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A la viuda de Joel de Naín, antaño conocida como María de Magdala, actualmente, María de Éfeso:

Mi ama, la señora Eliseba de Tiberíades, viuda de Jorán de Magdala, me ha pedido que conteste a tu correspondencia. Desea que te diga que ha leído el extraño testimonio de tu vida —lo que alegas es la introducción a tal documento— y que lo encontró totalmente desconcertante. El hecho de que después de más de sesenta años le presentes una defensa tan interesada y le pidas que te reconozca como su madre, con la esperanza de celebrar alguna especie de reconciliación, es en exceso temerario y presuntuoso.

Dice que, a lo largo de los años en que crecía como huérfana, hija de una madre que se sabía poseída, desertora de su familia y unida a una banda de profetas y rebeldes itinerantes, nunca intentaste verla ni ponerte en contacto con ella. Creció con la vergüenza de tener a esa madre, un escándalo para la ciudad. A su manera infantil te escribió muchas cartas, pero nunca recibió respuesta y, al final, desistió. Si no fuera por la amabilidad de su tío Eli y su familia, jamás habría conocido un hogar. El tío Eli le enseñó todo lo que sabe y le dio un motivo por el que sentirse orgullosa de su familia.

Durante muchos años te consideró muerta, tan muerta como aquel rabino a quien seguiste. No fueron pocos los bandidos perseguidos y ejecutados. El nombre del odiado rabino se tornó aún más odioso para los fieles israelitas después de su muerte, y la herejía vil y la perversión de las Leyes de Moisés que sus discípulos practican desde entonces sólo puede resultar abominable para los verdaderos devotos.

Dice que, en la hora de la necesidad del pueblo judío, cuando el Templo cayó y los fieles se dispersaron, tú y los seguidores del rabino desacreditado perseverasteis en vuestra herejía. Ni siquiera los sufrimientos actuales de los judíos han conseguido devolveros al buen camino, y sois por ello peores que los edomitas, los antiguos hermanos de sangre de los judíos que les dieron la espalda en sus momentos de necesidad.

¡Y ahora, después de tantos años, reapareces en su vida y le pides que lea tu defensa de la herejía! ¡Ni que esperaras poder convertirla!

Mi ama te dice, con profundo pesar, que sigue siendo huérfana de madre.

Saludos y paz,

Tirsa, de la casa de la Honorable Eliseba.