Sábado, 2 de Noviembre.
Querido Diario:
Esta mañana me desperté y me sentí muy rara. No sé como describirlo. Por una parte, estaba tan débil que cuando intenté ponerme en pie los músculos no me aguantaban. Pero por otra parte me sentí… bien. Tan cómoda, tan relajada… como si flotara en un lecho de luz dorada. No me importó si nunca volvían a moverme.
Entonces recordé a Stefan e intenté levantarme, pero tía Judith me volvió a meter en la cama. Dijo que Bonnie y Meredith habían marchado hacía horas y que yo estaba tan profundamente dormida que no pudieron despertarme. Dijo que lo que necesitaba era descanso.
Así que aquí estoy. Tía Judith trajo el televisor a la habitación, pero no tengo ganas de mirar la televisión. Prefiero estar aquí tumbada y escribir, o simplemente estar tumbada.
Espero que Stefan venga a verme. Me dijo que lo haría. O tal vez no lo hizo. No lo recuerdo. Cuando venga tengo que
Domingo, 3 de Noviembre, 10.30 de la noche.
Acabo de releer la anotación de ayer y estoy perpleja. ¿Qué me sucedió? Me interrumpí en mitad de una frase y ahora no sé siquiera qué iba a decir. Y no expliqué lo de mi nuevo diario ni nada. Debo de haber estado totalmente ida.
Sea como sea, éste es el inicio oficial de mi nuevo diario. Compré este cuaderno en blanco en una tienda. No es tan bonito como el otro, pero tendrá que servir. He perdido la esperanza de volver a ver jamás mi antiguo diario. Quienquiera que lo robó no va a devolverlo. Pero cuando pienso en ellos leyéndolo, con todos mis pensamientos íntimos y mis sentimientos por Stefan, quisiera matarlos. Mientras que simultáneamente me muero de humillación.
No me avergüenzo de lo que siento por Stefan. Pero es privado. Y hay cosas allí, sobre cómo es cuando nos besamos, cuando me abraza, que sé que él no querría que nadie más lo leyese.
Desde luego, en él no hay nada sobre su secreto. No lo había descubierto aún. Hasta que lo hice no le comprendí realmente, y nos unimos, nos unimos realmente por fin. Ahora formamos parte el uno del otro. Siento como si le hubiese estado esperando toda mi vida.
Quizá piensas que soy horrible por amarle, considerando lo que es. Puede ser violento, y sé que hay algunas cosas en su pasado de las que está avergonzado. Pero jamás podría ser violento conmigo, y el pasado ha quedado atrás. Se siente tan culpable y siente tanto dolor interiormente… Quiero curar sus heridas.
No sé qué sucederá ahora; simplemente, estoy muy contenta de que esté a salvo. Fui a la casa de huéspedes hoy y averigüé que la policía había estado allí ayer. Stefan estaba débil y no pudo utilizar sus Poderes para deshacerse de ellos, pero no le acusaron de nada. Simplemente hicieron preguntas. Stefan dice que se mostraron amistosos, lo que hace que me sienta suspicaz. A lo que realmente se reducen todas las preguntas es a: ¿dónde estabas la noche que atacaron al anciano bajo el puente, y la noche que atacaron a Vickie Bennett en la iglesia en ruinas, y la noche que mataron al señor Tanner en el instituto?
No tienen ninguna prueba contra él. Los crímenes empezaron justo después de que él llegara a Fell's Church, pero ¿y eso qué? Eso no es prueba de nada. Que discutió de nuevo con el señor Tanner esa noche… De nuevo, ¿y qué? Todo el mundo discutía con el señor Tanner. Que desapareció después de que se encontrara el cuerpo del señor Tanner… Pues está de vuelta ahora y está muy claro que él mismo fue atacado por la misma persona que cometió los otros crímenes. Mary contó a la policía el estado en que estaba. Y si alguna vez nos preguntan, Matt, Bonnie, Meredith y yo podemos testificar todos cómo le encontramos. No tienen nada en absoluto contra él.
Stefan y yo charlamos sobre eso, y sobre otras cosas. Fue tan agradable volver a estar con él, incluso aunque estaba pálido y cansado. Sigue sin recordar cómo finalizó la noche del jueves, pero la mayor parte de ello es tal y como yo sospechaba. Stefan fue en busca de Damon el jueves por la noche, después de llevarme a casa. Discutieron. Stefan acabó medio muerto en un pozo. No hace falta ser un genio para saber qué sucedió en el intervalo.
Todavía no le he contado que fui en busca de Damon al cementerio el viernes por la mañana. Supongo que será mejor que lo haga mañana. Sé que va a contrariarse, en especial cuando oiga lo que Damon me dijo.
Bueno, eso es todo. Estoy cansada. Este diario va a estar bien escondido, por razones obvias.
Elena hizo una pausa y miró la última línea de la página. Luego añadió:
PS. Me pregunto quién será nuestro nuevo profesor de Historia Europea.
Elena recorrió el pasillo en un curioso vacío. En el instituto, por lo general, era acribillada con saludos por todos lados; era un «Hola, Elena» tras otro «Hola, Elena», allí donde fuera. Pero hoy los ojos se apartaban furtivamente cuando se aproximaba, o la gente se mostraba repentinamente muy ocupada haciendo algo que requería que estuviera de espaldas a ella. Había ocurrido lo mismo todo el día.
Se detuvo en la entrada de Historia Europea. Ya había varios alumnos sentados, y ante la pizarra estaba un desconocido.
Parecía casi un estudiante él mismo. Tenía los cabellos de un color rubio rojizo, un tanto largos, y la complexión de un atleta. En la pizarra había escrito «Alaric K. Saltzman». Cuando se dio la vuelta, vio que también tenía una sonrisa juvenil.
Siguió sonriendo mientras Elena se sentaba y otros alumnos entraban de uno en uno. Stefan estaba entre ellos, y sus ojos se encontraron con los de Elena mientras ocupaba un asiento junto a ella, pero no hablaron. Nadie hablaba. En la habitación reinaba un silencio sepulcral.
Bonnie se sentó al otro lado de Elena. Matt se encontraba unos pocos pupitres más allá, pero miraba recto al frente.
Las últimas dos personas en entrar fueron Caroline Forbes y Tyler Smallwood. Entraron juntos, y a Elena no le gustó la expresión de Caroline. Conocía demasiado bien aquella sonrisa felina y aquellos ojos verdes entrecerrados. Las facciones apuestas y más bien rollizas de Tyler refulgían satisfechas. La decoloración bajo los ojos provocada por el puño de Stefan casi había desaparecido.
—Muy bien, para empezar, ¿por qué no colocamos todos estos pupitres en un círculo?
La atención de Elena regresó bruscamente al desconocido de la parte delantera del aula. Éste seguía sonriendo.
—Vamos, hagámoslo. De ese modo todos podremos vernos las caras al hablar —dijo.
En silencio, los alumnos obedecieron. El desconocido no se sentó a la mesa del señor Tanner; en su lugar, acercó una silla al círculo y se sentó a horcajadas, colocando el respaldo al frente.
—Ahora —siguió— sé que todos debéis sentir curiosidad respecto a mí. Mi nombre está en la pizarra: Alarick K. Saltzman. Pero quiero que me llaméis Alaric. Os contaré algo sobre mí más adelante, pero primero quiero daros una oportunidad para hablar.
»Hoy probablemente sea un día difícil para la mayoría de vosotros. Alguien que os importaba se ha ido, y eso debe de doler. Quiero daros una oportunidad de abriros y compartir esos sentimientos con vuestros compañeros de clase. Quiero que intentéis entrar en contacto con el dolor. Luego podemos empezar a construir nuestra propia relación basándola en la confianza. Ahora, ¿a quién le gustaría ser el primero?
Le miraron atónitos, y nadie movió siquiera una pestaña.
—Bien, veamos… ¿qué hay de ti? —Todavía sonriendo, indicó con gesto alentador a una hermosa muchacha rubia—. Dinos tu nombre y cómo te sientes sobre lo sucedido.
Aturullada, la joven se puso en pie.
—Me llamo Sue Carson, y, uh… —Aspiró profundamente y siguió adelante con tenacidad—. Y me siento asustada. Porque quienquiera que sea el maníaco, todavía anda suelto. Y la próxima vez, podría ser yo. —Se sentó.
—Gracias, Sue. Estoy seguro de que un gran número de tus compañeros comparten tu preocupación. Ahora, tengo entendido que alguno de vosotros estabais realmente allí cuando ocurrió la tragedia.
Crujieron los pupitres al removerse inquietos los alumnos. Pero Tyler Smallwood se puso en pie, los labios separándose de unos fuertes dientes en una sonrisa.
—La mayoría de nosotros estaba allí —dijo, y sus ojos se movieron veloces hacia Stefan.
Elena vio cómo otras personas seguían la dirección de su mirada.
—Yo llegué justo allí después de que Bonnie descubriera el cuerpo. Y lo que yo siento es preocupación por la comunidad. Hay un asesino peligroso en las calles, y hasta ahora nadie ha hecho nada para detenerle. Y…
Se interrumpió. Elena no estaba segura de cómo, pero tuvo la sensación de que Caroline le había indicado que lo hiciera. Caroline echó atrás la melena castaño rojizo y volvió a cruzar las largas piernas mientras Tyler se sentaba de nuevo.
—De acuerdo, gracias. Así que la mayoría estabais allí. Eso lo hace doblemente duro. ¿Podemos oír a la persona que efectivamente halló el cuerpo? ¿Está Bonnie aquí? —Paseó la mirada por el aula.
Bonnie alzó la mano despacio, luego se puso en pie.
—Supongo que yo descubrí el cuerpo —dijo—. Quiero decir que fui la primera persona que supo que estaba realmente muerto, y no fingiéndolo simplemente.
Alaric Saltzman pareció ligeramente sobresaltado.
—¿No fingiéndolo simplemente? ¿Fingía a menudo estar muerto?
Se escucharon risas ahogadas, y él volvió a mostrar aquella sonrisa juvenil. Elena volvió la cabeza y dirigió una veloz mirada a Stefan, que tenía el entrecejo fruncido.
—No…, no —dijo Bonnie—. Verá, él era un sacrificio. En la Casa Encantada. Así que estaba cubierto de sangre, sólo que era sangre falsa. Y eso fue en parte culpa mía, porque él no quería ponérsela, y le dije que tenía que hacerlo. Se suponía que era un cadáver ensangrentado. Pero no hacía más que decir que era demasiado sucio, y sólo cuando Stefan discutió con él… —se detuvo—. Quiero decir que hablamos con él y finalmente accedió a hacerlo, y entonces la Casa Encantada empezó. Y al cabo de un rato me di cuenta de que no se incorporaba y asustaba a los chicos como se suponía que debía hacerlo, y me acerqué a él y le pregunté qué sucedía. Y él no contestó. Él sólo…, el sólo siguió mirando fijamente al techo. Y entonces lo toqué y él… fue terrible. Su cabeza simplemente se desplomó a un lado, como si dijéramos.
La voz de Bonnie tembló y calló. La muchacha tragó saliva.
Elena se había puesto en pie, y también Stefan y Matt y unas cuantas personas. Elena alargó el brazo hacia Bonnie.
—Bonnie, todo va bien. Bonnie, no; todo va bien.
—Y yo tenía sangre por todas las manos. Había sangre por todas partes, tantísima sangre… —Lloriqueó histéricamente.
—De acuerdo, se acabó el tiempo —dijo Alaric Saltzman—. Lo siento; no era mi intención alteraros tanto. Pero creo que necesitáis abriros paso a través de esos sentimientos en algún momento en el futuro. Está claro que ha sido una experiencia devastadora.
Se puso en pie y paseó alrededor del círculo, abriendo y cerrando las manos nerviosamente. Bonnie seguía sorbiendo por la nariz quedamente.
—Ya sé, —dijo él, y la sonrisa juvenil regresó llena de fuerza—. Me gustaría conseguir que nuestra relación alumno-profesor se iniciara con buen pie, lejos de toda esta atmósfera. ¿Qué tal si os venís todos a mi casa esta noche, y así podemos charlar informalmente? Sólo para conocernos mejor mutuamente y para charlar de lo sucedido. Incluso podéis traer a un amigo si queréis. ¿Qué os parece?
Se produjeron otros treinta segundos de miradas atónitas. Luego, alguien dijo:
—¿Su casa?
—Sí…, vaya, se me olvidaba. Qué estúpido. Me alojo en la casa de los Ramsey, en la avenida Magnolia. —Escribió la dirección en la pizarra—. Los Ramsey son amigos míos, y me han prestado su casa mientras están de vacaciones. Vengo de Charlestonville, y vuestro director me telefoneó el viernes para preguntarme si podía hacerme cargo de la clase. Acepté la oportunidad al momento. Éste es mi primer auténtico trabajo como profesor.
—Ah, eso lo explica —dijo Elena por lo bajo.
—¿Lo hace? —inquirió Stefan.
—En todo caso, ¿qué os parece? ¿Lo hacemos? —Alaric Saltzman paseó la mirada por todos ellos.
Nadie tuvo el valor de negarse. Se escucharon «síes» y «desde luegos» desperdigados.
—Estupendo, entonces está acordado. Proporcionaré el refrigerio y todos acabaremos conociéndonos bien. Ah, a propósito… —abrió un libro de calificaciones y pasó una rápida mirada por él—. En ésta clase, la participación constituye la mitad de vuestra nota final—. Alzó los ojos y sonrió—. Ahora podéis iros.
—Vaya desfachatez que tiene éste —masculló alguien cuando Elena salía por la puerta. Bonnie iba detrás de ella, pero la voz de Alaric Saltzman la hizo regresar.
—¿Querrán los alumnos que han intervenido quedarse, por favor, un minuto?
Stefan también tenía que salir.
—Será mejor que vaya a comprobar lo del entrenamiento de rugby —dijo—. Probablemente se habrá cancelado, pero será mejor que me asegure.
Elena se sintió preocupada.
—Si no se ha cancelado, ¿crees que estás en condiciones de entrenar?
—Estaré perfectamente —dijo él en tono evasivo.
Pero ella observó que su rostro todavía parecía demacrado y que se movía como si sintiera dolor.
—Me encontraré contigo en tu taquilla —dijo él.
Ella asintió. Cuando llegó a su taquilla, vio a Caroline a poca distancia, charlando con otras dos chicas. Tres pares de ojos siguieron cada movimiento suyo mientras guardaba los libros, pero cuando Elena alzó la mirada, dos de ellas miraron de pronto hacia otra parte. Sólo Caroline siguió mirándola fijamente, con la cabeza un poco ladeada mientras susurraba algo a las otras muchachas.
Elena ya estaba harta. Cerrando la taquilla de un portazo, marchó directamente hacia el grupo.
—Hola, Becky; hola, Sheila —saludó; luego, con gran énfasis—: Hola, Caroline.
Becky y Sheila tarullaron «Hola» y añadieron algo sobre tener que marchar. Elena ni siquiera volvió la cabeza para contemplar cómo se escabullían, sino que mantuvo los ojos fijos en Caroline.
—¿Qué ocurre? —exigió.
—¿Ocurrir?
Era evidente que Caroline estaba disfrutando con aquello, intentando alargarlo lo más posible.
—¿Ocurrir con quién?
—Contigo, Caroline. Con todo el mundo. No finjas que no estás tramando algo, porque sé que sí lo haces. La gente me ha estado evitando todo el día como si tuviera la peste, y tú tienes el mismo aspecto que si te acabara de tocar la lotería. ¿Qué has hecho?
La expresión de inocente inquisición de Caroline desapareció y sonrió con una sonrisa felina.
—Te dije cuando empezó el instituto que las cosas serían diferentes este año, Elena —dijo—. Te advertí que tu tiempo en el trono podría estar agotándose. Pero no es cosa mía. Lo que está sucediendo es simple selección natural. La ley de la selva.
—Y, exactamente, ¿qué es lo que está sucediendo?
—Bueno, digamos simplemente que salir con un asesino pueda entorpecer tu vida social.
El pecho de Elena se tensó como si Caroline la hubiese golpeado. Por un momento, el deseo de pegar a la joven fue casi irresistible. Luego, con la sangre silbándole en los oídos, dijo entre dientes:
—Eso no es cierto, Stefan no ha hecho nada. La policía le interrogó y quedó limpio.
Caroline se encogió de hombros. Su sonrisa fue ahora condescendiente.
—Elena, te he conocido desde el jardín de infancia —dijo—, de modo que te daré un consejo en recuerdo de los viejos tiempos: deja a Stefan. Si lo haces justo ahora, podrías evitar ser una completa leprosa social. De lo contrario, más vale que te compres una campanita para ir tocándola por la calle.
La rabia se apoderó de Elena mientras Caroline se daba la vuelta y marchaba, los cabellos color caoba moviéndose igual que un líquido bajo las luces. Entonces, Elena recuperó el habla.
—Caroline.
La aludida movió la cabeza.
—¿Vas a ir a esa fiesta en casa de los Ramsey esta noche?
—Eso supongo, ¿por qué?
—Porque estaré allí. Con Stefan. Te veo en la selva.
En esta ocasión fue Elena la que se dio media vuelta.
La dignidad de su salida quedó ligeramente estropeada cuando vio una figura delgada y en sombras en el otro extremo del pasillo. Su paso titubeó por un instante, pero a medida que se acercaba más reconoció a Stefan.
Elena sabía que la sonrisa que dedicó al muchacho parecía forzada, y él echó un vistazo atrás en dirección a las taquillas mientras abandonaban el instituto uno junto al otro.
—¿Así que estaba cancelado el entrenamiento de rugby? —dijo ella.
Él asintió.
—¿A qué venía todo eso? —preguntó en voz baja.
—Nada. Le pregunté a Caroline si iba a ir a la fiesta de esta noche.
Elena ladeó la cabeza para mirar al cielo gris y deprimente.
—¿Y de eso hablabais?
Recordó lo que él le había dicho en su habitación. El podía ver mejor que un humano, y también oír mejor. ¿Bastante bien para captar palabras pronunciadas a doce metros más allá en el pasillo?
—Sí —respondió desafiante, inspeccionando aún las nubes.
—¿Y eso es lo que te enfureció tanto?
—Sí —volvió a decir ella, con el mismo tono.
Sentía los ojos de él fijos en ella.
—Elena, eso no es cierto.
—Bueno, si puedes leer mi mente, no necesitas hacer preguntas, ¿verdad?
Estaban cara a cara en aquel momento, y Stefan estaba tenso, la boca apretada en una lúgubre línea fina.
—Sabes que yo no haría eso, pero pensaba que eras tú la que daba tanta importancia a la honestidad en las relaciones.
—De acuerdo. Caroline estaba actuando con su acostumbrado modo insidioso y hablando demasiado sobre el asesinato. ¿Y qué? ¿Por qué te importa?
—Porque —dijo Stefan con sencillez, con brutalidad— podría tener razón. No sobre el asesinato, pero sí respecto a ti. Respecto a ti y a mí. Debería haber comprendido que esto sucedería. No es sólo ella, ¿verdad? He estado percibiendo hostilidad y miedo todo el día, pero estaba demasiado cansado para intentar analizarlo. Piensan que soy el asesino y te atacan a ti.
—¡Lo que piensen no importa! Se equivocan, y se darán cuenta finalmente. Entonces todo será tal y como era antes.
Una sonrisa nostálgica asomó por la comisura de los labios de Stefan.
—Realmente lo crees, ¿verdad? —Desvió la mirada y su rostro se endureció—. ¿Y si no lo hacen? ¿Y si la cosa simplemente empeora?
—¿Qué estás diciendo?
—Podría ser mejor… —Stefan aspiró profundamente y prosiguió, con cautela—: Podría ser mejor si no nos viéramos durante un tiempo. Si piensan que no estamos juntos, te dejarán tranquila.
Ella le miró fijamente.
—¿Y crees que puedes hacer esto? ¿No verme o hablar conmigo durante el tiempo que sea?
—Si es necesario… sí. Podríamos fingir que hemos cortado. —Adoptó una expresión firme.
Elena le miró fijamente durante otro momento. Luego se colocó ante él y se acercó más, tanto que casi se tocaban. Él tuvo que bajar la mirada hacia ella, sus ojos a pocos centímetros de los de la muchacha.
—Sólo existe —dijo ella— un modo de que anuncie al resto del instituto que hemos roto. Y es si me dices que no me amas y no quieres volver a verme. Dime eso, Stefan, ahora mismo. Dime que no quieres estar conmigo nunca más.
Él había dejado de respirar. La miró desde su altura, con aquellos ojos verdes estriados como los de un gato en tonalidades esmeralda, malaquita y verde acebo.
—Dilo —le instó ella—. Dime cómo puedes seguir adelante sin mí, Stefan. Dime…
Jamás consiguió finalizar la frase. Quedó interrumpida cuando la boca de él descendió sobre la suya.