10

Sonó la campana. No había tiempo para regresar al comedor e informar a Bonnie y a Meredith. Elena fue a su siguiente clase, pasando ante los rostros vueltos y las miradas hostiles que se estaban volviendo demasiado familiares esos días.

Fue difícil, en clase de historia, no mirar fijamente a Caroline, no dejar que Caroline supiera que lo sabía. Alaric preguntó por Matt y Stefan, que estaban ausentes por segundo día consecutivo, y Elena se encogió de hombros, sintiéndose desprotegida y expuesta. No confiaba en aquel hombre de sonrisa juvenil y los ojos color avellana y en su ansia de información sobre la muerte del señor Tanner. Y Bonnie, que se limitaba a contemplar a Alaric enternecedoramente, no servía en absoluto de ayuda.

Después de clase, captó un retazo de la conversación de Sue Carson.

—… está de vacaciones de la facultad…, no recuerdo exactamente dónde…

Elena ya estaba cansada de mantener un silencio discreto. Giró en redondo y habló directamente a Sue y a la chica con la que ésta charlaba, irrumpiendo sin ser invitada en su discusión.

—Si yo fuera tú —le dijo a Sue—, me mantendría alejada de Damon. Lo digo en serio.

Hubo una risa sobresaltada y turbada. Sue era una de las pocas personas del instituto que no había evitado a Elena, y ahora tenía el aspecto de desear haberlo hecho.

—¿Quieres decir —dijo la otra muchacha en tono vacilante— que también te pertenece? O…

La risa de la propia Elena fue discordante.

—Quiero decir que es peligroso —contestó—. Y no bromeo.

Se limitaron a mirarla, y Elena les ahorró la violencia de tener que responder girando sobre los talones y alejándose. Recogió a Bonnie del grupito extraescolar de seguidores de Alaric y se encaminó hacia la taquilla de Meredith.

—¿Adónde vamos? Pensaba que íbamos a hablar con Caroline.

—Ya no —respondió Elena—. Espera hasta que lleguemos a casa. Entonces os diré el motivo.

—No puedo creerlo —dijo Bonnie una hora más tarde—. Quiero decir, lo creo pero no puedo creerlo. Ni siquiera de Caroline.

—Es Tyler —dijo Elena—. Es a él a quien se le ha ocurrido el gran plan. Después diréis que a los hombres no les interesan los diarios.

—En realidad, deberíamos darle las gracias —comentó Meredith—. A él 1e debemos que al menos tenemos hasta el Día del Fundador para hacer algo. ¿Por qué dijiste que sería el Día del Fundador, Elena?

—Tyler tiene algo contra los Fell.

—Pero están todos muertos —dijo Bonnie.

—Bueno, eso no parece importarle a Tyler. Recuerdo que también habló de ello en el cementerio cuando contemplábamos su tumba. Cree que robaron a sus antepasados el lugar que les corresponde como fundadores de la ciudad, o algo así.

—Elena —dijo Meredith en tono serio—, ¿hay algo más en el diario que pueda perjudicar a Stefan? Además de la cosa sobre el anciano, quiero decir.

—¿No es eso suficiente?

Con aquellos ojos firmes y oscuros fijos en ella, Elena sintió el aleteo de un malestar entre sus costillas. ¿Qué estaba preguntando Meredith?

—Suficiente para echar a Stefan de la ciudad, como dijeron ellos —le dio la razón Bonnie.

—Suficiente para que recuperemos el diario que tiene Caroline en su poder —dijo Elena—. La única cuestión es ¿cómo?

—Caroline dijo que lo tenía oculto en algún lugar seguro. Eso probablemente significa su casa. —Meredith se mordisqueó el labio pensativamente—. Sólo tiene ese hermano que está en octavo, ¿verdad? Y su madre no trabaja, pero va a comprar a Roanoke con asiduidad. ¿Todavía tienen una sirvienta?

—¿Por qué? —dijo Bonnie—. ¿Qué importa eso?

—Bueno, no queremos que entre nadie mientras estamos robando en la casa.

—¿Mientras estamos qué? —La voz de Bonnie se alzó en un agudo chillido—. ¡No puedes decirlo en serio!

—¿Qué se supone que debemos hacer, simplemente sentarnos y aguardar hasta el Día del Fundador y dejar que lea el diario ante toda la ciudad? Ella lo robó de tu casa. Simplemente hemos de traerlo de vuelta —respondió Meredith con exasperante tranquilidad.

—Nos cogerán. Nos expulsarán del instituto…, si es que no acabamos en la cárcel. —Bonnie volvió la cabeza hacia Elena en actitud suplicante—. Díselo, Elena.

—Bueno…

Con toda honradez, la perspectiva intranquilizaba un poco a Elena. No era tanto la idea de la expulsión, o incluso de la cárcel, como la idea de ser atrapada haciéndolo. El rostro altivo de la señora Forbes flotó ante sus ojos, lleno de justificada indignación. Luego cambió por el de Caroline, riendo con rencor mientras su madre señalaba con dedo acusador a Elena.

Además, parecía tal… violación entrar en la casa de alguien cuando no había nadie allí para rebuscar en sus posesiones. Odiaría que alguien se lo hiciera a ella.

Pero, desde luego, alguien lo había hecho. Caroline había violado la casa de Bonnie, y en aquellos instantes tenía en sus manos la más íntima posesión de Elena.

—Hagámoslo —dijo Elena en voz queda—. Pero hagámoslo con cuidado.

—¿No podemos hablarlo? —inquirió Bonnie con tono débil, paseando la mirada del rostro decidido de Meredith al de Elena.

—No hay nada de qué hablar. Tú vienes —le indicó Meredith—. Lo prometiste —añadió cuando Bonnie tomó aire para volver a objetar, y alzó su dedo índice.

—¡El juramento de sangre fue sólo para ayudar a Elena a conseguir a Stefan! —exclamó Bonnie.

—Vuelve a pensar —dijo Meredith—. Juraste que harías cualquier cosa que Elena pidiera con relación a Stefan. No había nada sobre un límite de tiempo o sobre «sólo hasta que Elena le consiga».

Bonnie se quedó boquiabierta. Miró a Elena, que casi reía muy a pesar suyo.

—Es cierto —respondió ésta, solemne—. Y tú misma lo dijiste: «Jurar con sangre significa que tienes que mantener tu promesa suceda lo que suceda».

Bonnie cerró la boca e irguió la barbilla.

—De acuerdo —replicó con tono sombrío—. Ahora estoy obligada durante el resto de mi vida a hacer lo que Elena quiera que haga respecto a Stefan. Maravilloso.

—Ésta es la última cosa que te pediré jamás —dijo Elena—. Y lo prometo. Juro que…

—¡No lo hagas! —intervino Meredith, repentinamente seria—. No lo hagas, Elena. Podrías lamentarlo más tarde.

—¿Ahora también tú te estás aficionando a las profecías? —inquirió Elena, y luego preguntó—: Así pues, ¿cómo vamos a conseguir la llave de la casa de Caroline durante una hora más o menos?

Sábado, 9 de noviembre

Querido diario:

Lamento que haya transcurrido tanto tiempo. Últimamente he estado demasiado ocupada o demasiado deprimida —o ambas cosas— para escribir.

Además, con lodo lo que ha sucedido, ya casi tengo miedo de mantener un diario. Pero necesito alguien a quien recurrir, porque justo ahora no existe un solo ser humano, una sola persona en la Tierra, a la que no esté ocultando algo.

Bonnie y Meredith no pueden saber la verdad sobre Stefan. Stefan no puede saber la verdad sobre Damon. Tía Judith no puede saber nada de nada. Bonnie y Meredith saben lo de Caroline y lo del diario; Stefan, no. Stefan sabe lo de la verbena que uso cada día ahora; Bonnie y Meredith, no. Incluso aunque he dado a ambas bolsitas repletas de ella. Una buena cosa: parece funcionar, o al menos no he vuelto a andar sonámbula desde esa noche. Pero sería una mentira decir que no he estado soñando con Damon. Aparece en todas mis pesadillas.

Mi vida está llena de mentiras en estos momentos, y necesito a alguien con quien pueda ser totalmente honesta. Voy a ocultar este diario bajo la tabla suelta del armario, de modo que nadie lo encuentre, incluso aunque caiga muerta y vacíen mi habitación A lo mejor alguno de los nietos de Margaret jugará allí dentro algún día y alzará la tabla y lo sacará, pero hasta entonces, nadie. Este diario es mi último secreto.

No sé por qué pienso en la muerte y en morir. Ésa es la manía de Bonnie; es ella quien piensa que sería muy romántico. Yo sé lo que es realmente: no hubo nada de romántico en ello cuando mamá y papá murieron. Simplemente, las peores sensaciones del mundo. Quiero vivir durante mucho tiempo, casarme con Stefan y ser feliz. Y no hay motivo para que no pueda, una vez que todos estos problemas queden atrás.

Excepto que hay veces en las que me asusto y no creo eso. Y hay cositas que no deberían importar, pero que me preocupan. Como por qué Stefan lleva todavía el anillo de Katherine colgado al cuello, incluso aunque sé que me ama. Como por qué no ha dicho nunca que me ama, incluso a pesar de que yo sé que es cierto.

No importa. Todo saldrá bien. Tiene que salir bien. Y entonces, estaremos juntos y seremos felices. No hay motivo para que no podamos serlo. No hay motivo para que no podamos serlo. No hay motivo.

Elena dejó de escribir, intentando mantener las letras de la página enfocadas. Pero sólo se desdibujaron más, y cerró el libro antes de que una lágrima delatora pudiera caer sobre la tinta. Luego fue hacia el armario, levantó la tabla suelta con una lima de uñas y colocó el diario debajo.

Llevaba la lima de uñas en el bolsillo una semana más tarde, cuando las tres, Bonnie, Meredith y ella, se detuvieron ante la puerta trasera de la casa de Caroline.

—Daos prisa —siseó Bonnie desesperada, paseando la mirada por el patio como si esperara que algo saltara sobre ellas—. ¡Vamos, Meredith!

—Ya está —dijo Meredith cuando la llave encajó por fin correctamente en la cerradura con pestillo y el pomo cedió con el giro de sus dedos—. Estamos dentro.

—¿Estás segura de que no están en casa? Elena, ¿y si regresan temprano? ¿Por qué no podíamos hacer esto de día, al menos?

—Bonnie, ¿quieres entrar de una vez? Ya hemos hablado de todo esto. La sirvienta está siempre aquí durante el día. Y no regresarán temprano hoy, al menos que alguien se ponga malo en Chez Louis. ¡Ahora, vamos! —dijo Elena.

—Nadie osaría ponerse enfermo en la cena de cumpleaños del señor Forbes —le dijo Meredith con tono consolador a Bonnie mientras la menuda muchacha pasaba al interior—. Estamos a salvo.

—Si tienen dinero suficiente para ir a restaurantes caros, una pensaría que podrían permitirse dejar unas cuantas luces encendidas —replicó Bonnie, negándose a dejarse consolar.

En privado, Elena le dio la razón en eso. Resultaba extraño y desconcertante vagar por la casa de otra persona en la oscuridad, y su corazón martilleó asfixiantemente mientras ascendían por la escalera. Su palma, que aferraba la linterna de llavero que mostraba el camino, estaba húmeda y resbaladiza. Pero no obstante todos los síntomas físicos de pánico, su mente seguía operando con frialdad, casi con indiferencia

—Tiene que estar en su dormitorio —dijo.

La ventana de Caroline daba a la calle, lo que significaba que tenían que ser más cuidadosas aún para que no se viera ninguna luz allí. Elena balanceó el diminuto haz de la linterna de un lado para otro con una sensación de desaliento. Una cosa era planear registrar la habitación de alguien, imaginar mentalmente la revisión eficiente y metódica de los cajones, y otra era estar realmente allí de pie, rodeada por lo que parecía un millar de lugares donde ocultar algo, y sentir miedo de tocar nada por si Caroline advertía que lo habían movido.

Las otras dos muchachas también estaban totalmente inmóviles.

—Quizá deberíamos ir a casa —sugirió Bonnie en voz baja.

Meredith no la contradijo.

—Tenemos que intentarlo. Al menos intentarlo —dijo Elena, oyendo lo hueca y poquita cosa que sonaba su voz.

Abrió con cuidado un cajón de la cómoda alta y pasó la luz por encima de los delicados montones de ropa interior de encaje. Unos instantes de hurgar entre ellos le bastaron para comprobar que no había nada parecido a un libro debajo. Colocó bien los montoncitos y volvió a cerrar el cajón. Luego soltó aire

—No es tan difícil —dijo—. Lo que necesitamos es dividir la habitación y luego registrarlo todo en nuestra sección, cado cajón, cada mueble, cada objeto bastante grande para ocultar un diario dentro.

Se asignó el armario, y lo primero que hizo fue palpar las tablas del suelo con su lima de uñas. Pero las tablas de Caroline parecían estar todas bien pegadas, y las paredes del armario empotrado sonaron sólidas. Rebuscando entre las ropas de Caroline, encontró varias cosas que ella había dejado a la otra muchacha el año anterior. Se sintió tentada de llevárselas, pero, por supuesto, no podía. Un examen de los zapatos y los bolsos de Caroline no reveló nada, incluso cuando arrastró una silla hasta allí para investigar el estante superior del armario a fondo.

Meredith estaba sentada en el suelo examinando un montón de animales de peluche que habían sido relegados a un arcón junto con otros recuerdos infantiles. La muchacha pasó los largos y sensibles dedos sobre cada uno, buscando hendiduras en el material. Cuando llegó a un caniche esponjoso, se detuvo.

—Yo le regalé esto —murmuró—. Creo que en su décimo cumpleaños. Pensaba que lo habría tirado.

Elena no pudo ver sus ojos; la propia linterna de Meredith estaba dirigida hacia el caniche. Pero supo cómo se sentía su amiga.

—Intenté hacer las paces con ella —dijo en voz baja—. Lo hice, Meredith, en la Casa Encantada. Pero prácticamente me dijo que jamás me perdonaría por quitarle a Stefan. Ojalá las cosas fueran distintas, pero ella no quiere dejar que lo sean.

—De modo que ahora es la guerra.

—De modo que ahora es la guerra —dijo Elena, categórica y contundente.

Observó mientras Meredith dejaba el caniche a un lado y tomaba el siguiente animal; luego regresó a su propio registro.

Pero no tuvo mejor suerte con el tocador de la que había tenido con el armario empotrado. Y con cada momento que transcurría se sentía más inquieta, más segura de que estaban a punto de escuchar cómo un coche se detenía en el camino de acceso de los Forbes.

—No sirve de nada —dijo Meredith por fin, palpando debajo del colchón de Caroline—. Debe de haberlo escondido. Esperad. Hay algo aquí. Palpo una esquina

Elena y Bonnie la miraron fijamente desde lados opuestos de la habitación, momentáneamente paralizadas.

—Lo tengo. ¡Elena, es un diario!

El alivio descendió como una exhalación a través de Elena e hizo que se sintiera como un pedazo de papel arrugado que alisan y estiran. Podía volver a moverse. Respirar era maravilloso. Lo había sabido, había sabido todo el tiempo que nada realmente terrible podía sucederle a Stefan. La vida no podía ser tan cruel, no con Elena Gilbert. Todos estaban a salvo ahora.

Pero la voz de Meredith sonó perpleja.

—Es un diario. Pero es verde, no azul. Es el diario equivocado.

—¿Qué?

Elena le arrebató el pequeño cuaderno y dirigió su linterna sobre él, intentando convertir el verde esmeralda de la tapa en azul zafiro. No funcionó. Aquel diario era casi exactamente como el suyo, pero no era el suyo.

—Es el de Caroline —dijo estúpidamente, sin querer creerlo aún.

Bonnie y Meredith se apelotonaron junto a ella. Todas miraron el libro cerrado, y luego se miraron entre sí.

—Podría haber pistas —dijo Elena despacio.

—Es muy justo —convino Meredith.

Pero fue Bonnie quien realmente tomó el diario y lo abrió.

Elena escudriñó por encima de su hombro la letra puntiaguda e inclinada hacia atrás de Caroline, tan diferente de las mayúsculas de imprenta de las notas violeta. Al principio, sus ojos no conseguían enfocar bien, pero luego un nombre le saltó a la vista: Elena.

—Esperad. ¿Qué es esto?

Bonnie, que era la única que estaba realmente en una posición que permitiera leer más de una o dos palabras, permaneció en silencio un momento, moviendo los labios. Luego resopló.

—Escuchad esto —dijo, y leyó—: «Elena es la persona más egoísta que he conocido jamás. Todo el mundo piensa que es muy equilibrada, pero lo cierto es que es sólo frialdad. Da asco el modo en que la gente le hace la pelota, sin advertir jamás que no le importa un bledo nadie ni nada que no sea Elena».

—¿Caroline dice eso? ¡Quién fue a hablar!

Pero Elena sintió que le ardía el rostro. Era, prácticamente, lo que Matt le había dicho cuando ella iba tras Stefan.

—Vamos, hay más —dijo Meredith, dando golpecitos a Bonnie, que prosiguió en tono ofendido.

—«Bonnie resulta casi igual de imposible estos días, siempre intentando hacerse la importante. Lo último es fingir que es médium para que la gente le preste atención. Si realmente fuese médium, descubriría que Elena simplemente la está utilizando.»

Hubo una pausa embarazosa, y luego Elena dijo:

—¿Eso es todo?

—No, hay un trozo sobre Meredith: «Meredith no hace nada para detenerlo. De hecho, Meredith no hace nada; se limita a observar. Es como si no pudiera actuar; sólo puede reaccionar a las cosas. Además, he oído a mis padres hablar sobre su familia…, no me sorprende que nunca la mencione.» ¿Qué se supone que significa eso?

Meredith no se había movido, y Elena veía únicamente su cuello y su barbilla en la tenue luz. Pero la muchacha habló con voz baja y firme.

—No importa. Sigue mirando, Bonnie, en busca de algo sobre el diario de Elena.

—Busca alrededor del dieciocho de octubre. Fue cuando lo robaron —indicó Elena, dejando de lado sus preguntas; ya se las haría a Meredith.

No había ninguna anotación para el dieciocho de octubre ni el fin de semana siguiente; de hecho, sólo había unas pocas anotaciones en las semanas siguientes. Ninguna de ellas mencionaba el diario.

—Bueno, entonces eso lo zanja —dijo Meredith, sentándose hacia atrás—. Este libro no sirve. A menos que queramos chantajearla con él. Ya sabes, algo como que no mostraremos el suyo si ella no muestra el tuyo.

Era una idea tentadora, pero Bonnie detectó el fallo.

—No hay nada malo sobre Caroline aquí; no son más que quejas sobre otras personas. Principalmente nosotras. Apuesto a que a Caroline le encantaría que lo leyeran en voz alta ante todo el instituto. Le alegraría el día.

—Entonces, ¿qué hacemos con él?

—Devolverlo a su sitio —respondió Elena con voz cansina.

Paseó la luz de la linterna por la habitación, que a sus ojos parecía estar repleta de sutiles diferencias en comparación con la que había a su llegada.

—Simplemente tendremos que seguir fingiendo que no sabemos que ella tiene mi diario, y esperar otra oportunidad.

—De acuerdo —dijo Bonnie, pero siguió hojeando el librito, dando rienda suelta de vez en cuando a un bufido o un siseo indignados—. ¿Queréis oír esto? —exclamó.

—No hay tiempo —dijo Elena.

Habría dicho algo más, pero en ese momento Meredith habló, y su tonó exigió la inmediata atención de todo el mundo.

—Un coche.

Hizo falta sólo un segundo para determinar que el vehículo se detenía en el camino de acceso de los Forbes. Los ojos y la boca de Bonnie estaban abiertos y redondos, y la muchacha parecía paralizada, arrodillada junto a la cama

—¡Marchad! Vamos —dijo Elena, arrebatándole el diario—. Apagad las linternas y salid por la puerta trasera.

Se movían ya, Meredith instando a Bonnie al frente. Elena se dejó caer de rodillas y alzó el cubrecama, tirando hacia arriba del colchón de Caroline. Con la otra mano empujó el diario al frente, encajándolo entre el colchón y el volante que circundaba la parte baja de la cama. Los muelles finamente recubiertos se le clavaban en el brazo desde abajo, pero aún peor era el peso del enorme colchón que le caía encima. Dio al libro unos cuantos empujoncitos más con los dedos y luego extrajo el brazo, estirando el cubrecama para dejarlo como estaba.

Dirigió una frenética mirada de nuevo a la habitación mientras se marchaba; no había tiempo para arreglar nada más ya. Mientras se movía veloz y en silencio hacia las escaleras, oyó la llave en la puerta principal.

Lo que siguió fue una especie de juego espantoso de corre que te pillo. Elena sabía que no la estaban persiguiendo deliberadamente, pero la familia Forbes parecía decidida a arrinconarla en su casa. Regresó por donde había venido mientras voces y luces se materializaban en el vestíbulo al dirigirse ellos hacia las escaleras. Huyó hasta el interior de la última entrada pasillo abajo, y ellos parecieron seguirla. Cruzaron el descansillo; estaban justo ante el dormitorio principal. Giró en dirección al cuarto de baño contiguo, pero vio encenderse luces de repente bajo la puerta cerrada, cortándole la huida.

Estaba atrapada. Los padres de Caroline podrían entrar en cualquier momento. Vio las puertas acristaladas que daban a la terraza y tomó su decisión en ese mismo instante

Fuera, el aire era fresco, y su respiración jadeante resultaba ligeramente visible. Una luz amarilla surgió a borbotones de la habitación junto a ella, y se acurrucó aún más a la izquierda, manteniéndose fuera de su camino. Luego, el sonido que había estado temiendo se escuchó con terrible claridad: el chasquido de la manilla de una puerta, seguido por un ondular de cortinas hacia el interior al abrirse las puertas acristaladas.

Miró a su alrededor frenéticamente. La distancia era demasiado grande para saltar al suelo, y no había nada a lo que sujetarse para descender. Eso dejaba sólo el tejado, pero tampoco había nada que le sirviera para trepar. Con todo, algún instinto le hizo intentarlo, y ya estaba sobre la barandilla de la terraza y buscando a tientas algún lugar al que asirse en lo alto cuando una sombra apareció en las vaporosas cortinas. Una mano las separó, una figura empezó a salir, y entonces Elena sintió que algo le agarraba con fuerza la mano, cerrándose sobre su muñeca e izándola hacia lo alto. Se dio impulso automáticamente con los pies y se encontró trepando a gatas por el tejado de tejas de madera. Mientras intentaba tranquilizar la irregular respiración, miró adelante agradecida para ver quién era su salvador… y se quedó helada.