John Sung se había cambiado de ropa. Ahora vestía un jersey de cuello vuelto, algo raro dado el calor reinante, aunque le daba un aspecto ciertamente distinguido, y unos pantalones nuevos de faena. Estaba colorado y parecía distraído, sin resuello.
—¿Te encuentras bien? —le preguntó Amelia Sachs.
—Yoga —le explicó él—: he estado haciendo mis ejercicios. ¿Un té?
—No puedo quedarme mucho —dijo la joven. Eddie Deng había regresado al Distrito Quinto, pero Alan Coe la esperaba abajo, en el autobús de escena del crimen. Él le pasó una bolsa.
—Ahí tienes lo que quería darte, esas hierbas de la fertilidad de las que te hablé anoche.
—Gracias, John —dijo ella, que estaba como distraída.
—¿Qué pasa? —le preguntó al ver su expresión. La hizo entrar y ambos se sentaron en el sofá.
—Ese policía chino, el que nos estaba ayudando, ¿recuerdas? Lo han encontrado muerto hace apenas una hora.
Sung cerró los ojos y suspiró.
—¿Ha sido un accidente? ¿O es que el Fantasma lo ha encontrado?
—Ha sido el Fantasma.
—Oh, no, cuánto lo siento.
—Yo también —replicó Sachs con brusquedad, evitando demostrar sus emociones, en el mejor estilo de Lincoln Rhyme. Buscó en el bolsillo y sacó una bolsa con las hierbas que había encontrado en la escena del crimen.
—Hemos hallado esto en el lugar donde fue asesinado.
—¿Dónde? —preguntó él.
—En Chinatown, no muy lejos de aquí. Creemos que se trata de alguna hierba o de una especia que el Fantasma había comprado. Rhyme confía en que si podemos descubrir lo que es tal vez podamos localizar la tienda donde ese canalla lo adquirió. Tal vez alguno de los dependientes sepa dónde vive.
—Déjame ver —dijo él, asintiendo. Sung abrió la bolsa y dejó caer su contenido sobre la encimera. Se agachó, inhaló el aroma y examinó la sustancia. Ella pensó que Lincoln Rhyme usaría un cromatógrafo de gas y un espectrógrafo para hacer exactamente lo mismo, separando la mezcla en sus distintos componentes e identificándolos. Finalmente Sung dijo:
—Huelo astrágalo, jengibre, poria y tan vez algo de ginseng y de alisma. —Sacudió la cabeza—. Sé que te gustaría que te dijera que esto sólo lo venden en una o dos tiendas, pero me temo que se puede comprar en cualquier herbolario o tienda de China. Supongo que aquí será igual.
Descorazonada, pensó en otra cosa. Tal vez el Fantasma sufriera alguna dolencia o tuviera una herida y ellos podrían seguir esa pista, tal como hicieron con la familia de Wu Qichen.
—¿Para qué se usan? —preguntó Sachs.
—Es más un tónico que una medicina. Mejora tu resistencia y tonifica tu qi. Mucha gente lo usa para mejorar sus relaciones sexuales. Se supone que ayuda a los hombres a conservar su erección. No es un tratamiento específico para ninguna enfermedad.
Otra teoría que se nos viene abajo, pensó Sachs con tristeza.
—Tal vez podrías investigar en las tiendas cercanas al lugar donde murió el policía —sugirió Sung—. Pero supongo que ya has pensando en eso.
Ella asintió.
—Eso es lo que tendremos que hacer. Tal vez hagamos un descanso. —Empezó a ponerse en pie y un pinchazo doloroso le recorrió el hombro: era un músculo del que había abusado en el Fuzhou Dragón.
—¿Tomas tus medicinas? —le preguntó, en tono de reproche.
—Sí, pero ¿sabes que están malísimas?
—Si es por placer, bebe cerveza. Ven, siéntate aquí.
Ella titubeó y, dolorida, volvió a sentarse. Sung se le acercó por detrás; podía sentir su proximidad por la forma en la que la estancia fue sumiéndose en el silencio. Luego sintió sus manos que comenzaban a apretarle en el hombro, al principio suave y luego con fuerza.
Él tenía el rostro muy cerca de su nuca y su aliento le hacía cosquillas en el cuello. Sus manos subían y bajaban por su piel, la presionaban con fuerza bajo el punto donde le dolía. Era relajante, pero Sachs se sintió algo desconcertada cuando las palmas y los dedos llegaron casi a atraparle la garganta.
—Relájate —susurró él con voz calmada.
Ella lo intentó.
Sus manos bajaron por sus hombros y luego por la espalda. Corrieron después por sus costillas pero se detuvieron antes de llegar a los pechos, para regresar a la columna vertebral y de ahí al cuello.
Se preguntó si de verdad había algo que él pudiera hacer para ayudarla, para mejorar las probabilidades de que Rhyme y ella tuvieran un hijo.
Sequedad en los riñones…
Sachs cerró los ojos y se perdió en el relajante masaje.
Sintió que Sung se le acercaba cada vez más: estaba tan sólo a unos pocos milímetros de ella. Una vez más, sus manos le recorrieron la columna y fueron hasta su cuello, rodeándolo. Él respiraba rápido. Será por el esfuerzo, pensó ella.
—¿Por qué no te quitas ese cinturón con el arma? —le susurró.
—¿Mal karma? —preguntó ella.
—No —rió— interfiere en tu circulación.
Ella asió la hebilla y empezó a soltarla, sintió la mano de él que la ayudaba a desabrochárselo.
Pero entonces se oyó un sonido violento: el de su teléfono móvil. Sachs dejó el cinturón y contestó a la llamada.
—¿Hola? Aquí la…
—Sachs, prepárate para ponerte en marcha.
—¿Qué es lo que tenemos, Rhyme?
Durante un segundo no hubo respuesta; oyó que alguien hablaba con el criminalista. Un instante después él volvió a ponerse al aparato.
—El capitán del barco, Sen, está consciente. Tengo a Eddie Deng, que le está interrogando, en la otra línea… Espera. —Voces, gritos. Rhyme que gritaba: «Bueno, no tenemos tiempo para eso. ¡Ahora! ¡Ya!»—. Escucha, Sachs, el capitán pasó mucho tiempo en la bodega del Dragón. Oyó una conversación entre Chang y su padre. Parece ser que algún pariente o amigo les consiguió un apartamento y un empleo en Brooklyn.
—¿En Brooklyn? ¿Y qué pasa con Queens?
—Recuerda que Sam Chang es muy inteligente. Estoy seguro de que dijo Queens para despistarlos a todos. Estoy cercando la zona donde creo que se encuentran: Red Hook u Owls Head.
—¿Cómo lo sabes?
—¿Cómo va a ser, Sachs? Las pistas en los zapatos del viejo, los biosólidos, ¿recuerdas? En Brooklyn hay dos plantas de tratamientos de residuos. Yo me inclino por Owls Head. Es más residencial y queda cerca de Sunset Park, donde hay una comunidad china. Eddie Deng tiene a su gente llamando a todas las imprentas y a todas las empresas de pintores de Owls Head. Lon ha puesto a los ESU en alerta. Y el INS está reuniendo un grupo. Quiero que vayas para allá; tan pronto como tenga la dirección te lo diré.
Ella miró a John Sung.
—Rhyme ha encontrado el barrio de los Chang. Voy hacia allá ahora mismo.
—¿Dónde están?
—En Brooklyn.
—Oh, genial —dijo él—. ¿Están seguros?
—Por ahora.
—¿Puedo acompañarte? Te seré de ayuda como intérprete. Chang y yo hablamos el mismo dialecto.
—Claro —dijo ella. Luego dijo por el teléfono—: John Sung se viene conmigo y con Coe. Va a ayudarnos como intérprete. Vamos hacia allá, Rhyme. Llámame cuando tengas la dirección.
Colgó y Sung se metió en el dormitorio. Cuando salió llevaba puesto un impermeable acolchado.
—Fuera no hace frío —dijo Sachs.
—Guarda siempre el calor corporal: es importante para el qi y para la sangre —repuso él.
Luego Sung la miró y la tomó por los hombros, mientras Sachs le lanzaba una sonrisa de curiosidad. Con voz sincera él le dijo:
—Has hecho una cosa muy buena al localizar a esa gente, Yindao.
Ella se detuvo y le lanzó una mirada sorprendida.
—¿Yindao?
—Es el nombre que te he puesto en chino. «Yindao» significa «Buena amiga».
Sachs se sintió conmovida al oír esto. Le apretó la mano y luego dio un paso atrás.
—Vayamos a buscar a los Chang.
*****
En la calle, frente a su piso franco, el hombre con muchos nombres —Ang Kwan, Gui, el Fantasma, John Sung— le dio la mano a Alan Coe, quien era al parecer un agente del INS.
Aquello le preocupó un poco ya que creía recordar que Coe había formado parte de un equipo de agentes chinos y norteamericanos que le había perseguido por varios países. Esa fuerza conjunta le había rondado los talones, habían estado cerca, peligrosamente cerca, pero el bangshou del Fantasma había realizado unas pesquisas y había averiguado que una joven que trabajaba en una empresa con la que el Fantasma hacía negocios había estado suministrando información sobre sus actividades como cabeza de serpiente a la policía y al INS. El bangshou había secuestrado a la mujer, a la que torturó hasta averiguar qué le había dicho al INS para luego enterrar su cuerpo en los cimientos de una obra.
Sin embargo, al parecer Coe no tenía ni idea del aspecto del Fantasma. El cabeza de serpiente recordó que cuando trató de asesinar a los Wu en Canal Street llevaba puesta una máscara de esquí; nadie podía haberle visto la cara entonces.
Yindao les contó lo que Rhyme había descubierto y los tres se subieron a la furgoneta de la policía: Coe se sentó atrás del todo antes de que el Fantasma pudiera escoger ese lugar estratégico, como si el agente no se fiara de llevar a un inmigrante ilegal a su espalda. Arrancaron y se marcharon.
El Fantasma dedujo, por lo que Yindao le contaba a Coe, que en casa de los Chang habría más agentes del INS y policías. Pero ya había tramado un plan para pasar unos minutos a solas con los Chang. Antes, cuando Yindao había llamado a su apartamento, Yusuf y el otro turco estaban allí. Los uigures se habían metido en su dormitorio antes de que el Fantasma abriera la puerta de la calle y, más tarde, cuando entró a coger su pistola y el impermeable, les había ordenado seguir al coche policial de Yindao. En Brooklyn, el Fantasma y los turcos acabarían con los Chang.
Se dio la vuelta y vio que el Windstar de Yusuf les seguía la pista unos coches más atrás.
¿Y qué pasaba con Yindao? Tendría que esperar hasta el día siguiente para consumar su relación íntima.
Naixin, recordó.
Todo a su debido tiempo…
La mente se le llenó de imágenes de él y ella follando: se perdió en la fantasía que había creado sobre Yindao que había ido creciendo desde el momento en que la viera en la playa, cuando ella se había tirado al mar para salvarle. La noche anterior le había dado un pequeño tratamiento de acupresión y le había soltado un par de chorradas sobre ejercicios para facilitar la fertilidad. Su siguiente encuentro, sin embargo, sería muy distinto. La llevaría a un lugar donde podría poner en práctica todas las fantasías que había ido construyendo en su imaginación.
Yindao retorciéndose y gimoteando debajo de él.
Dolorida.
Gritando.
Se encontraba muy excitado, así que buscó la excusa de darse la vuelta para hablar con Coe como forma de ocultar las pruebas de su deseo. Empezó una conversación sobre las directrices del INS en cuestiones de asilo político. El agente se mostró grosero, claramente desdeñoso, con el hombre que pensaba que era su interlocutor: un pobre médico viudo, un disidente amante de la libertad que buscaba un hogar mejor para él y los suyos; un tipo inofensivo con ganas de trabajar duro.
La consigna del agente era que los cochinillos no entraran en el país bajo ningún concepto. El mensaje que sus palabras dejaban traslucir era que los chinos no valían lo bastante como para convertirse en norteamericanos. Al Fantasma no le decían nada las implicaciones políticas o morales de la inmigración ilegal, pero se preguntó si Coe sabría que había muchos menos chino-americanos chupando del Estado que gente de cualquier otra nacionalidad, incluidos los blancos nacidos en el país. ¿Sabía que los chinos de los EEUU tenían un mayor nivel de educación, y una menor incidencia a la bancarrota y la evasión de impuestos que otras comunidades?
Le daría placer acabar con ese tipo y lamentaba que por cuestiones de tiempo su muerte no pudiera ser lo bastante lenta.
El Fantasma se fijó en las piernas de Yindao y sintió que el bajo vientre le daba un brinco. Recordó cómo el día anterior se habían sentado juntos en el restaurante, mientras él le contaba con sinceridad cosas sobre sí mismo.
Rompe las calderas y hunde el barco…
¿Por qué se había abierto ante ella de esa manera? Había sido muy imprudente. La chica podía haber sospechado quién era, o haber empezado a olerse algo. Jamás había sido tan sincero con nadie a la hora de describir su filosofía de vida.
¿Por qué?
La respuesta no se reducía a su deseo de poseerla físicamente. Había sentido pasión por cientos de mujeres, pero con ellas se había guardado sus sentimientos antes, durante y después. No, con Yindao había algo más. Intuyó que tal vez era porque en ella reconocía algo propio. Había tan poca gente que le entendiera… gente con quien hablar.
Pero sabía que Yindao era ese tipo de mujer.
Mientras Coe seguía hablando ad nauseam sobre la necesidad de implantar cuotas y la carga que suponía la inmigración ilegal en el sistema de la seguridad social, el cabeza de serpiente pensó que era triste que no pudiera llevarse a aquella mujer a China para mostrarle las bellezas de Xiamen, caminar con ella por el templo de Nanputou, un gran monasterio budista, y llevarla a comer sopa de cacahuete o fideos chinos cerca del puerto.
Sin embargo, sabía que no titubearía a la hora de hacer lo que había planeado: llevarla a un almacén vacío y pasar al menos una hora haciendo realidad su fantasía. Y después matarla, claro. Tal como la misma Yindao le había dicho, ella también estaba dispuesta a romper las calderas y hundir el barco; cuando supiera que él era el Fantasma, no descansaría hasta matarle o arrestarle. Ella tenía que morir.
El Fantasma se volvió y miró a Coe con una sonrisa en los labios, como si estuviera de acuerdo con todo lo que decía el tipo. Sin embargo, el cabeza de serpiente miraba más allá del agente. Yusuf y el otro uigur continuaban detrás del coche policial. Yindao no había advertido que les seguía una furgoneta.
El Fantasma se dio la vuelta. Se fijó en ella. Luego murmuró unas pocas palabras.
—¿Qué has dicho? —le preguntó Yindao.
—Una plegaria —dijo el Fantasma—. Rezaba para que Guan Yin nos ayude a encontrar la casa de los Chang.
—¿Quién es?
—Es la diosa de la misericordia —respondieron. Aunque no fue el Fantasma, sino el servicial agente Alan Coe desde el asiento de atrás.