Bonnie la miró atónita.
—No recuerdo nada sobre el puente. No se parecía a un puente.
—Pero lo dijiste tu misma, al final. Creí que recordabas… —la voz de Elena se apagó—. No recuerdas esa parte —dijo, categórica.
No fue una pregunta.
—Recuerdo estar sola, en algún lugar frío y oscuro, y sentirme débil… y sedienta. ¿o era hambrienta? No lo sé, pero necesitaba… algo. Y casi quería morir. Y entonces me despertaste.
Elena y Meredith intercambiaron una mirada.
—Y después de eso —le dijo Elena a Bonnie— dijiste una cosa más, con una voz extraña. Dijiste que no nos acercáramos al puente.
—Te dijo a ti que no te acercases al puente —corrigió Meredith—. A ti en particular, Elena. Dijo que la muerte te aguardaba.
—No me importa qué está aguardando —declaró Elena—. Si es ahí donde está Stefan, es ahí adonde voy a ir.
—Entonces es adonde vamos a ir todas —dijo Meredith.
Elena vaciló.
—No puedo pediros que hagáis eso —dijo lentamente— Podría existir peligro… de una clase que no conocéis. Podría ser mejor que fuera sola.
—¿Estás de broma? —inquirió Bonnie, irguiendo la barbilla—. Nosotras amamos el peligro. Quiero ser joven y hermosa en mi sepultura, ¿recuerdas?
—No lo digas —se apresuró a decir Elena—. Fuiste tú quién dijo que no era un juego.
—Y tampoco lo es para Stefan —les recordó Meredith—. No le estamos haciendo mucho bien quedándonos aquí paradas.
Elena se despojaba ya de su kimono, dirigiéndose al armario.
—Será mejor que nos abriguemos. Coged cualquier cosa que queráis para no pasar frío —dijo.
Una vez que estuvieron más o menos ataviadas para el frío que hacía, Elena se volvió hacia la puerta. Entonces se detuvo.
—Robert —dijo—. No hay modo de que podamos pasar hasta la puerta principal sin que nos vea, incluso aunque esté dormido.
Las tres se volvieron simultáneamente para contemplar la ventana.
—Vaya, maravilloso —dijo Bonnie.
Mientras trepaban fuera y pasaban el membrillo, Elena advirtió que había dejado de nevar. Pero el aire cortante contra su mejilla le recordó las palabras de Damon. «El invierno es una estación implacable», pensó, y tiritó.
Todas las luces de la casa estaban apagadas, incluidas las de la sala de estar. Robert debía haberse acostado ya. Con todo, Elena contuvo la respiración mientras pasaban sigilosamente ante las oscuras ventanas. El coche de Meredith estaba algo más abajo en la calle. En el último minuto, Elena decidió coger una cuerda y abrió sin hacer ruido la puerta posterior que daba al garaje. La corriente era fuerte en Drowning Creek, y vadear podía ser peligroso.
El viaje en coche hasta el extremo de la población fue tenso. Cuando pasaron por las afueras del bosque, Elena recordó el modo en que las hojas se le habían lanzado encima en el cementerio. Especialmente hojas de roble.
—Bonnie, ¿tienen algún significado especial los robles? ¿Dijo alguna vez algo sobre ellos tu abuela?
—Bueno, eran sagrados para los druidas. Todos los árboles lo eran, pero los robles eran los más sagrados. Pensaban que el espíritu de los árboles les proporcionaba poder.
Elena digirió aquello en silencio. Cuando llegaron al puente y salieron del coche, dedicó a los robles del lado derecho de la carretera una mirada inquieta. Pero la noche era despejada y extrañamente tranquila, y ninguna brisa agitaba las secas hojas marrones de las ramas.
—Vigilad por si veis un cuervo —les dijo a Bonnie y Meredith.
—¿Un cuervo? —inquirió Meredith con brusquedad—. ¿Cómo el cuervo que había fuera de la casa de Bonnie cuando Yangtzé murió?
—La noche en que mataron a Yangtzé. Sí.
Elena se acercó a las oscuras aguas de Drowning Creek con un corazón que latía a toda velocidad. No obstante su nombre, no era un arrollo, sino un río de aguas rápidas con orillas formadas por arcilla. Sobre él se alzaba el puente Wickery, una construcción de madera construida hacía casi un siglo. En el pasado había sido bastante resistente para soportar carros; en la actualidad no era más que un puente peatonal que nadie usaba porque quedaba demasiado alejado. Era un lugar desolado, solitario y poco amistoso, se dijo Elena. Por aquí y por allá se veían retazos de nieve en el suelo.
No obstante sus valerosas palabras de antes, Bonnie se iba rezagando.
—¿Recordáis la última vez que pasamos por este puente? —preguntó.
«Demasiado bien», pensó Elena. La última vez que lo habían cruzado, las había perseguido… algo… desde el cementerio. O alguien, se dijo.
—Aún no vamos a pasar por él —dijo—. Primero tenemos que mirar debajo por este lado.
—Donde se encontró el anciano con el cuello desgarrado —rezongó Meredith, pero la siguió.
Los faros de automóvil iluminaban sólo una pequeña parte de la orilla situada bajo el puente, y a medida que se alejaba de la estrecha cuña de luz, Elena sintió un nauseabundo sentimiento de aprensión. La Muerte la aguardaba, había dicho la voz. ¿Estaba la Muerte allí abajo?
Sus pies resbalaron en las piedras mojadas y cubiertas de impurezas. Todo lo que oía era el correr del agua y su eco hueco, procedente del puente que tenía sobre su cabeza. Y aunque aguzó la vista, todo lo que pudo ver en la oscuridad fue la ribera descarnada y los caballetes del puente.
—¿Stefan? —susurró, y casi se alegró de que el ruido del agua ahogara sus palabras.
Se sentía como una persona gritando «¿Quién está ahí?» a una casa vacía, pero a la vez temerosa de lo que pudiera contestar.
—Esto no está bien —dijo Bonnie detrás de ella.
—¿Qué quieres decir?
Bonnie miraba a su alrededor, meneando la cabeza ligeramente y con el cuerpo tenso por la concentración.
—Simplemente, da la sensación de estar mal. Yo no…, bueno, para empezar, no oí el río antes. No podía oír nada, sólo un silencio total.
El desaliento hizo que a Elena se le cayera el alma a los pies. Parte de ella sabía que su amiga tenía razón, que Stefan no estaba en aquel lugar agreste y solitario. Pero otra parte de ella estaba demasiado asustada para escuchar.
—Tenemos que asegurarnos —dijo, venciendo la opresión de su pecho, y se adentró más en la oscuridad, tanteando el camino porque no veía nada.
Pero por fin tuvo que admitir que no había la menor señal de que allí hubiese habido alguien recientemente. Ninguna señal de una cabeza morena en el agua, tampoco. Se limpió las frías manos embarradas en los vaqueros.
—Podemos comprobar el otro lado del puente —dijo Meredith, y Elena asintió mecánicamente.
Pero no necesitaba ver la expresión de Bonnie para saber qué encontrarían. Aquél era el lugar equivocado.
—Es mejor que salgamos de aquí —dijo mientras trepaba por la vegetación hacia la cuña de luz que había más allá del puente. Justo cuando ella llegaba a ella, Elena se detuvo en seco.
—¡Oh, cielos…! —exclamó Bonnie en voz baja.
—Retroceded —siseó Meredith—. Pegaos a la orilla.
Claramente recortada en los faros del coche, había una figura negra. Elena, que la miraba fijamente con un corazón que latía con furia, no consiguió distinguir nada excepto que se trataba de un varón. El rostro estaba en sombras, pero ella tuvo una sensación horrenda.
Se movía hacia ellas.
Agachándose fuera de su vista, Elena se acurrucó hacia atrás en la embarrada orilla que había bajo el puente, apretándose contra ella todo lo que pudo. Sentía a Bonnie temblado detrás de ella, y los dedos de Meredith se clavaron en su brazo.
No podían ver nada desde allí, pero de improviso sonaron unas fuertes pisadas en el puente. Sin apenas atreverse a respirar, se aferraron unas a otras, con los rostros levantados. Las fuertes pisadas resonaron sobre las tablas de madera, alejándose de ellas.
«Por favor, que siga andando —pensó Elena—. Oh, por favor…»
Clavó los dientes en el labio, y entonces Bonnie lloriqueó en voz baja, su mano helada sujetando con fuerza la de Elena. Las pisadas regresaban.
«Debería salir ahí fuera —pensó Elena—. Es a mí a quien quiere, no a ellas. Lo dijo. Debería salir ahí fuera y enfrentarme a él, y a lo mejor dejará que Bonnie y Meredith se vayan». Pero la ardiente cólera que la había sustentado aquella mañana se había convertido en cenizas ahora. Ni con toda su fuerza de voluntad podría hacer que su mano soltara la de Bonnie, no podía salir de allí.
Las pisadas sonaron justo encima de ellas. Luego hubo un silencio, seguido por un sonido de algo que se deslizaba por la orilla.
«No», pensó Elena, con el cuerpo dominado por el miedo. Estaba descendiendo. Bonnie gimió y enterró la cabeza en el hombro de Elena, y Elena sintió que todos sus músculos se tensaban cuando vio movimiento —pies, piernas— surgir de la oscuridad. «No…»
—¿Qué estáis haciendo vosotras ahí abajo?
La mente de Elena se negó a procesar la información al principio. Seguía presa del pánico, y casi chilló cuando Matt dio otro paso terraplén abajo y atisbó bajo el puente.
—¿Elena? ¿Qué estáis haciendo? —volvió a preguntar.
La cabeza de Bonnie se alzó bruscamente y Meredith soltó una bocanada de aire, aliviada. La misma Elena sintió como si sus rodillas fueran a doblarse.
—Matt —dijo; fue todo lo que consiguió pronunciar.
Bonnie fue más expresiva.
—¿Qué crees que estás haciendo? —dijo, alzando cada vez más la voz—. ¿Intentar provocarnos un ataque al corazón? ¿Qué estás haciendo tú por ahí a estas horas de la noche?
Matt introdujo una mano en el bolsillo, haciendo tintinear las monedas que contenía. Mientras ellas emergían de debajo del puente, clavó la mirada a lo lejos por encima del río.
—Os seguí.
—¿Qué? —preguntó Elena.
De mala gana, el muchacho se volvió para mirarla.
—Os seguí —repitió, los hombros rígidos—. Imaginé que hallarías un modo de eludir a tu tía y volver a salir. Así que me senté en el coche al otro lado de la calle y vigilé tu casa. Efectivamente, las tres salisteis descendiendo por la ventana. Entonces, os seguí hasta aquí.
Elena no sabía qué decir. Estaba enojada y, desde luego, él probablemente lo había hecho sólo para mantener su promesa a Stefan. Pero la idea de Matt sentado ahí fuera en su viejo y destrozado Ford, probablemente helándose de frío y sin cenar…, le provocó una extraña punzada sobre la que no quiso pensar demasiado.
El joven volvía a mirar al río. Se acercó más a él y le habló en voz baja.
—Lo siento, Matt —dijo—. Me refiero al modo en que actué allá en la casa y… respecto…
Buscó torpemente durante un minuto y luego se dio por vencida. «Respecto a todo», pensó desesperadamente.
—Bueno, lamento haberos asustado hace un momento. —Dio la vuelta con energía para mirarla, como si eso saldara la cuestión—. Ahora, ¿podrías decirme, por favor, qué estáis haciendo?
—Bonnie pensó que Stefan podría estar aquí.
—No lo hice —dijo Bonnie—. Dije directamente que era el lugar equivocado. Estamos buscando un lugar silencioso, sin ruidos y encerrado. Me sentí… rodeada —explicó a Matt.
Matt la miró con cautela, como si pudiera morder.
—Seguro que lo hiciste —dijo.
—Había rocas a mi alrededor, pero no como estas rocas del río.
—Uh, no, desde luego que no lo eran. —Miró de refilón a Meredith, que se apiadó de él.
—Bonnie tuvo una visión —explicó.
Matt retrocedió un poco, y Elena pudo ver su perfil bajo la luz de los faros. Por su expresión, la muchacha se dio cuenta de que el joven no sabía si marcharse o cogerlas a todas y llevarlas al manicomio más cercano.
—No es ninguna broma —dijo—. Bonnie es médium, Matt. Ya sé que siempre dije que no creía en esa clase de cosas, pero estaba equivocada. No sabes hasta qué punto equivocada. Esta noche ella…, ella conectó con Stefan de algún modo y consiguió una fugaz visión de dónde está.
Matt aspiró largo y tendido.
—Entiendo. De acuerdo…
—¡No me trates con aire condescendiente! No soy idiota, Matt, y te digo que esto es cierto. Ella estuvo allí, con Stefan; sabía cosas que sólo él podía saber. Y vio el lugar en el que está atrapado.
—Atrapado —dijo Bonnie—. Eso es. Definitivamente, no era nada abierto como un río. Pero había agua, agua que me llegaba hasta el cuello. Su cuello. Y paredes de roca alrededor, cubiertas con musgo espeso. El agua estaba helada y quieta y olía mal.
—Pero, ¿qué fue lo que realmente viste? —preguntó Elena.
—Nada. Era como estar ciega. En cierto modo supe que de haber el más tenue rayo de luz podría ver, pero no podía. Estaba oscuro como una tumba.
—Como una tumba…
Helados escalofríos recorrieron el cuerpo de Elena. Pensó en la iglesia en ruinas sobre la colina encima del cementerio. Había una tumba allí, una tumba que ella creía haber abierto en una ocasión.
—Pero una tumba no tendría tanta agua —decía Meredith en aquel momento.
—No…, pero no consigo hacerme la menor idea de dónde podría ser entonces —dijo Bonnie—. Stefan no estaba realmente en sus cabales; estaba muy débil y malherido. Y tan sediento…
Elena abrió la boca para impedir que Bonnie siguiera hablando, pero entonces intervino Matt.
—Os diré a qué me suena a mí —dijo.
Las tres muchachas miraron al joven, que permanecía un poco apartado del grupo, como alguien que escucha sin ser invitado. Casi se habían olvidado de él.
—¿Bien? —inquirió Elena.
—Pues —replicó él— a mí me suena como si fuera un pozo.
Elena pestañeó, el entusiasmo despertando en ella.
—¿Bonnie?
—Sí, podría ser —respondió lentamente la aludida—. El tamaño y las paredes, y todo, resultarían correctos. Pero un pozo está abierto, debería haber podido ver las estrellas.
—No si estuviera tapado —indicó Matt—. Un gran número de las viejas granjas de por aquí tienen pozos que ya no se usan, y algunos granjeros los tapan para asegurarse de que los niños no caigan dentro. Mis abuelos lo hacen.
Elena no consiguió contener su nerviosismo por más tiempo.
—Eso podría ser. Tiene que serlo. Bonnie, recuerda, dijiste que estaba siempre oscuro allí.
—Sí, y lo cierto es que producía la sensación de estar bajo tierra.
Bonnie también se mostraba nerviosa, pero Meredith la interrumpió con una pregunta tajante.
—¿Cuántos pozos crees que hay en Fell's Church, Matt?
—Docenas, probablemente —respondió él—. Pero tapados, no tantos. Y si estáis sugiriendo que alguien arrojó a Stefan en uno, entonces no puede ser ningún lugar donde la gente pudiera verlo. Probablemente se trata de un lugar abandonado.
—Y se encontró su coche en la carretera —dijo Elena.
—La vieja finca Fracher —dijo Matt.
Todos se miraron entre sí. La granja Fracher había estado en ruinas y abandonada desde que tenía memoria de ello. Se alzaba en medio del bosque, que se había adueñado de ella hacía casi más de un siglo.
—Vayamos —añadió Matt con sencillez.
Elena posó una mano en su brazo.
—¿Crees que…?
Él desvió la mirada un instante.
—No sé qué creer —dijo por fin—. Pero voy a ir.
Se separaron y tomaron ambos coches, Matt con Bonnie en la cabeza y Meredith detrás con Elena. Matt tomó una senda de carros en desuso que se internaba en el bosque, hasta que ésta desapareció.
—A partir de aquí andaremos —anunció.
Elena se alegró de haber pensado en traer una cuerda; la necesitarían si Stefan estaba realmente en el pozo Francher. Y si no estaba…
No quería permitirse pensar en eso.
Resultaba difícil avanzar por el bosque, en especial en la oscuridad. El sotobosque era espeso, y ramas secas se alargaban para atraparles. Mariposas nocturnas revoloteaban a su alrededor, rozando la mejilla de Elena con sus alas invisibles.
Finalmente, llegaron a un claro. Se podían ver los cimientos de la antigua casa, las piedras del edificio sujetas ahora a la tierra por la maleza y las zarzas. En su mayor parte, la chimenea seguía intacta, con lugares huecos allí donde el hormigón la había sujetado, como un monumento que se desmoronaba.
—El pozo debe de estar en algún lugar de la parte posterior —indicó Matt.
Fue Meredith quien lo encontró y llamó a los demás. Se congregaron a su alrededor y contemplaron el bloque plano y cuadrado de piedra casi a ras del suelo.
Matt se inclinó y examinó la tierra y los hierbajos circundantes.
—Lo han movido recientemente —dijo.
Fue en ese momento cuando el corazón de Elena empezó a latir violentamente de verdad; incluso podía sentirlo resonando en su garganta y las yemas de los dedos.
—Saquémosla —dijo con una voz que apenas era un susurro.
La losa de piedra era tan pesada, que Matt ni siquiera pudo moverla. Finalmente, los cuatro juntos empujaron, apuntalándose contra el suelo situado dertrás; hasta que, con un gemido, el bloque se movió apenas un centímetro. En cuanto hubo un pequeño resquicio entre la piedra y el pozo, Matt usó una rama seca para hacer palanca y ampliar la abertura. Luego todos volvieron a empujar.
Cuando obtuvieron un orificio lo bastante grande para introducir la cabeza y los hombros, Elena se inclinó hacia abajo, mirando al interior. Casi temía tener esperanzas.
—¿Stefan?
Los segundos siguientes, cernida sobre la negra abertura, mirando abajo a la oscuridad, sin oír otra cosa que los ecos de los guijarros perturbados por su movimiento, resultaron una agonía. Luego, increíblemente, se escuchó otro sonido.
—¿Quién…? ¿Elena?
—¡Ah, Stefan! —el alivio la enloqueció—. ¡Sí! Estoy aquí, estamos aquí, vamos a sacarte. ¿Estás bien? ¿Estás herido?
Lo único que le impidió arrojarse ella misma al interior fue Matt que la agarraba por detrás.
—Stefan, aguanta, tenemos una cuerda. Dime que estás bien.
Hubo un sonido quedo, casi irreconocible, pero Elena supo qué era. Una carcajada. La voz de Stefan era un hilillo pero inteligible.
—He… estado mejor —dijo—. Pero estoy… vivo. ¿Quién está contigo?
—Soy yo. Matt —contestó Matt, soltando a Elena.
El muchacho se inclinó también sobre el agujero. Elena, con una euforia casi delirante, reparó en que mostraba una expresión algo aturdida.
—Y están Meredith y Bonnie, que nos doblará unas cuantas cucharas la próxima vez. Voy a arrojarte una cuerda…, es decir, a menos que Bonnie pueda sacarte levitando. —Todavía de rodillas, se volvió para mirar a la muchacha.
Ésta le dio una palmada en la coronilla.
—¡No bromees sobre eso! ¡Súbelo!
—Sí, señora —dijo Matt, un tanto mareado—. Aquí tienes, Stefan. Vas a tener que atártela alrededor del cuerpo.
—Sí —respondió él.
No mencionó dedos entumecidos por el frío ni si podrían o no izar su peso. No había otro modo.
Los quince minutos siguientes fueron horribles para Elena. Hicieron falta los cuatro para extraer al muchacho, aunque la principal contribución de Bonnie fue ir diciendo: «Vamos, vamos», cada vez que hacían una pausa para recuperar el aliento. Por fin las manos de Stefan sujetaron el borde del oscuro agujero, y Matt alargó los brazos para agarrarle por debajo de los hombros.
Acto seguido Elena lo abrazaba ya, sus brazos enlazados alrededor de su pecho. La muchacha advirtió lo mal que estaban las cosas por su anormal inmovilidad, por la flacidez del cuerpo. Stefan había usado sus últimas fuerzas ayudando a que lo sacaran; tenía las manos heridas y ensangrentadas. Pero lo que le preocupó a Elena fue que aquellas manos no le devolvieran su desesperado abrazo.
Cuando le soltó lo suficiente como para mirarle, vio que su piel tenía un color cerúleo y que había sombras oscuras bajo los ojos. Su piel estaba tan fría que la asustó.
Alzó los ojos hacia los demás llena de preocupación.
Matt tenía el entrecejo fruncido por la inquietud.
—Será mejor que lo llevemos a un hospital. Necesita un médico.
—¡No!
La voz era débil y ronca, y surgió de la figura inerte que Elena acunaba. Sintió cómo Stefan hacía acopio de fuerzas, notó cómo alzaba lentamente la cabeza. Sus ojos verdes miraron fijamente los de ella, y vio la urgencia que había en ellos.
—Médicos… no. —Aquellos ojos se clavaron en los de la muchacha—. Promételo… Elena.
A Elena se le llenaron los ojos de lágrimas y su visión se tornó borrosa.
—Lo prometo —murmuró.
Entonces sintió que lo que fuera que le había estado sustentando, la corriente de voluntad y determinación puras, se desmoronaba, y el muchacho se desplomó en sus brazos, inconsciente.