Capítulo 46

Se encontró a la familia fuera de una casa semiderruida cerca de Owls Head Park. El olor a aguas residuales era allí muy fuerte y provenía de la planta de residuos que les había traicionado primero y salvado la vida después.

Ninguno estaba esposado y a Sachs le agradó que así fuera. También le complació ver que uno de los agentes uniformados charlara de forma amistosa con el que debía de ser el hijo menor de los Chang.

Sam Chang estaba erguido y con los brazos cruzados, callado y serio, mientras un asiático-americano vestido con traje —Sachs supuso que se trataba de un agente del INS— le hablaba y tomaba notas.

A su lado estaba una mujer de aspecto triste, de unos cuarenta años, que llevaba de la mano a Po-Yee. Sachs sintió que algo se removía en su interior cuando vio a la Niña Afortunada. Era adorable. Tenía la carita redonda y el pelo sedoso y color azabache, con flequillo. Vestía unos pantalones rojos de pana y una camiseta de Hello Kitty dos tallas por encima de la suya.

Un detective reconoció a Sellitto y se les acercó.

—La familia está bien. Vamos a llevarles a las instalaciones del INS en Queens. Da la impresión de que con el historial de Chang como disidente, estuvo en Tiananmen y ha sido largamente perseguido, tiene muchas oportunidades de que se le conceda el asilo.

—¿Han atrapado Fantasma? —le preguntó Sam Chang a Sachs en un inglés titubeante. Había oído la buena nueva pero, de forma más que comprensible, quería que le confirmaran que el asesino estaba de hecho detenido.

—Sí —le contestó, aunque no le miraba a él sino a Po-Yee—. Está detenido.

—¿Tú fuiste parte importante en captura? —dijo Chang. Ella sonrió.

—Sí, formaba parte del grupo.

—Gracias. —El hombre parecía querer decir algo más, pero tal vez no se atrevía con el inglés. Pensó en algo durante un instante y luego dijo—: ¿Puedo hacerte pregunta? ¿El hombre, viejo, que muere en apartamento Fantasma? ¿Dónde está cadáver?

—¿Era tu padre?

—Sí.

—En el tanatorio de la ciudad. En el sur de Manhattan.

—Él debe tener funeral en condiciones. Es muy importante.

—Me aseguraré de que no lo mueven de allí —le prometió Sachs—. Una vez hayas acabado con el INS puedes hacer que una funeraria se encargue del traslado.

—Gracias.

Un pequeño Dodge de color azul con las credenciales de la Ciudad de Nueva York llegó a la escena. De él salió una mujer negra vestida con un traje pantalón de color marrón que llevaba un maletín.

—Me llamo Chiffon Wilson. Soy asistente social para la Infancia. —Mostró sus credenciales.

—¿Ha venido por lo del bebé?

—Sí.

Chang miró a su mujer. Sachs preguntó:

—¿Va a llevársela con usted?

—Tenemos que hacerlo.

—¿No puede quedarse con ellos?

Wilson meneó la cabeza, comprensiva.

—Me temo que no. No tienen derecho alguno sobre él. Es una ciudadana extranjera, de otro país. Tendrá que volver a China.

Sachs asintió lentamente y luego se llevó a un aparte a la asistente social.

—Es una niña —susurró—. ¿Sabe lo que les pasa a las huérfanas en China?

—La adoptarán.

—Tal vez —dijo Sachs, dudosa.

—No tengo ni idea de eso. Sólo sé que estoy cumpliendo con la ley. Mire, hacemos esto a diario y jamás hemos oído que hubiera problemas con los niños que regresan a sus países de origen.

Países de origen… La expresión le disgustó tanto como ese «indocumentados» tan brusco que soltaba Coe.

—¿Es que acaso ustedes vuelven a saber algo de ellos, por mínimo que sea, cuando los repatrían?

Wilson titubeó.

—No.

Luego le hizo una seña al agente del INS, quien les habló a los Chang en chino. A Mei-Mei se le mudó el rostro, pero asintió y le pasó la niña a la asistente social. Acto seguido, frunció el ceño, esforzándose visiblemente en encontrar las palabras con las que expresar lo que tenía que decir.

—¿Sí? —Le preguntó la asistente social.

—¿La cuidarán bien?

—Sí.

—Ella muy buen bebé. Perdió madre. Asegúrese que ella buenos cuidados.

—Me aseguraré.

Mei-Mei observó a la niña durante un rato y luego se volvió hacia su hijo pequeño.

Wilson cogió a Po-Yee en brazos, que se quedó muy sorprendida al ver la melena pelirroja de Sachs y extendió un brazo para asir algún mechón. La niña tiró del pelo de Sachs, que se echó a reír. La asistente social se encaminó hacia su coche.

—¡Ting! —exclamó con urgencia una voz femenina. Sachs recordó que la palabra significaba «¡Alto!» o «¡Espera!».

—¿Sí?

—Tome. Tome esto. —Mei-Mei le pasó un animal de trapo confeccionado con evidente premura. Sachs pensó que parecía un gato.

—A ella gusta. Le hace feliz.

La niña tenía la mirada fija en el juguete; Mei-Mei la tenía puesta en la niña.

Wilson lo cogió y se lo dio a Po-Yee. Luego la sentó en el asiento del coche y se marchó.

Sachs pasó media hora hablando con los Chang, haciéndoles preguntas, viendo si podía encontrar algo más que sirviera de ayuda en el juicio contra el Fantasma. Luego sintió el cansancio acumulado en los dos últimos días y supo que tenía que irse a casa. Se subió al autobús de escena del crimen y observó cómo los Chang hacían lo propio en el minibús del INS. Mei-Mei y ella se miraron durante un instante, y luego se cerró la puerta; el autobús transitó por las calles y los desaparecidos, los desventurados, los cochinillos, los indocumentados… la familia empezó un nuevo viaje hacia otra nueva vivienda temporal.

*****

Las pruebas existen con independencia de los malhechores y, a pesar de que el Fantasma estaba detenido, Lincoln Rhyme y Amelia Sachs pasaron la mañana siguiente procesando la información que seguía llegando del caso GHOSTKILL.

Un análisis realizado por el FBI de las marcas químicas en el explosivo plástico C4, que habían usado para hundir el barco, había determinado que la fuente era un traficante de armas coreano que solía vender armamento en China.

Los buzos del Evant Brigant habían recuperado los cuerpos sin vida de la tripulación y de los otros inmigrantes del Fuzhou Dragón, así como el resto del dinero: unos 120000 dólares. Ese dinero se consideraba una prueba y estaba bajo custodia en una caja fuerte del FBI. También se habían enterado de que Ling Shui-bian, el hombre que había pagado al Fantasma y el que había escrito la carta que Sachs encontrara en el barco, tenía una dirección en Fuzhou. Rhyme había supuesto que el tipo sería un pequeño cabeza de serpiente o un socio del Fantasma, y mandó un correo electrónico a la policía de Fuzhou con un mensaje donde les advertía de los negocios que Ling se traía con el Fantasma.

—¿Quieres que lo apunte en el listado? —le preguntó Thom.

—¡Tú escribe, escribe! —respondió impaciente. Aún les quedaba presentar las pruebas a los fiscales y reproducir toda la información tal y como estaba escrita en la pizarra sería la forma más concisa y clara de hacerlo.

El ayudante cogió el rotulador y apuntó la información que acababa de llegar.

Mientras Thom escribía en la pizarra, sonó el ordenador de Rhyme.

—Orden e-mail —dijo él.

El ordenador aceptó su gruñido sin dudarlo y le ofreció la lista de nuevos mensajes.

—Orden, cursor abajo. Orden, doble clic.

Leyó el mensaje que acababa de recibir.

—Ah —dijo—. Yo tenía razón.

Le explicó a Sachs que habían encontrado el cadáver de John Sung encerrado en el maletero del Honda rojo que el Fantasma había robado. Y, tal como Rhyme había predicho, el coche había sido encontrado en el fondo de un estanque a sólo sesenta metros de la playa de Easton.

Así que había un nuevo asesinato para añadir a la larga lista de Kwan Ang.

Había otro mensaje que le interesaba. Éste era de Mel Cooper, que había vuelto a la oficina del laboratorio forense del NYPD en Queens.

De: M. Cooper.

A: L. Rhyme.

Asunto: Resultados de los análisis del cromatógrafo y el espectrómetro de la muestra de prueba 3452-02 del Departamento de Justicia.

El tono oficial del encabezamiento del mensaje chocaba con el contenido:

Lincoln:

Hemos comprobado la dinamita y es de pega.

El culo de Dellray no estuvo expuesto a ningún peligro. El criminal la cagó y usó un explosivo falso, de los que se utilizan en entrenamientos. He tratado de seguirle la pista y dar con su procedencia, pero nadie guarda una base de datos de explosivos de pega.

Tal vez sea algo en lo que pensar.

Rhyme se rió. Algún vendedor de armas había timado al atacante de Fred Dellray y le había vendido explosivos falsos. Le alegró saber que el agente no había sufrido peligro alguno.

Llamaron a la puerta y Thom fue a abrir.

Los pasos en la escalera eran enérgicos. Dos personas. Creía estar seguro de que pertenecían a Sellitto y a Dellray: el policía caminaba con un paso pesado y muy particular y el agente subía los escalones de dos en dos con sus largas piernas.

Durante un instante, Rhyme, que tendía a ser algo misántropo, se alegró de que hubieran ido a verle. Les contaría lo de la bomba de pega. Se reirían con ello. Pero sabía que había algo más y se le disparó una alarma dentro del cerebro. Los tipos se habían detenido al otro lado de la puerta y cuchicheaban; era como si estuvieran decidiendo quién debía darle las malas noticias.

No se había equivocado al adjudicarles las pisadas: un instante después entraban el arrugado policía y el larguirucho detective del FBI.

—Hola, Linc —saludó Sellitto.

Con sólo verles la cara Rhyme supo que su intuición de que algo iba mal era acertada.

Sachs y Rhyme se miraron con incertidumbre. Luego, él los miró a los dos.

—Venga, diantre, decid algo.

Dellray dejó escapar un profundo suspiro.

Finalmente el detective dijo:

—Lo van a sacar de nuestra jurisdicción. Me refiero al Fantasma. Lo envían de vuelta a China.

—¿Qué? —exclamó Sachs.

—Hoy mismo lo meten en un avión con escolta —añadió Dellray—. Una vez despeguen quedará libre.