Quiéreme cuando menos me lo merezca, porque será cuando más lo necesite.
DR. JEKYLL[133]
Cuando nacemos, el principal plan que tiene la naturaleza con nosotros es que podamos sobrevivir. Para ello nos «apega» con las personas que nos cuidan, ya que está comprobado que, teniendo a un cuidador cerca vivimos más (recordad que somos una especie bastante incompleta cuando nacemos).
Por eso es tan importante que los bebés nos reclamen cuando no estamos cerca y que nosotros intentemos satisfacer sus necesidades más importantes (alimento, sueño, higiene, contacto…); sólo así se crea un apego seguro entre el niño y sus padres. El niño se da cuenta de que tiene personas que le quieren y que le van a cuidar pase lo que pase, y por eso será un niño feliz.
Es importante durante los primeros años de la vida de un niño dejarle bien clarito que «siempre» estaremos con él, que «siempre» le querremos y le cuidaremos, aunque a veces no nos guste «exactamente» lo que hace. Eso es la base de una personalidad segura, independiente y con una autoestima capaz de soportar altibajos y adversidades.
Alrededor de los 2 años de edad (si bien puede variar según el niño), la supervivencia del niño está ya más garantizada (se desplaza solo, puede comer casi de todo y con sus propias manos, es autónomo en sus actos más vitales…) y la naturaleza, ¡qué sabia es!, tiene otro plan para nosotros: si al principio era «apegarnos» para sobrevivir, ahora nos prepara para la independencia. Pensad que sin independencia no crearíamos una familia propia, y eso es básico para el plan reproductor de la naturaleza. La independencia y autonomía supone un largo camino que se va adquiriendo con la edad y a estas edades empezamos de una forma muy rudimentaria.
¿Cómo hace el niño para manifestar su independencia? Pues, dada su edad, es una estrategia muy simple: consiste solamente en negar al otro. Su palabra más utilizada es «no», y resulta fácil de entender, porque negando al otro empieza a expresar lo que él «no es», puesto que aún no sabe realmente lo que «es».
Intento explicarme mejor. ¿Cómo sé yo (niño) que soy otro y puedo hacer cosas diferentes a mis padres? ¡Pues llevándoles la contraria! Puede que aún no tenga claro lo que voy a ser, pero así sé lo que no soy: yo no soy mis padres; por lo tanto, ¡soy otro!
El único problema es que esto implica un conflicto emocional importante para los niños porque, como los padres no entienden lo que pasa y normalmente se enfadan con ellos, notan que se están enfrentando a los seres que más quieren y ello les provoca una ambivalencia de sentimientos. Eso, nada más y nada menos, son las famosas rabietas: una lucha interior entre lo que debo hacer por naturaleza y la incomprensión de mis padres hacia tales actos, que me provoca unos sentimientos ambivalentes («Quiero a mis padres pero ahora los odio»).
En ese momento se dan dos deseos enfrentados y contradictorios: el deseo del niño y el de los padres. Y el niño no entiende por qué («¿Por qué hoy no me dan galletas si ayer me las dieron?»).
Esa ofuscación entre querer una cosa, no entender lo que pasa y el rechazo paterno es la fuente de la mayoría de las rabietas.
Por eso, lo mejor es dejarle claro que haga lo que haga siempre le querremos y le comprenderemos, aunque a veces no estemos de acuerdo.
Muchos padres viven esta etapa con mucha ansiedad porque piensan que es una forma que tienen sus hijos de rebeldía, de desobediencia o de tomarles el pelo. Nada más lejos de la realidad. En estas conductas del niño no hay ningún sentido de «ponernos a prueba» ni ningún juego de poder en medio (bueno, a veces los padres sí que se lo toman como tal, pero el niño nunca pretende «desafiar» al adulto, sino sólo hacer cosas diferentes a sus padres).
Si el niño lleva la contraria a sus padres es para comunicarles algo muy importante: «¿Lo ves?, me hago mayor. ¡Yo no soy tú! Puedo querer, desear y hacer cosas que tú no quieres».
Las rabietas aparecen normalmente hacia los 2 años y suelen cesar antes de los 5. De hecho, en la mayoría de los libros de psicología hay un capítulo a estas edades que se titula: «La edad del no», «Los terribles 2 años[134]» «La edad de las rabietas»…
Es algo por lo que deben pasar todos los niños en mayor o menor grado. Es bueno que así sea, aunque no deberían darse las alteraciones tan llamativas como las que conocemos. Si usted es respetuoso con su hijo, aunque pase por la época de las rabietas, esta será siempre más suave que si usted no lo es.
¿Por qué se dan en esta época? Recuerden que a partir de los 2 años se produce el final de la mielinización de la corteza cerebral y, por lo tanto, los niños empiezan a pensar, a desarrollar su capacidad de razonar, de hablar… y las ponen en marcha. Pero ¡claro!, están en un estado muy primerizo y razonan lo que pueden, piensan lo que pueden y hablan como pueden. No lo hacen bien, pero quieren empezar a tener «su propia vida» con sus ideas y deseos.
Podemos resumir en seis puntos la mejor manera de superar las rabietas:
En este sentido, observen este diálogo:
Mamá: —Cariño ha venido tía Marta. Ve a darle un beso.
Niño: —No quiero.
Mamá: —¿Cómo que no quieres? Eso está mal. ¡Eres un niño malo! Tía Marta te quiere mucho y tú no la quieres. Mamá no te querrá tampoco.
A partir de aquí puede haber dos reacciones: el niño monta una pataleta del tipo «¡Eres tonta y tía Marta también!», y ya la tenemos liada; o bien, ante la idea de perder el amor de su madre, va y le da un beso a tía Marta, a lo que su madre responde: «¡Qué bien! Así me gusta. ¡Qué bueno eres!», con lo que el niño aprende que es bueno cuando no se porta como él siente y que sólo obra bien cuando hace lo único que quiere su madre. Es decir, se nos quiere cuando disfrazamos nuestros sentimientos. Ninguna de las dos soluciones es correcta porque en ningún momento hemos evitado atacar la personalidad del niño (eres malo) y hemos valorado su conducta (esto está mal o esto está bien). Si en lugar de ello hubiéramos entendido sus emociones, a pesar de mostrar nuestra disconformidad, el resultado, aplicando los tres pasos, podría haber sido:
Mamá: —Cariño, ha venido tía Marta. Ve a darle un beso.
Niño: —No quiero.
Mamá: —Vaya, parece que no te apetece dar un beso a la tía Marta. (Paso n. 1, comprensión: reconocemos sus sentimientos).
Niño: —Sí.
Mamá: Cuando las personas van de visita a casa de otra se les da la bienvenida, aunque en ese momento no se tengan muchas ganas, ¿lo sabías? (Paso n° 2, educación: le explicamos qué es lo que se espera de él o lo que sucede).
Niño: —No. (Y si dice que sí, es lo mismo).
Mamá: —¿Qué podemos hacer para que tía Marta se sienta bien sin tu beso? (A lo mejor tía Marta es una barbuda de mucho cuidado y a su hijo no le apetece darle un beso, pero eso no implica que quiera que se sienta ofendida). (Paso n.3, le dejamos elegir una opción. También podemos darle dos nosotros y que él elija). ¿Cómo lo solucionamos? ¿Vamos, pues, a darle un beso de bienvenida a tía Marta o le tiras uno desde la puerta mientras le dices «Hola»?
Niño: —Le diré «Hola» y le tiro un beso.
Mamá: —Me parece que has encontrado una solución que nos va a gustar a todos. ¡Vamos!
Normalmente a estas alturas el niño, que ha visto que le han entendido y que no le han valorado negativamente, suele contestar que sí. En el hipotético caso de que siga con su negativa, podemos mostrar nuestra disconformidad:
Mamá: —El hecho de que no se lo des me disgusta, porque en esta casa intentamos que la gente se sienta bien. (Paso 2, le educamos en lo que se tiene que hacer. Y paso 3, le replanteamos las soluciones, las mismas o cambiándolas).
Como las rabietas se dan hacia los 2 años, el niño ya entiende lo que se le dice. De todas formas, adapte su lenguaje al nivel del niño.
Una vez que el niño haya llegado a la etapa de las rabietas, hemos de intentar que se solucionen cuanto antes. Nada de esto se dará si coartamos su deseo de separarse de nosotros, ya que lo único que se obtiene «intentando» que no se salga con la suya es un niño sumiso o rebelde (depende del tipo y grado de disciplina o autoridad empleada). Normalmente si les «ignoramos», suelen volverse más sumisos y dependientes, aunque lo que vemos es un niño que se doblega y «parece» que mejora en sus rabietas. Pero la causa que provoca esa rabieta sigue en él y se manifestará de otra forma (ahora o en la adolescencia). Los mecanismos psicológicos de ignorar conductas sólo modifican el exterior de la conducta (aquello que vemos en el niño), pero no se da un cambio en el interior y no solucionará ese conflicto o esa mala actitud. Si ignoramos a un niño cada vez que pega a su hermano, quizás no le pegue, pero no va a hacer que le quiera más.
Sé que es difícil acordarse de todo ante una rabieta infantil. Sé que es difícil razonar cuando estamos a punto de perder la razón. Sé que es difícil y por eso, ante la duda de cómo actuar, intente querer a su hijo al máximo porque él lo estará necesitando, ya que las rabietas también hacen sentirse mal a los niños.
«Quiéreme cuando menos me lo merezca porque será cuando más lo necesite», o lo que es lo mismo: «Intenta ponerte en mi lugar porque yo también lo estoy pasando mal».
Los niños han de tener mucha tolerancia con los adultos.
A. DE SAINT-EXUPÉRY
Es simplemente un niño que no se comporta como nosotros esperamos en ese momento. Y eso es todo, porque el mismo comportamiento puede ser normal para un padre y para otro, no.
En las rabietas explicábamos que se daba una ofuscación en el niño debido a que su deseo entraba en contradicción con el deseo de los padres y, como no entendía por qué sus padres actuaban así, no sabía cómo solucionarlo. En los problemas de comportamiento, lo que entra en contradicción es lo que quiere hacer el niño y lo que queremos que haga, como, por ejemplo, ponerse a correr en medio de un entierro, comer con los dedos o fuera de la mesa, cuando nosotros queremos otra cosa.
También suele hacerse la diferenciación entre rabieta (cuando hay una ofuscación emocional del niño) y problema de comportamiento (cuando el niño no se comporta como nosotros queremos). A partir de aquí, cuando le llamemos la atención sobre su actitud, puede que la cosa derive en una rabieta, sobre todo cuanto más pequeño sea.
Antes de empezar debemos mirarnos a nosotros mismos y preguntarnos:
A veces no importa que el niño se ponga un pantalón verde o azul (a la madre, sí porque le ataca a la vista o al buen gusto, pero nada más).
Julia me escribió un correo diciendo que cada noche tenía problemas al acostar a su hija porque pedía galletas y ella no se las quería dar. Me preguntó mi parecer y yo le contesté: «¿Tan malas son las galletas que compras que tu hija no puede tomarlas?». No sé qué problema puede haber en que una niña, que no padece obesidad, tome alguna galleta antes de dormir. De hecho, tomar leche con galletas al acostarse es una cosa muy socorrida y muchos padres estarían contentos si sus hijos las tomaran.
Muchas veces les pedimos a los niños que estén en un sitio como niños pero que no sean niños, que no se comporten como tales. Les pedimos que estén pero que no sean[136]. Queremos ir con los niños a un restaurante pero que se comporten como mayores; nos los llevamos de visita a casa de nuestros amigos y queremos que no molesten y que estén todo el rato sin hacer nada y quietos. ¡Son niños! ¡Qué espera! Pues al cabo de un ratito, más pronto si se aburren, van a empezar a buscar cosas con las que divertirse. Y a veces lo divertido para los niños es insoportable para los adultos. Si usted sospecha que se va a encontrar en una situación en que su hijo va a tener que estar pero no le va a dejar ser, mejor no lo lleve o no vaya. Usted lo pasa mal y él también.
La mamá de Erik[137] me comentaba que en la escuela de su hijo, como gran objetivo del curso, la maestra les había explicado a los padres que pretendía que los niños supieran esperar sin hacer nada hasta que sus compañeros hubieran terminado. Es decir, que estuvieran pero que no se comportaran como niños. Bueno, no sé si lo conseguirá (de momento no mucho, los niños se entretienen enredando, claro). Pero lo que es más terrible… ¡qué tiempo perdido para el que siempre termina primero! Supongo que aprenderá que no vale la pena esforzarse y pasará de hacerlo rápido y bien para mezclarse con la mediocridad.
Un niño es un explorador nato y la inactividad y el aburrimiento le matan. Si su hijo, por muchos juguetes que tenga en casa, pasa demasiado tiempo encerrado, no tiene amigos ni hermanos con los que jugar y se aburre, entonces es una olla a presión que puede explotar en cualquier momento.
Dicen que la mejor forma para que un niño sea bueno es hacerlo feliz. Si ofrece días más felices a su hijo, seguramente tendrá menos problemas de comportamiento que si el niño se aburre o lo pasa mal. Ya ven, no son tan diferentes de nosotros.
A veces, analizando estos puntos, nos daremos cuenta de que nuestros hijos no se portan tan mal y que muchos de los problemas de comportamiento no existen.
La técnica de los tres pasos ante una rabieta nos va a servir igual. Veamos unos ejemplos:
Mamá: —Nil, ¡es la hora del baño!
Nil: —¡No quiero!
Mamá: —¡No me extraña, Nil, que no quieras venir a bañarte! ¡Con lo bien que estás jugando! (Paso 1, comprensión). Pero tú sabes que cada día antes de cenar nos bañamos, porque llegamos sucios del cole ¿verdad? (Paso 2, educación). ¿Qué te parece? ¿Te ayudo a bañarte y así vamos más rápidos, y puedes jugar después, o te dejo cinco minutos más y te vas a bañar solo? (Paso 3, elección).
Nuestro objetivo es que el niño se bañe, qué más da que sea cinco minutos antes que después, solo o con ayuda.
De esta forma el niño se está educando (le explicamos lo que se espera de él, en lugar de «¡A bañarse porque lo digo yo!»), aprende a tomar decisiones y hace lo que nosotros queremos.
Miren este otro:
Papá: —¡Noemí, a comer! (Hay verdura o cualquier alimento que no sea del gusto de la niña).
Noemí: —¡No quiero!
Papá: —¡Te entiendo! No te gusta la verdura y prefieres los macarrones de mamá ¿verdad? (Paso 1, comprensión). Pero tú sabes que hay días en que necesitamos comer verdura. (Paso 2, educación). ¿Qué te parece? ¿Te la comes toda y te dejo elegir un postre o te comes la mitad y tomas una fruta para compensar? (Paso 3, elección).
El objetivo es que coma fibra; si no la toma de una forma, que la tome de otra.
O este otro, que ya habíamos empezado a explicar en el capítulo IV:
—¿Por qué has pegado a tu hermana?
—Me ha roto el dibujo.
—¡No me extraña que estés tan enfadada, con lo que te gustan los dibujos y el esfuerzo que pones! Es importante dejarle claro a tu hermana que eso no se hace. ¿No te parece? (Paso 1, comprensión).
—Si.
—Bueno, pero ya sabes que pase lo que pase no se pega, ¿lo tendrás en cuenta la próxima vez? (Paso 2, educación).
—Sí, mamá.
—¿Cómo lo solucionamos? ¿Vamos a ver a tu hermana y os pedís perdón mutuamente, o tienes una idea mejor? (Paso 3, elección).
En este caso no sólo acabamos con el problema sino que educamos a las dos hermanas a la vez.
Para hacer la técnica de los tres pasos es preciso asegurarnos de haber conseguido primero dos cosas:
Muchas veces los padres empiezan sus discursos con la palabra «no». Y el niño ya capta el mensaje y no escucha (¡para qué! si ya sabe que le van a censurar).
Miren este ejemplo. Alguien no entendido podría considerar que la madre es comprensiva, pero no es así:
Noelia, de 4 años, salta en el sofá.
Mamá: —Cariño, ¿no ves que no se puede saltar en el sofá? No está bien, corazón.
Muy cariñosamente, eso sí, pero la madre le ha dicho tres veces la palabra «no» y ha censurado su actitud sin ninguna explicación ni por qué.
Puede que la niña sea un encanto y deje de saltar en el sofá, pero seguramente pasará de todo. O contestará con un «¡Déjame!», etcétera.
Vean cómo puede cambiar con la técnica de los tres pasos:
Noelia, de 4 años, salta en el sofá.
Mamá: —Cariño, veo que te gusta saltar en el sofá. Seguramente debe de ser muy divertido. (Paso 1, comprensión). Pero los sofás se rompen más pronto si saltamos sobre ellos, y eso no queremos que pase. (Paso 2, educación). ¿Qué hacemos? ¿Buscamos algo divertido para hacer en lugar de saltar, o dejas de saltar y, como veo que te gusta tanto, te llevamos este fin de semana a las camas elásticas? (Paso 3, elección).
De esta forma, la niña no se siente censurada, le explicamos por qué no hay que saltar en los sofás (puede que otra vez lo tenga en cuenta) y buscamos una alternativa agradable. ¿Alguien da más?
FABER, A. y MAZLISH, E., Cómo hablar para que sus hijos escuchen y cómo escuchar para que sus hijos le hablen, Medici, Barcelona, 1997.
GINOTT, H. G., Entre padres e hijos, Medici, Barcelona, 2005.
JUUL, J., Su hijo es una persona competente, Herder, Barcelona, 2005.
SOLTER, A., Llantos y rabietas, Medici, Barcelona, 2002.