por supuesto se alegró de ello cuando percibió que el apuesto y heroico bardo venía derecho hacia ella con una enorme sonrisa en los labios. Detrás de él tuvo un rápido atisbo de su tío Wingham, pero La preocupación que se le reflejaba claramente en el viejo rostro no hizo mella en la achispada mujer.

-Milady Arrayan- pronunció Riordan Parnell mientras se acercaba a ella y le hacía una graciosa reverencia- Creo que la tibieza de la noche casi me ha vencido. Deseo dar un corto paseo y respirar aire fresco, y me sentiría muy honrado si quisieras acompañarme.

Una sombra de preocupación cruzó por el rostro de Arrayán, y a duras penas se dio cuenta de la jugada mientras miraba a Olgerkhan.

-Ah, milady, mis intenciones son totalmente honorables- insistió Riordan-. Es bien conocido de todos el amor que sientes por Olgerkhan, y resulta muy comprensible dada la posición que los dos habéis ganado justamente. Seréis la pareja más festejada de Palishchuk, y tal vez de todo Vaasa.

-Entonces, ayúdame a levantarlo- contestó Arrayan, que se ruborizó al darse cuenta de que arrastraba ligeramente las palabras. Alargó la mano para asir a Olgerkhan por un brazo, pero Riordan la detuvo cogiéndola por la muñeca.

-Los dos solos- le susurró, y echó una ojeada por encima del hombro indicándole que mirase a Wingham.

El anciano semiorco tenía aún el mismo gesto adusto, pero asintió con la cabeza en respuesta a la expresión interrogante de Arrayan.

Nublada la mente de Arrayan por la considerable cantidad ingerida del potente licor, no le iba a resultar difícil al poderoso Riordan formular un encantamiento mágico sobre ella mientras paseaban fuera de la taberna. En el tiempo que les llevó alejarse una sola manzana de la plaza, Arrayan empezó a confiar plenamente en el apuesto hombre de Damara.

En esas circunstancias, Riordan no tardó en enterarse de lo que quería saber. Ya había llegado a sus oídos la noticia de la muerte de Mariabronne, y sabía que al explorador no lo había matado el dracolich, sino que lo habían hecho previamente los demonios tenebrosos cuando se encontraba patrullando. Sin embargo, el cadáver de Mariabronne había sido encontrado, extrañamente, en el escenario de la batalla con el dracolich, partido por la mitad.

Riordan ya tenía el cuadro completo, incluyendo el momento en que los tres compañeros ya muertos -Mariabronne, Canthan y Ellery- habían dejado atrás a Arrayan para sumarse a la lucha. Habían sido revividos por alguien o por algo. Canthan había lanzado conjuros en la pelea contra el dracolich, y el reanimado guerrero y explorador se había batido con fiereza.

La magia que había revivido sus cuerpos físicos había sido poderosa, a juicio de Riordan.

Escuchó atentamente cuando Arrayan bajó la voz y admitió la verdad sobre la muerte de Canthan: que el hombre y el enano se habían vuelto contra ella y Olgerkhan, y habían sido detenidos por Entreri y Jarlaxle. Con un débil hilo de voz relató los últimos momentos de la vida de Canthan, cuando la horrible y vampírica daga de Entreri le había arrancado la fuerza vital que le quedaba y se la había transferido a Olgerkhan.

Riordan levantó la cabeza de golpe. Había muchos más entresijos en el asunto de lo que nadie había pensado. ¿Y qué había pasado con Ellery, la sobrina de Gareth, comandante del ejército de la Piedra de Sangre? Ni siquiera Arrayan lo sabía, porque la mujer se había quedado rezagada con respecto al grupo, junto con Jarlaxle, examinando el tomo, y no había vuelto con el misterioso drow a la habitación en la que Entreri había acabado con Canthan.

Así fue como el interrogatorio de Riordan, a pesar de todas las respuestas que había obtenido, no había hecho más que suscitar en él muchas más preguntas todavía más intrigantes.

Se trataba de preguntas a las cuales no encontraría respuesta ni de Arrayan ni de Olgerkhan ni de nadie más en Palishchuk.

Con tanta información que comunicar, acompañó a la mujer de regreso a la taberna y ni siquiera se quedó allí aquella noche, sino que recogió su montura en el establo y cabalgó en la oscuridad galopando sin descanso hacia el sur.

En ese mismo instante, no lejos de allí, hacia el este, Emelyn el Gris, bajo la forma de un pájaro nocturno, tomó el camino contrario. El malhumorado mago no tenía intención de entrar en Palishchuk, por eso rodeó la ciudad en dirección al oeste y luego hacia el nordeste. Encontró el castillo con facilidad y sobrevoló la elevada muralla, recuperando su figura humana cuando se planeó ante la puerta de la torre del homenaje. Se detuvo un momento a considerar la posibilidad de romper la cadena que aseguraba el portón.

-Hmm- murmuró, emitiendo un sonido que repetiría muchas veces a lo largo de esa noche y a la mañana siguiente mientras hacía el recorrido por la estructura zhengyiana.