El blasfemo

1

La carencia de fe también puede conducir a la locura. En Malopol, nuestro pueblo, esto fue lo que le ocurrió a Chazkele, a quien conocí muy bien ya que hasta fui al cheder con él durante un invierno. Su padre, Bendit, era cochero. Vivía en la colina, en el barrio de los pobres. Vivía en una cabaña medio derruida, tenía un establo que se caía y un jaco llamado Shyva que estaba en los huesos y era terriblemente viejo. Este caballo vivió más de cuarenta años. Algunos creían que había rebasado los cincuenta. Nadie podía comprender cómo era posible que aquel caballo viviera tantos años, ya que Bendit le hacía trabajar seis días a la semana, lo cargaba hasta extremos increíbles y lo alimentaba con paja mezclada con una mísera cantidad de avena. Se decía que Shyva era la reencarnación de un hombre cuyo negocio había quebrado y que había vuelto a este mundo en forma de caballo a fin de pagar con su trabajo las deudas de la quiebra.

Bendit era un hombre bajo, de hombros anchos, con el cabello rubio amarillento, barba del mismo color y con la cara cubierta de pecas. Se dirigía al caballo igual que si fuera un ser humano, Bendit tenía seis hijos y una esposa, llamada Tsloveh, que gozaba de justa fama por sus maldiciones. Tsloveh no sólo maldecía a los seres humanos, sino también al gato, a las gallinas y al barreño de la colada. Además de sus hijos vivos, Tsloveh tenía gran número de hijos en el cementerio. Comenzaba a maldecir a sus hijos cuando aún los llevaba en el vientre. Cuando el niño le daba una patada dentro del claustro materno, Tsloveh gritaba:

—¡Así no vivas para ver la luz!

Los hijos de Tsloveh, cinco chicas y un muchacho —Chazkele, el tercero— siempre se peleaban entre sí. Cuando mi padre tenía que ir a Lublm, me mandaba a que fuera en busca de Bendit y por esta razón conocía bien la casa del cochero. La mujer andaba zascandileando medio desnuda y descalza. Como sea que Chazkele destacaba por su inteligencia en el cheder, le habían regalado una gabardina y botas. Según me dijeron, Chazkele había aprendido el alfabeto, así como a leer, y había incluso estudiado el Génesis en menos de un año. Chazkele tenía un cabello tan rubio que deslumbraba. Su rostro era como el de su padre, blanco y con gran número de pecas. Creo que tenía los ojos verdes. Pese a que Tsloveh era una esposa fiel a su marido y a que jamás había mirado con ilusión a otro hombre que no fuera Bendit, éste dio a su hijo el remoquete de Chazkele el Bastardo. Las chicas también tenían sus apodos: Tsipa la Culebra, Zelda la Guarra, Alteh la Mocos, Keila la Basura, y Rickel la Tiñas. La propia Tsloveh tenía el remoquete de Bocazas. En cierta ocasión en que Bendit enfermó y su mujer acudió a la sinagoga para orar ante el Arca Santa, se dirigió al Todopoderoso con las siguientes palabras:

—¿Es que no has encontrado a otro para hacerle la pascua que no sea mi Bendit? Piensa que debe dar de comer a mujer y a seis gusanos. Padre celestial, más te valdría hacer la puñeta a los ricos que no a los pobres.

Y comenzó a recitar los nombres de todos los dirigentes y notables de la comunidad de Malopol. Informó a Dios acerca de a quien debía dar un mal flato, fístulas en el ano, fuego en las tripas… Fulcha, el sacristán, tuvo que alejarla a rastras de los santos rollos.

Tanto su padre como su madre amaban a Chazkele. A fin de cuentas era su único hijo varón y, además, buen estudiante. Pero, a pesar de todo, el remoquete de Bastardo ya no hubo quien se lo quitara. A la menor provocación Bendit se quitaba el cinto y la emprendía a cintarazos con su hijo. Tsloveh solía pellizcarle. En Ivlalopol se practica cierto tipo de pellizco al que se denominaba «el violincito». Era uno de esos pellizcos finos y profundos que le hacen a uno ver la luna y las estrellas. Las hermanas de Chazkele estaban orgullosas de él y alardeaban mucho de las hazañas de su hermano, pero en casa le incordiaban todo lo que podían y le llamaban rata de biblioteca, beato y otras lindezas. Cuando su hermana mayor, Tsipa la Culebra, le daba la comida, solía decirle: «Anda, come hasta reventar». O bien: «Bebe hasta ahogarte». Las chicas dormían de dos en dos o de tres en tres, en un jergón, pero Chazkele tenía su propio banco. Cuando le hacían la cama, le decían: «Anda a dormir y así no despiertes jamás».

Ya en el cheder, Chazkele comenzó a formular preguntas referentes a Dios. Si Dios es todo misericordia, ¿cómo es que permite que los niños mueran? Si Dios ama a los judíos, ¿cómo es que los gentiles no hacen más que darles de palos? Si Dios es el Padre de todas las criaturas, ¿cómo es que permite que el gato se coma a la rata? Nuestro maestro, Fishele, fue el primero en predecir que Chazkele acabaría incrédulo. Más tarde, cuando Chazkele comenzó a frecuentar la Casa de Estudio, atormentaba sin cesar al director de la yeshiva, Reb Ephraim Gabriel, con sus preguntas. Chazkele descubría todo género de contradicciones en el Talmud y en la Biblia. Por ejemplo, en un lugar se decía que a Dios no se le puede ver y en otro lugar se decía que los ancianos comían y bebían y veían a Dios. En un punto se decía que el Señor no castiga a los hijos por los pecados de los padres y en otro lugar se afirmaba que Dios se vengó hasta la tercera y cuarta generación. Reb Ephraim Gabriel intentaba explicarle lo mejor que podía esas cosas, pero a Chazkele no se le convencía fácilmente. Los modernistas e ilustrados de Malopol estaban entusiasmados con las herejías ** Chazkele, pero incluso ellos le aconsejaban que no exagerase si no quería ser víctima de la persecución de los fanáticos. A estas advertencias Chazkele respondía:

—Me importa un pimiento. ¡Quiero la verdad!

Chazkele fue abofeteado y expulsado de la Casa de Estudio.

Cuando Bendit supo las andanzas e ideas de Chazkele le dio una ejemplar paliza. Entre gritos y gemidos, Tsloveh decía que su hijo en vez de darle alegrías la cubría de vergüenza. Tsloveh fue a llorar sobre la tumba de su madre y rezó pidiendo que el Señor iluminara la sesera de Chazkele para que viera claramente la realidad. Pero Chazkele siguió en sus trece. Trabó amistad con los músicos del pueblo, con Lippa el criador de sanguijuelas, con Lemmel, el relojero, en fin, con todos los descreídos. Los sábados Chazkele ya no rezaba con la comunidad en la sinagoga, sino que se quedaba fuera, en el vestíbulo, con todos los chavalejos de mal vivir. Durante una breve temporada hasta intentó aprender ruso, de cuya lengua le dio clases Stefania, la hija del boticario. Cuando llegó a la edad de su presentación como miembro de la sinagoga, su padre le compró un par de filacterias en Lublin, pero Chazkele se negó a ponérselas y dijo:

—¿Qué son sino porciones de piel de vaca?

Se llevó una gran paliza, pero los golpes habían dejado de afectar a Chazkele. Era un muchacho bajito, lo mismo que su padre, pero ágil y fuerte como un orangután. En aquel día del año en que es costumbre inmemorial que los muchachos judíos vayan al bosque a jugar, Chazkele también iba y se subía como si tal cosa a lo más alto del más alto árbol. Cuando estaba de buen humor, Chazkele ayudaba a su padre a transportar pesados sacos de grano y grandes latas de petróleo. Se peleaba por menos de un pitillo con los muchachos gentiles. En cierta ocasión se enfrentó con un numeroso grupo de gentiles y se llevó una monumental paliza. Cuando alguna persona notable del pueblo le reprendía por su comportamiento, Chazkele contestaba con insolencia y decía al notable en cuestión:

—¿Eres un cosaco enviado por Dios, no es eso? En este caso, ¿por qué no dejas de engañar a la gente en tu tienda dándole gato por liebre y falseando pesos y medidas?

Cuando Bendit se convenció por fin de que su hijo nunca llegaría a rabino, le puso de aprendiz en la fragua de Zalman, el herrero. Pero Chazkele no tenía paciencia para pasarse el día dándole al fuelle. Ignoro por qué lo hacía, pero lo cierto es que Chazkele se dedicaba a robar libros de la biblioteca de la sinagoga y a leerlos en la zona destinada a las mujeres, que estaba desierta durante toda la semana. Cuando leía algo que no era de su agrado, Chazkele rasgaba la página del libro o tachaba las palabras con un lápiz. En cierta ocasión le pillaron en el instante en que arrancaba una página y a partir de entonces no le dejaron entrar en la Casa de Estudio. Mi padre me tenía prohibido que hablara con él. Y los padres de otros muchachos también les prohibían el trato con Chazkele. Prácticamente, Chazkele vivía en estado de excomunión. Había quedado totalmente liberado del yugo del judaísmo.

Corrían rumores de que fumaba en sábado. En compañía de Sander, el barbero, iba a la taberna, bebía vino y comía cerdo. Prescindió de la gabardina y logró hacerse con una chaqueta corta y una gorra de gentil. Incluso antes de que le hubiera salido la barba, ya se hacía afeitar por Sander. Parecía que su único empeño fuera pecar. Bendit se cansó de darle de palos y dejó de considerarle hijo suyo. Sin embargo, su madre y sus hermanas le defendían. Una vez, durante la Fiesta de los Tabernáculos, Chazkele metió la cabeza en el tabernáculo de Reb Shimon, el sacristán, y le dijo algo desagradable. Reb Shimon y sus hijos salieron del tabernáculo y, a pesar de ser día festivo, le propinaron una gran paliza. Chazkele regresó a su casa chorreando sangre por los cuatro costados. Entonces, a altas horas de la noche, tres de las hermanas de Chazkele, a saber, Keila, Rickel y Alteh, penetraron sigilosamente en el tabernáculo de Reb Shimon y allí defecaron. La mañana siguiente, Reb Shimon y su esposa, Baila Itta, entraron en el tabernáculo y vieron la venganza. Baila Itta se desmayó. El rabino mandó que trajeran a Bendit a su presencia y le advirtió que si su hijo no dejaba de comportarse de tan escandalosa manera prohibiría a las gentes del pueblo que viajaran en el carro de Bendit y que mandaran mercancías en él.

Aquel día festivo, pese a que estaba prohibido por ser festivo, Bendit golpeó a Chazkele con una pesada vara durante tanto tiempo que Chazkele perdió el conocimiento. Después, durante meses, Chazkele se portó casi con timidez. Me dijeron que había reanudado sus estudios pese a que nunca le vi en la Casa de Estudio. Entonces, pocos días después de Pascua, el jamelgo de Bendit falleció. Estuvo tumbado con sus prominentes costillas ante la puerta del establo, empapado el cuerpo en sudor, soltando espuma y saliva por la boca, orinando y con los ijares jadeantes, mientras Tsloveh y sus hijas rodeaban al agonizante, se retorcían las manos y se lamentaban. Bendit lloró como si estuviéramos en Yom Kippur. Yo también acudí. Todos fuimos allá para echar una ojeada al moribundo jaco. El día siguiente, cuando uno de los que se dedicaban a rezar en la Casa de Estudio abrió el Arca para extraer el Rollo Sagrado, encontró dentro excremento de caballo y una rata muerta. Un indigente que dormía en la Casa de Estudio testificó que Chazkele había acudido allí a última hora de la noche y que había andado tocando el Arca. En Malopol se alzó un clamor de indignación. Matarifes y constructores de barriles acudieron a la cabaña de Bendit, dispuestos a apoderarse de Chazkele y castigarle por el sacrilegio cometido. Tsloveh les recibió en la puerta, con un cubo de inmundicia en las manos. Las hermanas intentaron sacar los ojos a los justicieros. Chazkele se escondió debajo de la cama. Pero la enfurecida multitud le sacó de allí y le dio su merecido. Chazkele intentó defenderse, pero le arrastraron a casa del rabino y allí Chazkele lo confesó todo. El rabino le preguntó:

—¿Y por qué lo has hecho?

Y Chazkele repuso:

—Un Dios capaz de torturar a un inocente jamelgo es un asesino y no un Dios.

Áct9 seguido, Chazkele escupió en el suelo y se echó a llorar.

Y pronunció tales palabras y frases que la esposa del rabino tuvo que taparse los oídos.

Bendit acudió a todo correr y el rabino le dijo:

—Tu hijo Chazkele es lo que la Biblia denomina «ser contumaz y rebelde». En la antigüedad esa clase de seres eran conducidos a las puertas de la ciudad y lapidados. En nuestros días, los cuatro castigos de muerte de la justicia, a saber, lapidación, ahorcamiento, quema y decapitación, están abolidos. Pero Malopol no tolerará más las andanzas de este sinvergüenza.

Allí mismo, en aquel preciso instante, los notables de la ciudad acordaron comprar otro caballo que entregarían a Bendit, con la condición de que Chazkele abandonara el pueblo. Y así fue. El día siguiente por la mañana Chazkele fue visto en el acto de tomar la carretera hacia Lublin, con una maleta de madera, igual que un recluta. Tsloveh iba corriendo tras él y gemía como si fuera detrás de un cadáver.

En Malopol teníamos un chivo propiedad de la comunidad, era un chivo primogénito que, por mandato de la ley, no podía ser sacrificado. Este chivo arrancaba la paja de las cabañas, pelaba de corteza los troncos de los árboles y cuando no tenía nada mejor que echarse a la tripa, mordisqueaba las páginas de algún viejo libro de rezos en el patio de la sinagoga. El chivo en cuestión tenía retorcidos cuernos y barbichuela blanca. Apenas Chazkele hubo partido, la gente vio que el chivo llevaba filacterias. Antes de irse, Chazkele había Hado la filacteria correspondiente a la cabeza a los cuernos del chivo y había enroscado a una de sus patas la filacteria correspondiente al brazo. Incluso llegó a formar la letra Shin —la inicial del Santo Nombre de Shodai— en el extremo de una de las filacterias.

Ya se puede imaginar la que se armó en Malopol. En aquel entonces también yo había comenzado a apartarme del recto camino, y valga la expresión. Contrariando los deseos de mi padre, había comenzado a aprender la artesanía de la encuadernación de libros. Con varios de mis amigos proyectaba irme a América o a Palestina. En primer lugar no tenía el menor deseo de servir al zar, en su ejército, o de mutilarme para evitar la incorporación a filas. En segundo lugar, nos habíamos convertido al modernismo, y ya no creíamos en la conveniencia de vivir a pensión en casa del suegro y dejar que nuestras esposas nos mantuvieran. No fui a América ni a Palestina, pero me trasladé a Varsovia. Cuando Chazkele salió de Malapol, se convirtió en un ídolo durante una temporada para todos nosotros.

2

Los comerciantes que iban a Lublin con el fin de comprar mercancías nos traían noticias de Chazkele. Los ladrones de Piask intentaron atraerle y asociarle a sus nefastas actividades, pero Chazkele declinó tal oferta. Dijo que no estaba dispuesto a apoderarse de bienes ajenos. Según Chazkele, era preciso vivir honradamente. En Lublin había huelguistas que pretendían derrocar al zar. Uno de ellos incluso llegó a arrojar una bomba en un cuartel. La bomba no estalló, pero el que la arrojó fue hecho trizas por los cosacos, con sus lanzas. Cuando los rebeldes oyeron hablar de Chazkele, inmediatamente quisieron incorporarle a su grupo. Pero Chazkele repuso:

—¿Acaso el zar tiene culpa alguna de haber nacido zar? ¿Acaso se puede culpar a los ricos de haber tenido la suerte de Llegar a ricos? ¿Arrojaríais el dinero a la alcantarilla si lo tuvierais?

Chazkele era así. Para todo tenía respuesta. Cualquiera hubiera dicho que la ambición de Chazkele era la de ponerse a trabajar y así ganarse el pan, pero la verdad era que Chazkele tampoco quería trabajar. Se colocó de aprendiz en una carpintería, pero la esposa del carpintero le pidió un día que meciera la cuna de su hijo y Chazkele repuso:

—No soy una niñera.

Fue despedido al instante. En Lublin también había misioneros que intentaron convertirle a su credo, y Chazkele les dijo:

—Si Jesús es el Mesías, ¿cómo explicar que el mundo rebose maldad? Y si Dios puede tener un hijo, ¿cómo es que no puede tener una hija?

Los pescadores de almas comprendieron inmediatamente que Chazkele era duro de pelar y le dejaron en paz. Chazkele se negaba pertinazmente a recibir limosnas. Dormía en la calle y pasaba un hambre que se le mondaban las tripas. Al cabo de cierto tiempo se mudó a Varsovia.

También yo me trasladé a esta ciudad. Me casé y monté un taller de encuadernación. Un día encontré a Chazkele y le propuse enseñarle mi oficio, pero Chazkele dijo:

—No estoy dispuesto a encuadernar biblias y libros sagrados.

Le pregunté:

—¿Y por qué no?

—Porque no contienen más que embustes.

Chazkele vagaba por las calles judías —Krochmalna, Gnoyna, Smocha— andrajosamente vestido. De vez en cuando se detenía en la plaza de la calle Krochmalna y discutía con la gente. Blasfemaba de Dios y del Ungido. Jamás hubiera yo dicho que Chazkele estuviera tan versado en las Escrituras y en el Talmud. Soltaba a chorro citas de estos textos. De vez en cuando abordaba a un mendigo o a varios, todos ellos desconocedores incluso del alfabeto, y les informaba de que la tierra es redonda, de que el sol es una estrella o de cualquier otra realidad de esta especie. Los mendigos pensaban que Chazkele estaba loco. Entonces le daban de puñetazos y Chazkele los contestaba. Chazkele era, ciertamente, un muchacho muy forzudo, pero los otros lo eran más, juntamente considerados. La policía le detuvo unas cuantas veces. Y entonces ilustraba a sus compañeros de cárcel. Hablaba por los codos y estaba siempre dispuesto a discutir. Según él, nadie sabía la verdad, todos se engañaban a sí mismos. Una vez le pregunté qué debía hacerse, vistas las circunstancias, y Chazkele replicó:

—No hay nada que hacer. Los sabios son aquellos que prescinden de todo.

—Entonces, ¿por qué andas por ahí, vagando en este caótico mundo?

—¿Para qué apresurarse? La tumba sabe esperar.

Parecía que en el mundo no había lugar adecuado para Chazkele, pero al fin algo encontró. Junto a la plaza había un burdel. Las rameras solían apostarse ante la puerta del edificio, por la noche, y a veces por la tarde, cuando aún lucía el sol. Los vecinos habían hecho cuanto estuvo en su mano para liberarse de la presencia de estas señoras, pero no pudieron porque los proxenetas sobornaban a las autoridades. Dicha casa se encontraba exactamente delante de la mía y yo observaba por la ventana lo que allí acontecía. Al caer la noche comenzaban a aparecer hombres humildemente vestidos, y también soldados y estudiantes. Si no recuerdo mal, el precio era de diez kopecks. Una vez vi entrar a un hombre con larga gabardina y barba blanca. Le conocía, era un viudo. Seguramente pensó que nadie le había visto entrar. Pero, ¿qué puede hacer un viejo cuando se queda sin esposa?

Un día encontré a Chazkele en la calle. Por vez primera le vi bien vestido. Llevaba un fardo. Le pregunté qué contenía el fardo y Chazkele repuso que allí llevaba medias. Le pregunté:

—¿Te dedicas a vendedor?

Y Chazkele contestó:

—Las mujeres necesitan medias.

Poco después vi que Chazkele entraba en el burdel. También advertí que de vez en cuando se detenía a hablar con las rameras en la calle. En resumen, Chazkele vendía medias, pero sólo en los prostíbulos. Por fin tenía un medio de vida. Me dijeron que a las mujeres de vida airada les gustaba la peculiar manera de hablar de Chazkele y que por esto le compraban medias. Visitaba los prostíbulos de día, cuando no había clientes. Le veía pasar a menudo y noté que el fardo era de día en día más voluminoso. ¿Acaso Chazkele podía encontrar mejor compañía que la de las furcias? La rebeldía de Chazkele entusiasmaba a aquellas mujeres, que le daban de comer y le consideraban como de la familia. ¡Cuán extraño era todo! Los ladrones de Varsovia tenían su jefe, que era Berelle Spiegelglas, y ahora aquellas señoras tenían a su Chazkele. Berelle Spiegelglas solía comportarse con prudencia y discreción, puesto que los ladrones tenían esposas e hijos y no se burlaban de todo. Ahora bien, las mujeres de mal vivir a nadie respetan. Chazkele andaba siempre con ellas y les contaba todos los pecados del rey David, del rey Salomón, de Bathsheba y de AbigaÜ. Y estos pecadores alcanzaron el poder y llegaron a lo más alto. Si tan grandes santos podían pecar, ¿por qué no podían ellas hacer lo mismo? Todos tenemos nuestra justificación.

Y entonces apareció una ramera distinta a todas las demás. Casi todas las muchachas procedían de míseros villorrios y muchas de ellas estaban enfermas. Lo único que querían era ganar unos pocos groschen. Pero esa nueva ramera era lozana, saludable, con mejillas coloradotas y ojos brillantes como los de un buitre. Todavía recuerdo su nombre, se llamaba Basha. En pleno verano Basha calzaba botas. Por norma general el proxeneta andaba por los alrededores, algo distanciado, o se colocaba en la acera frontera, vigilando a su ganado, no fuera que las mujeres escondieran alguna moneda en la media o perdieran el tiempo parloteando con golfos callejeros que ningún beneficio reportaban. De vez en cuando estos comerciantes en carne humana atizaban una buena paliza a alguna de las dichas damas y los gritos se oían en toda la calle. El policía estaba comprado y se hacía el loco. Sin embargo, Basha hacía siempre lo que le daba la real gana. Hablaba con tal obscenidad que los vecinos tenían que cerrar las ventanas para proteger sus oídos de tanta inmundicia. Imitaba burlonamente a todos los vecinos y se burlaba de los transeúntes. Estaba siempre rodeada de un grupo de vagos con los que Basha charlaba placenteramente. Ya saben ustedes cual es la manera de pensar de estas señoras: todas las mujeres son corruptas, todo ser humano se puede comprar y el mundo no es más que una inmensa casa de putas. Un día mi Miriam llegó a casa y me dijo:

—Chaim, ya no se puede salir a la calle. Considero peligroso que eduquemos a nuestros hijos en este barrio.

Tan pronto hube ahorrado algunos rublos nos mudamos a la calle Panska.

Sin embargo, de vez en cuando visitaba la calle Krochmalna. Las Casas de Estudio y los cheders de esa calle me hacían encargos. Todos sabían que Chazkele y yo éramos del mismo pueblo y me daban noticias de él. Chazkele se había convertido en el maestro de las malas hembras de la calle. Hacía de amanuense en su beneficio y escribía sus cartas. Ahora Chazkele no sólo comerciaba en medias, sino también en pañuelos y ropa interior. Había conocido a Basha y se habían enamorado. Alguien me dijo que Basha procedía de una familia decente y que se había entregado a aquella profesión, no impulsada por la pobreza, sino porque le entusiasmaba revolcarse en el fango. Cuando los chulos supieron que Basha amaba a Chazkele, quedaron dominados por irnos tremendos celos y juraron partirle la cara. Las mujeres se pusieron de parte de Chazkele. Y por fin Basha dejó el burdel y se fue a vivir con Chazkele. Cualquiera hubiera dicho que a una personalidad como la de Basha le importaría un pimiento cuanto hiciera referencia a respetabilidad, pero no señor, no fue así, y Basha se empeñó en llevar a Chazkele a casa del rabino a fin de que les casara de acuerdo con la ley de Moisés y de Israel. Todas las hembras sueñan en casarse. Sin embargo Chazkele se negó:

—¿Qué es un rabino? ¡Un vago con gorro de piel! ¿Y qué es un dosel matrimonial? ¡Una porción de terciopelo! ¿Y qué es una ketuba? ¡Un papel!

Basha insistió, ya que para las mujeres de su condición el matrimonio representa un gran triunfo. Pero Chazkele era testarudo. Ahora las gentes de mal vivir se pusieron de parte de Basha y juraron darle de puñaladas a Chazkele si no cedía. La pareja tuvo que trasladarse a Praga, en la otra orilla del Vístula. Allí nadie les conocía. Chazkele ya no podía vender medias en los burdeles debido a que las gentes de este mundo le acusaban de dar trato humillante a una colega. Entonces Chazkele se compró un carrito de mano y salió a vender al mercado de Praga. Pero allí Chazkele no era el único que tenía dicho propósito. Además, Chazkele estaba dotado de la especial habilidad de destrozar toda posibilidad de venta. Se le acercaba una respetable matrona para comprarle unas ligas o una bobina de hilo y Chazkele le decía:

—Oiga señora, ¿se puede saber por qué anda usted por ahí con peluca? No está escrito en la Torá que las mujeres deban cortarse el cabello propio y cubrirse la cabeza con cabello ajeno. Esto es algo que solamente se inventaron los rabinos.

En el sábado el mercado estaba desierto, pero Chazkele salía a vender, como si tal cosa. Los dirigentes de la Sociedad de Observantes del Sábado se enteraron de las andanzas de Chazkele, fueron a su encuentro, agarraron la mercancía y se la arrojaron a la alcantarilla. Además, Chazkele se llevó una gran tanda de palos. Pero incluso mientras dichos caballeros le atizaban Chazkele argumentaba:

—¡Vaya! ¿De manera que vender un pañuelo es pecado y partirle la cara a un hombre no lo es?

Y citaba la Biblia ante aquellos enfurecidos ignorantes. Se comenzó a sospechar que Chazkele era misionero y se le prohibió la entrada en el mercado.

Entretanto Basha había dado a luz a un niño. Cuando nace un varón hay que circuncidarlo, pero Chazkele dijo:

—No estoy dispuesto a participar en semejante rito caduco. Los judíos lo copiaron de los beduinos. Si a Dios no le gusta esa porción de piel, ¿cómo es que permite que los niños nazcan con ella?

Basha le suplicó que cediera. Le dijo que Praga no era Moscú, en Praga había grandes cantidades de fervorosos judíos. ¿Quién ha oído hablar jamás de un padre que se niegue a que su hijo sea circuncidado? Gentes desconocidas rompieron los vidrios de la casa de Chazkele. Cuando el niño contaba ocho días, un grupo de mozos de cuerda y de matarifes entró en la casa de Chazkele llevando consigo a un mohel, el especialista en circuncisiones, agarraron al niño y lo circuncidaron. Dos hombres se encargaron de mantener inmovilizado a Chazkele. Ahora bien, el padre en estos casos debe recitar las bendiciones prescritas. Pero nada ni nadie pudo lograr que Chazkele pronunciara las sagradas palabras. Basha, en cama, oculta por un biombo, lanzó mortales maldiciones contra su marido. Al principio a Basha le gustaba el blasfemo lenguaje de Chazkele, pero cuando una mujer convive con un hombre y esta mujer alcanza el rango de madre, desea ante todo ser normal, como las demás mujeres. A partir de entonces la vida de los dos no fue más que una ininterrumpida pelea. Basha cogió la costumbre de cascarle las liendres a Chazkele y de echarle de casa. Las compañeras de Basha tuvieron que hacer una colecta en su beneficio. Al cabo de un tiempo, Basha cogió al niño, y regresó al burdel. ¿Acaso tenía otra salida? La madama se encargó de atender al niño. Yo también conocía a esta madama y a su marido, Joel Bontz, quien solía ir a orar a la pequeña sinagoga del número doce de aquella calle. En 1905, cuando los revolucionarios lucharon contra los proxenetas, un grupo de rojos penetró en el burdel y atizó una gran paliza a las mujeres que encontraron allí. Ocurrió por la mañana. La madama fue corriendo a la sinagoga y gritó a su marido:

—¡Mientras tú estás ahí, rezando tranquilamente, en casa nos están destrozando la mercancía!

Cuando Basha le abandonó, Chazkele quedó hecho trizas. Se le volvió a ver vestido de harapos. Ya era incapaz de vender, y se convirtió en pordiosero. Pero incluso en esta nueva profesión fracasó. Se ponía a la puerta de una sinagoga, extendía la mano en petición de limosna y al mismo tiempo intentaba disuadir a los devotos de que entraran a rezar. Les decía:

—¿A quién rezáis, insensatos? Dios es sordo. Además, odia a los judíos. ¿Acaso rescató Dios a su pueblo cuando Chmielnizki enterraba vivos a los niños? ¿Acaso salvó a su pueblo en Kishinev?

Nadie daba ni un groschen a semejante hereje. No pasaba día sin que a Chazkele le dieran de bofetadas. En pleno sábado, Chazkele cogía una colilla del suelo y se iba a fumar en la hasidim calle de Twarda. De un modo u otro se hacía con un par de kopecks y se iba a comer chuletas de cerdo, en pleno Yom Kippur, ante la sinagoga de Aaron Sardiner. En Varsovia había un grupo de librepensadores que le ofrecieron ayuda. Pero Chazkele también consiguió convertirlos en feroces enemigos suyos. Me dijeron que de vez en cuando iba a casa de la madama, con el propósito de ver a su hijo, y que la madama no le dejaba. Iba al burdel en que trabajaba Basha y también ésta le echaba. En verano Chazkele dormía en los patios. Y en invierno iba al «circo», nombre que se daba al asilo de indigentes. Le encontré varias veces en la calle. Tenía aspecto desastrado y avejentado. Iba calzado con una bota y una zapatilla. Ni siquiera tenía dinero para afeitarse la barba. Le dije:

—Chazkele, ¿qué será de ti si sigues así?

Repuso:

—La culpa de todo la tiene Dios.

—Si no crees en Dios, ¿contra quién van esas constantes luchas tuyas?

—Contra los que hablan en el nombre de Dios.

—¿Y quién creó el Universo?

—¿Y quién creó a Dios?

Se puso enfermo, y le llevaron al hospital de la calle Chysta. Allí cometió tales extravagancias y armó tales jaleos que quisieron echarle. En cierta ocasión un enfermo entonaba los Salmos y Chazkele le interrumpió para decirle que el rey David, el autor de los Salmos, era ün asesino y un mujeriego. Contó irnos chistes tan locos y tremendos que los demás enfermos se partían de risa. Un hombre tenía un forúnculo que era preciso abrir, pero este hombre rio tanto con los chistes de Chazkele que el forúnculo se le reventó y no fue preciso sajarlo. Ni siquiera ahora sé con exactitud cuál era el defecto de Chazkele. Antes de morir pidió que descuartizaran su cadáver y lo dieran a los perros.

¿Quién presta atención a un loco? Su cadáver fue colocado en la estancia reservada a los muertos y se encendieron velas junto a su cabeza. Fue envuelto en sudarios, encima se le puso un chal de rezos. La comunidad le cedió una tumba en el cementerio situado en las afueras de la ciudad. Basha, su antigua concubina, y todas sus compañeras siguieron en droshkis el coche fúnebre. Su hijo tenía ya cinco o seis años y recitó el Kaddish ante la tumba. Si hay Dios y Chazkele debe darle cuenta de sus actos, en los Cielos habrá gran jolgorio.

(Traducido del yiddish al inglés por el autor y Rosanna Gerber).