En la mañana del día en que iba a morir, Sam Chang se despertó y vio, en el patio trasero de su apartamiento de Brooklyn, a su padre concentrado en los suaves movimientos del tai-chi.
Mientras observaba al anciano se le ocurrió una cosa que el setenta cumpleaños de Chang Jiechi sería en unos pocos meses. En China eran tan pobres y estaban tan perseguidos que no habían podido celebrar su sesenta cumpleaños, que tradicionalmente significaba el ingreso en la edad madura, en el tiempo de la veneración. Pero su familia lo celebraría ahora, para su setenta cumpleaños.
El cuerpo de Sam Chang no estaría presente en esa fiesta, pero sí su espíritu.
Miró al anciano, que se movía como un bailarín dichoso por el pequeño patio.
El tai-chi era beneficioso tanto para el cuerpo como para el alma, pero a Sam Chang siempre le había entristecido observar ese ejercicio. Le recordaba las húmedas noches de un mes de junio de años atrás. Chang, en compañía de unos estudiantes y de algunos colegas, se había sentado en Beijín y junto a ellos observaba a un grupo de gente enfrascada en esos movimientos de danza. Era pasada la medianoche y todos disfrutaban el buen tiempo y la dicha por encontrarse entre amigos en el centro del país que iba a ser llamado a convertirse en la nación más grande de la tierra, la nueva China, la China ilustrada.
Chang se volvió hacia un estudiante para señalarle una dinámica anciana abstraída en el embrujo del tai-chi, cuando al joven le explotó el pecho y se derrumbó en el suelo. Los soldados del Ejército de Liberación Popular habían empezado a disparar a la muchedumbre de la plaza de Tiananmen. Los tanques llegaron un momento después, se dirigieron directamente hacia la gente, aplastando a algunos bajo sus orugas (la famosa imagen del estudiante que detenía un tanque con una flor fue una rara excepción en aquella horrible noche).
Chang no podía ver tai-chi sin recordar aquel suceso espantoso, que apuntaló su voluntad como disidente y cambió su vida, y la de su padre y la de su familia, para siempre.
Miró a su mujer y, cerca de ella, a la niña que dormía abrazada al gato de tela que Mei-Mei le había cosido. Las observó un momento. Luego entró en el baño y abrió el grifo a tope. Se quitó la ropa y entró en la ducha, reposando la cabeza sobre los baldosines que Mei-Mei había conseguido limpiar la noche anterior, sacando tiempo de no sabía dónde.
Se duchó, cerró el grifo de agua caliente y se secó con una toalla. Alzó la cabeza al escuchar unos ruidos metálicos que provenían de la cocina.
Mei-Mei seguía dormida y los chicos no tenían ni idea de cocina. Alarmado, sacó la pistola de debajo del colchón de su cama y se dirigió con cuidado hacia la mayor estancia de su apartamento. Se rió. Era su padre, que estaba tratando de hacer el té.
—Baba —dijo—, despertaré a Mei-Mei. Ella puede hacerlo.
—No, no, déjala dormir —dijo el anciano—. Cuando murió tu madre aprendí a hacer té. También sé hacer arroz. Y verduras. Aunque no muy bien. Tomemos juntos el té. —Chang Jiechi levantó la tetera de metal, el asa envuelta en un trapo, cogió unas tazas y se encaminó hacia la sala de estar. Se sentaron y sirvió el té.
La noche anterior, cuando Chang regresó a la casa, ambos habían buscado un mapa y localizado el edificio del Fantasma que, para su sorpresa, no se encontraba en Chinatown sino mucho más al oeste, cerca del río Hudson.
—Cuando llegues al apartamento del Fantasma —le preguntó su padre entonces—, ¿cómo entrarás? ¿No crees que te reconocerá?
Chang sorbió su té.
—No, no creo que lo haga. Sólo bajó una vez a la bodega del barco. Y estaba a oscuras.
—¿Cómo lograrás colarte?
—Si hay portero, le diré que he ido por negocios y le daré el nombre de Tan. He practicado mi inglés toda la noche. Luego cogeré el ascensor hasta su piso y llamaré a su puerta.
—¿Y si tiene guardaespaldas? —objetó Chang Jiechi—. Te cachearán.
—Esconderé la pistola en el calcetín. No me cachearán a fondo. No se esperarán que vaya armado. —Chang trató de imaginarse lo que sucedería. Sabía que habría armas. Incluso si le disparaban tan pronto como vieran la pistola tendría tiempo de pegarle un tiro o dos al Fantasma. Se dio cuenta de que su padre le miraba y bajó la vista—. Volveré —dijo con firmeza—. Estaré aquí para cuidar de ti, Baba.
—Eres un buen hijo. No podría haber deseado otro mejor.
—No te he traído todo el honor que debería.
—Sí, sí lo has hecho —dijo el viejo y le sirvió más té—. Te puse un buen nombre. —El nombre de pila de Chang era Jingerzi, que significaba «hijo astuto».
Levantaron las tazas y Chang bebió la suya de un sorbo.
Mei-Mei vino y vio las tazas.
—¿Habéis tomado ya el arroz? —preguntó, aunque esa expresión sólo significaba «Buenos días» y no hacía referencia alguna a la comida.
—Despierta a William —le pidió Chang a Mei-Mei—. Quiero decirle unas cuantas cosas.
Pero su padre le hizo un gesto para que se detuviera.
—No, no.
—¿Por qué no? —preguntó Chang.
—Querrá acompañarte.
—Le diré que no.
Chang Jiechi se rió.
—¿Y crees que eso le detendrá? ¿A ese hijo tan impetuoso que tienes?
Chang guardó silencio un instante y luego dijo:
—No puedo hacer esto sin hablar con él. Es importante.
—¿Cuál es la razón —le preguntó su padre— por la que un hombre haría lo que estás a punto de hacer, algo tan insensato y peligroso?
—Por el bien de sus hijos —respondió Chang. Su padre sonrió.
—Sí, hijo, sí. Ten eso siempre presente. Uno hace una cosa como ésta por el bien de sus hijos. —Luego se puso serio. Sam Chang conocía bien esa expresión en el rostro de su padre. Imperial, inflexible. No la había visto en mucho tiempo, desde antes que el hombre enfermara de cáncer—. Sé perfectamente lo que intentas decirle a tu hijo. Yo lo haré. Es mi deseo que no despiertes a William.
—Como digas, Baba —asintió Chang. Miró su reloj de pulsera. Eran las siete y media. Debía estar en el apartamento del Fantasma en una hora. Su padre le sirvió más té, que Chang bebió deprisa. Luego le dijo a Mei-Mei—: Tengo que salir dentro de poco. Pero deseo que vengas a sentarte a mi vera.
Ella se sentó junto a su marido y reposó la cabeza en su hombro.
No dijeron nada, pero cinco minutos más tarde Po-Yee empezó a llorar y Mei-Mei se levantó para atender al bebé. A Sam Chang le complacía estar sentado en silencio mientras contemplaba a su mujer con su nueva hija. Y luego llegó la hora de salir e ir al encuentro de la muerte.
*****
Rhyme olisqueó el humo de los cigarrillos.
—Es asqueroso —dijo.
—¿Qué? —preguntó Sonny Li, la otra persona en la estancia. El policía chino estaba amodorrado y tenía el pelo alborotado de forma realmente cómica. Eran las siete y media de la mañana.
—Lo de los cigarrillos —aclaró Rhyme.
—Deberías fumar —replicó Li—. Te relaja. Es bueno para ti.
Mel Cooper llegó con Lon Sellitto y Eddie Deng. El joven policía chino-americano caminaba detrás, muy despacio. Hasta su mismo pelo parecía mustio; aquel día no lo llevaba como un puercoespín.
—¿Cómo te encuentras, Eddie? —le preguntó Rhyme.
—Deberías haber visto el moretón —contestó, refiriéndose a su encuentro del día anterior con el proyectil de plomo en mitad del tiroteo en Canal Street—. No le dejé a mi esposa que lo viera y tuve que ponerme el pijama en el cuarto de baño.
Un ojeroso Sellitto llevaba un montón de hojas con la información recabada aquella misma noche por un equipo de oficiales que habían interrogado a todos los constructores que habían instalado moqueta gris marca Arnold Lustre-Rite en los pasados seis meses. La recogida de información aún no había acabado, y el número de obras era descorazonadoramente extenso: treinta y dos instalaciones distintas en Battery Park City y en las inmediaciones.
—Demonios —dijo Rhyme—, treinta y dos. —Y cada una de ellas podía tener múltiples pisos enmoquetados. ¿Treinta y dos? No esperaba que hubiera más de cinco o seis.
También llegó Alan Coe, el agente del INS, quien entró en el laboratorio a buen paso. No parecía en absoluto pesaroso y empezó a hacer preguntas sobre el estado de las investigaciones, como si el tiroteo del día anterior jamás hubiese ocurrido y el Fantasma no hubiera logrado escapar gracias a él.
Sonaron más pisadas en el pasillo de fuera.
—Hey —dijo Amelia Sachs a modo de saludo al entrar en la sala. Besó a Rhyme y él empezó a contarle lo de la lista de edificios enmoquetados, pero Lon Sellitto le interrumpió.
—¿Has descansado bien? —le preguntó. Su voz sonaba suspicaz.
—¿Qué? —preguntó ella.
—¿Descanso? ¿Sueño? ¿Has descansado bien?
—No exactamente —replicó Sachs con cautela—. ¿Por qué?
—Te llamé a casa a eso de la una. Tenía que hacerte algunas preguntas.
Rhyme se preguntó por el motivo de semejante interrogatorio.
—Bueno, es que llegué a las dos a casa —respondió, con los ojos encendidos—. Fui a ver a un amigo.
—¿Sí?
—Sí.
—Bueno, pues no pude dar contigo.
—¿Sabes, detective? —dijo ella—. Si quieres te doy el número de teléfono de mi madre. Ella podrá proporcionarte algunas claves sobre cómo seguirme la pista. Cosa, por cierto, que no ha hecho en los últimos quince años.
—Caray, eso ha estado bien —dijo Sonny Li.
—Cuídate, patrullera —dijo Sellitto a Sachs.
—¿Que me cuide de qué? —replicó la joven—. Si quieres decirme algo, hazlo.
El policía de homicidios retrocedió.
—Sólo sé que no pude localizarte, eso es todo —murmuró—. Tenías el móvil apagado.
—¿Sí? Bueno, llevaba el busca. ¿Trataste de enviarme un mensaje al busca?
—No.
—¿Entonces? —preguntó ella.
La discusión desconcertó a Rhyme. Era cierto que cuando estaban trabajando él exigía que ella estuviera todo el tiempo disponible. Pero fuera de las horas de trabajo era diferente. Amelia Sachs era una persona independiente. Le gustaba irse a conducir a toda velocidad y tenía otros intereses y amigos que nada tenían que ver con él.
Lo que la impulsaba a rascarse de ese modo, a lamentar la suerte de su antiguo amante (un policía arrestado por haber sido uno de los más corruptos de los últimos tiempos), a investigar cómo lo hacía la escena de un crimen, era lo mismo que provocaba que a veces necesitara escapar de sí misma.
De igual forma, había ocasiones en que él la echaba, a veces de buenas formas y otras con cajas destempladas. Un inválido necesita su tiempo en soledad. Para reunir fuerzas, para dejar que su ayudante se ocupe del pis y de la mierda, para considerar preguntas como «¿Quiero matarme hoy?».
Rhyme llamó al edificio federal y preguntó por Dellray pero éste estaba en Brooklyn, comprobando pistas sobre el intento de atentado de la noche anterior. Luego habló con el ayudante del agente especial al mando, quien le dijo que había programado una reunión para esa misma mañana donde se asignaría un nuevo agente del FBI al caso GHOSTKILL para reemplazar a Dellray. Rhyme estaba furioso: le habían dicho que el FBI ya había elegido un agente para entrar en el equipo.
—¿Qué pasa con los SPEC-TAC?
—Eso también está en el memo con la orden del día de la reunión de hoy.
¿… en el memo con la orden del día?
—Bueno, necesitamos gente, la necesitamos ahora mismo —gruñó Rhyme.
—Tenemos nuestras prioridades —le dijo el insustancial ayudante del agente especial al cargo.
—Vaya, eso me tranquiliza de la hostia.
—Perdón, ¿señor Rhyme? Creo que no he oído esa última frase.
—He dicho que nos llame en cuanto sepa algo. Necesitamos más gente.
Justo cuando colgó, el teléfono volvió a sonar. «Orden teléfono», saltó Rhyme. Sonó un clic y luego una voz con acento chino dijo:
—Con el señor Li, por favor.
Li se sentó abstraído y sin darse cuenta sacó un cigarrillo que Thom le arrancó de las manos. Se acercó al micrófono y empezó a hablar rápido en chino. Entre él y su interlocutor hubo un intercambio explosivo de palabras. Rhyme pensó que estaban discutiendo pero finalmente Li se volvió a sentar y garabateó unas notas en chino. Luego colgó y sonrió.
—Okay, okay —dijo—, creo que tengo algo. Era Cai, el del tong. Hizo preguntas sobre minorías étnicas. Encuentra este grupo de chinos llamados uigur. Musulmanes, turcos. Tipos duros. China los invadió, como a Tibet, y no les gusta. Les tratan mal. Cai encuentra que Fantasma contrata gente de la comunidad del Turquestán, en el Centro Islámico de Queens. El tipo que Hongse dispara, uno de ellos. Aquí dirección y número de teléfono. Hey, yo tenía razón, ¿Loaban? Yo digo él de minoría.
—Claro que sí, Eddie.
Eddie Deng tradujo la información al inglés en una segunda hoja de papel.
—¿Les hacemos una visita? —preguntó Sellitto.
—Aún no. Tal vez eso alerte al Fantasma —dijo Rhyme—. Tengo una idea mejor. —Deng le adivinó las intenciones.
—Un registro de llamadas.
—Sí.
Hay compañías telefónicas que guardan registro de las llamadas entrantes y salientes de un teléfono determinado. Dichos registros no recogen el contenido de la conversación y, por ello, es mucho más fácil para los representantes de la ley acceder a ellos que si tuvieran que pinchar un teléfono con permiso judicial.
—¿Qué conseguimos con eso? —preguntó Coe.
—El Fantasma llegó a la ciudad ayer por la mañana y llamó al centro a alguna hora, en teoría para agenciarse unos cuantos sicarios. Comprobaremos las llamadas entrantes y salientes del número del centro después de, pongamos, las nueve de la mañana de ayer.
En media hora la compañía telefónica les había suministrado una lista de treinta números entrantes y salientes del centro uigur de Queens en los últimos dos días. Pudieron eliminar la mayor parte de esos números de inmediato, como Rhyme había señalado, todos aquellos que llamaron antes de la llegada del Fantasma, pero cuatro de ellos eran teléfonos móviles.
—Y seguro que son robados, ¿verdad? ¿Son móviles robados?
—Robados y tan malos como el segunda base de los Mets —bromeó Sellitto.
Dado que los móviles eran robados, no tenían una dirección postal a la que la compañía telefónica enviara las facturas y que les diera una pista sobre el paradero del Fantasma. Pero los proveedores de teléfonos móviles podían darles la localización exacta de cada una de las llamadas hechas o recibidas. Un teléfono había llamado desde la zona de Battery Park City y, mientras el jefe de seguridad de la empresa dictaba las intersecciones para delinear el área, Thom las dibujó en el mapa. El resultado fue una zona de casi un kilómetro cuadrado cerca del río Hudson.
—Ahora bien —le gritó Rhyme a Sachs, sintiendo la excitación de ir cercando a su presa—, ¿hay algún edificio en la zona donde hayan instalado moquetas Arnold Lustre-Rite?
—Crucemos los dedos —dijo Eddie Deng.
Finalmente, Sachs acabó de revisar la lista y gritó:
—¡Sí! Hay uno.
—Ahí tenemos el piso franco del Fantasma.
—Es un edificio nuevo —les informó Sachs—. El ocho-cero-cinco de Patrick Henry Street. No está lejos del río. —Ella hizo un círculo en el mapa. Luego suspiro, alzando la vista de la información proporcionada por la empresa Arnold.
—Mierda —dijo—. Han instalado moqueta en diecinueve pisos. Hay un montón de apartamentos que comprobar.
—Entonces —dijo un impaciente Rhyme—, será mejor que os pongáis las pilas.
GHOSTKILL
Easton, Long Island, Escena del crimen | Furgoneta robada, Chinatown |
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Dos inmigrantes asesinados en la playa. Por la espalda. | Camuflada por inmigrantes con logo de «The Home Store». |
Un inmigrante herido: el doctor John Sung. Otro desaparecido. | Manchas de sangre indican que mujer herida tiene lesiones en su mano, brazo y hombre hombro. |
«Bangshou» (ayudante) a bordo; se desconoce su identidad. | Muestras de sangre enviadas al laboratorio para identificación. |
El asistente encontrado ahogado cerca del lugar donde se hundió el Dragón. | Mujer herida es AB negativo. Se pide más información sobre su sangre. |
Escapan diez inmigrantes: siete adultos (un anciano, una mujer herida), dos niños, un bebé. Roban la furgoneta de una iglesia. | Huellas enviadas a AFIS. |
Muestras de sangre enviadas al laboratorio para identificación. | No hay correspondencias. |
La mujer herida es AB negativo. Se pide más información sobre su sangre. | |
No se localizan vehículos de recogida de inmigrantes. | |
El vehículo que espera al Fantasma en la playa se largó sin él. Se cree que el Fantasma disparó al vehículo una vez. Petición de búsqueda del vehículo basada en el modelo, el dibujo de las llantas y la distancia entre los ejes. | |
El vehículo es un BMW X5. Se busca el nombre del dueño en el registro. | |
Conductor: JerryTang. | |
No se localizan vehículos de recogida de inmigrantes. | |
Teléfono móvil (se cree que del Fantasma) enviado al FBI para análisis. | |
Teléfono vía satélite, seguro, imposible de rastrear. Sistema del gobierno chino pirateado para su uso. | |
El arma del Fantasma es una pistola 7.62 mm: casquillo poco corriente. | |
Pistola automática china modelo 51. | |
Se sabe que el Fantasma tiene en nómina a gente del gobierno. | |
El Fantasma robó un sedán Honda rojo para escapar. Enviada orden de localización del vehículo | |
No se encuentra ningún rastro del Honda. | |
Recuperados tres cuerpos en el mar: dos asesinados, uno ahogado. | |
Huellas enviadas a AFIS. | |
No se encuentran correspondencias para las huellas, pero sí marcas extrañas en los dedos de Sam Chang (¿herida, quemaduras de cuerda?). | |
Perfil de los inmigrantes: Sam Chang y Wu Quichen y sus familias, John Sung, bebé de mujer ahogada, hombre y mujer sin identificar (asesinados en la playa). |
GHOSTKILL
Escena del crimen Asesinato Jerry Tang | Escena del crimen Tiroteo Canal Street |
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Cuatro hombres echan la puerta abajo, lo torturan y le disparan. | Prueba adicional apunta piso franco en la zona de Battery Park City. |
Dos casquillos: también modelo 51. Tang tiene dos disparos en la cabeza. | Chevrolet Btazer robado. |
Vandalismo pronunciado. | Paradero desconocido. |
Algunas huellas. | No hay correspondencias para huellas. |
Sin correspondencia, excepto las de Tang. | Moqueta del piso franco: Lustre-Rite de la empresa Arnold, instalada en los pasados seis meses; llamada a empresa para conseguir lista de instalaciones. |
Los tres cómplices calzan talla menor que la del Fantasma, probable que sean de menor estatura. | Localización instalaciones confirmada: 32 en Battery Park City. |
Rastreo sugiere que el Fantasma tiene un piso franco en el centro, probablemente en la zona de Battery Park City. | Encontrado mantillo fresco. |
Los sospechosos cómplices probablemente de minoría étnica china. En la actualidad se busca su paradero. | Cadáver cómplice del Fantasma: minoría étnica del oeste o noroeste de China. Nada en las huellas. |
Uigures de Turquestán. Centro Comunitario Islámico de Queens. | Arma: WaltherPPK. |
Llamadas de móvil apuntan al 805 de Patrick Henry Street, en el centro. | Más sobre los inmigrantes: |
Los Chang: Sam, Mei-Mei, William y Ronald; padre de Chang: Chang Jiechi y bebé: Po-Yee. Sam tiene empleo pero empleador y localización desconocidos. Conduce furgoneta azul: marca y matrícula desconocidas. | |
Apartamento de los Chang en Queens. | |
Los Wu: Qichen, Yong-Ping, Chin-Meiy Lang. |