Elena se removió, luego abrió los pesados párpados. Se veía luz alrededor de los bordes de las cortinas. Le resultaba difícil moverse, así que permaneció allí tumbada sobre la cama e intento recomponer lo que había sucedido la noche anterior.
Damon. Damon había acudido allí y amenazado a Margaret. Y por lo tanto Elena había ido a él. Él había ganado.
Pero ¿por qué no lo había terminado? Elena alzó una mano lánguida para tocar el costado de su cuello, sabiendo ya lo que encontraría. Sí, allí estaban: dos pequeñas punciones que eran tiernas y sensibles a la presión.
Sin embargo, ella seguía viva. Se había detenido antes de llevar a cabo su promesa. ¿Por qué?
Sus recuerdos de las últimas horas eran confusos y borrosos. Únicamente algunos fragmentos parecían claros. Los ojos de Damon bajados hacia ella, llenando todo su mundo. El agudo pinchazo en su garganta. Y luego, Damon abriendo su camisa, la sangre de Damon brotando de un pequeño corte en su cuello.
Le había hecho beber su sangre entonces. Si hecho era la palabra correcta, porque ella no recordaba haberse resistido ni sentido ninguna repugnancia. Para entonces, lo había deseado.
Pero no estaba muerta, ni siquiera seriamente debilitada. No la había convertido en vampiro. Y eso era lo que no comprendía.
Él carecía de moral y de conciencia, recordó. De modo que ciertamente no había sido misericordia lo que lo había detenido. «Probablemente sólo quiere alargar en juego, hacerte sufrir más antes de matarte. O a lo mejor quiere que seas como Vickie, con un pie en el mundo de las sombras y otro en el de la luz. Enloqueciendo poco a poco de ese modo.»
Una cosa era segura: ella no se dejaría engañar pensando que era bondad de su parte. Damon no era capaz de mostrar bondad. Ni de preocuparse por nadie que no fuera él mismo.
Apartando las mantas, se alzó de la cama. Oyó a tía Judith moviéndose por el pasillo. Era lunes por la mañana y tenía que prepararse para ir al instituto.
Miércoles, 27 de noviembre
Querido diario:
De nada sirve fingir que no estoy asustada, porque lo estoy. Mañana es del día de Acción de Gracias, y dos días después es el día del Fundador. Y todavía no he encontrado un modo de detener a Caroline y a Tyler.
No sé qué hacer. Si no puedo recuperar mi diario de manos de Caroline, ésta va a leerlo delante de todo el mundo. Tendrá una oportunidad perfecta; es uno de los tres alumnos de último curso elegidos para leer poesía durante la ceremonia de clausura. Elegida por el consejo escolar, del que el padre de Tyler es un miembro, podría añadir. Me preguntó qué pensará él cuando esto finalice por fin.
Pero ¿qué importa? A menos que se me ocurra un plan, cuando todo esto termine, a mí ya habrá dejado de importarme todo. Y Stefan se habrá ido, expulsado de la ciudad por los buenos ciudadanos de Fell's Church. O estará muerto, si no recupera algunos de sus Poderes. Y si él muere, yo moriré también. Es así de sencillo.
Lo que significa que he de hallar un modo de conseguir el diario. Tengo que hacerlo.
Pero no puedo.
Lo sé, estás esperando a que lo diga. Hay un modo de conseguir mi diario; el modo de Damon. Todo lo que necesito es aceptar su precio.
Pero no entiendes lo mucho que eso me asusta. No sólo porque Damon me asusta, sino porque tengo miedo de lo que sucederá si él y yo estamos otra vez. Tengo miedo de lo que me sucederá a mí… a mí y a Stefan.
No puedo seguir hablando de esto. Es demasiado perturbador. Me siento tan confusa y perdida y sola… No hay nadie a quien pueda recurrir o con quien hablar. Nadie que pueda realmente comprenderlo.
¿Qué voy a hacer?
Jueves, 28 de noviembre, 11:30 de la noche
Querido diario:
Las cosas parecen más claras hoy, quizá porque he llegado a una decisión. Una decisión que me aterra, pero es mejor que la única alternativa que se me ocurre.
Voy a contárselo a Stefan.
Es lo único que puedo hacer ahora. El Día del Fundador es el sábado y no se me ocurrió ningún plan propio. Pero a lo mejor Stefan puede hacerlo, si comprende lo desesperada que es la situación. Voy a pasar el día en la casa de huéspedes mañana, y cuando llegue allí voy a contarle todo lo que debería haberle contado para empezar.
Todo. Lo de Damon, también.
No sé qué dirá. Sigo recordando su rostro en mis sueños. El modo en que me miraba, con tal amargura y enojo. No como si me amara. Si me mira así mañana…
Ah, estoy asustada. Tengo el estómago revuelto. Apenas pude probar la cena de Acción de Gracias… y no puedo estarme quieta. Siento como si fuera a estallar en un millón de pedazos. ¿Acostarme esta noche? Ja.
Por favor, haz que Stefan lo comprenda. Por favor, haz que me perdone.
Lo más divertido es que quería convertirme en una persona mejor por él. Quería ser digna de su amor. Stefan tiene estas ideas sobre el honor, sobre lo que está bien y lo que está mal. Y ahora, cuando descubra cómo le he estado mintiendo, ¿qué pensara de mí? ¿Me creerá cuando le diga que sólo intentaba protegerle? ¿Volverá a confiar en mí alguna vez?
Mañana lo sabré. Dios, ojalá ya hubiera terminado todo. No sé cómo viviré hasta entonces.
Elena se escabulló fuera de la casa sin decir a tía Judith a dónde iba. Estaba cansada de mentiras, pero no quería enfrentarse al jaleo que inevitablemente provocaría si decía que iba a casa de Stefan. Desde que Damon había ido a cenar, tía Judith había estado hablando de él, lanzando sutiles y no tan sutiles indirectas en la conversación. Y Robert era casi igual que ella. Elena a veces pensaba que él incitaba a su tía.
Presionó con fuerza el timbre de la puerta de la casa de huéspedes. ¿Dónde estaba la señora Flowers estos días? Cuando la puerta finalmente se abrió, Stefan estaba al otro lado.
Iba vestido para salir, con el cuello de la chaqueta levantado.
—Pensé que podríamos dar un paseo —dijo.
—No.
Elena se mostró firme. No fue capaz de mostrarle una sonrisa real, de modo que dejó de intentarlo. Le dijo:
—Vayamos arriba, Stefan, ¿de acuerdo? Hay algo sobre lo que tenemos que hablar.
La miró un momento con sorpresa, y algo debió de aparecer en su rostro, pues la expresión del muchacho se aquietó y ensombreció gradualmente. Aspiró profundamente y asintió. Sin una palabra, giró y encabezó la marcha hacia su habitación.
Los baúles y las cómodas y estanterías hacía tiempo que habían sido puestos donde correspondía, desde luego. Pero Elena sintió como si se diera cuenta de ello por primera vez. Por algún motivo, pensó en la primera noche que había estado allí, cuando Stefan la salvó del repugnante abrazo de Tyler. Sus ojos recorrieron los objetos del tocador: los florines de oro del siglo XV, la daga con el mango de marfil, el pequeño cofre de hierro con la tapa de bisagra. Ella había intentado abrirlo aquella primera noche y él había cerrado de golpe la tapa.
Se dio la vuelta. Stefan estaba de pie junto a la ventana, recortado contra él rectángulo de cielo gris y deprimente. Cada día de aquella semana había sido gélido y neblinoso, y éste no era una excepción. La expresión de Stefan reproducía el tiempo que hacía en el exterior.
—Bien —dijo él con voz queda—, ¿de qué tenemos que hablar?
Hubo un último momento para elegir, y entonces Elena tomó una decisión. Alargó una mano hacia el pequeño cofre de hierro y lo abrió.
En el interior, un trozo de seda color albaricoque brillaba con apagado lustre. Su cinta de pelo. Le trajo a la memoria el verano que parecía imposiblemente lejos en aquellos momentos. La levantó y se la ofreció a Stefan.
—Sobre esto —dijo.
Él había dado un paso al frente cuando ella tocó el cofre, pero ahora pareció perplejo y sorprendido.
—¿Sobre esto?
—Sí; porque yo sabía que estaba ahí, Stefan. Lo descubrí hace mucho tiempo, un día en que abandonaste la habitación unos pocos minutos. No sé por qué tenía que saber lo que había ahí dentro, pero no lo pude evitar. Así que encontré la cinta. Y entonces… —Se detuvo y tomó ánimos—. Entonces escribí sobre ello en mi diario.
Stefan parecía cada vez más perplejo, como si aquello no fuera en absoluto lo que había estado esperando. Elena buscó desesperadamente las palabras correctas.
—Lo escribí porque pensé que era una prueba de que yo te había importado desde siempre, lo suficiente para recogerla y guardarla. Jamás pensé que podría ser una prueba de nada más.
Entonces, de improviso, empezó hablar a toda prisa. Le contó cómo había llevado su diario a casa de Bonnie, cómo se lo habían robado. Le habló sobre las notas que recibía, sobre cómo había comprendido que era Caroline quien las enviaba. Y luego, apartándose, pasando la cinta de color estival por entre los dedos nerviosos una y otra vez, le habló del plan de Caroline y Tyler.
Su voz casi se apagó al final.
—He estado asustada desde entonces… —murmuró, con los ojos puestos aún en la cinta—. Asustada de que te enojaras conmigo. Asustada por lo que van a hacer. Simplemente asustada. Intenté recuperar el diario, Stefan, incluso fui a casa de Caroline. Pero lo tiene demasiado bien escondido. Y he pensado y pensado, pero no se me ocurre ningún modo para impedirle que lo lea. —Por fin alzó los ojos para mirarlo—. Lo siento.
—¡Tienes motivos para sentirlo! —dijo él sobresaltándola con su vehemencia.
Ella sintió que su rostro palidecía. Pero Stefan seguía hablando.
—Deberías sentir haberme ocultado algo así cuando yo podría haberte ayudado, Elena. ¿Por qué no me lo contaste sencillamente?
—Porque es todo culpa mía. Y tuve un sueño… —Intentó descubrir el aspecto que había tenido él en los sueños, la amargura, las acusaciones en los ojos—. Creo que me moriría si realmente me mirases de ese modo —concluyó con abatimiento.
Por la expresión de Stefan al mirarla en aquel momento era una combinación de alivio y asombro.
—De modo que es eso —dijo, casi en un susurro para sí mismo—. Eso es lo que te ha estado inquietando.
Elena abrió la boca, pero él siguió hablando.
—Sabía que algo no iba bien, sabía que me ocultabas algo. Pero pensé… —Sacudió la cabeza y una sonrisa sesgada asomó a sus labios—. No importa ahora. No quería invadir tu intimidad. Ni siquiera quería preguntar. Y todo el tiempo estabas preocupada por protegerme.
La lengua de Elena estaba pegada al paladar. Las palabras también parecían atoradas.
«Hay más», pensó, pero no podía decirlo, no cuando los ojos de Stefan tenía aquella misma mirada, no cuando todo su rostro estaba iluminado de aquel modo.
—Cuando dijiste que teníamos que hablar hoy, pensé que habías cambiado de idea sobre mí —dijo con sencillez, sin autocompasión—. Y no te habría culpado. Pero en cambio… —Volvió a sacudir la cabeza—. Elena —dijo, y entonces ella se arrojó a sus brazos.
Resultaba tan placentero estar allí, tan como debía ser… Ni siquiera se había dado cuenta de lo mal que habían estado las cosas entre ellos hasta aquel momento en que lo que estaba mal había desaparecido. Esto era lo que ella recordaba, lo que había sentido aquella primera noche gloriosa cuando Stefan la había abrazado. Toda la dulzura y ternura del mundo bullendo entre ellos. Estaba en casa, en el lugar al que pertenecía. En el lugar al que siempre pertenecería.
Todo lo demás quedó olvidado.
Como había sucedido al principio, Elena sintió como si casi pudiera leer los pensamientos de Stefan. Estaban conectados, era uno parte del otro. Sus corazones latían al mismo ritmo.
Sólo se necesitaba una cosa para hacerlo completo. Elena lo sabía, y echó los cabellos así atrás, alargando la mano por detrás para apartarlos del lado del cuello. Y esa vez Stefan no protestó ni se lo impidió. En lugar de rechazo irradiaba una profunda aceptación… y una intensa necesidad.
Sentimientos de amor y deleite, de reconocimiento, la abrumaron, y con un júbilo incrédulo advirtió que los sentimientos provenían de él. Por un momento, se vio a través de sus ojos, y percibió lo mucho que a él le importaba. Podría haber resultado aterrador de no haber sentido ella un sentimiento igual de profundo para devolvérselo a él.
No sintió dolor cuando sus dientes perforaron su cuello. Y ni siquiera se le ocurrió que le había ofrecido sin pensar el lado sin marcas… a pesar de que las heridas que Damon había dejado ya habían curado.
Se aferró a él cuando intentó alzar la cabeza. Pero Stefan se mostró inflexible, y finalmente ella tuvo que dejarle ir. Abrazándola aún, él tanteó por encima del tocador en busca del afilado cuchillo de mango de marfil y con un rápido movimiento dejó fluir su propia sangre. Cuando las rodillas de Elena empezaron a doblarse, la sentó en la cama. Y entonces se limitaron a permanecer abrazados, sin ser consientes de la hora ni de nada más. Elena sentía que sólo Stefan y ella importaban.
—Te amo —dijo él en voz baja.
Al principio, Elena, en su agradable nebulosa, simplemente aceptó las palabras. Luego, con escalofrío de dulzura, reparó en lo que él había dicho.
La amaba. Lo había sabido desde siempre, pero él jamás lo había dicho antes.
—Te amo, Stefan —murmuró a su vez.
Se sorprendió cuando él se removió y se apartó ligeramente, hasta que vio lo que hacía. Introduciendo la mano en el interior de su suéter, Stefan sacó la cadena que había llevado colgada al cuello desde que le conocía. En la cadena había un anillo de oro, exquisitamente forjado y con un lapislázuli engarzado.
El anillo de Katherine. Mientras Elena observaba, él se quitó la cadena y la abrió, retirando el delicado aro de oro.
—Cuando Katherine murió —dijo—, pensé que jamás podría amar a nadie más. Incluso aunque sabía que ella habría querido que lo hiciese, estaba seguro que jamás sucedería. Pero me equivoqué.
Vaciló un momento y luego siguió:
—Conservé el anillo porque era un símbolo de ella. Para poder tenerla siempre en mi corazón. Pero ahora me gustaría que fuera un símbolo de algo más. —De nuevo vaciló, pareciendo temeroso casi de encontrarse con los ojos de Elena—. Considerando el modo en que están las cosas, realmente no tengo ningún derecho a pedir esto. Pero, Elena…
Luchó durante unos pocos minutos y luego se dio por vencido, sus ojos trabándose con los de ella en silencio.
Elena fue incapaz de hablar. No podía ni respirar. Pero Stefan malinterpretó su silencio. La esperanza en sus ojos murió y volvió la cabeza.
—Tienes razón —dijo—. Es del todo imposible. Simplemente, hay demasiadas dificultades… debido a mí. Por lo que soy. Nadie como tú debería estar atada a alguien como yo. Ni siquiera debería haberlo sugerido…
—¡Stefan! —dijo Elena—. Stefan, si quieres callarte por un momento…
—… así que olvida lo que dije…
—¡Stefan! —dijo ella—. Stefan, mírame.
Lentamente, él obedeció, volviendo la cabeza. La miró a los ojos, y la amargura autocensura se desvaneció de sus rostro, para ser remplazada por una expresión que hizo que ella volviera a quedarse sin aliento. Luego, todavía muy despacio, tomó la mano que ella le tendía. Pausadamente, mientras ambos observaban, deslizó el anillo en su dedo.
Encajó como si hubiese sido hecho para ella. El oro centelleó suntuosamente en la luz, y el lapislázuli brilló con un azul vibrante como un lago trasparente rodeado de nieve virgen.
—Tendremos que guardarlo en secreto durante un tiempo —dijo ella, escuchando el temblor de su voz—. A tía Judith le dará un ataque si sabe que nos hemos comprometido antes de graduarme. Pero cumpliré los dieciocho el próximo verano, y entonces no podrá detenernos.
—Elena, ¿estás segura de que esto es lo que quieres? No será fácil vivir conmigo. Siempre seré diferente de ti, sin importar lo mucho que lo intente. Si alguna vez quieres cambiar de idea…
—Mientras me ames, jamás cambiaré de idea.
Volvió a tomarla en sus brazos, y la paz y la satisfacción la envolvieron. Pero todavía existía un temor que corroía los límites de su conciencia.
—Stefan, sobre lo de mañana…, si Caroline y Tyler llevan a cabo sus planes, no importará si cambio de idea o no.
—Entonces, simplemente tendremos que asegurarnos de que no puedan llevarlos a cabo. Si Bonnie y Meredith quieren ayudarme, creo que puedo hallar un modo de obtener el diario de Caroline. Pero incluso aunque no pueda, no voy a huir. No te dejaré, Elena; voy a quedarme y pelear.
—Pero te harán daño. Stefan, no puedo soportar eso.
—Y yo no puedo dejarte. Está decidido. Deja me preocupe por lo demás; encontraré un modo. Y si no lo hago…, bueno, suceda lo que suceda, me quedaré a tu lado. Estaremos juntos.
—Estaremos juntos —repitió Elena, y apoyó su cabeza en su hombro, feliz de dejar de pensar por un rato y simplemente ser.
Viernes, 29 de noviembre
Querido diario:
Es tarde, pero no podía dormir. No parezco necesitar dormir tanto como acostumbraba.
Bueno, mañana es el día.
Hablamos con Bonnie y Meredith esta noche. El plan de Stefan es de lo más simple. La cuestión es que no importa dónde haya escondido Caroline el diario, tiene que sacarlo mañana para llevarlo con ella: nuestras lecturas son la última cosa de la agenda, y ella tiene que estar en el desfile y el resto de actos que hay antes, así que tendrá que esconder el diario en alguna parte durante ese tiempo. De modo que si la vigilamos desde el momento en que abandone su casa hasta que suba al escenario, tenemos que poder ver dónde lo coloca. Y puesto que ni siquiera sabe que sospechamos, no estará en guardia.
Entonces es cuando lo cogeremos.
El motivo por el que el plan funcionará es que todo el mundo en el programa irá vestido de época. La señora Grimesby, la bibliotecaria, nos ayudará a colocarnos la ropa del siglo XIX antes del desfile, y no podemos llevar puesto ni sostener nada que no sea parte del traje. Ni bolsos, ni mochilas, ¡ni diarios! Caroline tendrá que dejarlo en alguna parte en algún momento.
Vamos a turnarnos para vigilarla. Bonnie esperará fuera de su casa y verá qué lleva Caroline cuando salga. Yo la vigilaré cuando se vista en la casa de la señora Grimesby. Luego, mientras tiene lugar el desfile, Stefan y Meredith se introducirán en la casa o en el coche de los Forbes, si es ahí donde está…, y harán su parte.
No veo cómo puede fallar. Y no puedo decirte lo mucho mejor que me siento. Es tan agradable poder compartir este problema con Stefan… He aprendido mi lección: nunca volveré a ocultarle cosas.
Llevaré puesto mi anillo mañana. Si la señora Grimesby me pregunta sobre de él, le diré que es aún más antiguo que el siglo XIX, que es del Renacimiento italiano. Me gustará ver su cara cuando le diga eso.
Será mejor que intente dormir un poco. Espero no soñar.