Boston 11.00 horas

Richard Harvey miró el grueso bulto del abdomen de Henrietta Olson. Las sábanas que la cubrían habían sido separadas para dejar al descubierto la zona de la vesícula. El resto del cuerpo de la mujer estaba tapado para preservar su dignidad.

—Ahora, señora de Olson, por favor señale el lugar donde siente el dolor —dijo Richard.

Surgió una mano que había estado tapada por las sábanas. Con el dedo índice, Henrietta se apretó el vientre en un lugar ubicado justo debajo de las costillas.

—Y también aquí atrás, doctor —dijo Henrietta, colocándose sobre el costado derecho y señalando con el dedo el centro de su espalda—. Más o menos acá —y al decirlo, hundió el dedo en el cuerpo de Richard a la altura del hígado.

Richard levantó los ojos al cielo en un gesto que sólo Nancy Jacobs, la enfermera de su consultorio, alcanzó a ver, pero ésta sacudió la cabeza, pensando que el médico se estaba comportando de forma particularmente brusca con sus pacientes.

Richard miró el reloj. Sabía que tenía que revisar a tres pacientes más antes de la hora del almuerzo. Aunque a sólo tres años de haberse recibido estaba trabajando sorprendentemente bien en su consultorio, y por otra parte le gustaba su trabajo, algunos días le resultaban un poco pesados. Los problemas relacionados con el tabaquismo y obesidad constituían casi el noventa por ciento de sus casos. Eso lo hacía extrañar la intensidad intelectual de su trabajo como residente en el hospital general. Y ahora, además de eso, estaba la situación que había surgido con Erica. Por eso le resultaba casi imposible poder concentrarse en problemas tales como la vesícula de Henrietta.

Hubo un llamado en la puerta, y Sally Marinsky, la recepcionista, asomó la cabeza.

—Doctor, su llamado está en línea uno. —La cara de Richard se iluminó. Le había pedido a Sally que llamara a Janice Baron, la madre de Erica.

—Discúlpeme, señora de Olson, debo atender ese llamado. Volveré enseguida. —Le hizo señas a Nancy para que se quedara allí.

Cerrando la puerta del consultorio, Richard levantó el receptor y apretó el botón para pasar la comunicación.

—Hola, Janice.

—Richard, todavía no he recibido carta de Erica.

—Muchas gracias. Ya sé que todavía no ha escrito. Te llamé para decirte que me estoy volviendo realmente loco. Quiero saber qué te parece que debo hacer.

—No creo que puedas hacer mucho en este momento, Richard. No tienes más remedio que esperar hasta que Erica regrese.

—¿Por qué crees que se fue? —Preguntó Richard.

—No tengo la menor idea. Desde el momento en que me comunicó que había decidido seguir esa carrera, nunca entendí su entusiasmo por Egipto. Si su padre no hubiera muerto, habría sido capaz de hacerle tomar una actitud sensata.

Richard hizo una pausa antes de volver a hablar.

—Lo que quiero decir, es que me alegro de que se interese por algo, pero creo que una afición nunca debe ser una amenaza para el resto de la vida de uno.

—Estoy de acuerdo, Richard.

Se produjo otra pausa, y Richard jugueteó distraídamente con sus útiles de escritorio. Quería preguntarle algo a Janice, pero no se animaba a hacerlo.

—¿Qué te parecería si yo fuera a Egipto? —dijo finalmente.

Hubo un silencio.

—¿Janice? —dijo Richard, pensando que se había cortado la comunicación.

—¡Egipto! ¡Richard, no puedes abandonar tu consultorio de esa manera!

—Sería difícil, pero si es necesario puedo hacerlo. Puedo conseguir alguien que me sustituya.

—Bueno… a lo mejor es una buena idea. Pero no estoy segura. Erica siempre tuvo ideas propias. ¿Le dijiste algo con respecto a la posibilidad de que fueras?

—No, nunca lo conversamos. Supongo que ella dio por sentado que yo no podía irme en este momento.

—A lo mejor eso la convencería de que la quieres —dijo Janice pensativa.

—¡La convencería de que la quiero! ¡Mi Dios!, si ella sabe que di un adelanto para comprar esa casa en Newton.

—Bueno, a lo mejor la casa en Newton no es exactamente lo que Erica tiene planeado, Richard. Creo que el problema es que te dejaste estar durante demasiado tiempo, de modo que probablemente tu viaje a Egipto sea una buena idea.

—No sé lo que voy a hacer, pero gracias, Janice.

Richard colgó el receptor y miró en su agenda la lista de pacientes de la tarde. Iba a ser un día muy largo.