CAPÍTULO V
LOS MAESTROS, EDUCADORES Y PROFESIONALES DE LA SALUD

Nadie puede cambiar su naturaleza, pero todos pueden mejorarla.

E. VON FEUCHTERSLEBEN

Si usted es padre o madre, le interesa leer este capítulo porque puede aprender a entender ciertas actuaciones de estos profesionales, quienes le darán orientaciones sobre cómo mejorar su actuación para con su hijo. Evidentemente, si usted es profesional de la salud, maestro o educador, le interesa leer este capítulo por todo aquello que pueda aportar a la mejora de su práctica profesional.

LOS PROFESIONALES DE LA SALUD

Lo importante es lo que aún podemos aprender de lo que ya creemos saber.

SALES

Ellos son los primeros que intervienen en nuestros hijos, antes que los educadores, por eso les priorizamos en este capítulo. En España, de momento[67], la educación obligatoria no empieza hasta los 6 años, así que los profesionales de la salud (neonatólogos, matronas, pediatras…) tienen un papel muy importante en el correcto desarrollo del menor y en las orientaciones que a tal fin puedan hacer a sus padres.

La importancia viene derivada de dos actuaciones:

Responsables de la salud del menor

Nuestro país tiene excelentes profesionales y nuestro sistema de seguridad social universal es la envidia de muchos países. Aun con todo eso, hay profesionales que se mantienen al día y otros que siguen con los mismos conocimientos y actitudes que cuando terminaron sus estudios. Es a este grupo de profesionales a quien va dirigido este apartado. Debemos hacer serias reflexiones sobre algunos aspectos clave a la salud infantil[68] y que no se tienen en cuenta:

No debe separarse a la madre del bebé recién nacido. Son numerosos los estudios que hablan de las ventajas de la no separación[69]. A pesar de ello, en muchos hospitales se sigue separando al recién nacido de su madre con las escusas más simples (hay que mirarle, hay que pesarle), cuando muchas de esas exploraciones pueden hacerse encima de la madre o a su lado.

Para garantizar este aspecto, Unicef recomienda, entre otras cosas, fomentar el alojamiento conjunto de madres e hijos durante las veinticuatro horas. Todo eso va a repercutir en el vínculo que se establezca y en los lazos afectivos, en la lactancia y va a evitar un sinfín de alteraciones en el menor. Como profesionales de la salud, deberíamos velar para que las separaciones no se dieran, y dar información veraz y contrastada a las personas que siguen aplicando estas medidas para que mejoren su ejercicio profesional.

La lactancia materna es a demanda[70]. Y demanda quiere decir cada vez que lo pida el bebé y durante el tiempo que quiera. Cualquier otro consejo (a demanda pero no antes de dos horas, o sólo diez minutos de cada pecho, etcétera) va en detrimento de la lactancia. Ello conlleva una serie de desventajas para el bebé, puesto que la leche materna es el mejor alimento. No puede darse ninguna otra información que contradiga o limite esta práctica, por ser contraria a la salud del menor.

Los menores pueden estar acompañados siempre de sus padres cuando estén hospitalizados[71]. A veces, cuando se explora a un menor o mientras se hace una prueba que no implica riesgo para las personas que están delante (analítica de sangre, extracción dentaria…) se pide a los padres que salgan y que dejen a sus hijos solos. Pues bien, si el menor lo reclama, tiene derecho a estar acompañado en todo momento de sus padres. El texto del Parlamento Europeo es que el menor tiene derecho:

La salud psicoemocional del menor está en juego y todos deberíamos velar por ella. Creemos erróneamente que los niños se enteran menos que los adultos, y es justamente al revés: los niños no tienen mecanismos de control del estrés y este se les dispara con más facilidad, con lo que su sufrimiento es mayor[72]. Lo mismo pasa con el dolor, puesto que los bebés no poseen los mecanismos que ayudan a calmarnos (ya sean hormonales, de distracción, etcétera), sufren más que un adulto.

No deje nunca a un niño sufriendo solo.

Hay otra serie de actuaciones que también deberían tenerse en cuenta y fomentarse: el respeto en el parto, el pinzamiento tardío del cordón, el fomento de la iniciación temprana a la lactancia materna… Actuar de forma contraria a estos principios es iatrogénico para el bebé, y eso no se puede permitir en un profesional de la salud. En definitiva, estar al día en la profesión es importante para el óptimo desarrollo del niño.

Como agente educativo de los padres en la crianza

Una de las tareas de todos los profesionales de la salud infantil es la de orientar a los padres en la mejor forma para tener hijos saludables. Es lo que se llama «prevención». Por eso las indicaciones que se dan, y cómo se dan es algo tan importante.

También suele pasar que la matrona, el pediatra, la enfermera pediátrica, etcétera, son las únicas personas entendidas en la crianza que conocen los padres (o de los cuales se fían) y por eso van a preguntar.

Sea como sea, está claro que son agentes educativos en la salud del menor.

Los profesionales de la salud tenemos un poder que nos otorga nuestro estatus laboral y, por eso, según respondamos a las preguntas que se nos formulen o según formulemos nosotros las preguntas, vamos a obtener una serie de comportamientos en los padres.

Por lo tanto, deberíamos prestar especial atención a estos apartados:

¿Qué responden los profesionales de la salud?

A. ¿Cómo responden?

B. ¿Qué y cómo preguntan?

a. ¿Qué responden?

Por un lado, los profesionales de la salud están abrumados con preguntas que consideran «sin importancia» y que colapsan a veces las consultas. Son padres inseguros que, no teniendo otras fuentes de información, hacen a su pediatra preguntas del tipo: «¿Es mejor esta marca de pañal o la otra?», «¿Es mejor el pollo amarillo o el blanco para el puré del niño?», «¿Es malo si no salimos a pasear?», «¿Es malo si salimos dos veces al día?». No se ría, aunque no nos hayamos dado cuenta todos los padres primerizos hemos hecho este tipo de preguntas alguna vez; lo que sucede es que para nosotros eran muy importantes en ese momento y entonces no pensábamos así.

Lo mejor sería que los profesionales no contestaran y que dijeran frases como: «Señora, yo soy un excelente médico de niños [en caso del pediatra] pero no entiendo de pollos», «Señora, yo soy comadrona, no voy analizando las composiciones del pañal: póngale el que menos le irrite», «Papás, yo soy una buenísima enfermera pediátrica, pero no me pregunten si lo pueden sacar a pasear o no». Y problema resuelto. Cada uno que haga lo que quiera o, como mucho, lo valoramos entre todos.

Pero, en vez de eso, hay algunos que, pese a no saber (o a creer que saben, que es peor), contestan. No saben, pero contestan. «¿Por qué?», les he preguntado en más de una ocasión. Y la respuesta es que tienen miedo a que los padres piensen que no son buenos profesionales. Así, si responden a todo, parece que saben más.

En la mayor parte de los casos no importa la respuesta (si el niño está bien da igual qué pañal le pongan o si lo sacan a pasear una o dos veces al día), pero crean una inseguridad en los padres y seguirán fomentando ese tipo de preguntas.

—¿Qué es mejor, el pollo amarillo o el blanco, doctor?

—El amarillo [puede que el doctor haya tomado últimamente pollo amarillo y le haya gustado más que el blanco y por eso lo recomienda].

Luego los padres comentarán:

—Mira qué bien hemos hecho de preguntar. ¡Nosotros que pensábamos que era mejor el blanco para los niños!

Y la próxima vez seguirán preguntando cosas sin importancia.

Es esencial que los profesionales de la salud admitan hasta dónde llega su formación y experiencia, pero, sobre todo, que eduquen y alienten a los padres a tomar esas pequeñas decisiones. La seguridad de los padres al saber que son aptos para tomar este tipo de decisiones en sus hijos les ayuda en el día a día.

b. ¿Cómo responden?

Ana P. es una asesora de lactancia de mi comunidad. Ella solía empezar sus conferencias con la siguiente frase: «Buenos días, me llamo Ana y confieso que engaño a mi pediatra». La mayor parte de los padres de la sala suelen reírse porque a ellos les pasa lo mismo.

Muchos padres, ante la bronca que reciben de los profesionales de la salud, optan por mentir o por no preguntar, y eso no beneficia a nadie. La relación de un médico (o pediatra) de cabecera debe basarse en la confianza. Si mentimos al médico, ¿qué nos queda? El problema es que el médico juzga, y eso no le compete. Si no fuese así, la mayoría de gente no mentiría. Por ejemplo, voy al pediatra y le digo: «Como mi bebé de 4 meses no hace caca con regularidad yo le doy zumo de naranja». El pediatra sabe que eso va en contra de toda evidencia científica y que si mi hijo toma pecho y es tan pequeño, es además perjudicial. Si me dice: «¡Es usted una inconsciente! ¡A dónde vamos a parar! Lo está malcriando y mal alimentando. ¡Eso es peligrosísimo!», pues seguramente no le volveré a explicar nada más, porque ha hecho unas valoraciones muy negativas de mi actuación. En cambio, si me responde: «Vamos a ver si las deposiciones de su bebé son normales o no y, si no lo son, ya le buscaremos un remedio mucho mejor que el zumo de naranja». En este caso no hay valoración de lo que he hecho y seguramente le haré caso en el remedio que me dé.

Lo pasado, por muy mal hecho que esté, ya no se puede solucionar. Lo que hay que intentar es que no se repita y, por eso, es mejor responder siempre sin hacer valoraciones, dando información contrastada a los padres cuando nos sea posible. Hoy en día casi todo el mundo tiene a su alcance bibliotecas públicas y acceso a internet; por eso se les puede aconsejar a los padres estudios para que los lean o enlaces con información. Unos padres bien informados son unos padres seguros, van a cuidar correctamente de su hijo con esos conocimientos y respetarán las decisiones del doctor («El pediatra que tenemos es muy bueno, está al día y me lo demuestra», pensarán). Dar información veraz a los padres es el primer paso para la prevención en salud infantil.

Si un profesional de la salud sólo emite opiniones en lugar de datos contrastados y encima critica o juzga la labor de los padres, provocará que muchos de ellos mientan en sus consultas. Así pues, el trabajo para evitar esta serie de circunstancias es doble: por un lado, el pediatra debe aprender a dar información veraz sin juzgar y, por otro lado, los padres deben pedir esa información, o dar la que tienen para contrastarla con el profesional, y ser sinceros.

c. ¿Qué y cómo preguntan?

El estilo de crianza que cada padre elige para su hijo es algo que deberíamos respetar todos los profesionales de la salud. No tiene nada que ver con la enfermedad del niño, ni siquiera con su salud, ni tan sólo con la mejor opción (puesto que esta viene determinada por las circunstancias en la mayoría de los casos). Y aun así hay profesionales de la salud que siguen metiéndose en esos terrenos sin que venga a cuento.

¿Qué le parecería si su pediatra le empezara a preguntar por su frecuencia o inclinación sexual? Eso no le compete, ¿verdad? Pues lo mismo pasa con otras cosas. No deje que su profesional de la salud le diga si debe llevar al niño en brazos o en mochila, utilice la fórmula que mejor le vaya al niño y a usted.

Hay muchas formas de hacerlo:

Dime qué preguntas y te diré quién eres. Está claro que con las preguntas anteriores muchos profesionales quedan en evidencia y es fácil conocer sus preferencias personales (que no tienen nada que ver con las mejores opciones profesionales). Para ilustrar mejor este apartado me gustaría exponer un ejemplo:

Al finalizar una revisión pediátrica de su hija (de año y medio), el pediatra le preguntó a Julio[74] si la niña ya dormía sola y si ya tomaba lácteos[75]. Cuando el padre le preguntó el porqué de esas preguntas, el doctor les informó de que eran aspectos muy importantes para la vida de su hija. Julio le dijo: «Si de verdad te preocuparas por mi hija, me preguntarías: “¿Le pegas? ¿La llevas sin atar en la sillita del coche? ¿Fumas delante de la niña? Y cosas por el estilo. ¡Nunca me has preguntado nada de eso con mis tres hijas!”». Yo tengo dos hijos y jamás me han preguntado esas cosas tan vitales. En cambio, si aún dormía con ellos o si aún tomaban pecho, lo he oído varias veces por parte de muchos profesionales. ¿Es realmente más importante para la vida de un niño saber si duerme con sus padres que si le pegan? Algunos médicos dirán que si preguntan «lo otro» los padres les mentirán (¡y qué piensan que acaban haciendo los padres que duermen con sus bebés!), cuando en realidad es que muchas veces no se atreven a preguntar.

Es importante preguntar lo que verdaderamente es vital para el niño.

LOS MAESTROS Y EDUCADORES

No hay más que una educación y es el ejemplo.

MAHLER

Aunque no sea obligatorio, más del 80 por ciento de los niños en nuestro país van a la escuela a los 3 años (y muchos de ellos, anteriormente). Por esto es importante hablar de los maestros y educadores como agentes que influyen en el cuidado de nuestros hijos.

A pesar de que en nuestro país tenemos muy buenos profesionales, los maestros, como todo el mundo, cometen errores. En este apartado reflexionamos sobre algunos[76] de ellos. Si usted es profesional y lo lee, intente mejorar en aquellos aspectos que haya visto que necesita, si es que los hay. Si usted es padre, informe adecuadamente al profesor de su hijo si comete estos errores, y no permita que actúe así con su hijo ni con otros niños.

Falta de respeto

Cuando la falta de respeto en nuestras aulas no sólo se da del alumnado al profesorado, sino de los profesores a los alumnos. No entraré en edades mayores, sino desde los parvularios.

Juan, de 5 años, había llevado un cochecito de juguete a clase. Su madre fue a buscarlo antes porque tenían que ir al médico y el cochecito no estaba.

—Espera —le dijo la maestra—. Debe de haberlo cogido Enrique.

Y acto seguido, delante de toda la clase, cogió la cartera de Enrique, la abrió, la inspeccionó y tiró el contenido encima de la mesa. El cochecito no estaba.

Es igual si el cochecito estaba en la cartera de Enrique o no, esas no son formas de actuar. ¿Dónde está la presunción de inocencia del niño, derecho que ampara nuestra Constitución? Si somos unos profesores respetuosos podemos igualmente inspeccionar la cartera de Enrique en primer lugar, pero sin que nadie se dé cuenta. Etiquetamos al niño delante de toda la clase; si falta algo siempre es Enrique y, aunque a menudo lo sea, no sucede siempre así.

Veamos otro ejemplo:

Clara, de 3 años, se ha hecho pipí en clase otra vez[77]. Su profesora, cuando la ve, le dice delante de todos: «Clara, eres una meona, ¿no te he dicho que tienes que ir al baño?». Clara llora.

Llamar meona a una niña es una falta de respeto. Aunque se mee todos los días no podemos decírselo así. Frases como «eres un pesado» o «mira que eres tonto» son frecuentes que las escuchen nuestros hijos, pero no deben pronunciarse. Puede que el niño nos canse, puede que le cueste aprender, pero ni es «pesado» ni es «tonto».

Víctima del conductismo fashion

Si los padres y los profesionales de la salud son víctimas del conductismo fashion, los profesores no están a salvo. Las sillitas de pensar aún ocupan lugares en nuestras escuelas; a mí me ponían de cara a la pared, ahora es lo mismo pero mirando al tendido.

Por si no recuerda lo que explicábamos de ellas en el capítulo IV, les contaré unas anécdotas: Rubén, 5 años, creía que la señorita tenía la silla más grande de la clase porque era la que se portaba peor. Carlota, de 4 años, le dijo a la señorita: «Si en lugar de la sillita de pensar pusierais unos juguetes pensaríamos más contentos» (no sabía Carlota que el objetivo no era pensar, sino castigar, y por eso no se podía mejorar el lugar). Ana le preguntó a su madre si pensar era malo: «Es que en clase tenemos una sillita de pensar cosas malas» (¡claro, nunca mandaban a nadie a pensar en cosas buenas!).

Si las sillitas de pensar fueran en realidad para eso, se mandaría a los niños a pensar la solución de un problema, se les enviaría allí a reflexionar sobre algo bueno que ha pasado y también, ¿por qué no?, cuando hiciese algo malo. Pero cuando solamente se les manda por hacer algo malo, los niños lo captan y, por mucho que le llamemos sillita de pensar, sigue siendo el rincón del castigado.

En Barcelona me vino a ver una madre de una pequeña de 9 meses. Hacía un mes que la niña había entrado en una guardería[78] y la había sacado. Al preguntarle por el motivo, me contó que la señorita le había dicho que la niña ¡no se entretenía sola!

Me quedé perpleja, pues no es ningún objetivo de los niños de 9 meses entretenerse solos, más aún cuando lo que necesitan es estimulación desde fuera y sobre todo en este caso, que hacía poco que había entrado en la guardería y reclamaba consuelo y atención.

Pero más perpleja me quedé cuando la madre me explicó que la «señorita» en cuestión le había dicho que para lograr que la niña se entretuviera sola, debía hacer lo siguiente: se colocaba a la niña en una habitación sin peligros y con juguetes que le gustaran a su alcance. Cuando empezara a protestar se esperaba medio minuto antes de ir, al día siguiente un minuto y así sucesivamente, hasta que la niña ya no reclamara a su madre. Que ella haría lo mismo en la escuela.

El conductismo está de moda en la enseñanza, pero ese no es el problema. El problema es cuando se disfraza la intolerancia y el castigo hacia el niño con técnicas conductistas.

Haz lo que yo digo y no lo que yo hago

Al principio de este apartado citábamos a Mahler diciendo que la única educación es el ejemplo. ¿Qué pasa en nuestras escuelas? A veces se nos pide que hagamos lo que dicen, pero nos sancionarían si hiciéramos lo que hacen. Veamos unos ejemplos:

Mireia me contaba que había tenido una tutoría con la profesora de su hijo Javier, de 3 años. Cuando le contó que el niño dormía con ellos la señorita puso el grito en el cielo y le dijo cuán perjudicial era eso. La madre le respondió: «Mire, me he enterado de que usted los pone a dormir la siesta a los veinticinco juntos. Yo no cambiaré hasta que usted no los acueste en habitaciones individuales a cada uno porque… ¡cómo voy a educarle bien de noche si usted me lo malcría durante el día!».

Y es cierto. La mayoría de profesionales le dirán que está muy mal que los niños duerman acompañados, pero no tienen reparos en que lo hagan así cuando a ellos les conviene.

Cuando mi hijo mayor tenía unos 8 años (en tercero), su profesora mandó unos cuadernitos de deberes para el verano. Como era amiga mía fui a hablar con ella y le pregunté por qué mi hijo debía hacer deberes en verano si había superado todas las materias. «Es para que no pierdan el hábito de trabajo, con una horita al día tienen bastante», me contestó. «¡Ah, claro! —le respondí—. Tienes razón. ¿Y vendrás tú a casa o te lo llevo a la tuya? Es que no me gustaría que perdieras tu hábito de trabajo en vacaciones, ya sabes que cuando los maestros volvéis en septiembre vais un poco despistados». Sonrió y me dijo: «Vale, que no haga los deberes».

No se deberían mandar deberes en vacaciones. Queremos adultos mentalmente sanos que sepan desconectar de su trabajo en momentos de ocio y vacaciones, y enseñamos a los niños lo contrario. Los mismos maestros pondrían el grito en el cielo si se les mandara trabajo para las vacaciones.

Gonzalo ha recibido una patada de su compañero Adrián, de 5 años. Cuando la madre va a hablar con la profesora, esta le dice que no le dé más importancia, que son cosas de niños. Días más tarde Adrián propina una patada a su maestra; es castigado ipso facto y llama a sus padres para hablar.

No haré comentarios.

El sistema escolar es un sistema injusto muchas veces. Y la idea que les queda a los niños es: «Cuando yo tenga poder también podré hacerlo». ¿Será esto lo que aprendieron algunos maestros actuales en su infancia? Sea como sea no se deben transmitir estas ideas a un niño desde los agentes educativos.

PARA SABER MÁS

ASOCIACIÓN ESPAÑOLA DE PEDIATRÍA (AEP), Lactancia materna: guía para profesionales, Ergón, Madrid, 2004.

Louis, J. M., Los niños precoces. Su integración social, familiar y escolar, Narcea, Madrid, 2004.

SPITZER, M. Aprendizaje. Neurociencia y escuela de la vida, Omega, Barcelona, 2005.

RESUMEN