HABÍA hechizado a su león sólo para descubrir que estaba herido. Podía regresar a su guarida de momento, pero Amanda no pensaba renunciar a su sueño. De hecho, después del paseo por Green Park, rendirse era lo último que se le pasaba por la cabeza.
—Necesito saber más. —Estaba con Amelia en uno de los laterales del salón de baile de lady Moffat, observando la multitud—. Necesito saber si las cosas son tal y como él asegura y si la gente lo cree un asesino.
Amelia la miró de reojo.
—¿Estás segura de que no lo es?
—Basta con conocerlo para saber que es una idea ridícula, pero puesto que él se niega a que se investigue el caso, es poco probable que la sociedad cambie de opinión.
—Cierto. Aunque jamás había escuchado rumor alguno acerca de un asesinato. Más bien sobre su inclinación por las aventuras amorosas.
—Por supuesto. Pero dado que esos son bastante ciertos es probable que el del asesinato siempre haya existido, si bien aquellos que nos advertían en su contra se negaran a mancillar nuestros delicados oídos con algo semejante.
—Eso, por desgracia, es bastante posible.
—Así pues, necesito saber cuál es la verdad según la opinión de la sociedad. No puedo fingir que lo lanzo todo por la borda a pesar de la opinión que se tiene de él… Dexter no lo aceptaría. —Amanda echó un vistazo a su alrededor—. La cuestión es: ¿a quién debo preguntar?
—¿A la tía Helena?
—Se daría cuenta enseguida y se lo contaría a mamá.
—Yo diría que con Honoria ocurriría lo mismo.
—Además, sucedió hace diez años… No creo que Honoria sepa nada.
Amelia siguió su ejemplo y se dispuso a observar a la gente.
—No será fácil. Necesitas a alguien que conozca los detalles de un escándalo tan antiguo…
—Detalles que habrán sido omitidos, al menos en parte.
—Y debe recordarlos con precisión.
—Por supuesto… —Amanda se detuvo y clavó la mirada en la única persona que tal vez fuera la fuente de información perfecta.
Amelia siguió su mirada y asintió de forma decidida.
—Sí; si hay alguien que pueda ayudarte, es ella.
—Y es poco probable que traicione mi interés.
Amanda se abrió camino a través del salón de baile, evitando a todos aquellos que querían charlar. Tuvo que esperar junto al diván hasta que una mujer que buscaba apoyo para la presentación en sociedad de su hija se marchó.
Amanda ocupó su lugar con rapidez, sentándose entre el frufrú de sus faldas de seda.
Lady Osbaldestone la miró con sus ojos color azabache, bastante más interesada en ella que en la mujer que acababa de irse.
—Dime, querida, no estarás embarazada, ¿verdad?
Amanda la miró fijamente y después contestó con loable serenidad:
—No.
—Bien, me alegro… supongo que todavía hay esperanza.
Amanda reunió coraje.
—Ya que hablamos del tema… me gustaría preguntarle si recuerda los detalles de un viejo escándalo.
Esos ojos negros volvieron a clavarse en ella con inquietante intensidad.
—¿Muy viejo?
—De hace diez años.
Lady Osbaldestone entornó los ojos.
—Dexter —dijo.
Amanda dio un respingo.
—¡Por el amor de Dios, muchacha! No me digas que has tenido éxito allí donde todas las demás han fracasado…
Amanda se sintió dividida entre el impulso de reclamar esa corona y el de negar cualquier tipo de relación.
—Es posible —contestó para eludir la pregunta—. Pero tengo ciertas dudas acerca del escándalo. Lo único que sabemos es que sedujo a alguna muchacha que después se suicidó, pero tengo entendido que hubo un asesinato de por medio.
—¿Eso tienes entendido? Y ¿quién te lo ha contado, si puedo saberlo? No creo que haya mucha gente dispuesta a charlar acerca de ese hecho en cuestión.
—¿De veras? —compuso una expresión interrogante tan inocente como le fue posible.
Lady Osbaldestone resopló.
—Está bien… en ese caso te contaré lo que pasó de verdad, ya que parece que necesitas saberlo. Lo que supo la alta sociedad fue que Dexter sedujo a una muchacha de las cercanías de la propiedad familiar, en el distrito de Peak. La muchacha se quedó embarazada, pero en lugar de decírselo a Dexter, se lo contó a su padre, un hombre muy religioso. El padre la atormentó tanto que la muchacha acabó suicidándose. Dexter se enteró en su siguiente visita a casa. Salió en busca del padre de la muchacha y, según los rumores, lo mató. Y después, como si fuera un estúpido, se quedó por las cercanías hasta que los aldeanos lo encontraron.
»El viejo Dexter, el difunto conde, se quedó horrorizado. Habría desheredado a su propio hijo, pero el título y la propiedad habrían pasado a manos de la corona. Además, la condesa adoraba a su hijo, su único y amadísimo polluelo, y Dexter adoraba a su esposa. Permitir que juzgaran al muchacho quedaba fuera de toda cuestión, al menos en aquellos días. Así pues, fue desterrado mientras su padre viviera. Ese fue el rumor que recorrió Londres. —Lady Osbaldestone se llevó las manos hasta su oronda cintura—. Lo que creemos… es un asunto muy diferente.
—¿La alta sociedad no cree que él, que el actual conde, fuera el asesino?
La anciana frunció el ceño.
—Sería más preciso decir que no se ha pronunciado veredicto alguno. Puede que el joven Dexter fuera un muchacho irascible, salvaje tempestuoso, pero a nadie le pareció nunca una manzana podrida.
La dama la miró y suavizó su tono al añadir:
—En muchas ocasiones, una manzana podrida se cuela en un cesto de manzanas perfectas, pero nadie la descubre hasta el momento crucial, el punto en el que se comprueba la calidad de cada manzana. Puede que Dexter sea capaz de matar, pero lo que a muchos no nos cabe en la cabeza es que tuviera un corazón tan negro como para cometer un asesinato. Era un joven muy alegre, enérgico, lleno de vida y despreocupado, y los que lo duden pueden irse al infierno. Sólo llevaba en la ciudad algunos meses, pero ya habíamos visto lo suficiente para formarnos una opinión. —Lady Osbaldestone hizo una pausa antes de proseguir—: Además, es inútil negar que su padre fue un tipo muy severo. Un buen hombre, pero algo remilgado y muy estricto. La idea de que su hijo hubiera cometido un asesinato, por no mencionar lo demás, le destrozó el orgullo y el alma. Se tomaron decisiones que se llevaron a cabo en cuestión de horas. En semejantes circunstancias, cuando las emociones están a flor de piel, se pueden cometer muchos errores.
Amanda se esforzó por asimilarlo todo. Al final preguntó:
—Entonces, ¿la opinión de la alta sociedad sobre Dexter es…?
La anciana resopló con fuerza.
—¿Con su fortuna? Por no mencionar su aspecto, o eso tengo entendido. Como es natural, hay un buen número de madres que casarían a sus hijas con él en un abrir y cerrar de ojos, asesino o no. —Clavó la mirada en Amanda—. Aunque tu madre no es una de ellas.
Amanda se obligó a no mostrar reacción alguna.
Lady Osbaldestone se reclinó en el asiento con una mirada perspicaz.
—La situación actual podría describirse de un modo más preciso como «indecisa». Cuando Dexter recupere el buen juicio y vuelva a los círculos de la alta sociedad, no será condenado al ostracismo… somos bastantes los que recordamos y nos aseguraremos de eso. No obstante, a menos que se resuelva el tema del viejo asesinato, siempre habrá quien cuestione su nombre.
Amanda asintió.
—Gracias. —Se dispuso a levantarse, pero se detuvo—. Quiero Preguntarle otra cosa: ¿qué relación hay entre Dexter y los Ashford?
—Lazos de sangre; Luc Ashford es primo hermano de Martin Fulbridge. Sus madres eran hermanas. —Lady Osbaldestone hizo una pausa antes de añadir—: De pequeños eran inseparables, según recuerdo. Se parecen mucho, ¿verdad?
Amanda asintió una vez más.
La anciana dama dejó escapar una exclamación de triunfo.
—¡Ajá! De modo que sí has conocido al esquivo conde. Bien, muchachita, permíteme que te dé un pequeño consejo. —Aferró la muñeca de Amanda con una mano que parecía una garra y se inclinó hacia ella—. Si deseas algo con toda tu alma y estás convencida de que es lo mejor para ti, ¡no dudes en luchar por ello si la ocasión lo requiere! —La soltó y contempló cómo se ponía en pie—. No olvides lo que te he dicho. Si crees que es lo correcto, no te rindas, sin importar lo difícil que resulte.
Amanda enfrentó la mirada de la anciana, tan oscura, tan experimentada y tan sabia. Le hizo una reverencia.
—Lo recordaré.
Tardó dos días enteros en convencer a Reggie de que era importantísimo volver a casa de lady Hennessy. Tres noches después del paseo por Green Park, entró una vez más en el número 19 de Gloucester Street. Una vez más, el salón estaba prácticamente lleno, como dictaba la moda. Lady Hennessy enarcó una ceja al verla, pero les dio la bienvenida.
Amanda le dio unos golpecitos en el brazo a Reggie.
—Recuerda lo que me has prometido.
Reggie ya estaba observando a la muchedumbre.
—Esto no me gusta. ¿Qué pasará si te aborda otro caballero?
—Volveré corriendo a tu lado. —Antes de alejarse, le dio un toque de atención—. Ni se te ocurra desaparecer.
Reggie soltó un bufido.
—Como si fuera a hacerlo…
Siguiendo sus instrucciones, Reggie comenzó a deambular por el salón en dirección a uno de los laterales de la estancia. Amanda miró a su alrededor, pero no pudo entrever ninguna cabeza con mechones aclarados por el sol. Rogando que Dexter apareciera pronto, esbozó una sonrisa y comenzó a pasearse por la habitación.
En esa ocasión, puso mucho cuidado en no alentar la excesiva atención de un caballero; se unió a un grupo y después a otro, utilizando las habilidades perfeccionadas tras los años pasados en la alta sociedad para revolotear sin ofender. Entretanto, era consciente de la tensión que por momentos se iba apoderando de su cuerpo y de sus nervios.
No tenía la menor idea de cómo reaccionaría Dexter cuando la viera una vez más en ese lugar. La condición principal para acompañarla en sus aventuras había sido que no buscara más emociones en ese círculo durante el resto de la temporada. Él había cumplido su parte del trato… y allí estaba ella, faltando en apariencia a su promesa. Tal vez no lo impresionara, pero estaba preparada para defender su proceder. Lo que más le preocupaba era que considerara su presencia como un estúpido desafío, una búsqueda intencionada de problemas, y decidiera que tanto ella como lo que hacía le tenían sin cuidado.
Si la miraba con frialdad y le volvía la espalda, en lugar de reaccionar acaloradamente (de forma posesiva y protectora)… no sabía muy bien qué podría hacer.
No tendría que haberse preocupado: Dexter apareció como un ángel vengador, con el ceño fruncido, los ojos entornados, los labios apretados y una mirada abrasadora. Vestido de negro para la velada, se colocó justo delante de ella para impedir su retirada.
—¿Qué demonios estás haciendo otra vez aquí?
—¡Vaya! —Amanda dio un respingo y se llevó la mano al pecho de forma instintiva… y descubrió que su corazón latía a toda velocidad. Acto seguido, se sintió inundada por el alivio—. Me alegro mucho… de que estés aquí.
Él entrecerró los ojos aún más.
Amanda se acercó un poco y aferró su solapa con la esperanza de que nadie la viera.
—Ya no podemos encontrarnos en el parque; el sol sale tan temprano que hay gente por allí desde las seis. Y tengo que asistir a un sinfín de bailes todas las noches, así que antes de la seis es imposible. —Observó el rostro del hombre, pero no detectó ni el más leve ablandamiento de su pétrea expresión—. Tengo que hablar contigo.
Los ojos de Dexter adquirieron una expresión cautelosa que disipó las nubes de tormenta.
—Estás hablando conmigo.
—Sí —replicó mientras miraba a su alrededor—. Pero no puedo discutir el asunto del que quiero hablar… aquí. —«En público», había dado a entender—. ¿Hay algún lugar…?
Tras una dilatada pausa, le pareció por un instante que Dexter soltaba un suspiro.
—¿Dónde está Carmarthen? —Levantó la cabeza y miró a su alrededor—. Ha sido él quien te ha acompañado hasta aquí, ¿cierto?
—Está esperando junto a la pared. Sabe que he venido aquí para hablar contigo.
Martin estudió su ansioso y confiado rostro y se percató de que esos ojos azules no reflejaban el desafío que había esperado ver. Todos los instintos que poseía le gritaban que, fuera lo que fuese lo que ella deseaba decirle, sería mejor no escucharlo. Aun así, si no lo hacía, siempre se preguntaría…
El mero hecho de verla había bastado para hacerle olvidar todos los argumentos lógicos y racionales por los que debía permanecer alejado de ella.
—Está bien. —Apretó los labios y la tomó con fuerza del brazo—. Por aquí.
La condujo más allá de la chimenea, hasta las puertas francesas ocultas por unas cortinas de encaje. Metió la mano entre las cortinas y abrió una de las puertas de par en par. Amanda salió sin vacilar al exterior; él la siguió y cerró la puerta, de manera que se quedaron a solas en un estrecho balcón con vistas al jardín. Completamente privado, pero no lo bastante como para ocasionar un escándalo.
—¿De qué querías hablar?
Ella lo miró fijamente; Martin casi pudo ver cómo se armaba de valor para enfrentarlo.
—Me hablaste de tu pasado. Me dejaste claro que eso (o mejor dicho, sus consecuencias) se interponía entre nosotros. He investigado con discreción lo que la gente piensa de lo que ocurrió, lo que la alta sociedad piensa de ti ahora. —Esos ojos azules lo estudiaron con detenimiento—. Hay muchos que ni ahora ni nunca han dado por cierta tu culpabilidad.
Martin permitió que sus cejas se alzaran un poco; en realidad, jamás se había parado a pensar lo que pensaría de él la alta sociedad en conjunto. La nobleza en sí misma jamás le había interesado.
—Qué… —Qué… ¿qué? ¿Alentador? Desde luego que no. ¿Interesante? Lo último que quería era darle ánimos. Se encogió de hombros—. No tiene importancia.
Ella levantó la cabeza.
—Al contrario, tiene muchísima importancia.
Su tono y el brillo decidido de sus ojos, junto con la desafiante inclinación de su barbilla, le advirtieron de sus intenciones. Si recuperaba el buen nombre a ojos de la sociedad…
La visión que ella contemplaba, ese sueño imposible que estaba decidida a cumplir, irrumpió en su mente. Aceptación, su verdadera posición… ella. Todo eso y mucho más; todo lo que había desterrado de su mente en los últimos diez años…
Alejar su mente del tema, obviar esos pensamientos y olvidar esa visión le costó tanto que sintió un nudo en el estómago y una extraña opresión en el pecho.
—No.
Ella frunció el ceño y abrió la boca…
—No funcionará. —Tenía que evitar que Amanda continuara despertando viejos fantasmas; impedir que siguiera dando cuerpo a la idea—. No es que no haya considerado la idea de limpiar mi nombre —comentó y se dio cuenta de que lo había hecho con demasiada frecuencia durante las dos últimas semanas—, pero es algo que sucedió hace diez años e incluso en aquella época no hubo ni la más mínima prueba que confirmara mi versión de los hechos… no hubo testigos.
El ceño de Amanda se hizo más profundo. Tras un momento, dijo:
—Te das cuenta de cómo podrían ser las cosas, ¿verdad?… De todo lo que podrías tener.
Martin aguantó su mirada y replicó de forma sucinta:
—Sí. —Lo sabía muy bien. Sabía cuánto deseaba aferrarse, poseer. Sabía que en ese caso, intentarlo y fracasar sería infinitamente peor que no intentarlo.
Si él… Si los dos trataban de limpiar su nombre y no lo conseguían…
Era una posibilidad que ni siquiera quería tener en cuenta. Considerar la posibilidad de tener esa vida que había dado por imposible mucho tiempo atrás sólo para ver cómo la esperanza se desvanecía… Saber que ella se vería afectada por relacionarse con él… Era imposible que su interés pasara desapercibido.
Y, a pesar de todo, había una cuestión que siempre lo había intrigado a lo largo de los años: si él no había matado al viejo Buxton, ¿quién lo había hecho?
Desde su regreso a Londres, se había sentido cada vez más indeciso con respecto a averiguar la respuesta a esa pregunta. Aunque tal vez el hecho de revelar y sacar a la luz la respuesta pudiera limpiar su nombre.
Respiró hondo y se obligó a apartar la mirada de ella para posarla en el jardín; entretanto, intentó recuperar la compostura y erigir alguna barrera entre él y la mujer con la que estaba… algo que por lo general habría resultado una tarea fácil.
Jamás lo había conseguido con ella. Y ese puñetero balcón era demasiado estrecho.
—No tiene sentido seguir con esto. No hay nada que pueda hacer… que podamos hacer. —Y añadió con tono hosco—: No te conté esa historia para conseguir tu apoyo; te la conté para que comprendieras por qué no tengo futuro dentro de la alta sociedad. —Hizo una pausa antes de proseguir—. El pasado está muerto y enterrado.
Se hizo el silencio e instantes después ella replicó en voz baja:
—Enterrado, quizá; pero no muerto.
Martin no la miró. No quería ver su rostro ni sus ojos.
Al instante, Amanda insistió con un tono más adusto:
—Me resulta muy difícil creer que vayas a darle la espalda de forma deliberada a tu vida… a lo que sería tu vida si se limpiara tu nombre.
«Sería», se percató Martin, y no «podría llegar a ser»; esa mujer poseía una determinación que él encontraba irresistible.
Puesto que él no dijo nada, ella explotó.
—¿¡Por qué!? —La pregunta destilaba frustración—. Te conozco lo bastante bien como para saber que hay un motivo.
Tenía motivos de sobra y ella no tenía por qué conocer ninguno de ellos. Podía imaginar sin problemas su opinión, sus intentos por hacerle olvidar cualquier preocupación por su reputación. Se obligó a contemplar esos ojos brillantes, a observar la emoción que resplandecía en medio de ese mar azul, y supo en ese mismo instante que tendría que obligarla a creer que lo había juzgado mal, que había interpretado mal todo lo que había deducido sobre él en las dos últimas semanas.
Negándose a contemplar las ramificaciones (el dolor de ella y el suyo) y sin apartar la mirada de sus ojos, afirmó con lentitud y claridad:
—No veo ninguna razón de peso para intentar algo tan desesperado, para avivar unas ascuas que llevan tanto tiempo apagadas. Volver a la alta sociedad, recuperar el aprecio de las grandes dames… me tiene sin cuidado.
El énfasis que le dio a las cuatro últimas palabras fue brutal; ella retrocedió… Martin lo percibió de una forma casi física, como un súbito estremecimiento debido a la pérdida de calidez. El semblante de Amanda se tornó impasible y un velo cayó sobre sus ojos mientras lo traspasaba con la mirada. A continuación, repitió en voz baja:
—Te tiene sin cuidado. Comprendo.
Giró la cabeza en dirección a las enormes ventanas que derramaban la luz sobre ellos y respiró hondo con evidente tensión.
—Te ruego que me disculpes. Está claro que malinterpreté tú… deseo de reclamar la vida para la que fuiste criado. —Efectuó una rígida inclinación de cabeza y extendió un brazo hacia las puertas—. Te dejaré que prosigas con la vida que prefieres. Adiós.
No «Buenas noches». Martin la siguió con la mirada cuando abrió la puerta y atravesó las cortinas de encaje; apretando la barandilla con la mano, contempló cómo se adentraba en la estancia con la cabeza erguida hasta que desapareció entre la multitud. Confiaba en que Carmarthen la acompañara a casa. Le dio la espalda a la concurrida estancia y se inclinó sobre la barandilla para observar el oscuro jardín; la noche en la que se había convertido su vida.
—Me ha dicho que no. ¡Se ha negado! En redondo. —Amanda le dio una patada a las faldas del vestido y se dio la vuelta—. Me ha dicho que yo… ¡que nosotros…! ¡Le teníamos sin cuidado!
Su hermana la siguió con la mirada mientras ella se paseaba de un lado a otro de la habitación.
—¿Estás segura de que comprendió a qué te referías?
—¡Desde luego que lo comprendió! ¡No tiene ningún problema de comprensión! ¡Pero no puede decirse lo mismo de todo lo demás! —Tras sofocar un grito de frustración, Amanda giró y siguió paseándose.
Confundida, Amelia aguardó. Su hermana tenía aún más inclinación al histrionismo que ella, pero no la había visto tan alterada en toda su vida. La alteración, no obstante, era de poca ayuda para la causa de su gemela.
Después de un rato, probó suerte.
—Entonces… ¿vas a rendirte?
—¿Rendirme? —Amanda hizo un alto para observarla—. Por supuesto que no.
Amelia se relajó sobre la cama.
—¿Qué piensas hacer?
Amanda la miró a los ojos y se dejó caer en la cama a su lado. Observó el dosel. Tenía la mandíbula tensa y una expresión obstinada.
—No lo sé. —Un instante más tarde, añadió—: Pero ya se me ocurrirá algo.
Tres noches después, Martin regresó a Gloucester Street por expreso llamamiento de Helen Hennessy. No tenía intención de asistir pero la nota de Helen había ido directa al grano: quería que fuera. Eran bastante amigos y, puesto que no tenía nada mejor que hacer, había decidido complacerla.
Ella lo saludó con calidez; como siempre, tenía un aspecto impecable y sofisticado.
—Al grano —le dijo Martin—. ¿Por qué estoy aquí?
Ella enarcó ambas cejas.
—Tus modales se están deteriorando… y eso siempre es una señal muy reveladora.
Martin frunció el ceño. Antes de que pudiera preguntar a qué venía lo del deterioro, Helen hizo un gesto con la mano en dirección a un rincón de la estancia.
—Pero con respecto al motivo por el que estás aquí, sospecho que deberías conocer las actividades de esa damita amiga tuya.
Martin la miró a los ojos.
—¿De qué damita hablas?
—De la señorita Cynster, por supuesto. Y te ruego que no malgastes tu aliento asegurándome que no es tu amiga. —Helen tiró de su brazo—. Carmarthen no la acompaña esta noche; ha venido sola. Y te sugiero que, en lugar de mirarme echando chispas por los ojos, guardes esa expresión para algunos de los que andan por aquí. —Hizo un gesto con la cabeza hacia el rincón; dejó de actuar y se puso seria—. De verdad, creo que será mejor que le eches un vistazo. Lo que hagas después depende de ti.
Martin la observó un instante antes de asentir.
—Está bien.
Helen enarcó las cejas; él pasó por alto ese gesto y se giró hacia el rincón que le había señalado. Si creía que iba a darle las gracias por llamarlo para que acudiera en ayuda de Amanda Cynster, podía esperar sentada.
Ni siquiera se le pasó por la cabeza irse de allí sin ver lo que Helen quería que viese; al menos, no hasta que, tras escudriñar la muchedumbre, divisó el grupo que se encontraba en el rincón. Fue entonces y solo entonces cuando soltó un juramento por lo bajo y deseó haberse marchado. Pero ya era demasiado tarde.
Sin embargo, no era tan estúpido como para irrumpir sin evaluar antes la situación. Comprendía por qué Helen estaba preocupada; el grupo que tenía delante era una combinación sin precedentes, volátil y probablemente explosiva.
Amanda había reunido a su alrededor a un extraordinario número de los más solicitados y lascivos libertinos de la ciudad, atrayendo de ese modo la atención de las damas de buena cuna que llenaban los salones de Helen. Había pocas que pudieran hacerle sombra, por lo que todas la veían como una competidora advenediza. O tendrían que haberla visto como tal, pero de algún modo, la situación se había trocado. Y Martin sabía quién había sido la culpable.
En lugar de sisear y enseñar las garras, las demás (las damas más maduras) y la señorita Cynster habían llegado a una especie de acuerdo. Martin suponía lo que conllevaba dicho acuerdo; pero, a juzgar por la expresión hechizada del rostro de los caballeros, comprendió que aún no se habían percatado de que Amanda no pensaba seguirles el juego esa noche.
Sin embargo…
Contempló cómo coqueteaba con uno de los elegantes calaveras y se preguntó si tenía motivos para sentirse tan seguro. Ella era todo un premio en cualquier sentido, pero en ese lugar prometía una experiencia que rebasaba en mucho lo normal. No sólo era hermosa y rebosaba atractivo sensual, sino que también era inocente e inteligente; además de astuta, independiente y… la envolvía un halo de femenino desafío. Y había expertos suficientes en el grupo que la rodeaba que sabrían apreciar eso.
Aunque no sería esa noche. Fueran cuales fuesen los planes de Amanda.
Después de evaluar la situación con los ojos entornados, rechazó la idea de un ataque frontal. Se giró y llamó a uno de los criados.
Tras soltar una carcajada por el comentario de lord Rawley, Amanda cogió la nota de la bandeja, la desplegó… y a punto estuvo de dejarla caer. No sabía que Dexter se encontraba allí; estaba tan metida en su papel y tan tensa que no había sentido su mirada… no lo había visto.
—Vaya, ¿qué ocurre? ¿Malas noticias?
Levantó la mirada y descubrió que tanto lord Rawley como el resto de los caballeros la observaban con seriedad y preocupación.
—Bueno… no. —La alegría inmediata que iluminó sus expresiones le dijo por qué estaban preocupados—. Se trata de… —Arrugó la nota y reprimió el impulso de frotarse la frente—. No estoy segura.
Aquello era lo que había querido, lo que había planeado. Pero ¿por qué la estaba esperando en el vestíbulo principal?
Les sonrió a sus admiradores.
—Hay un mensajero en el vestíbulo con el que debo hablar. Si me disculpan un momento, caballeros…
Fue lady Elrood quien respondió.
—Por supuesto, querida.
Amanda se escabulló antes de que algún caballero se ofreciera a acompañarla.
Al salir del atestado salón al vestíbulo principal, miró hacia las puertas y no vio a nadie salvo a dos criados. Antes de que pudiera dar la vuelta para echar un vistazo a las escaleras, alguien le puso su capa sobre los hombros.
Antes de que pudiera reaccionar, la capucha le cayó sobre la cara. Unos brazos duros como el acero la rodearon y la levantaron del suelo.
—La puerta, estúpidos… ¡Abridla!
Cualquier duda que pudiera haber albergado sobre la identidad de su atacante se desvaneció. Comenzó a retorcerse, a intentar dar patadas… todo en vano. Cuando se le ocurrió gritar, Dexter ya había atravesado el umbral y estaba bajando los escalones. Amanda se tranquilizó, a la espera de que volviera a dejarla en el suelo.
Cuando llegó a la calzada, Martin dio dos zancadas más, la alzó un poco más y la arrojó sin miramientos sobre el asiento de un carruaje.
Furiosa, luchó por liberarse de los pliegues de la capa.
La puerta del carruaje se cerró de golpe y escuchó un grito. El vehículo salió disparado, como si huyera del mismísimo demonio. Amanda forcejeó para librarse de la capa y vio que las fachadas de Belgrave Road quedaban atrás volando. Absolutamente perpleja, volvió a dejarse caer sobre el asiento.
«¿Cómo se atreve?», pensó.
Estaba tan estupefacta, tan furibunda, que era incapaz de pensar con coherencia. El carruaje siguió avanzando a una velocidad de vértigo, aminorando apenas para tomar las curvas; Amanda tuvo que agarrarse a la cincha para mantenerse erguida. Hasta que el carruaje aminoró y se detuvo, no pudo recuperar la compostura.
Recogió su capa y su ridículo, abrió la puerta y bajó del vehículo; no se sorprendió al descubrir que se encontraba en la esquina de North Audley con Upper Brook Street, a escasos metros de su casa. Se dio la vuelta y abrió su ridículo.
El cochero carraspeó.
—Lo siento, señora, pero el caballero me pagó muy bien.
Cómo no. Amanda levantó la mirada y esbozó una sonrisa carente de dulzura.
—En ese caso, le sugiero que se marche.
El cochero no discutió. Esperó hasta que el coche de alquiler hubo dado la vuelta a la esquina antes de echarse la capa sobre los hombros y emprender el camino a casa.
—Al menos esto demuestra que se preocupa.
—Lo que demuestra es que es un imbécil, ¡un asno arrogante, engreído y petulante! El típico Cynster.
—Y ahora ¿qué?
—Comenzaré con el plan B.
Volvió a encontrarse con su némesis en la velada de la señora Fawcett. La señora Fawcett era una viuda con una reputación no del todo sórdida cuyas fiestas nocturnas estaban muy bien consideradas entre las Chipriotas.
—¿Qué demonios crees que estás haciendo?
El ronco gruñido fue música celestial para los oídos de Amanda. Sin apartar su atención del juego de cartas que fingía contemplar, le echó un vistazo a Dexter, que se encontraba detrás de ella.
—Me estoy divirtiendo.
Volvió a observar el juego con una sonrisa en los labios.
Tras un instante de pensativo silencio llegó la réplica:
—Si no quieres pensar en tu reputación, piensa al menos en la de Carmarthen; lo estás colocando en una posición insufrible.
Había asistido al lugar acompañada de Reggie, quien estaba discutiendo con otro caballero que tendría más o menos su misma edad.
—No creo que se encuentre en peligro. —Enarcó una ceja y miró hacia atrás para contemplar la expresión irritada de Dexter—. ¿Habrías preferido que hubiera venido aquí sin él?
—Habría preferido que no hubieras venido aquí. Ni a ningún lugar como este.
Amanda apartó la mirada y se encogió de hombros.
—No entiendo por qué crees que tu opinión va a influir en mí.
—Me prometiste que si te proporcionaba las emociones que deseabas, todas ellas, te mantendrías apartada de lugares como este durante el resto de la temporada —dijo con los dientes apretados.
Amanda se giró una vez más; estaban tan cerca que le rozó el torso con el pecho. Alzó una mano para deslizar un dedo a lo largo de un elegante pómulo. Y sonrió al tiempo que lo miraba directamente a los ojos.
—Mentí. —Lo miró con los ojos abiertos de par en par—. Pero ¿a ti qué más te da? —Tras un irónico gesto de despedida, se dispuso a esquivarlo—. Ahora, si me disculpas, hay algunos caballeros a los que me gustaría conocer.
Se alejó de él sin prisa alguna. Sin embargo, no se le había escapado la tensión que se había adueñado de su enorme cuerpo. Ni la ardiente mirada que estuvo clavada en su espalda durante el resto de la noche.
Martin cerró los dedos en torno a la muñeca de Amanda cuando esta se detuvo en la entrada del salón de la señora Swayne. La había visto escabullirse hacia el gabinete y había estado esperando a que saliera; a eso lo había reducido esa mujer.
La arrastró lejos de los demás invitados.
—Muy bien, dime cuál es tu plan.
Se detuvo junto a la pared y ella abrió los ojos de par en par.
—¿Plan?
—Ese empeño tuyo de convertir a la mayor parte de los libertinos de la alta sociedad en esclavos babeantes que esperan a que hagas tu elección.
—¡Ah! Ese plan… —Echó un vistazo al grupo de disolutos libertinos y calaveras que atestaban la pequeña estancia.
Martin controló su temperamento de mala gana. Se arrepentía con toda su alma de haberle dado rienda suelta en casa de Helen; por satisfactorio que hubiera resultado en aquel momento, sólo había que fijarse en la posición que lo había colocado. Había pasado la última semana asistiendo a todas y cada una de las puñeteras veladas organizadas por las mujeres de cuestionable reputación, buscando a Amanda en salones y fiestas. Vigilándola. La gente comenzaba a darse cuenta. Y lo último que quería era que prestaran atención a su interés por Amanda Cynster.
—No hace falta que te preocupes. He aceptado por fin que nunca nos pondremos de acuerdo. No hay relación alguna entre nosotros, lo dejaste muy claro. Así pues, no entiendo por qué te empeñas en protegerme de este modo tan absurdo… No me cabe en la cabeza que pienses que voy a tolerarlo.
Martin apretó la mandíbula y se mordió la lengua para reprimir el tremendo impulso de responder al desafío que brillaba en sus ojos. Lo tenía (no sólo a él sino también a sus emociones) entre la espada y la pared.
Ella trató de alejarse, pero como la tenía sujeta por la muñeca, no pudo hacerlo. Bajó la mirada para contemplar los dedos que le aferraban la muñeca. Y esperó. Martin tuvo que obligarse a soltarla. Con una sonrisa serena, ella inclinó la cabeza y se apartó de él.
—¿Adónde vas? —No pudo evitar preguntarlo y sabía que ella comprendería lo que preguntaba en realidad… que no era otra cosa que el fin de su jueguecito.
Amanda lo miró de reojo.
—Haré un viaje de ida y vuelta al infierno. —Mientras se giraba, añadió—: Si me apetece.
Caminaba por la cuerda floja sobre una manada de lobos hambrientos; en algún momento daría un mal paso… eso estaba claro. Los lobos contaban con ello y por eso aguardaban con paciencia, dispuestos a permitir que ella moviera los hilos como si fueran títeres, cosa que la mayoría de ellos no era ni por asomo.
Martin apretó los dientes y aguantó noche tras noche, mientras las veladas daban paso a las fiestas y estas a los saraos. La temporada de la alta sociedad ya había comenzado, y en los círculos menos selectos también se vivía el mismo frenesí.
Cada noche, localizaba a Amanda; aun cuando tuviera compromisos sociales con la alta sociedad, aparecía en su mundo escoltada por un cada vez más descontento Carmarthen. Y cada noche, parecía un poco más alocada, un poco menos predecible.
Reía y hechizaba; añadía conquistas a su lista de una forma casi adictiva. Con una expresión ceñuda y los brazos cruzados, Martin apoyaba la espalda en la pared y la observaba; los más peligrosos habían averiguado su anterior relación y tenían los instintos de supervivencia lo bastante aguzados como para mostrarse cautos. Nadie sospechaba lo que había entre ellos, pero había pocos dispuestos a meterse en su terreno. Era la única arma que le quedaba para protegerla y su único éxito consistía en que hubiese funcionado hasta el momento.
Apoyado en la pared de la fiesta de la señora Emerson, observó el círculo que rodeaba a Amanda. Estaban discutiendo algo, pero parecía de índole intelectual, no sexual… Cosa extraña, considerando la compañía; aunque no tan extraña, puesto que era Amanda quien lideraba una de las posturas del debate.
En ese momento, Reggie Carmarthen se apartó del grupo; observó la multitud con una expresión de creciente pánico y vio a Martin.
Para su sorpresa, Reggie fue directo hacia él. Se situó a su lado y prescindió de todas las formalidades.
—Tiene que hacer algo. Ella… —Hizo un gesto en dirección a Amanda—. ¡Está a punto de meterse en un lío!
Martin respondió a la expresión ansiosa de Reggie con una mirada impasible.
—En ese caso, deténgala.
La expresión de Reggie se tornó impaciente.
—Si yo pudiera impedir que hiciera algo, ¡ni siquiera estaríamos aquí! Eso es evidente. Jamás he sido capaz de lograr que cambie de opinión una vez que se le mete algo entre ceja y ceja. —Se enfrentó a Martin con beligerancia—. Y lleva así desde el momento en que usted se ofreció a ser su pareja de whist.
La acusación estaba clara, pero Martin no necesitaba que hiciera hincapié en ese punto. Ya se sentía responsable, al menos en el aspecto moral, del comportamiento descarado de Amanda, de su inquieta e insatisfecha situación. Dudaba mucho que Reggie tuviera la más mínima idea de por qué y de qué forma la culpa recaía sobre él.
Semejantes sentimientos tal vez fueran ilógicos (después de todo, la elección era de Amanda), pero así era como se sentía.
Se encogió un poco ante la acusadora mirada de Reggie; tras enderezarse, echó un vistazo al cada vez más ruidoso grupo.
—¿Sobre qué están discutiendo?
—Sobre grabados al aguafuerte.
Martin giró la mirada hacia Reggie.
—¿Grabados?
Reggie asintió con repugnancia.
—Exacto… «Ese» tipo de grabados en concreto. Pero Amanda no tiene ni idea y algunos de los hombres se han dado cuenta. En cualquier momento aceptará algún reto cuidadosamente formulado —dijo al tiempo que observaba el grupo con ansiedad—, si es que no lo ha hecho ya.
Martin soltó un juramento y siguió la mirada del hombre, aliviado al ver que la discusión todavía seguía en todo su apogeo. Amanda estaba enfrascada en un sermón.
—Primero dejarán que se enrede con sus propios argumentos, si tienen dos dedos de frente.
—Curtin está aquí; y también McLintock.
Esa era respuesta suficiente.
—Maldición.
Martin observó el desarrollo del drama mientras meditaba cuál sería el mejor modo de intervenir. Había considerado la idea de advertir a sus primos de las actividades extraoficiales de Amanda, pero no había visto a ninguno de ellos mientras la perseguía por los salones de la ciudad; introducirse en la alta sociedad para encontrarlos estaba fuera de toda cuestión… al menos para él.
Miró a Reggie.
—Si consigo sacarla de este aprieto, le aconsejaría que les insinuara su situación a uno de sus primos. A Diablo, a Vane o a cualquiera de los otros.
Reggie lo miró como si hubiera algo crucial que no había llegado a comprender.
—No puedo hacer eso. —Cuando Martin frunció el ceño, Reggie añadió—: Soy su amigo.
Martin estudió la mirada sincera de Reggie antes de hacer una mueca y volver a clavar la vista en Amanda. Suspiró para sus adentros.
—Según parece, es cosa mía.
Amanda había perdido todas las esperanzas cuando Dexter apareció de repente a su lado. Durante la semana anterior había jugado una baza cada vez más desesperada, esbozando noche tras noche una sonrisa cada vez más quebradiza y comportándose de forma cada vez más escandalosa. En ese momento, estaba al borde de lo inexcusable y había una parte de ella a la que le daba igual.
Había resultado aterrador descubrir lo poco que le importaba lo que le deparara el destino si Martin Fulbridge no iba a formar parte de su vida. Descubrir lo que le depararía el futuro: un aburrido y decoroso matrimonio. A pesar de su manifiesto interés por las emociones que ofrecían las «damas del inframundo», ya estaba harta de sus fiestas (que no eran más que una pobre imitación de las de la alta sociedad), de esa compañía poco ilustrada y con ocupaciones menos que decentes. No le hacían gracia las gélidas miradas de los caballeros ni la descarada hipocresía de las mujeres.
Esa noche había pasado de la desesperación a un estado de ánimo en el que flirtear con una situación potencialmente destructiva parecía algo aceptable. En el fondo de su corazón sabía que no era así, pero su corazón estaba demasiado maltrecho como para servirle de ayuda.
La reaparición de Dexter habría debido reavivar ese magullado órgano, pero le bastó una mirada a su pétreo semblante para mitigar cualquier posible reacción.
—Bien, milord. —Lo miró a los ojos con tanto descaro como cualquiera de las mujeres presentes y de una forma mucho más desafiante—. ¿Qué lado del debate prefiere, a favor o en contra?
Martin enfrentó su mirada.
—¿A favor o en contra de qué?
—Vaya, de la tesis según la cual las más insignes muestras del arte del aguafuerte son capaces de enardecer las pasiones de una dama. —Le devolvió la mirada con serenidad, ocultando el desprecio que le provocaba el tema, como había hecho hasta entonces. Tras haberse topado con una conversación acerca del irresistible encanto de un aguafuerte recientemente adquirido, comentó que esos grabados estaban sobrevalorados y, al instante, todos los caballeros que la habían escuchado se acercaron para sacarla de su error con evidente superioridad.
Dado su estado de ánimo, había sido el aliciente necesario para mantenerse en sus trece y ceñirse a su teoría. El hecho de que todos los caballeros involucrados asumieran que en realidad era una teoría, y que si la alentaban de forma conveniente, se prestaría a realizar la prueba, fue la gota que colmó el vaso.
¿De verdad la creían tan ingenua?
Por supuesto que sabía a qué clase de aguafuerte se referían… ¡Tenía veintitrés años! Lo había visto con sus propios ojos, se lo había oído decir a otros y había contemplado las obras de artistas como Fragonard desde su más tierna infancia. Su opinión no era una teoría, sino un hecho: los grabados, sin importar el tema que reflejaran, jamás habían tenido efecto alguno sobre sus pasiones.
Eso era lo que quería dejar claro; ávida tal vez de diversión, era posible que le hubiera dado demasiado énfasis a la discusión. Su meta en esos momentos consistía en averiguar cuánto tardarían los caballeros en darse cuenta de que no iba a ofrecerse como voluntaria para comprobar su tesis viendo una de sus colecciones.
Pero eso, por supuesto, había sido antes de que apareciera Dexter. En ese momento…
Amanda arqueó una ceja.
—Seguro que tiene alguna opinión al respecto, milord. Es de suponer que usted tiene bastantes conocimientos sobre el tema.
Martin la miró a los ojos y a continuación esbozó una sonrisa que le provocó un escalofrío en la espalda.
—Debo decir que en muy pocas ocasiones los he encontrado anodinos; no obstante, la sensibilidad de la dama en cuestión tiene mucho que ver con el resultado, por supuesto.
Esas palabras arrastradas, aunque perfectamente articuladas, produjeron un súbito silencio.
Amanda quedó atrapada en su mirada. Había asumido que se pondría furioso y trataría de acabar con la discusión, en lugar de recoger el guante que los restantes caballeros estaban esperando poder arrojar. Tras su serena actitud, estaba verdaderamente estupefacta.
—Muy cierto —ronroneó el señor Curtin—. Yo también he podido comprobarlo.
—Lo mismo digo —intervino lord McLintock—. Lo que significa, querida, que tendrá que ver una buena cantidad de aguafuertes para probar su teoría. Será un placer para mí que valore mi colección.
—No, no. Mi colección es más amplia…
—Ya, pero estoy seguro de que la mía es preferible…
Una cacofonía de ofertas inundó sus oídos. En cuestión de segundos, se produjo una controversia acerca de cuál de las colecciones seria más apropiada para probar su temple.
La voz grave de Martin se alzó sobre todas las demás.
—Puesto que fui yo quien argumentó que la clave reside en la sensibilidad de la dama y mi biblioteca contiene una extensa colección de esos grabados, en la que se incluye una rara colección de volúmenes procedente de Oriente, sugiero que la señorita Cynster debería comprobar su teoría viendo una selección de mi colección.
Amanda respiró hondo. Ninguno de los libertinos presentes se atrevió a protestar; se limitaron a esperar, listos para ofrecerse en caso de que ella rechazara la oferta.
Amanda lo miró y permitió que sólo él contemplara sus ojos entornados. Había echado por tierra con toda deliberación la diversión de la noche, sin duda con la excusa de hacerlo por su propio bien. Muy bien, sería él quien le proporcionara una compensación.
Alzó la barbilla y sonrió.
—Una espléndida idea. —Fue un placer contemplar la expresión cautelosa que asomó a los ojos de Martin; le dedicó una sonrisa radiante al resto—. Como es natural, les informaré de todos mis descubrimientos.
Unos cuantos refunfuñaron; otros aceptaron su fracaso con elegancia, anticipando sin duda que ella volvería víctima de un apetito que ellos se ofrecerían a aplacar. Amanda resopló para sus adentros; tenía toda la intención de acabar con sus incursiones en ese círculo. La única razón por la que se había adentrado en él en primer lugar había sido encontrar al hombre que en esos momentos estaba a su lado. Le ofreció la mano y él se la colocó sobre el antebrazo. Tras despedirse de los demás con una inclinación de cabeza, la alejó del grupo y se encaminó directamente hacia la puerta.
—No creerás —murmuró Amanda— que vas a salir de esta sin mostrarme uno de los libros de tu colección, ¿verdad? Uno de esos raros volúmenes procedentes de Oriente.
Él la miró de reojo con cara de pocos amigos.
—No te hace ninguna falta ver esos libros.
Amanda abrió los ojos de par en par y trató de quitar la mano de su manga, pero él la sostuvo con fuerza. Bajó la mirada para contemplar su mano atrapada y a continuación la alzó para mirarlo a los ojos.
—Si consideras que su compañía es demasiado peligrosa para mí, debes proporcionarme una alternativa. Te ofreciste a mostrarme tus grabados… y yo acepté. Todos lo oyeron.
—¿De verdad piensas obligarme a hacerlo? —Su tono sugería que estaba chiflada.
Ella no se echó atrás.
—Sí.
Martin maldijo entre dientes. Desvió la mirada hacia la multitud y acto seguido soltó la mano de Amanda para buscar algo en el bolsillo de la chaqueta. Sacó una libreta y garabateó una nota para Reggie Carmarthen en la que le explicaba que para rescatar a su amiga se había visto obligado a llevarla a casa. Reggie comprendería a la perfección el tono brusco de la misiva. Después de entregarle a un criado la nota plegada, volvió a reclamar la mano de Amanda.
—Vamos.