—¡Sachs! —gritó de nuevo Rhyme.
Maldición, ¿en qué estaría pensando? ¿Cómo pudo haber sido tan descuidada?
—¿Qué ha pasado? —preguntó de nuevo Sellitto—. ¿Qué sucede?
¿Qué le ha pasado a ella?
—Una bomba en el piso de Horowitz —dijo Rhyme desalentado—. Sachs estaba dentro cuando explotó. Llámalos. Averigua qué ha pasado. Por el altavoz.
Toda la sangre…
Tres interminables minutos después Sellitto estaba conectado con Dellray.
—Fred —gritó Rhyme—, ¿cómo está Sachs?
Se hizo una pausa angustiosa hasta que su interlocutor contestó.
—Esto tiene muy mala pinta, Lincoln. En estos momentos estamos apagando el incendio. Era una AP de algún tipo. Mierda. Debimos mirar primero. Carajo.
Las trampas explosivas suelen fabricarse con explosivos plásticos o con TNT, y a menudo contienen metralla o cojinetes de bolas para infligir la mayor cantidad de daño posible.
—Derribó un par de muros y se incendió casi todo —continuó Dellray. Hizo una pausa:
—Debo decírtelo, Lincoln. Encontramos…
La voz de Dellray, generalmente tan firme, ahora trastabillaba nerviosamente.
—¿Qué? —demandó Rhyme.
—Algunos restos humanos… Una mano. Parte de un brazo.
Rhyme cerró los ojos y sintió un horror que no había experimentado en años. Un puñal helado penetraba en su cuerpo insensible. Su aliento exhaló un débil silbido.
—Lincoln… —comenzó Sellitto.
—Todavía estamos buscando —siguió Dellray—. Quizá no haya muerto. La encontraremos. La llevaremos al hospital. Haremos todo lo que podamos. Sabes que sí.
¿Sachs, por qué diablos lo hiciste? ¿Por qué te lo permití?
—Nunca debería…
Luego sonó un chasquido en su oreja. Un sonido fuerte como el de un petardo.
—¿Podría alguien…, Dios, podría alguien quitarme esto de encima?
—¿Sachs? —gritó Rhyme por el micrófono. Estaba seguro de que era su voz. Luego sonó como si ella se estuviera ahogando.
—Dios —dijo Sachs—. Oh, chico… Esto es un asco.
—¿Estás bien? —Se volvió hacia el altavoz—. Fred, ¿dónde está?
—¿Eres tú, Rhyme? —preguntó Sachs—. No puedo oír nada. ¡Que alguien me hable!
—Lincoln —exclamó Dellray—. ¡La tenemos! Está bien. Está muy bien.
—¿Amelia?
Escuchó a Dellray que pedía asistencia médica. Rhyme, cuyo cuerpo no se había estremecido durante años, notó que su dedo anular izquierdo temblaba locamente.
—Ella no puede oír muy bien, Lincoln —le explicó Dellray—. Lo que sucedió fue…, parece que el explosivo estaba detrás del cuerpo de esta mujer. Horowitz. Sachs lo sacó de la nevera justo antes de la explosión. El cuerpo absorbió la mayor parte de la onda expansiva.
—Te veo esa mirada, Lincoln —le advirtió Sellitto—. Dale un respiro.
Pero Rhyme no siguió el consejo. Con un feroz gruñido empezó:
—¿Qué diablos estabas pensando, Sachs? Te dije que era una bomba. Deberías haber sabido que era una bomba y salir a escape.
—Rhyme, ¿eres tú?
Estaba disimulando. Él lo sabía.
—Sachs…
—Tenía que quitarle la cinta, Rhyme. ¿Estás ahí? No te puedo oír. Era una cinta plástica de embalaje. Necesitamos tener una de sus huellas. Lo dijiste tú mismo.
—La verdad —gritó Rhyme—, eres imposible.
—¿Hola? ¿Holaaa? No puedo oír ni una palabra de lo que estás diciendo.
—Sachs, no me vengas con estupideces.
—Espera un momento, Rhyme.
Hubo un momento de silencio.
—¿Sachs?… ¿Sachs, estás ahí? ¿Qué diablos…?
—Rhyme, escucha: acabo de examinar la cinta con el PoliLight. ¿Y a qué no lo adivinas? ¡Hay una huella parcial! ¡Tenemos una de las huellas del Bailarín!
Aquello le hizo callar por un instante, pero pronto empezó de nuevo con sus improperios. Siguió un rato más con su sermón hasta que se dio cuenta de que estaba leyendo la cartilla a una línea vacía.
*****
Estaba cubierta de hollín y tenía un aire de desconcierto.
—No me reprendas, Rhyme. Fue estúpido pero no lo pensé. Me limité a actuar.
—¿Qué sucedió? —preguntó él. Su rostro severo se suavizó un momento, estaba tan contento de verla viva.
—Ya casi había entrado del todo. Vi la bomba AP detrás de la puerta y pensé que no podía desarmarla a tiempo. Cogí el cuerpo de la mujer y lo saqué de la nevera. Iba a llevarlo hasta la ventana de la cocina. Explotó antes que pudiera llegar.
Mel Cooper echó un vistazo a la bolsa de pruebas que Sachs le entregó; examinó el hollín y los fragmentos de la bomba.
—Una carga M cuarenta y cinco. TNT con un interruptor de balancín y una mecha de efecto retardado de cuarenta y cinco segundos. El grupo de la entrada lo activó cuando derribó la puerta y eso encendió la mecha. Hay grafito, de manera que es TNT de nueva fórmula. Muy potente, muy dañino.
—Maldito sea —escupió Sellitto—. Efecto retardado…, quería que entrara en el piso el mayor número de policías antes de que explotara.
—¿Alguna pista? —preguntó Rhyme.
—Son elementos militares que se pueden comprar en las tiendas. No nos llevarán a ningún lado excepto…
—Al gilipollas que se los proporcionó —musitó Sellitto—. Phillip Hansen. —El teléfono del detective sonó y él atendió la llamada. Inclinó la cabeza mientras escuchaba, asintiendo.
—Gracias —dijo al fin y cerró el teléfono.
—¿Qué? —preguntó Sachs.
Los ojos del detective se cerraron.
Rhyme sabía que la noticia se refería a Jerry Banks.
—¿Lon?
—Es Jerry. —El detective levantó la vista. Suspiró—. Sobrevivirá, pero le han amputado un brazo. No lo pudieron salvar. Estaba demasiado dañado.
—Oh, no —murmuró Rhyme—. ¿Puedo hablar con él?
—No —dijo el detective—. Está durmiendo.
Rhyme pensó en el joven, recordó sus meteduras de pata, la forma en que se acusaba el mechón rebelde o se palpaba un corte de navaja de afeitar en su mentón suave y rosado.
—Lo siento, Lon.
El detective sacudió la cabeza, casi en la misma forma en que Rhyme ahuyentaba las muestras de compasión.
—Tenemos otras cosas de las que preocuparnos.
Sí, las tenían.
Rhyme observó la cinta plástica de embalar, la mordaza que había usado el Bailarín. Se podía ver una leve marca de pintalabios en el lado adhesivo.
Sachs examinaba las pruebas, pero no con una mirada clínica. No era la mirada de un científico. Estaba intranquila.
—¿Sachs? —preguntó Rhyme.
—¿Por qué lo haría?
—¿La bomba?
—¿Por qué la pondría en la nevera? —sacudió la cabeza, se llevó un dedo a la boca y se mordió una uña. De sus diez dedos, sólo una uña, la del meñique de su mano izquierda, era larga y tenía buena forma. Las demás estaban mordisqueadas y algunas tenían el color marrón de la sangre seca.
—Supongo que quería distraernos para que no viéramos la bomba —contestó el criminalista—. Un cuerpo en la nevera, eso captó toda nuestra atención.
—No me refería a eso —contestó Sachs—. La causa de la muerte fue asfixia. La colocó dentro viva. ¿Por qué? ¿Es un sádico o algo así?
—No, el Bailarín no es un sádico —contestó Rhyme—. No puede permitírselo. Su único objetivo es completar su tarea, y tiene suficiente voluntad como para mantener sus otros deseos bajo control. ¿Por qué asfixiarla cuando podía haber usado un cuchillo o una soga?… No estoy totalmente seguro, pero tal vez eso sea bueno para nosotros.
—¿Qué quiere decir?
—Quizá había algo en ella que él odiaba, y quiso matarla de la forma más desagradable que se le ocurrió.
—Sí, ¿pero por qué eso es bueno para nosotros? —preguntó Sellitto.
—Porque —fue Sachs quien contestó— eso significa que quizá esté perdiendo su sangre fría. Se está volviendo descuidado.
—Exactamente —comentó Rhyme, sintiéndose muy orgulloso de Sachs. Pero ella no percibió su mirada de aprobación: cerró los ojos un momento y sacudió la cabeza, probablemente recordando la imagen de los aterrados ojos de la mujer. La gente cree que los criminalistas son fríos (¿con cuánta frecuencia la mujer de Rhyme lo había acusado de serlo?) pero, en realidad, los mejores sienten una profunda compasión por las víctimas de las escenas que investigan. Sachs era una de ellos.
—Sachs —susurró Rhyme suavemente—, ¿la huella? —Ella lo miró—. Dijiste que encontraste una huella. Tenemos que darnos prisa.
Sachs asintió:
—Es parcial —levantó la bolsa de plástico.
—¿Podría ser de la mujer?
—No, yo le tomé sus impresiones dactilares. Nos llevó tiempo encontrar sus manos. Pero la huella definitivamente no es de ella.
—Mel —dijo Rhyme.
El técnico puso la porción de cinta de embalar en un bastidor SuperGlue y calentó el aparato. Inmediatamente se hizo visible una porción de la huella.
Cooper sacudió la cabeza:
—No puedo creerlo —murmuró.
—¿Qué?
—El Bailarín limpió la cinta. Debió darse cuenta de que la tocó sin guantes. Queda solo un pedacito de una izquierda parcial.
Al igual que Rhyme, Cooper era miembro de la Asociación Internacional de Identificación. Eran expertos en realizar identificaciones a partir de huellas dactilares, el ADN y restos dentales. Pero aquella huella en particular, como la que estaba en el borde de metal de la bomba, se hallaba fuera de sus posibilidades. Si algún experto podía encontrar y clasificar una huella, sería alguno de los dos. Pero no esta huella.
—Imprímela y pégala —musitó Rhyme—. En la pared.
Seguirían con los procedimientos habituales porque eso era lo que tenía que hacerse. Pero Rhyme se sentía muy frustrado. Sachs había estado a punto de morir por nada.
Edmond Locard, el famoso criminalista francés, enunció un principio que lleva su nombre. Dijo que en cualquier encuentro entre el criminal y la víctima hay un intercambio de pruebas. Aunque fuera microscópica, siempre había una transferencia. Sin embargo, a Rhyme le parecía que si alguien podía desmentir el Principio de Locard, ese era el fantasma al que llamaban Bailarín de la Muerte.
Sellitto, al ver la frustración en la cara de Rhyme, dijo:
—Hemos montado la trampa en la comisaría. Si tenemos suerte, lo atraparemos.
—Esperemos que funcione. Nos hace falta un poco de suerte.
Cerró los ojos y apoyó la cabeza en la almohada. Un momento más tarde, escuchó que Thom decía:
—Son casi las once. Tiempo de ir a la cama.
Hay ocasiones en las que resulta fácil descuidar el cuerpo. Hasta olvidar que tenemos cuerpo, tiempos en los que hay vidas en peligro y tenemos que olvidar nuestro descanso y seguir trabajando, trabajando, trabajando. Debemos ir mucho más allá de nuestras normales limitaciones. Pero Lincoln Rhyme tenía un cuerpo que no toleraba la negligencia. Las úlceras de decúbito podían provocarle sepsis y envenenamiento de la sangre. El fluido en los pulmones, neumonía. Tenían que ponerle un catéter en la vejiga, masajearle el vientre para estimular las deposiciones, hasta controlar que las botas Spenco no estuviesen demasiado ajustadas, pues la consecuencia podría ser un ataque de disrreflexia. De hecho, podía provocarlo el simple cansancio.
Demasiadas formas de morir…
—Te vas a la cama —dijo Thom.
—Tengo que…
—Dormir. Tienes que dormir.
Rhyme estuvo de acuerdo; estaba cansado, muy cansado.
—Muy bien, Thom. Muy bien —dirigió la silla de ruedas hacia el ascensor—. Una cosa —miró hacia atrás—. ¿Podrías subir dentro de unos minutos, Sachs?
Ella asintió y observó cómo se cerraba la puerta del ascensor.
*****
Lo encontró tumbado en la Clinitron.
Sachs había esperado diez minutos para darle tiempo a realizar las rutinas de antes de acostarse; Thom le había puesto el catéter y le había cepillado los dientes. Sachs sabía que Rhyme hablaba sin eufemismos y que poseía la falta de pudor de un inválido. Pero también sabía que había cosas que no quería que ella presenciara.
Empleó ese tiempo para darse una ducha en el baño de abajo, vestirse con ropas limpias que Thom le guardaba en la lavandería del sótano.
Las luces estaban bajas. Rhyme se frotaba la cabeza contra la almohada como un oso se rasca el lomo contra un árbol. La Clinitron era la cama más cómoda del mundo; pesaba media tonelada y consistía en una plancha maciza que contenía cuentas de cristal entre las cuales fluía aire caliente.
—Ah, Sachs, trabajaste muy bien hoy.
Si no fuera porque gracias a mí Jerry Banks perdió el brazo.
Y dejé que el Bailarín huyera.
Se encaminó hacia el bar y se sirvió un vaso de Macallan. Levantó una ceja.
—Claro —dijo Rhyme—. Leche materna, ambrosía…
Ella se quitó los zapatos reglamentarios y se levantó la blusa para ver el moratón.
—Ay —exclamó Rhyme.
El moratón tenía la forma del estado de Missouri y estaba tan oscuro como una berenjena.
—No me gustan las bombas —dijo—. Nunca estuve tan cerca de una como hoy. Y no me gustan.
Abrió su bolso, buscó y tragó tres aspirinas sin agua (una habilidad que los artríticos aprenden enseguida). Caminó hacia la ventana. Allí estaban los halcones peregrinos. Hermosas aves. No eran grandes. Medían treinta y cinco, cuarenta centímetros. Un tamaño pequeño para un perro. Pero para un ave… tremendamente intimidante. Sus picos eran como las garras de una criatura salida de alguna película de ciencia ficción.
—¿Estás bien, Sachs? ¿Me dices la verdad?
—Estoy bien.
Volvió a la silla y tomó unos sorbos del ardiente licor.
—¿Quieres quedarte esta noche? —le preguntó Rhyme.
Algunas veces Sachs había pasado la noche allí. A veces en el diván, a veces en la cama, al lado de Rhyme. Quizá fuera el aire fluidificado de la Clinitron, quizá fuera el simple acto de reposar cerca de otro ser humano, no sabía la razón, pero nunca dormía mejor que cuando lo hacía allí. No había disfrutado de la cercanía de otro hombre desde que dejara de ver a Nick, su novio más reciente. Ella y Rhyme solían descansar juntos y hablar. Ella hablaba de coches, de competiciones de tiro, de su madre y su ahijada. De la vida plena de su padre, y de su triste y prolongada agonía. Le contaba muchas más cosas que él a ella, pero no le importaba. A Sachs le gustaba oírle decir lo que quisiera. Su mente era sorprendente. Le contaba historias de Nueva York, de casos de la Mafia sobre los cuales la gente nunca había oído hablar. De escenas de crimen tan limpias que resultaban desalentadoras hasta que los investigadores encontraban justo la mota de polvo, la uña, la gota de saliva, el pelo o la fibra que revelaba quién era el criminal o dónde vivía —bueno, revelaba esos datos a Rhyme, no necesariamente a nadie más—. No, su mente no descansaba nunca. Sachs sabía que antes del accidente solía vagabundear por las calles de Nueva York buscando muestras de suelo, hierbas, plantas o rocas, objetos que le ayudara a resolver casos. Parecía que esa inquietud se había trasladado de sus piernas inútiles a su mente, que vagaba por la ciudad, en su imaginación, hasta altas horas de la noche.
Pero aquella noche era diferente. Rhyme estaba distraído. A Sachs no le importaba que estuviera de mal humor, algo muy conveniente dado que a menudo estaba así. Pero no le gustaba que tuviera la mente en otra parte. Se sentó al borde de la cama.
Rhyme comenzó a hablar de lo que aparentemente era la razón por la que la había llamado.
—Sachs… Lon me lo contó. Me habló de lo que pasó en el aeropuerto.
Ella se encogió de hombros.
—No hay nada que hubieras podido hacer excepto dejar que te matara. Hiciste lo correcto al buscar refugio. El Bailarín disparó un tiro para mejorar su puntería y te hubiera dado con el segundo disparo.
—Tuve dos o tres segundos. Podría haberle dado. Sé que hubiera podido.
—No seas imprudente, Sachs. Esa bomba…
Ella le lanzó una mirada tan intensa que le hizo callar:
—Quiero atraparlo a toda costa. Y tengo la sensación de que tú tienes las mismas ganas que yo. Creo que también te arriesgarías. Quizá te estás arriesgando —añadió con aire misterioso.
Sus palabras provocaron una reacción mayor de lo que había esperado. Rhyme parpadeó y miró para otro lado. Pero no dijo nada más y tomó unos tragos de whisky.
En un impulso, ella dijo:
—¿Puedo preguntarte algo? Si no quieres, puedes decirme que me calle.
—Vamos, Sachs. ¿Tenemos secretos, tú y yo? No lo creo.
—Recuerdo que una vez te estaba hablando de Nick. De cómo lo quería y todo eso. Lo que pasó entre nosotros fue tan fuerte…
Él asintió.
—Y te pregunté si tú habías querido a alguien de esa manera, quizá a tu mujer. Y tú me contestaste que sí, pero no a Blaine. —Levantó la vista y lo miró.
Rhyme se recuperó rápido, pero no lo suficiente. Ella se dio cuenta de que había tocado un punto muy sensible.
—Me acuerdo —respondió Rhyme.
—¿Quién era ella? Mira, si no quieres hablar de eso…
—No me importa. Su nombre era Claire. Claire Trilling. ¿Qué te parece ese apellido?[37]
—Probablemente tuvo que aguantar en la escuela las mismas estupideces que yo. Amelia Sex. Amelia Sucks[38]… ¿Cómo la conociste?
—Bueno… —Se rió de las pocas ganas que tenía de seguir hablando—. En el departamento.
—¿Era policía? —Sachs se mostró sorprendida.
—Sí.
—¿Qué pasó?
—Era una… relación difícil —Rhyme sacudió la cabeza con pena—. Yo estaba casado, ella estaba casada, evidentemente, no entre nosotros.
—¿Hijos?
—Ella tenía una hija.
—De manera que rompisteis…
—No hubiera funcionado, Sachs. Oh, Blaine y yo estábamos destinados a divorciarnos, o a matarnos mutuamente. Pero era sólo cuestión de tiempo. Pero Claire… estaba preocupada por su hija, tenía miedo de que su marido se quedara con la niña si se divorciaban. Ella no le quería, pero era un buen hombre. Quería mucho a la niña.
—¿La conoces?
—¿A la hija? Sí.
—¿La ves de vez en cuando? ¿A Claire?
—No. Eso pertenece al pasado. Ya no está en la policía.
—¿Rompiste después de tu accidente?
—No, no, antes.
—Ella sabe lo que te pasó, ¿verdad?
—No —dijo Rhyme después de vacilar un instante.
—¿Por qué no se lo dijiste?
Una pausa.
—Hubo razones… Qué curioso que saques el tema ahora. No he pensado en ella en años.
Esbozó una sonrisa, y Sachs sintió un dolor que la recorrió por entero, un dolor verdadero como el provocado por el golpe que le dejó un moratón con la forma del estado de Missouri. Porque lo que Rhyme estaba diciendo era mentira. Oh, él había estado pensando en esa mujer. Sachs no creía en la intuición femenina, pero sí en la intuición de un policía; había patrullado las calles demasiado tiempo como para desechar ideas perspicaces como ésta. Sabía que Rhyme había estado pensando en la señora Trilling.
Sus sentimientos eran ridículos, por supuesto. No tenía paciencia con los celos. No se había sentido celosa del trabajo de Nick, que era un agente secreto y pasaba semanas en la calle. No se había sentido celosa de las prostitutas y muñecas rubias con las que Nick bebía en sus misiones.
¿Y más allá de los celos, qué podía esperar Sachs que sucediera con Rhyme? Le había hablado de él a su madre muchas veces. Y la cautelosa anciana solía decir algo como: «Está muy bien que seas amable con un inválido».
Lo que resumía en pocas palabras todo lo que su relación podía ser. Todo lo que debía ser.
Resultaba más que ridículo.
Pero estaba celosa. Y no de Claire.
Estaba celosa de Percey Clay.
Sachs no podía olvidar el aspecto que tenían juntos cuando los vio sentados uno al lado del otro en aquel mismo cuarto, por la mañana.
Más whisky. Pensó en las noches que ella y Rhyme habían pasado allí, hablando de los casos, bebiendo aquel licor tan bueno.
Oh, fantástico. Ahora me vuelvo sensiblera. Este sí que es un sentimiento maduro. Quiero hacer algo para que desaparezca.
Pero por el contrario le ofreció a ese sentimiento un poco más de licor.
Percey no era una mujer atractiva, pero eso no significaba nada; Sachs había tardado una semana en Chantelle, la agencia de modelos de Madison Avenue donde trabajó varios años, en comprender la falacia de la belleza. A los hombres les gusta mirar a las mujeres espléndidas, pero no hay nada que les intimide más.
—¿Quieres otro trago?
—No.
Sin pensar, Sachs se reclinó y apoyó la cabeza en la almohada de Rhyme. Es curioso cómo nos adaptamos a las cosas, pensó. Rhyme no podía, por supuesto, acercarla a su pecho y pasarle un brazo alrededor. Pero el gesto equivalente consistía en ladear la cabeza y acercarla así a la de ella. De esta forma se habían dormido varias veces.
Sin embargo, aquella noche ella percibía una rigidez, una cautela.
Sintió que lo estaba perdiendo. Y todo lo que podía hacer era tratar de estar más cerca. Tan cerca como fuera posible.
Una vez Sachs confió a su amiga Amy, la madre de su ahijada, cuáles eran sus sentimientos respecto a Rhyme. La chica se sintió intrigada por la índole de la atracción y reflexionó: «Quizá sea eso, sabes, el que no puede moverse. Es un hombre pero no tiene ningún control sobre ti. Quizá en eso resida su atractivo sexual».
Pero Sachs sabía que era justo lo contrario. El atractivo sexual residía en que era un hombre con un completo control, a pesar de que no se podía mover.
Fragmentos de sus palabras pasaron flotando mientras él hablaba de Claire y luego del Bailarín. Ella echó la cabeza hacia atrás y miró sus finos labios.
Sus manos empezaron a moverse.
Rhyme no podía sentir nada pero podía ver sus dedos perfectos, con sus dañadas uñas, que se deslizaban por su pecho y luego hacia abajo por su suave cuerpo. Thom le obligaba a realizar una selección de ejercicios físicos pasivos y a pesar de que Rhyme no era musculoso tenía el cuerpo de un joven. Era como si su proceso de envejecimiento se hubiera detenido el día del accidente.
—¿Sachs?
Su mano descendió más.
Ahora su respiración se hizo más agitada. Retiró la sábana. Thom había vestido a Rhyme con una camiseta. Sachs la levantó y le acarició el pecho. Luego se quitó su propia camiseta, se desabrochó el sostén y apretó su piel acalorada contra la piel pálida de él. Suponía que estaría fría, pero no era así. Estaba más caliente que la de ella. Se frotó con más fuerza.
Lo besó una vez en la mejilla, luego en la comisura de la boca, luego directamente en los labios.
—Sachs, no… Escúchame. No.
Nunca se lo contó a Rhyme, pero hacía unos meses había comprado un libro llamado El Amante Minusválido. Se sorprendió al leer que hasta los tetrapléjicos pueden hacer el amor y engendrar hijos. El desconcertante órgano masculino literalmente tiene una mente propia, y la sección de la médula espinal sólo elimina un tipo de estímulo. Los hombres discapacitados podían mantener erecciones perfectamente normales. Es cierto que no percibiría sensaciones, pero, para ella, la culminación física era sólo una parte del acontecimiento, a menudo una parte menor. Era la intimidad lo que contaba, una emoción que ni siquiera un millón de orgasmos fingidos en las películas podía remedar. Sospechó que Rhyme podía pensar igual que ella.
Lo besó de nuevo. Más intensamente.
Después de un momento de vacilación, él le contestó el beso. No la sorprendió que lo hiciera muy bien. Después de sus ojos oscuros, fueron sus labios perfectos la primera cosa que le había atraído de él.
Entonces Rhyme retiró la cara.
—No, Sachs, no…
—Shh, tranquilo…
Puso sus manos debajo de la manta y empezó a frotar y acariciar.
—Es sólo que…
¿Qué era que? Se preguntó Sachs. ¿Que las cosas podrían no funcionar?
Pero las cosas funcionaban muy bien. Ella notó que su miembro se iba endureciendo bajo sus caricias y que respondía mejor que algunos de los amantes más viriles que había tenido.
Se deslizó encima de él y apartó con los pies las sábanas y la manta, se inclinó y lo besó de nuevo. Oh, como quería estar así, cara a cara, tan cerca como pudiera. Hacerle comprender que lo consideraba su hombre perfecto. Integro en su estado.
Se soltó el cabello y dejó que cayera sobre él. Se inclinó y lo besó de nuevo.
Rhyme respondió a su beso. Juntaron sus labios durante lo que pareció un minuto interminable.
Luego, de repente, Rhyme sacudió la cabeza, con tanta violencia que ella pensó que podía tener un ataque de disrreflexia.
—¡No! —murmuró.
Sachs esperaba que dijera Oh, no es una buena idea… con un tono juguetón, apasionado, o, en el peor de los casos, algo mariposón. Pero Rhyme sonó débil. El hueco sonido de su voz le llegó al alma. Se retiró y apretó una almohada contra sus pechos.
—No, Amelia. Lo siento. No.
La cara de Sachs ardía de vergüenza. Todo lo que pudo pensar fue en las veces en que había salido con algún amigo y de repente se había quedado horrorizada al sentir que empezaba a toquetearla como un adolescente. Su voz había manifestado la misma consternación que ahora sentía en la de Rhyme.
De manera que eso era todo lo que ella era para él, comprendió al fin.
Un socio. Un colega. Un amigo con mayúsculas.
—Lo siento, Sachs… No puedo. Hay complicaciones.
¿Complicaciones? Ninguna que ella pudiera ver, excepto, por supuesto, el hecho de que no la amaba.
—No, yo lo siento —dijo con brusquedad—. Soy una estúpida. Tomé demasiado de ese maldito whisky. Nunca pude aguantar esa bebida. Lo sabes.
—Sachs…
Ella mantuvo una tersa sonrisa en su rostro mientras se vestía.
—Sachs, déjame decirte algo.
—No —no quería oír una sola palabra.
—Sachs…
—Me tengo que ir. Volveré temprano.
—Quiero decirte algo.
Pero Rhyme nunca tuvo ocasión de decir nada, ya fuera una explicación, una disculpa o una confesión. O una conferencia.
Fueron interrumpidos por unos fuertes golpes en la puerta. Antes que Rhyme pudiera preguntar quién era, Lon Sellitto irrumpió en el cuarto.
Miró a Sachs sin juzgarla, luego de nuevo a Rhyme y anunció:
—Acabo de hablar con los hombres de Bo en la comisaría Veinte. El Bailarín estuvo allí, al acecho. ¡El hijo de puta mordió el anzuelo! Vamos a atraparlo, Lincoln. Esta vez vamos a atraparlo.
*****
—Hace un par de horas —siguió contando el detective— algunos de los muchachos de S&S vieron a un hombre blanco dando un paseo alrededor del edificio de la comisaría. Se zambulló en un callejón; parecía que estaba controlando a los guardias. Luego lo vieron mirando con unos prismáticos el surtidor de gasolina cercano a la comisaría.
—¿Surtidor de gasolina? ¿Para las RMP[39]?
—Correcto.
—¿Lo siguieron?
—Lo intentaron. Pero desapareció antes de que se le acercaran.
Rhyme notó que Sachs se abrochaba discretamente el botón superior de su blusa… Tenía que hablar con ella sobre lo sucedido. Tenía que hacerle comprender. Pero considerando lo que Sellitto estaba diciendo, esa charla tendría que esperar.
—Todavía hay noticias mejores. Hace media hora, recibimos el informe del robo de un camión del Rollins Distributing, en el Upper West Side cerca del río. Distribuyen gasolina a estaciones de servicio independientes. Un tipo cortó la valla metálica. El guardia lo escuchó y fue a investigar. El ladrón le pilló por sorpresa y le dio una tremenda paliza. Luego se fue con uno de los camiones.
—¿Rollins es la compañía que provee de gasolina al departamento?
—No, pero ¿quién podría saberlo? El Bailarín conduce el camión hasta la comisaría Veinte, a los guardias no les parece sospechoso y permiten que entre y acto seguido…
—El camión explota —le interrumpió Sachs.
Sellitto se detuvo en seco.
—Yo creía que sólo lo utilizaría para entrar. ¿Estás pensando en una bomba?
Rhyme asintió, muy serio. Enfadado consigo mismo. Sachs tenía razón.
—Nos pasamos de listos. Nunca se me ocurrió que trataría de hacer algo así. Dios, un camión cisterna llega a ese vecindario…
—¿Una bomba de fisión?
—No —dijo Rhyme—. No creo que tenga tiempo de fabricarla. Pero todo lo que necesita es una carga AP en un costado de un pequeño camión cisterna y ya tiene un artefacto con un efecto incrementado por la gasolina. Podría destruir la comisaría por completo. Tenemos que evacuar a todos. Sin barullo.
—Sin barullo —musitó Sellitto—. Eso sí que será fácil.
—¿Cómo está el guardia de la distribuidora? ¿Puede hablar?
—Puede, pero lo golpeó desde atrás. No vio nada.
—Bueno, al menos quiero sus ropas. Sachs —ella lo miró—, ¿podrías llegarte hasta el hospital y traerlas? Tú sabes cómo embalarlas para conservar las huellas. Y luego examina la escena donde robó el camión.
Quería saber cuál sería su respuesta. No le habría sorprendido si Sachs se daba la vuelta y salía por la puerta. Pero vio en su rostro tranquilo y hermoso que se sentía exactamente como él: aliviada porque el Bailarín hubiera intervenido para cambiar el curso desastroso de esa noche.
*****
Por fin, por fin, hubo un poco de la suerte que Rhyme había deseado.
Una hora después Amelia Sachs estaba de vuelta. Traía una bolsa de plástico que contenía un corta alambres.
—Lo encontré cerca de la valla metálica. El guardia debe haber sorprendido al Bailarín y éste lo dejó caer.
—¡Sí! —gritó Rhyme—. Nunca ha cometido un error como éste. Quizá se está volviendo descuidado… Me pregunto qué pudo asustarlo.
Rhyme miró el corta alambres. Por favor, rezó en silencio, que haya alguna huella.
Pero un somnoliento Mel Cooper, que había estado durmiendo en uno de los pequeños cuartos de la planta superior, examinó cada milímetro cuadrado de la herramienta. No encontró ni una huella.
—¿Nos dice algo? —preguntó Rhyme.
—Es un modelo Craftsman, lo mejor en su línea, que se vende en todas las tiendas Sears del país. Y también los puedes encontrar en garajes y depósitos de chatarra por un par de dólares.
Rhyme resopló enfadado. Miró al corta alambres durante un momento y luego preguntó.
—¿Marcas en la herramienta?
Cooper lo miró con curiosidad. Las marcas de herramienta son impresiones definidas dejadas en las escenas de crimen por las herramientas que utilizan los criminales, destornilladores, alicates, ganzúas, palancas, antenas y cosas parecidas. Una vez Rhyme había relacionado un ladrón con la escena de un crimen a partir de una pequeña muesca en forma de «V» en la chapa de bronce de una cerradura. La muesca coincidía con la imperfección de un escoplo hallado en la mesa de trabajo del hombre. Sin embargo, en este caso tenían la herramienta, no las marcas que pudiera haber hecho. Cooper no entendía a qué marcas de herramienta se refería Rhyme.
—Estoy hablando de marcas en el filo —dijo con impaciencia—. Quizá el Bailarín ha estado cortando algo definido, algo que nos diga dónde se esconde.
—Oh —Cooper lo examinó de cerca—. Está mellado, pero echa un vistazo… ¿Ves algo inusual?
Rhyme no veía nada.
—Raspa el filo y el mango. Mira si hay algún residuo.
Cooper pasó las raspaduras por el cromatógrafo de gas.
—Uf —murmuró mientras miraba los resultados—. Escucha esto. Residuos de RDX, asfalto y rayón.
—La mecha detonante —dijo Rhyme.
—¿La cortó con cizallas? —preguntó Sachs—. ¿Se puede hacer eso?
—Oh, es muy estable —dijo Rhyme distraído, pensando en lo que cuatro mil litros de gasolina en llamas podían provocar en el barrio que rodeaba la comisaría Veinte.
Debería haber hecho que se fueran Percey y Brit Hale, pensaba. Haberles puesto una custodia de protección y enviarlos a Montana hasta la reunión del gran jurado. Es una locura lo que estoy haciendo, la idea de la trampa.
—¿Lincoln? —Preguntó Sellitto—. Tenemos que encontrar ese camión.
—Tenemos un poco de tiempo —dijo Rhyme—. No va a tratar de llegar hasta la mañana. Necesita cubrirse con el cuento de la entrega. ¿Algo más, Mel? ¿Algo en los rastros?
Cooper escaneó el filtro de la aspiradora.
—Tierra y ladrillo. Espera… aquí hay algunas fibras. ¿Las paso por el cromatógrafo?
—Sí.
El técnico se inclinó sobre la pantalla cuando llegaron los resultados.
—Vale, vale, son fibras vegetales. Encajan con papel. Y estoy viendo un compuesto… NH cuatro OH.
—Hidróxido de amonio —dijo Rhyme.
—¿Amonio? —Preguntó Sellitto—. Quizá te equivoques respecto a la bomba de fisión.
—¿Algún aceite? —preguntó Rhyme.
—Ninguno.
—¿La fibra con el amonio —continuó Rhyme—, salió del mango del corta alambres?
—No. Son de las ropas del guardia que golpeó.
¿Amonio? Se preguntó Rhyme. Pidió a Cooper que mirara una de las fibras a través del microscopio electrónico.
—Con gran aumento. ¿Cómo está unido el amonio?
La pantalla se encendió. La hebra de la fibra apareció como el tronco de un árbol.
—Fundido con el calor, supongo.
Otro misterio. Papel y amonio…
Rhyme miró el reloj. Eran las 2.40 de la madrugada.
De repente se dio cuenta de que Sellitto le había hecho una pregunta. Irguió la cabeza.
—Dije —repitió el detective— si crees que debemos comenzar a evacuar a todo el mundo que esté alrededor de la comisaría. Quiero decir, mejor ahora que esperar hasta que esté cercana la hora del ataque.
Durante un largo momento Rhyme observó el tronco azulado de la fibra en la pantalla del SEM. Luego abruptamente respondió:
—Sí. Tenemos que sacar a todo el mundo. Evacuar los edificios alrededor de la comisaría. Los cuatro bloques de cada lado y en la calle del frente.
—¿Tantos? —Preguntó Sellitto con una débil risa—. ¿Realmente piensas que debemos hacerlo?
Rhyme levantó la vista hacia el detective:
—No, cambié de opinión. Toda la manzana. Tenemos que evacuar toda la manzana. Inmediatamente. Y haz que vengan Haumann y Dellray. No me importa donde estén. Los quiero aquí ahora.