14

Bonnie tiritó mientras aguardaba frente a la alta casa victoriana. El aire era helado esa mañana y, aunque eran casi las ocho de la mañana, el sol aún no había salido. El cielo era una espesa masa de nubes grises y blancas que creaban una penumbra fantasmal bajo ellas.

Había empezado a dar patadas en el suelo y a frotarse las manos cuando la puerta de los Forbes se abrió. Bonnie retrocedió un poco tras los arbustos que constituían su escondite y observó cómo la familia iba hacia su coche.

El señor Forbes no llevaba más que una cámara; la señora Forbes tenía un bolso y una silla plegable; Daniel Forbes, el hermano pequeño de Caroline, llevaba otra silla. Y Caroline…

Bonnie se inclinó hacia adelante, el aliento siseando de satisfacción. Caroline iba vestida con tejanos y un suéter grueso y llevaba una especie de bolso blanco cerrado con un cordón. No era muy grande pero sí lo bastante como para contener un diario pequeño.

Reconfortada por el triunfo, Bonnie aguardó tras el matorral hasta que el coche se alejó. Luego marchó en dirección a la esquina de la calle Thrush con Hawthorne Drive.

—Allí está, tía Judith. En la esquina.

El coche aminoró la marcha hasta detenerse, y Bonnie se deslizó en el asiento posterior junto a Elena.

—Lleva un bolso blanco cerrado con un cordón —murmuró al oído de Elena mientras tía Judith volvía a arrancar.

Un hormigueo de entusiasmo recorrió a Elena, que oprimió la mano de su amiga.

—Estupendo —musitó—. Ahora veremos si lo lleva a casa de la señora Grimesby. Si no, le dices a Meredith que está en el coche.

Bonnie asintió y oprimió a su vez la mano de Elena.

Llegaron a casa de la señora Grimesby justo a tiempo de ver entrar a Caroline con el bolso blanco colgando del brazo. Bonnie y Elena intercambiaron una mirada. Ahora era cosa de Elena ver dónde lo dejaba Caroline en el interior de la casa.

—Me bajaré también aquí, señorita Gilbert —dijo Bonnie mientras Elena saltaba del coche.

Ella aguardaría en el exterior con Meredith hasta que Elena pudiera decirles dónde estaba el bolso. Lo importante era no dejar que Caroline sospechara nada raro.

La señora Grimesby, que fue quien abrió a Elena, era la bibliotecaria de Fell's Church, y su casa casi parecía también una biblioteca; había librerías por todas partes y libros amontonados en el suelo. También era la conservadora de los artefactos históricos de Fell's Church, incluyendo ropas que se habían preservado desde los primeros tiempos de la ciudad.

En aquel momento, en la casa resonaban voces juveniles, y los dormitorios estaban llenos de estudiantes en diversas fases de desnudez. La señora Grimesby siempre supervisaba los trajes del espectáculo histórico. Elena estaba a punto de pedir que la colocaran en la misma habitación que Caroline, pero no fue necesario. La señora Grimesby la hacía entrar ya.

Caroline, que se había quedado en ropa interior de última moda, dedicó a Elena lo que sin duda quería ser una mirada indiferente, pero Elena detectó el malicioso regodeo oculto bajo ella y mantuvo los ojos en el montón de prendas que la señora Grimesby estaba recogiendo de la cama.

—Aquí tienes, Elena. Una de nuestras piezas más primorosamente conservadas… y toda ella auténtica, además, incluso las cintas. Creemos que este vestido perteneció a Honoria Fell.

—Es hermoso —dijo Elena, mientras la señora Grimesby sacudía los pliegues del fino material blanco—. ¿De qué está hecho?

—Muselina de Moravia y gasa de seda. Puesto que hoy hace bastante frío, puedes llevar esa chaqueta de terciopelo encima.

La bibliotecaria indicó una prenda color rosa grisáceo que descansaba en el respaldo de una silla.

Elena dirigió una subrepticia mirada a Caroline mientras empezaba a cambiarse. Sí, allí estaba el bolso, a los pies de Caroline. Consideró la idea de abalanzarse sobre él, pero la señora Grimesby seguía en la habitación.

El vestido de muselina era muy sencillo, y el vaporoso material estaba ceñido muy alto bajo el pecho con una cinta rosa pálido. Las mangas ligeramente abombadas que terminaban en el codo estaban atadas con cinta del mismo color. Las modas habían sido bastante holgadas a principios del siglo XIX y quedaban bien a una chica del siglo XX; al menos si ésta era delgada. Elena sonrió cuando la señora Grimesby la condujo hasta un espejo.

—¿Realmente perteneció a Honoria Fell? —preguntó, pensando en la imagen de mármol de aquella dama que yacía en su tumba de la iglesia en ruinas.

—Ésa es la historia, al menos —dijo la señora Grimesby—. Menciona un vestido así en su diario, de modo que estamos bastante seguros.

—¿Escribía un diario? —Elena se sobresaltó.

—Ah, sí. Lo tengo en una vitrina de la sala de estar; te lo mostraré al salir. Ahora, la chaqueta… vaya, ¿qué es eso?

Algo violeta revoloteó al suelo cuando Elena levantó la chaqueta.

La muchacha sintió cómo se helaba su expresión. Atrapó 1a nota antes de que la señora Grimesby pudiera inclinarse hacia ella y le echó una ojeada.

Una línea. Recordó haberla escrito en su diario el 4 de septiembre, el primer día de clase. Sólo que después de haberla escrito la había tachado.

Aquellas palabras no estaban tachadas ahora; estaban bien trazadas y claras.

Algo horrible va a suceder hoy.

Elena apenas pudo contenerse para no revolverse contra Caroline y blandir la nota ante su rostro. Pero eso lo habría estropeado todo. Se obligó a permanecer tranquila mientras arrugaba la pequeña tira de papel y la arrojaba a la papelera.

—No es más que un trozo de basura —dijo, y se volvió de nuevo hacia la mujer, con los hombros muy tiesos.

Caroline no dijo nada, pero Elena sintió aquellos triunfales ojos verdes sobre su persona.

«Espera y verás —pensó—. Espera hasta que consiga recuperar ese diario. Lo quemaré, y luego tú y yo tendremos una charla.»

A la señora Grimesby le dijo:

—Estoy lista.

—También yo —dijo Caroline en un tono de voz recatado.

Elena adoptó una fría mirada indiferente mientras contemplaba el vestido de la otra muchacha. El traje verde pálido de Caroline con largos ceñidores verdes y blancos no era ni con mucho tan bonito como el suyo.

—Maravilloso. Vosotras, chicas, id delante y aguardad en vuestros vehículos. Ah, y, Caroline, no olvides tu ridículo.

—No lo haré —respondió ésta, sonriendo, y alargó el brazo para tomar el bolso cerrado con cordón que tenía a los pies.

Fue una suerte que desde aquella posición no pudiera ver el rostro de Elena, porque en aquel instante su fría indiferencia se hizo añicos por completo. Elena se quedó mirándola atónita, mientras Caroline empezaba a atar el bolso a su cintura.

Su asombro no le pasó desapercibido a la señora Grimesby.

—Eso es un ridículo, el antepasado de nuestro moderno bolso femenino —explicó con amabilidad la mujer—. Las señoras guardaban sus guantes y sus abanicos en ellos. Caroline pasó por aquí y se lo llevó a principios de semana para reparar unos bordados a los que faltaban cuentas…, lo que fue muy considerado por su parte.

—Estoy segura de ello —consiguió decir Elena con voz ahogada.

Tenía que salir de allí o algo horrible sucedería en aquel mismo momento. Iba a ponerse a chillar, o a tirar a Caroline al suelo, o a estallar.

—Necesito un poco de aire fresco —dijo.

Salió disparada de la habitación y de la casa, irrumpiendo en la calle.

Bonnie y Meredith aguardaban en el coche de Meredith. A Elena el corazón le martilleó de un modo extraño mientras andaba hacia él y se inclinaba sobre la ventanilla.

—Ha sido más lista que nosotras —dijo en voz baja—. Ese bolso es parte de su traje, y va a llevarlo encima todo el día.

Bonnie y Meredith abrieron los ojos de par en par, primero para mirarla a ella y luego para mirarse una a la otra.

—Pero… entonces, ¿qué vamos a hacer? —preguntó Bonnie.

—No lo sé —con angustiada consternación, Elena fue plenamente consciente de ello por fin—. ¡No lo sé!

—Todavía podemos vigilarla. A lo mejor se quitará el bolso para almorzar o algo…

Pero la voz de Meredith sonó hueca. Todas sabían la verdad, se dijo Elena, y la verdad era que no había esperanza. Habían perdido.

Bonnie echó una ojeada al retrovisor, luego se retorció en su asiento.

—Es tu carruaje.

Elena miró. Dos caballos blancos venían por la calle tirando de una calesa elegantemente renovada. Las ruedas de la calesa llevaban guirnaldas de papel crespón entrelazadas en ellas, los asientos estaban decorados con helechos y una gran pancarta en el lateral proclamaba: El Espíritu de Fell's Church.

Elena sólo tuvo tiempo para un mensaje desesperado.

—Vigiladla —dijo—. Y si en algún momento hay un instante en el que está sola…

Luego tuvo que marchar.

Pero durante aquella larga y terrible mañana no hubo nunca un momento en el que Caroline estuviera sola. Estuvo rodeada por una multitud de espectadores.

Para Elena, el desfile fue una total tortura. Permaneció sentada en la calesa junto al alcalde y su esposa, intentando sonreír, intentando parecer normal. Pero el angustioso temor era como un peso abrumador en su pecho.

En algún lugar frente a ella, entre las bandas, grupos uniformados y descapotables que desfilaban, estaba Caroline. Elena había olvidado averiguar en qué carroza estaba. La carroza del instituto, quizá; una gran mayoría de los niños más pequeños disfrazados estarían en ésa.

No importaba. Donde fuera que estuviese Caroline, estaba a la vista de media ciudad.

El almuerzo que siguió al desfile se celebró en el comedor de la escuela de secundaria, y Elena se vio atrapada en una mesa con el alcalde Dawley y su esposa. Caroline estaba en una mesa próxima; Elena podía ver la brillante parte posterior de su melena caoba. Y sentado a su lado, a menudo inclinándose posesivamente sobre ella, estaba Tyler Smallwood.

Elena se hallaba en una posición perfecta para ver el pequeño drama que tuvo lugar más o menos a la mitad del almuerzo. Se le puso el corazón en un puño cuando vio a Stefan que, con expresión indiferente, pasaba junto a la mesa de Caroline.

Habló a Caroline. Elena observó, olvidando incluso juguetear con la comida intacta de su plato. Pero lo que vio a continuación hizo que el alma le cayera a los pies. Caroline agitó la cabeza, le respondió brevemente y luego regresó a su comida. Y Tyler se alzó pesadamente, el rostro enrojeciendo a la vez que efectuaba un gesto de enojo. No volvió a sentarse hasta que Stefan se alejó.

Stefan miró en dirección a Elena al marchar, y por un momento sus ojos se encontraron en muda comunión.

No había nada que él pudiera hacer, entonces. Incluso si sus Poderes habían regresado, Tyler lo mantendría alejado de Caroline. El aplastante peso oprimió los pulmones de Elena de tal modo que apenas pudo respirar.

Después de eso, se limitó a permanecer sentada presa del abatimiento y la desesperación hasta que alguien le dio un golpecito y le indicó que era hora de ir entre bastidores.

Escuchó casi con indiferencia el discurso de bienvenida del alcalde Dawley, que habló sobre los «duros momentos» a los que Fell's Church se había enfrentado recientemente y sobre el espíritu de comunidad que los había sustentado aquellos últimos meses. A continuación se entregaron premios, por erudición, proezas atléticas, servicios a la comunidad… Matt subió para recibir el de Atleta Masculino Excepcional del Año, y Elena vio que la miraba con curiosidad.

Luego tuvo lugar la representación histórica. Los niños del instituto elemental rieron, dieron traspiés y olvidaron sus frases mientras representaban escenas, desde la fundación de Fell's Church hasta la guerra de Secesión. Elena lo contempló sin asimilar nada de todo ello. Ya desde la noche anterior se había estado sintiendo ligeramente mareada y temblorosa, y en aquellos momentos se sentía como si estuviera cayendo víctima de la gripe. Su mente, por lo general tan repleta de planes y cálculos, estaba vacía. Ya no podía pensar. Ya casi ni le importaba.

La representación terminó con un centelleo de flashes y tumultuosos aplausos. Cuando el último menudo soldado confederado abandonó el escenario, el alcalde Dawley pidió silencio.

—Y ahora —dijo—, los alumnos que llevarán a cabo las ceremonias de clausura. ¡Por favor, mostrad vuestro reconocimiento al Espíritu de Independencia, al Espíritu de Fidelidad y al Espíritu de Fell's Church!

Los aplausos fueron aún más atronadores. Elena se colocó de pie junto a John Clifford, el inteligente alumno de último año que había sido elegido para representar el Espíritu de la Independencia. Al otro lado de John estaba Caroline. De un modo distante, casi apático, Elena advirtió que Caroline parecía espléndida: la cabeza echada hacia atrás, los ojos llameantes, las mejillas sonrosadas.

John avanzó el primero, ajustando sus gafas y el micrófono antes de leer del grueso libro marrón situado sobre el atril. Oficialmente, los alumnos de último año eran libres de elegir sus propias selecciones; en la práctica, casi siempre leían algo sacado de las obras de M. C. Marsh, el único poeta que Fell' s Church había producido jamás.

Durante toda la lectura de John, Caroline se dedicó a eclipsarlo. Sonrió a la audiencia, sacudió los cabellos; sopesó el ridículo que colgaba de su cintura. Sus dedos acariciaron amorosamente el bolso, y Elena se encontró mirándolo fijamente, hipnotizada, memorizando cada cuenta.

John efectuó una reverencia y volvió a su puesto junto a Elena. Caroline irguió los hombros y avanzó como una modelo hasta el atril.

En esta ocasión los aplausos se mezclaron con silbidos. Pero Caroline no sonrió; había adoptado un aire de trágica responsabilidad. Con exquisito sentido del momento aguardó hasta que la sala de actos quedó en perfecto silencio para hablar.

—Mi intención era leer un poema de M. C. Marsh hoy —dijo entonces, ante la atenta quietud—, pero no lo voy a hacer. ¿Por qué leer de esto —alzó el volumen de poesía del siglo XIX— cuando hay algo mucho más… relevante… en un libro que dio la casualidad que encontré?

«Que dio la casualidad que robé, quieres decir», pensó Elena. Sus ojos buscaron entre los rostros de la multitud, y localizo a Stefan. Estaba de pie hacia el fondo, con Bonnie y Meredith apostadas una a cada lado como si le protegiesen. Entonces Elena reparó en algo más. Tyler, junto con Dick y varios otros chicos, estaba de pie justo unos pocos metros más atrás. Los chicos eran de más edad que los alumnos de secundaria y parecían rudos, y eran cinco.

«Vete», pensó Elena, volviendo a encontrar los ojos de Stefan. Deseó que comprendiera lo que le decía. «Vete, Stefan; por favor, márchate antes de que suceda. Márchate ahora.»

De un modo muy leve, casi imperceptible, Stefan negó con la cabeza.

Los dedos de Caroline se sumergían en aquellos momentos en el bolso como si no pudiera esperar más.

—Lo que voy a leer es sobre Fell's Church hoy, no hace cien o doscientos años —decía, sumiéndose en una especie de exultación febril—. Es importante ahora, porque trata de alguien que vive en la ciudad con nosotros. De hecho, él está justo aquí, en esta habitación.

Tyler debía de haberle escrito el discurso, decidió Elena. El mes anterior, en el gimnasio, había demostrado un don único para este tipo de cosas. «Ah, Stefan, ah, Stefan, estoy asustada…» Sus pensamientos se transformaron en incoherencias cuando Caroline hundió la mano en el bolso.

—Creo que comprenderéis a qué me refiero cuando lo escuchéis —dijo, y con un rápido gesto extrajo un libro con cubierta de terciopelo y lo alzó teatralmente—. Creo que explicará mucho de lo que ha estado sucediendo en Fell's Church recientemente.

Respirando rápida y superficialmente, pasó la mirada de la cautivada audiencia al libro de su mano.

Elena casi se había desvanecido cuando Caroline extrajo el diario. Brillantes centelleos discurrieron por los bordes de su visión, y la marea rugió, lista para aplastar a Elena, y entonces ésta advirtió algo.

Debían de ser sus ojos. Las luces del escenario y los flashes sin duda los habían deslumbrado. Ella se sentía a punto de desmayarse en cualquier momento; no le sorprendía en absoluto que no pudiera ver con claridad.

El libro que tenía Caroline en las manos parecía verde, no azul.

«Debo de estar volviéndome loca… o esto es un sueño… o quizá es un truco de la luz. Pero ¡mira la cara de Caroline!»

Caroline, con la boca abriéndose y cerrándose, contemplaba fijamente el libro de terciopelo. Parecía haber olvidado totalmente al público. Dio la vuelta al diario una y otra vez entre las manos, mirándolo por todos lados. Sus movimientos se volvieron frenéticos. Introdujo violentamente una mano en el ridículo como si de algún modo esperara encontrar algo más en él. Luego paseó una mirada enloquecida por el escenario, como si lo que buscaba pudiese haber caído al suelo.

El público murmuraba, se impacientaba. El alcalde Dawley y el director de la escuela secundaria intercambiaban miradas de desaprobación con los labios apretados.

No habiendo encontrado nada en el suelo, Caroline volvía a mirar con fijeza el pequeño libro. Pero en aquellos momentos lo contemplaba como si fuera un escorpión. Con un repentino ademán, lo abrió violentamente y miró dentro, como si su última esperanza fuese que sólo la tapa hubiera cambiado y que las palabras del interior pudieran ser las de Elena.

Luego alzó despacio la vista del libro y la dirigió a la atestada sala.

Se había vuelto a hacer el silencio, y el momento se prolongó mientras todos los ojos permanecían fijos en la muchacha del vestido verde pálido. Entonces, con un sonido inarticulado, Caroline giró sobre sus talones y abandonó el escenario con un ruido de tacones. Golpeó a Elena al pasar. Su rostro era una máscara de rabia y odio.

Con delicadeza, con la sensación de flotar, Elena se inclinó para recoger aquello con lo que Caroline había intentado golpearla.

El diario de Caroline.

Había actividad detrás de Elena, mientras la gente corría en pos de Caroline, y frente a ella, a medida que el público prorrumpía en comentarios, discusiones y disputas. Elena localizó a Stefan. Por su aspecto, parecía como si el júbilo fuera embargándole; pero también parecía tan perplejo como Elena. Bonnie y Meredith daban la misma impresión. Cuando la mirada de Stefan se cruzó con la suya, Elena sintió una oleada de gratitud y de alegría, pero su emoción predominante era el sobrecogimiento.

Era un milagro. Más allá de toda esperanza, habían sido rescatados. Se habían salvado.

y entonces sus ojos distinguieron otra cabeza oscura entre la multitud.

Damon estaba recostado… no, repatingado…, en la pared norte. Sus labios estaban curvados en una media sonrisa, y sus ojos se trabaron con los de Elena descaradamente.

El alcalde Dawley estaba en aquellos momentos junto a ella, instándola a adelantarse, acallando a la multitud, intentando restaurar el orden. No servía de nada. Elena leyó su selección con voz distraída a un grupo de gente que parloteaba sin prestarle la menor atención. Tampoco ella prestaba atención; no tenía ni idea de qué palabras pronunciaba. De vez en cuando miraba a Damon.

Se escuchó un aplauso, disperso y distraído, cuando finalizó, y el alcalde anunció el resto de acontecimientos para aquella tarde. Y luego todo terminó, y Elena fue libre de marchar.

Flotó fuera del escenario sin una idea consciente de adónde iba, pero sus piernas la transportaron a la pared norte. La cabeza de Damon desapareció por la puerta lateral y ella la siguió.

El aire del patio parecía deliciosamente fresco tras la atestada sala, y las nubes del cielo eran plateadas y arremolinadas. Damon la esperaba.

Los pasos de Elena perdieron velocidad, pero no se detuvieron. Avanzó hasta quedar sólo a unos treinta centímetros de él, escudriñando su rostro con los ojos.

Hubo un largo momento de silencio, y luego ella habló:

—¿Por qué?

—Pensaba que estarías más interesada en cómo. —Palmeó su chaqueta significativamente—. Fui invitado a tomar café esta mañana, tras iniciar una relación con ellos la semana pasada.

—Pero ¿por qué?

Se encogió de hombros, y durante un instante algo como consternación apareció fugazmente en las hermosamente dibujadas facciones. A Elena le pareció como si él mismo no supiera el motivo… o no quisiera admitirlo.

—Para mis propios propósitos —contestó.

—No lo creo. —Algo estaba creciendo entre ellos, algo que asustaba a Elena con su poder—. No creo que ésa sea la razón en absoluto.

Un destello peligroso apareció en aquellos ojos oscuros.

—No me presiones, Elena.

Ella se acercó más, tanto que casi le tocaba, y le miró.

—Creo —dijo— que tal vez necesitas que te presionen.

Su rostro estaba sólo a unos centímetros del de ella, y Elena jamás supo qué podría haber sucedido si en aquel momento una voz no les hubiera interrumpido.

—¡Al final conseguiste venir! ¡Me alegro tanto!

Era tía Judith. Elena sintió como si la trasladaran a toda velocidad de un mundo a otro. Pestañeó con una sensación de vértigo, retrocediendo a la vez que soltaba el aire que no había advertido que contenía.

—Y conseguiste oír a Elena —prosiguió tía Judith alegremente—. Lo hiciste muy bien, Elena, pero no sé qué le ha pasado a Caroline. Todas las chicas de esta ciudad están actuando como embrujadas últimamente.

—Los nervios —sugirió Damon, con el rostro cuidadosamente solemne.

Elena sintió el impulso de reír tontamente, y luego una oleada de irritación. Estaba muy bien sentirse agradecida a Damon por haberlos salvado, pero de no haber sido por el mismo Damon, no habría existido un problema. Damon había cometido los crímenes que Caroline quería adjudicarle a Stefan.

—¿Y dónde está Stefan? —dijo, dando voz a su siguiente pensamiento.

Podía ver a Bonnie y a Meredith en el patio, solas.

El rostro de tía Judith mostró su desaprobación.

—No le he visto —dijo con tono sucinto, y luego sonrió cariñosamente—. Pero tengo una idea: ¿por qué no vienes a cenar con nosotros, Damon? Luego, tal vez tú y Elena podéis…

—¡Para! —dijo Elena a Damon, que se mostró educadamente inquisitivo.

—¿Qué? —inquirió tía Judith.

—¡Para! —repitió Elena a Damon—. Ya sabes qué. ¡Detenlo ahora mismo!