A mi queridísima amiga, Casia bat-Benjamín, esposa de Rubén de Magdala.
De su amiga María, también de Magdala, amiga deshonesta y ahora honesta.
¡Escribo mis reflexiones para ti, en lugar de hacerlo para Dios! El rabino me entregó estos objetos de escritura para escribir a Dios y sobre Dios, pero no pude hacerlo. Falté a Dios pero también te falté a ti. Y ahora deseo pedir tu perdón, aunque ya te oigo decir: «¡Pero, si no hay nada que perdonar!». Estás equivocada. ¡Hay demasiado!
¿No son los amigos espíritus afines? Los verdaderos amigos lo son por esta razón. Otras personas están en nuestra vida por lazos de sangre o por conveniencia, pero la elección de un amigo es algo que sólo hacemos por placer. No obstante, yo tuve un secreto que jamás te revelé en todos estos años, cosa que significa que he sido una amiga desleal.
Ya sabes que tiendo a guardar secretos; piensa sólo en las clases de lectura que oculté a mi familia y en cómo trasgredía las normas rituales en cuanto salía de casa. Tú conocías aquellos secretos y por eso creías conocerme a mí. Hubo, sin embargo, un secreto muy grande que ni siquiera tú conocías y que es la causa de que me fuera de Magdala y terminara en este lugar, el desierto, junto con un grupo de hombres, esperando que otro hombre vuelva a nosotros.
Ahora puedo decírtelo: Tuve un ídolo prohibido, lo guardé y… ¿lo adoré? Ahora que veo las cosas con más claridad, he de decir que sí. Cada vez que miraba su sonrisa de marfil, una oleada de cálida excitación recorría mi cuerpo. ¿Era sólo porque se trataba de un objeto prohibido o era el estremecimiento de la adoración?
Aquello condujo a mi posterior posesión. Sí, me poseyeron los demonios. Tú no llegaste a verme en ese tiempo. No nos veíamos a menudo cuando me convertí en una loca, una demente que luchaba con sus demonios en privado. Por tanto, nunca lo supiste. Intenté mantenerlo en secreto pero, al final, Joel lo descubrió y entonces… Te lo contaré todo cuando nos volvamos a ver. Quizá te entregue este fajo de papeles para que los leas de principio a fin, porque no veo ningún medio de hacerlos llegar a tus manos antes.
¡El tormento de los demonios! La desesperación fue tan grande, Casia, que quise morir. Busqué la muerte. La negrura de mis pensamientos, las profundas tinieblas que me envolvían, eran Satanás en persona. ¿Por qué le llaman «príncipe de este mundo»? No es de este mundo sino de un foso, de un abismo.
Y entonces alguien me sanó. Alguien más fuerte que los demonios, más fuerte que el propio Satanás, logró expulsarlos de mi cuerpo. Y llegó la luz, tan deslumbrante como oscuras fueron las tinieblas. El mundo está inundado de luz, de color, del sonido de la belleza. Por eso pienso que este hombre, mi redentor, es el verdadero príncipe de este mundo, porque me ha devuelto a él, y ahora es más hermoso que nunca. Y vuelvo a sentirme como una niña, pura y lozana y nueva, aunque más sabia… ¡Oh, mucho más sabia que cualquier niño! Soy la María de siempre, la que creías conocer. Soy una María nueva, que ni yo conozco todavía.
Casia, voy a seguir a este hombre. ¡Soy su discípula! Una discípula… ¿te lo imaginas? Desde luego, volveré a casa, iré enseguida, tan pronto regrese ese hombre, pero después seré su discípula, de alguna manera. Él dijo que podría seguirle sin abandonar mi hogar. ¿Tú lo entiendes? ¡Todo esto resulta incomprensible!
Se llama Jesús y es de Nazaret. Ya sé, la gente ya murmura «¿Puede algo bueno…?». Conoces el dicho. Me parece que es el muchacho que conocimos hace tantísimo tiempo, en el viaje de vuelta de Jerusalén. ¿Te acuerdas? Pasamos la noche con su familia. Él debía de tener unos trece años entonces. Ahora tendrá más de treinta. Ya entonces me pareció una persona singular, claro que aquello no fue nada, comparado con ahora. Pero, si quisiera hablarte de él, te parecería todo muy raro. ¡Tienes que conocerle! Resulta imposible describirle pero, si le conoces, lo entenderás. Creo que empezará a predicar en Galilea; entonces podrás ir a escucharle.
Y los hombres, sus otros discípulos… No te lo creerás pero dos de ellos son Simón y Andrés bar-Jonás. Ya sabes, los pescadores, los que vendían su captura a mi padre. Solíamos reírnos de la posibilidad de tener que casarnos con uno de ellos, decíamos que olían mal, que apestaban a pescado. Pues Simón se ha casado, pero Andrés todavía no. Y, en realidad, no huelen; ahora pienso que Andrés sería un buen marido.
Hay dos más: Felipe, un pescador de Betsaida y Natanael, antiguo pescador.
Felipe rebosa de energía y no para de hablar; se niega a decir de nada que es malo, molesto o imposible. ¿Sabes qué, Casia? ¡Las personas alegres pueden resultar deprimentes! A veces, cuando le oigo silbar, me pongo de mal humor.
Natanael es apuesto, a su manera mohína, pero tan sarcástico como Felipe es jovial. Según parece, era pescador pero se rebeló contra aquello y anunció a su familia que se dedicaría enteramente al estudio, el estudio de las escrituras. Aunque no al modo de los escribas. Tiene una auténtica sed de conocimiento y quiere saber todo lo que hay que saber en el mundo. Suerte para él que no está casado. Seguro que su mujer se sentiría estafada si, habiendo aceptado casarse con un pescador, terminara al lado de un erudito pobre cuando sería ya demasiado tarde para cambiar de opinión.
Hace unos días apareció un hombre raro; dijo que venía a espiar a Juan el Bautista por cuenta de su padre. Creo que mentía. Creo que vino para verle por sí mismo. ¡Este hombre, que se llama Judas no-sé-qué, hace mosaicos! ¡Sí! ¿Te imaginas a un hombre judío haciendo mosaicos? Ya te he dicho que es raro. Aunque no más que una mujer judía que oculta ídolos.
Y Juan el Bautista. También él está aquí. De hecho, es la razón por la que tanta gente se ha congregado en este lugar. Asusta estar cerca de un auténtico profeta. Pero, Casia, él no tiene miedo de nada. Sería maravilloso ser como él. Un día vinieron los soldados y le amenazaron, pero no les hizo caso. No, lo digo mal. Hizo más que eso, les amenazó con la ira de Dios.
Está realmente demacrado, su pelo está revuelto y lleno de espinas, y lleva pieles sin curtir en lugar de ropa. No sé si es verdad que come sólo miel y algarrobas, pero basta mirarle para ver que no come mucho.
De mi descripción de las personas que he conocido aquí se desprende que son muy distintas a las gentes de Magdala. Incluso los que conocía en Magdala, como Simón y Andrés, son diferentes aquí. Ah, Jesús dio a Simón un nombre nuevo, le llamó Pedro, porque dice que es como una piedra. Seguramente lo dijo en broma, porque Simón es muy impulsivo y cambiadizo. Nunca sé cuándo Jesús habla en serio y cuándo no. Claro que todavía no le conozco bien. Cuando vuelva…
Seguirán más noticias de tu María. ¿Te das cuenta? Sin ti, no habría escrito ni una de todas estas palabras. Dios es bondadoso y por primera vez puedo sentir su presencia.