Un crepúsculo anormal flotaba sobre el abandonado cementerio. La nieve empañaba los ojos de Elena, y el viento entumecía su cuerpo como si hubiera penetrado en una corriente de agua helada. Sin embargo, obstinadamente, no giró hacia el cementerio moderno y la carretera que había más allá. Por lo que podía juzgar, el puente Wickery estaba justo frente a ella. Se encaminó hacia allí.
La policía había encontrado el coche abandonado de Stefan junto a la carretera de Old Creek, y eso significaba que él lo había abandonado en algún lugar entre Drowning Creek y el bosque. Elena dio un traspié en el camino cubierto de maleza que cruzaba el cementerio, pero siguió avanzando, la cabeza gacha, los brazos abrazando el fino suéter contra el cuerpo. Había conocido aquel cementerio toda su vida, y podía orientarse a ciegas por él.
Cuando por fin cruzó el puente, sus escalofríos se habían vuelto dolorosos. Ya no nevaba con tanta fuerza, pero el viento era aún peor. Le atravesaba las ropas como si fueran de papel de seda y la dejaba sin aliento.
«Stefan», pensó, y penetró en la carretera de Old Creek, avanzando penosamente en dirección norte. No creía lo que Damon había dicho. Si Stefan estuviera muerto, ella lo sabría. Estaba vivo, en alguna parte, y tenía que encontrarle. Podía estar en cualquier parte en aquella blancura arremolinada; podía estar herido, congelándose. Intuyó vagamente que había dejado de mostrarse racional, pues todos sus pensamientos se habían reducido a una sola idea. Stefan. Encontrar a Stefan.
Cada vez resultaba más difícil mantenerse en la carretera. A su derecha había robles, a la izquierda, las rápidas aguas de Drowning Creek. Se tambaleó y aminoró el paso. El viento ya no parecía tan terrible, pero lo cierto era que se sentía muy cansada. Necesitaba sentarse y descansar, sólo un minuto.
Mientras se dejaba caer junto a la carretera, comprendió de improviso lo estúpida que había sido al salir en busca de Stefan. Stefan vendría a ella. Todo lo que tenía que hacer era sentarse allí y esperar. Probablemente él ya estaba en camino.
Cerró los ojos y apoyó la cabeza en las rodillas dobladas hacia arriba. Sentía más calor ahora. Su mente vagó y vio a Stefan, le vio sonreírle; los brazos del muchacho a su alrededor eran fuertes y firmes, y se relajó contra él, contenta de poder liberarse del miedo y la tensión. Estaba en casa. Estaba en el lugar al que pertenecía. Stefan no permitiría que nada le hiciera daño.
Pero entonces, en lugar de abrazarla, Stefan la zarandeaba. Destrozaba la hermosa serenidad de su descanso. Vio su rostro, pálido y apremiante, sus ojos verdes oscurecidos por el dolor. Intentó decirle que se estuviera quiero, pero él no quería escuchar. «Elena, levanta», decía, y ella sintió la persuasiva fuerza de aquellos ojos verdes deseando que lo hiciera. «Elena, levántate ahora…»
—¡Elena, levántate! —La voz era aguda, fina y asustada—. ¡Vamos, Elena! ¡Levántate! ¡No podemos cargar contigo!
Guiñando los ojos, Elena consiguió enfocar un rostro. Era menudo y tenía forma de corazón, con una tez blanca, casi translúcida, enmarcada por masas de suaves rizos rojos. Unos ojos marrones muy abiertos, con copos de nieve atrapados en las pestañas, estaban clavados con preocupación en los suyos.
—Bonnie —dijo despacio—. ¿Qué haces aquí?
—Ayudarme a buscarte —dijo una segunda voz, más baja, al otro lado de Elena.
Ésta volvió ligeramente la cabeza y se encontró con unas cejas elegantemente enarcadas y una tez aceitunada. Los ojos oscuros de Meredith, por lo general tan irónicos, parecían preocupados también.
—Ponte en pie, Elena, a menos que quieras convertirte en una auténtica princesa de hielo.
La nieve la cubría por completo como un abrigo de piel blanca. Con movimientos rígidos, Elena se puso en pie, recostándose pesadamente en las otras dos muchachas, y éstas la condujeron de vuelta al coche de Meredith.
Debería haber hecho más calor en el interior del coche, pero las terminaciones nerviosas de Elena empezaban a volver a la vida, provocando que se estremeciera, indicándole lo helada que realmente estaba. «El invierno es una estación implacable», pensó mientras Meredith conducía.
—¿Qué sucede, Elena? —inquirió Bonnie desde el asiento trasero—. ¿Qué hacías, huyendo del instituto de ese modo? ¿Y cómo fuiste capaz de venir a este lugar?
Elena vaciló, luego negó con la cabeza. Nada deseaba más que contárselo todo a Bonnie y a Meredith. Contarles toda la aterradora historia sobre Stefan y Damon y lo que le había ocurrido realmente la noche anterior al señor Tanner… y lo sucedido después. Pero no podía. Incluso aunque ellas pudieran creerle, no tenía derecho a contar aquel secreto.
—Todo el mundo ha salido en tu busca —dijo Meredith—. Todo el instituto está trastornado, y tu tía estaba casi frenética.
—Lo siento —respondió Elena en tono apagado, intentando detener sus violentos escalofríos.
Giraron en la calle Maple y pararon ante su casa.
Tía Judith aguardaba dentro con mantas calientes.
—Sabía que si te encontraban, estarías medio congelada —dijo con un tono de voz resueltamente jovial mientras alargaba los brazos hacia Elena—. ¡Nevar el día después de Halloween! Casi no puedo creerlo. ¿Dónde la encontrasteis, chicas?
—En la carretera de Old Creek, pasado el puente —respondió Meredith.
El delgado rostro de tía Judith perdió su color.
—¿Cerca del cementerio? ¿Dónde tuvieron lugar los ataques? Elena, ¿cómo pudiste?… —Su voz se apagó al mirar a la muchacha—. No diremos nada más al respecto en estos momentos —dijo, intentando recuperar su actitud jovial—. Vamos a quitarte esas ropas húmedas.
—Tengo que volver a salir una vez que esté seca —declaró Elena.
Su cerebro volvía funcionar, y una cosa estaba clara: no había visto en realidad a Stefan allí fuera; había sido un sueño. Stefan seguía desaparecido.
—No tienes que hacer nada de eso —replicó Robert, el prometido de Tía Judith.
Elena apenas había reparado en él, de pie a un lado hasta ese momento. Pero su tono no admitía discusión.
—La policía está buscando a Stefan; vas a dejar que hagan su trabajo —finalizó.
—La policía piensa que mató al señor Tanner. Pero no lo hizo. ¿Sabéis eso, no es cierto?
Mientras tía Judith le quitaba el empapado suéter, Elena paseó la mirada de un rostro de otro en busca de ayuda, pero todos tenían la misma expresión.
—Seguro que sabéis que no lo hizo —repitió, casi con desesperación.
Hubo un silencio.
—Elena —dijo Meredith finalmente—, nadie quiere pensar que lo hiciera. Pero…, bueno, no pinta muy bien el hecho de que huyera de ese modo.
—No huyó. ¡No lo hizo! ¡Él no…!
—Elena, cálmate —intervino tía Judith—. No te excites. Creo que debes de estar enferma. Hacía mucho frío ahí fuera, y sólo dormiste unas pocas horas anoche… —Posó una mano sobre la mejilla de su sobrina.
De repente, todo aquello fue demasiado para Elena. Nadie la creía, ni siquiera sus amigos y su familia. En aquel momento se sintió rodeada de enemigos.
—No estoy enferma —gritó, apartándose—. Y no estoy loca, tampoco…, penséis lo que penséis. Stefan no huyó y no mató al señor Tanner, y no me importa si ninguno de vosotros me cree…
Calló, atragantándose. Tía Judith empezó a hacer toda clase de aspavientos a su alrededor, haciéndola subir a toda prisa la escalera, y ella se dejó llevar. Pero se negó a acostarse cuando su tía sugirió que debía de estar cansada. En lugar de ello, una vez que hubo entrado en calor, se sentó en el sofá de la salita junto a la chimenea, envuelta en mantas. El teléfono no dejó de sonar en toda la tarde, y oyó a tía Judith hablando con amigas, con vecinas, con el instituto, asegurando a todo el mundo que Elena estaba perfectamente. La… la tragedias de la noche anterior la había alterado un poco, eso era todo, y parecía tener algo de fiebre. Pero estaría como nueva después de un poco de descanso.
Meredith y Bonnie se sentaron a hacerle compañía.
—¿Quieres hablar? —preguntó Meredith en voz baja.
Elena negó con la cabeza, mirando fijamente al fuego. Todos estaban contra ella. Y tía Judith se equivocaba: no estaba perfectamente. No estaría perfectamente hasta que localizara a Stefan.
Matt pasó por allí, con la nieve espolvoreando sus cabellos rubios y la parka azul oscuro. Cuando entró en la habitación, Elena alzó la mirada para contemplarle esperanzada. El día anterior, Matt había ayudado a salvar a Stefan, cuando el resto del instituto había querido lincharle. Pero hoy él devolvió a su esperanzada mirada una de sobrio pesar, y la inquietud que aparecía en sus ojos azules era sólo por ella.
La decepción fue insoportable.
—¿Qué haces aquí? —inquirió Elena—. ¿Mantener tu promesa de «cuidar de mí»?
Hubo un destello de dolor en los ojos del joven; pero la voz de Matt sonó ecuánime.
—Ésa es una parte, quizá. Pero intentaría cuidar de ti de todos modos, sin importar lo que prometí. He estado preocupado por ti. Escucha, Elena…
Ella no estaba de humor para escuchar a nadie
—Bueno, pues estoy muy bien, gracias. Pregunta a cualquiera aquí. Así que ya puedes dejar de preocuparte. Además, no veo por qué deberías mantener una promesa hecha a un asesino.
Sobresaltado, Matt miró a Meredith y a Bonnie. Luego meneó la cabeza en un gesto de impotencia.
—No estás siendo justa.
Elena no estaba de humor para ser justa, tampoco.
—Ya te lo dije, ya puedes dejar de preocuparte por mí, y por mis cosas. Estoy perfectamente, gracias.
La implicación era evidente. Matt giró hacia la puerta justo cuando tía Judith aparecía con sándwiches.
—Lo siento, tengo que irme —farfulló él, dirigiéndose a toda prisa hacia la puerta y marchando sin volver la cabeza.
Meredith, Bonnie, tía Judith y Robert intentaron mantener una conversación mientras comían una cena temprana junto a la chimenea. Elena fue incapaz de comer y no quiso hablar. La única persona que no se sentía abatida era la hermana pequeña de Elena, Margaret. Con un optimismo propio de una criatura de cuatro años, se acurrucó contra Elena y le ofreció algunos de sus dulces de Halloween.
Elena abrazó con fuerza a su hermana, presionando el rostro en los cabellos de un rubio blanco de Margaret durante un momento. Si Stefan hubiera podido llamarla o hacerle llegar un mensaje, ya lo habría hecho a aquellas horas. Nada en el mundo se lo habría impedido, a menos que estuviera malherido o atrapado en alguna parte, o…
No quería permitirse pensar en aquel último «o». Stefan estaba vivo; tenía que estar vivo. Damon era un mentiroso.
Pero Stefan estaba en un aprieto, y ella debía encontrarle de algún modo. Aquello la tuvo preocupada toda la velada, mientras intentaba desesperadamente pensar algún plan. Una cosa estaba clara: tenía que arreglárselas sola. No podía confiar en nadie.
Oscureció. Elena se removió en el sofá y forzó un bostezo.
—Estoy cansada —dijo con voz queda—. Quizá sí estoy enferma, después de todo. Creo que iré a acostarme.
Meredith la miraba de un modo penetrante.
—Estaba pensando, señorita Gilbert —dijo, volviendo la cabeza hacia tía Judith—, que tal vez Bonnie y yo deberíamos quedarnos a dormir. Para hacerle compañía a Elena.
—Qué buena idea —respondió tía Judith, complacida—. Siempre y cuando a vuestros padres no les importe, me encantaría que os quedaseis.
—Hay un largo trayecto hasta Herron, creo que yo también me quedaré —dijo Robert—. Puedo tumbarme aquí en el sofá.
Tía Judith objetó que había gran cantidad de habitaciones de invitados arriba, pero Robert se mostró categórico. El sofá le serviría perfectamente, declaró.
Tras mirar una vez desde el sofá al vestíbulo, donde la puerta de la calle quedaba totalmente a la vista, Elena se quedó sentada muy rígida. Lo habían planeado entre ellos, o al menos estaban todos en ello ahora. Se estaban asegurando de que no abandonara la casa.
Cuando emergió del cuarto de baño un poco más tarde, envuelta en su kimono de seda roja, encontró a Meredith y a Bonnie sentadas en su cama.
—Bien, hola, Rosencrantz y Guildenstern —saludó con amargura.
Bonnie, que había tenido un aspecto deprimido, se mostró ahora alarmada. Dirigió una mirada dubitativa a Meredith.
—Sabe quiénes somos. Se refiere a que piensa que somos espías de su tía —tradujo Meredith—. Elena, deberías darte cuenta de que no lo somos. ¿Es que no puedes confiar nada en nosotras?
—No lo sé. ¿Puedo?
—Sí, porque somos tus amigas.
Antes de que Elena pudiera moverse, Meredith saltó de la cama y cerró la puerta. Luego se volvió para mirar a Elena.
—Ahora, por una vez en tu vida, escúchame, pequeña idiota. Es cierto que no sabemos qué pensar sobre Stefan. Pero no te das cuenta de que eso es por culpa tuya. Desde el momento en que empezasteis a estar juntos, no has estado dejando fuera. Han sucedido cosas de las que no nos has hablado. Al menos no nos has contado toda la historia. Pero a pesar de eso, pese a todo, nosotras seguimos confiando en ti. Todavía nos importas. Todavía te respaldamos, Elena, y queremos ayudar. Y si no puedes ver eso, entonces es que realmente estás ciega.
Lentamente, Elena pasó la mirada del rostro oscuro y apasionado de Meredith a la cara pálida de Bonnie. Ésta asintió.
—Es cierto —dijo, pestañeando con fuerza como si quisiera contener las lágrimas—. Incluso aunque no te gustemos, a nosotras todavía nos gustas tú.
Elena sintió que sus propios ojos se llenaban de lágrimas y que su expresión severa se desmoronaba. Entonces Bonnie abandonó la cama, y todas se abrazaron, y Elena descubrió que no podía contener las lágrimas que corrían por su rostro.
—Lo lamento si no he hablado con vosotras —dijo—. Sé que no comprendéis, y ni siquiera puedo explicar por qué no puedo contároslo todo. Simplemente, no puedo. Pero hay una cosa que puedo deciros. —Dio un paso atrás, secándose las mejillas, y las miró muy seria—. No importa lo concluyentes que parezcan las pruebas contra Stefan, él no mató al señor Tanner. Sé que no lo hizo, porque sé quién lo hizo. Y es la misma persona que atacó a Vickie y al anciano de debajo del puente. Y… —se detuvo y meditó un momento— y, ¡ah, Bonnie!, creo que también mató a Yangtzé.
—¿Yangtzé? —Los ojos de Bonnie se abrieron sorprendidos—. Pero ¿por qué querría matar a un perro?
—No lo sé, pero él estaba allí esa noche, en tu casa. Y estaba… enfadado. Lo siento, Bonnie.
Bonnie meneó la cabeza, aturdida, y Meredith dijo:
—¿Por qué no lo cuentas a la policía?
La risa de Elena resultó ligeramente histérica.
—No puedo. No es algo de lo que ellos puedan ocuparse. Y ésa es otra cosa que no puedo explicar. Decís que todavía confiáis en mí; bueno, pues simplemente tendréis que confiar en mí respecto a eso.
Bonnie y Meredith se miraron entre sí, luego al cubrecama, donde los nerviosos dedos de Elena tiraban de un hilo del bordado. Finalmente, Meredith dijo:
—De acuerdo. ¿Qué podemos hacer para ayudar?
—No lo sé. Nada, a menos que… —Elena se detuvo y miró a Bonnie—. A menos que —dijo con un tono de voz distinto— tú puedas ayudarme a encontrar a Stefan.
Los ojos castaños de Bonnie se mostraron genuinamente perplejos.
—¿Yo? Pero ¿qué puedo hacer yo?
Entonces, al oír cómo Meredith inhalaba con fuerza, añadió:
—Ah. ¡Ah!
—Tú sabías dónde estaba yo aquel día que fui al cementerio —dijo Elena—. Y tú incluso predijiste la llegada de Stefan al instituto.
—Pensaba que no creías en toda esa cosa psíquica —indicó Bonnie con voz débil.
—He aprendido una o dos cosas desde entonces. De todos modos, estoy dispuesta a creer realmente cualquier cosa si ayuda a Stefan. Si existe la menor posibilidad de que vaya ayudar.
Bonnie se iba encorvando, como si intentara que su ya menuda figura se volviera lo más pequeña posible.
—Elena, no lo comprendes —respondió, desconsolada—. No he recibido preparación; no es algo que puedo controlar. Y… no es un juego, ya no. Cuanto más usas esos poderes, más te usan ellos a ti. Al final pueden acabar usándote todo el tiempo, tanto si quieres como si no. Es peligroso.
Elena se levantó y fue hasta el tocador de cerezo, mirándolo sin verlo. Finalmente, se dio la vuelta.
—Tienes razón; no es un juego. Y creo que puede ser peligroso. Pero tampoco es un juego para Stefan. Bonnie, creo que está ahí fuera, en alguna parte, muy malherido. Y no hay nadie para ayudarle; nadie le busca siquiera, excepto sus enemigos. Podría estar muriendo en estos momentos. Puede… puede incluso que esté… —Se le hizo un nudo en la garganta.
Inclinó la cabeza sobre el tocador y se obligó a aspirar profundamente, intentando tranquilizarse. Cuando alzó los ojos, vio que Meredith miraba a Bonnie.
Bonnie irguió los hombros, sentándose todo lo tiesa que pudo. Su barbilla se alzó y su boca mostró una expresión decidida. Y en sus ojos castaños, normalmente dulces, brilló una lucecita sombría al encontrarse con los de Elena.
—Necesitamos una vela —fue todo lo que dijo.
La cerilla raspó y lanzó chispas en la oscuridad, y a continuación la llama de la vela ardió fuerte y luminosa, proporcionando un resplandor dorado al pálido rostro de Bonnie cuando ésta se inclinó sobre ella.
—Voy a necesitar que las dos me ayudéis a concentrarme —dijo—. Mirad al interior de la llama y pensad en Stefan. Visualizadle mentalmente. No importa lo que suceda, seguid mirando la llama. Y hagáis lo que hagáis, no digáis nada.
Elena asintió, y en seguida el único sonido en la habitación fueron unas respiraciones quedas. La llama parpadeó y danzó, arrojando figuras luminosas sobre las tres muchachas sentadas con las piernas cruzadas alrededor de ella. Bonnie, con los ojos cerrados, respiraba profunda y lentamente, como alguien que empieza a dormirse poco a poco.
«Stefan», pensó Elena, contemplando la llama a la vez que intentaba poner toda su voluntad en el pensamiento. Le recreó mentalmente, usando todos sus sentidos, evocándolo para que acudiera a ella. La aspereza de su suéter de lana bajo su mejilla, el olor de su chaqueta de cuero, la fuerza de sus brazos a su alrededor. «Ah, Stefan…»
Las pestañas de Bonnie aletearon, y su respiración se aceleró, como un durmiente que tiene una pesadilla. Elena mantuvo con decisión la mirada fija en la llama, pero cuando Bonnie rompió el silencio, un escalofrío ascendió por su espalda.
Al principio fue sólo un gemido, el sonido de alguien que siente dolor. Luego, cuando Bonnie echó la cabeza atrás bruscamente, la respiración, surgiendo en cortos estallidos, se convirtió en palabras.
—Sola… —dijo, y calló, y Elena clavó las uñas en las manos—. Sola… en la oscuridad —siguió Bonnie, y su voz era distante y torturada.
Hubo otro silencio, y luego la muchacha empezó a hablar rápidamente.
—Está oscuro y hace frío. Y estoy sola. Hay algo detrás de mí…, irregular y duro. Rocas. Antes hacían daño; pero no ahora. Estoy entumecida ahora por el frío. Tanto frio… —Bonnie se retorció, como si intentara alejarse de algo, y luego rió, una carcajada espantosa que era casi un sollozo—. Es… curioso. Jamás pensé que desearía tanto ver el sol. Pero siempre está oscuro aquí. Y frío. El agua hasta el cuello, como hielo. Esto es curioso, también. Agua por todas partes… y yo muriéndome de sed. Tan sedienta… duele…
Elena sintió que algo le oprimía el corazón. Bonnie estaba dentro de los pensamientos de Stefan, ¿y quién sabía lo que podría descubrir allí? «Stefan, dinos donde estás —pensó con desesperación —. Mira a tu alrededor. Dime lo que ves.»
—Sedienta. Necesito… ¿vida? —La voz de Bonnie sonó dubitativa, como si no estuviera segura de cómo traducir algún concepto—. Soy débil. Él dijo que siempre seré la más débil. Él es fuerte… un asesino. Pero eso es lo que yo soy, también. Maté a Katherine; quizá merezco morir. ¿Por qué no rendirse…?
—¡No! —chilló Elena sin poder contenerse.
En aquel momento, lo olvidó todo excepto el dolor de Stefan.
—Stefan…
—¡Elena! —exclamó abruptamente Meredith al mismo tiempo.
Pero la cabeza de Bonnie cayó al frente, el flujo de palabras interrumpido. Horrorizada, Elena advirtió lo que había hecho.
—Bonnie, ¿estás bien? ¿Puedes volver a encontrarle? No fue mi intención…
La cabeza de Bonnie se alzó. Tenía los ojos abiertos ahora, pero no miraban ni a la vela ni a Elena. Miraban directo al frente, sin expresión. Cuando habló, su voz estaba distorsionada, y a Elena se le paró el corazón; no era la voz de Bonnie, pero era una voz que Elena reconoció. La había oído surgiendo de los labios de su amiga en otra ocasión, en el cementerio.
—Elena —dijo la voz—, no vayas al puente. Es la Muerte, Elena. Tu muerte te aguarda allí —entonces la cabeza de Bonnie se desplomó al frente.
Elena la agarró por los hombros y la zarandeó.
—¡Bonnie! —casi chilló—. ¡Bonnie!
—Qué… ah, no. Suelta.
La voz de Bonnie era débil y temblorosa, pero era la suya. Todavía doblada sobre sí misma, se llevó una mano a la frente.
—Bonnie, ¿Te encuentras bien?
—Eso creo…, sí. Pero fue tan extraño… —Su tono se volvió más grave y alzó los ojos, parpadeando—. ¿Qué fue eso, Elena, de ser un asesino?
—¿Recuerdas eso?
—Lo recuerdo todo. No puedo describirlo; fue horrible. Pero ¿qué significaba eso?
—Nada —respondió Elena—. Tiene alucinaciones, eso es todo.
—¿Tiene? —interrumpió Meredith—. Entonces, ¿realmente crees que ella conectó con Stefan?
Elena asintió, con los ojos doloridos y ardientes mientras desviaba la mirada.
—Sí; creo que era Stefan. Tenía que serlo. Y creo que ella incluso nos dijo dónde está. Bajo el puente Wickery, en el agua.