Capítulo treinta y dos

Esa noche los cielos vertían oscuridad sobre Atlanta, amenazando lluvia antes de que el tráfico terminara su bulliciosa actividad. Jan estacionó el Cadillac en un callejón a dos cuadras del ministerio y se bajó. Contaba con que la llamada al detective Wilks le diera un poco de tiempo. Si hubiera una patrulla policial vigilando el edificio cuando él fuera allá, esta visita podría fracasar.

Jan examinó la calle, y al no ver indicios de la policía subió a la acera. Metió las manos en los bolsillos y caminó con la cabeza agachada. Los empleados se debieron haber ido a casa a esta hora, pero siempre había la posibilidad de que lo reconociera alguien del vecindario.

Había dejado a Ivena y Helen en la casita de campo de Joey casi tres horas atrás. Había pasado por su calle, esperando conseguir una muda fresca de ropa para él y Helen, pero la patrulla de policía estacionada a lo largo de la carretera le había hecho cambiar de opinión. La casa de Ivena también estaba vigilada. Optó entonces por Woolworth. Helen tendría que conformarse con el vestido blanco que él seleccionara. Era talla cinco y la vendedora le había asegurado que era una buena talla para una mujer pequeña. No compró nada para él.

Levantó la mirada. La calle estaba descongestionada de autos. Era evidente que a la policía le preocupaban más las casas que el ministerio. O quizás no había vigilancia debido a la hora tardía.

Jan ingresó al callejón adyacente al edificio del ministerio y se dirigió a una puerta de acero.

—No me dejes plantado, Roald —susurró—. No ahora por favor.

Jan haló la manija y la puerta se abrió. Un escalofrío de alivio le bajó por la espalda. Entró al oscuro pasillo, tanteando el recorrido hasta el hueco de la escalera, y luego subió los peldaños de dos en dos. Señales rojas de salida le indicaban el camino, pero ocho pisos lo dejaron jadeante y entonces hizo una pausa en el tramo final de la escalera para recobrar el aliento.

Entró con esfuerzo a la conocida suite de la oficina. De inmediato oyó las voces y supo que Roald había tenido éxito. Jan no había visto los autos, lo cual significaba que los habían estacionado en la calle secundaria como les sugiriera.

Se abrió la puerta del salón de conferencias y Jan ingresó.

Todos estaban allí, y lo miraron al mismo tiempo. Roald, Karen y Betty. También Frank y Barney Givens. Jan le había pedido a Roald la asistencia de la junta si era posible; no sabía si Frank y Barney habían volado o si se hallaban en la ciudad. Aquí estaban dos de los cuatro. Y Betty se encontraba aquí como representante del ministerio. Los empleados querrían saber la verdad una vez que el asunto estallara, y él deseaba que recibieran esa verdad por medio de Betty.

—Buenas noches, mis amigos —saludó Jan con una ligera sonrisa.

Roald estaba a la cabecera de la larga mesa, con el ceño fruncido y los lentes posados en el extremo de la nariz; a su lado Karen se encontraba inclinada hacia atrás con los brazos cruzados. Frank y Barney se hallaban sentados imperturbables a la izquierda, y Betty sonreía cálidamente a la derecha.

—Siéntate, Jan —ordenó Roald.

—Hola, Roald. Qué alegría volverte a ver.

Una voz de cautela le susurró a Jan en la mente. Ellos no reaccionaban con la preocupación que él había imaginado. Betty sonreía, pero los demás ni siquiera eran cordiales.

—Yo tenía la impresión de haber convocado esta reunión. ¿Por qué me siento aquí como si hubiera entrado a un foso de víboras? —preguntó Jan, aún de pie.

—Oh, no, Jan —objetó Betty, y miró nerviosamente alrededor—. ¿Cómo puedes decir…?

—Tienes algo qué exponer. Expresa tu opinión —interrumpió Roald.

Jan lo miró.

—Gracias. Betty. Está bien, Roald, lo haré —manifestó halando una silla al lado de Betty y sentándose—. Gracias por venir, Frank, Barney y Karen.

Ellos asintieron con la cabeza en respuesta pero sin ofrecer ningún saludo formal.

—Por los labios rígidos de ustedes deduzco que han oído hablar del incidente de ayer.

Ninguna reacción.

—Tomaré eso como un sí. También sé que desde el principio ustedes no han entendido mi relación con Helen. No, permítanme expresarlo de otra manera: la mayoría de ustedes condenó desde el inicio mi relación con Helen. Bueno, ahora el equilibrio ha cambiado, porque me he visto obligado a hacer algunas cosas de las que no estoy orgulloso. Algo que ustedes podrían creer que empañará mi imagen. Pero si tan solo abren las mentes por unos cuantos minutos, sinceramente creo que verán las cosas de modo distinto.

Ellos permanecieron sentados mirándolo sin responder.

Jan dejó de mirar a Roald.

—Frank, hace tres meses tú, Barney y los demás de la junta me advirtieron acerca de la delicada naturaleza de mi imagen al ser portavoz de la iglesia, y diré que en aquel momento les cuestioné ese juicio. Pero ahora veo algo de verdad en esa afirmación. «A todo el que se le ha dado mucho, se le exigirá mucho», creo que esa fue la cita que usaron. Expresaron que había más intereses en juego además de mis propios asuntos. Intereses en cuanto a la iglesia. El ministerio, por ejemplo. La danza de los muertos. Una oportunidad de alcanzar a millones con un mensaje del amor de Dios. Ustedes querían que yo subordinara mis propios intereses por el beneficio mayor de la iglesia, ¿de acuerdo?

Los ojos de Frank titilaron.

—Bueno, ahora tal vez haya la oportunidad de que ustedes, todos ustedes —siguió diciendo Jan, y miró por sobre la mesa—, subordinen sus propios intereses por los mayores intereses de la iglesia. Por La danza de los muertos. Quizás ahora sea el momento de apoyarme y apoyar al ministerio, porque créanme, nadie más lo hará. Lo que han oído es cierto. Disparé a este desquiciado Glenn Lutz en las manos, con su propia pistola, pero solo porque amenazó con matar a Ivena. Solo porque es un monstruo de magnitud sobrenatural. Y si ustedes supieran realmente…

—Sabemos más de lo que crees —interrumpió Roald.

—¿Qué tratas de decir? —quiso saber Jan con una punzada de ira recorriéndole por la columna.

—¿Terminaste?

Esto no estaba resultando como lo había planeado. Había tenido la intención de presentar la situación total como la conocía. Llegó aquí confiando en que lo escucharían y en que se adherirían en su defensa. Pero Roald no parecía tener ninguna sensibilidad en el cuerpo. Lo cual dio la apariencia de estar fuera del control de Jan. Karen apenas se había movido desde que entrara el serbio. No que esperara ningún favor enorme de ella. Betty era la única que mostraba una actitud comprensiva, pero ella no poseía el poder de los otros.

—No, no he terminado. Pero es obvio que ustedes no están entendiendo mi punto aquí. ¿Por qué mejor no continúas y me dices lo que tienes en mente, Roald? —objetó él mordiéndose el labio y conteniendo una urgencia de ir hasta donde el hombre y golpearle la cabeza contra la pared.

—Bueno, lo haré. Mientras has estado ocupado escondiéndote de la policía, lo cual es lo más ridículo que he oído, nosotros hemos estado ocupados tratando de salvar tu carrera. Esto es mucho más grave de lo que comprendes, mi ingenuo amigo. Tienes algunos problemas, y ahora por asociación nosotros tenemos algunos problemas.

—¿Crees que no sé eso? ¿Qué…?

—El contrato que firmamos con Dreamscape tiene algunos problemas.

—¿El contrato? ¿Qué tiene que ver el contrato con esto? Pensé que ellos dijeron que era prácticamente igual al antiguo.

—Prácticamente. Pero no exactamente. Tiene una cláusula con relación a la moral que ha llamado nuestra atención.

—Moral. ¿Y cómo nos afecta la moral en este contrato?

—Eso depende. El contrato contiene una cláusula que da a Dreamscape el derecho de cancelarlo en caso de se llegue a cuestionar el carácter moral del personaje de la historia en cualquier momento antes de la fecha de estreno. El personaje de la historia eres tú, Jan.

La declaración cayó en la mente de Jan como una pequeña bomba, por lo que parpadeó.

—¿Mi integridad moral? ¿Qué significa eso? ¿Se sintieron ya ofendidos por mi equivocación de ayer? ¿O eres tú quien está haciendo más…?

—No es el disparo, ¡idiota! Por estúpido que eso fue…

—No me interrumpas por favor, Roald —se defendió Jan—. Al menos dame esa cortesía.

—Desde luego.

—Y si no es el disparo, ¿qué es entonces?

Roald no respondió. Lo hizo Frank.

—Es la mujer, Jan. Se te advirtió acerca de ella, ¿no fue así?

La mente de Jan empezó a entender, demasiado asombrado para atar cabos.

—Te advertí que ella era un peligro —continuó bruscamente Roald; Karen aún no había hablado, y simplemente se mecía en la silla con los brazos aún cruzados—. El estudio está poniendo millones sobre el tapete, produciendo una película que ve al mundo a través de un lente excepcional: el de Jan Jovic, un hombre que ha aprendido acerca del amor por medio de las brutales lecciones de la guerra. Y ahora descubren que su héroe está viviendo con una… una mujer indecorosa. Te dije que ella era una mala idea, ¿no es así? Yo estaba sentado exactamente aquí y opiné que esta drogadicta tuya podría arruinarlo todo. ¿Y escuchaste? No. En vez de eso resulta que te casas con ella, ¡vaya desastre!

—¡Y tú no sabes nada, Roald!

—No, desde luego que no. Por eso desde el principio hiciste caso omiso a mi advertencia. Porque no sé nada. Y tú, el noble defensor, lo sabes todo.

—Está bien, muchachos —terció Karen—. Aún estamos aquí del mismo lado.

—¿De veras? —objetó Roald—. Yo no estoy de acuerdo con que se haga esta película, con que salga este mensaje. Y francamente ya no sé de qué lado está Jan.

—Estoy del lado del amor —rebatió Jan—. Del mismo lado que estuviste en cierto momento. Esa es la esencia de mi historia.

—Bueno, ahora tu amor va a lograr que La danza de los muertos se cancele. Tu relación con Helen socava tu autoridad moral.

—Estamos casados, ¡por amor de Dios! —exclamó Jan sintiendo la idea como una broma pesada—. ¿Cómo podría la moral ser un problema en el matrimonio?

—Realmente debiste haberme escuchado —repuso Roald moviendo la cabeza de lado a lado—. Lo que importa es la apariencia de mal, Jan. ¿Cómo van a vender una película acerca del descubrimiento que un hombre hace de Dios y de la moralidad, si se cuestiona la moral de ese individuo? ¿No es eso lo que te dije?

—¿Y yo te estoy preguntando cómo está cuestionada mi moral?

—Porque las apariencias sí importan, Jan. ¡Y tu… esposa no irradia la mejor de las apariencias!

Jan tuvo deseos de golpear al hombre con el puño. Se levantó e hizo frente a la mesa de conferencias, temblando de ira.

—¿Quieres dispararme ahora como hiciste con el Sr. Lutz? —expresó Roald.

—Basta, Roald. Ya dejaste en claro tu punto —señaló Karen, y con ojos impasibles se volvió hacia Jan—. Siéntate, Jan.

Jan se obligó a volver a su asiento. Frank y Barney estaban codo a codo, como un jurado analizando el riguroso interrogatorio.

—Dreamscape nos ha puesto una condición para continuar —anunció ella—. No harán la película con un dilema de moralidad cuestionable colgándote sobre la cabeza.

—¡Eso es totalmente ridículo! Y de todos modos, ¿qué se supone que quiera decir «cuestionable»?

—Que la mujer se vaya o que se pierde la película —razonó Roald—. Eso es lo que se supone.

—¡Eso es ridículo! ¿Quieren que me divorcie? ¿Y ven eso como moral? ¡Ningún estudio podría ser tan incongruente! ¡Alguien más podría comprar los derechos de la película!

—No. No es posible. Dreamscape ya ha aclarado que no venderá los derechos. No mientras haya una relación adúltera en el asunto.

—¡No tengo una relación adúltera! ¿Quién podría hacer una afirmación como esa?

—No dijeron que tú estuvieras cometiendo adulterio —explicó Karen—. Ellos afirman que Helen aún se está viendo con Glenn Lutz.

Se hizo silencio en el salón. Un sudor le brotó a Jan en la frente.

—La película es acerca de mí, no de Helen. ¿Y cómo podría Dreamscape saber de Glenn?

—Estás casado con ella; eso parece malo —contestó Roald, manteniendo la mirada en Jan—. Y Dreamscape sabría acerca de Glenn porque para cualquier fin práctico, Dreamscape es Glenn.

¿Que Dreamscape era Glenn? ¿Pero cómo?

Entonces Jan lo supo. Glenn había configurado esto con un fin, y solo con un fin. ¡El hombre sería capaz de todo con tal de volver a tener a Helen!

—Así que Glenn adquiere La danza de los muertos por medio de Dreamscape y condiciona que a menos que yo termine mi relación con Helen, la amante de él, entonces no hará la película. ¿Es de eso de lo que se trata? —expuso Jan, consciente del temblor que acompañaba sus palabras, pero ya no le importó—. ¿Y no les parece extraño eso a ustedes? Este cerdo es el mismísimo diablo y ustedes no lo ven, ¿verdad? ¡Parece que tendré que demandarlo por manipular las condiciones del contrato!

—No importa cómo nos parezca, Jan —rebatió Karen—. Él pagó por los derechos de la película y firmamos un contrato que le da el derecho técnico de cancelar la película bajo estas condiciones. Y ahora que tú lo has asaltado, sin duda él tiene sus razones.

—Él me asaltó. Cuando el mundo descubra eso, Glenn no tendrá en qué apoyarse.

—Eso dices tú, pero él también tiene razones. Y es probable que demande por todo el dinero ya pagado. ¿Tengo razón, Roald?

—Sí. Así es.

—¿Así que hablaste con él, Roald? —preguntó Jan mirándolo—. ¿Conspiraste a mis espaldas con este demonio?

—Sí, hablé con él. Él me llamó. ¿Qué querías que hiciera yo? ¿Negarme a un llamado del hombre del que dependen nuestros futuros?

—Tu futuro, tal vez, pero no el mío. Nunca cederé ante un monstruo como Glenn.

—¿Te negarás, entonces? ¿Echarás por tierra siete millones de dólares, todo este ministerio, y todo aquello para lo que has vivido? ¿Por una asquerosa mujer?

—¡Ella no es una asquerosa mujer! —gritó Jan golpeando la mesa con la mano, haciendo saltar a los presentes—. ¡Ella es todo! He vivido preparándome para amarla. Y nada, ni siete millones de dólares ni cien millones de dólares, ¡nada se interpondrá entre nosotros! ¿Entiendes esto, o te lo debo estampar en la frente?

—¡Estás tirando todo a la basura! ¡Todo! —expresó Roald con el rostro rojo de ira.

—No a Helen. No me desharé de Helen. ¡Ella es todo! ¡Nada más importa! —exclamó Jan volviéndose a sentar y respirando entrecortadamente—. ¿Cómo pueden ustedes sentarse allí y sugerir que me divorcie de mi esposa para poder forrarse los bolsillos de dinero?

El rostro de Roald volvió a enrojecerse, y Jan pensó por un momento que podría saltar sobre la mesa y tratar de degollar al tipo ese.

—No creo que eso es lo que Roald tuviera en mente —explicó Karen con una sonrisa de disculpas—. Creo que él está sinceramente preocupado con el panorama más amplio aquí…

—¿Es eso lo que crees? —interrumpió Jan—. ¿Y qué tenías tú en mente, Karen? ¿Que de algún modo serías reivindicada en este lío?

Ella pareció como si la hubieran abofeteado y se levantó de la mesa.

—Escúchame ahora, imbécil. Antes que nada, debes saber que si fracasa este acuerdo será el acabose del ministerio. ¿Has pensado en eso? Se cancelará el libro, los viajes, todo se desvanecerá sin la película. Un millón de vidas se verán afectadas. Debes ver eso. Y el hecho de que estés viviendo o que estés casado con una mujer que tiene una aventura adúltera con otro hombre te da el derecho de divorciarte, ¿no es así? En muchos círculos sería lo único moral que se debiera hacer. Lo que Roald está sugiriendo no es irrazonable.

—Entonces tú tampoco entiendes, Karen —manifestó Jan mirándola y preguntándose qué yacía detrás de esa repentina súplica de racionalidad—. El mundo no se estimula solo con raciocinio. Este es un asunto de amor. Yo la amo. Desesperadamente. Sin duda , más que nadie, puede entender eso.

Él vio un pequeño temblor de sorpresa en los ojos de Karen. Ella no contestó.

—No siempre puedes seguir tu corazón —opinó Barney, aclarando la garganta y hablando por primera vez—. No cuando este desafía la razón. Dios proveyó de mente al hombre por una buena razón. Todos sabemos de la atracción del amor; que es ciega y llena de pasión y, sí, la razón apenas tiene una mínima posibilidad. Pero debe tenerla, ¿no ves? Todo lo bueno y decente depende de ti. No puedes simplemente dejar que tu mente siga los caprichos del corazón. Hay asuntos más grandes en juego.

—Qué palabras más hermosas de un gran amante, estoy seguro —cuestionó Jan sintiendo que le volvía a surgir ira—. Pero déjame decirte que el amor del padre Michael por Dios no nació solo de la mente. No, primero vino del corazón. Estaba desesperado por Dios y gustoso de morir por él. Tus palabras de razón dejarán sin poder al corazón.

Se volvió hacia los demás, inclinándose ahora.

—Les diré. Se me ha dado una parte muy pequeña del amor de Dios por Helen y esto hace que se me debiliten las rodillas en presencia de ella. ¿Están ustedes sugiriendo que yo enfrente a Dios y le diga que se guarde el corazón? ¿Por qué un dirigente en la iglesia dijo que este corazón era irrazonable? ¿Es esa la posición de ustedes en este asunto?

—¡Por supuesto que no! —exclamó Frank—. ¡Te estamos diciendo que hagas lo correcto! Pero puedo ver que eres tan egoísta con este amor tuyo como para considerar qué consecuencias podría tener tu decisión en el resto de la iglesia. Esto no es simplemente acerca de ti y tus sentimientos por una mujer. Es necesario considerar los más grandes intereses de la iglesia.

—El interés mayor de la iglesia, dices. Y la iglesia es la Novia de Cristo. Por tanto, ¿cuál es el beneficio mayor para la Novia?

—¡Estás tergiversando mis palabras para ajustarlas a tu maldad! La Novia no es esta única mujer. La Novia es la iglesia, millones de personas. Es en ella en quien debes pensar.

—El amor por las masas pesa más que el amor por unos pocos, ¿no es así? ¡Entonces permítanme sugerir que Dios escogería rápidamente el verdadero amor, el amor irrefrenable y apasionado de un alma que acepte su deidad en vez del de un millón de almas que asistan a la iglesia!

—¿Estás ultrajando a la iglesia? —desafió Roald.

—No Roald, ultrajas a la iglesia. Te burlas de la Novia. Socavas el valor del amor. El universo fue creado con la esperanza de destilar una porción del verdadero amor. Y ahora sugieres que se haga caso omiso de ese amor a favor de crear una conmovedora película por una ganancia económica. Nada se comparará nunca al amor, hermano. Ni todas las maquinaciones que la mente pueda concebir, ni cien mil toros sacrificados en el Día de la Expiación. ¡Nada!

—¿Y tienes el orgullo espiritual de suponer que solo tú posees ahora el amor de Dios en el corazón? —objetó Roald con el ceño fruncido—. ¿Este amor por una mujer adúltera?

—No, no solo yo. Pero esto no es diferente al amor de Dios por una nación adúltera. Por Israel. No es diferente a su profundo amor por la iglesia. Su novia. Tú.

El dirigente no encontró nada que decir. Por un momento Jan creyó que Roald podría ver la luz. Pero después de parpadear algunas veces, el anciano apretó los dientes y echó la silla hacia atrás.

—Esto es insensato. Me cuesta aun creer que estemos pensando en tirar esto a la basura debido a una… La manera en que hablas huele a herejía —declaró el hombre y se puso de pie—. Bueno, Jan Jovic, ya te lo dije, pero te lo diré ahora por última vez. Si la mujer se queda, entonces nosotros nos vamos.

Como en el momento preciso Frank y Barney se levantaron con Roald.

—Hemos tenido suficiente de esta necedad. Supongo que nos llamaste aquí para pedirnos nuestro apoyo. Y ahora tienes nuestras condiciones. Solo espero que Dios exprese un poco de sensatez a tu corazón.

—Sí, bien podrías orar por mí, Roald. Recuerdas cómo hacer eso, ¿verdad?

Roald miró a Jan y entonces salió vociferando del salón junto con Frank y Barney.

—Bueno, ese fue realmente un discurso —opinó Karen exhalando aire y cruzando las piernas.

—Quizás me expresé demasiado fuerte.

—No lo creo —comentó Betty sosegadamente—. Creo que dijiste lo que debías decir. Nunca había oído palabras más maravillosas.

La bondadosa mirada de Betty llevaba una sonrisa, y Jan pensó que pedirle que asistiera fue quizás la única parte de la reunión que había salido como él la planeara.

—Gracias Betty. Eres muy amable.

—Hoy sí que no dejaste duda de dónde estás parado —expresó Karen sonriendo—. Te arriesgaste realmente esta vez, ¿no es así, Jan?

Él suspiró y cerró los ojos. ¿Qué estaba sucediendo? Padre, ¿qué me has hecho? Me estás despojando de todo lo que me has dado.

Y ahora Glenn estaba amenazando peor. ¿Cómo había manipulado el sujeto este increíble giro de acontecimientos? Imaginó al corpulento individuo parado ayer en su propia oficina, con las manos ensangrentadas, y ahora al verle la retorcida sonrisa el temor envolvió la mente de Jan. El hombre era capaz de cualquier cosa.

—Jan.

Abrió los ojos. Karen lo analizaba.

—Sabes que en cierto grado puedo entender lo que estás haciendo.

—¿Sí? ¿Qué estoy haciendo, Karen? Yo ni siquiera sé lo que estoy haciendo.

—Te estás poniendo de parte de una mujer infiel, eso es lo que estás haciendo. Y al ponerte de parte de ella estás tirando por la borda la clase de vida con que la mayoría de personas simplemente sueña.

—Tal vez —dijo Jan mirando la pizarra a la izquierda de ellos.

Las cifras de la distribución deseada de la nueva edición estaban extendidas en números blancos, aún vívidas desde la reunión de planificación durante la cual las trazaran tres semanas atrás.

—O tal vez he encontrado la clase de amor con que la mayoría de personas solo sueñan. Cualquier cosa menos sería insignificante.

—Quizás. Ese es el nivel que logro comprender. Te miro y me cuesta creer que la ames realmente de ese modo. Me deshace, ¿sabes? Pensar que pudo haber sido de mí de quien estuvieras hablando —comentó ella y miró hacia otra parte—. Lo que no puedo entender es tu tolerancia por ella cuando ella no lo merece. Que ames tanto a una mujer infiel.

Era la primera vez que hablaban con tanta franqueza acerca de Helen. Los ojos de Betty brillaban con comprensión.

—Lo siento, Karen —expresó Jan mirándola—. Yo no quería hacerte daño. Dime por favor que sabes eso.

—Tal vez —contestó ella apenas sonriendo, y eso era algo bueno.

—Lo juro, Karen. No estoy seguro ni de que yo mismo lo entienda.

—Esto podría cambiarte la vida, ¿sabes? Podrías perderlo todo.

—¿No dará el estudio un paso atrás?

—No sé. Parece una insensatez, ¿no lo crees? —opinó ella meneando la cabeza—. Todo esto está sucediendo con demasiada rapidez. No creerás de veras que Lutz le haría daño a Ivena, ¿verdad?

—¡Por supuesto que le haría daño! No conoces al tipo ese.

—Entonces deberías acudir a la policía —opinó Betty—. Heriste a un hombre que te amenazó. Quizás esta no sea la acción de un santo, pero tampoco es el fin del mundo.

—Ella tiene razón —concordó Karen—. Esa podría ser ahora tu única esperanza. Nuestra única esperanza; no eres el único que tienes las de perder en esto.

—Vine aquí esperando que Roald hiciera uso de su influencia. De cualquier modo, ya he dispuesto reunirme en la mañana con la policía.

—Bueno —expuso Karen levantándose, y Betty hizo lo mismo.

—¿Y si Glenn estuviera fanfarroneando? —preguntó Jan.

Karen fue hasta la puerta y encogió los hombros.

—Creo que estás haciendo lo correcto, Jan —dijo mirándolo—. Quiero que sepas eso. Tu amor por ella es algo bueno. Ahora veo eso.

—Gracias, Karen.

—Hemos salido airosos de algunos malos ratos antes —declaró ella sonriendo.

—No tan malos como este —dijo Jan.

—No, no tan malos.

Entonces ella se fue.

—Oraré por ti, hijo —ofreció Betty palmeándolo ligeramente en el hombro—. Y al final lo verás. Todo esto tendrá sentido.

—Gracias Betty.

Ella también lo dejó, ahora totalmente solo.

Jan inclinó la cabeza sobre la mesa y lloró.