¿La vida sigue igual?
En realidad no era lo que se puede llamar una puerta, sino sólo unos cuantos tablones uno aliado del otro atados con una vieja cuerda, ropas viejas e incluso un par de enredaderas. De modo que cuando el enfurecido enano cargó decididamente contra ella, haciendo reventar los elementos que la componían, la madera, la cuerda y las enredaderas saltaron por los aires en la pequeña cueva, mezclados con jirones de tela.
Ni la furia desatada de los Nueve Infiernos habría provocado más tumulto y caos en los momentos que siguieron. El enano, con la fosca cabellera agitándose libremente en el aire, la abundante y negra barba partida en dos largas trenzas que se balanceaban sobre el pecho y los hombros, arremetió contra los pobres goblins manejando su par de manguales con morral precisión.
El enano viró hacia el grupo más numeroso, formado por cuatro goblins. Se coló en medio de ellos sin hacer caso de las rudimentarias armas que blandían, traspasando su defensa, dando patadas y puñetazos y haciéndolo todo pedazos con sus devastadores manguales cuyas erizadas bolas de metal azotaban el aire sujetas a los extremos de sendas cadenas de extrema dureza. Alcanzó a un goblin en pleno pecho, y atravesando sus pulmones lo arrastró por el aire por espacio de un metro. Luego giró y se agachó para evitar una lanza que no era otra cosa que un palo aguzado, y con una voltereta, el enano movió el brazo hacia arriba y lo proyectó hacia un lado enganchando el brazo del goblin y apartándolo de su camino. El enano se plantó delante del goblin, y haciendo girar sus armas por encima de la cabeza le destrozó el hombro y el cráneo, lo cual remató con un puntapié directo al mentón de la criatura que le dejó destrozada la mandíbula, aunque ya estaba tan sobradamente muerto que ni siquiera gritó al caer de bruces sobre la piedra.
Las trenzas del enano restallaron como látigos cuando de un saleo se volvió para enfrentarse a los dos goblins restantes. Los desdichados no podían igualar su ferocidad y ni siquiera parecían comprenderla, lo que los hizo vacilar un instante.
Eso era más de lo que necesitaba el enano, que se abalanzó sobre ellos y atacó a uno con cada brazo. El primer golpe dio de lleno en uno de los goblins, el otro alcanzó al segundo de refilón, pero a pesar de ello cayó por el peso de la embestida, y el enano pasó arrollador sobre él, aplastándolo bajo una avalancha de patadas y golpes.
Como un vendaval se lanzó hacia la puerta, saltando al tiempo que se volvía y remataba la maniobra con un doble balanceo que alcanzó a un goblin en la espalda cuando trataba de retirarse por la puerta hacia la ladera de la montaña. La verdad es que atravesó la puerta, y mucho más rápido de lo que hubiera creído posible de haber estado pensando en semejantes cosas.
No obstante, cayó de espaldas, y como ya tenía roto el espinazo, se desplomó sobre el suelo de tierra y piedra sin sentir nada.
El enano aterrizó delante de la puerta, con las piernas abiertas y firmemente asentado. Se agachó, adoptando una postura defensiva, una salvaje expresión en los ojos, balanceando las trenzas y con las armas a ambos lados del cuerpo casi rozando el suelo.
Había al menos diez criaturas en la cueva, estaba seguro, pero después de haber dejado fuera de combate a cinco, sólo quedaban dos haciéndole frente.
Bueno, en realidad sólo era uno el que se le enfrentaba, porque el otro salió disparado hacia una segunda puerta situada al fondo de la cueva, más robusta que la anterior ya que estaba hecha de madera dura y un cerco de hierro.
El segundo goblin retrocedió en dirección a su compañero sin atreverse a apartar la vista del furioso intruso.
-Ah, de modo que tenéis una habitación más segura -dijo el enano al tiempo que avanzaba un paso hacia ellos.
El goblin retrocedió, y de entre sus dientes, que no dejaban de castañetear, se escaparon unos patéticos murmullos apenas audibles. El otro lo aporreó con furia.
-Vamos, atrévete- lo incitó el enano-. Coge una estaca y pelea. ¡Estás perdiendo la ocasión de divertirte!
Entonces se dio cuenta de que el goblin se erguía ligeramente, y el enano tenía la experiencia de numerosas batallas como para percibir la intención. Se dio la vuelta en redondo lanzando un ambicioso revés que estuvo a punto de alcanzar al debilitado goblin, que se deslizó a lo largo de la recia puerta que tenía a su espalda. Pero no se trataba de golpear a la criatura, por supuesto, sino de distraerla.
Y eso fue lo que pasó, y cuando el enano avanzó y se disponía a lanzar su segundo golpe, se encontró con una brecha. La cara del goblin se partió bajo el peso de un mangual, y la criatura habría volado lejos de no haberla parado la jamba de la puerta.
Cuando el enano se dio la vuelta, ambos goblins estaban aporreando la inquebrantable puerta con desesperación.
El enano suspiró y se relajó, negando con la cabeza con desmayo.
Atravesó la habitación y aplastó, uno tras otro, los cráneos de las criaturas.
Sostenía sus manguales en una mano y con la otra aferró por la nuca a uno de los goblins derribados. Con la fuerza de un gigante, levantó al goblin en vilo lanzándolo con toda facilidad a unos tres metros contra una pared lateral. El siguiente tuvo un vuelo semejante.
El enano se ajustó el cinturón, una gruesa cinta de cuero encantada que le confería aquella fuerza extraordinaria, superior incluso a la de su poderoso cuerpo.
-Buen trabajo- exclamó, admirando la artesanía del portón.
Ese tipo de puerta no era propio de los goblins; es probable que las criaturas la hubieran robado de las ruinas de algún castillo o algo así, en los pantanos de Vaasa. Sin embargo, tenía que reconocerles el mérito de haber sido capaces de adaptarla a la pared con tanta precisión.
El enano golpeó el porrón y llamó a los ocupantes en lengua goblin, que él hablaba con fluidez.
-Ah, de la casa, mamones de cabeza plana. No querréis que os estropee una puerta tan buena como ésta, ¿verdad? Así que ya podéis ir abriendo y facilitándome las cosas. Hasta podría dejaros con vida, pero me parece que me llevaré vuestras orejas.
Aplicó el oído a la puerta y escuchó un leve gemido, seguido por un ¡Chisss! más alto.
Se encogió de hombros y volvió a golpear la puerta.
-Vamos, es vuestra última oportunidad.
Mientras hablaba, dio un paso atrás y cerró los dedos sobre las empuñaduras recubiertas de cuero de los manguales, dispuesto a liberar su magia. De los pinchos de cada bola brotó un líquido, claro y aceitoso el de la mano derecha, y rojizo y pastoso el de la otra. Examinó la puerta e identificó la cruz central de las bandas de metal como el punto estructural más importante.
Contó hasta tres, porque consideró que tenía que dar a los goblins una última oportunidad, luego, con un vigoroso movimiento de vaivén, lanzó uno de los manguales dando exactamente en el cruce de las dos bandas de hierro. El enano seguía saltando y dando vueltas para imprimir impulso al arma de su mano derecha, aunque golpeó la puerta un par de veces con la de la izquierda, haciendo mella en la madera y el metal y dejando adherido a ellos aquel residuo rojizo.
Era el icor de un monstruo de la herrumbre, una criatura infernal que obligaba a todos los caballeros a sacar brillo a las armaduras húmedas. En cuestión de instantes, las sólidas barras de hierro empezaron a tomar el color del líquido, oxidándose en profundidad.
Cuando estuvo seguro de que la solidez de las mismas estaba minada, el enano dio el mayor salto de todos, girando al mismo tiempo para reunir todo su peso y su fortaleza antes de descargar finalmente el mangual de la mano derecha en el punto exacto de la corrosión. Probablemente su gran fuerza y su impecable forma física habrían roto la puerta de todos modos, pero no quedó ni la menor duda cuando el líquido de la segunda bola, conocido como aceite de impacto, estalló en el momento del contacto.
Partidos en dos tanto el portón como la tranca de hierro que lo aseguraba desde dentro, la puerta quedó franqueada, la mitad del portón colgando a la derecha del enano, apenas sostenido aún por una bisagra, mientras que la parte izquierda estaba caída en el suelo.
Al otro lado había un trío de goblins que vestían armaduras robadas y mal ajustadas -uno de ellos incluso se había atrevido a colocarse un yelmo de metal abierto por delante- y portaban diferentes armas: una espada corta, un espadón y un hacha de guerra. Eso podría haber detenido por un momento a los aventureros más jóvenes, sin duda alguna, pero el enano, Athrogate, había pasado cuatro siglos peleando en peores condiciones, y una rápida ojeada le permitió darse cuenta de que ninguno de los tres había manejado jamás las armas que blandían.
-Bueno, si accedéis a darme vuestras orejas, dejaré que os marchéis- dijo el enano en goblin con un acento muy marcado-. Me da igual la falta de respeto de un orco cabeza plana, y no me importa si vivís o morís, pero seguro que me llevaré vuestras orejas. -Cuando terminó, sacó un cuchillo pequeño y lo tiró al suelo a los pies del trío-. Vosotros me dais vuestras orejas izquierdas y me devolvéis el cuchillo, y yo os dejo seguir vuestro camino. Que no me las dais, entonces las arrancaré de vuestros cadáveres. Es vuestra elección.
El goblin situado a la derecha del enano levantó su espadón, lanzó un aullido y cargó.
Ésa era exactamente la respuesta que esperaba el enano.
Artemis Entreri se estaba desnudando detrás de un biombo cuando oyó que el enano entraba por la puerta.
Nunca había sido un admirador de Athrogate, y nunca le había tenido mucha confianza, pero el asesino estaba encantado de tener la oportunidad de escuchar sin ser visto.
-Ah, estás aquí, elfa esmirriada pretendiente a mi trono- vociferó mientras avanzaba por la habitación de Calihye.
La mujer lo miró de reojo, como si no fuera con ella, y según pudo comprobar Entreri, gran parte de aquella confianza se debía a que él se encontraba a una considerable distancia.
-Entonces estás pensando que tienes derechos aquí, ¿no es eso?
-¿De qué estás hablando?
-Lady Calihye, encabezando la clasificación -respondió Athrogate, y Calihye y Entreri asintieron.
En la Puerta de Vaasa se estaba celebrando una competición entre los muchos aventureros que arremetían abiertamente unos contra otros. Se había puesto un precio a las orejas de los distintos monstruos que deambulaban por las llanuras baldías, y para añadirle atractivo al acontecimiento, Los jefes de la puerta habían colgado un tablero en el que se establecía la clasificación de los cazarrecompensas. Casi desde el principio, el nombre de Athrogate había encabezado la lista, pero esta posición la había perdido hacía pocos meses, cuando Calihye reclamó el título; su compañera de armas, Parissus, estaba sólo unas pocas muertes por detrás del enano.
-¿Piensas que me importa?- preguntó el enano.
-Más que a mí, como es obvio- respondió la semielfa.
Detrás del biombo, Entreri volvió a asentir, complacido por la respuesta de la guerrera que tan cara era para él.
Athrogate carraspeó, resopló y emitió un gruñido.
-¡Pues bien, no vas a seguir ocupando ese puesto!
Entreri prestaba mucha atención a los altibajos de la conversación. ¿Estaba el enano amenazando a Calihye?
Las manos del asesino se dirigieron instintivamente a su arma, y se arriesgó a cambiar de posición detrás del biombo con el fin de poder abarcar con la mirada el borde más cercano a la puerta, el ángulo de ataque que le permitiría situarse en el flanco del fornido enano, llegado el caso.
Se tranquilizó cuando Athrogate alargó una mano en la que sostenía una bolsita llena a reventar, y Entreri supo en seguida lo que había en ella.
-Me volverás a ver en el primer puesto, semielfa- se jactó Athrogate sacudiendo la bolsita-. Catorce goblins, un par de orcos estúpidos y un ogro para completar la bolsa.
Calihye se encogió de hombros como si no le preocupase.
-Mejor te dedicas a cazar en invierno, si tienes algo de lo que tiene un enano- siguió Athrogate-. Yo me iré al sur a beber entre las nieves, de modo que si te acompaña la suerte, podrías volver al primer puesto, pero sólo será por unos días, hasta que empiece el deshielo.
En ese punto, Athrogate se detuvo, y entre su poblada y negra barba se abrió paso una sonrisa irónica.
-Claro que ya no tendrás compañera de caza, ¿o sí? ¡A menos que convenzas a la serpiente de que vaya contigo, y no creo que esté muy dispuesta a buscar pistas en la nieve!
Entreri estaba demasiado distraído como para que pudiera ofenderlo la última observación, aunque fuera sincera, porque no le había pasado desapercibida la mueca de Calihye cuando Athrogate había hecho referencia a Parissus. Él sabía que la herida estaba aún abierta. Calihye y Parissus habían luchado codo con codo durante años, y ahora Parissus estaba muerta, asesinada en el camino de Palishchuk después de caer de la carreta que conducía Entreri huyendo de una horda de monstruos alados con aspecto de serpiente.
-Tengo pocas ganas de salir a cazar goblins, buen enano- le respondió Calihye con tono tranquilo, si bien Entreri notó que lo había hecho con esfuerzo.
El enano resopló.
-Haz lo que gustes- dijo finalmente-. No estoy para ayudas, porque recibiré mi título en primavera, de ti o de algún otro que esté pensando que es mejor que yo. ¡No te quepa la menor duda!
-Ni lo dudo ni me preocupa- replicó Calihye devolviéndole en parte la fanfarronada.
Desde luego, parecía difícil que Athrogate tuviera respuesta para aquello, y se limitó a asentir con la cabeza al tiempo que emitía un sonido indescifrable, pero no dejó de sacudir la bolsa de las orejas ante los ojos de Calihye antes de decir:
-Está bien.-Tras lo cual se dirigió a la puerta.
Entreri ni se enteró de la salida del enano, tan concentrado estaba en Calihye, que mantuvo la compostura a pesar de que sin duda sentía sobre los delicados hombros el peso de las observaciones del enano.