Capítulo 17: Hora 22 de 45

Algunos habían dormido.

Sellitto en un sillón; se había levantado más arrugado que nunca y todo despeinado. Cooper en la planta inferior.

Sachs había pasado la noche en un diván de la planta baja, o quizá en otro dormitorio de la primera planta. Ya no mostraba ningún interés por la Clinitron.

Thom, que también parecía adormilado, rondaba por el lugar como el simpático entrometido que era, y le tomó la tensión a Rhyme. El olor de café invadió la casa.

Era justo después del amanecer y Rhyme estaba mirando los diagramas de las pruebas materiales. Habían estado despiertos hasta las cuatro, planeando la estrategia para atrapar al Bailarín, y contestando a un montón de quejas por la evacuación.

¿Tendrían éxito? ¿Caería el Bailarín en la trampa? Rhyme creía que sí. Pero existía otra cuestión, una en la que Rhyme no quería pensar pero que no podía evitar. ¿Cuánto daño causaría la trampa que estaban preparando? El Bailarín ya era demasiado mortífero en su propio territorio. ¿Cómo sería cuando se viera acorralado?

Thom servía café para todos y observaron el mapa táctico de Dellray. Rhyme, de nuevo en la Storm Arrow, se acercó y lo estudió también.

—¿Todos en sus puestos? —preguntó a Sellitto y a Dellray.

Tanto los equipos 32E de Haumann como el grupo de federales escogidos por Dellray entre oficiales del SWAT del FBI de los distritos norte y este estaban preparados. Se habían acercado al amparo de la noche, a través de desagües y sótanos y por encima de los tejados, con el camuflaje completo de ciudad; Rhyme estaba convencido de que el Bailarín mantenía bajo vigilancia su objetivo.

—No estará durmiendo esta noche —había dicho Rhyme.

—¿Estás seguro de que irá hasta allí, Linc? —preguntó Sellitto, dudoso.

¿Seguro?, se preguntó Rhyme con irritación. ¿Quién puede estar seguro de algo con el Bailarín?

Su arma más mortífera es el engaño…

—Noventa y dos coma siete por ciento seguro —replicó con ironía.

Sellitto emitió una amarga carcajada.

Fue entonces cuando sonó el timbre. Un momento después un hombre robusto, de mediana edad, que Rhyme no reconoció, apareció en la puerta de la sala.

El suspiro de Dellray sugería que se avecinaba una tormenta. Sellitto también conocía al hombre, y lo saludó con cautela.

El recién llegado se identificó como Reginald Eliopolos, fiscal adjunto del distrito sur. Rhyme se acordó de que era el acusador en el caso de Phillip Hansen.

—¿Usted es Lincoln Rhyme? Me han hablado muy bien de usted Je-je, je-je. —Se adelantó y ofreció automáticamente su mano. Luego se dio cuenta de que la mano extendida jamás podría ser estrechada por Rhyme, de manera que la dirigió hacia Dellray, que la tomó con pocas ganas. Las alegres palabras de Eliopolos: «Fred, qué bueno verte otra vez», significaban exactamente lo opuesto. Rhyme se preguntó cuál sería el origen de la frialdad entre ellos.

El fiscal ignoró a Sellitto y a Mel Cooper. Thom percibió instintivamente que algo pasaba y no le ofreció café.

—Je-je, je-je. Me enteré de que estáis llevando una operación conjunta. No lo habéis comentado demasiado con los muchachos de arriba, pero, demonios, lo sé todo acerca de la improvisación. A veces no se puede perder el tiempo esperando firmas por triplicado. —Eliopolos se dirigió hacia un microscopio compuesto y escudriñó por el ocular—. Je-je —dijo, si bien lo que veía era un misterio para Rhyme ya que la luz de la platina estaba apagada.

—Puede ser —comenzó Rhyme.

—¿La cuestión? ¿Voy directo al grano? —Eliopolos se dio la vuelta—. Hay una camioneta blindada en el edificio del FBI del centro de la ciudad. Quiero que los testigos del caso Hansen estén en ella dentro de una hora. Percey Clay y Brit Hale. Se los llevará a la reserva de protección federal de Shoreham, en Long Island. Se los mantendrá allí hasta que presten testimonio ante el gran jurado en la mañana del lunes. Punto. Fin de la cuestión. ¿Qué os parece?

—¿Piensa que es una idea sensata?

—Je-je. Por supuesto que sí. Pensamos que es más sensata que utilizar los testigos como anzuelo en algún tipo de vendetta personal del NYPD.

Sellitto suspiró.

—Abre los ojos un poco, Reggie —dijo Dellray—. No estás exactamente en lo cierto. ¿No es esto una operación conjunta? ¿No intervienen también las fuerzas especiales?

—Y eso está bien —dijo Eliopolos, distraído. Toda su atención se enfocaba en Rhyme—. Dígame, ¿cree de verdad que nadie en las altas esferas recordaría que se trata del mismo asesino que mató a sus técnicos hace cinco años?

A decir verdad, Rhyme había esperado que nadie se acordara. Y ahora que alguien lo había hecho, él y su equipo se hallaban en apuros.

—Pero, vale ya —dijo el fiscal con entusiasmo— no quiero una pelea territorial. ¿Por qué la iba a querer? Lo que quiero es a Phillip Hansen. Lo que todos quieren es a Hansen. ¿Recuerda? Él es el pez gordo.

En realidad, Rhyme casi se había olvidado de Phillip Hansen, y ahora que se lo recordaban comprendió exactamente lo que estaba haciendo Eliopolos. Y comprenderlo le provocó una gran preocupación.

Rhyme se movió alrededor de Eliopolos como un coyote.

—¿Tiene buenos agentes por allí —preguntó inocentemente— para proteger los testigos?

—¿En Shoreham? —respondió el fiscal, inseguro—. Bueno, puede apostar que sí. Je-je.

—¿Los ha instruido en cuestiones de seguridad? ¿Les ha dicho lo peligroso que es el Bailarín? —Rhyme parecía inocente como un niño.

Una pausa.

—Les he informado.

—¿Y cuáles son exactamente sus órdenes?

—¿Ordenes? —preguntó Eliopolos sin convicción. No era un hombre estúpido. Sabía que lo habían cogido.

Rhyme rió. Miró a Sellitto y a Dellray.

—Escuchad, nuestro amigo fiscal tiene tres testigos con los que espera cazar a Hansen.

—¿Tres?

—Percey, Hale… y el propio Bailarín —se burló Rhyme—. Quiere capturarlo para que lo delate.

Miró a Eliopolos:

—De manera que quiere usar a Percey de anzuelo también.

Dellray rió:

—Sólo que le está tendiendo a ella una trampa muy peligrosa. Ya entiendo.

—Usted piensa que el caso contra Hansen no es sólido, a pesar de lo que vieron Percey y Hale —dijo Rhyme.

El señor Je-je probó a utilizar la sinceridad.

—Le vieron arrojar unas malditas pruebas. Demonios, ni siquiera lo vieron realmente hacerlo. Si encontramos las bolsas de lona y lo relacionan con la muerte de esos dos soldados la primavera pasada, bien, tenemos un caso. Pero, A, podemos no encontrar las bolsas y B, las pruebas en su interior pueden estar deterioradas.

Entonces, C, llámenme a mí, pensó Rhyme. Puedo encontrar pruebas en el claro viento de la noche.

—Pero si captura vivo al matón de Hansen, puede delatar a su patrón —dijo Sellito.

—Exactamente —Eliopolos cruzó los brazos de la misma forma en que lo haría en un juicio, cuando pronunciaba el alegato final.

Sachs había estado escuchando desde la puerta. Hizo la pregunta que Rhyme estaba pensando:

—¿Y qué arreglo hará con el Bailarín?

—¿Y quién eres tú? —preguntó Eliopolos.

—Oficial Sachs. Del IRD.

—No es precisamente el lugar para que un técnico en escenas del crimen haga sus preguntas…

—Entonces seré yo el que le haga la maldita pregunta —ladró Sellitto—, y si no obtengo una respuesta, también se la hará el alcalde.

Eliopolos tenía una carrera política por delante, suponía Rhyme. Y probablemente una carrera de éxitos.

—Es importante que logremos condenar a Hansen. Es el mayor de dos males. El que puede hacer más daño —dijo Eliopolos.

—Es una bonita respuesta —dijo Dellray, arrugando la cara—. Pero no me aclara para nada el tema. ¿A qué acuerdo llegarás con el Bailarín si delata a Hansen?

—No lo sé —dijo el fiscal evasivamente—. No se ha discutido todavía.

—¿Diez años de cárcel de seguridad media? —murmuró Sachs.

—No ha sido discutido.

Rhyme estaba pensando en la trampa que habían estado planeado con tanto cuidado hasta las cuatro de la madrugada. Si se movía ahora a Percey y a Hale, el Bailarín lo sabría. Se reorganizaría. Descubriría que estaban en Shoreham y, como los guardias tenían orden de capturarlo vivo, entraría con facilidad, mataría a Percey y Hale —y a media docena de policías— y se iría.

—No tenemos mucho tiempo —comenzó el fiscal.

—¿Tiene papel? —le interrumpió Rhyme.

—Tenía la esperanza de que estuvieran dispuestos a cooperar.

—No lo estamos.

—Usted es un civil.

—Yo no —apuntó Sellitto.

—Je-je. Ya veo —miró a Dellray pero ni se molestó en preguntarle al agente de qué lado estaba. El fiscal dijo—: Puedo obtener en tres o cuatro horas una orden para consignarlos en custodia preventiva.

¿Un domingo por la mañana?, pensó Rhyme. Je-je.

—No los entregamos. Haga lo que tenga que hacer.

Eliopolos dibujó una sonrisa en su cara redonda y burocrática.

—Debo decirle que si este delincuente muere en un intento de atraparlo, yo personalmente revisaré el informe del comité que investiga las muertes provocadas por la policía, y hay una clara posibilidad de que saque en conclusión que ningún personal de supervisión dio las órdenes pertinentes para que se usara fuerza letal en una situación de arresto —miró a Rhyme—. También podría haber un caso de interferencia de civiles en una actividad policial. Podría llevarle a juicio. Sólo quiero que quede advertido.

—Gracias —dijo Rhyme despreocupadamente—. Se lo agradezco.

Cuando el fiscal se fue, Sellitto se persignó.

—Dios, Linc, ya lo oíste. Dijo un juicio.

—Por favor, por favor… No creo que un pequeño juicio asuste mucho a este muchacho —acotó Dellray.

Se echaron a reír.

Luego Dellray se estiró y dijo:

—Hay un virus que anda por ahí. ¿Oíste hablar de él, Lincoln? ¿De este bicho?

—¿De qué se trata?

—Ha infectado a mucha gente últimamente. Mis chicos del SWAT y yo estamos en una operación de esas y lo que sucede es que les aparece este feo temblor en los dedos que aprietan el gatillo.

Sellitto, peor actor que el agente, dijo claramente:

—¿A ti también? Pensé que le ocurría sólo a nuestros chicos de ESU.

—Pero, escuchad —dijo Fred Dellray, el Alec Guiness de los policías de la calle—. Hay un remedio. Todo lo que tenéis que hacer es matar a un desgraciado gilipollas, como este tipo, el Bailarín, apenas os mire mal. Eso siempre funciona.

Abrió su teléfono:

—Creo que llamaré para ver si mis chicos y chicas se acuerdan de esa medicina. Lo haré ahora mismo.