A mi amada hija, Eliseba, de su madre que la adora.
Tu tío Silvano te leerá esta carta, ya que tú todavía no sabes leer. Algún día aprenderás, sin embargo, como yo también aprendí, y algún día no muy lejano volveremos a vernos. Sé que estarás tan decidida como yo a aprender a leer y a saber qué dicen los libros, y que no harás caso a nadie que te diga que las niñas pequeñas no deben leer.
Pienso en ti todos los días. No; pienso en ti muchas, muchísimas veces cada día. ¿Y qué pienso? Recuerdo tu risa, cómo te gustaba ver la sombra de mis manos dibujar animalitos en la pared. Una vez hice un conejo de orejas largas. En realidad, eran mis dedos aunque parecían orejas de conejo. Tú levantabas las manos y hacías otras cosas, y yo nunca podía adivinar qué eran. ¿Todavía te gusta jugar a eso?
Recuerdo las palabras divertidas que inventabas. Llamabas a las moscas «moas» y a los zapatos, «zatos». Pronto te olvidarás de esto y empezarás a usar las palabras correctas, pero yo lo recordaré siempre y te lo contaré. A veces, cuando queramos mantener un secreto, usaremos aquellas palabras y nadie más nos entenderá. Así les engañaremos y tendremos nuestros secretos.
Recuerdo cuánto te gustaban las tortas de higos tiernos, recién recogidos del árbol, aunque te ponían la cara perdida. Ya casi es la temporada. ¿Estás comiéndolos ahora mismo?
Te quiero, cariño, y pronto volveré a tu lado. Muy pronto. Muchos besos y un abrazo enorme de tu madre.