CAPÍTULO XV
EL LENGUAJE

por Mariana Vas[139]

Cuando hablamos, cambiamos el mundo.

I. BETANCOURT

CÓMO SABER SI HABLA BIEN

Todos deseamos que nuestros hijos hablen bien. Claro que, tal vez, la primera cuestión sería plantearnos: ¿qué significa «hablar bien»? ¿Es suficiente con que un niño articule correctamente todos los sonidos del habla de su entorno? ¿Bastará con que pronuncie sin dificultad la «r» en todas sus posiciones? Es evidente que no. Todos estamos de acuerdo en que necesitará además entender aquello que le llega, saber formular deseos y preguntas, ser capaz de organizar las ideas en frases inteligibles, etcétera. En definitiva, todos estaríamos de acuerdo en afirmar que lo que esperamos es que sean capaces de comunicarse con eficacia.

La comunicación madre-hijo comienza ya antes del nacimiento. Sabemos por las numerosas investigaciones que se han hecho al respecto que un bebé recién nacido es capaz de distinguir la voz de su madre. Sus primeras palabras son esperadas por toda la familia. Y seguiremos atentamente el desarrollo de su lenguaje en los primeros años, ya que somos conscientes de que inteligencia y lenguaje van de la mano.

Más tarde, cuando ya no estén en casa y tengan una vida autónoma, también seguirá acompañándoles ese bagaje que ha ido asentándose poco a poco en los cimientos de los primeros años. Su vida personal y afectiva se verá enriquecida por un buen uso del lenguaje, y en el ámbito laboral, pensemos que un 85 por ciento de las profesiones requieren de la palabra como instrumento imprescindible de trabajo; está claro, por tanto, que nos interesa —y mucho— saber si nuestro niño habla bien o no.

Ahora bien, hablar de lenguaje en la etapa infantil es todo un mundo rico y complejo que abordaremos en este capítulo de forma muy resumida y, lógicamente, tocando sólo algunos de sus múltiples aspectos. Haremos en este apartado un breve recorrido por algunas de las características que pueden ayudarnos a identificar si la evolución del desarrollo del habla y del lenguaje de nuestro hijo es la adecuada.

Nadie duda de que el lenguaje es «lo más natural del mundo» y se adquiere mediante la interacción niño-adulto; sin embargo, la paternidad no trae consigo un manual acerca de qué debo hacer si mi niño no dice la «r», cómo tratar una dislexia, un mutismo o una ronquera. Tampoco, como padre o madre, he de tener una idea exacta de la evolución normal del desarrollo del lenguaje. De hecho, la mayoría de las consultas que se realizan al logopeda comienzan de este modo: «¿Es normal que…?», «¿Qué debería decir a su edad?», «Su hermana a su edad ya decía…», etcétera.

En los últimos años este tipo de consultas se realizan cada vez a edades más tempranas, con el consiguiente beneficio que ello comporta para el niño, ya que una detección y atención temprana es la mejor garantía de éxito ante una dificultad de lenguaje. En este sentido, no es necesario esperar a las tan ansiadas primeras palabras, puesto que numerosas investigaciones demuestran que durante el primer año de vida del bebé ya se dan elementos predictivos de futuras dificultades y en ese momento podemos intervenir en su atención y estimulación. Por este motivo, abordaremos también aquí la etapa prelingüística, que, como su nombre indica, es la que se da antes de la aparición de las primeras palabras propiamente dichas.

Etapa prelingüística

Esta etapa tan importante es, en general, una gran desconocida en la esfera del lenguaje. Sin embargo, las bases de la comunicación se van a ir estableciendo en ella y si las conocemos, podremos detectar diferentes características que nos indicarán un buen desarrollo.

  1. En el momento del nacimiento.

    Un bebé recién nacido posee ya de forma innata las siguientes capacidades para la comunicación y el uso del lenguaje:

    Nuestro pequeño e indefenso bebé es, en realidad, un maravilloso ser dotado de múltiples capacidades.

    (Como anécdota: ¿sabían que un bebé de 15 días es capaz ya de diferenciar entre las sílabas «pa» y «ba»? Esto se ha comprobado registrando sus reacciones de succión ante un chupete).

  2. En los primeros días o semanas de vida.

    Actualmente se puede realizar una sencilla prueba, denominada screennig auditivo, en la que, como su nombre indica, se descartan posibles dificultades auditivas. Se trata de un método sencillo, rápido y cómodo. En algunos países como el Reino Unido se realiza ya de forma generalizada a toda la población, y me consta que en nuestro país son varias las comunidades autónomas en las que también se practica desde los servicios sanitarios. En esta etapa hay que estar atentos a posibles frenillos linguales excesivamente cortos, lo que puede evitarnos posteriores dificultades tanto en la succión del pecho como, más tarde, en el desarrollo del habla.

  3. De los 4 a los 6 meses.

    Es la etapa del denominado balbuceo marginal, en la que el bebé ya es capaz de comenzar a entender las primeras palabras. Este hecho no ha de sorprendernos, ya que la comprensión empieza mucho antes que la expresión; el bebé nos dará muestras de haber entendido un término mucho antes de que tenga habilidad para reproducirlo. Es frecuente en esta etapa ver y oír al bebé jugar con la vibración de sus labios y el aire que sale expulsado. Es muy importante que sean «contestados» por el adulto cercano, puesto que de esta forma reforzaremos sus esfuerzos y le estaremos estimulando para que siga practicando.

  4. De los 6 a los 8 meses.

    En el balbuceo canónico el adulto puede percibir e interpretar consonantes y/o vocales. La atención inmediata al bebé seguirá siendo imprescindible, ya que de esta forma le estaremos comunicando que sus producciones tienen un valor comunicativo importante y se sentirá en condiciones de pasar a la siguiente etapa.

  5. De los 8 meses en adelante.

    En la etapa del balbuceo variado o marginal el bebé ya es capaz de mostrar aquello que desea y de dirigir la atención del adulto. Nos sigue necesitando cerca para que sea el adulto el que vaya poniendo nombre a todo ese mundo por el que demuestra una gran curiosidad. Un bebé de estos meses debe manifestar intenciones, deseos e intereses mediante sus gestos y vocalizaciones. Ha de ser capaz de mostrar al adulto aquello que desea, es decir, debe haber «demanda», y ha de ser capaz de dirigir la atención del adulto hacia un objeto o algo de su interés. Este es el preámbulo que ha de haberse vivido antes de las tan ansiadas primeras palabras.

Etapa lingüística

Al año de nacer, el cerebro del niño está en óptimas condiciones para el aprendizaje del lenguaje. Las primeras palabras se dan entre los 12 y los 18 meses, aproximadamente.

Cada niño presenta una evolución distinta, y tan normal puede ser el que «comience a hablar» a los 12 meses, como a los 15; lo que sí debe ser signo de alarma y consulta es si, por cualquier motivo, un niño deja de relacionarse verbalmente con su entorno inmediato. Una criatura que ha comenzado a decir sus primeras palabras y, de repente, ya no lo hace, es un motivo de alerta de que algo está pasando. El camino que tiene que recorrer el bebé hasta sus primeras palabras es largo e intenso. El niño aprende primero a través de la experiencia: todo aquello que oye, ve, toca o vive contribuye a crear esas experiencias. A lo largo de estas interacciones cotidianas, el bebé ha tenido la oportunidad de escuchar al adulto muchas veces las mismas palabras en contextos y situaciones similares. ¡Comienza la comprensión!

Primero entenderá alguna palabra o expresión y, poco a poco, irá ampliando su repertorio. Si estos pasos se han desarrollado adecuadamente, el niño estará en disposición de decir sus primeras palabras. El descubrimiento de que las cosas tienen un nombre comenzará a aparecer a los 12 o 13 meses.

A partir de ese momento la incorporación de vocabulario es vertiginosa. El adulto cercano irá poniendo nombre a todas aquellas cosas que, mediante la experiencia, comparte con el niño: el juego, la hora del baño, la comida, etcétera.

Es muy importante en esta etapa no anticiparse a lo que el niño va a pedirnos, ya que le estaremos privando de la oportunidad de hablar. Si el niño señala con su manita el vaso de agua y nosotros se lo damos inmediatamente, le impedimos que practique su vocalización. Y recordemos que a hablar se aprende hablando.

Conviene que los padres presenten una actitud tolerante y paciente ante la llegada de estas primeras palabras, ya que una actitud ansiosa por parte del adulto en contacto directo con el niño no acelerará el ritmo de evolución del pequeño. El hecho de que vaya aprendiendo qué significan, ya representa un paso importante en su aprendizaje. Dado que la comprensión aparece antes que la expresión, habrá que esperar.

Pero ¿hasta cuándo puede considerarse normal? ¿Qué pasa si un niño se retrasa en exceso a la hora de comenzar a hablar?

Pensemos que el niño se apoya en esas primeras palabras para pedir, mostrar, describir acciones, expresar aquello que desea o lo que no quiere, etcétera. Si estas palabras son inexistentes o ininteligibles, su capacidad de comunicación con el entorno está siendo obstaculizada en una etapa crucial del desarrollo de su lenguaje y de su inteligencia.

Sabremos en esta etapa que todo va bien, es decir, que tiene un buen desarrollo de su lenguaje, si presenta las siguientes características:

Claro que no todas sus vocalizaciones pueden ser comprensibles (no tiene la suficiente madurez como para que todas sus palabras sean claras); por eso, muchas de las que sea capaz de articular deberemos interpretarlas por el contexto en el que se dan.

Más adelante, aproximadamente cuando el niño posea un repertorio de unas cincuenta palabras, estará ya en disposición de combinarlas (¡pasará de una a dos palabras!), y ya tendremos a nuestro pequeño explorador diciéndonos: «Ete coche» (dame este coche), «Aba mama» (quiero agua, tengo sed).

En esta etapa, lo importante no es que las palabras sean correctas desde el punto de vista de su articulación (pensemos que sus órganos bucofonatorios también necesitan una maduración, que es progresiva; no podemos esperar que un niño de 2 años, por ejemplo, tenga la destreza suficiente en el ápice de la lengua para dominarla de tal modo que pueda articular correctamente una «s» o una «r»). Aún no es el momento. Para saber cuándo aparecen aproximadamente los diferentes sonidos, les presento la siguiente tabla. En ningún caso debe ser tomada de forma rígida, ya que cada niño es un caso único con una evolución particular; de este modo, no tendrá el mismo ritmo de adquisición un niño bilingüe que otro que no lo es, por ejemplo. Hay que tomar estos datos como una referencia que nos orientará deforma general acerca del desarrollo normalizado del habla en la población.

LA EVOLUCIÓN DEL HABLA

La evolución del habla por edades

EDAD CARACTERÍSTICAS FONOLÓGICAS
1 a 2 años

· En torno al año aparecen las primeras palabras: «mamá», «papá».

· Es capaz de hacer diferentes variaciones de entonación. A los 2 años, aproximadamente, el 50 por ciento de lo que dice puede ser entendido por un extraño.

2 a 3 años

· Hacia la segunda mitad de esta etapa el habla suele ser inteligible en un 75 por ciento.

· Va apareciendo la habilidad para producir rimas.

3 a 4 años

· Casi todos los niños pronuncian bien: m, n, ñ, p, t, k, b, g, f, s, x, l.

· Suele omitir alguna sílaba dentro de las palabras o bien la consonante final. · Muchos intercambian l/r/d. (Por ejemplo, caleta por carreta; godo por gorro).

4 a 5 años

· Éxito en la pronunciación correcta de: d, ll, r, consonante+l (Por ejemplo: «Clara»).

· Decrece la reducción de grupos consonánticos; cada vez puede pronunciar más palabras que contengan dos consonantes seguidas. (Por ejemplo: «dragón», «piedra»).

· Pueden darse aún dificultades en: l/r/d y sustituir una por otra.

· Importante: el ciento por ciento del habla es ya inteligible, es decir, entendemos aquello que quiere decir aunque exista algún error en su pronunciación.

5 a 7 años

· Pocos errores residuales: suelen ser «rr», «cl», «cr», «s»…

· Tienen habilidad para dividir las palabras en fonemas.

7 en adelante

· Puede existir alguna dificultad de articulación en momentos puntuales.

· Puede haber dificultad para pronunciar palabras complejas de nueva adquisición.

Extraído de M. Vas, Mi niño no habla bien, op. cit., pp. 50-51.

Es muy importante considerar las pautas generales de evolución que ofrece la tabla anterior porque, en la mayoría de los casos, son las dificultades de habla las que alertan acerca de otra clase de problemas. Esto es así puesto que suelen ser las más «visibles». Es más fácil darse cuenta de que el compañero de clase o el amiguito de mi hijo ya hablan de una determinada manera y el mío aún no, que observar otra serie de dificultades del hijo que pueden pasar más desapercibidas.

En la práctica, lo que ocurre es que, en más ocasiones de las deseadas, algunas dificultades que en un principio fueron lingüísticas pasan desapercibidas hasta que, en cursos superiores, el niño comienza con problemas de lectoescritura, de falta de comprensión, etcétera[140]. Y, claro, ya hemos perdido un tiempo valiosísimo. La prevención y la detección temprana son, por tanto, el camino a seguir.

Para finalizar, simplemente volver a la idea con la que se iniciaba este apartado: no será suficiente con que nuestro hijo vaya adquiriendo la «f», «s» o «r», pudiendo articular correctamente las palabras. Estamos de acuerdo en que un niño que no sabe formular preguntas o está continuamente disfónico no puede «hablar bien». Por tanto, hablar bien implica muchos otros aspectos que los expuestos en la tabla y que hay que considerar en esta etapa crucial del desarrollo de la inteligencia y del lenguaje.

LACTANCIA Y LENGUAJE

«La naturaleza es sabia» afirma este antiguo dicho. Como mamíferos, lo natural es mamar para alimentarse en las primeras etapas de la vida. La adquisición del lenguaje, una de las principales características de la especie humana, se comienza a desarrollar en estas etapas. ¿Creen, pues, que pueden ser incompatibles lactancia y lenguaje?

Pues bien, en la práctica diaria aún se siguen dando casos en los que diferentes profesionales aconsejan el abandono de la lactancia ante dificultades de habla o de otros problemas, sin aportar ningún argumento válido y fiable. Veamos un ejemplo:

Mi hijo de 2 años (Pablo) habla poco (aunque lo entiende todo y cuando habla lo hace perfectamente) y prefiere señalar cuando pide las cosas a esforzarse por nombrarlas. Fuimos a una logopeda que le quitó importancia, lo examinó unos días y nos dio unas pautas de actuación. Todo bien hasta que en una visita se enteró de que el niño aún lactaba de tanto en tanto y cambió radicalmente su actuación; parecía que todo lo que había dicho antes no valía y nos dijo que debíamos destetar al niño porque si no, no podía seguir trabajando. ¿Por qué antes sí podía trabajar y ahora no[141]?

Los numerosos casos que aún nos encontramos hoy en día, curiosamente, sustentan su consejo de abandonar la lactancia materna en los siguientes «razonamientos» (juzguen ustedes mismos):

A veces los propios niños nos acercan más a la realidad[142]:

En la tercera sesión, la logopeda se enteró de que Mariona, de 3 años, todavía lactaba, y puso el grito en el cielo diciendo que la destetara porque era normal que la niña no pronunciase bien si todavía tomaba teta.

Al salir, Mariona miró a su madre y le dijo:

—Mami, buzca otra, ezta no zabe.

—¿Por qué dices esto, Mariona?

—¡Porque yo cuando hablo mal ez cuando no tomo teta!

También, en otros casos, critican la supuesta sobreprotección que, por lo visto, produce el hecho de amamantar. Dar el pecho no es sobreproteger a un niño, sino una forma saludable de alimentarlo, tal como defienden instituciones como la OMS o Unicef.

En la práctica diaria nos encontramos con muchos casos de este tipo. No hace mucho vino a vernos una madre angustiada ante un mutismo electivo (su hijo de algo más de 2 años se negaba a hablar en el colegio). Le habían aconsejado abandonar la lactancia materna argumentando que esta podría ser la causa del problema, ya que le estaba sobreprotegiendo. En estos casos hay que tener presente que, actualmente, está ya demostrado que la sobreprotección no es causa de mutismo electivo. El manual más utilizado internacionalmente para clasificar y diagnosticar, el DSM-IV, elaborado por la Academia Americana de Psiquiatría, no señala la sobreprotección como una causa de mutismo electivo. Aunque en versiones antiguas sí constaba como tal, hace más de una década que se demostró científicamente que no era así.

Intentemos, pues, del controvertido tema «Lactancia y lenguaje», aclarar algunos de estos conceptos ya que lo importante no es dar opiniones o guiarse por aquello que «he oído…» o «me parece que…», sino basarse en argumentos válidos y fiables. Algunos de ellos son los siguientes:

La lactancia materna favorece el buen desarrollo de la cavidad bucal.

Para mi sorpresa, nos han llegado a consulta familias a las que se les había aconsejado abandonar la lactancia materna, argumentando que el niño presentaba una «boquita infantil» (¡afortunadamente la boca de un niño es infantil!). Si lo que estamos queriendo decir es que la lactancia retrasa y/o entorpece el desarrollo de la cavidad bucal, estaremos en un error. Para articular correctamente se necesita un desarrollo óptimo de los órganos buco-fonatorios. La succión juega en ello un papel fundamental.

Sabemos que el bebé recién nacido ha ido preparando ya en el seno materno la función de succión, que alcanza su madurez entre las 30 y 40 semanas de gestación. Supone una actividad placentera (es gratificante para él) y vital (le sirve como medio de autoconservación).

La alimentación natural o materna es única y completa, y como tal debería estimularse. Por otra parte, recordemos que su dinámica representa importantes estímulos funcionales formativos que favorecen un armonioso crecimiento de la cavidad bucal; estímulos que, sin duda, disminuyen ante la presencia de una alimentación artificial[143] La lactancia no impide el correcto desarrollo de los órganos implicados en la fonación, sino que, muy al contrario, favorece que se produzca de una forma armónica.

Recordemos que tanto en la producción de los sonidos como en la lactancia se dan los mismos factores:

Sin embargo, la alimentación artificial mediante biberón lo que hace es estimular mucho menos la actividad de la musculatura intra y extra oral, al ser un acto mucho más pasivo en el que la leche pasa prácticamente de forma directa al interior de la boca. Por tanto, ¿qué boquita creen ustedes que estará, de entrada, en mejores condiciones para acertar en esos movimientos tan precisos como son la articulación de los sonidos?

Con esto no queremos decir que, si por algún motivo extraordinario el niño no se beneficia de la lactancia materna no pueda darse un desarrollo armónico. «Si la alimentación artificial reúne las características adecuadas anteriormente mencionadas, en principio no debería convertirse en un factor negativo para el correcto crecimiento y desarrollo del sistema estomatognático[144]».

De una forma u otra, es importante que el niño vaya adoptando la incorporación de sólidos en su dieta de forma progresiva y equilibrada. Es lógico pensar que un niño de 2 años ya toma sólidos, pero por ese motivo no tiene que dejar de tomar la leche materna, o ¿es que tal vez todos nosotros no tomamos líquidos o purés?

Bien es cierto que la denominada dieta blanda es un tema que nos preocupa a los logopedas muy especialmente. En los últimos años se ha detectado un incremento importante del número de niños que presentan dificultades en los órganos implicados en la fonación. Son niños cuya alimentación se basa en alimentos blandos (pan de molde, carnes excesivamente picadas, bollería excesiva, etcétera). Esta realidad no debe confundirse y en ningún caso obviarse ante el caso de un niño que presente dificultades en el desarrollo de su habla y esté lactando más allá de los primeros meses de vida.

Numerosos estudios científicos demuestran que la lactancia materna incrementa el nivel cognitivo y de lenguaje en el niño.

Existe gran cantidad de estudios que ponen en relación la lactancia materna con el incremento de la inteligencia. Como sabemos, el desarrollo de la inteligencia y el del lenguaje están íntimamente ligados. La lactancia materna incrementa el nivel cognitivo y de lenguaje en el niño:

Un estudio entre la Universidad de McGill y el Hospital Infantil de Montreal (Canadá[145]) con más de 6000 niños así lo demuestra. Este estudio se empezó en el año 1996-1997, llevándose a término un seguimiento entre los años 2002 y 2005, cuando los niños tenían unos 6 años y medio de edad. Las conclusiones fueron que los niños amamantados tenían una media de 5,9 puntos superior en inteligencia general y llegaban a 7,5 puntos en inteligencia verbal. Los profesores también estimaban que estos menores eran académicamente superiores a los niños del grupo de control, tanto en lectura como en escritura.

Por lo tanto, si su hijo presenta algún retraso en su nivel de lenguaje o en el léxico que maneja, continúe la lactancia porque puede ser terapéutica en esos casos y favorecer una mejora de esos niveles léxicos y de lenguaje, que seguramente serían menores si la lactancia no estuviera[146]

Recordemos que organismos como la OMS, Unicef o bien la AEP recomiendan mantener la lactancia un mínimo de dos años (sin hablar de máximos para los que sólo se limita a enunciar la OMS: «hasta que la madre y el niño quieran»). La AEP se pronuncia en los siguientes términos: «No hay en este momento evidencia alguna que justifique la introducción precoz de sólidos en la alimentación del lactante antes de los 4 meses, ni el destete total antes de los 2 años» («Comité de Lactancia Materna de la AEP», Monografías de la AEP, n° 5, p. 300).

En definitiva, la libertad personal de cada madre, de cada familia a la hora de amamantar a su hijo, no debe verse en ningún caso entorpecida por criterios infundados, sino asesorada desde el conocimiento profesional más válido y fiable.

No porque un niño presente una dificultad en el desarrollo de su habla y esté siendo amamantado más allá de los primeros meses de vida, ha de atribuirse sin más la causa a la lactancia materna.

LAS PALABROTAS

Llega un momento en que nuestro niño es cada vez más autónomo, va al «cole de los mayores» y es capaz de saltar, correr, comer por sí solo y expresarse mediante un lenguaje más complejo. El niño de estas edades descubre el poder del lenguaje y, claro, ¡lo utiliza!

Cronológicamente, esta etapa la podemos situar entre los 3 y los 5 años, pero, como siempre, tendremos en cuenta la variabilidad personal. Cada niño es un ser único con una evolución única.

También cada familia es una entidad singular que entenderá y abordará el tema de las palabrotas de una forma distinta. Puesto que la mayoría de los niños pasan por esta «etapa de las palabrotas» de una manera más o menos intensa y/o extensa, nos interesa comprender por qué se da y qué podemos hacer para abordarla de la mejor manera posible.

¿Qué es una palabrota?

Estaremos de acuerdo en que no a todos nosotros nos «ofenden» las mismas palabras. Es cada familia la que sitúa al niño en los límites que considera aceptable.

En realidad, una «palabrota o un taco» en boca de un niño de estas edades (otra cosa sería en un adolescente, por ejemplo) es «nada» si la despojamos de la carga expresiva que acarrea. Lo que queremos decir con esto es que cuando un niño dice: «¡Tonta!, ¡idiota!», dirigiéndose a su mamá, no desea hacernos llegar el contenido semántico (el significado) de estas palabras; lo más probable es que lo haga porque es incapaz de encontrar palabras como estas para expresar su estado de ánimo: «Hoy mi mejor amigo no ha querido jugar conmigo en el patio, me ha reñido la maestra y, para colmo, tú has llegado tarde del trabajo y no has podido estar conmigo». Y ese enfado lo ver baliza con las palabras más «malas» de su vocabulario; por eso nos dice «tonta» o «idiota».

No siempre es fácil canalizar los sentimientos negativos, y las palabrotas son, en ocasiones, una forma de expresarlos. Necesitará, por tanto, de nuestro cariño y comprensión; de nuestra orientación, también, pero no de nuestra excesiva reprimenda. Estamos nuevamente ante una forma de abordar la educación que se ha expuesto en numerosas ocasiones a lo largo del libro. ¿Recuerdan qué actitud se nos sugería adoptar ante las rabietas? Pues bien, también aquí la postura empática (el saber ponernos en el lugar del niño), intentar observar qué puede estar sintiendo, nos ayudará sobremanera a reconducir la situación con éxito.

De cómo vaya reaccionando el adulto ante este tipo de situaciones va a depender mucho que el niño las siga utilizando o no, así que nos interesa saber qué podemos hacer nosotros.

¿Qué podemos hacer ante las palabrotas?

Ante las primeras manifestaciones de este tipo es importante mantener la calma y no darle demasiada importancia, ya que una actitud en exceso afectada por parte del adulto puede producir el efecto contrario. Si sabemos reconducir esta primera etapa con naturalidad, las palabrotas «pierden su poder», su efecto, y ya no serán necesarias para el niño.

Pensemos que es más fácil para el niño decirle a su hermano «¡burro!» o «¡imbécil!» que, «Estoy muy disgustado porque me has roto el coche que más me gustaba».

Si, después de todos estos consejos, la situación persiste en el tiempo, tal vez haya que replantearse el problema y valorar otras causas como, por ejemplo:

Puede que si se porta bien no le hagamos caso, pero que si se porta mal (palabrotas, insultos) lo dejemos todo y nos ocupemos de él. Los niños prefieren a sus padres por encima de todas las cosas, y no les importa que les hagan caso de una forma como de otra si así pueden estar con ellos.

El que un niño diga de vez en cuando «tonta» no quiere decir que sea ni un mal hablado ni que se prodigue en palabrotas. Si los padres lo creen es porque a veces son muy rígidos en su educación.

En estos casos, estaríamos ante otro tipo de realidad que requiere una forma también distinta de ser abordada que las simples e inocentes palabrotas infantiles.

PARA SABER MÁS

CATTS, H. y KAMHI, A., Language and Reading Disabilities, Allyn & Bacon, Needham Hts., 1999.

GALÁN, A. et al., «Posibles repercusiones de la lactancia materna y uso del biberón sobre la oclusión en dentición temporal», Odontología Pediátrica, vol. 8, n° 2, 2000, p. 49.

GRANDi, D. y DONATO, G., Terapia miofuncional. Diagnósticoy tratamiento, Lebón, Barcelona, 2008.

VAS, M., Mi niño no habla bien. Guía para conocer y solucionar los problemas del lenguaje infantil, La Esfera de los Libros, Madrid, 2009.

RESUMEN