12

Una voz habló mientras Elena alargaba una mano para coger una lata del estante de la tienda.

—¿Compota de arándanos ya?

Elena alzó los ojos.

—¡Hola, Matt! Sí, a tía Judith le gusta hacer una prueba el domingo anterior a la fiesta de Acción de Gracias, ¿recuerdas? Si practica, hay menos probabilidades de que haga algo terrible.

—¿Como olvidar comprar la compota de arándanos hasta quince minutos antes de la cena?

—Hasta cinco minutos antes de la cena —dijo Elena, consultando su reloj, y Matt rió.

Fue un sonido agradable, uno que Elena no había oído en mucho tiempo. Siguió adelante hacia la caja, pero después de haber pagado su adquisición vaciló, mirando atrás. Matt estaba de pie junto al revistero, aparentemente absorto, pero había algo en la inclinación de sus hombros que le hizo desear acercarse a él.

Golpeó con un dedo la revista que el muchacho sostenía.

—¿Qué vas a hacer a la hora de la cena? —preguntó.

Cuando él dirigió una veloz mirada vacilante hacia la parte delantera de la tienda, ella añadió:

—Bonnie está esperando en el coche; ella estará allí. Aparte de eso, es simplemente la familia. Y Robert, por supuesto; ya debería estar ahí ahora.

Lo que quería decirle era que Stefan no iba a ir. Todavía no estaba segura sobre cómo estaban las cosas entre Matt y Stefan en aquellos momentos. Al menos se hablaban.

—Tengo que apañármelas por mí mismo esta noche. Mi madre no se siente demasiado bien —dijo.

Pero luego, como para cambiar de tema, siguió:

—¿Dónde está Meredith?

—Con su familia, visitando a unos parientes o algo así.

Elena se mostraba vaga porque la misma Meredith se había mostrado vaga; la muchacha casi nunca hablaba de su familia.

—Así que ¿qué te parece? ¿Quieres arriesgarte con la comida de tía Judith?

—¿Por los viejos tiempos?

—Por la vieja amistad —dijo Elena tras un momento de vacilación, y le sonrió.

Él parpadeó y desvió la mirada.

—¿Cómo puedo rehusar una invitación así? —dijo él en una voz curiosamente apagada.

Pero cuando colocó la revista de nuevo en su sitio y la siguió fuera, también él sonreía.

Bonnie le saludó alegremente, y cuando llegaron a casa, tía Judith pareció complacida al verle entrar en la cocina.

—La cena está casi lista —dijo, tomando la bolsa de comestibles que sostenía Elena—. Robert llegó hace unos minutos. ¿Por qué no vais directamente al comedor? Ah, y pon otra silla, Elena. Con Matt somos siete.

—Seis, tía Judith —dijo Elena, divertida—. Tú, Robert, Margaret y yo, Matt y Bonnie.

—Sí, querida, pero Robert trajo también a un invitado. Ya están sentados a la mesa.

Elena registró las palabras al mismo tiempo que atravesaba la puerta del comedor, pero hubo un instante de demora antes de que su mente reaccionara a ellas. Aun así, lo supo; cruzando la puerta, de algún modo supo lo que la aguardaba.

Robert estaba allí de pie, ocupado con una botella de vino blanco y con aspecto jovial. Y sentado a la mesa, en el otro extremo del centro de mesa otoñal y las altas velas encendidas, estaba Damon.

Elena advirtió que había dejado de moverse cuando Bonnie chocó con ella por detrás. Entonces obligó a sus piernas a ponerse en movimiento. Su mente no fue tan obediente: permaneció paralizada.

—Ah, Elena —dijo Robert, extendiendo una mano—. Ésta es Elena, la chica sobre la que te hablaba —dijo a Damon—. Elena, éste es Damon…

—Smith —dijo Damon.

—Ah, sí. Procede de mi antigua universidad, William y Mary, y acabo de tropezar con él frente a la droguería. Puesto que buscaba un lugar donde comer, le invité a venir a tomar una comida casera. Damon, éstos son unos amigos de Elena, Matt y Bonnie.

—Hola —saludó Matt.

Bonnie se limitó a mirarle fijamente; luego, volvió unos ojos muy abiertos en dirección a Elena.

Elena intentaba controlarse. No sabía si chillar, salir a toda prisa de la habitación o arrojar la copa de vino que Robert servía a la cara de Damon. Por el momento, estaba demasiado enfadada para sentirse asustada.

Matt fue en busca de una silla a la sala de estar. Elena se sorprendió ante su despreocupada aceptación de Damon, y entonces se dio cuenta de que él no había estado en la fiesta de Alaric. No sabía lo que había sucedido allí entre Stefan y el «visitante de la facultad».

Bonnie, no obstante, parecía al borde del pánico y contemplaba a Elena implorante. Damon se había puesto en pie y le ofrecía una silla.

Antes de que a Elena se le ocurriera una respuesta, oyó la voz aguda de Margaret en el umbral.

—¿Matt, quieres ver mi gatita? Tía Judith dice que puedo quedármela. Voy a llamarla Bola de Nieve.

Elena se dio la vuelta, impulsada por una idea.

—Es linda —decía Matt amablemente, inclinándose sobre el pequeño montón de pelaje blanco que Margaret sostenía en sus brazos.

El joven se sobresaltó cuando Elena agarró sin miramientos la gatita de debajo de sus narices.

—Dame, Margaret, mostremos tu gatita al amigo de Robert —dijo, y acercó el esponjoso montón de pelo al rostro de Damon, casi lanzándoselo encima.

El caos se desató a continuación. Bola de Nieve se hinchó hasta el doble de su tamaño normal al erizarse su pelaje, luego profirió un sonido parecido al del agua al caer sobre una plancha de asar al rojo vivo y a continuación se convirtió en un ciclón que escupía y gruñía, que arañó a Elena, dio un zarpazo a Damon y saltó de una pared a otra antes de salir disparada de la habitación.

Por un instante, Elena tuvo la satisfacción de ver los ojos negros como la noche de Damon abrirse un poco más de lo normal, Luego, los párpados descendieron, ocultándolos otra vez, y Elena giró para enfrentarse a la reacción de los demás ocupantes de la estancia.

Margaret empezaba ya a abrir la boca para lanzar un gemido parecido al sonido de una locomotora, y Robert intentaba impedirlo, empujándola fuera en busca de la gata. Bonnie tenía la espalda pegada a la pared y parecía desesperada. Matt y tía Judith, que atisbaba desde la cocina, simplemente parecían consternados.

—Imagino que no haces buenas migas con los animales —dijo ella a Damon, y ocupó su asiento en la mesa.

Hizo una seña con la cabeza a Bonnie, que se despegó de mala gana de la pared y se escabulló rápidamente a su propio asiento antes de que Damon pudiera tocar la silla. Los ojos castaños de Bonnie se movieron cautelosos para seguirle mientras él se sentaba a su vez.

Al cabo de unos minutos, Robert reapareció con una Margaret que tenía el rostro manchado de lágrimas y dedicó una mirada severa a Elena. Matt empujó su propia silla en silencio, aunque sus cejas enarcadas se perdían en sus cabellos.

Cuando llegó tía Judith y se inició la comida, Elena paseó la mirada arriba y abajo de la mesa. Un brillante resplandor parecía descansar sobre todo, y tuvo una sensación de irrealidad sin embargo, la escena en sí parecía casi increíblemente saludable, como algo salido de un anuncio. "Una familia totalmente corriente sentándose a comer pavo —pensó—. Una tía soltera ligeramente aturullada, preocupada por si los guisantes están blandos y los bollos quemados, un acomodado futuro tío, una rubia sobrina adolescente y su pelirroja hermana pequeña. Un muchacho de ojos azules del tipo chico de la casa de al lado, una amiga con aspecto de duendecillo, un vampiro divino pasando las batatas confitadas. Una familia típicamente americana.»

Bonnie se pasó la primera mitad de la comida telegrafiando mensajes de «¿Qué hago?» a Elena con los ojos. Pero cuando todo lo que Elena telegrafió como respuesta fue «Nada», aparentemente decidió abandonarse a su destino y empezar a comer.

Elena no tenía ni idea de qué hacer. Estar atrapada de este modo era un insulto, una humillación, y Damon lo sabía. ÉI tenía a tía Judith y a Robert encandilados con sus elogios sobre la comida y una conversación intrascendente sobre William y Mary. Incluso Margaret le sonreía ahora, y Bonnie no tardaría en caer bajo su influjo.

—Fell's Church celebrará su Día del Fundador la semana próxima —informó tía Judith a Damon, sus delgadas mejillas levemente sonrosadas—. Sería muy agradable si pudieras regresar para entonces.

—Me gustaría hacerlo —dijo Damon con afabilidad.

Tía Judith pareció complacida.

—Este año Elena desempeña una parte importante en la celebración. La han elegido para que represente al Espíritu de Fell's Church.

—Deben de estar muy orgullosos de ella —respondió Damon

—Ya lo creo que lo estamos —dijo tía Judith—. ¿Así que intentarás venir?

Elena intervino entonces; untando furiosamente un bollo con mantequilla.

—He tenido noticias sobre Vickie —dijo—. ¿La recuerdas?, la chica que atacaron —miró a Damon significativamente.

Se produjo un corto silencio. Luego Damon dijo:

—Me temo que no la conozco.

—Ah, estoy segura de que sí. Más o menos de mi estatura, ojos castaños, cabellos color castaño claro… En cualquier caso, está empeorando.

—Cielos —dijo tía Judith.

—Sí, aparentemente los médicos no lo entienden. No hace más que empeorar y empeorar, como si el ataque siguiera sucediendo. —Elena mantuvo los ojos fijos en Damon mientras hablaba, pero él se limitó a exhibir un interés cortés—. Toma un poco más de relleno —terminó, empujando el cuenco hacia él.

—No, gracias. Tomaré un poco más de esto, no obstante.

Alzó una cuchara llena de compota de arándanos cuajada hasta una de las velas de modo que la luz brilló a través de ella.

—Tiene un color muy seductor.

Bonnie, igual que el resto de los comensales, alzó los ojos hacia la vela cuando él hizo aquello. Pero Elena advirtió que no volvía a bajarlos. La muchacha se quedó con la mirada fija en la bailarina llama, y poco a poco toda expresión desapareció de su rostro.

«Ah, no», pensó Elena, mientras un cosquilleo de aprensión le recorría las extremidades. Había visto aquella expresión antes. Intentó atraer la atención de Bonnie, pero ella parecía no ver otra cosa que la vela.

—… y a continuación, los niños del instituto elemental representan un espectáculo sobre la historia de la ciudad —estaba diciendo tía Judith a Damon—. Pero la ceremonia final la realizan los alumnos de más edad. Elena, ¿cuántos estudiantes de último curso harán las lecturas este año?

—Sólo tres de nosotros. —Elena tuvo que volver la cabeza para dirigirse a su tía, y mientras miraba su rostro sonriente oyó la voz.

—Muerte.

Tía Judith lanzó una exclamación ahogada. Robert se detuvo con el tenedor a mitad de camino de la boca. Elena deseó, violentamente y con total desesperación, que Meredith estuviese allí.

—Muerte —volvió a decir la voz—. La muerte está en esta casa.

Elena paseó la mirada por la mesa y vio que no había nadie para ayudarla. Todos miraban asombrados a Bonnie, inmóviles como personajes en una fotografía.

La misma Bonnie tenía la mirada fija en la llama de la vela. Tenía el rostro inexpresivo, los ojos muy abiertos, como lo habían estado otras veces cuando aquella voz hablaba a través de ella.

—Tu muerte —dijo la voz—. Tu muerte está aguardando, Elena. Es…

Bonnie pareció atragantarse. Luego se desplomó hacia adelante y casi aterrizó sobre su plato.

Hubo un instante de parálisis, y a continuación todo el mundo se movió. Robert se puso en pie de un salto y tiró de los hombros de Bonnie, alzándola. La piel de Bonnie había adquirido un tono blanco azulado y tenía los ojos cerrados. Tía Judith se puso a revolotear a su alrededor, mojándole el rostro con una servilleta húmeda. Damon observaba la escena con ojos pensativos y entrecerrados.

—Está bien —dijo Robert, alzando la mirada con evidente alivio—, creo que simplemente se ha desmayado. Debe de haber sido alguna especie de ataque histérico.

Pero Elena no volvió a respirar hasta que Bonnie abrió los atontados ojos y preguntó qué miraba todo el mundo.

Aquello puso punto final a la cena. Robert insistió en que Bonnie fuera conducida a casa al momento, y en la actividad que siguió Elena encontró tiempo para susurrarle una palabra a Damon.

—¡Fuera!

Él enarcó las cejas.

—¿Cómo?

—¡He dicho, fuera! ¡Ahora! Vete. O les diré que eres el asesino.

Él se mostró lleno de reproche.

—¿No crees que un invitado merece un poco más de consideración? —dijo, pero al ver su expresión se encogió de hombros y sonrió.

»Gracias por invitarme a cenar —dijo en voz alta a tía Judith, que pasaba llevando una manta al coche—. Espero que os pueda devolver el favor alguna vez. —Mirando a Elena, añadió—: Nos vemos.

Bueno, eso estaba muy claro, se dijo Elena, mientras Robert marchaba en el coche con un Matt sombrío y una Bonnie adormilada. Tía Judith estaba al teléfono, hablando con los McCullough.

—Tampoco yo sé qué les pasa a estas chicas —decía—. Primero Vickie, ahora Bonnie…, y Elena no ha sido ella misma últimamente…

Mientras tía Judith hablaba y Margaret buscaba a la desaparecida Bola de Nieve, Elena paseó por la habitación.

Tendría que llamar a Stefan. No había más remedio. No estaba preocupada por Bonnie; las anteriores veces que aquello había sucedido no había parecido causarle un daño permanente. Y Damon tendría cosas mejores que hacer que acosar a los amigos de Elena esta noche.

Iba a venir allí, a cobrar por el «favor» que le había hecho. Sabía sin la menor duda que ése era el significado de sus palabras de despedida. Y significaba que tendría que decírselo a Stefan, porque le necesitaba esta noche, necesitaba su protección.

Sólo que, ¿qué podía hacer Stefan? No obstante todas sus súplicas y argumentos de la semana anterior, se había negado a tomar su sangre. Había insistido en que sus Poderes regresarían sin ella, pero Elena sabía que era muy vulnerable en aquellos momentos. Incluso aunque Stefan estuviese allí, ¿podría detener a Damon? ¿Podría hacerlo sin que le mataran a él?

La casa de Bonnie no era ningún refugio. Y Meredith no estaba. No había nadie para ayudarla, nadie en quien pudiera confiar. Pero la idea de aguardar allí sola esa noche, sabiendo que Damon iba a venir, era insoportable.

Oyó que tía Judith colgaba el auricular y, automáticamente, fue hacia la cocina, con el número de Stefan en la mente. Luego se detuvo y giró lentamente sobre sí misma para mirar la sala que acababa de abandonar.

Miró las ventanas que iban del suelo al techo y la elaborada chimenea con sus molduras bellamente enroscadas. La habitación era parte de la casa original, la que casi se había quemado completamente durante la Guerra de Secesión. Su propio dormitorio estaba justo encima.

Una gran luz empezó a encenderse. Elena miró las molduras que circundaban el techo, el punto en que se unían al comedor, que era más moderno. Luego casi corrió en dirección a las escaleras, con el corazón latiendo a toda velocidad.

—¿Tía Judith? —Su tía se detuvo en la escalera—. Tía Judith, dime una cosa. ¿Entró Damon en la sala de estar?

—¿Qué?

Tía Judith la miró con un pestañeo aturdido.

—¿Hizo entrar Robert a Damon en la sala de estar? ¡Por favor piensa, tía Judith! Necesito saberlo.

—Pues, no, no lo creo. No, no lo hizo. Entraron y fueron directamente al comedor. Elena, ¿qué diablos?…

Esto último lo dijo cuando Elena la rodeó impulsivamente con sus brazos y la abrazó con fuerza.

—Lo siento, tía Judith. Simplemente me siento feliz —dijo Elena.

Sonriendo, dio la vuelta para volver a bajar la escalera.

—Bueno, me alegro de que alguien se sienta feliz, después del modo en que acabó la cena. Aunque ese chico tan agradable, Damon, pareció pasarlo bien. Sabes una cosa, Elena, parecía muy entusiasmado contigo, a pesar del modo en que actuabas.

Elena giró en redondo.

—¿Y?

—Bueno, sólo pensaba que podrías darle una oportunidad, eso es todo. Me pareció muy agradable. La clase de joven que me gusta ver por aquí.

Elena la miró con ojos desorbitados por un momento, luego tragó saliva para impedir que una risa histérica escapara de sus labios. Su tía le sugería que saliera con Damon en lugar de con Stefan… porque Damon era más seguro. La clase de joven que gustaría a cualquier tía.

—Tía Judith —empezó a decir sin aliento, pero luego comprendió que era inútil.

Meneó la cabeza en silencio, alzando las manos en señal de rendición, y contempló cómo su tía subía la escalera.

Por lo general, Elena dormía con la puerta cerrada. Pero esa noche la dejó abierta y se tumbó en la cama contemplando el oscuro pasillo. Cada dos por tres echaba un vistazo a los números luminosos del reloj de la mesilla de noche que tenía al lado.

No había peligro de que se durmiera. A medida que los minutos se arrastraban lentamente, casi empezó a desear poder hacerlo. El tiempo se movía con una lentitud desesperante. Las once… las once y media… medianoche. La una. La una y media. Las dos.

A las dos y diez oyó un sonido.

Escuchó, tumbada aún en la cama, el tenue susurro de un ruido en la planta baja. Había sabido que Damon encontraría un modo de entrar si quería. Si Damon estaba tan decidido, ninguna cerradura le mantendría fuera.

Música del sueño que había tenido aquella noche en casa de Bonnie tintineó en su cerebro, un puñado de lastimeras notas argentinas que despertaron extraños sentimientos en su interior. Casi como aturdida o soñando ella misma, se levantó y fue a detenerse en el umbral.

El pasillo estaba oscuro, pero sus ojos habían dispuesto de mucho tiempo para adaptarse. Distinguió la silueta más oscura que ascendía por la escalera. Cuando llegó a lo alto vio el veloz destello letal de su sonrisa.

Aguardó, sin sonreír, hasta que él llegó a su lado y se detuvo de cara a ella, con sólo un metro de suelo de madera noble entre ellos. La casa estaba totalmente silenciosa. Al otro lado del pasillo dormía Margaret; al final del corredor, tía Judith yacía arropada en sueños, ignorante de lo que sucedía al otro lado de su puerta.

Damon no dijo nada, pero la miró, los ojos contemplando el largo camisón blanco con su cuello alto de encaje. Elena lo había elegido porque era el más recatado que poseía, pero era evidente que Damon lo encontraba atractivo. Se obligó a permanecer quieta, pero su boca estaba seca y su corazón palpitaba sordamente. Había llegado el momento. En un minuto lo sabría.

Retrocedió, sin una palabra o gesto de invitación, dejando la entrada vacía. Vio el veloz destello en sus ojos insondables, y observó cómo avanzaba ansioso hacia ella. Y observó cómo se detenía.

Permaneció fuera de su habitación, a todas luces desconcertado. Volvió a intentar dar un paso al frente, pero no pudo. Algo parecía impedirle avanzar más. En su rostro, la sorpresa dio paso a la perplejidad y luego a la cólera.

Alzó la mirada, los ojos inspeccionando el dintel, escudriñando el techo a ambos lados del umbral. Entonces, cuando una comprensión total le golpeó, sus labios se tensaron hacia atrás mostrando los dientes en un gruñido animal.

A salvo en su lado de la entrada, Elena rió en voz baja. Había funcionado.

—Mi habitación y la sala de estar de abajo son todo lo que queda de la antigua casa —le dijo—. Y, por supuesto, era una vivienda totalmente distinta. Una a la que no fuiste invitado, y nunca lo serás.

El pecho de Damon respiraba agitadamente, enfurecido, sus orificios nasales se dilataron, sus ojos se tornaron salvajes. Oleadas de negra rabia emanaron de él. Pareció como si fuera a derribar las paredes con sus manos, que se retorcían y cerraban con fuerza.

El triunfo y el alivio hicieron que Elena se sintiera mareada.

—Será mejor que te marches ahora —dijo—. No hay nada para ti aquí.

Durante un minuto más aquellos ojos amenazadores llamearon clavados en los de Elena, y luego Damon se dio la vuelta. Pero no se dirigió hacia la escalera. En su lugar dio un paso al otro lado del pasillo y posó la mano en la puerta de Margaret.

Elena se adelantó antes de darse cuenta de lo que hacía. Se detuvo en la entrada, aferrando el borde del marco, respirando también ella con dificultad.

Damon giró bruscamente la cabeza y le sonrió, con una sonrisa lenta y cruel. Giró ligeramente el pomo sin mirarlo. Sus ojos, como charcos de ébano líquido, permanecieron puestos en Elena.

—Tú eliges —dijo.

Elena se quedó muy quieta, sintiendo como si todo el invierno estuviera en su interior. Margaret no era más que un bebé. No podía decirlo en serio; nadie podía ser tan monstruoso como para hacer daño a una criatura de cuatro años.

Pero no había ningún indicio de debilidad o compasión en el rostro de Damon. Era un cazador, un asesino, y los débiles eran su presa. Recordó el espantoso gruñido bestial que había transfigurado sus apuestas facciones, y comprendió que jamás podría dejar que tuviera a Margaret.

Todo pareció suceder a cámara lenta. Vio la mano de Damon sobre el pomo de la puerta; vio aquellos ojos despiadados. De repente ella estaba cruzando el umbral, dejando atrás el único lugar seguro que conocía.

La Muerte estaba en la casa, había dicho Bonnie. Y ahora Elena había ido al encuentro de la Muerte por su propia voluntad. Inclinó la cabeza para ocultar las lágrimas de impotencia que acudieron a sus ojos. Había terminado. Damon había vencido.

No alzó la mirada para verle avanzar hacía ella. Pero sintió cómo el aire se movía a su alrededor, haciéndola tiritar. Y luego se vio envuelta en mullida e infinita oscuridad, que la cubrió como las alas de un pájaro enorme.