Feng shui, que literalmente significa «viento y agua», es el arte de atrapar la buena energía y la suerte y repeler lo malo.
Se practica en todo el mundo pero, dado el increíble número de reglas y lo insólito de la habilidad para discernir la dinámica de lo bueno y lo malo, hay pocos ejecutantes del feng shui con verdadero talento. Implica mucho más que disponer los muebles en una estancia, tal y como el ayudante de Loaban había sugerido, y estaba claro que el que se había encargado del apartamento del Fantasma era todo un maestro. Sonny Li conocía a muchos ejecutantes del feng shui en China, pero no tenía ni idea de quién había preparado el apartamento del Fantasma en Nueva York con tanta pericia. Pero en vez de correr de un lado a otro como Hongse en su coche amarillo, Li recordó la verdadera vía del taoísmo:
La manera de afrontar la vida no es mediante el acto, la manera de afrontar la vida se basa en hacer todo mediante el ser…
Y así el detective Sonny Li se fue a la tienda de té más elegante que pudo encontrar en Chinatown, se sentó en una mesa y se recostó sobre una silla. Pidió una taza de una bebida extraña: té endulzado con azúcar y suavizado con leche. En el fondo de la taza había negras perlas de tapioca que se sorbían con una pajita para masticarlas. Al igual que el famoso, y caro, té helado espumoso, tan popular en Fuzhou, aquélla era una creación proveniente de Taiwán.
A Sonny el té le importaba más bien poco, pero lo dejó sobre la mesa para comprar el derecho a estar allí sentado durante un buen rato. Examinó la elegante estancia que había sido concebida por un diseñador muy sofisticado. Las sillas eran de metal y cuero morado, la iluminación era sutil y el papel pintado simulaba ser zen. Los turistas entraban allí, bebían su té a toda prisa y luego salían a seguir recorriendo Chinatown dejando tras de sí generosas propinas, que Sonny Li tomó en un principio por cambios olvidados; la propina no se estila en China.
Sentado, bebiendo té… Así pasó media hora. Luego tres cuartos de hora.
Hacer todo mediante el ser…
Al final su paciencia fue recompensada. Una atractiva china de unos cuarenta años entró en el establecimiento, encontró un asiento cerca del suyo y pidió un té.
La mujer vestía un bello vestido rojo y zapatos de tacón. Leía el New York Times, ayudándose de unas gafas, para la presbicia, de diseño con cristales rectangulares y una montura de metal no más ancha que la mina de un lapicero. La mayoría de las chinas que hacían sus compras en Chinatown llevaban viejas bolsas de plásticos arrugadas por el uso. Pero ella llevaba una de impoluto papel blanco. Dentro había una caja atada con un cordel dorado. Descifró el nombre escrito en la bolsa: SAKS FIFTH AVENUE.
Era exactamente el tipo de mujer que Sonny Li buscaba, a pesar de que sabía que, irremediablemente, le daría calabazas. Elegante, estilosa, bella, de cabello brillante y denso como el ala de un cuervo y un rostro delgado de rasgos vietnamitas, insertos con gracia en un semblante de china Han, ojos agradables, labios brillantes y encarnados y unas uñas a juego con una impecable manicura propia de una emperatriz viuda.
Volvió a observar su vestido, sus joyas, su pelo, y decidió que sí, que era la indicada. Li tomó su té, fue hacia su mesa, se presentó y se sentó, aunque eligió una silla cercana pero que no fuera de la misma mesa, para que no se sintiera molesta por su presencia. Se puso a conversar con la mujer y hablaron del País Bello, de Nueva York, de té de burbujas y de Taiwán, lugar en el que ella había nacido.
—La razón por la que la he molestado —dijo Li como de pasada—, perdóneme, es que he pensado que tal vez podría ayudarme. El hombre para quien trabajo tiene mala suerte. Yo creo que se debe a la mala disposición de su apartamento. Y resulta evidente que usted conoce a algún experto en Feng shui.
Él señaló los signos que le habían corroborado que la mujer seguía el feng shui con diligencia: un ostentoso brazalete con nueve monedas chinas, un broche con la efigie de la sagrada diosa Guan Yin y un pañuelo con un pez negro pintado. Ésta era la razón por la que la había elegido, aunque también porque era ostentosamente rica, lo que significaba que sólo escogería a los mejores expertos en ese arte, que eran los mismos a los que también contrataría el Fantasma.
Siguió hablando.
—Si le pudiera dar a mi jefe el nombre de alguien bueno que le arreglara la casa y la oficina tal vez me tuviera en otra consideración. Tal vez eso me ayudara a conservar el trabajo y él me tuviera en mejor estima. —Con estas palabras Li humilló la cabeza aunque sin desviar los ojos, y lo que vio le atravesó: la pena que su vergüenza generaba. Lo que le arrancaba esa mirada de falsa vergüenza que fingía el policía secreta Sonny Li era lo mismo que a diario afectaba a Sonny Li el hombre cuando pensaba en las acerbas críticas de su padre. Pensó que tal vez ésa fuera la razón de que ella le creyera.
La hermosa mujer sonrió y buscó algo en su bolso. Escribió un nombre y una dirección en una tarjeta que, por supuesto, no llevaba ni su nombre ni su número de teléfono; se lo pasó y retiró la mano con rapidez para que él no pudiera tocarla con hambre y desesperación, lo que de hecho estaba en un tris de hacer.
—El señor Wang —dijo, señalando la tarjeta—. Es uno de los mejores en la ciudad. Si tu jefe tiene dinero le ayudará. Él es el más caro. Pero hará un buen trabajo. Él me ayudó a conseguir un buen marido, como puedes ver.
—Sí, mi jefe tiene dinero.
—También puede cambiar su fortuna. Adiós.
Se levantó, cogió su impecable bolsa y salió de la tienda sobre sus tacones inmaculados, dejando sobre la mesa la cuenta para que Sonny Li se hiciera cargo de ella.
*****
—¡Sachs! —Rhyme alzó la vista de la pantalla de su ordenador—. ¿A que no adivinas qué usó el Fantasma para hundir el barco?
—Me rindo —respondió, asombrada al verle una mirada tan complacida acompañando una pregunta tan atroz.
—Explosivo Compositdon 4 nuevo, de grado A —respondió Mel Cooper.
—Felicidades.
Aquel dato había puesto a Rhyme de buen humor porque el C4, a pesar de ser el recurso básico de los terroristas de las películas, es en realidad bastante raro. Sólo los militares y algunas agencias gubernamentales suelen tener acceso a esa sustancia; no se usa en demoliciones civiles. Eso significaba que las fuentes para conseguir C4 de alta calidad eran relativamente pocas, que las probabilidades de encontrar una conexión entre la fuente y el Fantasma eran mucho más altas que si hubiese utilizado algo tan común como TNT, Tovex, Gelenex o cualquiera de los otros explosivos disponibles en el mercado.
Pero lo que resultaba aún más significativo era que el C4 era tan peligroso que por ley debía contener marcas: cada fabricante estaba obligado a añadir productos químicos inertes pero distinguibles a su versión del explosivo. Un análisis de los restos en la escena de una explosión revelaría qué marcas estaban presentes en la misma y aclaraba a los investigadores quién lo había fabricado. Por otra parte, la empresa tenía que guardar documentos precisos donde se explicara a quién se lo vendió, así como los compradores debían de guardar minuciosos registros del lugar donde almacenaron o usaron el explosivo.
Si lograban encontrar al que le había vendido al Fantasma su carga de C4, podrían conocer dónde ese criminal tenía otros pisos francos o su sede de operaciones.
Cooper había enviado los resultados a Quántico.
—Nos responderán en unas horas.
—¿Dónde está Coe? —preguntó Sachs, tras echar un vistazo a la estancia.
—En el INS —dijo Rhyme, para añadir con malicia—: No seas gafe, no digas su nombre. Esperemos que se quede allí.
Eddie Deng llegó del centro de la ciudad.
—He venido en cuanto me has llamado, Lincoln.
—Excelente, Eddie. Ponte las gafas, tienes que traducirnos algo. Amelia encontró una carta en la chaqueta del Fantasma.
—Caray —exclamó Deng—. ¿Dónde?
—A treinta metros bajo el nivel del mar. Pero ésa es otra historia.
Deng no necesitaba aún gafas, pero Mel Cooper tuvo que ayudarle con un visor de luz ultravioleta para que pudiera ver la tinta de la carta; el agua salobre había borrado los caracteres y casi no se distinguían.
Deng se inclinó sobre el documento y lo examinó.
—Es difícil de leer —murmuró mientras entrecerraba los ojos—. Vale, vale… Es para el Fantasma. El nombre del tipo que la escribió es Ling Shui-bian. Le comunica cuándo dejará Fuzhou, el número del vuelo chárter, y dónde y cuándo debe esperar su llegada en la base militar de Nagorev a las afueras de San Petersburgo. Luego dice que va a hacer una transferencia a una cuenta en Hong Kong; no da el número de cuenta ni específica a qué banco. Luego habla coste de alquilar el avión. Después dice que incluye parte del dinero: en dólares. Y por fin hay una lista de víctimas: los pasajeros del Dragón.
—¿Eso es todo?
—Me temo que sí.
—Que nuestra gente en China investigue a ese tipo, Ling —pidió Rhyme a Sellitto. Luego el criminalista preguntó a Mel Cooper—: ¿Algún rastro en el papel?
—Lo que era de esperar: agua salobre, excrementos marinos, contaminación, partículas vegetales, aceite de motor y carburante diesel.
—¿Cuánto dinero había ahí abajo, Sachs?
—Un montón. Tal vez mil. Pero no es muy fácil saberlo cuando flota a tu alrededor.
Los billetes de dólar que había recogido ella eran todos de cien, acuñados recientemente.
—¿Son falsificaciones? —preguntó Rhyme.
Cooper miró uno.
—No.
Los yuan, la moneda china, que había encontrado estaban en viejos billetes arrugados.
—Había como unos treinta paquetes de este tamaño —explicó. Eddie Deng calculó el total.
—Treinta fajos, al cambio de hoy… —estimó el joven detective—, hacen unos veinte mil dólares americanos.
—También encontré una Uzi y una Beretta pero la Uzi tenía el número de serie borrado y perdí la Beretta —añadió Sachs.
—Conociendo al Fantasma —dijo Rhyme—, cualquier arma que hubiese tenido iba a ser imposible de rastrear, por mucho que conservara el número de serie.
El criminalista miró hacia el pasillo.
—¡Thom! —gritó—. ¡Necesitamos a nuestro escriba! ¡Thom!
El joven entró en la sala a toda prisa. Escribió la información que le dictó Rhyme sobre los explosivos, la carta y las armas.
Se oyó una vibración electrónica que anticipó el sonido de un móvil y todos se lanzaron a comprobar si se trataba del suyo. Sachs resultó ganadora y tomó el que llevaba colgando del cinturón.
—¿Hola?
—Amelia.
Reconoció la voz de John Sung. Se le revolvió ligeramente el estómago al recordar la noche anterior.
—John.
—¿Cómo estás?
Aparte de un baño de mil demonios, estuvo a punto de contestar, bastante bien.
—Bien —contestó por fin—. Un poco ocupada en estos momentos.
—Claro —concedió el doctor. Menuda voz tiene este hombre, pensó ella, la que cualquiera quisiera oír en la cabecera de una cama—. ¿Se sabe algo sobre Sam Chang y su familia?
—Aún nada. Estamos en eso ahora mismo.
—Me preguntaba si sacarías un rato para pasarte por aquí más tarde.
—Creo que me las apañaré. ¿Puedo llamarte más tarde, John? Estoy ahora en casa de Lincoln y esto es una locura.
—Por supuesto. No quería interrumpiros.
—No, no, me alegro de que hayas llamado. Hablamos luego.
Ella colgó y se dispuso a volver a las pruebas, pero alzó la vista y sorprendió a Sellitto que la miraba de una forma que sólo se puede describir como de reproche.
—Detective —le dijo—, ¿podemos hablar un segundo ahí fuera?
—¿De qué quieres…? —empezó a decir Sellitto.
—Ahora —le espetó ella.
Rhyme los miró un segundo, pero enseguida volvió a concentrarse en los listados de pruebas.
Sachs salió al pasillo y Sellitto la siguió, golpeando el suelo fieramente con los pies. Thom se había percatado de que algo iba mal. «¿Qué está pasan…?», empezó a preguntar, pero su voz se extinguió en cuanto Sachs cerró la puerta con fiereza, de un portazo. Siguieron por el pasillo hasta la cocina, que quedaba en la parte trasera de la casa. Ella se movía de un lado a otro, con las manos apoyadas en las estrechas caderas.
—¿Por qué ha ido detrás de mí en los dos últimos días, detective?
El hombre se subió el cinturón con el arma por encima de la barriga.
—Estás loca. Son imaginaciones tuyas.
—Y una mierda. Si tienes algo que decirme, dímelo a la cara. Me lo merezco.
—¿Te lo mereces? —preguntó él con tono malicioso.
—¿Qué significa todo esto? —insistió ella.
Hubo una pausa: él se fijó en la tabla de cortar, donde Thom había dejado media docena de tomates y un ramillete de albahaca. Al final dijo:
—Sé dónde estuviste anoche.
—¿Y?
—Las niñeras del coche patrulla que vigila el apartamento de Sung me han dicho que fuiste allí, que no saliste hasta las dos menos cuarto.
—Mi vida personal no es de tu incumbencia.
El corpulento policía miró a su alrededor y luego susurró con vehemencia:
—Pero tampoco es ya sólo de tu incumbencia, Amelia. También él tiene algo que decir.
—¿Él? ¿Quién? —replicó, perpleja.
—Rhyme. ¿Quién coño si no?
—¿A qué te refieres?
—Él es duro. Es más duro que nadie que conozca. Pero lo único que le hará añicos eres tú: si sigues en esa dirección…
Ella estaba cada vez más perpleja.
—¿En esa dirección?
—Mira, tú no le conociste entonces; él estaba enamorado de esa chica, Clare. Cuando ella murió, le llevó una eternidad recuperarse. Venía a la oficina, hacía su trabajo, pero en todo un año no tuvo luz en los ojos. Y su mujer… Tenían sus discusiones, claro, y hablo de peleas en Cinemascope. No es que fuera el mejor matrimonio del mundo, pero después del accidente, cuando él supo que no iba a funcionar y se divorció… Eso fue duro para él. Muy duro.
—No sé qué quieres decirme con todo esto.
—¿Qué no lo sabes? A mí me parece que está muy claro. Eres el centro de su vida. Él ha bajado todas sus defensas contigo. Y tú vas a romperle en pedacitos. Y yo no voy a permitir que eso suceda. —Bajó aún más la voz y añadió—: Piénsalo bien, si sigues viendo a ese tipo, eso matará a Rhyme. Es… ¿de qué demonios te ríes, si se puede saber?
—¿Te refieres a John Sung y a mí?
—Sí, a ese tipo por el que te has estado escaqueando.
Sachs se tapó la cara con las manos y se echó a reír.
—Oh, Lon…
Luego se dio media vuelta porque sólo un instante después, tal como sabía ella que pasaría, las carcajadas se convirtieron en lágrimas.
—Tengo que decirle algo.
—Por la cara que pone, parecen malas noticias, doctor.
—¿Por qué no nos sentamos ahí en la esquina?
—Jesús —dijo Sellitto, dando un paso al frente. Luego se detuvo, dejó caer las manos—. Amelia, ¿qué…?
Ella le hizo un gesto para que no se acercara.
—¿Qué pasa?
Finalmente dejó de llorar, se secó las lágrimas y se volvió hacia el detective:
—No es lo que piensas, Lon.
Sellitto volvió a darle un estirón a su cinturón.
—Sigue.
—Sabes que Rhyme y yo hemos hablado de tener hijos.
—Sí.
—Pues no ha funcionado —confesó ella, con una risa nerviosa—. No es que andemos intentándolo a todas horas pero no conseguía quedarme embarazada. Pensé que tal vez Lincoln no andaba bien del todo. Así que hace unas semanas fuimos a hacernos sendos chequeos.
—Sí, me acuerdo de que fue al médico.
Ella recordó ese día en la sala de espera.
—Tengo que decirle algo.
—Por la cara que pone, parecen malas noticias, doctor.
—¿Por qué no nos sentamos ahí en la esquina?
—Aquí estamos bien —dijo ella—. Dígame. Le agradeceré que hable claro.
—Bien. La médico de Lincoln me dice que los resultados de su análisis de fertilidad se encuentran en los niveles normales. El cómputo de esperma es algo menor, pero eso es típico en alguien en su estado y, hoy en día, eso no es obstáculo para el embarazo. No obstante, me temo que usted tiene un problema más serio.
—¿Yo?
Mientras miraba a la tabla de cortar que tenía enfrente, le contó a Sellitto su conversación con el médico. Y luego añadió:
—Tengo algo llamado endometriosis. Siempre he tenido molestias, pero nunca pensé que fuera tan malo como lo que me dijo el doctor.
—¿Pueden curarlo?
Sachs negó con la cabeza.
—No, pueden operarme y hacerme terapia hormonal, pero no creen que me ayude.
—Dios. Lo siento, Amelia.
Ella volvió a secarse las lágrimas. Hizo un intento por sonreír.
—Sequedad y calor en los riñones.
—¿Qué?
—Eso es lo que andaba haciendo en casa de John Sung —confesó ella con una carcajada—. Sequedad y calor en los riñones: según la medicina china, ésas son las razones de la infertilidad. Anoche me examinó y me dio un tratamiento de acupresión. Y me ha conseguido unas hierbas que cree que pueden ser de ayuda. Me ha llamado para decirme eso. Espera aquí.
Sachs salió al pasillo, buscó en su bolso y regresó con lo que Sung le había dado la noche anterior. Le pasó el libro al detective. Se titulaba Tratamientos herboles y técnicas de acupresión para ayudar a la fertilidad.
—Parece ser que los médicos occidentales recomiendan a las mujeres con endometriosis que usen la medicina china. Anoche, cuando llevé a Lincoln arriba, hablamos de ello. Él pensó que era una tontería, pero sabe que todo esto me ha afectado mucho últimamente. Tiene razón: dice que he andado distraída. Pienso en ello hasta cuando hago la cuadrícula. Así que decidimos seguir con esto y ver qué puede hacer Sung. —Calló un momento y luego añadió—: Lon, me rodean demasiadas muertes: mi padre, mi relación con mi novio Nick, que cuando fue a la cárcel para mí fue como si hubiera muerto. Todas las escenas del crimen que investigo. Quería tener un poco de vida que nos rodeara, a Lincoln y a mí. Quería arreglar lo que anda mal dentro de mí.
Tú eres primero, pase lo que pase. Si no estás de una pieza, nunca podrás ayudar a nadie.
Ella pensó que tal vez el tratamiento de Sung fuera una forma de hacer eso: de poder estar de una pieza.
—No lo sabía —dijo Sellitto, alzando las manos—. Lo habéis mantenido tan en secreto…
—… porque no le incumbe a nadie, salvo a Lincoln y a mí —replicó ella con enfado. Hizo un gesto hacia el dormitorio de Rhyme—. ¿Es que no sabes lo que significamos el uno para el otro? ¿Cómo has podido pensar una cosa así?
El nervioso detective no podía mantenerle la mirada.
—Como Betty me dejó y todo lo demás, pensaba en lo que me había sucedido. —El matrimonio del detective se había hecho añicos hacía unos años. Nadie sabía nada sobre el divorcio de Sellitto con detalle, pero estar casada con un policía es duro y más de una esposa ha buscado una alternativa más cariñosa. Ella supuso que Betty había tenido una aventura—. Lo siento, oficial. Debería haberlo pensado mejor. —Le tendió una mano y ella asió la enorme palma a regañadientes—. ¿Te hará algún bien? —preguntó, señalando al libro.
—No lo sé —contestó ella. Luego sonrió—. Tal vez.
—¿Volvemos al trabajo? —le preguntó Sellitto.
—Claro.
Se secó los ojos por última vez y regresaron a la sala de estar de Lincoln Rhyme.
GHOSTKILL
Escena del crimen Fuzhou Dragón |
---|
El Fantasma usó C4 nuevo para volar barco. Búsqueda de procedencia explosivos a través de fabricantes químicos. |
Encontrada gran cantidad de moneda americana nueva en camarote Fantasma. |
Unos 20000 dólares en moneda china usada en camarote. |
Lista de víctimas, detalles del flete e información depósitos bancarios. Buscando nombre de remitente en china. |
Capitán vivo pero inconsciente. |
Beretta 9mm, Uzi. Rastreo imposible. |