15

—¡Elena, estás siendo grosera! —Tía Judith casi nunca se enojaba, pero ahora lo estaba—. Eres demasiado mayor para esta clase de comportamiento.

—¡No es grosería! No comprendes que…

—Comprendo perfectamente. Estas actuando exactamente igual que cuando Damon vino a cenar. ¿No crees que un invitado merece un poco más de consideración?

La frustración se apoderó de Elena.

—Ni siquiera sabes lo que dices —respondió.

Aquello era demasiado. Oír las palabras de Damon en los labios de tía… era insufrible.

—¡Elena!

Un rubor moteado ascendía por las mejillas de su tía Judith.

—¡Me indignas! Y tengo que decir que este comportamiento infantil se inició en el momento en que empezaste a salir con ese chico.

—Ah, «ese chico». —Elena dirigió una mirada iracunda a Damon.

—¡Sí, ese chico! —respondió tía Judith—. Desde el momento en que perdiste la cabeza por él has sido una persona distinta. ¡Irresponsable, reservada… y desafiante! Ha sido una mala influencia desde el principio, y no pienso tolerarlo más.

—¿De veras?

Elena sentía como si estuviera hablando a Damon y a tía Judith a la vez y paseaba la mirada de uno a otro. Todas las emociones que había estado conteniendo durante los últimos días —durante las últimas semanas, durante los meses desde que Stefan había llegado a su vida— brotaban en tropel. Era un gran maremoto en su interior sobre el que carecía de control.

Advirtió que estaba temblando.

—Bien, pues lo siento mucho, porque vas a tener que tolerarlo. Jamás voy a dejar a Stefan, por nadie. ¡Desde luego, no por ti!

Esto último iba dirigido a Damon, pero tía Judith lanzo una exclamación.

—¡Es suficiente! —soltó Robert, que había aparecido con Margaret y tenía una expresión sombría—. Jovencita, si éste es el modo en que ese chico te anima a hablar a tu tía…

—¡Él no es «ese chico»!

Elena retrocedió otro paso, para poder mirarlos a todos de frente. Estaba dando un espectáculo, todo mundo en el patio miraba. Pero no le importaba. Había mantenido una tapadera sobre sus sentimientos durante demasiado tiempo, empujando al fondo, donde no se pudieran ver, toda la ansiedad, el miedo y la rabia. Toda la preocupación por Stefan, todo el terror que le inspiraba Damon, toda la vergüenza y la humillación padecidas en el instituto, los había enterrado profundamente. Pero en aquellos momentos todo regresaba. Todo ello, todo a la vez, en una vorágine de una violencia tremenda. El corazón le martillaba enloquecido; los oídos le silbaban. Sentía que nada importaba, excepto lastimar a las personas que tenía ante ella, darles una demostración.

—Él no es «ese chico» —volvió a decir, y su voz tenía una frialdad letal—. Se llama Stefan y es todo lo que me importa. Y resulta que estoy comprometida con él.

—¡Vamos, no seas ridícula! —tronó Robert.

Aquello fue la gota que colmó el vaso.

—¿Es esto ridículo? —Alzó la mano con el anillo hacia ellos—. ¡Nos vamos a casar!

—Tú no te vas a casar —empezó a decir Robert.

Todo el mundo estaba furioso. Damon agarró su mano y contempló fijamente el anillo, luego giró bruscamente y se alejó a grandes zancadas, cada paso lleno de ferocidad a duras penas contenida. Robert seguía farfullando exasperado. Tía Judith echaba chispas.

—Elena, te prohíbo absolutamente…

—¡Tú no eres mi madre! —chilló Elena.

Las lágrimas intentaban abrirse paso fuera de sus ojos. Necesitaba marchar, estar sola, estar con alguien que la quería.

—¡Si Stefan pregunta, decidle que estaré en la casa de huéspedes! —añadió, y salió corriendo por entre la multitud.

Medio esperó que Bonnie o Meredith la siguieran, pero se alegró que no lo hicieran. El aparcamiento estaba lleno de coches, pero casi vacio de gente. La mayoría de las familias se quedaban para las actividades de la tarde. Pero un desvencijado Ford sedán estaba aparcado a poca distancia, y una figura familiar abría la portezuela.

—¡Matt! ¿Te vas?

Tomó su decisión al instante. Hacía demasiado frío para recorrer a pie todo el camino hasta la casa de huéspedes.

—¿Eh? No, tengo que ayudar al entrenador Lyman a quitar las mesas. Sólo estaba guardando esto. —Arrojó la placa de Atleta Excepcional al asiento delantero—. Oye, ¿estás bien? —Sus ojos se abrieron de par en par al verle el rostro.

—Si… no. Lo estaré si puedo marchar de aquí. Oye, ¿puedo coger tu coche? ¿Sólo durante un ratito?

—Bueno… claro, pero… Ya sé, ¿por qué no dejas que yo te lleve? Iré a decírselo al entrenador Lyman.

—¡No! Sólo necesito estar sola… Ah, por favor, no hagas preguntas. —Casi le arrancó las llaves de la mano—. Lo traeré de vuelta pronto, lo prometo. O lo hará Stefan. Si ves a Stefan, dile que estoy en la casa de huéspedes. Y gracias.

Cerró la portezuela de golpe, mientras él protestaba, y aceleró el motor, con un chirrido de marchas porque no estaba acostumbrada a un cambio manual. Lo dejó allí de pie, mirando con asombro cómo se alejaba.

Condujo sin ver ni oír realmente nada del exterior, llorando, encerrada en su propio tornado de emociones. Stefan y ella huirían… Se fugarían… Les enseñarían a todos. No volvería a poner los pies en Fell's Church.

Y entonces tía Judith lo lamentaría. Entonces Robert vería lo equivocado que había estado. Pero Elena no les perdonaría nunca. Nunca.

En cuanto a Elena misma, ella no necesitaba a nadie. Ciertamente, no necesitaba al viejo y estúpido instituto Robert E. Lee, donde una podía pasar de ser megapopular a ser una paria de la sociedad en un día, sólo por amar a la persona equivocada. No necesitaba familia, ni tampoco amigos…

Mientras aminoraba la velocidad para ascender por el sinuoso camino particular de la casa de huéspedes, Elena sintió que sus pensamientos también aminoraban.

Bueno…, no estaba enfurecida con todos sus amigos. Bonnie y Meredith no habían hecho nada. Ni Matt. Matt estaba bien, De hecho, podría no necesitarle, pero su coche le había venido muy bien.

A pesar de sí misma, Elena sintió que una risita ahogada ascendía por su garganta. Pobre Matt. La gente siempre cogía prestada aquella carraca prehistórica suya. Debía de pensar que Stefan y ella estaban chiflados.

La risita le hizo soltar unas cuantas lágrimas más y se sentó y las secó, sacudiendo la cabeza. Dios ¿cómo se habían vuelto las cosas de ese modo? Vaya día. Debería de estar ocupada en una celebración victoriosa porque habían vencido a Caroline, y en su lugar estaba llorando sola en el coche de Matt.

Aunque Caroline había tenido realmente un aspecto condenadamente divertido. El cuerpo de Elena se estremeció con unas risitas levemente histéricas. Vaya expresión la del rostro de Caroline. Esperaba que alguien la hubiera filmado en vídeo.

Por fin, sollozos y risitas se calmaron y Elena sintió una oleada de cansancio. Se recostó sobre el volante intentando no pensar en nada durante un rato, y luego salió del coche.

Entraría y esperaría a Stefan, y luego los dos regresarían y se ocuparían del jaleo que ella había organizado. Haría falta mucho trabajo, pensó cansinamente. Pobre tía Judith. Elena le había chillado frente a media ciudad.

¿Por qué se había alterado tanto? Pero sus emociones seguían cerca de la superficie, como descubrió al encontrar que la puerta de la casa de huéspedes estaba cerrada con llave y nadie respondía al timbre.

Vaya, maravilloso, se dijo, sintiendo que los ojos volvían a escocerle. También la señora Flowers había ido a la fiesta del Día del Fundador. Y ahora Elena tenía que elegir entre sentarse en el coche o quedarse de pie allí fuera en aquel vendaval…

Hasta entonces no había advertido el tiempo que hacía, pero ahora miró a su alrededor alarmada. El día había empezado nublado y helado, pero en aquellos momentos había una neblina que se deslizaba por el suelo, como exhalada por los campos circundantes. Las nubes no sólo estaban arremolinadas: bullían. Y el viento era cada vez más fuerte.

Gemía a través de las ramas de los robles, arrancando las hojas que quedaban y lanzándolas como un aguacero. El sonido aumentaba sin parar; no era sólo un gemido, era un aullido. Y había algo más. Algo que venía no sólo con el viento, sino del aire mismo, o del espacio alrededor del aire. Una sensación de presión, de amenaza, de alguna fuerza inimaginable. Acumulaba poder, se aceraba, la rodeaba.

Elena se volvió en redondo de cara a los robles.

Había un bosquecillo de ellos detrás de la casa, y otro al fondo, fusionándose con el bosque. Y más allá estaba el río y el cementerio.

Algo… estaba allí afuera. Algo… muy malo….

—No —murmuró Elena.

No podía verlo, pero lo percibía, como una gran forma alzándose para colocarse sobre ella, ocultando el cielo. Percibió la maldad, el odio, la furia animal.

La sed de sangre. Stefan había utilizado la palabra, pero ella no la había comprendido. Ahora sentía esta sed de sangre… concentrada en ella.

—¡No!

Más y más alto, aquello se erguía sobre ella. Seguía sin poder ver nada, pero era como si unas alas enormes se desplegaran, estirándose para tocar el horizonte a ambos lados. Algo con un poder más allá de toda comprensión… y que quería matarla…

—¡No!

Corrió hacia el coche justo cuando aquello se inclinaba y descendía en picado a por ella. Sus manos buscaron desesperadamente la manija, y hurgó torpemente con las llaves. El viento chillaba, aullaba, tirando de sus cabellos. Hielo arenosos le roció los ojos, cegándola, pero entonces la llave giró y abrió la puerta de un tirón.

¡A salvo! Cerró de golpe la portezuela y descargó el puño sobre el cierre. Luego se arrojó sobre el asiento para comprobar los cierres del otro lado.

El viento rugió con un millar de voces en el exterior. El coche empezó a balancearse.

—¡Para! ¡Damon, para!

Su débil grito se perdió en la algarabía. Alargó las manos sobre el salpicadero como para equilibrar el coche, y éste se balanceó con más fuerza mientras el hielo lo acribillaba.

Entonces vio algo. La ventanilla trasera se estaba empañando, pero pudo distinguir una forma a través de ella. Parecía un pájaro enorme hecho de niebla o nieve, pero los contornos eran vagos. De todo lo que estaba segura era que poseía enormes alas que batían con fuerza… y que iba hacia ella.

«Pon la llave en el contacto. ¡Hazlo! ¡Ahora, vete!» Su mente le transmitía órdenes en tono seco. El viejo Ford resolló y los neumáticos chirriaron más fuerte que el viento cuando emprendió la marcha. Y la figura que iba tras ella la siguió, apareciendo cada vez más grande en el retrovisor.

«¡Ve a la ciudad, ve a Stefan! ¡Vete! ¡Vete!» Pero cuando penetraba con un chirrido en la carretera de Old Creek, girando a la izquierda y con las ruedas trabándose, un rayo hendió el cielo.

De no haber estado patinando y frenando ya, el árbol se habría estrellado sobre ella. De todos modos, el violento impacto zarandeó el vehículo como un terremoto sin alcanzar el guardabarros derecho por unos centímetros. El árbol era una masa de ramas que se agitaban y bamboleaban, con el tronco bloqueando por completo el camino de vuelta a la ciudad.

Estaba atrapada. Su única ruta cortada. Estaba sola, no había escapatoria a aquel Poder terrible…

Poder. Eso era, ésa era la clave. «Cuanto más fuertes son tus Poderes, más te atan a la fuerza de la oscuridad.»

¡Agua corriente!

Dando marcha atrás con el coche, le hizo dar la vuelta y luego lo lanzó hacia adelante. La forma blanca viró y descendió en picado, sin conseguir alcanzarla por tan poco como había sucedido con el árbol, y a continuación ella corría a toda velocidad por la carretera de Old Creek hacia lo peor de la tormenta.

Aquello seguía tras ella, y sólo un pensamiento martillaba en su cerebro en aquel momento: tenía que cruzar agua corriente para dejar atrás aquella cosa.

Hubo más relámpagos, y vislumbró otros árboles que caían, pero los esquivó con virajes bruscos. No podía estar lejos ya. Veía el río que discurría centelleante a su izquierda por entre la torrencial granizada. Entonces divisó el puente.

¡Estaba allí; lo había conseguido! Una ráfaga arrojó aguanieve sobre el parabrisas, pero con el siguiente movimiento de los limpiaparabrisas volvió a ver fugazmente. Era aquello, la curva debía de estar allí mismo.

El coche dio un bandazo y patinó sobre la estructura de madera. Elena notó cómo las ruedas se aferraban a tablas resbaladizas, y luego sintió cómo se bloqueaban. Desesperada, intentó girar con el patinazo, pero no podía ver y no había espacio…

Y entonces se encontró estrellándose contra la barandilla, la madera podrida del puente peatonal cediendo bajo un peso que no era capaz de soportar. Tuvo una escalofriante sensación de girar como un trompo, de caer, y el coche chocó contra el agua.

Elena oyó gritos, pero no parecían relacionados con ella. El río se alzó a su alrededor y todo fue ruido, confusión y dolor. Una ventana se hizo pedazos al ser golpeada por los escombros, y luego otra. Agua oscura penetró a borbotones, junto con cristal que era como hielo. Quedó sepultada. No podía ver; no podía salir.

Y no podía respirar. Estaba perdida en aquel tumulto infernal, y no había aire. Tenía que respirar. Tenía que salir de allí.

—¡Stefan, ayúdame! —chilló.

Pero su gritó no emitió ningún sonido. En su lugar, el agua helada penetró en tropel en sus pulmones, invadiéndola. Se debatió contra ella, pero era demasiado fuerte. Sus esfuerzos se volvieron más frenéticos, más faltos de coordinación, y luego se detuvieron.

Entonces todo quedó quieto.

Bonnie y Meredith rastreaban el perímetro del instituto con impaciencia. Habían visto a Stefan marchar en aquella dirección, más o menos coaccionado por Tyler y sus nuevos amigos, y habían empezado a seguirle, pero entonces Elena había montado aquella escena. Y luego Matt les había informado de que se había ido. Así que habían vuelto a buscar a Stefan, pero no había nadie allí. No había siquiera edificios, excepto un solitario cobertizo prefabricado.

—¡Y ahora se aproxima una tormenta! —dijo Meredith—. ¡Escucha ese viento! Creo que va a llover.

—¡O a nevar! —Bonnie se estremeció—. ¿Adónde fueron?

—No me importa; sólo quiero estar bajo techo. ¡Ya está aquí!

Meredith lanzó un grito ahogado cuando la primera cortina de lluvia helada la golpeó, y ella Bonnie corrieron hacia el refugio más próximo: el cobertizo prefabricado.

Y allí fue donde encontraron a Stefan. Las puerta estaba entreabierta, y cuando Bonnie miró dentro se echó para atrás, asustada.

—¡La cuadrilla de matones de Tyler! —siseó—. ¡Cuidado!

Stefan tenía a un semicírculo de chicos situados entre él y la puerta. Caroline estaba en la esquina.

—¡Tiene que tenerlo! Lo cogió de algún modo; ¡se que lo hizo! —decía ella.

—¿Cogió qué? —preguntó Meredith en voz alta, y todo el mundo se volvió hacia ella.

El rostro de Caroline se contrajo al verlas en la entrada, y Tyler gruñó.

—Salid —dijo—. No os interesa involucraros en esto.

Meredith hizo como si no le oyera.

—Stefan, ¿puedo hablar contigo?

—En un minuto. ¿Vas a responder a su pregunta? ¿Cogió qué? —Stefan se estaba concentrando en Tyler, toda su atención puesta en él.

—Desde luego que responderé a su pregunta. Justo después de que responda a la tuya. —La mano rojiza de Tyler golpeó contra su puño y el muchacho avanzó—. Te voy hacer pecadillo, Salvatore.

Varios de los chicos duros rieron burlones.

Bonnie abrió la boca para decir «salgamos de aquí». Pero lo que en realidad dijo fue:

—El puente

Fue lo bastante extraño como para hacer que todos la miraran.

—¿Qué? —dijo Stefan.

—El puente —repitió Bonnie, sin que su intención fuera decir aquello.

Sus ojos se desorbitaron, alarmados. Oía la voz que surgía en su garganta, pero no tenía control sobre de ella. Y entonces sintió que sus ojos se abrían más y su boca se abría y recuperó su propia voz.

—El puente, ah, Dios mío, ¡el puente! ¡Ahí es donde está Elena! Stefan, tenemos que salvarla… ¡De prisa!

—Bonnie, ¿estás segura?

—Sí, ah, Dios mío… es ahí a donde ha ido. ¡Se está ahogando! ¡De prisa!

Oleadas de espesa oscuridad descendieron sobre Bonnie. Pero ella no podía desvanecerse en aquel momento: tenían que llegar hasta Elena.

Stefan y Meredith vacilaron un minuto, y luego Stefan atravesó la cuadrilla de matones, apartándolos como si fueran de papel de seda. Corrieron por el campo de deportes hacia el aparcamiento, arrastrando a Bonnie con ellos. Tyler empezó a perseguirlos, pero se detuvo cuando toda la fuerza de viento le golpeó.

—¿Por qué querría ella salir con esta tormenta? —gritó Stefan mientras saltaba al interior del coche de Meredith.

—Estaba trastornada; Matt dijo que se llevó su coche —jadeó Meredith como respuesta en el relativo silencio del interior del vehículo.

Arrancó el coche a toda prisa y giró de cara al viento, acelerando peligrosamente.

—Dijo que iba a la casa de huéspedes.

—¡No, está en el puente! ¡Meredith, conduce más rápido! ¡Dios mío, vamos a llegar demasiado tarde!

Las lágrimas corrían por el rostro de Bonnie.

Meredith apretó a fondo el acelerador. El coche se balanceó, azotado por el viento y la aguanieve. Durante todo aquel viaje de pesadilla, Bonnie no dejó de sollozar, aferrada al asiento que tenía adelante.

La súbita advertencia de Stefan impidió a Meredith chocar contra el árbol. Bajaron en tropel y se vieron inmediatamente azotados y castigados por el viento.

—¡Es demasiado grande para moverlo! Tendremos que andar —gritó Stefan.

Por supuesto que era demasiado grande para moverlo, se dijo Bonnie, que ya trepaba por entre las ramas. Era un roble totalmente adulto. Pero una vez al otro lado, el helado vendaval arrancó todo pensamiento de su cabeza.

En cuestión de minutos estaba entumecida, y la carretera pareció seguir adelante durante horas. Intentaron correr, pero el viento los empujaba hacia atrás. Apenas podían ver; de no haber sido por Stefan, habrían caído por el margen del río.

Bonnie empezó a zigzaguear como si estuviera borracha, y estaba a punto de caer al suelo cuando oyó a Stefan que gritaba más adelante.

El brazo de Meredith, que la rodeaba, la abrazó con más fuerza, y volvieron a iniciar una tambaleante carrera. Pero al acceder al puente, lo que vieron las hizo detenerse en seco.

—¡Dios mío…, Elena! —chilló Bonnie.

El puente Wickery era una masa de escombros astillados. La barandilla de un lado había desaparecido y los tablones habían cedido como si un puño gigante los hubiera destrozado. Debajo, las oscuras aguas se arremolinaban sobre un horripilante montón de escombros. Una parte de los escombros, totalmente sumergido excepto por los faros, era el coche de Matt.

Meredith, también chillaba, pero le chillaba a Stefan.

—¡No! ¡No puedes bajar ahí!

Él ni siquiera miró atrás. Se zambulló desde la orilla, y él agua se cerró sobre su cabeza.

Más tarde, el recuerdo de Bonnie de la hora siguientes sería misericordiosamente borroso. Recordó haber esperado a Stefan mientras la tormenta rugía interminable. Recordó que ya casi le traía todo sin cuidado cuando por fin una figura encorvada salió tambaleante de agua. Recordó no haber sentido ninguna decepción, sólo un pesar inmenso, al ver la figura inerte que Stefan depositaba sobre la carretera.

Y recordó el rostro de Stefan.

Recordó su expresión mientras intentaba hacer algo por Elena. Sólo que ya no era realmente Elena quien yacía allí, era una muñeca de cera con las facciones de Elena. No era nada que hubiese estado nunca vivo y, desde luego, no estaba vivo en aquel momento. Bonnie pensó que parecía estúpido seguir golpeándolo y presionándolo, intentando extraer agua de sus pulmones y todo eso. Las muñecas de cera no respiraban.

Recordó el rostro de Stefan cuando finalmente se dio por vencido. Cuando Meredith forcejeó con él y le chilló, diciendo algo sobre más de una hora sin aire, y daños cerebrales. Las palabras penetraron en Bonnie, pero no su significado. Simplemente le pareció curioso que mientras Meredith y Stefan se chillaban el uno al otro, estuvieran los dos llorando.

Stefan dejó de llorar después de aquello. Se limitó a quedarse abrazando a la muñeca Elena. Meredith chilló un poco más, pero él no la escuchó. Se limitó a quedarse sentado. Y Bonnie jamás olvidaría su expresión.

Y entonces algo atravesó a Bonnie como una llamarada, devolviéndola a la vida, despertándola al terror. Aferró a Meredith, y miró con ojos desorbitados a su alrededor en busca del origen. Algo malo…, algo terrible se acerca. Estaba casi allí. Stefan pareció sentirlo también. Estaba alerta, rígido como un lobo que ha captado un rastro.

—¿Qué es? —gritó Meredith—. ¿Qué pasa?

—¡Tenéis que iros! —Stefan se puso en pie, sosteniendo aún el cuerpo inerte en sus brazos—. ¡Salid de aquí!

—¿Qué quieres decir? No podemos dejarte…

—¡Sí, podéis! ¡Salid de aquí! ¡Bonnie, sácala!

Nadie le había dicho nunca antes a Bonnie que cuidara de otra persona. La gente siempre cuida de ella. Pero ahora sujetó el brazo de Meredith y empezó a tirar. Stefan tenía razón. No había nada que pudieran hacer por Elena, y si se quedaban, lo que fuera que había acabado con ella las atraparía.

—Stefan —gritó Meredith mientras se veía incomprensiblemente arrastrada fuera de allí.

—La depositaré bajo los sauces. Los sauces, no los robles —les gritó él mientras se alejaban.

«¿Por qué nos dirá eso ahora?», se preguntó Bonnie en algún lugar del fondo de su mente que no estaba ocupado por el miedo y la tormenta.

La respuesta era sencilla, y su mente se la proporcionó de inmediato: porque él no estaría allí más tarde para decírselo.