11

—El nombre es Salvatore. Como un salvador —dijo él, y hubo un breve centelleo de dientes blancos en la oscuridad.

Elena miró abajo. El alero del tejado ocultaba la terraza, pero pudo oír el arrastrar de pies allí abajo, aunque no eran los sonidos de una persecución y no había la menor señal de que hubieran oído las palabras de su compañero. Al cabo de unos minutos, oyó cerrar las vidrieras.

—Pensaba que era Smith —dijo ella, mirando aún abajo en la oscuridad.

Damon rió. Fue una risa terriblemente atractiva, sin el dejo amargo de la Stefan. Le hizo pensar en las luces del arco iris sobre las plumas del cuervo.

Sin embargo, no se dejó engañar. Encantador como parecía, Damon era peligroso más allá de lo imaginable. Aquel cuerpo lleno de gracia allí repatingado era diez veces más fuerte que el de un humano; aquellos perezosos ojos oscuros estaban adaptados para ver perfectamente en la noche; la mano de dedos largos que la había subido al tejado podía moverse a una velocidad imposible y, lo que era más perturbador, su mente era la mente de un asesino. Un depredador.

Podía percibirlo justo por debajo de su superficie. Era diferente de un humano. Había vivido tanto tiempo cazando y matando que había olvidado cualquier otro modo de vida. Y disfrutaba con ello, no luchaba contra su naturaleza como hacía Stefan, sino que se glorificaba en ella. Carecía de moral y de conciencia y, ella estaba atrapada con él allí a plena noche.

Se recostó sobre un tacón, lista para entrar en acción en cualquier momento. Debería estar furiosa con él en aquel instante, después de lo que le había hecho en su sueño. Lo estaba, pero de nada servía expresarlo. Él sabía lo furiosa que debía de estar, y se limitaría a reírse de ella si se lo contaba.

Le observó en silencio, con suma atención, aguardando su siguiente movimiento.

Pero él no se movió. Aquellas manos que podían moverse con la rapidez de una serpiente al atacar reposaban inmóviles en sus rodillas. Su expresión le recordó el modo en que la había mirado en una ocasión anterior. La primera vez que se habían visto había advertido el mismo respeto cauto y renuente en sus ojos…, excepto que entonces había habido también sorpresa en ellos. En aquellos momentos no había ninguna.

—¿No vas a chillarme? ¿Ni a desmayarte? —dijo, como ofreciéndole las opciones de costumbre.

Elena seguía observándole. Era mucho más fuerte que ella, y más rápido, pero si necesitaba hacerlo pensaba que podría llegar al borde del tejado antes de que él la alcanzara. Era un salto de diez metros si no conseguía caer en la terraza, pero podría decidir arriesgarse. Todo dependía de Damon.

—No acostumbro a desmayarme —dijo tajante—. ¿Y por qué tendría que chillarte? Estamos jugando a un juego. Fui estúpida esa noche y, por tanto, perdí. Me advertiste en el cementerio de las consecuencias.

Los labios de Damon se separaron soltando aire con rapidez y desvió la mirada.

—Puede que tenga que convertirte en mi Reina de las Sombras —dijo, y, hablando casi para sí, prosiguió—: He tenido muchas compañeras, chicas tan jóvenes como tú y mujeres que eran las bellezas de Europa. Pero tú eres la que quiero a mi lado. Gobernando, tomando lo que queramos cuando lo queramos. Temidos y venerados por los espíritus más débiles. ¿Sería eso tan malo?

—Yo soy uno de los seres débiles —dijo Elena—. Y tú y yo somos enemigos, Damon. Nunca podremos ser otra cosa.

—¿Estás segura?

La miró, y ella pudo sentir el poder de su mente cuando tocó la de ella, como el roce de aquellos dedos largos. Pero no hubo sensación de mareo, ninguna sensación de debilidad o de sucumbir. Aquella tarde ella se había empapado bien, como siempre hacía aquellos días, en un baño caliente espolvoreado de verbena seca.

En los ojos de Damon centelleó la comprensión, pero aceptó el revés de buen talante.

—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó con toda tranquilidad.

Fue extraño, pero no sintió ninguna necesidad de mentirle.

—Caroline cogió algo que me pertenecía. Un diario. Vine a recuperarlo.

Una nueva expresión centelleó en los oscuros ojos.

—Sin duda para proteger a mi despreciable hermano de algún modo —dijo, molesto.

—¡Stefan no está involucrado en esto!

—¿Ah, no lo está?

Elena temió qué él comprendiera más de lo que ella quería que hiciera.

—Es extraño, él siempre parece estar involucrado cuando hay problemas. Crea problemas. Ahora bien, si él queda fuera de esto…

—Si vuelves hacer daño a Stefan —dijo Elena, hablando con firmeza—, haré que lo lamentes. Encontraré algún modo de hacerte desear no haberlo hecho, Damon. Lo digo en serio.

—Ya veo. Bien, pues tendré que limitarme a trabajar contigo entonces, ¿no es cierto?

Elena no dijo nada. Se había metido en un aprieto por hablar, aceptando jugar de nuevo aquel juego letal con él. Desvió los ojos.

—Serás mía al final, lo sabes —dijo él en voz baja.

Era la voz que había usado en la fiesta, cuando había dicho: «Tranquila, tranquila». No había burla ni malicia en aquellos instantes; simplemente estaba exponiendo un hecho.

—Por las buenas o por las malas, como vosotros decís…, ésa es una buena frase…, serás mía antes de que caía la siguiente nevada.

Elena intentó ocultar el escalofrío que sintió, pero supo que él se dio cuenta de todos modos.

—Bueno —dijo—, tienes un poco de sentido común. Tienes razón al tenerme miedo; soy la cosa más peligrosa con la que tropezarás en toda tu vida. Pero en este momento tengo una propuesta de negocios que hacerte.

—¿Una propuesta de negocios?

—Exactamente. Viniste aquí a conseguir un diario. Pero no lo has conseguido —indicó sus manos vacías—. Fracasaste, ¿no es cierto? —Como Elena no contestó, siguió diciendo—: Y puesto que no quieres que mi hermano esté involucrado, él no puede ayudarte. Pero yo puedo. Y lo haré.

—¿Lo harás?

—Desde luego. Por un precio.

Elena le miró fijamente. Su rostro enrojeció violentamente. Cuando consiguió hacer salir las palabras, éstas lo hicieron sólo en un susurro.

—¿Qué… precio?

Una sonrisa brilló en la oscuridad.

—Unos pocos minutos de tu tiempo, Elena. Unas cuantas gotas de tu sangre. Una hora más o menos pasada conmigo, a solas.

—Tú… —Elena no consiguió encontrar las palabras apropiadas; cada uno de los epítetos que conocía resultaban demasiado suaves.

—Lo obtendré de todos modos al final —dijo con un tono razonable—. Si eres honrada, te lo admitirás a ti misma. La última vez no fue la última. ¿Por qué no aceptar eso? —Su voz descendió hasta adoptar un cálido timbre íntimo—. Recuerda…

—Antes preferiría cortarme el cuello —dijo ella.

—Una idea curiosa. Pero yo puedo hacer que resulte más placentero.

Se reía de ella. De algún modo, añadido a todo lo demás que había sucedido ese día, aquello era demasiado.

—Eres repugnante, lo sabes —dijo Elena—. Eres nauseabundo. —Temblaba y no podía respirar—. Moriría antes que entregarme a ti. Preferiría…

No estaba segura de qué la impulsó a hacerlo. Cuando estaba con Damon, una especie de instinto se adueñaba de ella. Y en aquel momento realmente sintió que preferiría arriesgarse a cualquier cosa antes que permitirle ganar esa vez. Observó, con la mitad de su mente, que él estaba sentado hacia atrás, relajado, disfrutando con el giro que estaba tomando su juego. La otra mitad de su mente se dedicaba a calcular hasta dónde sobresalía el alero por encima de la terraza.

—Preferiría hacer esto —declaró, y se arrojó a un lado.

No se equivocó; estaba desprevenido y no pudo moverse con la rapidez suficiente para detenerla. Elena sintió el espacio libre bajo los pies y un torbellino de terror al darse cuenta de que la terraza estaba mucho más atrás de lo que había pensado. Iba a pasar de largo.

Pero no había contado con Damon. Su mano salió disparada, con la suficiente rapidez para mantener a Elena sobre el tejado, pero sí impidiendo que cayera más. Fue como si su peso no fuera nada para él. De un modo reflejo, Elena se sujetó al borde de la teja plana del tejado e intentó subir una rodilla.

La voz de Damon sonó enfurecida.

—¡Pequeña idiota! Si estás ansiosa por ir al encuentro de la muerte, yo mismo puedo hacer las presentaciones.

—Suéltame —dijo Elena entre dientes.

Alguien iba a salir a aquella terraza en cualquier momento, estaba segura.

—Suéltame.

—¿Aquí y ahora?

Mirando al interior de sus insondables ojos oscuros, la muchacha supo que lo decía en serio. De haber dicho sí, él la habría dejado caer.

—Sería un modo rápido de acabarlo, ¿no es cierto? —dijo ella.

El corazón le latía con violencia debido al miedo, pero se negó a permitirle que se diera cuenta.

—Pero sería mucho desperdicio.

Con un gesto, la puso a salvo de un tirón. Contra él. Sus brazos se cerraron alrededor de Elena, apretándola con la delgada dureza de su cuerpo, y de improviso la muchacha no pudo ver nada. Estaba totalmente envuelta. Luego sintió que aquellos músculos se contraían como los de un felino enorme, y los dos se lanzaron al espacio.

Caía y no podía evitar aferrarse a él como la única cosa sólida en el mundo que se movía feroz a su alrededor. Luego él aterrizó como un gato, absorbiendo el impacto como si tal cosa.

Stefan había hecho algo similar en una ocasión. Pero Stefan no la había sujetado de aquel modo después, dolorosamente apretada, con los labios casi en contacto con los suyos.

—Piensa en mi propuesta —dijo él.

Ella no podía moverse ni desviar la mirada. Y en esta ocasión sabía que no se trataba de ningún Poder que él usara, sino simplemente de la arrasadora atracción que existía entre ambos. Era inútil negarlo: su cuerpo respondía al de Damon. Sentía su aliento en sus labios.

—No te necesito para nada —le dijo.

Pensó que iba a besarla entonces, pero no lo hizo. Por encima de ellos se escuchó el sonido de vidrieras que se abrían y una voz enojada en la terraza.

—¡Eh! ¿Qué es lo que sucede? ¿Hay alguien ahí afuera?

—Estaba vez te hice un favor —dijo Damon en voz baja, abrazándola aún—. La próxima vez vendré a cobrar.

Elena no habría podido girar la cabeza. Si la hubiera besado entonces, se lo habría permitido. Pero de improviso la dureza de sus brazos se derritió a su alrededor y su rostro pareció emborronarse. Fue como si la oscuridad volviera a recuperarle. Entonces, negras alas atraparon y batieron el aire y un cuervo enorme alzó el vuelo.

Algo, un libro o un zapato, fue arrojado tras él desde la terraza. Falló por un metro.

—¡Malditos pájaros! —exclamó la voz del señor Forbes desde lo alto—. Debe de haber anidado en el tejado.

Tiritando, abrazándose con fuerza, Elena se acurrucó en la oscuridad de debajo hasta que él regresó dentro.

Encontró a Maredith y a Bonnie agazapadas junto la verja.

—¿Qué te retrasó tanto? —susurró Bonnie—. ¡Pensamos que te habían cogido!

—Casi me cogieron. Tuve que quedarme hasta que fuera seguro. —Elena estaba tan acostumbrada a mentir respecto a Damon que lo hizo sin un esfuerzo consiente—. Marchemos a casa —murmuró—. No hay nada más que podamos hacer.

Cuando se separaron ante la puerta de Elena, Meredith dijo:

—Faltan dos semanas para el Día del Fundador.

—Lo sé.

Por un momento, la propuesta de Damon pasó por la mente de Elena; pero sacudió la cabeza para despejarla.

—Se me ocurrirá algo —dijo.

No se le había ocurrido nada cuando llegó el siguiente día de clase. El único dato alentador fue que Caroline no pareció haber observado nada raro el su habitación; pero eso fue todo lo que Elena pudo encontrar de alentador. Aquella mañana se celebró una asamblea en la que se anunció que el consejo del instituto había elegido a Elena como la alumna que representaría «El Espíritu de Fell's Church». Durante todo el discurso del director sobre ello, la sonrisa de Caroline había resplandecido, triunfal y maliciosa.

Elena intentó no prestarle atención. Hizo todo lo posible por hacer caso omiso de los desprecios y desaires que llegaron incluso tras la asamblea, pero no fue fácil. Nunca era fácil, y había días en los que pensaba que pegaría a alguien o se pondría a chillar, pero hasta el momento había conseguido salir adelante.

Aquella tarde, mientras esperaba que la clase de historia de la sexta hora saliera, Elena estudió a Tyler Smallwood. Desde que había regresado al instituto, él muchacho no le había dirigido la palabra directamente, pero sí había sonreído de un modo tan desagradable como Caroline durante el anuncio del director. En aquel momento, al detectar la presencia de ella de pie sola, le dio un codazo a Dick Carter.

—¿Qué es eso de ahí? —dijo—. ¿Una sujetacolumnas?

«Stefan, ¿dónde estás?», pensó Elena. Pero conocía la respuesta: a mitad del camino del otro extremo del instituto, en clase de astronomía.

Dick abrió la boca para decir algo, pero entonces su expresión cambió. Miraba más allá de Elena, pasillo abajo. Elena volvió la cabeza y vio a Vickie.

Vickie y Dick habían estado saliendo antes del baile de inicio de curso. Elena supuso que aún lo hacían. Pero Dick parecía vacilante, como si no estuviera seguro de qué esperar de la chica que avanzaba hacia él.

Había algo raro en el rostro de Vickie, en su andar. Se movía como si sus pies no tocaran el suelo. Tenía los ojos dilatados y vagos.

—¡Eh, hola! —saludó Dick tímidamente, y fue a colocarse frente a ella.

Vickie pasó por su lado sin mirarle y siguió andando hasta Tyler. Elena contempló lo que sucedió a continuación con creciente inquietud. Debería haber resultado divertido, pero no lo fue.

Empezó con Tyler mostrando una expresión un tanto desconcertada. Luego Vickie pasó una mano sobre su pecho. Tyler sonrió, pero había algo de forzado en su sonrisa. Vickie deslizó la mano bajo su chaqueta y la sonrisa de Tyler titubeó. Vickie colocó la otra mano bajo su pecho y Tyler miró a Dick.

—¡Eh, Vickie, afloja! —dijo Dick a toda prisa, pero no se acercó más a ella.

La joven deslizó las dos manos hacia arriba, empujando la chaqueta de Tyler fuera de sus hombros. Éste intentó volver a colocarla con un movimiento de hombros sin soltar sus libros ni parecer demasiado preocupado. No pudo. Los dedos de Vickie se deslizaron bajo su camisa.

—Para esto. Detenla, ¿quieres? —le dijo Tyler a Dick.

El muchacho había retrocedido hasta chocar con la pared.

—¡Eh, Vickie, suéltale! No hagas eso.

Pero Dick permaneció a una distancia prudente. Tyler le lanzó una mirada enfurecida e intentó apartar a la joven de un empujón.

Un ruido había empezado a sonar. Al principio pareció ser de una frecuencia casi demasiado baja para el oído humano, pero fue aumentando de intensidad. Un gruñido, inquietantemente amenazador, que provocaba un helado escalofrío en la espalda. Tyler tenía los ojos desorbitados por la incredulidad, ella pronto comprendió el motivo. El sonido procedía de Vickie.

Entonces todo sucedió a la vez. Tyler estaba tirado en el suelo con los dientes de Vickie chasqueando a centímetros de su garganta. Elena, olvidando todas las discrepancias, intentaba ayudar a Dick a quitarla de encima. Tyler aullaba. La puerta del aula de historia se abrió y Alaric gritaba:

—¡No le hagáis daño! ¡Tened cuidado! ¡Es epilepsia, todo lo que necesitamos es tumbarla en el suelo!

Los dientes de Vickie volvieron a chasquear cuando él alargó una mano servicial al interior de la refriega. La delgada muchacha era más fuerte que todos ellos juntos, y cada vez podían controlarla menos. Con una sensación de intenso alivio, Elena oyó una voz familiar tras sus hombros.

—Vickie, tranquilízate. Todo va bien. Simplemente, ahora relájate.

Con Stefan sujetando el brazo de la joven y hablándole con tono tranquilizador, Elena se atrevió a aflojar su propia sujeción. Y al principio pareció que la estrategia de Stefan funcionaba. Los dedos como garras de Vickie se soltaron, y consiguieron levantarla de encima de Tyler. Mientras Stefan seguía hablándole, se quedó flácida y sus ojos se cerraron.

—Eso está bien. Te sientes cansada ahora. No pasa nada si te duermes.

Pero entonces, bruscamente, dejó de funcionar, y cualquiera que fuese el Poder que Stefan había estado ejerciendo sobre ella, éste se quebró. Los ojos de Vickie se abrieron de golpe, y no se parecían a los ojos de cervatillo asustado que Elena había visto en el comedor. Llameaban con furia asesina. Gruñó a Stefan y volvió a pelear con renovadas energías.

Hicieron falta cinco o seis de ellos para sujetarla mientras alguien llamaba a la policía. Elena permaneció donde estaba, hablándole a Vickie, chillándole en ocasiones, hasta que llegó la policía. Nada de ello sirvió.

Luego retrocedió y vio la multitud de espectadores por primera vez. Bonnie estaba en primera fila, mirando boquiabierta. Lo mismo hacia Caroline.

—¿Qué sucedió? —preguntó Bonnie mientras los agentes se llevaban a Vickie.

Elena, jadeando ligeramente, se apartó un mechón de pelo de los ojos.

—Se volvió loca e intentó desnudar a Tyler.

Bonnie frunció los labios.

—Bueno, tendría que estar loca para querer hacer eso, ¿no?

Y lanzó una risita burlona por encima del hombro a Caroline.

Elena sentía las rodillas de goma y las manos le temblaban. Notó que un brazo la rodeaba, y se recostó en Stefan con gratitud. Luego alzó los ojos hacia él.

—¿Epilepsia? —inquirió con incrédulo desdén.

Él miraba pasillo adelante siguiendo a Vickie con los ojos. Alaric Saltzman, todavía gritando instrucciones, aparentemente iba con ella. El grupo dobló la esquina.

—Creo que acaban de dar por concluida la clase —dijo Stefan—. Vámonos.

Caminaron en dirección a la casa de huéspedes en silencio, cada uno absorto en sus pensamientos. Elena tenía el entrecejo fruncido, y en varias ocasiones echó una veloz mirada a Stefan, pero no habló hasta que estuvieron a solas en su habitación.

—Stefan, ¿qué es todo esto? ¿Qué le está sucediendo a Vickie?

—Eso es lo que he estado preguntando. Sólo hay una explicación que se me ocurre, y es que la están atacando.

—Te refieres a que Damon está todavía… ¡oh, Dios mío! Stefan, debería haberle dado un poco de verbena. Debería haber comprendido…

—No habría servido de nada. Créeme.

Ella había girado hacia la puerta como para ir tras Vickie en aquel mismo momento, pero él tiró de ella hacia atrás con suavidad.

—Algunas personas sol más fáciles de influenciar que otras, Elena. La voluntad de Vickie nunca fue fuerte. Ahora le pertenece a él.

Lentamente, Elena se sentó.

—¿Entonces no hay nada que nadie pueda hacer? Pero, Stefan, ¿se volverá… como tú y Damon?

—Depende. —Su tono era sombrío—. No sólo es una cuestión de cuánta sangre pierda. Necesita la sangre de él en sus venas para efectuar el cambio completo. De lo contrario, simplemente acabará igual que el señor Tanner. Desangrada, consumida, muerta.

Elena aspiró prolongadamente. Había algo más sobre lo que quería preguntarle, algo que había querido preguntarle desde hacía tiempo.

—Stefan, cuando le hablaste a Vickie allí, pensé que funcionaba. Estabas usando tus Poderes con ella ¿verdad?

—Sí.

—Pero luego simplemente volvió a enloquecer. Lo que quiero decir es…, Stefan, te encuentras bien, ¿verdad? ¿Tus Poderes han regresado?

Él no respondió. Pero aquello fue respuesta suficiente para ella.

—Stefan, ¿por qué no me lo dijiste? ¿Qué sucede?

Le rodeó y se arrodilló junto a él, de modo que él tuviera que mirarla.

—Estoy tardando un poco en recuperarme, eso es todo. No te preocupes por ello.

—Pues estoy preocupada. ¿No hay nada que pueda hacer?

—No —dijo, pero sus ojos descendieron hacia ella.

La comprensión invadió a Elena.

—Ah —murmuró, recostándose hacia atrás.

Entonces volvió a alaragar los brazos hacia él, intentando hacerse con sus manos.

—Stefan, escúchame.

—Elena, no. ¿No te das cuenta? Es peligroso, peligroso para los dos, pero en especial para ti. Podría matarte, o algo peor.

—Sólo si pierdes el control —dijo ella—. Y no lo harás. Bésame.

—No —repitió Stefan, y añadió con menos aspereza—: Saldré de caza esta noche en cuanto oscurezca.

—¿Eso es lo mismo? —preguntó Elena.

Sabía que no lo era. Era sangre humana lo que le proporcionaba Poder.

—Pero Stefan, por favor, ¿no te das cuenta de que quiero hacerlo? ¿No lo quieres tú?

—Eso no es justo —dijo él con ojos torturados—. Sabes que no lo es, Elena. Sabes lo mucho…

Volvió a desviar la mirada de ella, apretando las manos con fuerza.

—¿Entonces por qué no? Stefan, necesito…

No pudo finalizar. No podía explicarle lo que necesitaba; era una necesidad de conectar con él, de estar en estrecha relación con él. Necesitaba recordar cómo era con él, borrar el recuerdo del baile de su sueño y de los brazos de Damon a su alrededor.

—Necesito que estemos juntos otra vez —musitó.

Stefan seguía con la mirada vuelta, y negó con la cabeza.

—De acuerdo —murmuró ella, pero sintió una oleada de pesar y temor a medida que la derrota se filtraba en sus huesos.

La mayor parte del temor era por Stefan, que era vulnerable sin sus Poderes, bastante vulnerable para que pudieran hacerle daño los ciudadanos corrientes de Fell's Church. Pero algo del temor lo sentía por sí misma.