—La próxima vez —dijo Stefan con voz queda— no me iré.
Elena sabía que lo decía en serio y la aterró. Pero en aquel momento sus emociones se deslizaban silenciosamente en punto muerto y no quería discutir.
—Estaba allí —dijo—. Dentro de una casa corriente llena de gente corriente, como si tuviera todo el derecho a estar allí. No habría creído que se atreviera.
—¿Por qué no? —dijo Stefan con tono conciso y amargo—. Yo estaba allí en una casa corriente llena de gente corriente, como si tuviera todo el derecho a estar allí.
—No lo decía en el sentido en que sonó. Es sólo que la única otra vez que le he visto en público fue en la Casa Encantada, cuando llevaba una máscara y un disfraz, y estaba oscuro. Antes de eso siempre fue en algún lugar desierto, como el gimnasio aquella noche que me quedé sola, o el cementerio…
Supo en cuanto dijo aquella última parte que había sido un error, pues aún no había contado a Stefan que había ido en busca de Damon tres días atrás. Sentado en el asiento del conductor, el muchacho se quedo rígido.
—¿O el cementerio?
—Sí… Me refiero a aquel día en que a Bonnie, a Meredith y a mí nos persiguieron. Estoy asumiendo que debió de ser Damon quien nos persiguió. Y el lugar estaba desierto aparte de nosotras tres.
¿Por qué le mentía? Porque, le respondió una vocecita en su cabeza con tono sombrío, de lo contrario él podría saltar. Saber lo que Damon le había dicho, lo que había prometido que la esperaba, podía ser todo lo que se necesitaba para que Stefan perdiera el control.
«No puedo contárselo nunca —comprendió con un nauseabundo sobresalto—. No lo de esa vez ni nada que Damon haga en el futuro. Si pelea contra Damon, morirá.»
«Entonces jamás lo sabrá —se prometió—. No importa lo que tenga que hacer. Impediré que peleen entre sí por mí. Sin importar cómo.»
Por un momento, la aprensión la dejó helada. Quinientos años atrás, Katherine había intentado impedir que pelearan, y sólo había conseguido obligarles a enfrentarse en un combate a muerte. Pero ella no cometería el mismo error, se dijo Elena con ferocidad. Los métodos de Katherine habían sido estúpidos e infantiles. ¿Quién que no fuera una criatura estúpida se mataría con la esperanza de que los dos rivales por su mano se convirtieran en amigos? Había sido el peor error de todo aquel desdichado asunto. Debido a ello, la rivalidad entre Stefan y Damon se había convertido en un odio implacable. Y, lo que aún era peor, Stefan había vivido con la culpa de todo ello desde entonces; se culpaba a sí mismo por la estupidez y la debilidad de Katherine.
Intentando desesperadamente buscar otro tema, dijo:
—¿Crees que alguien le invitó a entrar?
—Evidentemente, puesto que estaba dentro.
—Entonces, es cierto lo que se dice sobre… la gente como vosotros. Se os tiene que invitar a entrar. Pero Damon entró en el gimnasio sin una invitación.
—Eso es porque el gimnasio no es una morada para seres vivos. Ése es el único criterio. No importa si es una casa, una tienda de campaña o un apartamento encima de una tienda. Si seres vivos comen y duermen allí, tienen que invitarnos a entrar.
—Pero yo no te invité a mi casa
—Sí, lo hiciste. Aquella primera noche, cuando te llevé en el coche a casa, empujaste la puerta y me hiciste una seña con la cabeza. No tiene que ser una invitación verbal. Si la intención está ahí, es suficiente. Y la persona que te invita no tiene por qué ser alguien que viva realmente en la casa. Cualquier humano sirve.
Elena pensaba.
—¿Qué pasa con una casa flotante?
—Sucede lo mismo. Aunque el agua corriente puede ser una barrera en sí misma. Para algunos de nosotros es casi imposible cruzar.
Elena tuvo una repentina visión de ella con Meredith y Bonnie corriendo en dirección al puente Wickery. Porque de algún modo ella había sabido que si alcanzaban el otro lado del río estarían a salvo de lo que fuera que las estaba persiguiendo.
—Así que ése es el motivo —musitó.
Pero todavía no se explicaba cómo lo había sabido. Era como si la información hubiese sido colocada en su mente por alguna fuente externa. Entonces reparó en algo más.
—Tú me llevaste a través del puente. Tú puedes cruzar agua corriente.
—Eso se debe a que soy débil —lo dijo en tono categórico y sin la menor emoción—. Es irónico, pero cuanto más fuerte son tus Poderes, más afectado te ves por ciertas limitaciones. Cuanto más perteneces a la oscuridad, más te atan las normas de la oscuridad.
—¿Qué otras normas hay? —preguntó Elena.
La muchacha empezaba a ver los destellos de un plan. O al menos de la esperanza de un plan.
Stefan la miró.
—Sí —dijo—; creo que es hora de que lo sepas. Cuanto más conozcas sobre Damon, más posibilidades tendrás de protegerte.
¿De protegerse? Tal vez Stefan supiera más de lo que ella pensaba. Pero mientras él hacia girar el coche por una calle lateral y aparcaba, se limitó a decir:
—De acuerdo. ¿Debería hacer acopio de ajos?
Él lanzó una carcajada.
—Sólo si quieres ser impopular., Hay ciertas plantas, no obstante, que podrían servirte. Como la verbena. Es una hierba que se supone que te protege de embrujos, y puede mantener tu mente clara incluso aunque alguien esté utilizando Poderes contra ti. La gente acostumbraba a llevarla alrededor del cuello. A Bonnie le encantaría; era sagrada para los druidas.
—Verbena —dijo Elena, paladeando la desconocida palabra—. ¿Qué más?
—La luz potente o la luz directa del sol pueden resultar muy dolorosas. Habrás advertido que el clima ha cambiado.
—Lo he notado —dijo Elena tras un instante—. ¿Quieres decir que es cosa de Damon?
—Es probable. Hace falta un poder enorme pata controlar los elementos, pero moverse a la luz del día le facilita el poder. Mientras lo mantenga nublado, ni siquiera necesita protegerse los ojos.
—Y tampoco tú —indicó Elena—. ¿Qué hay de… bueno, cruces y cosas así?
—No sirven —respondió él—. Excepto si la persona que la empuña cree realmente que es una protección; entonces puede reforzar enormemente su voluntad para resistir.
—Esto… ¿Las balas de plata?
Stefan volvió a lanzar una corta carcajada
—Eso es para hombres lobo. Por lo que he oído, no les gusta la plata bajo ninguna forma. Una estaca de madera atravesando el corazón sigue siendo el método aprobado para los de mi clase. Existen otros modos que son más o menos efectivos, de todos modos: la incineración, la decapitación, clavarnos clavos en las sientes. O, lo mejor de todo…
—¡Stefan! —La sonrisa amarga y solitaria de su rostro la consternó—. ¿Qué hay sobre lo de convertirse en animales? —inquirió—. Antes dijiste que con poder suficiente podías hacerlo. Si Damon puede ser cualquier animal que quiera, ¿cómo podemos reconocerlo?
—No cualquier animal que quiera. Está limitado a un animal o, como máximo, a dos. Incluso con sus Poderes no creo que pudiera mantener más que eso.
—Así que seguimos entando atentos a la presencia de un cuervo.
—Eso es. También puedes ser capaz de saber si él anda por ahí observando a animales corrientes. Por lo general no reaccionan muy bien a nuestra presencia; perciben que somos cazadores.
—Yangtzé no dejaba de ladrar al cuervo. Era como si supiese que había algo raro en él —recordó Elena—. Ah… Stefan —añadió en un tono diferente al ocurrírsele una nueva idea—, ¿qué hay de los espejos? No recuerdo haberte visto nunca reflejado en uno.
Por un momento, él no respondió. Luego dijo:
—Según las leyendas, los espejos reflejan el alma de la persona que se mira en ellos. Por eso la gente primitiva siente miedo de los espejos: teme que su alma quede atrapada y se la roben. Se supone que los de mi especie no tienen reflejo… porque no tenemos alma.
Lentamente, alzó la mano hacía el retrovisor y lo ladeó hacia abajo, ajustándolo de modo que Elena pudiese mirar en él. La muchacha vio los ojos de Stefan en el plateado cristal, perdidos, angustiados e infinitamente tristes.
No podía hacer otra cosa más que aferrarse a él, y Elena lo hizo.
—Te quiero —murmuró.
Era el único consuelo que ella podía darle. Era todo lo que tenían.
Los brazos del muchacho la rodearon con fuerza; su rostro estaba enterrado en sus cabellos.
—Tú eres el espejo —le susurró él como respuesta.
Fue agradable sentir que se relajaba, que la tensión fluía fuera de su cuerpo a medida que la calidez y el consuelo fluían a su interior. También ella se sintió reconfortada, con una sensación de paz imbuyéndola, rodeándola. Era una sensación tan buena que olvidó preguntarle qué quería decir hasta que estuvieron en la puerta principal, despidiéndose.
—¿Yo soy el espejo? —dijo ella entonces, alzando los ojos hacia él.
—Tú me has robado el alma —respondió él—. Cierra con llave detrás de ti y no vuelvas a abrirla otra vez esta noche.
Luego se marchó.
—Elena, gracias al cielo —dijo tía Judith y, cuando Elena la miró sorprendida, añadió—: Bonnie llamó desde la fiesta. Dijo que te habías ido inesperadamente, y al ver que no regresabas a casa me preocupé.
—Stefan y yo fuimos a dar una vuelta. —A Elena no le gustó la expresión del rostro de su tía cuando lo dijo—: ¿Hay algún problema?
—No, no. Es sólo…
Tía Judith no parecía saber cómo finalizar la frese.
—Elena, me pregunto si no sería una buena idea no… no ver tanto a Stefan.
Elena se quedó muy quieta.
—¿Tú también?
—No es que crea en los chismorreos —le aseguró ella—. Pero, por tu propio bien, podría ser mejor distanciarte un poco de él, para…
—¿Plantarle? ¿Abandonarle porque la gente está esparciendo rumores sobre él? ¿Mantenerme apartada del alud de barro por si acaso me mancha?
La cólera fue una liberación bien recibida, y las palabras se amontonaron en la garganta de Elena, intentando salir todas a la vez.
—No, realmente no creo que sea una buena idea, tía Judith. Y si fuera de Robert de quien estuviéramos hablando, tú tampoco lo creerías. ¡O a lo mejor sí!
—Elena, no permitiré que me hables en ese tono…
—¡De todos modos, ya he terminado! —chilló Elena, y giró a ciegas hacia la escalera.
Consiguió contener las lágrimas hasta que estuvo en su propia habitación con la puerta cerrada con llave. Luego se arrojó sobre la cama y sollozó.
Se levantó con esfuerzo un poco más tarde para telefonear a Bonnie. Bonnie se mostró vehemente y voluble. ¿A qué diablos se refería Elena con eso de que si había sucedido algo inusual después de que ella y Stefan se marcharan? ¡Lo inusual había sido que ellos se fueran! No, aquel chico nuevo llamado Damon no había dicho nada sobre Stefan después; se había limitado a andar por allí un rato y luego desapareció. No, Bonnie no había visto si se había marchado con alguien. ¿Por qué? ¿Estaba celosa Elena? Sí, claro que eso lo había dicho en broma. Pero realmente era guapísimo, ¿verdad? Casi más divino que Stefan, eso asumiendo que a una le gustaran el cabello y los ojos oscuros. Desde luego, si a una le gustaban el cabello más claro y los ojos color avellana…
Elena dedujo inmediatamente que los ojos de Alaric Saltzan eran color avellana.
Finalmente colgó el teléfono, y sólo entonces recordó la nota que había encontrado en su bolso. Debería haber preguntado a Bonnie si alguien se había acercado a su bolso mientras ella estaba en el comedor. Pero, de todos modos, Bonnie y Meredith también habían estado en el comedor parte del tiempo. Alguien podría haberlo hecho entonces.
La misma visión del papel violeta le provocó un regusto metálico en el fondo de la boca, y apenas soportó contemplarlo. Pero ahora que estaba a solas tenía que desdoblarlo y leerlo otra vez, esperando que, de algún modo, esta vez las palabras fueran diferentes, que antes se hubiera equivocado.
Pero no eran diferentes. Las nítidas y bien trazadas mayúsculas destacaban sobre el pálido fondo como si tuvieran tres metros de altura.
Quiero tocarle. Más que a cualquier chico que haya conocido nunca. Y sé que él también lo quiere, pero se contiene.
Sus palabras. De su diario. El que le habían robado.
Al día siguiente, Meredith y Bonnie llamaron al timbre.
—Stefan me llamó anoche —indicó Meredith—. Dijo que quería asegurarse de que no irías andando sola al instituto. Él no irá al instituto hoy, de modo que me dijo si Bonnie y yo podíamos pasarnos e ir contigo.
—Escoltarte —dijo Bonnie, que evidentemente estaba de buen humor—. Hacerte de acompañantes. Creo que es terriblemente encantador por su parte mostrarse tan protector.
—Probablemente sea acuario también —observó Meredith—. Vamos, Elena, antes de que la mate para que deje de hablar de Alaric.
Elena anduvo en silencio, preguntándose qué estaría haciendo Stefan que le impedía ir al instituto. Se sentía vulnerable y desprotegida ese día, como si tuviera la piel vuelta del revés. Era uno de esos días en los que era capaz de echarse a llorar en cualquier momento.
En el tablero de los comunicados había clavado con una chincheta otro pedazo de papel violeta.
Debería haberlo sabido. En realidad lo había sabido en algún lugar muy dentro de ella. El ladrón no estaba satisfecho con hacer saber que sus palabras íntimas se habían leído: le mostraba que podían hacerse públicas.
Arrancó la nota del tablero y la arrugó, pero no antes de alcanzar a ver las palabras. Con una ojeada quedaron grabadas en su cerebro.
Me da la impresión de que alguien le ha herido terriblemente en el pasado y que no lo ha superado. Pero también pienso que hay algo a lo que teme, algún secreto que no desea que yo descubra.
—Elena, ¿qué es eso? ¿Qué sucede? ¡Elena, regresa aquí!
Bonnie y Meredith la siguieron al servicio de las chicas más próximo, done ella se inclinó sobre la papelera cortando la nota en pedazos microscópicos, mientras respiraba igual que si hubiera hecho una carrera. Se miraron la una a la otra y luego se volvieron para inspeccionar los compartimentos del lavabo.
—Muy bien —anunció Meredith en voz alta—, privilegio de las alumnas mayores. ¡Tú! —Golpeó con los nudillos la única puerta cerrada—. Sal.
Se escuchó ruido de ropa, luego una novata de aspecto perplejo hizo su aparición.
—Pero si ni siquiera…
—Fuera. Sal fuera —ordenó Bonnie—. Y tú —le dijo a la muchacha que se estaba lavando las manos—, quédate fuera y asegúrate de que nadie entra.
—Pero ¿por qué? ¿Qué vais…?
—Muévete, jovencita. Si alguien cruza esa puerta, te haremos responsable a ti.
Cuando la puerta volvió a cerrarse, se volvieron hacia Elena.
—Muy bien, esto es un atraco —dijo Meredith—. Vamos, Elena, suelta.
Elena rompió el último fragmento diminuto, atrapada entre la risa y las lágrimas. Quería contárselo todo, pero no podía. Se conformó con contarles lo del diario.
Se mostraron tan furiosas y tan indignadas como ella.
—Tuvo que ser alguien de la fiesta —dijo Meredith por fin, una vez que hubieron expresado su opinión sobre el carácter, la catadura moral del ladrón y el probable destino de éste en el otro mundo—. Pero cualquiera de los que estaban allí podría haberlo hecho. No recuerdo que nadie en particular se acercara a tu bolso, pero aquella habitación estaba llena de gente de un extremo al otro, y podría haber sucedido sin que lo advirtiera.
—Pero ¿por qué querría nadie hacer esto? —intervino Bonnie—. A menos… Elena, la noche que encontraste a Stefan mencionaste algunas cosas. Dijiste que creías saber quién era el asesino.
—No creo que lo sé, lo sé. Pero si os preguntáis si esto podría tener relación, no estoy segura. Supongo que podría tenerla. La misma persona podría haberlo hecho.
Bonnie estaba horrorizada.
—¡Pero eso significa que el asesino es un alumno de este instituto! —Elena negó con la cabeza, y siguió—: las únicas personas de la fiesta que no eran alumnos fueron aquel chico nuevo y Alaric —Su expresión cambió—. ¡Alaric no mató al señor Tanner! Ni siquiera estaba en Fell’s Church entonces.
—Lo sé. Alaric no lo hizo. —Había ido demasiado lejos para detenerse en aquel punto; Bonnie y Meredith sabían demasiadas cosas ya—. Damon lo hizo.
—¿Ese chico es el asesino? ¿El chico que me besó?
—Bonnie, tranquilízate. —Como siempre, la histeria de otras personas hacía que Elena sintiera más dominio de sí misma—. Sí, él es el asesino, y las tres tenemos que estar en guardia contra él. Por eso os lo cuento. Nunca, nunca le invitéis a entrar en vuestra casa.
Calló, contemplando los rostros de sus amigas. La miraban fijamente, y por un momento tuvo la desagradable impresión de que no la creían, de que iban a poner en duda su cordura.
Pero todo lo que Meredith preguntó, con una voz uniforme y objetiva, fue:
—¿Estás segura de ello?
—Sí; estoy segura. Es el asesino y quien echó a Stefan al pozo, y podría ir tras una de nosotras a continuación. Y no sé si existe algún modo de detenerle.
—Bien, pues —siguió Meredith, enarcando las cejas—, no me extraña que Stefan y tú tuvieseis tanta prisa por abandonar la fiesta.
Caroline le dedicó a Elena una maliciosa sonrisita de suficiencia cuando ésta entró en el comedor. Pero Elena casi ni lo advirtió.
Una cosa sí advirtió en seguida, no obstante: Vickie Bennett estaba allí.
Vickie no había ido al instituto desde la noche en que Matt, Bonnie y Meredith la habían encontrado vagando por la carretera, delirando sobre niebla y ojos y algo terrible en el cementerio. Los médicos que la examinaron a continuación dijeron que no le pasaba nada especial físicamente, pero todavía no había regresado al Robert E. Lee, y la gente murmuraba sobre psicólogos y los tratamientos con fármacos que éstos probaban.
De todos modos, no parecía loca, se dijo Elena. Tenía un aspecto pálido y apagado y como si estuviera encogida dentro de sus ropas. Y cuando Elena pasó por su lado y ella alzó la vista, sus ojos eran como los de un cervatillo asustado.
Resultó extraño sentarse a una mesa medio vacía con sólo Bonnie y Meredith por compañía. Por lo general la gente se agolpaba para conseguir asientos alrededor de las tres.
—No acabamos de charlar esta mañana —dijo Meredith—. Coge algo de comer, y luego ya pensaremos qué hacer sobre esas notas.
—No tengo hambre —respondió Elena con tono cansino—. ¿Y qué podemos hacer? Si es Damon, no hay modo de que podamos detenerle. Confiad en mí, no es asunto para la policía. Por eso no les he dicho que es el asesino. No hay ninguna prueba, y además, ellos nunca… Bonnie, no estás escuchando.
—Lo siento —dijo ésta, que miraba más allá de la oreja izquierda de Elena—, pero algo raro está sucediendo ahí atrás.
Elena volvió la cabeza. Vickie Bennett estaba de pie en la parte delantera del comedor, pero ya no parecía encogida y apagada. Paseaba la mirada por la habitación de un modo astuto y evaluativo, sonriendo.
—Bueno, no parece normal, pero yo no diría que se esté portando de un modo raro, exactamente —dijo Meredith, pero luego añadió—: Esperad un minuto.
Vickie se estaba desabrochando la rebeca. Pero lo raro era el modo en que lo hacía, con deliberados movimientos veloces de los dedos, sin dejar de mirar en ningún momento a su alrededor con aquella sonrisa reservada. Cuando el último botón quedó desabrochado, se quitó el suéter con delicadeza entre índice y pulgar y lo deslizó hacia abajo, primero por un brazo y luego por el otro. Dejó caer la prenda al suelo.
—Raro es la palabra —confirmó Meredith.
Alumnos que cruzaban frente a Vickie con bandejas llenas le echaban ojeadas curiosas y luego miraban por encima del hombro una vez que habían pasado. Pero no dejaron de andar hasta que ella se quitó los zapatos.
Lo hizo con elegancia, atrapando el tacón de un zapato de salón con la punta del otro y empujándolo fuera del pie. Luego se quitó el segundo zapato con una ligera patadita.
—No puede seguir adelante —murmuró Bonnie, mientras los dedos de Vickie iban hacia los botones en forma de perlas de su blusa blanca de seda.
Las cabezas se volvían hacia ella; la gente se daba golpecitos entre sí y gesticulaba. Alrededor de Vickie se había reunido un pequeño grupo que permanecía bastante retirado para no interferir en el campo visual de los demás.
La blusa de seda blanca se desprendió con una ondulación, aleteando como un fantasma herido hasta el suelo. Vickie llevaba un sujetador de encaje color hueso debajo.
Ya no se oía el menor sonido en el comedor aparte del siseo de los susurros. Nadie comía. El grupo que rodeaba a Vickie había aumentado de tamaño.
Vickie sonrió recatadamente y empezó a soltar los cierres de su cintura. La falda plisada cayó al suelo. Pasó por encima de ella y la empujó a un lado con el pie.
Alguien se puso en pie en el fondo del comedor y canturreó:
—¡Quítatelo! !Quítatelo!
Otras voces se le unieron.
—¿Es que nadie va a detenerla? —resopló Bonnie.
Elena se puso en pie. La última vez que se había acercado a Vickie, la otra muchacha había chillado y le había pegado. Pero en aquel momento, cuando ella se acercó, Vickie le dedicó la sonrisa de una conspiradora. Sus labios se movieron, pero Elena no consiguió descifrar qué decía en medio de los cánticos.
—Vamos, Vickie. Marchémonos —dijo.
Los cabellos color castaño claro de la muchacha se agitaron hacía atrás y ella tiró del tirante del sujetador.
Elena se inclinó para recoger la rebeca y colocarla sobre los delgados hombros de la muchacha. Al hacerlo, al tocar a Vickie, aquellos ojos entrecerrados se abrieron de par en par, otra vez como los de un cervatillo asustado. Vickie miró a su alrededor con ojos desorbitados, como si acabara de despertarla de un sueño. Bajó los ojos para mirarse y su expresión se convirtió en una de incredulidad. Envolviéndose aún más en la rebeca, retrocedió, tiritando.
El comedor volvía a estar en silencio.
—Todo está bien —dijo Elena con tono tranquilizador—. Vamos.
Al sonido de su voz, Vickie dio un brinco como si la hubiesen tocado con un cable eléctrico, luego miró fijamente a Elena y entonces entró en acción como un estallido.
—¡Tú eres uno de ellos! ¡Te vi! ¡Eres malvada!
Se dio la vuelta y huyó descalza del comedor, dejando a Elena atónita.