Los ejemplos son diez veces más útiles que los preceptos.
C. J. Fox
Hace unos años me contaron un chiste que suelo relatar a los padres para que vean cuán importante es nuestro ejemplo para educar a los niños:
—¡Juanito, cuántas veces te he dicho que no pegues a tu hermana pequeña!
—No le estoy pegando, sólo jugamos a papás y mamás…
Creemos que las relaciones que mantenemos los padres entre nosotros no tienen implicación en la educación de nuestros hijos. Total, «Los niños no se enteran», «Nada tiene que ver con ellos», «Son cosas de mayores»… ¡Cuántas veces hemos oído alguna de estas frases!
Nada más falso. Los niños se enteran y se dan cuenta de que hay un doble rasero: el que les hacemos seguir a ellos y el que siguen sus padres. Es importante que los niños observen en sus padres las conductas que queremos potenciar en ellos, así como que las relaciones entre los padres sean fluidas y armoniosas.
Así pues, antes de empezar a explicar cómo deben ser las relaciones de los padres con el niño (capítulo siguiente), mejor que comencemos por las relaciones que hay establecidas entre la pareja. Miremos cómo nos comportamos nosotros, entre nosotros, qué problemas tenemos en la pareja, y seguramente la educación de nuestros hijos mejorará.
Los principales aspectos a tratar son:
Los niños son impredecibles. Nunca se sabe en qué contradicción nos van a pillarla próxima vez.
F. P. JONES
¡Cuántas batallas para que los niños tomen una verdura que sus padres prueban a regañadientes! Muchos padres no probarían las mismas papillas que obligan a tragar a sus hijos y en donde yo vivo, era muy típico dar a los niños sesitos y criadillas que muchos padres eran incapaces de comer. No crean que el problema se soluciona con que a los padres les guste una comida, pero si es así resulta más fácil que los niños intenten probarla o que tengan más probabilidades de verla en la mesa.
Hace unos seis años estaba convenciendo a mis hijos de la importancia de ducharse cada noche antes de cenar, cuando el mayor me dijo: «Sí, pero tú no lo haces». Y era cierto; yo no me ducho antes de cenar. De hecho, solía hacerlo en momentos en que ellos no me veían (por la mañana, normalmente, aunque también por la noche, pero más tarde). Era, pues, imprescindible explicarles este hecho: que mamá y papá sí lo hacían, pero en otros momentos; que los niños se duchaban por la tarde porque iban al cole y, además, necesitaban ser supervisados por los padres. Sin esta explicación lo que hubiera quedado es que les queríamos vender una falsa idea. En definitiva, que les intentábamos convencer de algo que nosotros no cumplíamos.
«Alejandro preguntó a sus padres: “Mamá, si yo soy pequeño y tengo miedo por la noche y vosotros sois mayores y no tenéis miedo, ¿por qué yo tengo que dormir solo y vosotros dormís juntos?”[50]».
Y es que hay cosas que cuesta explicar.
Los mismos padres que se quejan de que el niño no presta sus juguetes en el parque, no comparten los suyos con su hijo: «Eso no se toca, que es de mamá». «Deja la pluma, que es de tu padre», «No cojas las llaves del coche»… Lo que le enseñamos al niño es: «Lo nuestro, aunque en este momento no lo estemos utilizando, no lo toca nadie», y él así lo hace. Entiendo que para usted sea más valiosa su pluma que la muñeca de su hija, pero igual ella no tiene aún la misma escala de valores. El hogar es un lugar agradable en el que vive y convive la familia; todo es de todos y lo que de momento no pertenece a todos —un cuchillo, la vajilla de los domingos, el diario secreto de mamá, etcétera— es mejor que desaparezca de la mirada infantil. Los niños son grandes exploradores, no nos cansaremos de decirlo, y si ven un cuchillo querrán uno para investigar. A edades en que no deberían tener uno a su alcance, es deber de los padres velar por que no los vean. Con la edad aprenderán a respetar lo que es nuestro si nosotros respetamos lo que es suyo.
No se puede pedir a unos hermanos que no discutan, si los padres solucionan sus problemas de esa forma.
Un hijo propone un caos que hay que organizar.
DR. J. DÍAZ WALKER
Muchas de las disputas familiares son por el trabajo doméstico. Es importante que las tareas de casa estén bien repartidas porque llegará un día en que tendremos que pedirle a nuestro hijo que colabore en ellas. ¿Cómo pedírselo si observa que su padre[51] no lo hace? ¿Cómo decírselo a un niño si al padre hay que solicitárselo varias veces?
Los niños requieren grandes dosis de tiempo en sus cuidados. Mi padre siempre decía: «Puedes tener un hijo más de los que piensas que puedes mantener, pero un hijo menos de los que piensas que tienes tiempo de cuidar». Mi padre ya sabía por experiencia que los niños requieren más tiempo que dinero.
Por eso es importante que los padres gestionen adecuadamente el tiempo en familia para que las tareas del hogar no resten tiempo de permanencia con los niños y para que dichas labores no sean un conflicto diario.
Repartir equitativamente los trabajos de casa entre la pareja, eliminar tareas superfluas (quizás es mejor tener un ratito de descanso que una sábana bien planchada), rentabilizar el tiempo empleado (se puede cocinar más cantidad y guardar en el congelador para otros días de la semana en los que se va con más prisas) y saber dedicarse momentos a uno mismo sin detrimento del tiempo dedicado a la familia son los pilares de una convivencia que nuestros hijos van a aprender para el futuro y sabrán apreciar en el presente.
Unos padres que tengan menos contratiempos y estén menos estresados serán unos padres más tolerantes con el caos que su hijo les propone cada día.
Lo que no es bueno para el enjambre, no es bueno para la abeja.
MARCO AURELIO
Este capítulo va dedicado sólo a usted, que es padre.
A día de hoy los padres no pueden parir a los niños ni darles el pecho, pero son capaces de realizar todo lo demás. Y eso es lo que se espera de usted.
Pasar por un parto y dedicar horas a alimentar a su hijo con la mejor leche del mundo son cosas que sólo su pareja puede hacer y que le impedirá durante un largo espacio de tiempo realizar aquellas tareas habituales que antes de tener al bebé podía hacer. Por lo tanto, si antes se repartían el trabajo de casa, ahora tendrá que asumir más labores, aparte de cuidar del bebé. Si usted es de los que lo tienen claro y lo hace (me consta que hay muchos padres así), puede pasar al siguiente apartado.
El problema está en los padres que no quieren hacer más, en los que quieren hacer más y en los que no saben qué se espera de ellos:
Quizás usted es de los que piensa que un bebé no le va a cambiar la vida. Que no quiere perder sus horas de gimnasio o de tiempo libre. Y eso es triste, porque un niño requiere mucha dedicación y tiempo. Así pues, si usted es de los que no colaboraba antes, ahora tiene un buen motivo para empezar: su hijo le necesita y, además, su ejemplo es muy importante de cara al futuro. Los hay que se excusan en afirmaciones del tipo:
· «Bueno, ella tiene baja maternal». Es cierto. El Estado permite que su pareja no vaya a trabajar durante dieciséis semanas[52]. Pero ¿cuántas horas trabajaba su mujer fuera de casa? ¿Cuántas trabaja usted fuera de casa? En la mayoría de los casos ambos, ocho horas. Ahora usted continúa durante ocho horas en su trabajo y su mujer durante ocho horas se ocupa del bebé (es para lo que le pagan), así que cuando usted llegue a casa no debe esperar que haya hecho nada más (como cuando trabajaba fuera del hogar). Los dos deben ponerse a trabajar cuidando al niño y haciendo las tareas de casa por igual. Y si ella debe levantarse por la noche para alimentar al bebé, usted también puede despertarse para poner lavadoras o colgar ropa. ¿Por qué no?
· «Bueno, yo tengo que ir a trabajar y ella no». Ya hemos dicho que los dos están trabajando, puesto que el cuidar a un bebé es una tarea muy difícil y laboriosa, y ella la hace. Segundo, su mujer tiene la vida de una persona a su cargo y usted a lo mejor no; quizás usted es informático, contable, barrendero, ministro… Y en el caso de que también de usted dependiera la vida de alguien (quizás es cirujano cardiovascular o neurocirujano), ya están empatados y los dos pueden levantarse por la noche porque por el día tienen personas a su cargo. Tan peligroso es que su mujer se duerma con el niño en brazos, como que usted lo haga en el consultorio. Bueno, a usted quizás pueda sustituirle un momento algún ayudante si se encuentra indispuesto; a ella no.
Siempre puede buscar excusas. Hay muchas más, créame, las llevo oyendo en la consulta muchos años. Pero un hijo es algo que sólo se tiene en contadas ocasiones. No pase por la vida de su hijo sin que su hijo pase por la suya.
¿Y eso es malo? Como hemos dicho antes, usted, papá, puede hacer todo menos parir y amamantar a su bebé. Si usted desea hacer algo más es porque se implica en esos campos.
En cuanto al parto, no hay problema; de momento no se puede.
El conflicto aparece con aquellos que se inmiscuyen en la lactancia materna. Es la mejor alimentación para su hijo y la que va a reportar mayores beneficios a la madre después del parto.
Una vez acudió al grupo de lactancia de mi ciudad una pareja que amamantaba. Él se había quejado en otras ocasiones de que ella estaba mucho rato dando de mamar al pequeño y de que no podían salir ni hacer vida «normal». Como siempre le informábamos de los beneficios de la lactancia, empezó a preguntar, entre líneas, si no era también bueno para el bebé que él se implicara en todo.
—¡Claro! —le respondimos—. Puedes hacerlo todo menos amamantarle.
Él continuó diciendo:
—Sí, pero me gustaría colaborar también en su alimentación.
—¡Perfecto! —le respondimos—. Tú lo haces todo con el bebé y este año lo alimenta tu mujer. A partir del año que viene puedes hacerlo siempre tú.
—No, me gustaría empezar ahora.
—¡Genial! —le respondimos—. ¡No sabes la ayuda que serás para tu mujer! Ella lo amamantará por el día y por la noche se puede sacar leche y se la das tú, así ella descansará.
Palideció. No era eso lo que quería. Él deseaba llegar a su casa de trabajar y que su mujer le esperara con un biberón preparado para podérselo dar al niño y disfrutar de ese momento. Eso no es ningún beneficio para el niño. El niño tiene derecho a la mejor leche del mundo y a disfrutar de su padre sin privarse de nada a cambio.
Ma Ángels Claramunt[53] tiene un hermoso poema para ilustrar estas ideas: «Papá,/ si quieres ayudar,/ ve a comprar,/ tiende la ropa/ que no hay poca./ Sácame a pasear,/ báñame al anochecer… / ¡Hay tanto que hacer!/ No me quieras alimentar/ contra natura soy una criatura,/déjame mamar».
Hay padres muy prudentes. Puede que usted sea uno de ellos.
Se reconocerá porque o bien le da miedo hacer mal las cosas con respecto al bebé, y por lo tanto delega en su pareja todo lo que concierne al niño, o bien no sabe exactamente qué es lo que tiene que hacer y, hasta que no se lo pidan, no hace nada.
Puede que eso desespere mucho a su pareja. Ella pensará que no quiere colaborar cuando usted sabe que no es eso, sino que simplemente desconoce qué debe hacer y cuándo.
Si es así, tome la iniciativa y explíquele a su pareja lo que le pasa. Ella estará más tranquila porque ya sabrá que usted quiere colaborar, en lugar de pensar que usted intentaba escabullir el bulto, y le dará sugerencias sobre qué puede hacer en cada momento. De este modo ya sabrá cómo colaborar y no se sentirá tan mal.
Tan sólo dos advertencias para que el diálogo funcione: intente exponer este problema lo antes posible a su pareja (no vale hacerlo cuando el niño ya va a la escuela) y procuren hablarlo con calma, sin recriminar cosas del pasado.
K. AXELOS[54]
Salvo excepciones, a las madres después del parto parece que nos baja mucho el deseo sexual.
Esto está provocado por el mismo parto en sí (cansancio, episiotomía[55] en muchos casos, el sangrado posparto [loquios]…), junto con la caída brusca de estrógenos y progesterona hasta niveles anteriores al parto, y la subida de la prolactina para favorecer la lactancia materna, que hacen que la madre esté más decaída anímicamente. Ante todo ello la madre se siente cansada, dolorida, preocupada… Ninguno de estos factores propicia las relaciones sexuales.
Durante el primer mes y medio no hay problema, ya que en nuestro país se recomienda a las madres esperar a tener relaciones durante ese tiempo. Se trata de la famosa cuarentena, como siempre se había llamado. Y la pareja está dispuesta a esperar este tiempo que se ha institucionalizado como normal.
Así llega el día en que van a revisión ginecológica[56] y el doctor les dice que todo está bien, que si quieren ya pueden tener relaciones sexuales. El padre se pone contento, pues lleva un mes esperando a mantener relaciones completas con su esposa. Pero ella, a pesar de que le han levantado la veda, sigue estando cansada, dolorida y preocupada y, aunque su cuerpo esté bien, su ánimo no lo está. Sin embargo, la madre necesita, en cambio, más mimos, abrazos y contacto que nunca, pues es uno de los efectos de tener la prolactina alta (entre otros).
Y llega un día en que el bebé está más tranquilo y la pareja se dispone a pasar un ratito juntos. Él la abraza y ella, que necesita tanto de esos abrazos, se deja abrazar y abraza también. Pero ese momento es interpretado por ambos de diferente forma: para él es un semáforo en verde para tener una relación sexual («El médico ha dicho que ya podemos y ella está cariñosa. Voy a continuar») y, en cambio, ella, que tan sólo deseaba ser acariciada y relajarse, intuye los deseos de su pareja y se da cuenta de que aún no está preparada. La respuesta es no. El semáforo se pondrá en rojo y, aunque el padre no dirá nada (o incluso: «Tranquila, no importa»), la decepción se notará en su mirada. Las mujeres, que estamos más sensibles en ese periodo (las hormonas contribuyen a ello), lo notaremos.
Y llega otro día y el padre vuelve a acariciar a su pareja, o es ella quien comienza: hace tanto que no tienen tiempo para abrazarse largamente… Y se repite la misma escena que en el párrafo anterior: él ve un semáforo en verde donde ella, que no está preparada, pone un semáforo en rojo. La decepción en la cara del padre ya es algo más evidente. La madre empezará a sentirse culpable.
A partir de ahí, la madre suele volverse más fría y distante: «Si yo no provoco a mi pareja no tendré que decirle que no». Incluso cuando su pareja la abrace, intentará escabullirse («Ahora no», «Déjame, que tengo que hacer no sé qué», «Espera, más tarde»).
Ella le evitará y él empezará a dejarla por imposible. Si se distancian los encuentros seguramente no se den relaciones sexuales con frecuencia.
A partir de aquí, el padre suele culpabilizar a los otros miembros de la familia de esta situación. En lugar de pensar que a lo mejor él ha ido demasiado deprisa para las circunstancias que se están dando, pronuncia frases como: «Es que el bebé te tiene muy absorbida», «Te has vuelto muy fría»… y eso le duele a una madre, lo que agravará el proceso. Cuando te sientes criticada, tu mente no está para confraternizar con la persona que lo hace.
Dicen que los niños aprenden del matrimonio de sus padres, por lo que es importante que nosotros, los padres, analicemos qué les transmitimos en este apartado.
Como hemos explicado en la primera parte de este libro, no hay nada más incomprensible para un niño que obligarle a hacer lo que él evidencia que sus padres no hacen, o también observar su resentimiento cuando se hablan. Los menores tienen un radar especial para captar las intenciones de las personas y la comunicación no verbal, y saben si hay armonía o no entre sus padres.
En resumen, si nosotros tenemos una buena relación de pareja y ofrecemos a nuestros hijos un modelo a seguir basado en nuestro propio ejemplo, las relaciones con ellos serán mejores en todos los sentidos.
Un comportamiento tiránico para con los niños crea tiranos. La indiferencia hacia el llanto del niño creará adultos indiferentes no sólo al dolor, sino a la simple existencia del otro.
F. GRAU CODINA
Educar viene del latín ex ducere, que significa encaminar, guiar… Así pues, nos podemos plantear la educación como un camino que debemos recorrer conjuntamente padres e hijos. Y digo recorrer conjuntamente porque tan importante es que los hijos puedan ser educados por sus padres como que los padres aprendan de sus hijos.
Por ello debe establecerse una relación basada en el respeto mutuo y la empatía, así como en el ejercicio de la autoridad horizontal. Sólo así se consigue una convivencia tolerante y respetuosa, y no sólo con los hijos, pues estas normas rigen para cualquier miembro de la familia.
Es importante basar las relaciones que tenemos con los hijos en los siguientes principios:
La misma cantidad de respeto y atención se debe a todo ser humano, porque el respeto no tiene grados.
S. WEIL
Un niño de 7 meses no puede respetarle. Para eso necesita un raciocinio que aún no posee; por lo tanto, puede que haga pis encima de usted, le escupa sin previo aviso y le pegue un manotazo en la cara. Puede que un niño de 3 años empiece a comprender el término «respeto» y se contenga de hacer las cosas antes mencionadas, aunque no todas ni siempre, puesto que aún está aprendiendo y hay actos que todavía no controla. Y, seguramente, un niño de 7 años sabe lo que es el respeto aunque a veces no lo ejerza, sobre todo cuando se enfada o está ofuscado.
Pero un adulto no puede faltarle nunca el respeto a un niño. Si toleramos que un adulto no respete, también tendríamos que tolerar que un niño pueda hacerlo; sin embargo nadie tiene derecho a faltar el respeto a otro. Pase lo que pase somos padres, educamos con los mejores valores. Si queremos transmitir respeto no podemos perderlo nosotros cuando nos convenga, porque será lo que ellos hagan.
A partir de aquí, puede que ellos nos imiten siempre o que a veces no sea así. Entonces hay que educar y no perder el respeto. Hay que explicarles qué se espera de ellos en ese momento y ponernos a nosotros como ejemplo («yo también estoy enfadado, pero nunca actuaría como tú»).
Veamos. Pedrito se ha enfadado con su madre y la ha llamado tonta y burra. No importa por qué se ha enfadado, ni si él tiene razón y su madre no; no debe llamar a su madre de esa forma. En ese momento debemos decirle:
· «Entiendo que te hayas enfadado, pero eso no te da derecho a llamarme así. Dime que te disgusta lo que te he dicho, pero de esa forma no es aceptable».
La idea general es que le podamos educar siguiendo nuestro modelo (claro, si nosotros ya fallamos, no podremos utilizar este argumento y tendremos que ser más tolerantes con él: si nosotros nos saltamos las normas, ellos también pueden tener un mal día); a partir de aquí debemos explicarles la conducta a seguir. Para ello pueden encontrar ejemplos en el capítulo dedicado a las rabietas y al comportamiento, más adelante.
El amor perfecto tiene esta fuerza: que olvidamos nuestro contento para contentar a quienes amamos.
SANTA TERESA DE JESÚS
La empatía se puede definir como la capacidad de ponernos en el lugar del otro; intuir lo que puede pensar o sentir y actuar con la comprensión y sensibilidad que eso requiere.
No podemos juzgar las actuaciones de un niño sin saber sus razones o, al menos, sin intentar averiguarlas.
En diciembre de 1992 el hijo de unos amigos, Pedro, pidió a los Reyes un arco y unas flechas. Sus padres al principio se negaron: no eran partidarios de los juguetes bélicos. Pero intentaron ponerse en el lugar del niño y concluyeron que si su hijo lo había pedido, a pesar de la educación recibida, sería por algún motivo. Se sentaron a hablar con él y así fue cómo se enteraron de que en la tele habían puesto un programa con las mejores escenas del año y salió el momento en que el tirador olímpico Rebollo encendía el pebetero de las Olimpiadas de Barcelona 92. El niño sólo quería hacer lo mismo. Tuvo su arco y sus flechas.
Las actuaciones de los niños casi siempre tienen una causa (que puede no ser razonable). Intente descubrir cuál es y así sabrá si debe aceptarla o corregirla, pero no intente ignorarla o suprimirla porque sí.
H. G. Ginott[57] dice: «La simpatía de un padre sirve de primeros auxilios emocionales para los sentimientos heridos».
Susana, de 5 años, quiere ir al parque y está lloviendo:
—Quiero ir.
—Que no ves que no se puede, que llueve. —¡Pero quiero ir! —empieza a patalear y lloriquear. —Pues no se puede, así que si quieres enfadarte no conseguirás nada. —¡¡¡¡Déjame en paz!!!! ¡¡¡¡Quiero ir!!!! El problema radica en que no nos hemos puesto en lugar de la niña, ni hemos entendido sus razones para estar así. Nuestra simpatía hacia lo que siente ayudará a canalizar sus sentimientos heridos. Veamos la escena con otros ojos: —Quiero ir. —Que no ves que no se puede, que llueve. —¡Pero quiero ir! —empieza a patalear y lloriquear. —Te gusta mucho ir al parque ¿verdad? —Sí. —Claro, porque ves a tus amigas y aquí es más aburrido ¿no? —Sí. —A mí también me fastidia que llueva y que no puedas ir al parque. Ven, vamos a pasar este momento lo mejor que podamos hasta mañana, que iremos al parque.
H. G. Ginott[58] dice: «Hay que ocuparse de los sentimientos antes que intentar mejorar la conducta».
Si Clara pega a su hermana porque le ha roto un dibujo, antes que intentar explicarle lo malo de su conducta, empecemos entendiendo los motivos que la han podido llevar hasta ahí:
—¿Por qué has pegado a tu hermana? —Me ha roto el dibujo. —¡Pero eso es una tontería! ¡No le puedes pegar por eso! —¡No es una tontería! ¡Tú eres la tonta! En cambio la cosa podría haber ido mejor si en lugar de censurar la conducta empezamos con las emociones: —¿Por qué has pegado a tu hermana? —Me ha roto el dibujo. —¡No me extraña que estés tan enfadada con lo que te gustan los dibujos y el esfuerzo que pones! Es importante dejarle claro a tu hermana que eso no se hace, ¿no te parece? —Sí. —Bueno, pero ya sabes que, pase lo que pase, no se pega. ¿Lo tendrás en cuenta la próxima vez? —Sí, mamá.
El saber ponerse en el lugar del niño y sentir lo que él siente o lo que ha podido llevarle a tales acciones es prioritario.
No sabrás todo lo que valgo hasta que no pueda ser junto a ti todo lo que soy.
G. MARAÑÓN
Hay dos clases de autoridad:
Si nuestro hijo aprende que ante cualquier eventualidad SABEMOS orientarle, valorando lo que de bueno hay en su conducta y proponiéndole mejoras, seremos una autoridad educativa, alguien que SABE cómo educar.
Veamos un ejemplo: Sara, de 5 años, se pega con su hermana de 3 porque esta le ha roto un dibujo. Si ejercemos una autoridad en vertical le diremos que es una niña mala, que eso no se hace y la castigaremos por ello (o la pondremos en una sillita de pensar, que ahora está de moda, pero que es lo mismo, como después veremos). La próxima vez que su hermana le rompa un dibujo hará igual, pero intentará esconderse para que no la descubran o buscará otra forma de vengarse.
Si ejercemos la autoridad en horizontal le diremos: «Entiendo tu enfado, apreciabas ese dibujo y te lo ha roto (hemos buscado la parte positiva de la niña y empatizamos), pero cuando pasa una cosa así no pegamos, sino que vienes a buscarme y yo misma le diré a tu hermana lo mal que se ha portado». Acto seguido se va a buscar a la hermana y se le explica que debe respetar los dibujos de su hermana, etcétera. La próxima vez que pase una cosa similar, Sara irá a buscar a su madre para que haga de árbitro en la contienda. Las hermanas no se pegarán y cada una aprenderá lo que debe hacer en esos momentos, puesto que mamá se lo volverá a explicar. Lo más importante es que las niñas aprenden que mamá SABE qué hay que hacer en cada ocasión y se fiarán de ella y de sus decisiones.
A veces pregunto a los adolescentes que sienten pocas ganas de ir a la escuela si faltan a clase con asiduidad. La mayoría me dice que no. Cuando les pregunto el motivo, la respuesta es doble, dependiendo del tipo de autoridad en que han sido educados: «Es que si se entera mi padre me mata». Es la típica respuesta de autoridad ejercida en vertical. Sólo lo hace por el miedo al castigo y a la reprimenda, pero en el momento en que su padre no esté, posiblemente falte a clase.
«Aunque no me guste, tengo que ir. Mi padre me ha explicado que aunque no me guste debo acabar la ESO[59] porque es importante para mí». Esta sería una de las respuestas de un niño educado bajo una autoridad en horizontal, de tú a tú; su padre no le ha censurado ni impuesto nada, tan sólo le ha explicado el mejor camino para él y las ventajas que obtendría actuando de esa forma.
El amor no tiene nada que ver con lo que esperas conseguir, sólo con lo que esperas dar; es decir, todo.
K. HEPBURN
En casos de extrema gravedad (accidente, enfermedad…) todos los padres que conozco estarían dispuestos a hacer cualquier cosa por sus hijos, dando la vida si fuera necesario.
Pero el niño también nos necesita en otros momentos. Nos reclama. Nos quiere incondicionalmente y por encima de todo. Y a veces estamos demasiado cansados para ejercer de padres. A veces no tenemos tiempo para ejercer de padres. A veces no creemos que sea tan necesario ejercer de padres (total, por un día…).
La paternidad es algo que no entiende de horarios, que debe estar presente las veinticuatro horas. Lo mismo pasa con las parejas: el día que su pareja le diga que está demasiado cansado/a para atenderle, el día que le diga que no tiene tiempo para usted, el día que le diga que no es tan necesaria la vida de pareja… ¿cómo se sentirá? Puede que la primera vez lo tolere si se explican bien los motivos, pero de alguien que nos quiere se espera amor en todo momento.
Atender a un bebé siempre es difícil, pero afortunadamente tenemos a nuestra pareja para relevarnos algún ratito. Los abuelos y amigos pueden también ayudarnos en ocasiones.
Si usted quiere que su familia funcione, debe dejarles claro a todos los miembros que, como padres, siempre estaremos ahí, pase lo que pase. Que pueden confiar en nosotros, pues siempre les vamos a atender, no importa la hora. Que siempre les vamos a querer, aunque a veces no nos guste lo que hacen, porque les amamos por lo que son (nuestros hijos, nuestra pareja, personas maravillosas e importantes en nuestras vidas), y no sólo por lo que hacen, pues, como todo el mundo, pueden equivocarse.
El camarero, que observó la escena, les dijo a los niños: —¡Anda, qué buenos! ¡Cómo se nota que queréis a vuestra madre! ¡Habéis venido corriendo a más no poder! Y mi hijo mayor le contestó: —Es que mi madre siempre ha venido cuando la hemos necesitado.
¡Ojalá pueda usted sentir lo mismo que yo sentí ese día!
No corresponde a los jóvenes entendernos, sino a nosotros comprenderlos a ellos. AI fin y al cabo, no podrán ponerse en nuestro lugar y, en cambio, nosotros ya hemos ocupado el de ellos.
MAUROIS
En la mayoría de canales de televisión, tanto propios como foráneos[60], han proliferado una serie de programas para «educar» niños basados en ignorar los sentimientos del menor. Hay un exceso de adultocentrismo: el adulto es el centro de todo. Tan sólo se trata de que el adulto esté bien y que los niños se comporten como queramos los adultos, aunque para ello tengamos que adiestrar a los niños. Claro, dicho así suena mal, pero revestido con gracia queda mejor. Tan sólo hay que buscar las palabras adecuadas.
Ponga a cualquier actuación negativa contra un niño el adjetivo «educativo» o «pedagógico» y se la tolerarán. Así, se ha llamado «cachetes educativos» al hecho de pegar a un ser humano. «Medidas educativas» al hecho de castigar a una persona. «Educar en hábitos de sueño» al hecho de dejarles llorando por la noche, etcétera.
No se dejen engañar: el fin nunca justifica los medios. Puede conseguirse lo mismo sin pegar, sin castigar y sin llorar, y seguramente de forma más educativa y permanente.
Estos programas, a los que yo denomino de «conductismo fashion», intentan vendernos como un buen conductismo el adiestramiento más simple. Para ello, lo revisten de moda («es lo que ahora se lleva») y de modernidad («es lo último»), cuando es de lo más retrógrado que hay en educación.
Actualmente mucha gente asocia el conductismo solamente con lo que sale por la tele y, por lo tanto, lo ven como algo peyorativo. Es frecuente en mis conferencias que la gente me pregunte mi opinión sobre los métodos conductistas para educar a los niños. Yo les contesto que no son malos (de hecho, para algunas cosas, como por ejemplo dejarse de morder las uñas, son rápidos y eficaces) que no estamos hablando de lo mismo. Lo que ellos llaman «métodos conductuales» para educar niños nada tienen que ver con el conductismo infantil. ¡Cuánto daño han hecho al conductismo estas barbaridades!
Veamos algunos de los fallos más evidentes del conductismo fashion tipo Supernanny:
Fíjese en esas casas cuando llega Supernanny:
En definitiva, el conductismo fashion es una forma más de vender programas y libros. Nada tiene que ver con educar niños, sino con adiestramientos. Puede que el niño al final se comporte bien, pero no porque haya aprendido algo o se haya dado cuenta de sus actos, sino porque hay unas normas que cumplir. Me gustaría enseñar a mis hijos que las normas se cumplen pero no porque sí, sino porque cada una tiene una utilidad y ellos deben valorarlas; si alguna les parece injusta deben luchar por cambiarla y no aceptarla sumisamente. A los niños de estos programas no se les explican las normas, tan sólo se espera que las acepten sin cuestionar. Tan sólo se ve la aplicación de una técnica, no hay enseñanza ni reflexión.
En cuanto al «milagroso» cambio que se produce, no es tanto. Los cortes y recortes que se hace de lo grabado, los montajes de esos recortes (al principio sólo los malos comportamientos y al final sólo los buenos) ayudan a fomentar esa idea de que todo ha ido bien. ¿Por qué no dejan durante un par de días unas cámaras fijas por toda la casa para que veamos si es cierto ese cambio, en lugar de montar las imágenes? Se supone que es lo que hacen cuando se va Supernanny de la casa y después vuelve para ver qué hay de nuevo. No les costaría nada mostrarnos la realidad sin cortes.
Pero la audiencia es la audiencia. A ella van dedicados estos programas. Por un lado, los padres que los ven se sienten reconfortados y piensan: «¡Mira cómo están estos! Yo no lo debo hacer tan mal, porque mi hijo no está así». Y en las cosas que ven que su hijo hace de igual manera intentan copiar las ideas, porque «si a esos que están tan mal les ha funcionado, al mío que no lo está tanto, también».
Repase por un momento las ideas que dábamos en el apartado de «Las relaciones con los padres» y verá cómo ninguna de esas premisas se da en este tipo de shows. En estos programas no hay un respeto mutuo (sino un lenguaje peyorativo hacia el niño), no hay empatía (ni siquiera nos ponemos en su lugar para ver que no saben leer), no hay autoridad horizontal (las normas se dictan desde arriba, sin que padres e hijos expongan sus necesidades y consensúen las actuaciones) y el amor seguramente también es incondicional en esos padres (no vamos a ponerlo en duda), pero ¡qué poco se ve en las imágenes! Se podría dar algún consejo tanto a padres y a hijos sobre cómo demostrarse ese amor.
GINOTT, H. G., Entre padres e hijos, Medici, Barcelona, 2005.
GONZÁLEZ, C., Bésame mucho, Temas de Hoy, Madrid, 2003.
MILLER, A., Por tu propio bien, Tusquets, Barcelona, 2001.