A la mujer conocida como María de Magdala, actualmente de Éfeso:
Mi ama, la señora Eliseba, ha leído las apologías que insistes en mandar y sigue encontrándolas extrañas y embarazosas. Se siente particularmente turbada por la narración de tu encuentro con Eli y tus posteriores indagaciones en Tiberíades. A lo largo de los años pudo observar cómo gente desconocida inspeccionaba su hogar, merodeando por las inmediaciones y espiando el patio. Tenía la sensación de que la estaban acechando, y ahora entiende por qué. Tú la tenías vigilada, habías enviado a gente que espiara y te mandara informes de sus actividades.
De nuevo, te pedimos que desistas. Si vives en temor de Dios y deseas obedecer Sus mandamientos, dejarás de enviar estas misivas inquietantes a una dama que sólo desea vivir una vida honrada y en paz.
Tirsa, sirvienta de Eliseba.
A mi madre:
No puedo evitar añadir unas palabras de mi puño y letra, aunque había jurado no hacerlo. Tirsa habla por mí, aunque no con las palabras que yo hubiera elegido.
Durante toda mi vida tú has sido un misterio para mí. Ahora, por fin, te conozco. Admiro el valor que demuestras al hacer este conocimiento posible.
Vernos, sin embargo… No, creo que será mejor dejar que las cosas sigan como hasta ahora.
Tu hija, Eliseba.