Capítulo 13: Hora 6 de 45

—Muchas pruebas, muy bien.

Rhyme miró con aprobación las bolsas plásticas que Sachs había traído de las escenas del crimen del aeropuerto.

Las pruebas eran entonces las piezas favoritas de Rhyme: los trozos y pedacitos, a menudo microscópicos, dejados por los asesinos en las escenas de crimen, o cogidos allí involuntariamente por ellos. Eran restos de pruebas que ni el más listo de los criminales hubiera pensado en colocar ni alterar, y eran pruebas que ni los más hábiles hubieran podido eliminar.

—¿La primera bolsa, Sachs? ¿De dónde proviene?

Ella hojeó sus anotaciones enfadada.

¿Qué le corroía? Pensó Rhyme. Notaba que algo no andaba bien. Quizá tuviera que ver con su enojo con Percey Clay, quizá con su preocupación por Jerry Banks. O quizá no fuera ni lo uno ni lo otro. Por su gélida actitud se daba cuenta de que ella no quería hablar del asunto. Él tampoco estaba demasiado dispuesto. Había que atrapar al Bailarín y, por el momento, aquélla era la única prioridad.

—Esto es del hangar donde el Bailarín esperó al avión. —Levantó dos de las bolsas. Señaló con la cabeza otras tres—. Ésta es del nido del francotirador. Ésta de la furgoneta del pintor. Y ésta de la furgoneta de productos alimenticios.

—¡Thom, Thom! —gritó Rhyme, sobresaltando a todos los que estaban en el cuarto.

El asistente apareció en el umbral:

—¿Sí? —dijo muy digno—. Estoy tratando de preparar algo de comida.

—¿Comida? —preguntó Rhyme, exasperado—. No necesitamos comer. Necesitamos más diagramas. Escribe: «EC-2, Hangar». Sí, «EC-2, Hangar». Está bien. Luego otra: «EC-3». Es de donde disparó, su montículo de hierba.

—¿Debo escribir eso? «¿Montículo de hierba?».

—Por supuesto que no. Es una broma. Tengo sentido del humor, sabes. Escribe: «EC-3, Nido del Francotirador». Ahora miremos primero el hangar. ¿Qué tenéis?

—Trozos de cristal —dijo Cooper, y desparramó el contenido en una cubeta de porcelana como si fuera un mercader de diamantes.

—Y algunos vestigios aspirados, unas pocas fibras del alféizar de la ventana —añadió Sachs—. No hay BF.

Se refería a los bordes de fricción de huellas, dactilares o de las palmas.

—Tiene mucho cuidado con las huellas —dijo Sellitto, desanimado.

—Ya, pero eso es alentador —dijo Rhyme, irritado (lo normal en él) porque nadie sacaba conclusiones con tanta rapidez como él.

—¿Por qué? —preguntó el detective.

—¡Tiene cuidado porque está fichado en alguna parte! De manera que cuando encontremos efectivamente una huella, tendremos una buena oportunidad de identificarlo. Vale, vale, las huellas en los guantes de algodón no sirven… No hay huellas de las botas porque desparramó grava en el suelo del hangar. Es muy listo. Pero si fuera estúpido nadie nos necesitaría, ¿verdad? Bueno, ¿qué nos dice el cristal?

—¿Qué podría decirnos —preguntó Sachs secamente—, excepto que rompió la ventana para entrar al hangar?

—Me lo pregunto —dijo Rhyme—. Miremos un poco.

Mel Cooper montó varios fragmentos sobre un portaobjetos y los colocó bajo la lente del microscopio de luz polarizada de bajo aumento. Encendió la video cámara para enviar la imagen al ordenador de Rhyme.

El criminalista se acercó en su silla.

—Línea de comandos —ordenó. Al oír su voz, el ordenador hizo aparecer un menú en la brillante pantalla. Rhyme no podía controlar el microscopio por sí mismo, pero podía capturar la imagen en la pantalla y manipularla (aumentarla o disminuirla, por ejemplo)—. Cursor izquierdo. Doble click.

Rhyme se inclinó hacia delante con esfuerzo, perdido en las auras irisadas de la refracción.

—Parece un cristal normal PPG[30] para ventanas, de poca resistencia.

—De acuerdo —dijo Cooper y luego observó—: No hay astillas. Lo rompió con un objeto contundente. Quizá su codo.

—Hum, puede ser. Mira las concoides, Mel.

Cuando alguien rompe una ventana, el cristal estalla en una serie de roturas concoides, o líneas de fractura curvas. Se puede determinar por la forma de las curvas de qué dirección provino el golpe.

—Las veo —dijo el técnico—. Fracturas normales.

—Mira la suciedad —dijo Rhyme abruptamente—. En el cristal.

—La veo. Depósitos de agua de lluvia, barro, residuos de combustible.

—¿De qué lado del cristal está la suciedad? —preguntó Rhyme con impaciencia. Cuando dirigía el IRD, una de las quejas de los oficiales bajo su mando era que actuaba como una institutriz. Rhyme lo consideraba un cumplido.

—Es… oh —Cooper comprendió—. ¿Cómo puede ser?

—¿Qué? —preguntó Sachs.

Rhyme le explicó que las fracturas concoides comenzaban en el lado limpio del cristal y terminaban en el lado sucio.

—Estaba dentro cuando rompió el cristal.

—Pero eso no puede ser —protestó Sachs—. El cristal estaba dentro del hangar. Él… —se detuvo y asintió—. Quieres decir que lo rompió, luego lo recogió y lo tiró dentro con la grava. ¿Pero, por qué?

—La grava no era para evitar las huellas de los pies. Era para engañarnos y que creyéramos que entró. Pero realmente estaba dentro del hangar y salió. Interesante —el criminalista pensó un momento y luego gritó—: Examina ese vestigio. ¿Contiene algo de bronce? ¿Algo de bronce con grafito?

—Una llave —dijo Sachs—. Estás pensando que alguien le dio una llave para entrar al hangar.

—Eso es exactamente lo que estoy pensando. Hay que localizar al que posee o alquila el hangar.

—Llamaré —dijo Sellitto y abrió su teléfono móvil.

Cooper miró por el ocular de otro microscopio. Le había dado mucho aumento.

—Aquí estamos —dijo—. Mucho grafito y bronce. También me parece que hay algo de aceite tres-en-uno. De manera que era una cerradura vieja. Tuvo que manipularla.

—¿O…? —le sopló Rhyme—. ¡Vamos, piensa!

—¡O tenía una llave recién hecha! —soltó Sachs.

—¡Cierto! Bastante pegajosa. Bien. ¡Thom, el diagrama, por favor! Escribe: «Acceso con llave».

Con su esmerada caligrafía, el asistente escribió las palabras.

—Ahora, ¿qué más tenemos? —Rhyme aspiró y expiró y se acercó al ordenador. Calculó mal, se dio contra él, y casi tiró al suelo el monitor.

—Maldita sea —murmuró.

—¿Estás bien? —preguntó Sellitto.

—Bien, estoy bien —espetó—. ¿Algo más? —preguntó—. ¿Algo más?

Cooper y Sachs depositaron con un cepillo el resto de los vestigios en una hoja de periódico. Se pusieron los anteojos de aumento y los examinaron. Cooper levantó varias motas con una sonda y las colocó en un portaobjetos.

—Bien —dijo—. Tenemos fibras.

Un momento después, Rhyme miraba los pequeños fragmentos en la pantalla de su ordenador.

—¿Qué piensas, Mel? ¿Papel, verdad?

—Sí.

Hablando por su micrófono, Rhyme ordenó a su ordenador que se desplazara a través de las imágenes microscópicas de las fibras.

—Parecen de dos tipos diferentes. Unas son blancas o color de ante. Las otras tienen un tinte verde.

—¿Verde? ¿Dinero? —sugirió Sellitto.

—Posiblemente.

—¿Tienes suficientes como para pasar algunas por el cromatógrafo de gas? —preguntó Rhyme. El aparato destruía las fibras.

Cooper dijo que tenía suficientes y procedió a examinar varias de ellas.

—No hay algodón, ni sosa, sulfito o sulfato —leyó en la pantalla del ordenador.

Eran elementos químicos que se agregaban a la pulpa en el proceso de fabricar papel de alta calidad.

—Es papel barato. Y el tinte es soluble en agua. No hay tinta con una base de aceite.

—De manera que —anunció Rhyme— no es dinero.

—Probablemente se trata de papel reciclado —dijo Cooper.

Rhyme amplió nuevamente la imagen. Ahora la matriz era grande y se perdían los detalles. Se sintió momentáneamente frustrado y deseó mirar por el ocular verdadero de un microscopio de luz polarizada. No había nada como la nitidez de una buena lente.

Entonces vio algo.

—¿Y esas manchas amarillas, Mel? ¿Pegamento?

El técnico miró por el ocular del microscopio y anunció:

—Sí. Parece pegamento de sobre.

De manera que posiblemente se le hubiera entregado la llave al Bailarín en un sobre. ¿Pero qué significaba el papel verde? Rhyme no tenía idea.

Sellitto cerró su teléfono:

—Hablé con Ron Talbot de Hudson Air. Hizo unas llamadas. Adivina quién alquila ese hangar donde esperó el Bailarín.

—Phillip Hansen —dijo Rhyme.

—Sí.

—Estamos preparando un buen caso —comentó Sachs.

Es cierto, pensó Rhyme, si bien su meta no era entregar al Bailarín al fiscal de distrito, preparar un caso sin fisuras. No, lo que quería era ver la cabeza de aquel hombre en una pica.

—¿Algo más?

—Nada.

—Vale, vayamos a la otra escena. El nido de francotirador. Ahí estaba bajo mucha presión. Quizá tuvo algún descuido.

Pero, por supuesto, el Bailarín no se descuidó.

No había casquillos de los proyectiles.

—Esta es la razón —dijo Cooper, examinando los vestigios al microscopio—. Fibras de algodón: utilizó un paño de cocina para recoger los casquillos.

Rhyme asintió:

—¿Huellas de pies?

—No —Sachs les explicó que el Bailarín había caminado alrededor del barro delator, pisando sobre la hierba hasta cuando corría hacia la furgoneta de productos alimenticios para escapar.

—¿Cuántos BF encontraste?

—Ninguno en el nido de francotirador —explicó Sachs—. Cerca de doscientos en las dos furgonetas.

Si usaban AFIS —el sistema de identificación automática de huellas dactilares que relacionaba las bases de datos criminales, militares y de empleados públicos digitalizadas de todo el país— podría identificar todas las huellas dactilares, aunque les llevaría mucho tiempo. Pero, obsesionado como estaba Rhyme por encontrar al Bailarín, no se molestó en hacer un pedido a AFIS. Sachs informó que también había hallado huellas de los guantes de algodón en las furgonetas; por sus relieves de fricción, las huellas de dentro de los vehículos no pertenecerían al Bailarín.

Cooper vació la bolsa de plástico en una bandeja de examen. Sachs y él observaron los contenidos.

—Suciedad, hierbas, piedritas… Aquí hay algo. ¿Puedes ver esto, Lincoln? —Cooper montó otro portaobjetos.

—Pelos —dijo— inclinado sobre su propio microscopio—. Tres, cuatro, seis, nueve… una docena. Parecen de médula continua.

La médula es un canal que corre a lo largo de la hebra de algunos tipos de pelo. En los seres humanos, la médula no existe o está fragmentada. Una médula continua indica que el pelo es de animal.

—¿Qué piensas, Mel?

—Los veré por el microscopio electrónico. —Cooper colocó la escala en quinientos aumentos y ajustó los controles hasta que uno de los pelos estuvo en el centro de la pantalla. Era un tallo blancuzco con escamas puntiagudas que se asemejaban a la cáscara de piña.

—Gato —anunció Rhyme.

—Gatos, plural —lo corrigió Cooper, mirando nuevamente por el microscopio compuesto—. Parece que tenemos uno blanco y otro manchado. Ambos de pelo corto. Luego un pelo leonado, largo y fino. Un persa o algo así.

—No creo que el Bailarín tenga el perfil de un amante de los animales —bufó Rhyme—. O se hace pasar por alguien que tiene gatos o se aloja con alguien que los posee.

—Más pelo —anunció Cooper y montó un portaobjetos en el microscopio compuesto—. Humano. Es… espera, dos hebras de cerca de quince centímetros de largo.

—Se está quedando calvo, ¿eh? —comentó Sellitto.

—¿Quién sabe? —dijo Rhyme con escepticismo. Sin el bulbo adjunto, es imposible determinar el sexo de la persona que perdió el pelo. También era imposible calcular la edad, excepto en el caso de los niños.

—Quizá se trate de un pelo del pintor —sugirió Rhyme—… ¿Sachs? ¿Tenía el pelo largo?

—No. Cortado al rape. Y era rubio.

—¿Qué piensas, Mel?

El técnico examinó el pelo en su longitud.

—Ha sido teñido.

—Se conoce al Bailarín por su habilidad para cambiar de aspecto —dijo Rhyme.

—No lo sé, Lincoln —dijo Cooper—. El color es similar a un tono natural. Se podría pensar que si hubiera querido cambiar su identidad hubiera elegido un color bien diferente. Espera, veo dos colores. El tono natural es negro. Se le ha agregado algo de castaño rojizo, y más recientemente una capa de púrpura oscura. Con una diferencia de dos a tres meses. También hay muchos residuos, Lincoln. ¿Paso uno de los pelos por el cromatógrafo?

—Hazlo.

Un momento después Cooper leía la lista en el ordenador conectado al aparato.

—Bien, tenemos un tipo de cosmético.

El maquillaje es muy útil al criminalista; los fabricantes de cosméticos suelen cambiar la fórmula de sus productos para seguir las nuevas tendencias. Las composiciones distintas a veces indican distintas fechas de fabricación y lugares de distribución.

—¿Qué tenemos?

—Espera —Cooper enviaba la formula a la base de datos con los nombres de las marcas. Unos instantes más tarde obtuvo una respuesta—. Slim-U-Lite. Hecho en Suiza, importado por Jencon, de los alrededores de Boston. Es un jabón común con una base detergente al que se le añaden aceites y aminoácidos. Apareció en las noticias: la FTC[31] los investiga porque afirman que elimina la grasa y la celulitis.

—Hagamos un perfil —anunció Rhyme—. ¿Sachs, qué piensas?

—¿Acerca de él?

—Acerca de ella. La que le ayuda y es su cómplice. O a la que mató para ocultarse en su piso. Y quizá robar su coche.

—¿Estás seguro de que es una mujer? —dudó Lon Sellitto.

—No. Pero no tenemos tiempo para ser cautos en nuestras especulaciones. Las mujeres se preocupan más por la celulitis que los hombres. Las mujeres se riñen el pelo más que los hombres. ¡Propuestas audaces! ¡Vamos!

—Bueno, tiene sobrepeso —dijo Sachs—. Y un problema de auto-imagen.

—Quizá sea punky o New Wave o como sea que los raros se llaman hoy en día —sugirió Sellitto—. Mi hija se riñó el pelo violeta. También se hizo unos piercings, sobre los que no quiero hablar. ¿Qué os parece el East Village?

—No creo que intente dar una imagen rebelde —dijo Sachs—. No con esos colores. No son demasiado diferentes. Trata de ser moderna y nada de lo que hace funciona. Digo que es gorda, de pelo corto, en la treintena, trabaja. Vuelve sola a su casa por las noches, a sus gatos.

Rhyme asintió y miró el diagrama.

—Solitaria. Justo la clase de mujer que puede ser seducida por alguien con mucha labia. Busquemos entre los veterinarios. Sabemos que tiene tres gatos, de tres colores diferentes.

—¿Pero dónde? —Preguntó Sellitto—. ¿Westchester? ¿Manhattan?

—Preguntémonos primero —meditó Rhyme— por qué engancharía a esta mujer.

Sachs hizo sonar sus dedos.

—¡Porque tenía que hacerlo! Porque casi lo atrapamos —su rostro se iluminó. Algo de la antigua Amelia apareció.

—¡Sí! —Dijo Rhyme—. Esta mañana, cerca del domicilio de Percey. Cuando llegaron los ESU.

—Abandonó su coche —continuó Sachs—, y se ocultó en el piso de ella hasta que pudo salir.

—Haz que algunos se pongan a llamar veterinarios —ordenó Rhyme a Sellito—. En un radio de diez manzanas alrededor del domicilio de Percey. No, haz que sea todo el Upper East Side. ¡Llama, Lon, llama!

Mientras el detective marcaba los números en su teléfono, Sachs preguntó muy seria:

—¿Piensas que está bien? ¿La mujer?

Rhyme respondió con su corazón y no con lo que creía que era la verdad:

—Hay que tener esperanza, Sachs. Hay que tener esperanza.