Tumba de Tutankamón.
Valle de los Reyes.
Necrópolis de Tebas.
La excitación era contagiosa. Ni el sol del Sahara que caía como cuchillo ardiente desde el cielo sin nubes lograba disminuir la sensación de suspenso. Los labriegos apuraban el paso, retirando canasta tras canasta de piedras de la entrada de la tumba de Tutankamón. Habían alcanzado una segunda puerta, ubicada en un corredor a nueve metros de la primera. Esa puerta también había estado sellada durante tres mil años. ¿Qué había detrás de ella? ¿Estaría vacía también esa tumba, como todas las otras que fueron robadas en la antigüedad? Nadie lo sabía.
Sarwat Raman, el capataz de turbante, trepó los dieciséis escalones para llegar al nivel del piso, y sus facciones estaban cubiertas por una capa de polvo que parecía harina. Aferrando su túnica, caminó hasta la marquesina de la carpa que proporcionaba el único rincón de sombra en el valle calcinado por el sol.
—Deseo informar a su Excelencia que ya se han extraído todos los cascotes de la entrada del corredor —dijo Raman haciendo una leve reverencia—. En este momento la segunda puerta ha quedado completamente descubierta.
Howard Carter levantó la vista de su vaso de limonada, bizqueando bajo el ala del chambergo de fieltro negro que insistía en usar a pesar del calor reinante.
—Muy bien, Raman. En cuanto se aplaque el polvo inspeccionaremos la puerta.
—Quedo a la espera de sus honorables instrucciones. —Y Raman se dio vuelta, alejándose.
—Eres un tipo de sangre fría, Howard —comentó Lord Carnarvon, cuyo nombre de pila era George Edward Stanhope Molyneux Herbert—. ¿Cómo puedes permanecer allí sentado, terminando tu limonada, sin saber lo que hay detrás de esa puerta? —Carnarvon sonrió y le guiñó un ojo a su hija, Lady Evelyn Herbert—. Ahora comprendo el motivo por el que Belzoni utilizó una topadora cuando descubrió la tumba de Seti I.
—Mis métodos son diametralmente opuestos a los de Belzoni —dijo Carter, poniéndose a la defensiva—. Y los métodos de Belzoni tuvieron su merecido cuando se encontró con una tumba absolutamente vacía, aparte de los sarcófagos. —La mirada de Carter se dirigió involuntariamente hacia la cercana entrada de la tumba de Seti I.— Carnarvon, en realidad no estoy seguro con respecto a lo que hemos encontrado aquí. No creo que convenga que nos excitemos demasiado. Ni siquiera sé si se trata de una tumba. El diseño no es el típico para un faraón de la dinastía dieciocho. Puede tratarse simplemente de un escondite de pertenencias de Tutankamón, traídas desde Akhetaten. Por otra parte, los ladrones de tumbas nos han precedido, no sólo una vez sino dos. Mi única esperanza es que haya sido robada en la antigüedad y que alguien la haya considerado suficientemente importante como para volver a sellar las puertas. De manera que, en realidad, no tengo la menor idea de lo que vamos a encontrar.
Sin perder su aplomo inglés, Carter permitió que su mirada recorriera el desolado Valle de los Reyes. Pero la excitación le anudaba el estómago. Jamás había sentido una excitación semejante en sus cuarenta y nueve años de vida. No había hallado nada durante las seis estériles expediciones anteriores. Se habían removido y tamizado doscientas mil toneladas de cascotes y de arena para nada. Y ahora, la rapidez del descubrimiento, después de sólo cinco días de excavaciones, le resultaba abrumadora. Haciendo girar su vaso de limonada trató de no pensar, ni de abrigar esperanzas. Esperaron. El mundo entero esperaba.
Las partículas de polvo se depositaron formando una capa fina sobre el piso inclinado del corredor. Al entrar, el grupo se esforzó por no volver a levantarlo. Carter abría la marcha, seguido por Carnarvon, luego su hija y finalmente A. R. Callender, el asistente de Carter. Raman aguardó en la entrada, luego de entregar a Carter un cortafierro. Callender llevaba consigo una gran linterna y velas.
—Como les dije, no somos los primeros en abrir esta tumba —comentó Carter nerviosamente señalando el rincón superior izquierdo de la puerta—. Esta puerta fue abierta y luego vuelta a sellar en esa pequeña zona. —Luego señaló una parte circular en el medio de la puerta—. Y nuevamente aquí, en esta zona mucho mayor. Es muy extraño. —Lord Carnarvon se inclinó para observar el sello real de la necrópolis, un chacal con nueve prisioneros atados—. En la base de la puerta quedan rastros del sello original de Tutankamón —continuó Carter. El rayo de luz de la linterna reflejó el fino polvo que aún permanecía suspendido en el aire antes de iluminar los antiguos sellos de la mezcla—. Ahora bien —dijo Carter con tanta frialdad como si les estuviera sugiriendo que tomaran el té—, veamos qué hay detrás de esta puerta. —Pero su estómago se contrajo agravando la úlcera que padecía y sus manos estaban húmedas, no tanto por el calor sino por la tensión que se negaba a expresar. Su cuerpo se estremeció en el momento de levantar el cortafierro para realizar algunos cortes preliminares en la antigua mezcla. Los trozos de mampostería cayeron alrededor de sus pies. El esfuerzo dio rienda suelta a sus contenidas emociones, y cada golpe que daba era más vigoroso que el anterior. Repentinamente el cortafierro penetró en la mezcla y Carter trastabilló debiendo apoyarse contra la puerta. A través del agujero salió un aire cálido y Carter se afanó con los fósforos, encendiendo una vela y manteniendo la llama junto a la abertura. Se trataba de una prueba primitiva para detectar la presencia de oxígeno. La llama continuó encendida.
Nadie se animó a hablar mientras Carter entregaba la vela a Callender y continuaba trabajando con el cortafierro. Con mucho cuidado agrandó el agujero, asegurándose de que buena parte de la mezcla y de las piedras cayeran en el corredor y no en la habitación que se encontraba del otro lado de la puerta. Nuevamente, Carter tomó la vela en sus manos y la pasó a través del boquete. Continuaba ardiendo alegremente. Luego acercó la cabeza al agujero, esforzándose por ver en medio de la oscuridad reinante.
En un instante el tiempo se detuvo. Cuando los ojos de Carter se acostumbraron a la oscuridad, tres mil años desaparecieron en el término de un minuto. De la oscuridad emergió una cabeza dorada de Amnut, con dientes de marfil. Aparecieron otras bestias doradas y la fluctuante luz de la vela reflejaba sus excéntricas sombras sobre la pared.
—¿Alcanza a distinguir algo? —preguntó Carnarvon lleno de excitación.
—Sí, cosas maravillosas —contestó finalmente Carter, y por primera vez su voz demostraba la emoción que lo embargaba. Entonces reemplazó la vela por la linterna y sus acompañantes pudieron contemplar la cámara llena de objetos increíbles. Las cabezas doradas formaban parte de tres camas funerarias. Moviendo el haz de luz hacia la izquierda, Carter clavó la vista en una variedad de carrozas doradas y con incrustaciones que se hallaban amontonadas en el rincón. Al dirigir la luz hacia la derecha, comenzó a darse cuenta del curioso estado caótico de la habitación. En lugar del orden prescripto por el ceremonial, los objetos parecían haber sido arrojados impensadamente por todas partes. A la derecha había dos estatuas de Tutankamón de tamaño natural con falda y sandalias de oro, armadas con el cayado y el mangual.
Entre ambas estatuas había otra puerta sellada.
Carter se apartó del agujero para que los demás pudieran mirar con mayor comodidad. Igual que Belzoni se sintió tentado de tirar abajo la pared y zambullirse dentro de la habitación. En lugar de ello, anunció con toda calma que el resto del día estaría dedicado a fotografiar la puerta sellada. No intentarían entrar a lo que evidentemente era una antecámara hasta la mañana siguiente.