16

Hacía mucho tiempo, en las oscuras callejuelas de Florencia, muriéndose de hambre, asustado y exhausto, Stefan se había hecho a sí mismo una promesa. Varias promesas, de hecho, sobre usar los Poderes que percibía en su interior y sobre cómo tratar a las débiles, atolondradas y todavía humanas criaturas de su alrededor.

Ahora las iba a romper todas.

Había besado la frente helada de Elena y la había tendido bajo un sauce. Regresaría allí, si podía, para reunirse con ella después.

Tal y como había pensado, la oleada de Poder había pasado por encima de Bonnie y Meredith y le había seguido, pero había vuelto a retirarse, y en aquellos momentos había reculado, aguardando.

No dejaría que esperase mucho tiempo.

Libre del peso del cuerpo de Elena, se lanzó a un medio galope de depredador por la vacía carretera. La helada aguanieve y el viento no le molestaban demasiado. Sus sentidos de cazador se abrían paso a través de ellos.

Los dedicó a la tarea de localizar la presa que deseaba. Ahora no había que pensar en Elena. Más tarde, cuando esto finalizara.

Tyler y sus amigos seguían en el cobertizo prefabricado. Estupendo. Ni se dieron cuenta de lo que se les venía encima cuando la ventana estalló en una lluvia de fragmentos de cristal y la tormenta sopló al interior.

Stefan estaba decidido a matar cuando agarró a Tyler por el cuello y hundió en él los colmillos. Aquélla había sido una de sus normas, no matar, y quería romperla.

Pero otro de los matones fue hacia él antes de que le hubiera chupado toda la sangre a Tyler. El tipo no intentaba proteger a su jefe caído, sólo escapar. Fue mala suerte que su ruta le hiciera cruzarse en el camino de Stefan. Stefan lo arrojó al suelo y pinchó la nueva vena con ansia.

El cálido sabor a cobre le reavivó, le dio calor, fluyó por él como fuego. Hizo que quisiera más.

Poder. Vida. Ellos la tenían; él la necesitaba. Con el glorioso torrente de energía que le llegó con lo que ya había bebido, los dejó fácilmente sin sentido. Luego pasó de uno a otro bebiendo profundamente y arrojándolos a un lado. Fue como abrir latas de bebida.

Estaba con el último cuando vio a Caroline acurrucada en la esquina.

Su boca chorreaba cuando alzó la cabeza para mirarla. Aquellos ojos verdes, por lo general tan entrecerrados, mostraban toda la zona blanca que los rodeaba igual que los de un caballo aterrado. Los labios eran pálidas manchas borrosas mientras farfullaba mudas súplicas.

La puso en pie tirando de los ceñidores verdes de su cintura. La muchacha gimoteaba, los ojos en blanco en las cuencas. Enrolló la mano en la cabellera color castaño rojizo para colocar la expuesta garganta donde la quería, echó la cabeza hacia atrás para atacar… y Caroline chilló y se quedó inerte.

La dejó caer al suelo. Ya había tomado suficiente de todos modos. Estaba hasta reventar de sangre, como una garrapata sobrealimentada. Jamás se había sentido tan fuerte, tan cargado de poder elemental.

Ahora era hora de ir a por Damon.

Salió del cobertizo del mismo modo en que había entrado. Pero no en forma humana. Un halcón de caza remontó el vuelo desde la ventana y giró en el cielo.

La nueva forma era maravillosa. Fuerte… y cruel. Y sus ojos eran agudos. Le llevó a donde quería, pasando justo por encima de los robles del bosque. Buscaba un claro en concreto.

Lo encontró. El viento lo acuchilló, pero describió una espiral descendente, con un agudo chillido de desafío. Damon, en forma humana en el suelo, alzó las manos para proteger su rostro cuando el halcón descendió en picado hacia él.

Stefan arrancó ensangrentados jirones a sus brazos y oyó los gritos de dolor y cólera con que le respondía Damon.

«Ya no soy tu débil hermano pequeño.» Proyectó el pensamiento sobre Damon con un aturdidor estallido de Poder. «Y esta vez he venido a por tu sangre.»

Sintió la estela del odio de Damon, pero la voz en su mente era burlona. «¿Así que éste es el agradecimiento que recibo por salvarte a ti y a tu prometida?»

Las alas de Stefan se plegaron y volvió a descender en picado, con todo su mundo reducido a un objetivo. Matar. Fue a por los ojos de Damon, y el palo que su hermano había cogido silbó junto a su nuevo cuerpo. Sus garras desgarraron la mejilla de Damon y la sangre de Damon manó. Magnífico.

"No deberías haberme dejado vivo —dijo a Damon—. Deberías habernos matado a los dos al momento.»

«¡Con mucho gusto corregiré el error!» Damon no había estado preparado antes, pero Stefan sintió ahora cómo absorbía Poder, armándose, preparándose. «Pero primero deberías decirme a quién se supone que he matado esta vez.»

El cerebro del halcón fue incapaz de procesar el aluvión de emociones que la zahiriente pregunta invocó. Chillando sin palabras, se dejó caer sobre Damon de nuevo, pero esta vez el pesado palo dio en el blanco. Herido, con una ala colgando, el halcón cayó detrás de Damon.

Stefan cambió inmediatamente a su propia forma, apenas sintiendo el dolor del brazo roto. Antes de que Damon pudiera girar, lo agarró, con los dedos del brazo sano clavándose en el cuello de su hermano para obligarle a girar en redondo.

Cuando habló, casi lo hizo con dulzura.

—Elena —dijo en un susurro, y fue a por el cuello de Damon.

Era oscuro y hacía mucho frío, y alguien estaba herido. Alguien necesitaba ayuda.

Pero ella estaba terriblemente cansada.

Los párpados de Elena se abrieron con un aleteo, y eso se encargó de eliminar la oscuridad. En cuanto al frío… estaba helada hasta los huesos, congelada. Y no era de extrañar; estaba toda cubierta de hielo.

En algún lugar, muy dentro de ella, supo que había otro motivo también.

¿Qué había sucedido? Había estado en casa, dormida… No, era el Día del Fundador. Había estado en el comedor, en el escenario.

El rostro de alguien había tenido un aspecto curioso.

Era demasiado para enfrentarse a todo ello; era incapaz de pensar. Rostros sin cuerpos flotaron ante sus ojos, fragmentos de frases sonaron en sus oídos. Estaba muy confusa.

Y tan cansada…

Sería mejor volver a dormirse. El hielo no era realmente tan malo. Empezó a tumbarse, y entonces los gritos regresaron a ella.

Los oyó, no con sus oídos, sino con la mente. Gritos de cólera y dolor. Alguien se sentía muy desdichado.

Se sentó muy quieta, intentando ordenar todo aquello.

Hubo un leve movimiento en el borde de su visión. Una ardilla. Pudo olerla, lo que era extraño, porque nunca había olido una ardilla antes. El animal la miró fijamente con un brillante ojo negro y luego correteó a lo alto del tronco del sauce. Elena advirtió que había intentado atraparla sólo cuando su mano se alzó vacía con las uñas clavándose en la corteza.

Eso era ridículo. ¿Para qué demonios quería ella una ardilla? Le dio vueltas a la cuestión durante un minuto, luego volvió a recostarse, agotada.

Los gritos seguían.

Intentó taparse los oídos, pero eso no sirvió para dejarlos fuera. Alguien estaba herido, y era desdichado, y peleaba. Eso era. Se estaba librando una pelea.

Muy bien. Lo había adivinado. Ahora podía dormir.

No podía, no obstante. Los gritos la llamaban, la atraían hacia ellos. Sintió una irresistible necesidad de seguirlos hasta su origen.

Y entonces podría dormir. Después de que… le viera.

Ah, sí, empezaba a regresar a ella. Le recordaba. Era el que la comprendía, el que la amaba. Era con quien quería estar para siempre.

Su rostro surgió de las brumas de su mente. Lo consideró con cariño. De acuerdo, pues. Por él se pondría en pie y andaría por aquella ridícula aguanieve hasta que encontrara el claro correcto. Hasta que pudiera reunirse con él. Entonces estarían juntos.

Sólo el pensar en él pareció proporcionarle calor. Había un fuego dentro de él que pocas personas podían ver. Ella lo veía, no obstante. Era como el fuego que ella tenía dentro.

Él parecía tener alguna clase de problema en aquellos momentos. Al menos, se oían muchos gritos. Estaba ya bastante cerca para oírlo con los oídos, además de con la mente.

Allí, detrás del viejo roble. De ahí era de donde provenía todo el ruido. Él estaba allí, con sus ojos negros e insondables y su sonrisa inescrutable. Y necesitaba su ayuda. Ella le ayudaría.

Sacudiéndose los cristales de hielo del cabello, Elena penetró en el claro del bosque.