Capítulo 35

—Pero las pruebas del barco estarán inservibles, ¿no, Linc? Por el agua… —preguntó Lon Sellitto.

Sachs recitó:

—«Aunque el sumergimiento en agua puede destruir o degradar ciertos tipos de pruebas, como las sustancias químicas solubles en agua, otro tipo de pruebas físicas, señales e indicios pueden preservarse y estar listas para su investigación dependiendo de las corrientes, la profundidad y la temperatura del agua. De hecho, puede suceder que algunas pruebas se conserven mejor bajo el agua que en tierra firme». ¿Qué tal lo he hecho, Rhyme?

—Bien, Sachs. Estoy impresionado. —El pasaje provenía del manual de criminalística de Rhyme—. Que alguien llame al guardacostas y me ponga con quienquiera que sea el que está al mando de la cuadrilla de rescate.

Sellitto lo hizo y pasó la llamada al manos libres.

—Les habla Fred Ransom. Soy el capitán del Evant Brigant. —El hombre hablaba a gritos, pues el viento silbaba audiblemente en el micrófono de su radio.

—Soy el detective Sellitto, del NYPD. ¿No hemos hablado antes?

—Sí, señor. Lo recuerdo.

—Estoy con Lincoln Rhyme. ¿Dónde se encuentran?

—Justo sobre el Dragón. Seguimos buscando supervivientes pero aún no hemos tenido suerte.

—¿Cuál es el estado del barco, capitán? —le preguntó Rhyme.

—Está sobre estribor, a unos quince o veinte metros de profundidad.

—¿Cómo anda el tiempo?

—Mucho mejor que antes. Olas de tres metros, viento de treinta nudos. Llueve un poco. La visibilidad será de unos ciento ochenta metros.

—¿Cuenta con buzos que puedan echar un vistazo en el interior? —preguntó Rhyme.

—Sí, señor.

—¿Pueden sumergirse con este tiempo?

—Las condiciones meteorológicas no son las mejores pero al menos resultan aceptables. Aunque, señor, ya hemos echado un vistazo en busca de supervivientes: negativo.

—No, le hablo de buscar pruebas.

—Entiendo. Podría enviar a un par de mis chicos. Lo malo es que esos buzos nunca han hecho nada parecido. Son de los S & R.

Search & Rescue, «Búsqueda y Rescate», recordó Rhyme.

—¿Alguien podría indicarles qué deben hacer? —preguntó el capitán.

—Claro —repuso Rhyme, aunque desesperanzado ante la idea de explicar toda una vida de investigación en la escena del crimen a un novato.

Entonces intervino Amelia Sachs.

—Yo investigaré.

—Me refiero al barco, Sachs —dijo Rhyme.

—Y yo también.

—Está a veinte metros bajo el agua.

Ella se inclinó y habló por el micrófono:

—Capitán, puedo estar en Battery Park en veinte minutos. ¿Podría enviar un helicóptero para que me recogiera?

—Claro, con este tiempo podemos volar. Pero…

—Tengo el carné PADI, de la Asociación de Instructores Profesionales de Submarinismo.

Rhyme sabía que ella y su antiguo novio, Nick, habían hecho el curso juntos y que habían ido a bucear en repetidas ocasiones. Aunque no era de extrañar que una adicta a la velocidad como Sachs hubiera acabado prefiriendo las lanchas ultrarrápidas y el esquí acuático.

—Pero hace años que no haces submarinismo, Sachs —señaló.

—Es como ir en bici.

—Señorita…

—Dejémoslo mejor en oficial, capitán —replicó ella.

—Oficial, hay diferencias muy grandes entre el submarinismo recreativo y lo que tendría que hacer hoy. Mi gente lleva años sumergiéndose y le juro que no me seduce la idea de enviarles a meterse en un barco hundido e inestable en estas condiciones.

—Sachs —dijo Rhyme—, no lo hagas. No estás entrenada para ello.

—Hay un millón de cosas que pasarían por alto. Lo sabes. Actuarían como simples civiles. Con todos mis respetos, capitán.

—Entendido, oficial. Pero mi opinión es que es demasiado arriesgado.

Sachs estuvo un instante callada y luego preguntó:

—Capitán, ¿tiene hijos?

—¿Perdón?

—¿Tiene familia?

—Bueno —dijo él—, sí.

—El tipo que buscamos es el hombre que hundió el barco y que ha asesinado a casi toda la gente que iba dentro. Y ahora está tratando de matar a unos inmigrantes que escaparon: una familia con dos hijos y un bebé. No voy a permitir que eso ocurra. Dentro del barco puede haber pruebas que nos lleven hasta él. Tengo mucha experiencia en encontrar pistas, en todo tipo de condiciones.

—Usa nuestros buzos —dijo Sellitto. Tanto en el departamento de policía como en el cuerpo de bomberos de Nueva York contaban con buzos entrenados.

—No son de escena del crimen —dijo Sachs—. Sólo son S & R.

Miró a Rhyme, quien dudó un instante y luego asintió, indicando que la apoyaba en esto.

—¿Nos ayudará, capitán? —preguntó Rhyme—. Tiene que ser ella quien baje.

A través del viento, el capitán dijo:

—Está bien, oficial. Pero ¿qué le parece si enviamos el helicóptero al helipuerto del río Hudson? Nos ahorrará tiempo. Está más cerca que el de Battery Park. ¿Lo conoce?

—Claro —dijo ella—. Una cosa, capitán.

—¿Sí?

—En la mayoría de esas expediciones de buceo en el Caribe…

—Sí…

—Cuando volvíamos de bucear, la tripulación hacía bebidas de frutas con ron para todos, y estaban incluidas en los gastos del viaje. ¿Tienen algo parecido en los guardacostas?

—Oficial, ya me las arreglaré para conseguirle algo.

—Estaré en el helipuerto en quince minutos.

Colgaron y Sachs miró a Rhyme.

—Te llamaré con lo que encuentre.

Tenía muchas cosas que decirle a Sachs, aunque no sabía cómo.

—Investiga a fondo…

—… pero cúbrete las espaldas.

Ella le apretó la mano derecha, aquélla cuyos dedos no podían sentir nada. Al menos, no todavía. Tal vez tras la operación.

Él miró al techo, hacia el dormitorio, donde estaba el dios de los detectives, Guan Di, frente a su ofrenda de vino dulce. Pero Lincoln Rhyme no le rezó para que cuidara de Sachs sino que le envió el mensaje directa, aunque silenciosamente, a ella.

*****

Aprender tres cosas de un mismo ejemplo…

¿Confucio? Me gusta, pensó Lincoln Rhyme.

—Necesito algo del sótano —dijo a su ayudante.

—¿Qué?

—Un ejemplar de mi libro.

—No sé muy bien dónde están.

—Entonces, ¿no crees que deberías buscarlos?

Con un profundo suspiro, Thom se fue.

Rhyme se refería al libro en tapa dura que había escrito unos años atrás, Las escenas del crimen. En él había examinado cincuenta y una historias criminales de la ciudad de Nueva York, algunas de ellas sin resolver. El libro incluía un apartado con los crímenes más famosos de la ciudad, desde la carnicería de Five Points, que a mediados del siglo XIX se consideraba el lugar más peligroso de la Tierra, hasta el asesinato con triángulo amoroso incluido del arquitecto Stanford White, en el antiguo Madison Square Garden, pasando por la última comida de Joey Gallo en un restaurante de Little Italy o la muerte de John Lennon. El libro, que incluía ilustraciones, había alcanzado cierta fama, aunque no se había librado de ser saldado: las copias sobrantes se vendían ahora en los estantes de oportunidades de las librerías del país.

En cualquier caso, Rhyme estaba secretamente orgulloso de ese libro, pues había supuesto su primera tentativa de volver al mundo real tras el accidente, un símbolo de que, a pesar de lo ocurrido, era capaz de hacer algo más que quedarse tirado maldiciendo su mala fortuna.

Thom regresó en diez minutos con la camisa manchada y su atractivo rostro lleno de polvo y sudor.

—Estaban en la esquina más alejada. Bajo una docena de cajas de cartón. Estoy hecho un asco.

—Bueno, si lo tuvieras más organizado, tal vez te habría llevado menos trabajo —murmuró Rhyme con los ojos clavados en el libro.

—Tal vez si no me hubieras dicho que los apartara de tu vista, que no querías volver a verlos porque odiabas esos putos libros, tampoco habría tardado tanto.

—¿Está rota la portada?

—No, está bien.

—Déjame ver —ordenó Rhyme—. Levántalo.

El ayudante se sacudió un poco de polvo del pantalón y le enseñó el libro para que lo inspeccionara.

—Servirá —dijo el criminalista. Miró como buscando algo a su alrededor. Las sienes le latían, lo que significaba que el corazón, que él no podía sentir, estaba latiéndole con fuerza.

—¿Qué, Lincoln?

—El touchpad. ¿Aún lo tenemos?

Unos meses antes, Rhyme había encargado un touchpad para su ordenador, una especie de ratón, pensando que tal vez podría usar su dedo útil para manejar el ordenador. Ni a Sachs ni a Thom les había dicho lo importante que era para él que eso funcionara. Pero no había podido ser. El radio de movilidad del dedo era demasiado pequeño para mover ese cursor de forma útil, a diferencia del touchpad que controlaba su silla de ruedas Storm Arrow, que estaba hecho específicamente para gente en su mismo estado.

Por alguna razón, aquel fallo le había dejado hecho trizas.

Thom salió y regresó un instante después con una pequeña pieza gris. La conectó al sistema y la colocó debajo del dedo anular de Rhyme.

—¿Qué es lo que vas a hacer con él? —le preguntó Thom.

—Mantenlo ahí firme —gruñó Rhyme.

—Vale.

—Orden cursor. Orden cursor parar. Orden doble clic. —En pantalla apareció un programa de dibujo—. Orden dibujar línea.

—¿Cuándo aprendiste eso? —le preguntó Thom, sorprendido.

—Cállate. Necesito concentrarme. —Rhyme respiró hondo y empezó a mover el dedo sobre el pad. En la pantalla se vio una línea torcida. Poco después tenía la frente perlada de sudor debido a la tensión.

Respirando con dificultad y extenuado por la ansiedad, como si estuviera desmantelando una bomba, Rhyme dijo entre dientes:

—Mueve el pad hacia la izquierda, Thom. Con cuidado.

El ayudante obedeció y Rhyme siguió dándole instrucciones.

Diez minutos de agonía, diez minutos de un esfuerzo extenuante… Miró la pantalla y quedó satisfecho con el resultado. Reposó la cabeza en el respaldo de la silla.

—Orden imprimir.

Thom fue a la impresora.

—¿Quieres ver tu obra de arte?

—Claro que quiero verla —ladró Rhyme.

Thom cogió la hoja y la puso frente a Rhyme.

Para mi amigo Sonny Li

De Lincoln

—Creo que es la primera vez que escribes algo desde el accidente. Con tu propia letra.

—Es un garabato de niño pequeño, por amor de Dios —murmuró Rhyme, sintiéndose encantado con la proeza—. Casi no se lee.

—¿Quieres que lo pegue en el libro? —preguntó Thom.

—Si no es molestia, sí. Gracias —dijo Rhyme—. Déjalo por ahí, y se lo daremos a Li cuando regrese.

—Lo envolveré —dijo el ayudante.

—No creo que tengamos que esmerarnos tanto —dijo Rhyme—. Y ahora, volvamos a las pruebas.