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El camino a la piedra de sangre

Los compañeros no podrían ser más dispares. El drow, jarlaxle, cabalgaba sobre una alta y esbelta yegua de no menos de quince palmos de alzada. Iba vestido de gala: ropas de seda y una gran capa de vuelo amplio, la cabeza tocada con un enorme sombrero púrpura de ala ancha adornado con la gigantesca pluma de un pájaro diatryma.

Parecía inmune al polvo del camino, porque sus ropas no mostraban ni una sola mancha. Era esbelto y gentil, cabalgaba totalmente erguido, parecía el paradigma de la alta sociedad, un noble de gran categoría y esmerada crianza. Era fácil imaginárselo como príncipe de la sociedad drow, un emisario negro ducho en los usos de la diplomacia.

El enano que viajaba cerca de él, montado sobre un asno, nada menos, no podría haber sido acusado nunca de tales delicadezas. Macizo y tosco, muchos podrían haber confundido a Athrogate con la fuente del polvo del camino. Para obvia irritación del pobre asno, el enano vestía armadura, en parte de cuero y en parte de metal, y cubierta con un sinnúmero de hebillas y cintas de cuero. No se había molestado en echar mano de una silla, sino que se aferraba fuertemente con las piernas al vientre del infortunado animal, que avanzaba con las piernas agarrotadas deparando al enano una marcha irregular ya saltos. Sus armas, un par de manguales grises de cristalacer, destacaban sobre su espalda, balanceándose sus erizadas cabezas con el vaivén de la marcha del asno.

Por supuesto que el abundante cabello de Athrogate no tenía nada que ver con el recién afeitado drow, cuyo rostro brillaba suave y negro bajo el ala del amplio sombrero; y desde luego, en las ocasiones en que Jarlaxle se descubría, asomaba su cabeza totalmente desprovista de pelo, excepto por dos finas y angulosas cejas. Athrogate lucía su melena como un león orgulloso. El abundante pelo negro le crecía libremente en la cabeza en todas direcciones, mezclándose con el muy abundante también de las orejas, y también ahora llevaba trenzada la poblada barba, partida por la mitad como era habitual, y asegurada cada trenza con un nudo rematado por una gema azul.

-Ah, ¿pero acaso no somos nosotros los grandes héroes?- comentó Athrogate a su compañero de viaje.

Delante de ellos cabalgaban Artemis Entreri y Calihye, tras un par de soldados que abrían la marcha. Detrás del drow y del enano avanzaban más soldados, y tras ellos venía un cajón con el cuerpo de la comandante Ellery, la joven y prometedora dama, sobrina del rey Gareth Dragonsbane y oficial del ejército de la Piedra de Sangre. Las gentes del país de la Piedra de Sangre lloraron la pérdida de Ellery. La heroína había muerto en el extraño castillo que había aparecido en las tierras pantanosas de Vaasa, al norte de la ciudad semiorca de Palishchuk.

Jarlaxle estaba contento de que nadie más que Entreri y él supieran la verdad sobre su muerte, que había tenido lugar a manos de Entreri en el curso de una pelea entre Ellery y Jarlaxle.

-Héroes, sin lugar a dudas- respondió finalmente el drow-. Yo te anticipé esta posibilidad cuando te saqué de aquel agujero. Prolongar tu enojo por la desgraciada muerte de Canthan habría sido una actitud más bien estúpida cuando tenemos tanta gloria al alcance de la mano.

-¿Quién dijo que yo estuviera enojado?- preguntó Athrogate ofendido-. Era sólo que no quería comerme el marrón.

- Fue mucho más que eso, mi buen enano.

-¡Buajajá!

-Tus lealtades se rompieron, legítimamente, sin duda -dijo Jarlaxle, y miró de reojo a Athrogate tratando de evaluar la reacción del enano.

Athrogate estaba enzarzado en una lucha a muerte con Entreri cuando intervino Jarlaxle.

Haciendo uso de uno de sus muchos recursos de magia, Jarlaxle había abierto un agujero mágico de un metro de profundidad a los pies del sorprendido enano, en el que había caído Athrogate. Gruñendo y quejándose, el indefenso y atrapado Athrogate se había negado a unirse a ellos y a reconocer lo equivocado de su conducta, hasta que Entreri había echado a su lado, en el hoyo, el cadáver del mago compañero del enano.

-Tú no te puedes jactar de conocer a Knellict como yo lo conozco- dijo Athrogate en un susurro inclinándose hacia adelante.

Nuevamente Jarlaxle se quedó sorprendido por el temblor que percibió en la voz habitualmente firme del enano cuando pronunció el nombre de Knellict, que a la sazón era o bien el primer ayudante de Timoshenko, Abuelo de los Asesinos en la importante cofradía de los asesinos de Damara, o bien- según se rumoreaba- el que se había apropiado de la capa del propio Abuelo.

-Una vez lo vi convertir a un enano en rana, luego a otro en una serpiente hambrienta- siguió diciendo Athrogate, y se volvió a sentar erguido experimentando un escalofrío-. En pleno banquete de la serpiente, los volvió a su estado anterior.

A decir verdad, este nivel de crueldad no sorprendió ni desconcertó a Jarlaxle, tercer hijo de la Casa de Baenre, a quien su propia madre, cuando no era más que un recién nacido, había apuñalado en el pecho en honor a la vil diosa que gobernaba el mundo de los drows. Jarlaxle se había pasado siglos viviendo en Menzoberranzan, en medio de la crueldad y brutalidad sin fin de su malévola raza. Nada de lo que le había dicho Athrogate, nada de lo que pudiera contarle, podría resultar tan explícito como el escalofrío que había recorrido al enano mientras desgranaba su relato.

De todos modos, Jarlaxle tenías muchas sospechas con respecto a Knellict, que era el telón de fondo más negro de una organización levantada en las sombras, la temida Ciudadela de los Asesinos. Jarlaxle sabía por su propia experiencia como jefe de la banda de mercenarios Bregan D'aerthe, que en este tipo de organizaciones el jefe -en el caso de la Ciudadela, presuntamente Timoshenko- desempeñaba un papel más flexible, más político, mientras que sus lugartenientes, como era el caso de Knellict, eran a menudo los salvajes ejecutores que hacían que tanto los secuaces como los enemigos potenciales vislumbrasen una cierta esperanza en las infrecuentes pero no desconocidas sonrisas del jefe.

Por añadidura, Knellict era mago, y Jarlaxle había creído siempre que ese tipo era capaz de las mayores crueldades. Tal vez fuera su inteligencia superior la que lo llevaba a disociarlas de la agonía visceral que provocaban sus actos. Tal vez fuera la arrogancia que suele acompañar a esos grandes intelectos la que le permitía apartarse de la gente corriente, del mismo modo que un hombre corriente podría hacerlo de una cucaracha sin el menor remordimiento. O tal vez fuera porque los magos suelen atacar a distancia. A diferencia de un guerrero, cuyo golpe mortal empapa su brazo con la sangre tibia de su enemigo, un mago lanza un conjuro desde lejos y contempla sus efectos destructores apartado de su inmediatez.

Eran un grupo complicado y peligroso, los lanzaconjuros, distantes y en definitiva crueles. En la banda Bregan D'aerthe, Jarlaxle había ascendido frecuentemente a los magos a lugartenientes o incluso a cargos más altos justamente por estas razones.

Y al enano que iba a su lado, se recordó a sí mismo el drow, no se lo podía tomar a la ligera tampoco.

Porque a pesar de sus joviales y estúpidas bromas, Athrogate no dejaba de ser un enemigo potencialmente peligroso y capaz, el que había puesto a Artemis Entreri pies en polvorosa en su enfrentamiento dentro de la estructura zhengyiana. Athrogate era el instrumento de destrucción más radical que cualquier cofradía de asesinos -o cualquier ejército, a esos efectos- podría haber esperado utilizar. Había conseguido una gran reputación en la Puerta de Vaasa, aportando saco tras saco de orejas de las criaturas cazadas. Ya pesar de ese apasionamiento suyo, de sus bravatas y de su voz ronca, Jarlaxle veía un abismo significativo en la personalidad de Athrogate. Athrogate podía llegar a hacerse amigo de Jarlaxle y de Entreri, pero si le llegaba de arriba la orden de matarlos, probablemente se encogería de hombros y cumpliría la orden. Para él sólo sería una cuestión de negocios, en la misma medida que lo había sido para Entreri todos los años que había servido a los pachás en Calimport.

-¿Se da cuenta tu amigo del honor que le están haciendo?- preguntó Athrogate señalando con la barbilla en dirección a Entreri-. Caballero de la Orden, no es pequeña cosa en las tierras de la Piedra de Sangre en este momento, con Gareth como rey.

-Estoy seguro de que no se da cuenta, ni lo hará- respondió el drow, y lanzó una pequeña carcajada cuando pensó en la obstinación de Entreri. Con excepción de los dos semiorcos, Arrayan y Olgerkhan, que se habían quedado en Palishchuk, los supervivientes de la batalla con Urshula, el dracolich, y los otros secuaces del castillo mágicamente animado estaban entrando aquella mañana en la cárcel de la aldea de la Piedra de Sangre. Incluso Calihye, que no había entrado en el castillo, y Davis Eng, soldado del ejército de la Piedra de Sangre que había sido herido en el camino fuera de la Puerta de Vaasa, iban a ser honrados. Ambos, junto con Athrogate, serían reconocidos como Ciudadanos de Buena Reputación en Damara y Vaasa, un título que les garantizaría descuentos de los comerciantes, alojamiento gratis en cualquier posada y, lo más importante para Athrogate, primeras copas gratis en cualquier taberna. Jarlaxle podía hacerse una idea exacta del enano yendo de taberna en taberna en Heliogabalus, tragando sin descanso montones de esas primeras copas.

Por su parte, reconocido para un papel más importante, Jarlaxle iba a recibir un título de rango algo mayor, el de Héroe de la Piedra de Sangre, que concentraba todos los beneficios de la menos valiosa medalla al tiempo que permitía a Jarlaxle el libre tránsito por el floreciente reino y le aseguraba la garantía de la protección de Gareth dondequiera que la necesitara. Aunque Jarlaxle estaba de acuerdo en que su papel en la victoria había sido de la máxima importancia, en un primer momento se había mostrado un tanto perplejo ame las diferencias en cuanto a los honores, especialmente entre Athrogate y él, toda vez que el enano había luchado valientemente contra el dracolich.

Al principio creyó que se debería al historial público de Athrogate, bastante menos amplio y mucho menos brillante que el suyo, pero después de haber tenido conocimiento de los honores concedidos a Entreri, el que había matado realmente a la bestia, Jarlaxle se había dado cuenta de dónde residía la verdad. Esta gradación de los honores había sido tranquilamente sugerida, susurrada a través de los conductos apropiados y legítimos, por Knellict y la Ciudadela de los Asesinos. Knellict había explicado ya a Jarlaxle que su valor para la cofradía tendría que ver, en un porcentaje nada desdeñable, con su capacidad para llenar el vacío dejado por la desaparecida comandante Ellery, sobrina lejana del rey Gareth, que también estaba vinculada a la Ciudadela.

A Entreri, ese golpe- el de atraer a la bestia para que metiera la cabeza en la trampa que él había colocado en un extremo del túnel fuera de la guarida principal- le había cambiado el mundo. Entreri era el héroe del día, y debido a eso, el rey Gareth iba a concederle el titulo de Caballero Aspirante de la Orden.

Artemis Entreri, caballero en el ejército del rey paladín..., era más de lo que Jarlaxle podía soportar, y rompió a reír a grandes carcajadas.

-¡Buajajá!- coreó Athrogate, pese a no tener ni idea de lo que había provocado la risa del drow, pero aparentemente atraído por esa realidad, el enano cesó en sus carcajadas.

-¿A qué viene esa risa tonta, piel de carbón?- preguntó.

Las nubes bajas hacia el oeste amortiguaban el sol de la media tarde, y la fría brisa acariciaba agradablemente al gran maestre Kane. Estaba sentado con las piernas cruzadas, las manos sobre las rodillas con las palmas vueltas hacia arriba. Mantuvo los ojos cerrados, dejando que su mente se centrara en su interior mientras relajaba conscientemente su cuerpo, usando su respiración rítmica como cadencia para lograr una completa concentración.

Normalmente, nadie podría volar sobre una alfombra mágica con los ojos cerrados, pero Kane, antiguo Gran Maestre de las Flores en el monasterio de la Rosa Amarilla, no se preocupaba por asuntos tan triviales como el modo de conducirla. Con frecuencia, abría los ojos y se acomodaba adecuadamente, pero consideraba que a menos que un dragón estuviese planeando por los cielos del valle de la Piedra de Sangre, estaba convenientemente a salvo.

Su cálculo mental era tan perfecto que abrió los ojos justo en el momento en que la aldea de la Piedra de Sangre se hacía visible allá a lo lejos, por debajo de él. Podía ver todos los grandes edificios, por supuesto, pero no lo impresionaban, ni siquiera el gran palacio de su querido amigo Gareth Dragonsbane.

Nada fabricado por el hombre llegaba a causar impacto alguno sobre Kane, que había conocido los decorados pasillos del monasterio de la Rosa Amarilla, pero el Árbol Blanco...

Tan pronto como el monje lo avistó en el gran jardín sobre las orillas del lago Midai su corazón se llenó de la serenidad y la satisfacción que sólo pueden provenir de la aceptación de uno mismo como parte de algo más grande, de algo eterno. La semilla de ese árbol, el Árbol Gema, la habían recibido Kane y sus compañeros héroes de Bahamut, el dragón de platino, el mayor de codos los wyrm, como tributo por los esfuerzos que habían hecho para derrotar al Rey Brujo ya sus demoníacos socios y para destruir el Cetro de Orcus.

El Árbol Blanco se consideraba un símbolo de aquella victoria, y más aún, servía como custodia mágica que impedía que las criaturas de los planos abismales atravesaran las Tierras de la Piedra de Sangre. Ese árbol demostraba a Kane que sus esfuerzos no habían dado lugar sólo a una victoria temporal, sino a una bendición duradera sobre la tierra que él llamaba su patria.

Cuando lo vio, Kane se movió hacia un lado y echó mano de su bastón, que había sido fabricado con una rama de ese árbol mágico. Suave como la piedra pulida y tan blanca como el día que se había cortado del árbol, pues no podía mancharlo el polvo de ningún camino, el preciado bastón era duro y sólido como el diamante, y en las manos avezadas de Kane podía pulverizar las piedras.

Con el pensamiento, Kane orientó la alfombra mágica hacia el árbol, efectuando un aterrizaje suave sobre el suelo que circundaba el tronco. Permaneció sentado, las piernas cruzadas, las manos sobre los muslos con las palmas hacia arriba, el amado bastón apoyado sobre el regazo, mientras elevaba sus plegarias al árbol y daba gracias a Bahamut, Señor de los Dragones Amables, por su maravilloso regalo.

-¡Bueno, bueno, por las bendiciones de las visiones dobles del dios borracho!- se oyó tronar, arrancando al monje de su meditación.

Se levantó y se dio la vuelta, sin sorprenderse lo más mínimo cuando fray Dugald, casi doscientos kilos de carne humana, se le vino encima a la carrera.

Kane no se movió ni un milímetro al recibir aquella embestida, que habría hecho volar hacia atrás a más de un fornido guerrero.

Dugald ciñó con sus carnosos brazos al monje y le golpeó pesadamente la espalda. Luego apartó a Kane a una corta distancia, o más bien fue Dugald el que retrocedió a una cierta distancia, al tiempo que extendía los brazos, pues el monje permaneció inamovible en su sitio.

-¡Ha pasado demasiado tiempo!- exclamó Dugald-. Amigo mío, te pasas la vida recorriendo estas tierras, o recluido en el monasterio, en el sur, y olvidas a tus amigos de la aldea de la Piedra de Sangre.

-Os llevo conmigo- respondió Kane-. Viajáis en mis plegarias y en mis pensamientos. Nunca me olvido de vosotros.

La pelada y gruesa cabeza de Dugald asentía con entusiasmo, y Kane podía decir por lo exagerado de sus movimientos, y basándose en el olor que despedía, que el fraile había estado consumiendo la sangre de la viña.

Dugald había encontrado un alma gemela dentro de la Orden del dios Ilmate en el estudio y patrocinio de san Dioniso, patrono de esos espíritus, y Dugald era un discípulo muy fiel.

Kane recordó que él mismo había hecho conscientemente los votos de disciplina contra esa potente bebida. No debía juzgar a los demás sobre la base de sus normas personales.

Se apartó de Dugald dando media vuelta para contemplar el árbol, cuyas expandidas ramas quedaban enmarcadas por el tranquilo lago que tenía de fondo. Había crecido bastante en los dos años que hacía que Kane había visitado la aldea de la Piedra de Sangre por última vez, y aunque el árbol sólo tenía la edad de doce años, ya se levantaba más de diez metros del suelo y sus ramas estaban muy extendidas y eran fuertes; ocasionalmente, ofrecía a los héroes esas ramas, que ellos podían convertir en objetos de poder de madera mágica.

-Ha pasado mucho, mucho tiempo desde que te fuiste- recalcó Dugald.

-Es mi camino.

-Está bien, ¿cómo me voy a atrever a discutirlo? -se preguntó el fraile.

Kane se limitó a encogerse de hombros.

-¿Has venido para la ceremonia?

-Sí, para hablar con Gareth.

-¿Qué es lo que sabes?- preguntó Dugald mirándolo con desconfianza.

-Sé que la decisión de colgarle una medalla a un drow es algo realmente inesperado.

-Incluso más de lo que Kane ha dicho- opinó Dugald-. Y ese drow es un individuo raro, incluso para lo que son los de su raza, eso el lo que ellos dicen. ¿Sabes algo de él? Gareth sabe sólo lo que se cuenta de él en la muralla.

-¿Ya pesar de eso le ofrecerá el título de Héroe de la Piedra de Sangre y recompensará a su compañero con el de Caballero de la Orden?

-Caballero Aspirante- lo corrigió Dugald.

-Es una cuestión de tiempo.

Dugald manifestó su acuerdo en este punto con un gesto afirmativo de la cabeza. Nadie que hubiera accedido al título de Caballero Aspirante había tardado más de dos años en convertirse en caballero de pleno derecho, salvo sir Liam de Halfling Downs, que había desaparecido y que presuntamente había sido asesinado camino de su casa después de haber asistido a las ceremonias en su honor.

-¿Tienes alguna razón para pensar que ese drow no es de fiar, amigo mío?- preguntó Dugald.

-Es un elfo oscuro.

Dugald suspiró y puso una mirada pensativa, casi acusadora.

-Sí, tenemos a las hermanas de Eilistraee como prueba- respondió Kane-. Una norma del monasterio de la Rosa Amarilla dice que hay que juzgar a una persona por sus acciones y no por su familia. Pero ése es un drow que acaba de llegar. No conocemos su historia ni hemos oído un solo rumor de que sirva a Eilistraee.

-El general Dannaway de la Puerta de Vaasa está reunido con el rey y con lady Christine en este mismo momento- respondió Dugald-. Habla bien de las proezas de ese Jarlaxle. Aspirante.

-Formidables guerreros.

-Eso parece.

-La habilidad con la espada es el activo menos importante de un Caballero de la Orden- observó Kane.

-Todo caballero puede dilapidar su parte- replicó Dugald.

-Pureza de objetivos, fidelidad a la conciencia y disciplina para atacar o para defender con la mirada puesta en lo que más convenga a la Piedra de Sangre- recitó Kane, citando las ideas básicas del juramento de los Caballeros de la Piedra de Sangre-. Sin la menor duda, el honorable general Dannaway atestiguará las hazañas de ambos aniquilando monstruos al otro lado de la Puerta de Vaasa, pero sabe muy poco del carácter de esos dos individuos.

Dugald miró con curiosidad a su amigo.

-¿Estaré adivinando, entonces, lo que hace Kane?

El monje se encogió de hombros. Antes de su viaje a la aldea de la Piedra de Sangre había hablado con Hobart Bracegirdle, el jefe halfling de la banda de guerreros llamada los Rompepiernas, que había estado dirigiendo sus operaciones desde la Puerta de Vaasa en los últimos días. Hobart le había dado algunas pistas con respecto al misterioso dúo, Jarlaxle y Entreri, pero nada de entidad suficiente para que Kane pudiera sacar alguna conclusión. A decir verdad, el monje no tenía razones para creer que ambos desmereciesen del comportamiento que habían tenido tanto en la Puerta como en la batalla de las afueras de Palishchuk. Sin embargo, también sabía que esas acciones no habían sido definitivas.

-Me temo que la decisión del rey Gareth con respecto a estos recién llegados es precipitada, eso es todo- dijo finalmente.

El fraile asintió para mostrar que estaba de acuerdo en ese punto, luego se dio la vuelta y extendió un brazo hacia el norte, donde se erguía el gran palacio de Gareth y Christine. Después de una década de trabajos aún seguía en construcción. El palacio original, la Casa Tranth, había sido .a residencia del barón de la Piedra de Sangre, a la que se habían agregado sendas alas a ambos lados de la construcción principal. La mayor parte de las intervenciones eran de carácter menor y tenían que ver con pequeños detalles: retoques de acabado, antepechos decorativos, ventanas de vidrio emplomado. Los habitantes de la aldea de la Piedra de Sangre- y, por supuesto, la gente y los artesanos de la región conocida como Tierras de la Piedra de Sangre- querían que el palacio de su rey reflejase sus hechos y su reputación. Con Gareth Dragonsbane eso se convertiría en una empresa nada fácil cuya concreción exigiría a todos los artesanos de la zona años de trabajo.

Los dos se dirigieron juntos a ver a sus amigos. Entraron sin que nadie los detuviera, pasando ante los guardias que se inclinaban con respeto ante los dos hombres de aspecto astroso. Alguien que no conociera la reputación del gran maestre Kane no lo habría sospechado a la vista de aquella figura. Había rebasado la llamada mediana edad, era delgado, incluso flaco, y tenía el cabello y la barba blancos y enmarañados. Vestía andrajos y no llevaba a la vista ninguna joya salvo un par de anillos mágicos. Una tosca y larga cuerda le servía para ajustar el hábito a la cintura, y calzaba gastadas sandalias. Sólo destacaba ligeramente su bastón, blanco como la madera del árbol del que procedía, pero eso sólo no habría sido una pista suficiente para adivinar la verdad de esa criatura de aspecto andrajoso.

Para Kane, el de un sencillo vagabundo había sido el aspecto que le había permitido asestar el golpe fatal y librar a las Tierras de la Piedra de Sangre de la opresión de Zhengyi, el Rey Brujo.

Los guardias lo conocían y se inclinaban a su paso, y cuchicheaban presa de gran excitación con sus compañeros cuando él había pasado.

Cuando la pareja llegó a las decoradas puertas de madera blanca -otro regalo del Árbol Blanco- que daban paso a la sala de audiencias de Gareth, los guardias apostados ante ellas compitieron por abrirlas; entonces ellos descubrieron que otro miembro de su antiguo grupo de aventureros se encontraba en el lugar. Las animadas y siempre entusiastas divagaciones de Celedon Kierney desbordaron la sala tan pronto como las puertas se abrieron.

-Entonces, Gareth ha recurrido a los Juglares Espías- le comentó Kane a Dugald-. Eso está bien.

-¿No fue eso lo que te trajo a ti aquí?- preguntó Dugald, porque Kane, lo mismo que Celedon, formaba parte de la red de inteligencia de la Piedra de Sangre conocida como Juglares Espías en la que el monje servía como agente principal en Vaasa.

Kane negó con la cabeza.

-No hubo una convocatoria formal Creo que eso fue prudente.

Las puertas quedaron abiertas de par en par y los dos compañeros traspasaron el umbral. Todas las conversaciones quedaron en suspenso. En el atractivo rostro del rey Gareth se dibujó una ancha sonrisa; por supuesto que esperaban a Dugald, pero la llegada de Kane era una agradable sorpresa, sin la menor duda.

La hermosa lady Christine también sonrió, aunque con menos entusiasmo que su apasionado esposo, como era habitual.

Celedon mostró a Kane el dorso de la mano derecha con los dedos estirados; el dedo gordo erguido. La mantuvo así por un instante y luego giró la mano de tal modo que con el dedo pulgar se golpeó el corazón, naciendo el saludo de bienvenida de los Juglares Espías.

Kane lo acogió con un movimiento de cabeza y siguió avanzando al lado de Dugald para detenerse ante el estrado sobre el que reposaban los tronos de Gareth y Christine. De inmediato percibió el cansancio en los ojos azules de Gareth. El rey parecía andar por los cuarenta y tantos años. Vestía una túnica negra sin mangas, y los desnudos y musculosos brazos no parecían flojos. En su cabellera predominaba el negro sobre el gris, por más que empezaban a aparecer diminutas puntas blancas. La línea de la mandíbula se mantenía firme y afilada.

Pero sus ojos...

El azul conservaba aún su lozanía, pero Kane se fijó, más que en el brillo, en la creciente pesadez de los párpados de Gareth y en la leve decoloración de la piel en torno a los ojos. El peso de gobernar el país había recaído sobre sus fuertes hombros, y lo desgastaba a pesar de su buena disposición y del amor que le demostraban casi todos en Damara.

Kane sabía que el liderazgo continuado podía hacerle eso a un hombre. A cualquier hombre. Y no había forma de sustraerse a esa carga.

La etiqueta de la corte establecía que el rey fuera el primero en hablar, dando la bienvenida oficialmente a los invitados que acababan de llegar, pero Celedon Kierney se interpuso entre los invitados y los reyes.

-¡Un drow!-exclamó, braceando con desconfianza-. Seguro que es eso lo que trae esta vez al gran maestre Kane..., su sorpresa, o mejor dicho, su asombro, por lo que estás haciendo.

Gareth suspiró y dirigió a Kane una mirada suplicante.

Sin embargo, la atención de Kane se desvió hacia la nariz arrugada del general Dannaway, que lo observaba con disgusto manifiesto. Parad monje, vestido de sucios andrajos, esas expresiones no resultaban extrañas, desde luego, pero tampoco lo preocupaban.

Por el contrario, retribuyó la de aquel hombre con una intensa mirada, tan desconcertante que Dannaway acabó dando un paso hacia atraso

-De... debo ausentarme, majestad- balbuceó Dannaway mientras, hacía repetidas reverencias.

-Por supuesto- respondió Gareth-. Estás disculpado. Dannaway se dirigió en seguida hacia la salida, volviendo a arrugarla nariz cuando pasó cerca del astroso Kane.

Pero Dugald, que lucía una amplia sonrisa, no fue tan generoso. Puso una mano en el codo de Dannaway para detener al hombre y lo hizo volverse, luego susurró a su oído, pero lo suficientemente alto como para que pudiera oírlo todo el mundo:

-Él podría meterte la mano en el pecho, arrancarte el corazón, mantenerlo latiendo ante tu mirada incrédula y luego devolverlo a tu pecho antes de que tu cuerpo se diera cuenta de su falta.

Terminó este discurso con un exagerado guiño, y el desconcertado Dannaway se tambaleó y a punto estuvo de caerse al suelo. Se alejó tan rápidamente que perdió el equilibrio, y de no haber sido porque los guardias de las puertas blancas retrocedieron rápidamente al verlo venir, no cabe duda de que se hubiera estrellado contra ellos con la cabeza por delante.

-Dugald... -lo amonestó lady Christine,

-Oh, tenía que saberlo- respondió el fraile, y lanzó una carcajada, al igual que Celedon; ya ambos se les unieron muy pronto Gareth e incluso Christine, que no pudo evitar una risita. Kane, por su parte, se mostró más bien poco interesado.

En ese momento no eran más que cinco amigos, y cualquier actitud pretenciosa o el más mínimo atisbo de protocolo chocarían con los lazos de sus experiencias compartidas.

-¿Un drow?- preguntó Kane cuando hubieron terminado las bromas.

-Dannaway los pone por las nubes, tanto al drow como a su amigo- respondió Gareth.

-Dannaway ve en todo ello una fuente inagotable de gloria por su trabajo en la muralla- terció Celedon-. Y una especie de descargo por las grandes pérdidas que se produjeron en el viaje que promovió hasta la réplica del castillo Perilous.

-No sería una gran réplica si estos vagabundos pudieron derrotarlo con tanta facilidad- se burló Dugald.

-No conocemos su valor- dijo Kane-. Y os recuerdo que en aquel castillo cayó todo un gran explorador. No conocemos su auténtica naturaleza ni la amplitud de sus poderes. Con ese fin, los Juglares Espías han enviado a Riordan a Palishchuk para que efectúe una investigación más minuciosa.

La mención de Riordan Parnell mereció el asentimiento de todos.

Este bardo, que era uno de los componentes de la banda de los siete que había derrotado a Zhengyi, aún prestaba buenos servicios al país con su inigualable habilidad para sonsacar la verdad a los testigos más reacios.

-Por supuesto que serán necesarias nuevas investigaciones-añadió Kane-. Sugiero que nuestras respuestas se retrasen un poco hasta que concluyan las averiguaciones.

-¿Es que no tienes ni un momento para relajarte, amigo mío?- preguntó Gareth.

-Riordan viajó por requerimiento del duque de Soravia- respondió el monje, haciendo referencia a otro de los siete héroes, Olwen Amigo del Bosque, un auténtico oso con figura humana cuyas risotadas podían hacer temblar en algunas ocasiones las paredes de una taberna.

-Olwen no recibió a tiempo la noticia de la muerte de Mariabronne.

-Su protegido- destacó Dugald, asintiendo con la cabeza-. Mariabronne estudió con él durante muchos años, y últimamente había pasado mucho tiempo aliado de Olwen. -Dejó escapar un suspiro y meneó la cabeza-. Tengo que consolar a Olwen.

-El duque de Soravia no asistirá a la ceremonia de hoy- informó Gareth manifestando su aceptación con un movimiento de cabeza.

-Sin duda cree que sería algo prematuro- intervino Kane.

-Tenemos dignatarios visitantes que desean presenciar el acontecimiento- terció lady Christine-. La baronesa Sylvia de Ostel...

-No podemos dejar de aceptar los parabienes de este grupo- interrumpió Gareth, pero Kane no dejó de mirar a Christine.

-La baronesa de Ostel- repitió el monje-. ¿Cuyo aliado más estrecho es...?

-El barón de Morov -intervino Celedon-. Dimian Ree.

Gareth se acarició la barbilla antes de hablar.

-Ree es un personaje mal visto, lo reconozco. Pero ante todo es barón de Damara. -Celedon intentó interrumpirlo, pero Gareth alzó la mano para detenerlo-. Conozco los rumores acerca de su relación con Timoshenko -prosiguió el rey-. Y no dudo en absoluto de su veracidad, por más que ninguno de nosotros haya encontrado alguna prueba sólida que relacione a Morov con la Ciudadela de los Asesinos. Pero aunque fuera verdad, no puedo ponerme en contra de Dimian Ree en este momento. Heliogabalus es dominio suyo, y ahí está la principal ciudad de Damara, tanto si yo estoy allí como aquí.

Los presentes aceptaron de buen grado el punto de vista de Gareth.

Las baronías hermanas, como a menudo se consideraba a Morov y Ostel, gobernaban la parte central de Damara, y el barón Ree y la baronesa Sylvia contaban con la incuestionable lealtad de más de sesenta mil damaranos, casi la mitad de la población del reino. Gareth era el rey y contaba con la devoción de todos, o eso parecía, pero todos los presentes comprendieron la naturaleza provisional del ascendiente de Gareth. Porque con la unificación de Damara bajo un solo gobernante, él había rebajado el poder de numerosas baronías muy arraigadas. Y el intento de anexionar Vaasa a sus dominios para crear el gran reino de la Piedra de Sangre, estaba poniendo nerviosos a muchos damaranos, que habían identificado a la indomable Vaasa como fuente de frustraciones cuando no de miseria para La vida de todos los ciudadanos.

Gareth y sus amigos sabían bien que se hablaba más fuera de la aldea ele la Piedra de Sangre que dentro de ella, y no todo lo que se decía era a favor del gran reino de la Piedra de Sangre, ni siquiera de la unificación permanente de las baronías que antes eran independientes.

Aunque la baronesa Sylvia y lady Christine habían establecido una especie de amistad en los últimos años, nadie en la habitación tenía un buen concepto del barón Dimian Ree de Morov, al que consideraban como un consumado político al servicio de sus propios intereses. Sin embargo, ninguno de los presentes se atrevía a subestimarlo a la vista de la volatilidad del clima político, y por eso las palabras de Gareth supusieron una piedra en el camino del debate.

-El drow y su amigo se acercan a la aldea de la Piedra de Sangre acompañados por un enano- informó Kane.

-Se llama Athrogate- terció Gareth-. Un tipo de lo más desagradable, pero un gran guerrero, se mire como se mire. En el castillo murió un segundo enano, y recibirá honras póstumas.

-Athrogate es un conocido socio de Timoshenko y de Knellict -insistió Kane-. Como lo era el mago Canthan, que también murió en el castillo.

-Gran maestre Kane, has imaginado toda una conspiración- manifestó Christine.

Kane asimiló el golpe con buen talante y se inclinó ante la reina de la Piedra de Sangre.

-No, mi señora- la corrigió-. Mi deber es servir al trono de Gareth y al propio rey Gareth, y eso es lo que hago. El entramado de una potencial conspiración es apenas visible a plena luz, pero podría ser un engaño del sol, lo sé.

-Siempre que hemos visto un hilo, fuera donde fuese, hemos encontrado una araña- intervino de repente Celedon, en voz más bien alta-. Opino que no es correcto. Aquí hay mucho más de lo que sabemos, y no debemos conceder semejantes honores a un Caballero Aspirante de la Orden hasta que tengamos respuestas a nuestras preguntas que despejen por completo las dudas. Yo no...

Kane levantó la mano para que no siguiera hablando, justo antes de que Gareth tuviera que decirle que se callara.

-Si contamos al drow, su compañero humano y el enano entre nuestros amigos, habremos ganado aliados valiosos- dijo el monje con voz pausada-. Si los contamos como enemigos tendremos que tenerlos vigilados, así de claro. Conocer al enemigo es el mayor activo con que puede contar un guerrero. Si quieres seguir siendo rey, amigo Gareth, y tienes la esperanza de expandirte más allá de las murallas hacia el norte, entonces tienes que conocer a Athrogate y a las criaturas de las sombras que manejan sus hilos.

-¿Y si estos tres, el drow, el enano y el hombre a los que voy a conceder mañana el grado de caballero, estuvieran realmente alineados con la Ciudadela de los Asesinos?- preguntó Gareth, aunque su sonrisa puso de manifiesto que conocía bien la respuesta.

Kane se encogió de hombros como si no tuviera importancia.

-Los recompensaremos y los honraremos, y nunca les permitiremos que accedan libremente a ningún lugar o puesto en el que puedan causarnos daño.

Ante estas seguridades, incluso Celedon se calmó, porque cuando Kane se pronunciaba de ese modo, siempre se cumplía su palabra.

Poco después, Celedon, Dugald y Kane se retiraron, prometiendo volver a última hora de la tarde para asistir a una celebración en honor de los tres.

-Esperas atraer aquí a Olwen con un gran banquete- le dijo Christine a Gareth cuando se quedaron solos; solos salvo por la presencia de los guardias, que se habían convertido hasta tal punto en un complemento de su vida que resultaban totalmente invisibles para la pareja.

-Olwen puede olfatear a un orco a una distancia de cien metros, o al menos eso es lo que se dice- respondió Gareth-. Y también se dice que puede oler una comida a cientos de kilómetros.

-Hay más de cien kilómetros desde Kinbrace- le recordó Christine, refiriéndose a la sede del poder de Soravia, donde vivía Olwen-. Incluso con sus botas encantadas, y con el rugiente estómago obligándole a apurar el paso, Olwen no podría recorrer esa distancia a tiempo para estar presente en tu banquete.

-Estoy pensando que podía ser otro el que disfrutara la reunión de los siete- respondió Gareth con malicia.

Christine puso en blanco los ojos azules, porque sabía a quien se refería su esposo y no la atraía la perspectiva de recibir a Emelyn el Gris. Con sus setenta años cumplidos, era el de mayor edad del grupo que había derrotado a Zhengyi, pero el modo en que Emelyn entendía la «cortesía» con frecuencia ponía a prueba la paciencia de lady Christine. Había sido feliz en aquellos años en que el mago anunció que retornaría al bosque de Warren, a veinte kilómetros al sureste de la aldea de la Piedra de Sangre, y su felicidad fue todavía mayor cuando se hizo evidente que volvería sólo muy de cuando en cuando para hacer una visita.

Gareth abandonó la sala de audiencias y enfiló un pasillo lateral que conducía a sus habitaciones privadas.

Entró en una pequeña antecámara que daba acceso a su dormitorio y se dirigió a un escritorio apoyado contra la pared, cerca de la puerta de la habitación. La trasera del mueble sobresalía por encima de la tapa de la mesa, y estaba tapizada con paño de seda. Gareth desprendió la tela dejando al descubierto un espejo cuyo marco de oro mostraba relieves de runas y símbolos exóticos. Desde un lateral del espejo, el rey desplazó una bola roja de unos quince centímetros colocada sobre una base de oro. La colocó justo delante del espejo y levantó la mano como si fuera a cubrirla.

-¿No hay otra forma de hacerlo?- preguntó Christine a sus espaldas apoyada en el marco de la puerta.

Gareth la miró de reojo e hizo una mueca mientras ella volvía a poner los ojos en blanco. Sabía que lo decía medio en broma, porque Emelyn era, en efecto, toda una prueba, ya decir verdad, Gareth no había sentido en absoluto que el mago anunciase su «retiro» entre los centauros del bosque de Warren.

-Puede que necesitemos los servicios de Emelyn antes de lo que pensamos- respondió Gareth, y apoyó la mano sobre la bola roja y cerró los ojos, evocando mentalmente la imagen de su viejo amigo.

Instantes después miró al espejo, y en lugar de ver su propio reflejo vio una habitación que no era la suya. Estaba llena de frascos de todos los tamaños y de calaveras, libros y baratijas, estatuas grandes y pequeñas y un escritorio enorme y profusamente tallado que parecía tan vivo como el árbol blanco del que procedía la madera con que estaba construido.

Sentado a la mesa y de espaldas a Gareth se veía a un anciano vestido con ropajes satinados de color gris. Su blanca cabellera, larga y revuelta, colgaba casi hasta el escritorio -de hecho, las puntas de algunos mechones indicaban que las había mojado más de una vez en el tintero cuando se inclinaba sobre el pergamino.

-¿Emelyn?- lo llamó Gareth con insistencia-. ¡Emelyn!

El mago se irguió, miró de reojo hacia la derecha y hacia la izquierda; luego se dio la vuelta para mirar a su espalda y centrarse en el espejo gemelo que colgaba de la pared.

-¿Espiando a los no invitados, no es así?- dijo con una voz nasal y rota-. Con la esperanza de captar una imagen de Gabrielle, sin duda alguna -concluyó con una carcajada de satisfacción.

Gareth se limitó a negar con la cabeza y volvió a preguntarse por qué una joven hermosa como Gabrielle había aceptado casarse con aquel viejo majareta.

-¡Ah, ya conozco tu juego!- lo acusó Emelyn, levantando un viejo dedo sarmentoso en dirección a Gareth y esbozando una sonrisa amarillenta y desdentada.

-El que tú perfeccionaste, por supuesto- le respondió Gareth secamente-. Que es la razón por lo que yo cubro mi espejo con un paño.

La sonrisa del mago se borró.

-Tú nunca fuiste muy amigo de compartir, Gareth.

Detrás del rey, lady Christine hizo notar su presencia carraspeando ostensiblemente para aclararse la garganta. Por supuesto, eso sólo consiguió que Emelyn lanzase nuevas carcajadas.

-Te estaba buscando a ti, amigo mío, si bien es cierto que la presencia de lady Gabrielle me complace mucho más-dijo Gareth.

- Está en Heliogabalus, comprando componentes y pociones.

-Pues es una pena, porque tengo una invitación para vosotros.

-¿Para ver cómo se honra a un drow?- respondió Emelyn-. ¡No, gracias!

Gareth aceptó la observación con una inclinación de cabeza. Desde luego, sabía que Emelyn ya tendría noticias de la ceremonia de la mañana. Seguro que la noticia estaba en boca de todos en el valle de la Piedra de Sangre.

-Kane y Celedon acaban de llegar a la aldea de la Piedra de Sangre- lo informó Gareth-. Creo que sería un buen momento para que los viejos amigos comiesen y bebiesen y volvieran a hablar de las aventuras del pasado.

Emelyn inició su respuesta, aparentemente negativa, pero hizo un alto y se mordió el labio inferior. Instantes después, se levantó de la silla y se encaró a Gareth.

-De todos modos, no es mucho lo que puedo hacer hasta que Gabrielle vuelva- acabó diciendo.

De repente el espejo se llenó de humo. Y lo mismo ocurrió con la habitación, y tanto Gareth como Christine profirieron un grito y se quedaron paralizados.

El humo se despejó dejando ver a un Emelyn que no dejaba de toser, manoteando para alejar el humo de la cara.

-Nunca suele... producirse una combustión semejante- explicó Emelyn sin dejar de toser mientras hablaba; finalmente se estiró y alisó la ropa y observó alternativamente las miradas inexpresivas de Gareth y Christine, luego volvió a mirar a Gareth.

-Entonces, ¿cuando comemos?

-Tenía la esperanza de que tal vez pudieras encontrar a Olwen antes de la comida- dijo Gareth.

-¿Olwen?

-El duque de Soravia- aclaró Christine, y Emelyn le lanzó una mirada.

-¿Cómo podríamos encontrarlo?- preguntó Emelyn-. Últimamente nunca está cerca de los seis castillos de Kinbrace. Siempre anda dando vueltas.

-Podríamos mirar- respondió Gareth, y dio un paso lateral levantando el brazo delante del espejo de escudriñamiento.

-¿Será más que una comida?- volvió a preguntar Emelyn.

-¿Has oído los rumores que corren por Vaasa?

-He oído que te propones honrar a un drow, y que será nombrándolo Caballero Aspirante.

-Al norte de Palishchuk apareció una estructura zhengyiana- lo informó Gareth.

-Al parecer son más habituales en los últimos tiempos. Hubo una torre en las afueras de Heliogabalus...

-Mariabronne el Solitario encontró la muerte entre los muros del castillo.

La noticia dejó de piedra a Emelyn.

-Se decía que era una réplica del castillo Perilous- apuntó lady Christine-. Vivo y con gárgolas, y gobernado por un dracolich.

Los ojos de Emelyn, grises como sus ropas, se abrieron de par ante estas revelaciones.

-¿Y ese drow y sus compañeros acabaron con la amenaza?

Gareth asintió.

-Pero la estructura sigue en pie.

-Y quieres que yo vuele al norte para ver si puedo enterarme de algo- razonó Emelyn.

-Eso sería lo prudente.

-¿Y Olwen?- preguntó Emelyn, pero antes de que Gareth o Christine pudieran responder, el viejo mago carraspeó y levantó la mano-. ¡Ah, Mariabronne!- se contestó así mismo-. No había tenido en cuenta el cariño que Olwen sentía por él.

-¿Lo buscamos?- le ofreció Gareth a Emelyn, y volvió a señalar al espejo.

Emelyn asintió y avanzó un paso.

Nadie en Faerun superaba a Christine Dragonsbane a la hora de preparar un banquete. Era hija del barón Tranth, antiguo gobernante de la región conocida como Valle de la Piedra de Sangre, donde estaba situada la aldea de la Piedra de Sangre. Habiendo crecido en la época de Zhengyi, en la noble Casa que controlaba el único paso entre Vaasa y Damara, Christine había sido testigo de las sucesivas fiestas organizadas para los dignatarios que los visitaban, tanto de los ducados y baronías de Damara como de la corte de Zhengyi. En los años previos a la guerra sin cuartel, gran parte de la labor de zapa que había atraído a Damara a una posición vulnerable para los designios imperialistas de Zhengyi se había realizado justamente en la aldea de la Piedra de Sangre, en torno a la mesa del barón Tranth.

La comida planeada para esa noche no tenía, ni mucho menos, semejante potencial de intriga. Se trataba de los amigos de Gareth, honrados y fieles compañeros que habían luchado codo con codo con él en la desesperada guerra contra el Rey Brujo. Riordan Parnell no estaría presente porque se encontraba en Palishchuk, lo cual complicaba un poco las cosas a Christine, De haber estado presente Riordan, un bardo extraordinario, estaría solucionado en gran parte el entretenimiento de la velada, y el entretenimiento era fundamental a juicio de Gareth, tal como se lo había comunicado a su esposa.

-Ésta es una comida para solidarizarnos y ponernos de acuerdo en los procedimientos que vamos a adoptar- le confió a Christine poco después de que Emelyn hubiera volado mágicamente a Soravia-. Pero el principal objetivo es reconfortar a Olwen, que acaba de perder a un hijo.

-Y nosotros hemos perdido a una sobrina- recordó Christine. Gareth asintió, pero ninguno de ellos estaba realmente destrozado por la muerte de la comandante Ellery. Era un familiar, pero lejano, al que ni Gareth ni Christine habían conocido lo suficiente. Gareth la había visto sólo algunas veces y no había hablado con ella más que en una ocasión, con motivo de su incorporación al ejército de la Piedra de Sangre.

-Esta noche es por Olwen- asintió Christine, y abandonó la habitación.

Sin embargo, poco después, ambos se dieron cuenta de que estaban equivocados. Emelyn el Gris volvió de Soravia, apareciendo en la sala de audiencias de Gareth en medio de una nube de humo. Tosiendo y manoteando, más por el fastidio que por la esperanza de poder dispersar la nube, Emelyn se mantuvo en el mismo lugar negando con la cabeza.

-Olwen no está en su castillo- empezó diciendo el anciano mago-. Tampoco está en la ciudad, ni en Kinnery, ni en Steppenhall. Se ausentó tan pronto como la noticia de la muerte de Mariabronne llegó a Kinbrace, acompañado de un buen número de sus guardabosques. Quién sabe que tonterías estarán cometiendo.

-¿Guardabosques?- preguntó Gareth.

-¿Druidas, entonces?- rectificó Emelyn-. ¿Cómo puedo describir con exactitud a los hombres que bailan alrededor de los árboles y ofrecen plegarias de gratitud a las criaturas bellas y benévolas justo antes de matarlas y justo después de hacerlo?

-Guardabosques me vale- aceptó el rey, y Emelyn asintió con su arrugada y anciana cabeza.

-¿Tienes alguna idea de adónde fueron?- le preguntó Gareth.

-A alguna parte del nordeste, a algún bosque que consideren sagrado, sin la menor duda.

-¿A un funeral?

Emelyn se encogió de hombros.

-¿Y no hay modo de encontrarlo?- insistió Gareth.

La mirada de Emelyn se tornó menos complaciente y su expresión manifestaba a Gareth de manera aseverativa que si hubiera podido encontrar al hombre, Olwen estaría de pie ante él.

-Olwen ha sido un aventurero casi toda su vida- recordó Emelyn-. Ha conocido las pérdidas tan a menudo como las victorias y ha enterrado a muchos amigos.

-Como nos ha pasado a todos.

-Va a superar su dolor- siguió al mago-. Tal vez sea mejor que no se encuentre aquí por la mañana cuando tú honres a los que sobrevivieron en la expedición a la estructura zhengyiana. Olwen tendría preguntas muy comprometidas que hacerles, no me cabe duda, especialmente al drow.

-Todos tenemos preguntas, amigo mío- se apresuró a decir Gareth. Emelyn lo miró con indisimulada sospecha, y Gareth no pudo sostener la mirada de su viejo y perspicaz compañero.

-¿Cómo podría ser de otro modo?- continuó el rey-. Una expedición de la que no sabíamos nada marcha hacia el norte en nuestro nombre, y ahora nos encontramos con una inesperada banda de victoriosos supervivientes. Además, tenemos una estructura de origen desconocido...

Emelyn levantó la mano para detener a su amigo.

-Detesto Palishchuk- dejó bien claro.

La sonrisa de Gareth se ensanchó.

-No puedo confiar esta importantísima investigación a nadie más. Riordan ya está allí, haciendo lo que mejor sabe hacer, interrogando a la gente sin que se dé cuenta, pero no tiene una comprensión práctica de una creación mágica como ésa.

-Tampoco me cae muy bien Riordan- gruñó Emelyn, y Gareth no pudo evitar una risa sofocada-. Pero él es un bardo, ¿no es así? ¿Acaso la especialidad de los bardos no es la de determinar los orígenes y la historia de los lugares y de sus conjuros?

-Emelyn- lo interrumpió Gareth.

El anciano mago se ofendió.

-Palishchuk. ¡Oh, joya de las joyas! Rodeada de semiorcos y de su incomparable inteligencia y sabiduría.

-Uno de los héroes que derrotaron a los guardianes del castillo era una maga semiorca -lo informó Gareth, y eso pareció picar la curiosidad de Emelyn por un momento. Por un instante.

-Y yo conozco un enano que baila con donaire- replicó con sarcasmo-. Para ser un enano. Lo cual significa que los médicos de la zona sólo tienen que arreglar unos cuantos dedos rotos entre los espectadores después de cada actuación. ¿Podría ser más prometedor un mago semiorco?

-Cuando los supervivientes volvieron a la Puerta de Vaasa informaron de que Wingham estaba en Palishchuk.

Como resultaba obvio, eso interesó a Emelyn.

-Ya es suficiente, mi señor- se rindió-. Quieres que vaya e iré, pero no será un viaje tan breve como mi visita a Soravia, una región que conozco bien y a la que me puedo teletransportar, ida y vuelta, rápidamente. Calcula que me llevará unos diez días, y eso sólo si los enigmas que presente la estructura no son demasiado intrincados. ¿Debo partir en seguida o puedo participar del banquete que me has prometido para atraerme hasta aquí?

-Come, y come bien- respondió Gareth sonriendo, luego hizo un alto y su gesto se volvió más serio-. Confío en que tu magia sea lo suficientemente poderosa como para elevarte y transportarte cuando tu barriga esté llena.

-Si no fueras el rey, te haría una demostración.

-Ah, pero si yo no fuera el rey, probablemente Zhengyi no lo habría permitido.

Emelyn se limitó a negar con la cabeza y abandonó la sala camino de las habitaciones de huéspedes donde podría asearse y prepararse para sentarse a la mesa de Christine.

Fue una noche de brindis por los viejos amigos y por los viejos tiempos. Los cinco compañeros de aventuras levantaron sus vasos en honor a Olwen, sobre todo, y en honor a Mariabronne, que había mantenido su promesa. Reiteraron su objetivo de unificar las Tierras de la Piedra de Sangre, Damara y Vaasa, en un solo reino, y en borrar del mapa cualquier rastro del tirano Zhengyi.

Hablaron de la ceremonia del día siguiente, compartiendo lo poco que sabían del hombre al que se le iba a conceder la dignidad de caballero y de su extraño compañero de piel oscura. Celedon Kierney prometió que muy pronto sabrían más cosas de la pareja, y fue una promesa que mereció el asentimiento de Kane. En aquella mesa no había desacuerdo entre los amigos que habían luchado hombro con hombro durante más de una década. Examinaron los desafíos que tenían ante sí, los problemas potenciales y el misterio de los recién llegados; además, establecieron de una manera metódica sus planes.

A la mañana siguiente, después de la bendición colectiva impartida por fray Dugald, Emelyn partió hacia Palishchuk y Celedon lo hizo hacia Heliogabalus. Celedon pidió a Kane que lo acompañara, o que volara a su lado parte de camino sobre la alfombra mágica, pero Kane declinó el ofrecimiento. Quería ser testigo de los acontecimientos del día.

Y de ese modo, mientras el rey Gareth y la reina Christine se preparaban para la ceremonia, sabían que estarían arropados por amigos poderosos.