De forma involuntaria, el Fantasma se estremeció, a la espera de que Yindao le disparara sin previo aviso, algo que de seguro él hubiera hecho de ser otras las circunstancias.
Pero la boca del arma negra viajó más allá de él en un abrir y cerrar de ojos y fue a apuntar al hombre del asiento de atrás.
—Ni un milímetro, Coe. No te muevas ni un milímetro. Pon las manos donde pueda verlas.
—¿Qué… qué es esto? —preguntó un asombrado Coe.
—No te muevas —ordenó Sachs—. No te veo una mano y estás muerto.
—Yo no… —balbuceó el agente.
—¿Has entendido lo que te he dicho?
—Sí, lo he entendido de putísima madre —repuso él de mal humor—. Será mejor que me digas a qué viene todo esto.
—¿Me has oído hablar por teléfono hace un minuto? Lincoln tenía algo más que contarme que la dirección de los Chang. Volvió a mirar el listado de pruebas e hizo algunas llamadas. Pensabas que te habías buscado una buena coartada, ¿eh?
—Baja ese arma, oficial. ¡No puedes…!
—Lo sabe todo. Sabe que eres el que trabaja para el Fantasma.
El agente tragó saliva.
—¿Estás loca de remate?
—Eres su ángel de la guardia. Estás protegiéndole. Ésa es la razón de que hicieras ese disparo frente al apartamento de los Wu en Canal Street: no intentabas darle a él, tratabas de advertirle. Y le has estado pasando información: le dijiste que los Wu estaban en el piso franco de Murray Hill.
Coe miró hacia fuera, nervioso.
—Todo eso son patrañas.
El Fantasma se esforzaba por controlar su respiración. Le temblaban las manos. Sudaba copiosamente. Se secó las palmas en las perneras del pantalón.
—No te preocupes, John —le dijo Yindao—. Ya no le hará daño a nadie. —Siguió hablando al agente—. Y le conseguiste una bonita pistola al Fantasma: una Glock calibre 45… que por cierto es el arma de los agentes del INS.
—Oficial, está usted loca.
—De todas partes nos han llegado sospechas de que el Fantasma estaba sobornando a gente de nuestro gobierno. Lo que no pensábamos es que fuera a ser uno del INS. ¿Y todos esos viajes a China, Coe? Según Peabody, ninguno de sus agentes viaja allí tanto como tú. Y parece que además muchas veces te lo pagabas de tu propio bolsillo. Ibas a encontrarte con los cabezas de serpiente de tu jefe.
—Fui porque mi informante desapareció allí y quería encontrar al gilipollas que lo había hecho.
—Bueno, Rhyme está en contacto con los superiores de Fuzhou ahora mismo. También quiere echarle un vistazo a las pruebas de ese caso.
—¿Insinúas que asesiné a mi informante? ¿A una mujer con hijos?
—Bueno, comprobaremos las pruebas.
—Si alguien dice que nos han visto juntos, al Fantasma y a mí, es que está mintiendo.
—Eso no significa nada. No va a ser tan tonto como para encontrarse en persona con nadie que pudiera testificar contra él. Tiene intermediarios que se ocupan de eso.
—Estás delirando, oficial.
—No, simplemente examinamos pruebas —dijo Yindao—. Rhyme acaba de echar una ojeada a las llamadas de tu móvil. En los dos últimos días hay media docena a un servicio de contestador supuestamente desactivado de Nueva Jersey.
—Eso es morralla. Lo uso para contactar con mis informantes locales.
—Jamás habías mencionado antes a esos informantes.
—Porque no tienen nada que ver con este caso.
—¿Ibas a llamar al Fantasma cuando llegáramos al apartamento de los Chang? —le replicó Yindao—. ¿O pensabas matarlos tú mismo? ¿…Y de paso asesinarnos a nosotros también?
Coe tragó saliva.
—No voy a decirte nada más. Quiero hablar con un abogado.
—Tendrás mucho tiempo para hacerlo. Ahora pon la mano derecha en la manilla de la puerta. Si se mueve un solo milímetro, te disparo al brazo. ¿Me has entendido?
—Escucha…
—¡¿Me has entendido?!
El Fantasma vio sus ojos centelleantes y sintió un escalofrío. Se preguntó si ella esperaba que el hombre intentara sacar su pistola para dispararle.
—Sí —murmuró Coe, furioso.
—Mano izquierda, el pulgar y el índice sólo, en tu arma. Muévete muy despacio.
Con cara de disgusto, Coe cogió el arma con cuidado y se la pasó a ella.
Yindao la guardó y luego dijo:
—Fuera del coche. —Ella abrió su puerta y salió. Luego abrió la de él y, con la pistola siempre apuntándole, dijo—: Lentamente.
Él la siguió. Ella le hizo una seña para que fuera a la acera.
—Boca abajo.
Poco a poco, el corazón del Fantasma, que había estado latiendo como un pajarillo encerrado en una jaula de vidrio, se fue calmando.
El temeroso será valiente…
Pensó que aquello era el colmo de la ironía. Claro que tenía norteamericanos en nómina, incluso gente del INS (incluido un oficial encargado de las vistas preliminares, razón por la cual había salido tan rápido el día anterior): Pero no sabía los nombres de todos los agentes a los que sobornaba. Y, tal como Yindao había explicado a Coe, rara vez tenía contacto directo con ninguno de ellos. Y en cuanto a lo de la información sobre el piso franco de los Wu en Murray Hill, había sido la misma Yindao quien se lo había dicho cuando le preguntó si deseaba acompañarlos allí.
Ya que, aparentemente, Coe estaba trabajando para él, ¿debería salvarlo?
No, mejor dejarlo así. El arresto sería una gran estrategia de distracción. Y Yindao y los otros se mostrarían menos cautelosos ahora que pensaban que habían atrapado al traidor.
La observó esposar con pericia al agente sobre la acera, guardar el arma y ponerlo de pie. El Fantasma bajó la ventanilla y señaló la casa.
—¿Quieres que vaya a hablar con los Chang?
—Esa no es su casa —dijo Yindao—. Queda a unas manzanas de aquí. Mentí: quería sorprender a Coe con la guardia baja. Escogí este lugar porque a la vuelta de la esquina hay una comisaría de la policía. Ellos se encargarán de él hasta que el FBI pase a recogerlo.
El Fantasma se fijó en Coe y dijo con voz de desprecio:
—Ibas a decirle al Fantasma dónde estaban… Ibas a ayudarle a asesinar a esos niños. Eres despreciable.
El agente mantuvo la mirada durante un instante hasta que Yindao le empujó hasta la esquina donde se encontraron con tres oficiales de uniforme que se lo llevaron custodiado. El Fantasma miró hacia atrás y vio que al final de ese tramo de acera estaba el coche de Yusuf.
Cinco minutos después, Yindao regresó, subió al coche, encendió el motor y siguieron su viaje. Ella miró al Fantasma, sacudió la cabeza y se echó a reír.
—Lo siento. ¿Estás bien? —A pesar de que el incidente la había afectado, parecía haber vuelto a ser la misma de antes: relajada y confiada.
—Sí. —El Fantasma también rió—. Lo supiste llevar muy bien. Eres toda una artista en tu profesión. —Se le borró la sonrisa de la boca—. ¿Un traidor dentro del INS?
—Toda esa basura de que el Fantasma había asesinado a su informante… Nos engañó —ella cogió el móvil e hizo una llamada—. Sí, Rhyme: custodian a Coe en comisaría… No, sin problemas. John y yo vamos ahora a ver a los Chang… ¿Dónde están los equipos?… Vale, llegaré en tres minutos. No, no esperaremos a los de la ESU. El Fantasma podría estar ahora mismo en camino.
Claro que podría, pensó el Fantasma.
Yindao colgó.
Así que iban a llegar allí antes que nadie. Después de todo, su encuentro con Yindao no tendría que demorarse mucho más. Mataría a los Chang, metería a Yindao en la furgoneta de Yusuf y escaparía. Alargó el brazo hasta tocarle el hombro y apretó. Sintió cómo su erección se iba haciendo cada vez más poderosa.
—Gracias por acompañarme, John. —Le sonrió—. ¿Qué palabra uso para decir amigo, «yindao»?
Él negó con la cabeza.
—Eso es lo que un hombre diría a una mujer. Tú deberías decir «yinjing».
—Yinjing —repitió ella. Esa era la palabra que describía los genitales masculinos.
—Es un placer —dijo él, haciendo una pequeña reverencia con la cabeza. Miró su pelo rojo, su piel pálida, sus largas piernas…—. Tu amigo Rhyme es un buen detective. Cuando todo esto haya acabado me gustaría hacerle una visita.
—Te daré una tarjeta. Llevo alguna en el bolso.
—Bien.
Rhyme también tendría que morir. Porque el Fantasma sabía que también él era un hombre que no se detendría hasta que hubiera vencido a sus enemigos. Po fu chen zhou… Rompe las calderas y hunde el barco. Demasiado peligroso para seguir vivo. Ella le había dicho que estaba paralítico. El Fantasma se preguntó cómo iba a torturarlo. Podría empezar por su rostro, sus ojos, su lengua… Según el tiempo del que contara podría hacer una cosa u otra. El fuego siempre funcionaba.
Yindao dobló de forma abrupta en una esquina y se detuvo. Fue mirando los números de las casas hasta detenerse a la mitad de la calle. Aparcó en doble fila y dejó una identificación de la policía en el parabrisas.
—Ésa es la casa. —Señaló una vivienda de ladrillo de tres pisos que quedaba unas puertas más allá; las luces del piso bajo estaban encendidas. Era modesta pero, como pensó el Fantasma, mucho más lujosa que las típicas viviendas de madera o de hormigón en las que tantos chinos vivían gracias a Mao.
Salieron del coche y fueron lentamente hacia la acera.
—Mantente oculto —le dijo ella en un susurro, y le llevó hasta una hilera de setos de boj. El Fantasma miró hacia atrás. Yusuf también había aparcado y, en la tenue luz del atardecer, el Fantasma pudo verle en compañía del otro turco.
Se inclinó hacia delante y olió el aroma a jabón de la piel de la mujer, y su sudor. Encontró esto increíblemente excitante y pegó su brazo y su cadera contra los de ella, mientras Sachs examinaba la casa. Yindao le señaló la ventana de delante.
—Iremos por la puerta trasera, si no está cerrada. Por aquí podrían vernos y tratar de escapar.
Ella le hizo una seña para que la siguiera alrededor de la casa y ambos entraron en el patio trasero de los Chang. Se movían con lentitud, para evitar chocar contra algún objeto en la casi total oscuridad y de esa forma hacer un ruido que pudiera alertarles de su presencia.
En la puerta trasera del apartamento de los cochinillos se detuvieron y Yindao miró por la ventana: era una cocina pequeña.
—Mira siempre por la ventana trasera como primera cosa —susurró—. Es mi nueva regla de oro. —Ella sonrió con añoranza al decir esto, aunque no le explicó por qué—. Venga —añadió—. Muévete despacio. No los asustes. Nada más llegar diles que hemos venido a ayudarles. Queremos protegerles del Fantasma. Y diles que tienen buenas oportunidades de conseguir el asilo político.
El Fantasma asintió y trató de imaginarse cuál sería su reacción cuando Sam Chang y su mujer vieran quién era el intérprete de la policía.
Yindao probó la puerta. No estaba cerrada. Ella la abrió con mucha rapidez y él pensó que lo hacía así para que no chirriara.
¿Cómo debería abordar esta situación?, pensó. Se dio cuenta de que lo mejor sería quitarse de en medio a Yindao cuanto antes. Su presencia suponía un riesgo demasiado grande como para pasarlo por alto. Decidió que lo mejor sería dispararle en la pierna: en la parte trasera de la rodilla, algo muy irónico, teniendo en cuenta que sufría de artritis. Los turcos y él matarían a los Chang. Y luego volverían al Windstar. Irían a toda velocidad a un piso franco o a algún almacén abandonado, y él podría disfrutar de Yindao.
En silencio caminaron por la pequeña cocina.
En el fuego había una cazuela con agua. En una tabla quedaba media cebolla, y a su lado había un manojo de perejil. ¿Qué es lo que iba a preparar la señora Chang de cena?, se preguntó.
Yindao atravesó la cocina. Se detuvo en el umbral de la puerta del pasillo que llevaba a la sala de estar y le hizo un gesto para que se detuviera.
Él comprobó que los turcos estaban afuera, en un callejón entre esa casa y la contigua. Yindao le daba la espalda cuando él les hizo una seña para que se dirigieran a la puerta delantera. Yusuf asintió y ambos hombres se encaminaron hacia aquel lugar.
El Fantasma decidió que dejaría que Yindao le precediera. Le daría un minuto o dos para que estuviera a gusto con los Chang en la sala de estar; así también les daría tiempo a los turcos para que se pusieran en posición en la puerta delantera. Luego entraría y la dispararía, lo que sería la señal para que entraran los turcos y le ayudaran a acabar con aquella familia.
El Fantasma echó las manos atrás y sacó el arma de debajo del impermeable.
Sola, Yindao empezó a adentrarse por el pasillo a oscuras.