Atónito, Sonny Li dio un paso atrás y apuntó al Fantasma en plena cara.
—Tú, tú… —tartamudeó.
La mente le daba vueltas, mientras trataba de discernir qué había sucedido. Al final susurró:
—Asesinaste a John Sung en la playa y le robaste los papeles y el mono de piedra. ¡Te has estado haciendo pasar por él!
El Fantasma lo miró fijamente. Luego sonrió.
—Parece que ambos hemos estado haciendo un poco de teatro. Tú eras uno de los cochinillos del Fuzhou Dragón. —Asintió—. Esperabas detenerme en suelo estadounidense para arrestarme y entregarme a las autoridades de aquí.
Li entendió lo que el hombre había hecho. Había robado el Honda rojo del restaurante de la playa. Loaban y la policía habían supuesto que había conducido hacia la ciudad. Pero no: había metido el cuerpo de Sung en el maletero y había escondido el coche cerca de la playa, donde a nadie se le iba a ocurrir buscarlo. Luego se había hecho una herida superficial con su propia arma y se había tirado al agua a la espera de que la policía y el INS lo rescataran y se ocuparan de llevarlo a la ciudad: primero al hospital y luego ante el oficial de inmigración.
Diez jueces del infierno, pensó de nuevo Li. Hongse no tenía ni idea de que el «doctor» era el mismísimo cabeza de serpiente.
—Estabas sirviéndote de la chica policía para encontrar a los Chang y a los Wu.
El Fantasma asintió.
—Necesitaba la información. Y ella estaba feliz de suministrármela. —Ahora examinó a Li más de cerca—. ¿Por qué has hecho todo esto, hombrecillo? ¿Por qué has hecho todo este camino para encontrarme?
—Mataste a tres personas en mi ciudad, Liu Guo-yuan.
—¿Sí? No me acuerdo. Creo que eso fue hace un año. ¿Por qué las maté? Tal vez se lo merecían.
A Sonny Li le produjo un escalofrío el hecho de que no se acordara de esos asesinatos.
—No, un pequeño cabeza de serpiente y tú os liasteis a tiros. Mataste a tres transeúntes.
—Entonces fue un accidente.
—No, fueron tres asesinatos.
—Vale, escucha, hombrecillo: estoy cansado y no tengo mucho tiempo. La policía está a punto de encontrar a los Chang y tengo que llegar antes para poder dejar este país e irme a casa. Así que te doy cien mil en dinero verde —dijo el Fantasma—. Puedo dártelos ahora mismo si así gustas.
—Yo no soy como esos vigilantes de seguridad a los que estás acostumbrado.
—¿Quiere eso decir que eres aún más codicioso? Entonces doscientos mil —dijo riendo el Fantasma—. Tendrías que trabajar unos cien años en Liu Guoyuan para ganar tanto dinero.
—Estás arrestado.
Al Fantasma se le borró la sonrisa de la boca; se dio cuenta de que iba en serio.
—Si no me dejas marchar, no quiero ni pensar en lo que les sucederá a tu mujer e hijos.
—Quiero que te tumbes boca abajo —dijo Li—. Ahora.
—De acuerdo. Un vigilante de seguridad honorable y honesto. ¿Cómo te llamas, hombrecillo?
—Mi nombre no es de tu incumbencia.
El Fantasma se arrodilló sobre el suelo adoquinado.
Li decidió usar los cordones de sus zapatos para atarle las muñecas. Pero, de pronto, se dio cuenta de que la bolsa estaba entre los dos y que la mano derecha del Fantasma buceaba en ella.
—¡No! —gritó.
La bolsa de la tienda Lucky Hope estalló cuando el Fantasma disparó la segunda pistola que llevaba escondida en una cartuchera en el tobillo.
El proyectil casi le dio a Li en la cadera. Levantó la pistola con un gesto automático y se disponía a disparar cuando el cabeza de serpiente le arrancó el arma de la mano. Li asió la muñeca del Fantasma y trató de quitarle la 51. Ambos se derrumbaron sobre los adoquines y la pistola cayó al suelo.
Desesperados, empezaron a lanzarse golpes y zarpazos, mientras cada uno de ellos intentaba asir alguna de las armas que estaban en el suelo frente a ellos. El Fantasma estrelló la palma de la mano en el rostro de Li y, mientras éste estaba aturdido, trató de quitarle la Glock que el policía tenía en el bolsillo.
Pero Li se recuperó con rapidez y aplacó al Fantasma, tirando el arma al suelo. Le dio un rodillazo en la espalda que dejó al cabeza de serpiente sin respiración.
El Fantasma cayó de rodillas y Li le pasó el brazo por el cuello como si tratara de asfixiarlo.
No obstante, el criminal seguía acercándose peligrosamente a la pistola.
Detenle, párale, pensó Li. Éste es el hombre que mataría a Hongse, que mataría a los Chang.
Y también a Loaban.
¡Párale!
Agarró el cordón de cuero que el Fantasma llevaba al cuello, el del amuleto del mono de piedra, y tiró de él con fuerza. El cuero se tensó. El Fantasma dejó caer las manos y de su garganta brotó un sonido sofocado. El cabeza de serpiente empezó a temblar: sus pies casi no tocaban el suelo.
Suéltale, se ordenó a sí mismo Sonny Li. Arréstalo. No le mates.
Pero no lo soltó. Tiró y tiró con más fuerza.
Hasta que el cuero se rompió.
La figurilla del mono cayó al suelo y se hizo añicos. Li cayó hacia atrás y se golpeó la cabeza contra los adoquines, lo que casi le dejó inconsciente.
Dioses del infierno…
A duras penas el policía vio al Fantasma tosiendo; se había llevado una mano al cuello y con la otra buscaba un arma por el suelo.
Sonny Li vio una imagen en su mente: su padre le reprendía por un comentario estúpido.
Y luego otra: los cadáveres de las víctimas del Fantasma en su ciudad, en China, que yacían ensangrentados en plena acera.
Y entonces pensó en algo que aún no había ocurrido: Hongse muerta, tendida en la oscuridad. Y también Loaban, con el rostro tan inerte como estaba su cuerpo aún en vida.
Sonny Li se puso de rodillas y empezó a gatear hacia su enemigo.
*****
Las llantas del autobús de escena del crimen dejaron marcas en ocho metros de la calle de Chinatown que estaba resbaladiza por el hielo derretido de las cajas de pescado del mercado cercano.
Amelia Sachs, muy seria, salió del vehículo acompañada por el agente del INS Alan Coe y por Eddie Deng. A través de un sucio callejón corrieron hacia un grupo de oficiales del Distrito Quinto. Los hombres y mujeres uniformados estaban allí con la indiferencia que caracteriza a los policías en la escena de un crimen.
Incluso en las de homicidios.
Sachs se agachó y echó un vistazo al cadáver.
Sonny Li yacía boca abajo sobre los adoquines. Tenía los ojos parcialmente abiertos y las manos cerca de la cara, como si se dispusiera a hacer flexiones.
Sachs se detuvo para reprimir el deseo de caer de rodillas y cogerle una mano al muerto. Durante los años en que llevaba trabajando con Rhyme había hecho la cuadrícula muchas veces, pero ésta era la primera que le tocaba investigar la escena de un crimen en la que el muerto fuera un colega y, ahora podía decirlo, su amigo.
Y también de un amigo de Rhyme.
Aun así, se resistió a dejarse llevar por los sentimientos. Después de todo, ésta no era una escena distinta de ninguna otra y, como con frecuencia señalaba Lincoln Rhyme, uno de los peores contaminantes de una escena del crimen era los policías descuidados.
Olvídate, ignora quién es el muerto. Recuerda el consejo de Rhyme: renuncia a los muertos.
Bueno, eso no sería fácil. Para ninguno de los dos, aunque en especial para Lincoln Rhyme. Sachs había visto que en los dos últimos días Rhyme había estrechado fuertes lazos con aquel hombre, con el que se había acercado a la amistad como nunca con nadie desde que ella lo conocía. Y ahora era consciente del doloroso silencio de miles de conversaciones que ya no tendrían lugar, de millares de carcajadas que no compartirían.
Pero entonces pensó en otra persona: en Po-Yee, que pronto se convertiría en una nueva víctima del hombre que había cometido este crimen si no daban con él. Y con ello Sachs se sacudió el dolor, de la misma manera que cuando guardaba en su caja su Colt del 45 de competición.
—Hemos hecho lo que nos pidió —dijo un agente, un detective vestido con un traje gris—. Nadie se ha acercado: sólo un médico. —Señaló el cadáver—. Está DCDS[6].
Las siglas policiales significaban: «Difunto confirmado muerto en la escena».
El agente Alan Coe se le acercó:
—Lo siento —dijo, pasándose la mano por el pelo escarlata. Su voz denotaba un auténtico pesar.
—Sí.
—Era un buen hombre.
—Sí, lo era. —Aunque Sachs lo decía con amargura mientras pensaba: y también era mucho mejor policía que tú. Si no la hubieras jodido ayer habríamos atrapado al Fantasma. Sonny seguiría vivo y Po-Yee y los Chang estarían a salvo.
Se volvió hacia los policías.
—Tengo que investigar la escena. ¿Podrían irse todos?
Vaya, se dijo al ver lo que le tocaba hacer… y no pensaba sólo en la ardua y triste investigación sino en algo más difícil aún.
Se puso los auriculares con micrófono y encendió la radio.
Vale. Hazlo. Hazlo.
Hizo una llamada a la central y pidió que le conectaran con un teléfono.
Un clic.
—¿Sí? —preguntó Rhyme.
—Estoy aquí —dijo ella.
Una pausa.
—¿Y?
Ella sintió que él trataba de no perder la esperanza.
—Está muerto.
El criminalista se quedó un momento callado.
—Ya veo.
—Lincoln, lo siento.
Otra pausa.
—Nada de nombres de pila, Sachs. ¿Te acuerdas que trae mala suerte? —Hablaba con voz temblorosa—. Vale. Adelante. Investiga la escena. A los Chang se les acaba el tiempo.
—Está bien, Rhyme. Lo haré.
Se puso el traje de Tyvek y empezó a investigar la escena. Sachs buscó en las uñas, tomó pruebas de sustancias, estudió la balística, las pisadas, los casquillos y los proyectiles. Tomó fotos y recogió huellas.
Pero sentía que se movía como una simple autómata. Venga, se dijo a sí misma, estás actuando como una maldita aprendiz. No tenemos tiempo para conformarnos sólo con tomar pruebas. Piensa en Po-Yee, piensa en los Chang. Dale a Rhyme algo para que pueda hacer su trabajo. ¡Piensa!
Volvió a investigar el cadáver con más concentración, exigiendo que cada pista le ofreciera una explicación de lo que había sucedido.
Uno de los oficiales uniformados fue a acercarse, pero al ver su gesto adusto no lo hizo.
Ella volvió a llamar al criminalista.
—Dime —contestó Rhyme, apenado. Cómo le dolía oír aquella tristeza en su voz. Durante años se había mostrado frío y resignado. Eso había sido duro, pero nada en comparación con aquella congoja que salía de la voz de Rhyme.
—Tiene tres tiros en el pecho pero hay cuatro casquillos. Uno de la 51, probablemente de la que vimos. Los otros son del 45. Parece que ése fue el que lo mató. He encontrado la Walther que llevaba Sonny. Tenía una marca en la pierna: restos de papel amarillo y unas hierbas o plantas secas. Y sobre los adoquines había más hierbas.
—¿Cómo te lo imaginas, Sachs?
—Creo que Sonny vio al Fantasma saliendo de una tienda y llevando algo en una bolsa amarilla. Sonny le sigue. Le atrapa en este callejón y le quita la 45. Piensa que es su única arma. Pero el Fantasma saca la 51 y dispara a través de la bolsa, esparciendo el material vegetal y los trozos de papel sobre Sonny. Pero no le da y entonces el Fantasma salta sobre él. Hay una pelea. El Fantasma coge la 45 y mata a Sonny.
—Eso parece.
—¿Y qué hacemos con ese contexto?
—Si el Fantasma había comprado eso que llevaba en la bolsa, habrá un dependiente que le haya visto y que quizá tenga alguna idea sobre dónde vive.
—¿Quieres que investiguemos en todas las tiendas de las cercanías que tengan bolsas amarillas?
—No, eso nos llevaría demasiado tiempo. Veamos primero qué materia vegetal es ésa. Tráela, Sachs. Mel la pasará por el cromatógrafo.
—No, tengo una idea mejor —dijo ella. Miró el cadáver de Sonny Li y se obligó a apartar la vista—. Seguro que son hierbas o especias chinas. Me pasaré por el apartamento de John Sung con una muestra. Él debería ser capaz de decirme de qué se trata. Sólo vive a unas manzanas de aquí.