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Queridísimo hermano, Silvano:

Quizás ésta sea la última vez en que pueda escribirte. Espero poder encontrar a un mensajero que lleve mi carta a Magdala. Estamos en las colinas, lejos del lago, y nos dirigimos al norte. Sí, ya sé, no es allí adonde uno debe ir en invierno.

Todo ha cambiado. Recuerdo ahora que me advertiste que Jesús llamaba la atención, la atención de la gente equivocada. Tenías razón. Las autoridades religiosas vinieron de Jerusalén a vernos, los soldados de Antipas nos han amenazado y yo he tenido terribles premoniciones de terror y destrucción. El ánimo de Jesús también ha cambiado; habla del fin de esta era, afirma que llegará pronto, dice que debe ir a Jerusalén para enfrentarse allí con «ello». Todos nos sentimos oprimidos y amenazados, aunque no hay enemigos a la vista mientras nos abrimos camino colinas arriba.

La madre de Jesús está aquí, con nosotros, y esto nos reconforta, porque es una mujer fuerte. Su fuerza es serena, distinta a la de Jesús, pero igualmente vigorizante. Otro de los seguidores, un hombre de Judea llamado Judas, coincide conmigo en que Jesús está en peligro y desea evitarlo, de algún modo. No sé si será posible: no podemos prever de dónde vendrá la amenaza.

¡Oh, Silvano, considera tu vida junto al mar un tesoro! Te ruego que entregues a Eliseba esta pequeña nota de mi parte, de tu hermana que te quiere.

Mi pequeña Eliseba:

Está lloviendo y hace frío y, aunque a la mayoría de la gente no le gusta, a mí, sí, porque tú naciste en invierno y pronto será tu cumpleaños, cumplirás los tres. ¡Tres años! Cuando la gente te pregunte cuántos años tienes, levanta tres deditos de tu mano y sólo tres. Quizá te resulte difícil al principio, hasta que lo practiques algunas veces. ¡Los dedos no se dejan manejar fácilmente!

Si estuviera allí, te haría un regalo muy especial. Pero fuiste tú quien me regaló algo a mí. Lo llevo ahora mismo. Lo llevaré siempre. Es un collar con un pequeño amuleto, que tú solías llevar. Pienso que mantiene nuestros espíritus unidos y, cuando te vuelva a ver, me lo quitaré y te lo colgaré del cuello, y entonces seré feliz.

Con todo mi amor, hijita preciosa,

Tu madre, María.