Reflexionar sobre uno mismo tiene sentido, en primer lugar para aclararse y para encontrar respuestas sinceras. La reflexión es la forma de desechar las mentiras en que nos envolvemos y de afrontar la verdad, por doloroso que pueda resultar el reconocimiento de los propios errores. Buscamos la coherencia en nuestro interior, por eso cuando nos enfrentamos a la incoherencia tratamos de negarla.

La negativa no tiene cabida en la reflexión sobre uno mismo, y por lo tanto, a cada uno le corresponde admitir sus errores, aceptarlos y avanzar a continuación en una dirección más positiva.

Podemos engañarnos por todo tipo de razones. En la mayoría de los casos por una cuestión de ego, por supuesto, pero a veces, y ahora lo entiendo, porque tenemos miedo.

Porque a veces la esperanza nos da miedo, ya que alimenta expectativas que pueden dar lugar a la decepción.

Por eso, despojado de la muralla protectora -o al menos consciente de ella y decidido a traspasarla- me asaltan una vez más las preguntas: ¿Por qué me siento unido a este hombre, Artemis Entreri, que ha traicionado prácticamente todo aquello que yo he llegado a apreciar? ¿Por qué pienso en él siquiera? ¿Por qué no lo maté cuando se me presento la ocasión? ¿Qué fue lo que detuvo el golpe de una cimitarra?

A menudo me he preguntado, incluso recientemente, y lo sigo haciendo ahora que me planteo esta nueva dirección, si Artemis Entreri no será quien yo mismo podría haber sido de no haber escapado de Menzoberranzan. ¿Acaso mi ira creciente me habría llevado por el camino que él escogió, el del asesino desapasionado? Me parece que habría sido una posibilidad lógica perderme en las exigencias del perfeccionismo y refugiarme en la banalidad de una vida exenta de pasión. Tal vez la falta de pasión sea una falta de introspección, y precisamente es la naturaleza de la autoevaluación lo que habría destruido totalmente mi alma de haber permanecido en la ciudad en la que nací.

Sólo ahora, en estos días en que al fin me he liberado del peso de la culpa que durante tanto tiempo llevé sobre los hombros, puedo decir sin vacilación que no, que de haber permanecido en Menzoberranzan no me habría convertido en la imagen de Artemis Entreri. Supongo que me habría parecido más a Zaknafein, volcando mi ira más hacia afuera que hacia adentro, utilizando la furia como armadura en lugar de cubrirme con los temores de lo que hay dentro de mi corazón. La de Zaknafein no me parece una existencia deseable, y estoy seguro de que no habría sobrevivido en ella, pero tampoco es el estilo de Entreri.

De modo que, dejadas a un lado las preocupaciones, nosotros, Entreri y yo, no nos parecemos en el sentido que temía. Y sin embargo, todavía pienso en él, y lo hago a menudo. Y lo hago, ahora lo sé, porque sospecho que realmente tenemos algunas cosas en común, y no son mis temores, sino mis esperanzas.

La realidad es algo curioso. La verdad no es tan sólida y universal como nos gustaría a todos nosotros; el egoísmo guía nuestra percepción, y la percepción nos invita a la justificación. Cuando no nos gusta la imagen física que nos devuelve el espejo, podemos modificarla con sólo pasarnos los dedos por el pelo.

Del mismo modo podemos manipular nuestra propia realidad. Podemos persuadir, incluso engañar. Podemos hacer que los demás nos vean de una manera poco sincera. Podemos disfrazar el egoísmo con la caridad, transformar el ansia de aceptación en magnanimidad, y ampliar nuestra sonrisa para obligar a un amante que vacila. El mundo es ilusión, y a menudo desilusión, del mismo modo que los ganadores escriben la historia y los niños muertos silenciosamente bajo la planta de un ejército triunfante jamás existieron realmente. El análisis final convierte al magnate desaprensivo en filántropo por el hecho de desprenderse de aquello a lo que no puede dar uso. El rey que envía a los hombres y mujeres jóvenes a la muerte queda reivindicado por el beso de un infante. Todos los problemas se convierten en un problema de percepción para quienes interpretan que la realidad en verdad es lo que uno quiere que sea.

Así es el mundo, pero también puede ser de otras maneras. No es el estilo del rey auténticamente bueno, de Gareth Dragonsbane, que gobierna en Damara, de lady Alustriel de Luna Plateada, o de Bruenor Battlehammer de Mithril Hall. Ellos no enmascaran la realidad para modificar la percepción, sino que están decididos a mejorar la realidad, a seguir una visión, a confiar en que su camino es el verdadero y, por consiguiente, que la percepción que los demás tienen de ellos será justa y bondadosa.

Mucho más difícil de alterar que la imagen física es aquella que aparece en el espejo de la introspección, la pureza o la podredumbre del corazón y del alma.

Es triste, pero a muchos esto los tiene sin cuidado porque la ilusión de sus vidas se convierte en autoengaño, en una farsa que se nutre del aplauso y que considera que una miseria de caridad es suficiente para purificar el alma. Me asombra que tantos conquistadores que masacraron a decenas de millares no fueran capaces de oír los gritos de desesperación por debajo del aplauso de aquellos que piensan que las guerras pueden transformar el mundo en un lugar mejor. Me pregunto si muchos ladrones no oyen los lamentos de las víctimas y voluntariamente se ciegan a la miseria desencadenada por sus tropelías cubriéndola con el manto de las injusticias de que ellos mismos han sido objeto.

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Hay quienes no son capaces de ver las máculas en su alma. Tal vez algunos carezcan de la capacidad para mirarse en el espejo de la introspección y otros modifiquen la realidad tanto exterior como interior.

Precisamente la tristeza de Artemis Entreri es lo que me ha llevado a albergar esperanzas. No le falta pasión sino que trata de evitarla. Se convierte en un instrumento, en un arma, pues de lo contrario tiene que ser humano. Conoce el espejo demasiado bien, ahora lo veo con toda claridad, y no es capaz de convencerse de salvar la mácula evidente. Las justificaciones que encuentra para sus actos suenan huecas, sobre todo para él.

Solo ahí, en ese punto, se encuentra el camino de la redención para todos nosotros. Solo si miramos con sinceridad la imagen que nos devuelve el espejo podemos modificar la realidad de quiénes somos. Solo si vemos las cicatrices, las máculas y la podredumbre podemos empezar a curarnos.

Si pienso en Artemis Entreri es porque ésa es mi esperanza para él. Es una esperanza fugaz y distante, sin duda, y puede que al final se reduzca a mi propia necesidad egoísta de creer que existen la redención y la posibilidad de cambio. ¿Para Entreri? De ser así la habría para cualquiera.

¿Para Menzoberranzan?

DRIZZT DO'URDEN